Déjame hacerte feliz (ACABADA...

By luxaeterna_

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Adam Johnson y Brooke Wells se odian tanto que acaban amándose, pero... ¿será fácil superar los obstáculos, l... More

Déjame hacerte feliz.
I.
II.
III.
IV.
V.
VI.
VII.
VIII.
IX. (Capítulo especial)
X.
XI. (Capítulo especial)
XII.
XIII.
XIV.
XV.
XVI.
XVII.
XVIII.
XIX.
XX.
XXI.
XXII.
XXIII.
XXIV.
XXV.
XXVI.
XXVII.
XXVIII.
XXIX.
XXX.
XXXIV.
XXXVII.
XL. Final.
Agradecimientos.

XXXI.

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By luxaeterna_

*Actualmente*

—Mamá, ¿que pasó después?

Cansada de narrar, me levanto y voy hacia la cocina seguida por mis hijos pequeños, que me persiguen insistentes.

Estar con ellos me hace recordar las tardes en las que mamá nos llevaba a Amy y a mí a la playa en los calurosos meses de verano. Pasábamos todo el día en remojo mientras ella nos preparaba los bocadillos de la merienda y tomaba el sol en su bikini de rayas rojas.

—Pues... llegamos a Londres y estuvimos en casa de los abuelos unas semanas —contesto mientras cojo un vaso y lo lleno de agua.

—¿Volviste a encontrarte con... los ojos del pasado? —pregunta mi niña con los ojos abiertos como platos.

Echo la cabeza hacia atrás y suelto una carcajada que no puedo contener. Desde que me había referido a Adam como "los ojos del pasado", la pequeña Clairy no había dejado de repetirlo una y otra vez, como si realmente su nombre fuera aquel, y es que para ella, así era.

Asiento mientras me bebo todo el vaso de agua de un trago.

—Sí. Volví a encontrarme con él —respondo con una mueca misteriosa en la cara.

Kyle abre la boca sorprendido, sin esperarse aquello.

—¿Y qué pasó? —preguntó intrigado.

Sonrío y dejo el vaso sobre la encimera.

—Venid... —susurro mientras les agarro de la mano y volvemos al salón— Os contaré qué pasó.

*Pasado*

—Cariño, ¿quieres que vayamos al centro comercial? —preguntó mi madre apareciendo en el marco de la puerta.

Desvié la vista de la pantalla del portátil y la miré mientras negaba con la cabeza.

—Me quedo, mamá —contesté—. Pero llama a una amiga y ve, hace un día estupendo y yo tengo que terminar algunas cosas.

—¿Segura? —preguntó dudosa—. Me puedo quedar y ayudarte...

Niego con la cabeza sonriendo y, aunque me cuesta un poco más convencerla de que se vaya, cuando lo consigo ella echa a correr como una adolescente hacia el teléfono.

Ben y Jack se habían ido hacía rato a ver un partido de baloncesto, ambos pareciendo niños con zapatos nuevos.

—Brooke —oí gritar a mi madre desde abajo—, me voy ya. He quedado con Sheil para ir al centro comercial.

—Pásalo muy bien — grité en respuesta, y segundos después oí la puerta de la entrada cerrándose.

No tenía ni idea de quién era Sheil pero bueno. Desde que me había ido de allí, mi madre había llenado su vida de amigos y cosas maravillosas, y yo estaba encantada por ello.

Mis ojos se desvían de nuevo, ahora hacia la ventana.

Últimamente había hecho mucho calor, pero ese día el cielo estaba gris y hacía frío.

Me levanté, me dirigí a mi armario y me vestí con unos pantalones y una camiseta veraniega, la que después tapé con una chaqueta.

Salí a la calle sola por primera vez después de aquella semana allí.

Las calles estaban desiertas.

Quería ir al cementerio a visitar la tumba de papá, pero no pude.

En vez de eso, me descubrí paseando por todos los sitios de mi infancia y mi adolescencia; por la casa de Amy (estaba de vacaciones con Alex en Miami), el instituto... y, por último, la casa de Adam.

No había pasado demasiado tiempo allí cuando éramos novios, pero aún sabía cuál era y la recordaba a la perfección, con total detalle.

Lo que no me esperaba era que él saliera por la puerta en aquel preciso instante.

Llevaba su gorro.

De lana.

Gris.

Y quise echar a correr. O echarme a llorar. O las dos cosas a la vez.

Mis piernas se paralizaron y no me dio tiempo a intentar evitar aquello, cuando giró su cabeza y me vio.

Borró la suave sonrisa que tenía en sus labios y dejó caer sus brazos de golpe sin dejar de mirarme.

*Actualmente*

Clairy y Kyle me miran sin apartar sus ojitos de mí.

—¿Que pasó? —pregunta Kyle.

Iba a responder, pero la pequeña me interrumpió.

—¿Os disteis un besito? —pregunta mi hija poniendo morritos.

Kyle pone cara de asco mientras mira a su hermana y ella se ríe.

Sonreí.

—Pues... — continuo.

*Pasado*

—¿Brooke...? —preguntó dudoso mientras se acerca a mí con paso firme pero lento.

Tenía sus manos a cada lado de su cuerpo y un aire indiferente, como siempre, aunque sabía que por dentro no sentía lo que transmitía por fuera.

Estaba mirándole. Sus ojos. Eran igual de bonitos que hace tres años, solo que un poco más maduros.

No podía apartar la mirada de ellos.

Estaba segura de que había dejado atrás cualquier máscara que en su tiempo hubiera tapado su bonita forma de ser.

—Adam... —asentí lentamente avanzando un poco hacia él.

Sus ojos pasaron de la confusión, a la nostalgia y... a la ira. Una ira tremenda que le hace casi saltar hacia mí.

—¿Por qué demonios te fuiste? —gritó, y el susto me hizo volver atrás de nuevo —No tenías derecho a hacerme aquello. No tenías derecho.

Sus ojos se humedecieron un poco mientras apretaba los puños.

Mi cara de sorpresa se borró y solté una risa irónica.

—¿No tenía derecho? ¿Me estás jodiendo? —pregunté indignada casi gritando— ¿Y tú sí tenías derecho a engañarme? ¿A romperme el corazón de aquella manera? Me hiciste sufrir muchísimo y ahora me dices esto... Eres un mierdas.

Mis palabras salían de mi boca a trompicones casi sin saber lo que estaba diciendo, pero me callé entonces para respirar y recuperar la compostura.

Sus ojos se suavizaron y suspiró. Miró sus pies y luego posó sus ojos sobre mí otra vez, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda y mis manos se relajaran.

Tenía la boca seca y la piel de gallina por la adrenalina del momento.

Una emoción extraña me recorrió el cuerpo desde la cabeza hasta los pies.

—Ven —me pidió teniéndome su mano.

No sé qué fue lo que hizo que alargara la mano y cogiera la suya, pero lo hice casi sin dudarlo.

Y él me arrastró hacia su casa, al calor de un hogar en el que ya había estado años atrás, perdidamente enamorada de aquel chico que ahora me llevaba de nuevo a aquel lugar.

Si no hubiera sabido cómo era realmente, hubiera creído de verdad que era un cabrón que solo quería una moto.

Pero no...

No lo creía. Él era la clase de persona que tiene una explicación para todo, porque aunque por fuera parezca que tiene maldad, por dentro no hay ni un solo resquicio de ella.

Mientras me arrastraba hacia la puerta, inspeccioné los alrededores.

Solo había una moto aparcada, justo en la entrada del garaje.

Era la suya, la de siempre. No había ni rastro de la supuesta moto de la apuesta.

No sabía si sentir alivio por aquello o no sentirlo, pues quizás él no la tenía porque, al fin y al cabo, no se había acostado conmigo.

Sacó sus llaves y me empujó con él hacia el interior.

—¿Adam? ¿Se te ha olvidado alg...? —oí a Diane, la madre de Adam, saliendo de la cocina, y se calló al verme —¿Brooke?

Sonreí débilmente, aún con la mano de Adam en la mía, mientras ella se acercaba a mí y agarraba mi cara cariñosamente entre sus manos.

—Me alegro de verte, cariño —sonrió.

—Lo mismo digo, Diane... —respondí con ternura.

De repente apartó su vista de mí para mirar a su hijo.

—Preséntasela... —le dijo con un tono de voz especial.

Adam asintió y, poniendo su mano en mi espalda con suavidad, nos dirigimos escaleras arriba.

Me pregunté si él lo había pasado igual de mal que yo, si sentía el vacío que yo sentía desde que no estaba conmigo y que no podía llenar con nada.

Me pregunté que sentía en aquel momento al verme después de tanto tiempo.

Me pregunté a dónde me estaba llevando y a quién quería presentarme.

Había visto los ojos del pasado y extrañamente me sentía como en casa.

*Actualmente*

—¿Que te enseñó, mamá?

Sonrío mientras acaricio las manos de mis hijos e intento acordarme exactamente de aquel momento tan maravilloso.

Me recuesto más en el sofá con mis hijos a ambos lados y cierro los ojos, transportándome a aquel instante...

*Pasado*

Llegamos al final del pasillo y ya no hubo contacto de Adam mientras abría la puerta, despacio.

—Hola Bett —dijo Adam dirigiéndose a alguien dentro de la habitación, como si estuviera hablando con la cosa más maravillosa del mundo.

Arqueé mis cejas y me asomé por la puerta.

Había una niña de unos dos o tres años en la habitación, sentada en el suelo jugando. Llevaba un vestido amarillo que le resaltaba el color de sus ojos azules, y dos trencitas caían por su pequeña espalda.

La pequeña nos miró y se levantó rápidamente para abrazar a Adam.

—Esta es Brooke... una vieja amiga —le dijo él cariñosamente mientras me señalaba con la cabeza y sonreía.

Bett se acercó a mí. Tenía una sonrisa preciosa que solo mostraba alegría.

—Hola, pequeña —la saludé mientras me agachaba y rodeaba su cuerpecito con mis brazos.

Esperaba una contestación de su parte, aunque fuera un pequeño balbuceo.

No obtuve nada.

Bett volvió a dirigirse a sus juguetes mientras Adam la miraba apoyado en el marco la de puerta.

Apoyé una mano en su hombro, no entendiendo aquel extraño ambiente que se había asentado entre nosotros.

—Es mi hermana. Se llama Betthany, pero es tan dulce y pequeña que yo la llamo Bett —empezó a hablar suavemente sin cambiar de posición y sin mirarme— Tiene casi tres años. Es muda y le queda poco para ser sorda.

Mi boca cayó al escuchar aquello y mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Matt, su padre y el ex marido de mi madre, se marchó cuando supo que su hija estaba enferma y no podría ni oír ni hablar —siguió contándome con la mandíbula apretada—. No sabemos nada de él, pero mejor así porque si vuelve le partiré la car...

—Detente —susurré interrumpiéndole y acercándome a él.

No me hizo caso.

—Te necesité más de lo que nunca te había necesitado, más de lo que nunca necesité a nadie en mi vida... —confesó bajando su tono de voz—. Fui un capullo. Un gilipollas. Una mierda de persona. Quise ganar una moto y, sin esperarlo si quiera, me acabé enamorando de ti... 

Me apoyé en la pared con los ojos cerrados y me dejé caer poco a poco hasta quedarme sentada allí, guardándome las lágrimas por dentro, intentando respirar.

No sé si esta conversación era lo que había estado esperando tanto tiempo.

—Fue mi culpa... Por mi culpa no estabas cuando necesitaba que estuvieras.

Sus lágrimas caían por sus mejillas y él seguía mirando a Bett, ajena a todo aquello.

—Por mi culpa... —siguió lamentándose—. Quise detener aquella apuesta, aquel juego estúpido... No sabía que podía perder al amor de mi vida.

Levanté la cabeza para mirarle, y esa vez si recibí respuesta; me miró con los ojos rojos y cargados de emociones y casi me atraganté con todo aquello. Agarré su mano y la acaricié, mientras él se sentaba justo enfrente de mí, apoyado en la otra pared.

Me miraba. No dejaba de hacerlo. 

Quería grabarme aquellos ojos en mi cabeza.

—Te quiero —dijo sonriendo mientras lloraba—. He intentado no hacerlo. Durante tres años. He intentado olvidarte, darte por lo menos eso, la seguridad de que no tendrías que volver a sufrir por mí, de que no te buscaría, de que no te diría nada de todo lo que te estoy diciendo ahora. Pero no he podido. No puedo, y te quiero. Lo siento.

Allí lo tenía. 

Aquel dolor de nivel 10 en el corazón mientras me levantaba y me dirigía hacia él lentamente, entre tanto en mi interior pinchaban 100 cuchillos y otros 100 nudos se deshacían poco a poco dejándome respirar.

En ese momento me pregunté si sus pesadillas seguían acechándole por las noches y, de ser así, si alguna persona había conseguido alejarlas de la forma en que yo lo hacía.

—Me alegro de que no lo hayas conseguido —susurré cuando me coloqué justo en frente de él, más cerca que antes—. Lo siento.

Abrió sus brazos y me enterré allí, entre ellos, mientras él se aferraba a mí como un naufrago a un trozo de madera en mitad del mar.

Lo siento.

—¿Por qué lo sientes? —preguntó confundido.

Le miré mientras me apoyaba en su brazo.

—Estoy con alguien... —titubeé no queriendo que fuera verdad.

Su cara cambió y se apartó de mí, poniéndose en pie.

Sus ojos heridos me miraban.

—¿Está aquí? ¿En Londres?

Asentí lentamente mientras me ponía de pie y él se daba la vuelta y hacía ademán de echar a correr.

Le agarré de la mano y lo mantuve quieto.

—No voy a hacerle nada —dijo tranquilo—, solo quiero ver quién es el que ha sido capaz de hacer que me olvides, porque yo no he conseguido hacerlo.

—No le quiero. —contesté rápidamente.

Su cara cambia de nuevo y me parece uno de esos muñecos al que le puedes cambiar las caras.

Me gustaría que solo tuviera caras alegres.

—¿Qué...?

Cojo aire y lleno mis pulmones.

—He intentado olvidarte... —empecé— Pero no puedo. Tenía la esperanza de volver, mirarte a los ojos y no sentir nada. Tenía la esperanza de poder rehacer mi vida con otra persona y ser feliz sin ti. Pero no puedo.

Sus manos agarran mi mano como si fuera un tesoro, como hacía siempre, y entonces clava sus ojos en los míos.

Intensidad. Notaba la intensidad corriendo por sus pupilas como un rayo.

—Dímelo —susurró torturado—. Dime que aún sientes algo por mí. Aunque sea solo un poco. Dime que todavía puedo recuperarte. 

Cerré los ojos fuertemente mientras sus palabras se terminaban de colar por mis oídos.

—Dime algo —pidió suplicante, casi sin poder más con la situación.

—No solo siento algo... —contesté— Siento mucho.

Le oí suspirar de alivio y noté sus labios sobre los míos de golpe. Rápidos, veloces, acelerados...

Y de repente más lentos. Como si estuviera aprendiéndose de memoria los tramos de mis labios, cada pequeña grieta.

Tres años.

Llevaba tres años echando de menos aquel tacto, aquella chispa que se movía de fuera hacia dentro como una serpiente.

Se apartó de mí lentamente y me dio un último beso en la frente.

Miró sobre su hombro y sonrió.

Me dí la vuelta.

Bett estaba de pie en la puerta, sonriendo con su pequeña sonrisa especial, diciéndolo todo con los ojos.

Decía que aquello era justamente lo que debía de pasar.

Aún así sentí un dolor en el pecho que me decía 'vas a hacer daño a alguien'.

Porque sí... mi felicidad costaba el dolor de otra persona.

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