A eso de la una de la madrugada, obligué a Frank a que se fuera de mi habitación. Él insistió en pasar la noche conmigo, pero me negué. Todavía se oía la música en su cuarto, y a esas horas no era muy conveniente. A alguien podía llamarle la atención que estuviera escuchando Guns N' Roses por la noche, y entonces ahí podrían descubrirnos.
Al día siguiente, me desperté pasadas las diez de la mañana. Tuve que recuperar las horas que pasé hablando con Frank en mi habitación. Pero no me arrepentía de haberme acostado tarde. Había valido la pena, ya que recibí muchos besos y caricias tiernas.
―Es muy tarde para estar desayunando.
Levanté la vista. Melina acababa de entrar en la cocina con una sonrisa divertida.
―Nunca es tarde para alimentarse ―le sonreí y seguí comiendo.
Se preparó un café, tomó asiento frente a mí y dejó caer encima de la mesa uno de sus catálogos.
―¿Estuviste leyendo hasta tarde? ―preguntó mientras hojeaba la revista.
La miré y sentí cómo me congelaba momentáneamente en mi sitio. No me inquietaron sus palabras, sino la manera sarcástica en la que formuló la pregunta.
―Más o menos ―logré decir con nerviosismo.
―Imagino que Frank tuvo algo que ver... ―añadió, dándole un pequeño sorbo al café caliente.
Me removí incómoda, intentando buscar alguna justificación. Melina no era estúpida. Detrás de esa persona amable y dócil, había una mujer inteligente y astuta.
Percatándose de mi silencio, apartó el catálogo y me sonrió dulcemente.
―No te preocupes, Alexa, sabes que no diré nada. ―Me miró con complicidad y siguió leyendo.
Estaba segura de que no me mentía. Ella fue la primera que descubrió que Frank y yo estábamos saliendo, y no dijo nada a mis padres. Así que, sinceramente, confiaba en ella. Pero siempre me sorprendía, a veces me preguntaba si tenía alguna especie de superpoder con el que podía leer la mente o algo por estilo.
―¿Cómo has sabido? ―susurré, sintiendo que me ardían las mejillas.
Si no recordaba mal, Melina estaba en la cocina cuando yo me fui a mi habitación.
Cerró la revista y me miró a los ojos, aún con esa sonrisa de tranquilidad.
―Conozco a Frank. De pequeño, cuando le prohibía salir a jugar por no haber terminado los deberes, se encerraba en su habitación, subía el volumen de la televisión y se escapaba por la ventana para ir con sus amigos. ―Se quedó pensativa, recordando el pasado―. Al principio no me di cuenta, hasta que un día lo vi entrar por la ventana como un pequeño ladrón.
Se rio a la vez que negaba con la cabeza. Imaginar a Frank de pequeño actuando con rebeldía hizo que sintiera más simpatía aún por Melina. Por lo que veía, su actitud rebelde le venía de lejos. Dejamos de reír cuando Frank entró en la cocina. Él frunció el ceño, extrañado, mientras se apoyaba en la pared.
El ambiente risueño desapareció en cuanto mi mirada se enfocó en su pecho desnudo. Los músculos de su abdomen se veían cada vez más firmes y notorios. Estaba segura de que hacía abdominales en su habitación para mantenerlos en forma. Me mordí el labio involuntariamente. Sin duda tenía el cuerpo maduro de un chico de veintiún años.
―Frank, debes acostumbrarte a usar una camiseta cuando te despiertas. Helen no tardará en llegar ―lo regañó Melina mientras se ponía de pie.
Oh, oh. ¡Es verdad, la tía Helen nos visitaba hoy! No retuve en mi memoria esa información cuando mi madre me la dio, ya que lo hizo justo al interrumpirnos a Frank y a mí...
Haciendo una mueca, Frank flexionó los brazos detrás de la cabeza para luego estirarse. Y, Dios santo, sus bíceps y sus músculos abdominales se tensaron al momento. No pude apartar la vista cuando el pantalón de franela se le bajó un poco dejándome ver parte de la uve que quedaba cubierta por el elástico del pijama. Los moretones habían desaparecido por completo y ahora su piel se veía tersa y suave.
No me había dado cuenta, pero Melina ya se había ido de la cocina. Tal vez lo había hecho a propósito para dejarnos solos. Ella sabía ser oportuna. Frank dejó salir un suspiro profundo y se incorporó. Sentí su mirada, pero yo aún seguía hipnotizada, apreciando su esfuerzo y la atención que dedicaba a su cuerpo.
―¿Te gusta lo que ves?
Mi vista fue ascendiendo hasta llegar a sus ojos almendrados que me observaban con intensidad, mientras me sonreía arrogante.
―No mucho ―mentí descaradamente. No quería subirle el ego más de lo que ya lo tenía.
Sus cejas oscuras se levantaron con asombro.
―Ah, ¿no?
Me levanté de la silla y cogí el plato.
―No.
Lavé el plato sucio y lo dejé en su lugar.
Me giré y me topé con el cuerpo de Frank. Me observó por unos segundos y luego volvió a sonreír.
―¿Te acuerdas de que un día entraste a mi habitación y yo acababa de salir de la ducha?
¿Cómo olvidar ese día? Mi cara ardía en llamas y fue un milagro que no explotara.
―Sí, solo llevabas una toalla blanca rodeando tu cintura.
―¿Y te acuerdas de que te pusiste nerviosa cuando te dije que podías tocarme los abdominales? ―Su voz ronca fue despertando esas hormonas que siempre me delataban.
―No estaba nerviosa ―repliqué, mirando por encima de su hombro desnudo para evitar seguir mirándole a los ojos.
Sus dedos me cogieron la barbilla y me obligó a mirarle.
―Sí lo estabas, y también lo estás en este momento ―susurró mientras tomaba mi mano.
No dije nada. Él sujetó mi muñeca y llevó mi mano hasta su cuello, para a continuación ir descendiendo hasta que me encontré con sus contorneados abdominales. Pasé saliva lentamente. Eran firmes y duros como me había imaginado. Seguí mi camino y me detuve cuando llegué al elástico del pantalón de pijama.
Su pecho se elevó y lo escuché exhalar. Lo miré y vi que sus ojos se habían oscurecido. Conocía esa mirada, de lujuria y deseo.
―Quiero que seas mía. ―Su voz áspera y sus palabras hicieron que una sensación placentera se instalara en mi estómago.
―Soy tuya ―murmuré, manteniendo la unión de nuestras miradas.
Sonrió con ternura y me acarició la mejilla con suavidad.
―Lo eres, pero quiero pertenecerte físicamente.
Fue entonces cuando me di cuenta de que yo quería lo mismo. Me pertenecía emocionalmente, y el siguiente paso era tenerlo físicamente. Pero todo a su tiempo. Las mejores cosas sucedían cuando no estaban planeadas. Era mejor esperar hasta que se presentara el momento adecuado.
―No quiero presionarte, solo quería que lo supieras ―dijo cuando me quedé en silencio.
Asentí con una sonrisa. Sabía que ansiaba que llegara ese momento, y yo también. Se acercó a mí y sus labios chocaron con los míos con suavidad. El beso no fue hambriento ni feroz, el ritmo de nuestros labios era lento y con pausas. Estábamos disfrutando y saboreando con delicadeza la textura de nuestras bocas. Es increíble cómo una persona puede hacerte sentir única y especial con tan solo un beso.
Justo lo que estábamos haciendo era lo que quería evitar mi padre, pero él y mamá estaban trabajando, así que no había problema. Además, Melina se encargaría de decirles que habíamos cumplido las condiciones acordadas en todo momento.
Lo abracé y él me envolvió con sus brazos con tanta fuerza que pude sentir como los latidos de su corazón palpitaban con rapidez en mi mejilla.
En eso, sonó el timbre y me alejé de él de inmediato.
Mi tía Helen había llegado.
―Ve a ponerte algo decente ―dije al recordar que se estaba semidesnudo.
Se rio y caminó hacia la puerta.
―Lo haré, no quiero que se desmayé al ver mis bíceps ―comentó orgulloso.
―Presumido ―respondí, negando con la cabeza.
―Recuerda, todo esto es tuyo. ―Se señaló a sí mismo y se fue, dejándome con una sonrisa en la cara.
***
La tía Helen estaba mejor que nunca. Su rostro no estaba demacrado ni triste.
La recibimos con los brazos abiertos. Frank, tras ducharse y vestirse, bajó y se presentó como mi novio, lo que fue suficiente para que mi tía me atacara con preguntas y consejos incómodos.
Melina le contó cómo había reaccionado mi padre cuando se enteró de nuestra relación. Obviamente, como buena jueza, Helen se puso de mi lado.
Mi madre y Melina habían logrado que su depresión desapareciera, tal vez no por completo, pero estaba segura de que poco a poco se iría recuperando y me sentía muy feliz por ella.
Nos quedamos en la sala los tres. Ella nos contó cómo estaba consiguiendo combatir la depresión y, la verdad, es que se nos pasó la mañana hablando sobre ello y aprendí bastante. Hay que mantener a la mente ocupada para evitar esas vocecitas malignas que hacen que lo veas todo negro...
A mi lado se encontraba Frank, y su mano descansaba en mi rodilla mientras escuchaba con atención los consejos de la tía Helen. Después de todo, su visita no fue tan abrumadora como esperaba.
Cuando mis padres llegaron, estuvieron hablando un rato con la tía mientras Frank y yo nos instalamos en el sofá para ver la tele. Mi padre se asomaba de vez en cuando para asegurarse de que no estábamos siendo «afectuosos», y yo no podía evitar poner los ojos en blanco cada vez que aparecía. Estaba excesivamente sobreprotector. Pero yo sabía que algún día aceptaría los sentimientos que nos teníamos el uno al otro.
Al cabo de un rato, nos despedimos de la tía Helen, animándola para que siguiera superándose y luego seguimos viendo la tele.
Sonó el timbre. Frank se dispuso a levantarse para abrir, pero me adelanté y fui yo.
Me encontré con un chico muy atractivo en la puerta.
Frank era mucho más guapo, pero no podía negar que este desconocido era muy atractivo.
―¿Puedo ayudarte? ―pregunté al notar su silencio.
Parpadeó y sonrió.
―¿Vive aquí el señor Benjamín Owens?
―Sí, es mi padre ―contesté.
En esto, Frank se puso a mi lado. Lo miré, y vi que observaba con desconfianza al chico de cabello rizado y ojos de color miel.
―¿Quién eres? ―le dijo, frunciendo el ceño.
Aquel joven se sintió intimidado por la mirada asesina de Frank y se volvió hacia mí mostrándome una carta.
―Mi padre es amigo del tuyo y me pidió que le entregara esto.
Tomé el sobre blanco y asentí.
―Existen los correos electrónicos, lo sabes, ¿no? ―dijo Frank en tono de burla.
―Lo sé, pero mi padre se ha quedado un poco anticuado ―se defendió el chico con tranquilidad.
―Deberías enseñarle a usar un ordenador para que no tengas que hacerle este tipo de recados...
―Frank... ―le advertí para que no siguiera.
Me miró con el ceño fruncido y soltó un suspiro frustrado.
―Gracias, yo le entregaré el sobre ―le dije. Luego el chico se despidió de nosotros con una amable sonrisa.
Cuando cerré la puerta, me volví hacia Frank.
―Qué cruel eres, lo has asustado.
―¿Asustarlo? Solo le dije la verdad.
—Y deja esa actuar así cada vez que me encuentro con algún chico.
—Está bien. —Se encogió de hombros y se sentó en sofá.
Negué con la cabeza y fui a entregarle el sobre a mi padre.
Al llegar a la habitación de mis padres, me di cuenta de que estaban discutiendo. No tenía intención de entrometerme, pero escuché mi nombre e imaginé que estaban hablando de mi noviazgo con Frank.
―Ben, Alexa ya no es una niña ―decía mamá―. Sabe diferenciar muy bien lo que está bien y lo que está mal.
―Lo sé, pero es que no quiero que le hagan daño ―la voz de mi padre era tranquila y serena.
En ese momento, respiré hondo y abrí la puerta. Ambos se giraron hacia mí.
―Han traído este sobre para ti ―dije. Le entregué la carta a mi padre y miré a mamá.
Ella me sonrió y se sentó en la cama.
―¿Qué es? ―preguntó, volviendo su atención a mi padre.
―Hugo ha organizado una cena mañana... ¿Quién ha traído el sobre? ―me miró.
―Un chico. Dijo que era su hijo.
―Oh, era Nathan ―nos explicó, y dejó la carta en la mesita.
Asentí y me giré para salir de la habitación. Pero escuché que mi madre carraspeaba y me detuve.
―Ben... ―dijo en tono de advertencia.
―¿Alexa?
Me volví y lo miré.
―¿Sí?
Se quedó mirando el suelo mientras dudaba. Luego levantó la vista y, por la expresión de su rostro, supe que sería algo bueno.
―Tienes mi permiso para salir con Frank.
Abrí los ojos con sorpresa.
¿Había oído bien? Miré a mamá. Ella mantenía una sonrisa de oreja a oreja. No sabía cómo lo había hecho, pero había logrado convencerlo. La sensación de felicidad me inundó, y dando saltitos de alegría, me acerqué a mi padre y lo abracé.
Me correspondió después de unos segundos.
―Gracias, gracias, gracias ―dije, sin despegar mi mejilla de su hombro.
Me dio unas suaves palmaditas en la espalda y se fue alejando lentamente.
―Solo procuren controlarse un poco...
Sonreí y miré a mi madre. Luego la besé y le di las gracias.
No quería ni imaginarme la reacción de Frank.