Cuando los ángeles merecen mo...

By tormentadelluvia

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Mi único propósito es informar sobre el trastorno bipolar, las pérdidas de personas muy cercanas y la depresi... More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
El final

Capítulo 12

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By tormentadelluvia

Domingo 10 de Marzo, 2013


Por la mañana, mi padre ya se había ido de trabajo. Mi madre nos había preparado un desayuno revelador; omelette de jamón con jugo de naranja. Tuve que acceder a comerlo, porque ella odiaba cuando no comían su comida. No tenía un gran sabor, pero le agradecí de todos modos. No quería preocuparla, siempre decía; «hago esta comida con cariño, y ustedes deben comerla por igual». Pero había ciertos detalles que ella se olvidaba al cocinar; como la carne.

Clementine era vegetariana.

-Me alegra que te guste -dijo con los ojos desencajados por el nerviosismo.

-¿Ocurre algo? -dije.

-Nada, nada. -Soltó una risita nerviosa-. Es que Cleo no quiere levantarse de la cama.

Solté un fuerte suspiro. Mi madre no tenía las agallas para abrir la puerta de la habitación de Clementine y soportar su humor con la resaca y todo eso.

Pero la razón principal era porque ella odiaba las fases.

-Iré yo.

-De acuerdo. Le daré de comer a Edd, por cierto.

Subí las escaleras con impaciencia. No tenía muchas ganas de moverme, pero tenía que hacerlo. Estaba en esos días en el que podría permanecer sentada por horas consecutivas sin moverme un poco. Llegué a casa cuando casi había amanecido, así que tuve la oportunidad de dormir tres horas como mínimo. Era algo, pero no lo suficiente.

-Clementine.

Abrí la puerta de par en par. Dentro de la habitación, había oscuridad. Las cortinas estaban cerradas, cubriendo las ventanas de los rayos del sol. Habían sujetadores, medias solitarias y bragas tiradas por todas partes, ya desde hace varios días. El escritorio de la esquina estaba repleto de papeles y deberes sin hacer. La cama estaba revuelta, desordenada. Me acerqué con desconfianza. Extendí las sábanas a un lado.

Estaba vacía.

Agudicé los oídos, mientras examinaba la habitación.

Se oía el ruido constante de la lluvia. Pero no estaba lloviendo. Era un día soleado. La ducha estaba abierta. Me dirigí hacia la puerta en el otro lado. Clementine tenía su propia habitación con un baño incluido. A veces la envidiaba, porque no tenía que esperar que mi madre o mi padre dejaran libre el único baño que teníamos en el piso inferior para poder entrar.

-Clementine -dije, apoyándome en la puerta-. ¿Estás ahí?

No respondió.

Alcé la mano, hacia la manija. Dudé por un momento.

No.

Abrí la puerta de golpe, entrecerrando los ojos por el vapor del agua caliente y la luz blanca del baño. La cerré detrás de mí, dando tres pasos hacia el interior, hacia la bañera. Estaba cubierta por una cortina con textura floreada, como mi madre había insistido colocar.

-Clementine -dije de vuelta.

Sin respuesta.

El corazón comenzó a golpearme fuerte en el pecho. Sentí que mi sangre se condensaba, que el mundo se detenía por un momento. Todo lo que había temido que sucediera podría haber ocurrido en ese preciso instante. Mi mundo se estaba preparando por derrumbarse, incluso con sus murallas construidas con tanto esfuerzo. Fuego corría por mi interior, amenazando con arrasar con todo.

Corrí la cortina a un lado, con las manos temblorosas.

Se me detuvo el corazón por un momento.

Ella estaba sentada en el suelo, con la lluvia de la ducha cayendo constantemente por arriba de su cabeza y cubriendo todo su cuerpo desnudo. Tenía la cabeza gacha, con las piernas acurrucadas contra su pecho.

-Cleo -murmuré.

Se me encogió el corazón. Cerré la ducha y metí las dos piernas dentro de la bañera. Con las rodillas en el agua, me coloqué frente a ella. Alzó su cabeza, como un cachorro pequeño y la mirada perdida.

Gotas tibias recorrían su cuerpo, sus mejillas. Las lágrimas se mezclaban con el agua de la ducha. Su cuerpo se estremecía, temblaba por el frío y los llantos contenidos.

-Lo siento -murmuró.

-Está bien -susurré con seriedad-. No tienes que disculparte.

Las gotas de la ducha me salpicaron las manos y la ropa.

-No puedo... -dijo, con los labios temblorosos-. Yo no soy ella, yo no soy la que hace todo eso...

-Lo sé.

-Todo lo que te he hecho. Todo lo que les hago a ustedes, no lo merecen, no...

-Tú no tienes la culpa.

Negué con la cabeza, cerrando los ojos. Acurruqué su cuerpo con el mío, plantando pequeños besos en la sien de su cabeza.

-No tienes que ser fuerte por mí, no tienes... -dijo con la voz quebrada y ahogada. Escupió palabras, pero no lograba pronunciarlas correctamente.

-Seré fuerte por ti, por las dos -contesté, acariciando su cabello mojado-. Te lo prometí. Voy a cumplir todas las promesas que te hice.

Con delicadeza, la coloqué de pie. Comencé a secar su cuerpo con una toalla pequeña, suavemente, por cada parte de su piel mojada. Clementine estaba en silencio; porque lloraba en silencio. El cuerpo de ella estaba frío, frío como el hielo, casi como la muerte. Trataba de que mis manos quedaran quietas y fuesen cálidas a su tacto. Pero yo nunca podía tener las manos tibias, nunca tuve calor en mis manos.

La niña pequeña que conocía volvía a inundar el cuerpo de mi hermana. El remordimiento venía con ella, y horas de dolor y pensamientos culpables que se arremolinaban en mi interior. Esta era otra de las fases que odiaba, porque era el momento donde se sentía culpable por todo. Era terrible, tanto para ella como para mí, porque verla de aquella forma era la cosa más dolorosa por la que tuve que afrontar.

Lo único que podía hacer era acompañarla, apoyarla, jamás dejarla abandonada. Mis padres no entendían que ella no tenía que sentirse sola, que necesitaba sentirse apoyada, porque afrontar todo eso en aquellos momentos era mucho más duro que vivir sabiendo perfectamente que las personas a tu alrededor siempre se van, nunca se quedan.

Le coloqué su ropa de dormir con delicadeza. Entrelacé mis dedos con los suyos, y la bajé hacia la cocina, donde estaba mi madre.

Cuando ella la vio, abrió sus ojos como platos. Los ojos verdes de Clementine se reflejaron en los suyos, abiertos de par en par, llenos de dolor y sorpresa al mismo tiempo.

-¡Cariño!

Le acarició el cabello húmedo, con las manos temblorosas. Lanzó una mirada de soslayo, en mi dirección. Cerró sus labios de repente, como si supiera que no tenía que decir nada en absoluto.

-Te he preparado el desayuno -dijo ella, tratando de poner su tono de voz normal.

Clementine asintió con la cabeza, muy despacio, casi parecía como si no lo hubiera hecho. Se guió a sí misma hasta la mesa y se sentó. Observó el plato delante de ella. El omelette de jamón desprendía humo por el calor. La parte visible de su garganta se movió; Clementine estaba tragando con nerviosismo. Se quedó pasmada, mirando el plato, el omelette de jamón.

-Come, cariño...

Mi madre y yo lanzamos la mirada directa hacia el cuchillo.

Clementine lo estaba viendo fijamente.

-Sé lo que están pensando -dijo.

Agarró el tenedor y el cuchillo con las manos.

-Me alegro de que estés aquí, Cleo -dijo mi madre.

El psiquiatra insistió en que dijera eso en momentos como estos.

Los movimientos de Clementine eran lentos, perezosos, mientras luchaba por meterse un bocado de comida en la boca. Motas de luz se reflejaban de los cubiertos metálicos por los rayos dorados de sol desde la ventana. Por un momento la luz blanquecina alumbró su rostro, haciendo que sus ojos verdes fueran intensos y claros como el agua.

Pero ella estaba viendo el cuchillo con fijeza.

-Es mi culpa -dijo.

Fui hasta ella, con las manos sudorosas y el corazón latiente.

-Todo esto es mi culpa. -Su rostro se contrajo del dolor.

-Clementine -dije.

-No tengo hambre, mamá. -Apartó el plato a un lado.

Mi madre estaba paralizada pegada contra la encimera de la cocina. Ella era incapaz de moverse.

Clementine levantó el cuchillo. Sostuve su muñeca con fuerza, en un movimiento rápido. Pareciera que en aquel momento el mundo se detenía por completo. Los ojos de Clementine subieron a los míos, con una clase de dolor cruzando en el brillo de sus ojos que hacía que mi corazón se encogiera hasta desaparecer. Parecía como si rogara que la soltara, que la dejara hacerlo.

Quité el cuchillo de sus manos con lentitud excesiva, plantándolo a un lado de la mesa. Lejos de nuestro alcance.

-Tienes que tomarte las pastillas -dije hacia Clementine.

El silencio era como el aire denso, difícil de respirar.

-¡No! -gritó en respuesta automáticamente, haciendo que mi madre se sobresaltara-. ¡Es mentira, no hacen nada, me lastiman, me hacen mal!

Extendí mi mano hacia la botella con píldoras y la sostuve entre mis manos. No aparté mis ojos de los de ella, para que no viera mis movimientos.

-Tienes que tomarlos -traté de decir con calma.

-¡Por favor, aléjalas, no quiero!

Me puse detrás de ella.

-Lo siento -respondí, con los labios temblorosos-. Lo siento mucho.

Eché su cabeza hacia atrás, contra mi pecho.

-No, no, no, no -rogó con desesperación.

Clavó sus uñas en mis brazos con fuerza. Apreté los dientes, para no gritar del dolor. Abrí su boca con toda la fuerza que pude lograr con una sola mano, apretando su mandíbula y metí las pastillas dentro. Cayeron como espirales de copos de nieve, posándose en su lengua, haciendo ruiditos al chocarse contra sus dientes.

Le cerré la boca con la mano.

-Trágalas -ordené en voz baja, incapaz de mantener mi voz firme.

Entre lloriqueos, se atragantó y se las tragó.

Rompió a llorar, tan fuerte, que mi corazón volvió a hacerse pedazos.


***

Empecé a rasgar camisetas y a tirar todas las cosas por la habitación de la furia. Me levanté y barrí la parte superior de la cómoda con el brazo. Cayeron al suelo provocando miles de ruidos estruendosos.

«He tratado de mantener todo por siempre. Pero yo también soy incapaz de controlarme, de aguantar tantas cosas por tanto tiempo.»

Las voces en mi cabeza comenzaron a reproducirse, una, una y otra vez. Aquellas voces hacían eco en mi cabeza, pero parecía que cada vez se intensificaran, sus volúmenes incrementaban con fuerza para aturdir mis sentidos. Acabé mareada, pateando los objetos tirados en el suelo. Me eché a la cama, suspirando con fuerza. Automáticamente me arrepentí de lo que había hecho, porque eran mis cosas, las únicas cosas que podía permitirme tener en mi dormitorio.


Tantas sesiones con los psicólogos, cantidad de píldoras, tantos medicamentos, tanta ropa y cosas que no resultaran inadecuadas para Clementine, hacían que el trabajo de mi padre fuera poco caritativo, como si eso no bastara. Era cierto que él era un abogado excepcional, hacía su trabajo al pie de la letra y había resuelto muchos casos, defendido a personas inocentes que habían sido culpadas de muchos cargos y delitos indecentes. Sin mencionar a los que realmente eran culpables.

El trabajo de mi madre también aportaba una pequeña parte del dinero. Pero eso no bastaba, sus sueldos eran altos y siempre terminaban siendo inclinados hacia los medicamentos para el trastorno de Clementine.

Odiaba decir trastorno, porque ella no era trastornada, ella no tenía la culpa de todo lo que le estaba ocurriendo. Estaba harta de eso, harta de lo que siempre sucedía, harta de que ella no pudiera controlarse, harta de mis sentimientos ocultos e ignorantes que le echaban la culpa a Clementine. Lo único que me quedaba por hacer era culpar a mis padres, culparlos de todo esto.

Y en cierto sentido, esto era cierto. Ellos pensaban que el dinero era suficiente para arreglarla.

Mi teléfono celular sonó. Alcé la vista, para ver lo que decía. Había recibido un mensaje.

«SOS en Código Morse», decía el mensaje.

Agarré mi chaqueta y salí de mi casa a hurtadillas.


Toqué tres timbres cortos, tres timbres largos y tres timbres cortos. Esperé. Había una silueta oscura que salía de entre los arbustos. Era un gato. Se frotó contra mis piernas y noté sus costillas a través del tejido del pantalón. Volví a llamar a la puerta y sonó el ruido de la cerradura siendo destrabada. Se oían varias voces y una música ruidosa por lo bajo. El gato corrió a esconderse bajo el arbusto y soltó un maullido estridente. En ese momento la puerta se abrió.

Un hombre grande repleto de tatuajes se asomó, con el semblante fruncido.

-Código Morse -dije.

-Pasa -contestó el hombre, abriéndome paso, con el rostro lleno de concentración.

Le lancé una sonrisa despreocupada por encima de mi hombro y di unos cuantos pasos hacia el interior.

La música era tan fuerte que aturdía mis sentidos. Las luces parpadeaban y creaban siluetas en el aire repleto de humo, provocándome mareos. Me mantuve firme, porque sabía que eso hacía que tus sentidos dejaran de funcionar como debían.

Hay muchas cosas que descubres asistiendo a las fiestas.

Pero esto era diferente. Estaba en una fiesta privada. La gente, con apenas unos trozos de ropa cubriendo sus cuerpos, bailaba en cualquier parte, hasta en los balcones de arriba, que rodeaban las paredes con pisos superiores demasiado inestables. Saltaban y el suelo de los balcones crujía y se inclinaba bajo el peso de los cuerpos.

Divisé a unos cuantos sujetos de seguridad rodeando la estancia. El uniforme se basaba en una simple camisa celeste y unos pantalones negros. Llevaban una pistola por allí, en alguna parte, demasiado escondida para que yo pudiera divisarlas. Me acerqué a uno de ellos, haciéndome la distraída.

-¿Sabes dónde está Kevin? -dije lo más fuerte que pude, para que me oyera a través de la música.

Todo el mundo conocía a Kevin.

Frunció el ceño, cuando me miró. Al principio creí que no había podido oírme, hasta que me señaló con la barbilla en una dirección.

Me di la vuelta, y lo vi.

Kevin estaba del otro lado junto con uno de los guardias de seguridad, murmurando por lo bajo, frotando sus manos sudorosas. Cuando me vio, alzó una de sus manos, haciendo una mueca que me resultó inesperada.

Sonrió.

-Aquí estás -me dijo mientras me acercaba-. Hombre, pensé que no vendrías.

Solté un gruñido. Odiaba cada vez que decía «Hombre». Era una especie de palabra que no paraba de repetir en cada oración. Algo parecido como «Ya» o «qué va» o «chico».

-Te dije que lo haría -respondí, clavando mis ojos en el guardia de seguridad a su lado.

-Él es Adam... -Lo señaló con una mano, vacilante-. Y...

-Ve al grano -espeté-. ¿En dónde están?

-Bien -murmuró, rascándose la cabeza con una mueca nerviosa-. Tienen que estar en alguna parte. Pero, hombre, estoy seguro de que están aquí.

Las luces de colores tocaban su rostro ridículo.

-Me dijiste que sabrías en donde estarían.

Estaba, realmente, tratando de controlar mis emociones y mi irritabilidad.

-Lo sé, es lo que dije. -Levantó sus manos a la defensiva-. Y es cierto. Sé donde están. Aquí, pero no en qué lugar en específico.

-Voy a matarte -lo amenacé entre dientes-, si me entero de que se han ido de aquí, o no vinieron a este asqueroso lugar en absoluto.

-Te lo juro por mi vida. -Juntó sus palmas en gesto súplica-. Los vi entrar, además, Adam vio que...

Sostuve su camisa en mis puños, acercándolo a dos palmos de mi rostro con brusquedad.

-Si tú no me dices en qué parte están, entonces te juro que voy a perseguirte hasta matarte y patearte el culo -espeté entre dientes, zarandeándolo con fuerza.

El sujeto detrás de él, que se llamaba Adam, se removió nervioso, sin saber si empujarme lejos de él o quedarse inerte en el lugar.

Había algo en él que me resultaba familiar.

-Lo haré, lo haré, lo haré -gritó Kevin con los ojos cerrados y la respiración acelerada-. Por favor, no vuelvas a arruinarme el rostro, es muy precioso para que vuelva a ser maltratado.

Lo solté con fuerza, empujándolo hacia atrás. Intentó mantener el equilibrio en el proceso, chocándose contra Adam.

-Apúrate, si no quieres que Jonny se me adelante.

Me lanzó una mirada de irritación. Murmuró algo como «siempre lo usas a él como una amenaza superior a ti». Le respondí con una mueca burlona, empujándolo hacia adelante con impaciencia.

-Ven -le dije a Adam por encima de mi hombro-, si quieres ser bueno en tu trabajo.

No me di la vuelta para averiguar si nos seguía. Nos adentramos a la pista de baile, donde todos se movían apretujados. Lancé un bufido escandaloso, pero ni siquiera podía oírlo de tan fuerte que la música estaba. Los oídos me zumbaban y las luces me mareaban. Kevin se abrió paso entre la gente y yo me tuve que aferrar a su espalda para no perderlo de vista.

-Ni se te ocurra sonreír, porque voy a asesinarte.

-Tus amenazas son muy prometedoras -me dijo por encima de su hombro. Me tuve que echar hacia atrás para que su boca no rozara la mía-. Pero ni siquiera las cumples. Solo golpes tortuosos en el cuerpo, y ya está.

-Y si sigues así -le dije-, entonces no van a ser sólo golpes tortuosos.

Fijó su vista hacia adelante y continuó avanzando, mientras yo gruñía entre dientes. Avanzamos despacio, porque la gente no se apartaba y algunas personas pensaban que queríamos bailar con ellas.

Por fin pudimos salir del gentío, hacia la parte superior de la estancia. Bajamos un tramo de escaleras, hacia otra pista de baile. Desde el otro lado se podían ver los baños sanitarios. Tomamos un atajo, yendo por el lado de las paredes y el borde de la pista para no atravesar tanto gentío.

Me detuve en seco, cuando encontramos el lado del baño.

Alguien chocó detrás de mí, y yo me di la vuelta por puro impulso.

-Lo siento -dijo.

Era Adam. Lo miré a los ojos con el ceño fruncido, como un tipo de advertencia en silencio.

-Si te fijas bien, Brenda preciosa, los que se están dando un buen festín de porro en aquella esquina, son los bombones que has buscado desde hace mucho tiempo.

Clavé mis ojos hacia donde Kevin me había dicho, con disimulo.

Cuatro chicos estaban en una especie de ronda desordenada, con cigarros encendidos en sus bocas. Grandes botellas colgaban de sus manos, casi vacías. Examiné sus rostros. Al único que podía reconocer era a uno de ellos.

-No son ellos -gruñí entre dientes-. El único que está allí es Luke.

Lancé una mirada lasciva hacia Kevin.

-Eres un mentiroso.

-No, no, no -contestó Kevin, alzando sus manos, intentando detenerme mientras yo me volvía a acercarme hacia él con su camisa en mis puños-. Él es Luke, sí, él estuvo allí cuando eso ocurrió... pero... pero él...

-¿Piensas que yo soy idiota? -lo amenacé con mi sangre burbujeando por la rabia-. ¿Piensas que yo no iba a darme cuenta? ¿Ah?

-¡No! Hombre, pensé que tú ibas a hablar con Luke...

-¡Ohhh, ahora lo comprendo! -siseé entre dientes-. Creíste que yo iba a acercarme a ese asqueroso de mierda para que me llevara hacia el hijo de puta, ¿no es así? -Lo zarandeé-. ¿No es así?

Kevin negaba con la cabeza frenéticamente.

-Dime -remarqué las palabras lentamente- en dónde está. Ahora.

-Allí -dijo Adam.

No miré hacia dónde señaló. Le lancé una mirada atónita, entre confundida y amenazadora.

Él tenía el rostro inexpresivo. Su voz profunda, ahora...


"De... ten... te"


Mis ojos habían brillado del reconocimiento. Adam, era quien me había retenido contra su cuerpo con fuerzas para que dejara de golpear, y no matara a nadie precisamente esa noche.

Él estaba al tanto de esto. Él me reconocía.

Tragué saliva, quitando mi rostro de su línea de visión. Fijé mis ojos hacia lo lejos, a la dirección en donde él me había señalado con una de sus manos fuertes.

La saliva se me atragantó en mi garganta, cuando lo vi. Parecía como si la sangre dentro de mí comenzara a burbujear, mis sentidos se cargaban de odio y repulsión. Parecía que mi visión se volvía borrosa de repente, de tanta ira acumulada dentro de mí.

No despegué mis ojos de él.

Jake Scott. Y luego estaban Brandon, Ian, Jason y Jack.

Ellos estaban a pocos metros de mí. Y yo a pocos minutos de la venganza que había planeado por tanto tiempo. Mi concentración era como una hoguera en mis pensamientos, incluso ardía con más intensidad, perfeccionaba mi ira, mi odio y lo convertía en algo duro como el acero.

Sin despegar mis ojos de ellos, atravesé la pista de baile. Kevin me dijo algo, pero yo no lo oí. Yo sólo estaba dirigiéndome hacia ellos, con pasos firmes y los puños cerrados.

El grupo de chicos comenzó a moverse, hasta que abrieron una de las puertas de la salida trasera, desapareciendo de la fiesta. Apreté los dientes.

«Mejor así», pensé. Tenía en mente en hacerlo en medio de la fiesta, porque no había otra alternativa. Ahora se ponía mucho mejor.

Nadie iba a poder detenerme allí afuera, ya nadie iba a detenerme.


Yo estaba en una época en el que la venganza era la única meta que yo quería lograr alcanzar. Habían veces que en mi mente, nada más se acumulaba más que la venganza de ver muertos a las mierdas de personas que habían puesto las manos encima de mi hermana y habían mandado a la mierda todo lo que habíamos logrado con tanto esfuerzo recuperar.

Yo estaba en una época en el que Clementine podía volver a mí, en el que los medicamentos no eran un problema para ella, en el que el trastorno no era tan grave como lo era en aquel momento.

Pero luego la habían violado, todo por mi descuido, todo por un par de tipos de mierda que no tenían respeto ni por sí mismos.

Y yo estaba ciega de hambre y sedienta de venganza. Yo los quería ver muertos.

No de la forma incierta, de la forma realista.

Yo de verdad quería verlos muertos. Quería ver correr la sangre de ellos por el suelo, ensuciando las yemas de mis dedos de un rojo incandescente.

Estaba enferma, enferma por vengarme.

Hasta ahora sigo pensando en lo estúpida que fui, por haber ido hasta allí y haber causado todo eso.


Abrí la puerta de la salida trasera con los dientes apretados, y me adentré al callejón oscuro, con la música estridente estallando en mis oídos.


***

En el exterior, mi cabello se batió frente a mi cara. Había una ligera brisa gélida que condensaba contra mi piel caliente. Clavé mis uñas en las palmas de mis manos, hasta que sentí una gota de sangre correr por ellas. Me encaminé silenciosamente por el callejón. Estaba oscuro, una diminuta luz blanquecina se ubicaba por la parte de arriba donde los edificios me rodeaban. Charcos de agua estancada se mantenían en los bordes de la acera destruida. Unas risas estridentes hicieron eco en el callejón. Incliné la cabeza hacia abajo, para que la capucha creara una sombra en mi rostro. Mantuve los ojos hacia arriba y me adelanté.

Ellos se estaban riendo de una broma privada, hasta que escucharon mis pasos. Se pusieron de piedra. Los que estaban de espaldas a mí, se dieron la vuelta para verme con la boca abierta.

Sonrieron al mismo tiempo.

-Veamos lo que tenemos aquí... -Jake ronroneó, avanzando con pasos lentos.

Yo tenía en cuenta que él daría la iniciativa. Él estaba enfermo, realmente enfermo.

Aquella vez no había llevado ropa para ocultar mi identidad sexual. Alcé un poco la cabeza, para que la luz alumbrara sólo la parte de mi boca. Esbocé una sonrisa maliciosa.

-Una gatita que vino a jugar, ehh -volvió a ronronear Jake, con una sonrisa de suficiencia.

Pequeñas gotas de rocío caían de los tejados de chapa, provocando ruidos ahogados en el callejón silencioso.

-¿Le comieron la lengua los ratones, a la gatita? -Hizo un puchero-. Qué lástima. -Su voz se profundizó, provocativa-. Yo pensé que este juego iba a ser más interesante.

Di dos pasos hacia adelante. Jake se lamió los labios. Sus acompañantes se miraron entre ellos, compartiendo pensamientos que jamás iban a hacerse realidad.

-Te equivocas -dije con voz ronca-. Este juego va a ser mucho más interesante de lo que crees.

Alcé la vista. Mantuve mis ojos bien abiertos, para no entrecerrarlos por la pequeña luz blanquecina que ahora alumbraba mi rostro.

Jake contuvo un jadeo. Los demás se removieron, nerviosos.

-Y volvemos a reencontrarnos -dijo Jake con una sonrisa maliciosa, pero sus ojos mentían, estaban llenos de temor-. Pensé que nunca llegaría este momento.

-Yo también -contesté, sonriendo de la misma forma-. Estuve esperándolo por mucho tiempo.


Jake hizo una seña con la mandíbula. No iban armados, pero sus intenciones no dejaban lugar a dudas. El primero que se adelantó, Brandon, tenía una gorra espantosa que tapaba la mitad de sus ojos. Lanzó el puño hacia mi dirección, pero esquivé el golpe antes de que me alcanzara la cara. Cuando su brazo pasó por mi lado, lo sostuve por la muñeca y el bíceps, retorciéndolo en una llave que hizo que gruñera del dolor. Lo obligué a girar hasta estamparlo contra Jason, el otro atacante que venía a golpearme. Los dos cayeron al suelo, la cabeza de Jason crujió con un sonido desagradable.

Ian se adelantó para golpearme. Retuve su puño con la palma de mi mano, clavando mi rodilla en la parte baja de su ingle. Se dobló en dos con un gruñido y le clavé el codo en la espalda con fuerza.

Se derrumbó en el suelo.

Jack fue el otro que volvió -en un intento fallido- para golpearme en el rostro. Alcancé a agarrar su brazo por la altura del codo y lo giré de repente, dejándolo contra mí, la navaja en mi mano haciendo un pequeño corte en la parte baja de su garganta.

-Estás atrapado -le dije a Jake, que no se había movido del lugar.

Su rostro estaba lleno de espanto, como si de verdad estuviera atrapado. Y era cierto. A él no le importaba que estuviera a punto de matar a su aliado. Lo que le importaba era lo que iba pasar a continuación.

La satisfacción que había sentido en aquel momento no se podía comparar con nada en el mundo. Era como si yo volviese al pasado, cuando había destruido el rostro de Jake por completo, obligándolo a somatizarse a cirugías faciales que implicaban reformar tejidos dañados permanentemente. Lo había sometido a una humillación que había durado meses, incluso un año entero.

Hasta que logró tener su propia superioridad en la ciudad junto con su pandilla de mierda.

-No lo creo -dijo una voz detrás de mí.

Me puse de piedra. Jake sonrió.

-Se intercambian los papeles muy rápido, gatita.

Miré por encima de mi hombro. Era Luke. Estaba apuntando el cañón de una pistola directo hacia mi cabeza. Maldije a Kevin para mis adentros. Porque había una posibilidad de que él me hubiera delatado.

Pero también Luke podría haberme visto dirigiéndome hacia allí, así que no había muchas probabilidades de que Kevin hiciera algo en contra de mí. Se suponía que yo había conseguido todo el dinero que le debía a Bonnie, y que ahora estaba en deuda conmigo.

Siempre estaba en deuda con todos. Debería de haberlo imaginado.

-Suéltalo -ordenó.

A regañadientes, empujé a Jack hacia adelante. Cayó de bruces, pero se levantó de un salto, sosteniendo una mano en su cuello sangrante. Era un marica, porque apenas un hilo de sangre corría por su piel, y hacía como si yo le hubiera abierto la garganta en dos.

Maldije a Kevin de distintas maneras, otra vez. Me di la vuelta, con las manos en alto, pero todavía manteniendo mi sonrisa lasciva en los labios.

-Brenda es la única persona que es capaz de sonreír estando al borde de la muerte -dijo Jake detrás de mí, con un tono burlón en su voz.

-Tú también. Tú sonríes todo el tiempo -le dije-. Aún sabiendo que yo podría aparecer por la noche en tu casa y clavarte una navaja en el pecho.

-Pero no lo hiciste -me dijo, agarrando mi mandíbula con sus manos callosas y su aliento a alcohol rozándome las mejillas. Sus sentidos no estaban sobrios, era una ventaja para mí. Me obligó mirarlo directo hacia los ojos-. No has hecho nada de eso. Has venido como una tonta, demasiado ciega para ver que has caído en una trampa.

-¿Una trampa? -reí en voz alta, necesitaba tiempo, sólo eso-. Tu rostro no decía lo mismo.

Jake apretó la mandíbula. Bien, eso estaba funcionando, pero necesitaba ganar más tiempo.

-Terminarás igual que tu hermanita...

-Yo que tú aparto las sucias manos de ella -resonó una voz detrás de nosotros.

Sonreí, con los ojos cerrados. El pulso de la garganta de Luke saltó, de repente, nervioso. Se oyó un disparo, y Luke cayó de bruces al suelo, gritando del dolor. La sangre caliente comenzó a derramarse fuera de su pierna, mientras se arrastraba lejos en el suelo. La pistola que había sostenido en su mano fue pateada hacia la parte oscura del callejón, lejos del alcance de cualquier persona.

Adam clavó sus ojos en los míos. Bajó sus manos, que sostenían el arma.

Se me heló la sangre, cuando nuestros ojos se encontraron. Cuando lo veía, era como si volviera a revivir aquel momento.


Nunca me hubiera detenido si no hubiera sido por él. Ojalá nunca lo hubiese hecho.


Jake se aferró a mi cuerpo, con la respiración acelerada. De repente, sentí los latidos fuertes de su corazón contra mi espalda. Estaba nervioso, demasiado desesperado, pero no lo quería demostrar. Me rodeó con sus dos brazos por delante de mi pecho, apresando mis muñecas. Estaba inmovilizada. Me obligó a moverme con él, para estar frente a frente contra Jonny.

Él estaba sosteniendo el arma. Sus ojos eran fríos, al igual que la expresión en su rostro. No pude evitar divisar un reflejo de preocupación en el brillo de sus ojos, de repente, cuando me vio apresada contra Jake.

-Si tú haces algo, la mato, lo juro -dijo Jake entre jadeos.

Lo atravesé con la mirada, mientras trataba de mantenerme inerte bajo las fuerzas de Jake. Jonny parpadeó dos veces seguidas. Le sonreí, para que él supiera que había captado su mensaje. Moví mis muñecas, poniendo las palmas hacia adelante. En un fuerte movimiento, me incliné hacia adelante, haciendo fuerza con la cadera. Jake se inclinó conmigo, porque me retenía con fuerzas pero sus brazos se aventaron hacia atrás por la potencia de mis brazos. Me giré rápidamente y lo empujé hacia atrás. Jake retrocedió dos pasos, y recibió un disparo limpio en el brazo izquierdo.

Nunca pude averiguar quién había sido el que había disparado. Pero sospechaba que había sido Jonny, porque él no tenía intenciones de matarlo, no en aquel momento. Tenía asuntos pendientes con él, asuntos que debían resolver.

Nunca deseé tanto en mi vida, que la bala se hubiese desviado, y atravesara su corazón.


El viento había helado mi piel por el sudor. En pocos minutos, echamos a correr como alma que lleva el diablo.


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LIBRO TRES DE LA SAGA ÁMAME. Summer ha estado enamorada de Nikolai desde que tiene memoria, ella siempre ha estado consciente de que nunca pasaría a...