Malditos dioses

By marlenedragon

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Tras años de guerra, Roma está a punto de cerrar un tratado con los salvajes sármatas en las lejanas frontera... More

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV

Capítulo V

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By marlenedragon

Malio fue a presentarse al legado Luciano. No sufrieron ningún ataque más, no sabía si porque el legado había puesto orden en la ciudad o por su defensa de Agamé. Pero agradeció que durante el camino no hubiera más incidentes. Así tuvo tiempo de pensar qué iba a explicar, mientras se dirigía al encuentro de la principal representación militar de la región.

Cuando entró,  el legado no estaba sentado en su despacho. Malio se encontró con Antoninus, que era el segundo al mando. Detrás de él un mapa del Imperio y en la mesa multitud de cartas y rollos de papiro diseminados por doquier. 

-Queremos que les ofrezcas otro trato- dijo directamente Antoninus, sin apenas dirigir la mirada al joven Malio- Es hora de que arregles el estropicio que has creado.

-¿Dónde está el legado? Yo sólo le rindo cuentas a él.

Con un ademán ordenó que se sentara y Malio tomó asiento frente a Antoninus. Era un hombre moreno y con una pequeña cicatriz en la mejilla. Sus ojos eran castaños y empezaba a tener algo de barriga. Al parecer no le gustaba realizar las mismas tareas que sus hombres, y su fama de buen anfitrión en los banquetes y fiestas que organizaba era bien merecida. Los devaneos nocturnos estaban afectando claramente a su figura.

-No esperarás que te brinde ninguna explicación, ¿verdad? Limítate a obedecer como ya has hecho en otras ocasiones. Irás a verlos donde está su principal asentamiento. Serás humilde y no te mostrarás altivo ni desdeñoso. Les dirás lo arrepentido que estás por tus acciones y les pedirás perdón por lo erróneo de tu comportamiento. Tu ataque fue por voluntad propia, y debe quedar bien claro que no formas parte de nuestro ejército. Te acompañará un emisario para que actúe en nuestro nombre. Les llevarás un tratado justo y olvidaremos todos este malentendido.

Dicho esto cogió un pergamino que selló y cerró con una cinta roja. Malio miró el documento que se le ofrecía. No hizo ningún movimiento por cogerlo. No pensaba humillarse ante ellos y menos pedir perdón. 

-O cumples mis órdenes o te vas lejos de Lasat. Al averno o donde te plazca- dijo levantándose de su asiento. Malio hizo lo mismo y Antoninus se puso frente a él. Era más bajito pero levantó el rostro con orgullo y habló con autoridad- Pero eso sí, si te vas no podrás regresar nunca más. ¿Lo has entendido?

Malio alargó el brazo y cogió el pergamino a regañadientes. Como odiaba tener que someterse como un borrego al golpe de bastón del pastor. Si pensaba que iba a rendirse sin luchar es que no le conocía. 

-Has dicho que vaya a su asentamiento. Que pida perdón y me humille ante ellos. ¿Crees que está Arxas allí? Sé que cees que porque fui su hijo todo será más fácil. Pero estás muy equivocado. Con Arxas no hay paz posible. Dime si está aquí y si es así, no me envíes con ellos. Me necesitáis a vuestro lado, no en el lado del enemigo. Te lo pido por favor. 

Antoninus le dio la espalda y se sentó en su mesa. Le ignoró y con un gesto amplio le señaló la salida. La decisión ya hacía tiempo que estaba tomada. 

Antoninus vio cómo se marchaba Malio y recordó la conversación que había mantenido con Porcio, el nuevo tribuno que junto a otros cuatro formaba parte de los mandos de la legión. Porcio le había explicado todo lo ocurrido y que el único camino que tenían para intentar reconducir la situación era ofrecerles a Malio en bandeja de plata junto al tratado. Porcio había insistido mucho en eso. Antoninus no pudo evitar su diversión ante la clara animadversión que el tribuno sentía por aquel hombre. Parecía algo personal. No como otros, que simplemente desconfiaban de Malio porque era un hombre que vagaba como un salvaje y tenía por mujer a una sármata. 

Antoninus no tenía nada personal contra él, siempre le había parecido que era un gran aliado en la zona. La información que aportaba era muy valiosa. Pero las presiones porque se firmara la paz eran muchas e incluso el legado recalcaba una y otra vez que no podían permitirse fallar en este aspecto.

Luciano le había dicho que hacía mucho tiempo que los bárbaros sólo retrocedían y habían aportado muchos rehenes y hombres a Roma. Y no paró de insistir en que se tenía que cerrar el tratado de una vez por todas. Muchos estaban de acuerdo en que era ahora el momento de coger la fruta madura del árbol quebrado. Roma no podía permitir que la situación volviera a descomponerse y las arcas del tesoro tuvieran que vaciarse de nuevo en una larga e incierta guerra.

Antoninus volvió a centrarse en las últimas cartas que habían llegado de Roma y empezó a redactar la respuesta a algunas. Mandó entonces llamar a su escriba. Muchos le habían criticado por la elección de su secretario y sabía que su mujer era la primera que lo desaprobaba totalmente. Pero para Antoninus bastante horrible era el lugar donde le tocaba estar, lleno de polvo y suciedad como para no permitirse algún pequeño placer inocente.

Al otro lado del edificio, Malio salía en dirección a la posada. Vio entonces que uno de los legionarios que hacía guardia en las puertas del edificio militar, cabeceaba en su dirección. Malio asintió a su vez. Parecía que al menos alguno de ellos le mostraba algo de respeto. Malio se esforzó en fijarse en su rostro para poder reconocerle en un futuro. No tenía demasiada gente a su alrededor que no quisiera matarle. Era importante contar con algún amigo en Lasat. 

Malio sabía que algunos veían el peligro que aún representaban los sármatas. Esperaba que no todos los militares creyeran en la versión oficial. Y que alguno fuera lo suficientemente osado como para apoyarle cuando el desastre se cerniera sobre ellos.

En la taberna, Agamé estaba esperándole. Se había aseado y tenía todo preparado. Les habían subido algo de comida. El tabernero prefería que no se mezclaran con los otros clientes y eso les daba una intimidad que ambos agradecían enormemente.

-Me mandan para llevar un tratado a tu pueblo.

-También es tu pueblo- replicó Agamé, acercándose y cogiéndole de la mano- ¿Cuándo partimos?

-Mañana al amanecer. Descansa y coge fuerzas. Serán unas jornadas agotadoras.

Cuando vio que Malio dejaba allí el pergamino y hacía ademán de volver a salir, le retuvo.

-No te vayas ahora. Quédate conmigo.

Malió negó con la cabeza, mientras se soltaba suavemente de la mujer, dirigiéndose hacia la puerta.

-Tengo que acabar primero con unos asuntos. Voy a ver a un amigo. Pero volveré pronto.

Cogió unos pedazos de pan y queso antes de salir y se fue en busca de Dión. 

Lo encontró donde siempre, rodeado de papiros en una pequeña biblioteca junto al mando militar.

-¡Malio! La verdad que no me sorprende. ¿Sabes que vendrán Arxas y alguno de sus hijos? Tengo muchas ganas de verlos. Sobretodo a Borístenes. Estuvo aquí como invitado de honor, durante meses y pude instruirle en nuestros usos y costumbres. Hace ya muchos meses  que volvió con su padre en señal de buena voluntad, tras la negociación con el legado. Pero ahora que regresa le he preparado una sorpresa. Una traducción del libro de los dragones. ¿No es magnífico?

Malio sintió ganas de zarandear a su amigo. ¿Cómo podía Dión querer ver a Borístenes? Si éste tuviera la más mínima oportunidad le clavaría una daga en el corazón. Los sármatas no sabían lo que era la compasión o el agradecimiento. No se podía enseñar a unas gentes que se negaban a aprender. 

-El dragón es el símbolo sagrado de su pueblo. ¿Sabes que lo usan para enseñarles que el dragón primero abrasa a la loba y luego la devora? Sus estandartes con el dragón rojo conducen al combate a su poderosa caballería. Estoy seguro que apreciará en gran medida tu generoso regalo. 

Una sombra cruzó el rostro de Dión y señalando con ímpetu a Malio manchó de tinta el pergamino que aún tenía en la mano. Tan enfurecido estaba que no se percató del daño irreparable que había causado al preciado documento.

-No quería creerlo pero veo que es verdad lo que se dice. Son nuestros aliados, ¿lo sabes?. Creo que no entiendes la situación. Están siendo hostigados desde el este por gente terrible. Por eso hay tantos de ellos en este lado de la frontera. No quieren tener dos frentes abiertos a la vez y acuden a nosotros, pues saben que somos invencibles. Juntos seremos más fuertes. Ya hemos creado lazos entre las dos comunidades, aunque haya sido doloroso en algún momento. Unos cuantos ya viven junto a la ciudad gozando de nuestra protección. Así que no lo estropees, Malio. Olvida el pasado. El futuro será compartido o no será.  No hay otro camino.

Malio se levantó lentamente y empezó a pasear por entre la multitud de papiros que su amigo conservaba como un tesoro. Apilados formando una extraña colmena hecha de papel, cuero y madera.

-Te han convencido. Pero eso es algo que no podrán hacer conmigo. Sé que no se rinden. Sus hombres y sus mujeres luchan por igual y jamás se doblegarán ante nadie. No sé aún qué traman. Si parte de lo que os han dicho es verdad... O todo forma parte de un plan para acabar con nosotros. Ni siquiera sé si realmente Arxas estará junto al resto de jefes. Pero les estaré vigilando, como llevo haciendo tantos años. ¡No permitiré que destruyan Lasat!

Dión se levantó y con esfuerzo movió la mesa del despacho. Bajo la sucia alfombra había una pequeña trampilla. La abrió y sacó un baúl de madera toscamente labrado y lo abrió con una llave diminuta que extrajo de la bolsa de amuletos que tenía en el cuello colgada. 

-Aquí guardo los documentos más importantes. El arcón está siempre escondido y lo saco en pocas ocasiones. Pero tus preguntas merecen una respuesta, amigo.

Empezó a buscar entre los papeles que allí tenía guardados y sacó un trozo de cuero hermosamente trabajado.

-Esta es la misiva que nos envió Arxas, a través de su hijo Borístenes. Permite que te la lea."A mis amigos romanos. Queremos la paz. Yo mismo he rogado a mis dioses para elegir el camino recto de entre todos los que se abren ante nosotros. El tratado se firmará y sellaremos así esta alianza eterna con vuestro gran pueblo. Mi deseo es que no corra más sangre entre nosotros. Hemos sufrido mucho. Hemos perdido a tantos buenos hombres y mujeres que la tierra se ha oscurecido, nutrida con nuestra sangre. Pero eso no ha hecho crecer más alto al trigo, ni ha hecho que los pastos prosperen. Nuestros animales mueren, y nuestras familias se debilitan por el hambre y la enfermedad. Si nos ofrecéis el tratado, lo cogeremos. Que la esperanza y no el miedo guíe nuestros pasos a partir de ahora. Firma el rey Arxas". 

Un silencio profundo se impuso entre los dos hombres. Dión guardó el documento de nuevo y colocó la mesa en su sitio.

-Creo que con esto tus dudas quedan resueltas, Malio. Ve en paz. Deja que los fantasmas del pasado duerman. No dejes que te dominen y te conviertan en una sombra.

Malio se despidió de Dión y fue nuevamente en dirección a la posada. El discurso de Dión no había hecho efecto alguno en Malio. Los sármatas habían acabado con su familia hacía muchos años, junto al resto de la población arrasando toda ciudad y villa que encontraron a su paso.

Cuando llegó a la posada, sumido aún en sus oscuros pensamientos subió sin ser visto por la parte de atrás, evitando el bullicio de la entrada. Cuando entró a la estancia, iluminada suavemente por la luna llena vio que encima de la mesita brillaban un par de copas y unos platos llenos de comida. Umos trozos de carne y algunos vegetales cocidos que le había reservado Agamé. Los devoró y se terminó una copa medio vacía de vino. Se tumbó a continuación junto a la mujer y mientras se calentaba a su lado y la abrazaba dejó que los sueños le invadieran. Mañana sabía que se presentaría un día muy duro.

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