Vendiendo el amor © ✓ [Vended...

By gabywritesbooks

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Una competencia, doce pasantes. ¿Reglas? No ligar con los fijos. ¿En quién debes confiar? Ni siquiera en tus... More

Sinopsis + Nota de autor
01: Hijos de puta con suerte
02: Poniéndole rostro
03: ¿Quién llamaría a su hijo Hannibal Lecter?
04: Desvestirnos de tensiones
05: Compañeros de piso
06: Miro lo que me gusta y voy por ello
07: Que gane el mejor
08: Eres una mujer inolvidable, Wright
09: Podemos ser aliados
10: Seré tu enfermera sexy, bombón
11: No caigas en el pecado, Maggie
12: Aférrate al plan
13: Adiós, mi príncipe oscuro
14: Sé controlar mis hormonas
15: Dos más dos son cuatro
16: Bienvenida a la sala de juegos
17: Estamos en la misma sintonía
18: Tus cálculos no son correctos
19: Una oferta que no podrás rechazar
20: Nada personal
21: Si no cazas, te cazan
22: Caos
23: Devolviéndote el favor
24: Ilústrame por favor
25: Tus deseos son mis órdenes
26. Si yo caigo, tú caes conmigo
27: Una noche para recordar, parte I
27: Una noche para recordar, parte II
28: Asumir las consecuencias
29: Lo intenté, pero jamás podré quererte
30: Bienvenido a la familia, Nick
31: Completamente tuyo
32: El amor no es suficiente
33: Una relación casual
34: Año nuevo, vida nueva, parte I
34: Año nuevo, vida nueva, parte II
35: El bueno, el malo y la villana
36: Un mundo de gigantes
37: Odio tener que necesitarte
38: Prisionera del beso que nunca debiste darme
39: También soy humano
40: No soltaré tu mano
41: Una preciosa locura que no comprendo
42: ¿Estamos listos para quitarnos las máscaras?
Capítulo extra [Tom]
43: Hice lo que tenía que hacer
44: ¿Quién dijo que yo soy la chica buena de esta historia?
45: Tu deseo se hizo realidad
Capítulo extra [Brianna]
46: Tú me sucediste
47: Y el resultado es...
49: Tú eres el universo
50: Algo de amor nacerá entre nosotros
51: Siempre serás mi Robin Scherbatsky
52: Por nosotros
Epílogo

48: Empezar desde cero

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By gabywritesbooks

*Dedicado a hadakey por cumplir con el rol de pitonisa y acertar con su predicción sobre lo que ocurriría con los resultados de las pasantías y lo que Maggie haría. 

Capítulo 48 | Empezar desde cero

Me revolví entre las sábanas sin querer encarar aquella mañana.

Era el tercer día que me negaba a enfrentar el verdadero motivo por cual había viajado hasta acá. Cuando salí de mi departamento, lo hice para venir al único lugar que mi corazón me exigió, que era, por supuesto, la casa de mi papá.

Era extraño y desolador. Abrí la puerta con mis llaves viejas y sentí el abandono entre aquellas paredes, el olor a humedad y polvo, y la falta de colores ante la presencia del viejo Clint.

Me propuse visitarlo en mi primera tarde en Roanoke, pero no fui capaz. Le pedí al Uber que se devolviera y me dejara en el centro de aquella pequeña ciudad —que comparada con Nueva York no era más que un pueblo—, y me senté en un café durante horas, sin ordenar nada más que limonadas.

Muchas cosas habían cambiado desde la última vez que había visto a mi papá. Podría decir que mi vida en ese entonces era mucho más sencilla de lo que era ahora —a pesar de que en ese momento yo pensaba que me ahogaba entre problemas—. Pero quizás era una costumbre de humanos pensar que el pasado siempre fue mejor, o al menos más sencillo.

La última vez que vi a mi papá tenía esperanzas de continuar en mis pasantías. Nate y yo estábamos en Florida juntos, aun descifrando qué era lo que teníamos. Tom y yo no éramos más que amigos con planes un poco infantiles para poder quedarnos en LB&T. Yo era otra Maggie, una que, a pesar de haber recibido golpes duros en el pasado, no estaba tan rota como la Maggie actual.

Con un nudo en mi pecho que me dificultaba respirar, decidí que no podía seguir postergando lo impostergable. Me arreglé y pedí un Uber para dirigirme al cementerio, sin ninguna nueva excusa. Porque el dolor jamás podía ser una excusa para hacer lo correcto.

Mi mirada se perdió entre el paisaje detrás de la ventanilla del coche. Me había acostumbrado a la selva de concreto que representaba Manhattan, y ahora esta inmensidad de árboles, casas de madera y peatones inexistentes —porque todo el mundo se trasladaba en carro—, me resultaba tan minúscula y hasta desconocida. Este pueblo que había sido mi hogar una vez, ahora lo veía tan extraño. Me sentía como una forastera.

Quizás los hogares eran siempre cambiantes. Quizás el único hogar que importaba no estaba en una casa o una ciudad, sino en el propio corazón. De ser así, ¿cuál era mi hogar ahora?

Alisé mi vestido con las manos tras bajarme del taxi y pagarle al amable chico que respetó mi silencio y me dejó hundirme en mis propios pensamientos y reflexiones. Esa mañana había decidido colocarme uno de los vestidos que mi papá me regaló cuando aún vivíamos con él —y sorprendentemente aún me quedaba—, que era bastante casual, floreado e ideal para finales de primavera.

Sentí mi móvil vibrar en mi cartera y maldije por dentro al no haberlo apagado antes, de todas maneras lo ignoré. Supuse que era un mensaje de Audrey o de Brianna, con quienes había hablado bastante en el último par de días.

Mis pies se arrastraban con desgano mientras me preguntaba por enésima vez qué se suponía que haría cuando llegara al lugar donde habíamos enterrado a papá. ¿Debía hablarle a la lápida como hacían las demás personas? Jamás había hecho aquello, y sabía que con solo intentarlo se me rompería el corazón. No por hablar, sino porque sabía que él no me respondería.

Pero supongo que existe una parte de nuestras vidas que está dedicada a adaptarse a la ausencia de algunas personas. De amigos, de familiares, de amores. Cada partida punzaba —unas más que otras—, y adaptarse a la falta de alguien corroía hasta el alma. Pero era parte del proceso de vivir.

Me detuve en seco cuando visualicé lápida con el nombre de Clint Wright grabada, a un par de metros de mí. Había otra persona sentada a su lado, parecía incluso estarle hablando.

Mi corazón se detuvo cuando le reconocí.

¿Estaba alucinando? Aquello tenía que ser un sueño. O una pesadilla más bien.

Me abracé a mí misma por un par de segundos, debatiéndome entre acercarme o salir corriendo. Pero no hizo falta que yo tomara la decisión porque esa persona, como si hubiese sentido el peso de mi mirada en su espalda, se volteó hasta que sus ojos verdosos se encontraron vertiginosamente conmigo.

Ambos palidecimos.

Él por haber sido descubierto, y yo por descubrirlo in fraganti junto a la tumba de mi papá.

—Maggie —pronunció, levantándose con agilidad, dejando sus pertenencias en la grama.

Sentí mi garganta secarse, mi corazón estremecerse y un conjunto de sentimientos indomables y poco placenteros absorberme.

—¿Joe?

Mis ojos todavía no lo podían creer. Pero allí estaba. Con una franela negra adherida a su figura, con su cabello castaño oscuro peinado hacia arriba como siempre le había gustado, con su barbilla semi poblada debido a un posible descuido, con su tierno lunar en la sien, con sus ojos aceituna y rayados aclarándose un tono a la vez debido al sol.

—¿Qué haces aquí? —preguntó incrédulo. Leí en su mirada que no sabía si acercarse a mí, quedarse quieto o sentarse en la grama de nuevo. Yo tampoco tenía mucha idea de qué hacer.

—Eso es lo que yo debería preguntarte a ti. —Lo señalé con mi dedo índice mientras me llevaba otra mano a mi cintura—. ¿Qué haces precisamente tú aquí?

Joe suspiró y se encogió de hombros.

—Todos los meses visito a tu papá. Cuando estaba vivo me pasaba un fin de semana al mes con él, y ahora... también le hago un poco de compañía.

Lo miré suspicaz y ceñuda, sin creer del todo su versión. No obstante, él no tenía razones para mentirme al respecto.

Cuando Joe y yo estábamos juntos, él y mi padre se volvieron muy unidos. De hecho, organizaban muchas actividades juntos a las cuales ni siquiera me invitaban. Sabía que el motivo de Joe radicaba en que él nunca conoció a su padre, y vio al mío como esa figura paterna que deseó y necesitó por mucho tiempo.

En ese momento recordé la noche después de que él falleciera en aquel hospital, cuando mi madre, Lola y yo vimos algunas fotos que papá conservaba en casa. Tenía muchas fotos suyas con Joe que parecían recientes, lo cual significaba que Joe sí lo visitaba con frecuencia, aun después de que termináramos nuestra relación.

Corrección: de que me humillara en el altar.

No pude evitar cruzarme de brazos y demostrar mi molestia en cada una de mis facciones.

—No entiendo cómo mi padre pudo seguir tratándote aun después de lo que me hiciste —puntualicé sin ningún tipo de sutilidad en mi tono de voz.

—Mi relación con Clint era independiente a la que tú y yo tuvimos.

Resoplé y me acerqué a la tumba ignorando su presencia deliberadamente. Si de por sí era suficientemente difícil acudir a ver a mi padre en esta situación por primera vez desde su entierro, era el doble de complicado hacerlo tras encontrarme con uno de los principales causantes de mis desgracias allí.

—Deberías irte. Quisiera estar sola con mi papá —dije haciendo énfasis en el adjetivo posesivo, recordándole que Clint era un tesoro mío y que no lo compartiría con él. Que sus momentos juntos en el pasado debían quedarse como mi padre: enterrados.

—Estás en tu derecho. —Se limitó a decir.

Me sorprendió un poco que cediera tan fácilmente, pero no le estaba exigiendo una locura. Solo que se alejara de mi campo de visión y que me dejara varios minutos con mi padre. Quise pedirle también que no regresara a verlo porque me indignaba que él tuviese contacto con mi familia, pero de nada serviría a estas alturas. Además, estaba segura de que mi padre, dondequiera que estuviese, agradecía las visitas de Joe.

De reojo lo vi recoger un par de bolsas plásticas y me llamó la atención cuando descubrí lo que eran.

—¿Subway? —inquirí enarcando una ceja.

Levantó una pequeña sonrisa sin mirarme.

—Él y yo siempre comíamos en Subway. Yo ordenaba mi favorito, el sándwich de-

—Atún —terminé por él.

—Aún lo recuerdas. —Soltó una risa corta, baja y casi tímida, muy impropia de él—. Y él siempre pedía su preferido que era el de-

—Teriyaki, por supuesto.

Joe asintió.

—Desde que murió, vengo todos los meses con dos sándwiches. Me gusta comerme el mío mientras le hablo, y dejo el suyo junto a las flores.

—¿Estás consciente que no se lo va a comer, no? —le pregunté al resultarme tan extraño enterarme de que Joe le dejaba sándwiches a mi padre en su tumba.

Él rodó los ojos y negó con la cabeza.

—Es simbólico, Maggie. Es como dejarle flores. Nunca las verá, pero son las maneras que tenemos de honrarlos un poco. —Era una respuesta tan obvia que involuntariamente ambos sonreímos. Luego de un par de segundos, Joe se aclaró la garganta—. En fin, te dejaré sola con él. Yo regresaré cuando te hayas marchado.

Con un ligero asentimiento le indiqué que estaba bien. Era extraño no estarle reclamando por todas las cosas que me había hecho, pero en aquel momento no era mi prioridad, tampoco el lugar indicado.

Me limité a abrazarme a mí misma y cuando escuché sus pasos alejarse detrás de mí. Sentí mi pecho destrancarse de a poco, lo cual solo empeoró todo porque a través de mi cuerpo comenzó a fluir la marea de sentimientos que estaba intentando reprimir durante días.

No solo por mi fracaso laboral e incluso amoroso sino porque allí, frente a una lápida con el nombre de mi padre, me di cuenta que tampoco había sido la hija ejemplar que él hubiese deseado. Cuando me fui con mi madre y Lola a Florida, no fue constante la comunicación que mantuve con él. Y cuando me mudé a Nueva York, el contacto con todos ellos fue escaso y esporádico.

Los seres humanos tenemos el egocentrismo desaforado en nuestro código genético. Así que cuando crecemos y salimos del nido de nuestros padres, nos concentramos tanto en nosotros mismos, en nuestros logros y metas, que nos olvidamos de planificar con ellos las fiestas, de hacerles llamadas diarias, de hacerles saber que estamos bien en un mundo tan despiadado, y de confirmar que ellos también lo están. Lo mismo ocurre con nuestras amistades y otras personas que se cruzan en nuestras vidas.

Es solo cuando somos conscientes de que ya no volverán, que nos damos cuenta de que pudimos haber sido mejor. Que pudimos haber dado más. Que quisimos dar más, pero siempre hubo obstáculos en el camino. Obstáculos que se transforman en excusas. Excusas que se las lleva el viento, porque lo único que nos queda de los demás son las acciones.

Y así sucesivamente todos continuamos haciéndonos daño con el ciclo del olvido.

—¿Quieres que te cuente algo para que te deleites? —La voz de Joe me sobresaltó dado que pensaba que se encontraba lejos.

Con el dorso de mi mano, limpié un par de lágrimas rebeldes que se atrevieron a correr por mis mejillas, y aclaré mi garganta antes de voltear a verlo.

—Pensé que me dejarías sola. —Lo encaré sin mucha simpatía. Él se mantenía sereno, con las manos y las bolsas detrás de su espalda.

—Y yo pensé que necesitabas escuchar algo antes de irme.

—¿Algo como qué? —Enarqué una ceja, recelosa.

—Después de lo que sucedió, ya sabes, el día de nuestra boda —comenzó con incomodidad—, las cosas con Clint cambiaron un poco. De hecho, no pude volver al trabajo en días debido al ojo morado que tu padre me dejó.

Fruncí el ceño. Mi papá nunca me contó que había golpeado a Joe después de nuestra boda. Pero quizás eso formaba parte de los «asuntos entre hombres» que él siempre mantenía en secreto.

Joe tenía razón, imaginarlo sí me causó un poco de deleite. Por lo menos alguien le dio su merecido.

—Hace unos minutos me dijiste que no sabías cómo Clint y yo mantuvimos una relación aun después de lo que sucedió. La verdad es que él y yo tuvimos nuestro quiebre porque para él, no había personas más importantes en el mundo que Lola y tú.

—¿Cómo hiciste para que te perdonara?

—Ni yo mismo lo sé. Pero así era él.

Suspiré y asentí, ahora mirando fijamente su lápida.

—Así era él —repetí.

Nos quedamos en silencio durante segundos. No sentí el mismo resentimiento que solía apoderarse de mí cuando estaba cerca de Joe. Creo que simplemente estaba cansada de todo, de todos. Ya ni siquiera tenía espacio en mi interior para más emociones.

Mis ojos viajaron a sus manos y fruncí los labios.

—Joe —llamé, y volteó a verme sin expresar sentimiento alguno en su mirada, lucía tan perdido como yo. Señalé las bolsas que aún conservaba—. ¿Vas a comerte uno de los sándwiches? Quiero decir, me hiciste mucho daño en el pasado, lo mínimo que puedes hacer ahora en regalarme uno de esos.

Comenzó a reírse al no haber esperado mi comentario, y sin más, se sentó en el mismo sitio donde lo había encontrado. Me resigné ante la situación. Me senté cerca de él —no demasiado— y recogí mi cabello en una coleta alta. El calor se hacía cada vez más potente. Y pensar que todavía no llegábamos al verano.

—Te daré el de pollo teriyaki, pero tienes que dejarle el último pedazo a tu papá allí, junto a las flores. —Señaló el pequeño ramo que se notaba que él había dejado recientemente.

—Cállate y aliméntame —ordené con cierto grado de jocosidad, como hacía en los viejos tiempos. Él apretó los labios para no sonreír de manera evidente.

—Tu apetito es el mismo de siempre.

—Ha empeorado con el tiempo —confesé.

Disimulando una sonrisa, Joe me entregó uno de los sándwiches. Comenzamos a comer con un poco de incomodidad, cada uno sin saber qué decirle al otro y dándonos cuenta que era un lugar un poco espeluznante para un reencuentro entre dos ex: un cementerio.

A estas alturas, nada de mi vida me sorprendía demasiado.

Yo, Maggie Wright, podía ser muchas cosas, y una de ellas era: imprudente, curiosa y entrometida. Por ello, rompí el silencio con la peor pregunta de todas:

—¿Dónde está Vivian?

—La dejé en el hotel —respondió con simpleza.

Agradecí mentalmente que esa mujer no hubiese venido a ver a mi padre también. Le guardaba un rencor especial a Joe por su humillación en nuestra boda, pero no se comparaba a todo el desprecio que me generaba Vivian, quien había sido mi mejor amiga, estudiado conmigo, dormido en casa, conocido a mi familia, y sido mi confidente. A ella le contaba todo lo que sucedía con Joe. Lo que yo no sabía era que ella salía con él a mis espaldas.

Sí, él había sido un descarado y todo un asno. Pero Vivian había sido una desalmada, una vergüenza de persona. No tanto por haberse acostado con él, sino por haberlo permitido durante dos años y aceptar que él me humillara en el altar de una forma tan bochornosa.

—¿Eres feliz? —No pude evitar indagar con un alto grado de inseguridad.

Di que no. Di que no. Di que no.

A decir verdad, mis sentimientos por Joe estaban completamente aplacados. Ya no estaba enamorada de él y no volvería a su lado jamás. Pero no podía evitar desear que él fuese infeliz con Vivian.

Me miró vacilante, no obstante, respondió con serenidad.

—Tenemos nuestros altos y bajos, pero sí. Vivian y yo somos felices, Maggie.

Volví a concentrarme en mi comida, fingiendo que mi dignidad seguía intacta tras esa respuesta. El problema era que Joe me conocía muy bien.

—No era la respuesta que querías escuchar.

—Felicidades, señor obviedad —repliqué con sarcasmo—. Tus hipótesis son siempre impresionantes.

—Pensé que tú estabas feliz también. La última vez que nos vimos parecías estar con alguien.

Recordé que Joe había intentado entrar a la recepción de la boda de Lola y terminó con un golpe en el rostro por parte de Nate. En ese entonces, efectivamente, Nate y yo «andábamos en algo».

—Digamos que las cosas no salieron como esperaba.

Él enarcó una ceja y tras darle una mordida a su sándwich, me pidió que le contara.

No sabía si debía hacerlo. Pero al final me valió todo.

Estaba en un cementerio, frente a la tumba de mi padre, comiendo un sándwich de pollo con el ex que me había humillado en el altar y se había fugado con mi mejor amiga.

Así que me descargué.

Le conté todo. Le conté sobre las pasantías, sobre mis amigos, sobre Brianna, Oliver, Tom y Nate. Incluso las partes que incluían a Mark. Le expliqué todas las conspiraciones, todas las jugadas. Le confesé cómo me sentía hacia Tom y hacia Nathaniel, y cómo había escogido mal. Me extendí durante varios minutos y Joe simplemente me escuchó, como solía hacer cuando estábamos juntos.

Por primera vez desde que terminamos... me sentía natural a su lado. Espontánea.

—Él no me cayó bien desde el primer instante —dijo refiriéndose a Nate—, y no por el hecho de que me haya golpeado. En realidad, solté aquel comentario sobre ti porque hubo algo de él que desprecié apenas lo vi. No me gustó que estuviese contigo. No me gustó su forma de mirarte.

Ladeé la cabeza con mis cejas hundidas en un pequeño ceño, demostrando mi confusión.

—No estaba celoso, si es lo que estás pensando —continuó—. Pero los hombres sabemos identificar las intenciones de otros hombres con relación a las mujeres con solo mirarlos. Así que no me sorprende que te haya hecho daño.

—¿Por qué todo el mundo siempre vio venir este meteorito en mi vida excepto yo? —pregunté más para mí misma.

—Porque en el fondo, aunque quieras pretender ser ruda, siempre estás esperando lo mejor de los demás. Te detienes por el mundo, cuando el mundo no se detiene por ti.

Joe pronunció tales palabras con tanta simpleza y naturalidad —ni siquiera me miró al responder—, que me dejó un poco estupefacta, especialmente porque a lo mejor él tenía razón.

Suspiré y no me quedó de otra más que reírme de mis desgracias.

—Quizás mi destino no es ser feliz —dije.

—Tampoco seas melodramática —bufó—. No excuses tu infelicidad diciendo que es culpa de los demás. Existen dos tipos de personas: los que culpan al universo de sus problemas, y los que los asumen para poderlos resolver. Y tú, Maggie, jamás fuiste del primer tipo. No mientras estabas conmigo.

—Es muy fácil para ti decirlo. Especialmente cuando tú fuiste uno de los que me hizo un daño que aún no reparo del todo —acusé.

Joe apretó la mandíbula, guardó las sobras de su sándwich en la bolsa, la cual dejó a un lado. Sus ojos verdes se oscurecieron un tono, y su mirada se tornó más seria de lo que esperé.

—Lo siento, ¿de acuerdo? No debí haberte hecho lo que te hice, Maggie. He pasado mucho tiempo con ese remordimiento. No me arrepiento de haber terminado nuestra relación, sino de la manera en la que lo hice, porque no lo merecías, tampoco tu familia. De verdad, lo siento. Y siento mucho más haber esperado tanto tiempo para decírtelo. Pero no puedes arremeter contra el mundo y contra ti misma por un daño que te hice. Culparme a mí por tus problemas después de casi dos años, es engañarte.

Me quedé boquiabierta ante sus palabras.

—No hables de mi vida como si entendieras por todas las cosas que me ha tocado pasar. —Fueron las únicas palabras que logré pronunciar para defenderme.

Él negó con la cabeza.

—En este momento me recuerdas mucho a mí, Maggie. A la persona que solía ser.

—¿A qué te refieres?

—Vivimos del engaño, de enseñarle a los demás una versión nuestra que quizás ni siquiera nos convence a nosotros mismos. Tú me conociste en mi peor época, Maggie, la época de las fiestas, del sexo indiscriminado y hasta de las drogas. Tú me amaste así, y en ti vi ese refugio que en mi casa no tuve debido a una madre que trabajaba día y noche, y un padre inexistente. Siempre fui infeliz, pero tenía que venderle a los demás que todo estaba bien dentro de mí, que no era un objeto roto. Porque a veces creemos que, si demostramos que somos felices, de alguna manera llegaremos a serlo.

Bajé la mirada y me concentré en mis manos inquietas, entendiendo perfectamente a lo que se refería. Él continuó:

—Te he dicho que me recuerdas a mí porque a mi modo de ver, parte de tu vida actual está basada en ese engaño, en una vida falsa, donde pretendes que estás bien, donde ocultas de dónde vienes y todo lo que te forjó como la persona fuerte que eres. Siempre has sido perfeccionista, y sabes que lo que yo te hice, e incluso, lo que tu padre hizo siendo alcohólico, son manchas para esa vida perfecta que quisiste comparar con la de tu nuevo círculo en Nueva York. ¿Cómo esperabas que ese tal Nate te quisiera cuando ni tú misma te aceptas?

Cada una de sus palabras se sentían como cuchillas destripándome desde adentro, y no pude hacer otra cosa más que callar porque en el fondo sabía que él había acertado

Había llegado a Nueva York con la intención de un comienzo limpio. Quise borrar todo lo que había dejado detrás de mí y hacer de cuenta que esos años de mi vida habían sido inexistentes.

Pero no era así.

Mi promiscuidad me hizo guardar una mala reputación con mis compañeros de la universidad, al menos hasta conocer a Joe. Pero fue este quien me rechazó en el altar, dejando pruebas audiovisuales de ello. Durante mi época de estudiante mentí sobre mi padre por vergüenza de admitir que era alcohólico —con los años superé eso—, y mi mayor meta profesional a los veinticuatro años había sido ser pasante en una empresa.

Todas esas cosas las oculté mientras viví en Nueva York, hasta que poco a poco la olla fue destapándose.

—Habré cometido mis errores, pero he aprendido a aceptarme a mí misma.

—¿Entonces por qué no puedes estar sola?

Levanté la mirada para encontrarme con la suya sobria y circunspecta.

—¿Qué quieres decir? —pregunté.

—Me acabas de contar todo lo de tu jefe, tu compañero de piso, y el imbécil que me golpeó en la boda de Lola —respondió refiriéndose a Mark, a Tom y a Nate respectivamente—. ¿Estás enamorada de alguno de ellos?

Abrí la boca para responder, pero no hallé las palabras.

¿Lo estaba?

—El simple hecho de que lo estés considerando y analizando —continuó—, me hace pensar que enamorada no estás. Pero tampoco sabes disfrutar de tu soledad.

—¡Sí sé estar sola! —exclamé con mis ojos cristalizados. Estaba comenzando a ponerme a la defensiva. Las palabras de Joe dolían—. Después de que dejé Florida pasé algunos meses sola antes de comenzar las pasantías. No salí con nadie.

—No hablo de soltería, Maggie, sino de soledad. Nunca has sabido estar sola, es como si dependieras de otros para sentirte bien, cuando la única compañía que necesitas es la tuya. La presencia de otros debe complementar tu felicidad, no ser la base de ello.

Sentí un grueso nudo en mi garganta y un sinsabor recorrer desde mi cuerpo hasta llegar a mi alma. Mordí mi labio inferior y continué jugando con mis dedos para drenar un poco la presión que estaba sintiendo en aquella conversación. Me afligía darme cuenta que todo lo que él me estaba diciendo era posiblemente correcto.

Y me desagradaba darme cuenta que era Joe la persona que me estaba dando una lección sobre amor propio, dignidad, autoestima y madurez.

—Suponiendo que tengas razón... —mencioné sin atreverme a reconocer que sus palabras eran acertadas— ¿Cómo puedo cambiarlo?

Él sonrió y luego miró su reloj.

—Son cien dólares por la hora de psicoanálisis, y cien más si quieres que comencemos con el tratamiento de tus problemas —bromeó, haciéndome reír a duras penas, y liberando mi tensión por unos segundos.

—¿Sabes? —Le sonreí de vuelta— No dejo de odiarte por lo que me hiciste, pero confesaré algo por única vez y lo negaré si lo repites: extrañaba conversar contigo sobre cosas importantes.

—¿Nosotros hablamos de cosas importantes? Me haces sentir inteligente.

—No dejes que se te suba a la cabeza.

Joe se dejó caer con su cuerpo apoyado en los antebrazos. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para que el sol le apuntara directamente en el rostro. Lo contemplé durante todo ese rato, sintiéndome feliz al darme cuenta de algo: finalmente no me afectaba.

Mi corazón no latía enamorado por él. Y aunque aún quedaban vestigios de esa molestia tras sucedido en nuestra boda, no sentía la necesidad de llorar al verlo, o proferir mi odio a través de expresiones hirientes.

El tiempo me había ayudado a curar. También me ayudaron las experiencias con otras personas. E incluso, Joe mismo, al tratarme como una persona conocida y cercana, y no como la ex novia que había lastimado.

Algunos dolores sí sanaban, algunos rencores sí pasaban, algunos amores si se diluían. Tomaba tiempo, lágrimas y desesperanza, pero la sensación de haber superado algo tan intenso era placentera.

—De acuerdo —habló con más ánimo cuando se incorporó—. Lo siento, estaba en mi proceso de fotosíntesis —bromeó de nuevo—. Volviendo a nuestra conversación, no tengo mucha idea de cómo puedes mejorarlo, Maggie. Un buen paso sería dejar lo sucedido con tu jefe, tu compañero de piso y el tío que me golpeó de un lado. Tienes la ventaja de que puedes comenzar desde cero, sin verlos de nuevo.

—Es irónico que me aconsejes quedarme sola cuando tú nunca lo has estado.

—Quizás, pero yo no requiero la compañía de Vivian para sentirme completo. Yo no la necesito, yo la prefiero. Son cosas muy distintas.

Mordí el interior de mis mejillas analizando sus palabras. Tras verme tan pensativa, Joe me dio un toque en el hombro.

—Entonces, ¿qué quieres hacer?

Suspiré.

—Empezar desde cero. —Sonreí.

Él asintió y correspondió mi sonrisa.

—Si me permites un consejo, Maggie, creo que deberías pasar por Boston antes de regresar a Nueva York. Si es cierto que el chico que vivía contigo hizo tanto por ti, deberías visitarlo. Has debido hacerlo desde un principio.

Ladeé la cabeza sin comprenderlo.

—Pero me acabas de decir que-

—Te aconsejé que no te involucraras románticamente con alguien. Pero si él es tu amigo y lo dejó todo por ti, lo mínimo que merece es un gracias, y no precisamente por teléfono.

—No puedo hacerlo.

Sus cejas se hundieron formando un pequeño ceño que, además, mostró algunas mínimas arrugas en su frente. Me permití explicarme:

—Es probable que no esté enamorada ni de Tom, ni de Nate, ni de nadie en este momento. Eso no quiere decir que no me sienta vulnerable cuando estoy cerca de él. De hecho, tengo miedo de cómo pueda reaccionar si vuelvo a verlo.

Joe estudió mi rostro por unos segundos y luego se puso de pie.

—Como quieras. Yo simplemente estoy compartiendo mi amplia sabiduría repentina contigo. —Sonrió—. Ahora, te dejaré unos minutos sola con tu papá.

Le agradecí un poco extrañada ante sus cambios repentinos, y definitivamente ante la madurez que ahora profesaba. Sin duda él también había cambiado bastante en los últimos tiempos.

Cuando me cercioré de que ya no estaba cerca de mí, me quedé mirando el nombre grabado de mi padre en aquella lápida de mármol, sintiéndome una vez más, vacía y confundida. Cuestioné todas mis actitudes durante los últimos años, y analizando las palabras de Joe, me molestó que él tuviese razón sobre mí.

Pero quizás a veces requería que la persona menos esperada te dijera «detente, vas por mal camino» para que pudieras reaccionar.

¿Tú qué hubieras hecho, papá? Pregunté en mi cabeza.

Retiro la pregunta.

Olvidaba que mi padre no había sido el bastión de las mejores decisiones de vida, precisamente. De todas maneras, sonreí al recordar esa típica expresión de orgullo cuando estaba conmigo y con Lola, sus palabras de aliento cuando me sentía mal, sus llamadas inesperadas pero siempre pertinentes. Me pregunté cómo había él superado el amor que sintió por mamá, o cómo se conformó con vivir solo durante tantos años.

«No hablo de soltería, Maggie, sino de soledad» me había dicho Joe.

Allí lo entendí.

Mi papá nunca se quedó solo. No en realidad. A pesar de que mi madre, Lola y yo nos mudamos a Miami y él se quedó en Virginia, él siempre se mantuvo con sus amigos, incluso con la compañía de Joe, y a veces de Lola y mía. Aprendió a disfrutar de las actividades sin necesitar a mamá para ello. Estuvo soltero, pero jamás solo. Y aún cuando no estaba rodeado de gente, encontró la fuerza para no quebrarse, sino por el contrario, superar su enfermedad.

Me levanté enérgicamente y dejé el último trozo del sándwich de pollo junto a las flores. Me pareció una costumbre rara, pero me sentí bien al hacerlo.

—Gracias, papá —musité, prometiéndome a mí misma regresar el próximo mes.

Me di vuelta con rapidez y en la distancia visualicé a Joe recostado de un árbol revisando su móvil con una mano, y con la otra comiéndose un brownie. ¿De dónde lo había sacado? Demonios, era más glotón que yo. Me apresuré para alcanzarlo, y cuando este sintió mis pasos a pocos metros de él, levantó la mirada y me miró ceñudo.

—Eso fue rápido.

—Tenías razón —pronuncié—. Iré a Boston. Necesito enmendar algunas cosas que he arruinado con mi torpeza. Ahora, entrégame ese brownie.

Frunció los labios y sin decir palabra alguna, sabía que se estaba negando. Enarqué una ceja y le hice una seña con la mano para que me lo entregara.

—Me humillaste en el altar, Joe. Debes entregarme ese brownie como compensación.

—Si te doy el brownie y el aventón a la estación de trenes, ¿dejarás de manipularme con eso?

—No. Pero podrías intentarlo.

Rodó los ojos, pero cedió. Además, él que me conocía desde hacía muchos años, sabía que yo podía llegar a ser muy insistente si me lo proponía. Me entregó el brownie y sacó las llaves del coche, indicándome que fuésemos al estacionamiento.

Era extraño contar con él para esto. Era extraño contar con él en lo absoluto, después de todo lo que habíamos vivido. Pero así podía ser la vida: llena de reveses.

Me llevó primero a casa. Él se quedó en el coche —una camioneta del año, alquilada solo para su estadía en Roanoke, lo cual me indicaba que seguía siendo tan pretencioso como siempre—, mientras yo buscaba el bolso que me había traído con mis pertenencias. Una vez que nos encontrábamos en la vía hacia la estación de trenes y el silencio volvió a reinar entre nosotros, Joe trajo a colación un tema muy, muy incómodo.

Pero así eran los hombres, no filtraban las estupideces que salían de sus bocas.

—¿Puedes creer que Vivian quiere tener un bebé?

—Vaya. —No dije más nada mientras me concentraba en el paisaje a través de la ventana. Pensé que al notar mi incomodidad se callaría. Pero no lo hizo.

—Primero compró un bonsái para probar si yo era capaz de cuidar a un ser viviente. Lo intenté. Lo ponía al sol todos los días y lo regaba todas las mañanas, pero poco a poco fue muriendo. ¿Sabías que los pinos se mueren si llevan mucho sol? Pues yo no.

Hablaba cada vez más acelerado, lo cual quería decir que estaba nervioso. ¿Joe nervioso? Esto sin duda era algo que debía guardar en mi memoria.

—No conforme con hacerme matar a un árbol —continuó—, luego compró un pez, porque según ella, cuidar a un pez es fácil. Solo debes darle comida. Y eso fue lo que hice. Pero un día amaneció muerto también. Después me enteré que darle de comer a un pez tres veces al día podía hacerles daño. ¿Cómo iba a saber que iba a morirse por comer demasiado?

Algo en su forma de narrarlo me hizo reír, a pesar de que continuaba incómoda.

—Y ahora Vivian quiere un bebé —prosiguió—. Imagínate eso, Maggie.

—Me lo imagino.

En realidad, intenté no imaginarlo.

Afortunadamente llegamos a la estación a tiempo. Así que dejó de hablar de Vivian y se despidió de mí. Me deseó suerte con Tom y con mi futuro laboral incierto. Sabía que no volveríamos a vernos en mucho tiempo, y una parte de mí agradeció aquel extraño pero afable reencuentro.

Suspiré y antes de bajarme del coche le dediqué una sonrisa nostálgica.

—¿Sabes, Joe? Creo que si hubiéramos tenido a nuestro hijo, hubieses sido un mal padre. Pero también creo que finalmente estás listo para que un bebé te llame orgullosamente «papá».

Se quedó sin palabras, y a decir verdad, cualquier otra cosa que pronunciáramos solo arruinaría esa despedida.

Cuando cerré la puerta detrás de mí, suspiré sintiéndome más liviana. Eso último que le había dicho era lo más cercano al perdón que podía ofrecerle, y sabía que él lo apreciaba.

Si al final las personas éramos el resultado de nuestras relaciones afectivas, decidí en ese momento que todas las mías debían siempre resultar positivas. Al menos en la medida de lo posible.

Compré mi boleto con destino a Boston con mi corazón galopando sin sujeción.

No sabía cómo terminaría resultando esto, pero la única manera de averiguarlo era enfrentándolo.

Mi primer impulso fue enviarle un mensaje de texto a la persona más inesperada de todas: Brianna.

Voy en camino a ver a Tom. 


____

Nota de Autor: creo que ninguna esperaba que Joe apareciera, tampoco quise darles pistas sobre ello. A quienes han leído mis otras novelas saben que a medida que voy cerrando la historia, voy al mismo tiempo cerrando esos temas/problemas/tramas que pudieron quedar abiertas y sin duda, Joe es una parte importante en la vida de Maggie que debíamos cerrar aquí. Sé que fue un cap lento y largo, pero espero les haya gustado.❤

¿Qué opinan de la conversación que tuvieron Maggie y Joe?

¿Qué creen que ocurra en Boston? ¿Qué hará Maggie? ¿Qué hará Tom? 

Gracias por quedarse, por sus comentarios y su apoyo. Recuerden votar aquí si les gustó y dejar sus impresiones :) Nos leemos en el próximo. Un abrazo gigante y feliz inicio de mes. ❤


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