Malditos dioses

By marlenedragon

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Tras años de guerra, Roma está a punto de cerrar un tratado con los salvajes sármatas en las lejanas frontera... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV

Capítulo VII

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By marlenedragon

Agamé y Malio se dirigieron cabalgando hacia la frontera. Hacía calor y Agamé se quitó el poncho. Debajo llevaba su cota de cuero y el carcaj colgado a la espalda. Al ir sin mangas pero con protecciones en las muñecas, Malio pudo entrever el tatuaje de la serpiente. Éste empezaba en su mano derecha y finalizaba, tras enroscarse por el pecho en la nuca.

Aunque ahora quedaba casi oculto bajo la ropa.

-¿Por qué elegiste al dios serpiente? Siempre fue Perún el dios que adorabas y al cual rezas aún por las noches.

Agamé no dijo nada, sino que dirigió su mirada hacia las montañas que se situaban a su izquierda

Malio sonrió y se situó en cabeza, un poco más adelantado ojeando el horizonte.

-También te oigo hablar en sueños, dices muchas cosas.

Agamé azuzó al caballo y se mantuvo en silencio. Juntos se dirigieron a la zona donde acampaban los sármatas y sus aliados.

Agamé pudo distinguir banderas con el dragón cosido en muchos colores. Parecía que casi todas las tribus se habían reunido allí para sellar el trato. Pasaban a convertirse en provincia romana y se les permitiría a una parte de ellos quedarse en el lado romano para reforzar la frontera y ayudar con la reconstrucción y ampliación de una red de fortificaciones. Los demás tendrían que unirse a las legiones que se quedarían en la nueva provincia y otros pasarían a formar parte del ejército disperso por el mundo conocido.

Se acercaron y al hacerlo vieron que los hombres y las mujeres formaban círculos alrededor de una espada. Estaba enterrada toda la hoja y sólo sobresalía el mango de un rojo brillante. El sacerdote se acercaba y vertía sangre fresca sobre la espada. La tierra iba absorbiendo el oscuro líquido mientras a su alrededor oraban todos, sentados alrededor de la espada sobre pieles de animales.

Malio había participado muchas veces del rito de adoración. Pero no entendía qué decían los rezos.

-Nunca he oído esos rezos- murmuró Malio casi como si fuera para sí mismo- ¿Qué significan?

Agamé se había quedado absorta presenciando la escena. Los cánticos resonaban por todo el valle.

-Yo tampoco los he oído nunca. Quizás formen parte de alguna de las profecías sagradas. Nadie nos enseña a orarlas, hasta que van a cumplirse. Solo entonces el sacerdote pronuncia los cánticos de los dioses y el pueblo recita las palabras y aprende así su significado.

Malio buscó entre los círculos la bandera del dragón rojo, símbolo del jefe que mandaba al grupo y mientras lo hacía, el cántico continuó como si en ese momento sólo existiera un pueblo y un dios.

Por fin Malio pudo ver al rey junto a sus hijos. El más alto debía ser Borístenes. La espada del rey no estaba enterrada, sino que se mantenía clavada en el suelo y la sangre goteaba por todo el filo hasta la hendidura que se formaba en el montículo sagrado.

El rey continuó cantando la profecía junto a los sacerdotes. Sus palabras eran ininteligibles. Malio y Agamé continuaban petrificados observando a todos los allí reunidos repetir con fervor unas palabras que no entendían.

Al parecer, la profecía se había extendido como el fuego por todas las tribus. Y su mensaje estaba instalado en todos los corazones.

El rey levantó los brazos y finalizó el rezo profético. A continuación, miró hacia las dos figuras y les señaló con el brazo.

-Allí está- dijo mientras señalaba a Malio- el tratado que nos traen los romanos. 

Y ante la señal todos gritaron al cielo y tras ello, los círculos se fueron rompiendo y el pueblo se fue dispersando en pequeños grupos. El rey volvió a bajar los brazos muy lentamente, como si estuviera despertando tras un largo sueño. Malio fue hacia él, pero Borístenes se lo impidió.

-Quiero hablar con el jefe- dijo mientras señalaba el pergamino que asomaba dentro de una bolsa de cuero- Como ves tengo motivos de sobras. Deja pasar a un emisario de Roma. ¿O has olvidado todo lo que te enseñaron? 

Boristenes cruzó los brazos, miró a Agamé quien estaba ya situada al lado de su compañero. El hijo del rey tenía la mano encima de la espada que llevaba sujeta en el cinturón.

-Veo que eres tú el que lo ha olvidado todo. Ni siquiera luchas como un guerrero digno de tu noble padre. Pero ahora no tengo tiempo para recordarte nuestras sagradas leyes. Vete ya. No queremos oír tus traicioneras palabras.

Malio le ignoró y empezó a gritar con todas sus fuerzas.

-¡Tú no eres tu hijo!- le gritó a Arxas- ¿O es que quieres que os maten a todos?

Arxas le miró. Malio había hablado en su lengua, con voz potente. Los murmullos sobre el hijo pródigo que había regresado se propagaron como el viento. Venía armado y vestía como un romano.

-¡Escuchadme todos! No soy de los vuestros, nunca lo fui. Pero viví como vosotros. Y dentro de mi corazón sé cómo sois. Veo en vuestros ojos si habéis sido fieles a vuestras esposas. Y mirando vuestras manos sé si manejáis bien el arco o rezáis para que vuestro tiro sea certero.

Caminó hacia el grupo donde estaba Arxas. El rey se había mantenido quieto, pero el grupo se había dispersado y un vacío se había formado a su alrededor. El hombre irradiaba poder. Y Malio pudo notar su poderosa influencia que era mayor cuanto más se acercaba al rey. Intentó mantenerse con la mente fría, pero no podía evitar que los antiguos recuerdos invadieran su mente.

-Sé que sólo os puedo hablar de corazón a corazón. Entiendo el gran pesar que encierra vuestra alma. Pero lo que de verdad queréis, está aquí. En mis manos.

Y dicho esto, extrajo el pergamino de la bolsa. Era blanco, y un cordel rojo sellado manifestaba la autoridad de un pueblo para dominar a otro.

-Firmadlo. Cumplid vuestra palabra y hacedlo ahora, que aún podéis. Os traerá prosperidad, no ruina.

Arxas se acercó y cogió el pergamino. Junto a él, un sacerdote con un cuenco lleno de un líquido oscuro y pastoso se acercó y le brindó el ungüento. El rey metió el dedo índice manchándolo con la sustancia y lo aplastó contra el documento.

-Queda firmado. Y nuestro corazón está henchido de gozo.

Los vítores fueron inmensos. Arxas devolvió el pergamino a Malio quien lo depositó en su bolsa.

-Pasaréis la noche en el campamento-les ordenó alzando la voz para que todos le oyeran- Sois mis invitados. Mañana partiréis y llevaréis mi respuesta a los romanos. No tengo nada más que deciros a ninguno de los dos. Ahora marchad.

Malio y Agamé pasaron casi todo el tiempo metidos en la tienda, esperando que amaneciera pronto y pudieran marcharse. El ruido y el olor del campamento eran muy intensos y estuvieron muchas horas en vela.

Finalmente, Malio se quedó dormido junto a Agamé. Al despertar supo de inmediato que ella no estaba con él.

Tocó el lado de la piel de animal sobre la que descansaban y no la notó cálida. Debía hacer un buen rato que se había marchado.

Al salir al campamento las grandes hogueras inundaban de luces intermitentes el horizonte y un fuerte olor a humo se expandía por todo el valle. Algunos estaban cocinando enormes pucheros y las risas y los cánticos se oían por doquier.

Malio buscaba a Agamé, pero no la encontraba. Muchas mujeres sármatas estaban apoyadas en sus lanzas y se dedicaban a usar sus cuerdas como lazos para atrapar a los hombres que les gustaban.

Al cabo de un rato decidió volver a su tienda. Quizás Agamé ya había regresado. El campamento era tan inmenso y la penumbra tan grande que estaba seguro que no la encontraría por mucho que buscara.

Una gran tienda destacaba en las proximidades y Malio decidió dirigirse hacia allí. Fue entonces cuando escuchó claramente la voz de Agamé.

-No eres un hijo digno de tu padre. Él es más honorable y fuerte que tú. ¡Suéltame!

Malio se dirigió rápidamente hacia la carpa. Varios soldados hacían guardia y al acercarse se pusieron en alerta.

Agamé salió de la tienda como un torbellino pero Malio la sujetó del brazo y la retuvo a su lado.

Boristenes salió a continuación detrás de la mujer. Con un gesto suyo los guardas se fueron.

-Te dije que te fueras, pero tú no sabes nunca lo que es bueno para tí. Te has quedado y pagarás las consecuencias.

Boristenes dirigió la mano a su cinturón y sacó la espada. Malio fue a desenvainar cuando Bosistenes tiró su espada contra el suelo y rápidamente se abalanzó contra Malio. Éste apenas tuvo tiempo de sacar su arma de la vaina y ambos rodaron por el polvoriento suelo.

Malio soltó la espada y consiguió zafarse de su adversario. Lanzó una patada contra la rodilla de Boristenes para derribarlo. Pero éste se apartó a tiempo y con la inercia del movimiento golpeó con fuerza el hombro de Malio, quien no había tenido tiempo para incorporarse.

-Agh- gimió Malio cuando un codazo impactó contra su mejilla. Todavía pudo ver como Boristenes preparaba el puño para lanzarlo con fuerza contra su cara cuando Agamé intervino y le frenó.

-¡Ya basta!

Se había reunido mucha gente junto a la tienda, pero no por la emoción de la lucha. Todos sabían que Boristenes era invencible en combate.

Agamé le ayudó a levantarse y Malio escupió un diente. El sabor ácido de la sangre le recordó todas las derrotas que había sufrido. En casi todas ellas, Agamé había sido una poderosa aliada. Se apoyó en ella y las risotadas les acompañaron hasta su tienda.

Antes del amanecer ambos cabalgaron de regreso a la ciudad romana.

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