EL REY LOCO

By RobinsonCutipa

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La siguiente es una historia como nunca la viste, escuchaste o leído jamás. Contiene todo queridos amigos y q... More

Capítulo I: EL OJO DE MAMBIRI
Parte II: LAS TRES TORMENTAS
Parte III: UN ERRANTE EN EL FIN DEL MUNDO
Parte IV: TEOCRIS, UNA NAVE DE LEYENDA
Parte V: KALABRAX, EL GUARDÍAN AUSTRAL
Capítulo VI: UN NÓMADA Y UNA PIEDRA
Capítulo VII: EPHIFIS, EL SEÑOR DE LOS HUESOS
Parte IX: EL OJO DE MAMBIRI
Parte X: UN REY CONVERTIDO EN DIOS

Capítulo VIII: YATIRI

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By RobinsonCutipa

Donde había estado el cuerpo de Ephifis ardía ahora una gran pira roja, y a su costado, en un túmulo improvisado, descansaban los restos de los compañeros caídos bajo una placa de piedra con sus nombres esculpidos. Muchos años después, Aquella piedra sería el único testimonio de lo que se había pasado ahí. La tropa hizo una profunda reverencia de duelo y continuó la marcha por una calzada ancha que ascendía sinuosamente a través de Saom. Las estructuras de aquella primitiva ciudadela eran pavorosas con sus ídolos sobrehumanos, sus gravados grotescos, sus accesos imposibles para el hombre común y sus frisos apócrifos de criaturas fantásticas.

Gilgas, el hombre que no tenía miedo, iba al frente y los soldados lo seguían con paso firme. Las Tormentas venían detrás, todos altos, fuertes y de pelos cenicientos, añorando con todas sus fuerzas el encuentro con Yatiri, el oscuro brujo del fin del mundo para cobrar venganza por el hermano caído. De pronto, la calzada desembocó en un enorme espacio abierto que se precipitaba abruptamente a un precipicio negro; del otro lado del abismo, se erguía una gigantesca montaña cubierta de bosques y pilares rotos de quien sabía que época pasada.

- La guarida de Yatiri está allá –Dijo Gilgas- Y nos espera; casi puedo sentirlo llamarnos.

El único paso al otro lado del precipicio era un angosto puente de piedra cubierto por figuras esculpidas con inigualable maestría. Tales eran los detalles de las figuras que casi podían interpretarse como un libro. Muchos de los hombres, incluido el vehemente Odras, sintieron una ardiente curiosidad por aquellos símbolos que seguramente contaban la historia de los Primeros seres del mundo. Más de un soldado se detuvo a medio cruzar del puente, perplejo en las enigmáticas figuras talladas en la piedra.

- Si no apartan la mirada de esos símbolos –Dijo Gilgas con autoridad- Sus mentes se quebrarán y terminarán lanzándose al vacío ¡Voluntad, guerreros de Bak'Ujim! La batalla final todavía está adelante.

Los hombres se sacudieron del sopor hipnotizante de los símbolos y cruzaron el abismo. Solo entonces vieron que en el linde del bosque que ascendía por la montaña, sentado en un tronco caído, estaba el Nómada mordisqueando una raíz negra; y aunque los hombres se le arremolinaron, éste no los vio o simplemente los ignoró. Hasta ese momento nadie había reparado en su ausencia, pero lo que más intrigaba a los soldados era cómo había hecho el Nómada para sobrevivir al bestial ataque de Ephifis.

- ¡Tú! –Gritó Odras, dando un paso al frente- ¡Cobarde y traidor! Mientras huías, muchos de los nuestros cayeron en batalla, hermanos de sangre y espada mucho más hombres que tú –Odras puso una mano en el mango de su arma- ¡Tlitras todavía estaría vivo!

El Nómada, quien no dejó de mordisquear la raíz, respondió con su voz de muchedumbre perdida:

- Los muertos no son mis hermanos. Tú tampoco.

Odras, poseído por la furia, tensó las piernas y antes de que Ye'Hema lo detuviera, se lanzó contra el Nómada. Entonces se oyó un grito:

- ¡Detente Tormenta! –Exclamó Gilgas- Tu hermano era un guerrero y encontró una muerte honrosa; no ensucies su memoria buscando culpables.

Entonces el Nómada tiró la raíz negra y agregó:

- Escucha al anciano, o te enviaré con tu hermano muerto a quien tanto amas.

Los hombres se quedaron perplejos con la reacción de Odras. No atacó, pero se quedó mirando al Nómada quien también lo observaba fijamente.

- Eres más fuerte que yo, Extraño –Dijo Odras después de un incómodo silencio- pero no te tengo miedo. Si tendría que morir en tus manos para ver a mi hermano, lo haría gustoso; pero tengo un mandato de mi Señor y una Tormenta jamás ha roto su palabra. Solo espero que cuando llegue la hora, Bak'Ujim te ajusticie por tus pecados.

El Nómada sacó otra raíz negra de una bolsita de cuero que sujetaba a su cinturón y luego trazó una sonrisa torciendo la boca de costado. Se volvió, y se internó en el bosque. La tropa hizo lo mismo y comenzó un penoso ascenso por la montaña que carecía de senderos y caminos. Era todo un laberinto de murallas quebradas, columnas rotas, estatuas caídas y altares derrumbados; y por todas partes la copiosa arboleda cuyas ramas habían enraizado hasta en la piedra. No obstante, lo más extraño de aquel bosque umbrío era la total ausencia de sonidos; no se escuchaba el trino del pájaro, ni siquiera el canto del grillo o las pisadas furtivas del gato montés. Entonces, cuando el ascenso no parecía terminar nunca, Gilgas apartó una rama particularmente frondosa y un claro se abrió ante él. Las Tormentas y el resto de los hombres se quedaron fascinados ante la belleza de aquel lugar: Estaban en la cumbre y en la cima, que era cóncava como un cuenco, había una laguna con aguas tan cristalinas que parecían sacadas de un sueño; la hierba alrededor era de un verde intenso y las piedras redondeadas eran blancas como la leche. Los árboles, en ese lugar, tenían las cortezas marrones, castañas y rojizas; y en el centro de la laguna sobre una piedra circular que apenas sobresalía del agua, estaba sentado un niño de no más de diez años.

- ¿Akbas'i, yaroth? –Preguntó el niño- ¿Quién eres tú que vienes a perturbar mi casa?

- Soy Gilgas –Dijo el anciano, bajándose de su montura y dando un paso al frente- y venimos en nombre del único Emperador de este mundo: Bak'Ujim.

Entonces el niño se puso de pie con una tranquila sonrisa dibujada en el rostro, y volvió a preguntar:

- ¿Y que podrá querer el Emperador Bak'ujim, de un niño como yo?

- Tú no eres un niño, tú eres una abominación que se rehúsa a morir. –Contestó Gilgas con aspereza- Yo te conozco, eres uno de los Primeros que sobrevivió a los Dioses ¡Tú eres un demonio que amenaza a mi Señor, y por eso hemos venido para quitarte el Ojo de Mambiri!

Yatiri no se sorprendió por las palabras del viejo Gilgas; pero su sonrisa, antes serena, se retorció con desdén y una honda malicia veló sus ojos claros.

- Cualquiera que diga conocerme peca de soberbia o estupidez –Respondió- Ni siquiera tú, anciano, que conoces tantos secretos del mundo podrías conocerme; ni cien vidas tuyas alcanzarían para saber todo lo que mis ojos han visto. Pero hay alguien entre tus filas que sabe algo de mí –Entonces Yatiri miró alrededor- ¿Dónde está el vagabundo que has arrastrado contigo? ¡¿Por qué te ocultas, Rey Loco?! ¿Acaso me temes? ¿O es que pretendes apuñalarme por la espalda?

- Yatiri –Dijo el Nómada, quien emergió de la arboleda con una raíz negra en la boca- Al fin te encontré.

- Así que ya llegó el día –Respondió Yatiri- Abrigaba la esperanza de que estuvieras muerto como los demás. Pero estás aquí con esta escoria humana ¡Como ladrón! Para llevarte mi joya.

- Te he buscado por mucho tiempo, Yatiri –Continuó el Nómada- debí imaginar que volverías al lugar donde comenzó todo ¿Quién creería que la casualidad y estos hombres me traerían hasta ti?

- ¿Acaso, lo conoces? –Interrumpió Ye'hema consternado.

- ¿Qué si nos conocemos? –Preguntó Yatiri que luego echó a reír con desprecio- Estúpida Tormenta ¡Somos más que simplemente eso! A él y a mí nos hicieron de la misma materia.

- Lo sabía... –Dijo Gilgas con lenta amargura- Tú eres uno de ellos... uno de los que sobrevivió a la Ira de los Dioses ¡¿No es verdad, Nómada?!

Los soldados se apartaron del Nómada horrorizados y con las armas instintivamente en alto.

- Solo nos usaste para llegar hasta aquí ¿Verdad? –Inquirió Gilgas, pero el Nómada no decía nada- Y nosotros creyendo que te utilizábamos a ti ¿Pero por qué? ¿Por qué buscas a Yatiri?

El Nómada no prestó atención a las palabras de Gilgas, en ese momento tenía todos los sentidos sobre Yatiri.

- Lo que le hiciste a Ephifis va más allá de la simple crueldad. –Dijo el Nómada- No tenías que hacerle eso.

Yatiri echó a reír con tal malicia que los soldados se inclinaron hacia atrás con un evidente estrés en los rostros. Era imposible sostenerle la mirada a un niño cuyo rostro reflejaba tanta maldad.

- Imagino que ya está muerto –Dijo Yatiri con hiriente burla- Lástima, era una buena mascota.

- ¡Hemos venido por el Ojo de Mambiri! –Alzó la voz Gilgas haciendo uso de toda su autoridad- ¡Yatiri! Nosotros solo somos hombres, ni dioses ni demonios ¡Pero no te tenemos miedo! Porque ya sea en esta vida o en otra... Bak'Ujim te encontrará.

Los hombres se quedaron fascinados con las palabras de Gilgas; nunca habían escuchado hablar al viejo de ese modo y su tono inflado de nobleza les inspiró un súbito valor al recordar las murallas poderosas de Épsilon y al gran hombre sentado en el trono de plata y cetrino.

- Escoge, Yatirí –Prosiguió Gilgas- ¿¡La joya o la muerte?!

Yatiri se quedó largo rato en silencio con los ojos clavados en el anciano quien también lo miraba con la misma intensidad.

- Admiro tu valentía, hombre viejo –Respondió Yatiri- Pocos son capaces de sostenerme la mirada. Pero si de verdad quieres tanto la joya ¿Por qué no vienes por ella?

Entonces Odras y Ye'hema, quienes se habían escabullido entre la arboleda, atacaron a Yatiri por los flancos; pero éste, con una sonrisa diabólica en el rostro infantil, levantó la mano a media altura y con la palma extendida pronunció un juego de palabras y todo a su alrededor quedó como inmóvil. Odras suspendido en pleno salto con el hacha en la mano izquierda y un cuchillo en la derecha, no podía moverse; y Yehe'ma, a media carrera con los brazos empuñando su martillo, tampoco podía mover su cuerpo. Todos en aquel lugar encantado estaban inmóviles, conscientes pero inmóviles: los soldados con sus flechas congeladas a pleno vuelo, las Tormentas y también Gilgas; entonces se llenaron de impotencia e ira, ya no miedo, ante aquel maleficio que les impedía moverse.

Yatiri, con absoluta tranquilidad, se acercó hasta Odras cuyos ojos parecían salírsele de sus cuencas por la cólera reprimida, y luego de quitarle el cuchillo de la mano derecha, el brujo calculó su hoja fina, su punta hiriente y su peso equilibrado.

- Es una pieza exquisita –Dijo, y la lanzó con terrible precisión hacia el corazón del Nómada- ¡Muere ya, Rey Loco!

La hoja avanzó por el aire con fascinante lentitud mientras todos seguían su trayectoria con la mirada; y cuando la punta apenas arañó el pecho del Nómada, éste la detuvo con su mano y se la devolvió con tal potencia que Yatiri apenas pudo esquivarla. Entonces el maleficio se quebró y los hombres recuperaron su movilidad. Odras cayó en las aguas de la laguna y Ye'hema fue lanzado contra los árboles por uno de los golpes de Yatiri quien debió esquivar el cuchillo, las flechas y el ataque de Odras y Ye'hema.

- ¡Ven por mí, Rey Loco, ven aquí y terminemos con esto! –Gritó Yatiri.

Entonces el brujo sufrió una espantosa transmutación: levantó los brazos al cielo y las falanges de sus dedos se alargaron grotescamente hasta ser varias veces más el tamaño de su propio cuerpo. Después los hundió en la tierra y su cuerpo quedó colgando sostenido por sus diez monstruosos dedos; se parecía a una araña con diez patas delgadísimas, pero tan fuertes como para romper la piedra. La piel de su rostro cobró un color como de costra y su mandíbula se abrió hasta desencajarse, dejando una oquedad que era su boca por donde salía una larga lengua roja que se movía salvajemente por el aire.

Los hombres arremetieron, pero Yatiri se movía demasiado rápido y antes de que pudieran reaccionar, sus monstruosos dedos habían matado a tres guerreros atravesándolos por el pecho; uno de los soldados más jóvenes aprovechó la arremetida de Yatiri y por uno de sus costados le clavó una lanza, pero el monstruo no pareció afectado; su lengua inhumana se enrolló en la lanza y la quebró. Entonces Odras, quien estaba oculto, saltó furtivamente desde los árboles y se aferró a la espalda de Yatiri mientras le hundía un puñal entre los hombros. Uno de los dedos se arqueó con espantosa dificultad y cuando estuvo a punto de golpear para matar a Odras, Ye'hema lanzó con todas sus fuerzas una de las espadas de los hombres que habían muerto y partió el dedo asesino de Yatiri. Éste, iracundo, ignoró las puñaladas de Odras, y lanzó sus cuatro dedos contra Yehe'ma quien no pudo esquivar el ataque. Odras enloqueció cuando vio a su hermano atravesado por los dedos de Yatiri quien reía como poseído por la locura, y volvió a clavarle el cuchillo en la espalda pero sin provocarle un daño real. Entonces Yatiri lo aprisionó entre sus dedos y después de estrujarlo con todas sus fuerzas, lo estrelló contra los árboles para matarlo.

- ¡Ven aquí, Rey Loco! –Exclamó Yatiri- Mira a tus amigos muertos, mira a sus héroes caídos. Solo faltas tú y ese rey del otro lado del mar.

Los soldados sobrevivientes, extenuados ante el poder abrumador de Yatiri, se hicieron para atrás con los escudos levantados sabiendo que no podrían derrotar a ese demonio. Entonces el Nómada, quien no había hecho más que observar la contienda, escupió la raíz negra y arremetió contra Yatiri. Éste intentó atraparlo entre sus dedos bestiales, pero el Nómada lo esquivó y de un golpe en la cabeza con su báculo, derrumbó al monstruo. Sus manos volvieron a su forma normal y la herida de la que manaba una penetrante sangre ardiente se cerró; entonces Yatiri se puso de pie, otra vez con la forma de un niño, sonrió con perversidad.

- Muy bien, Rey Loco –Dijo- solo faltas tú.

Entonces un resplandor segó a todos los hombres; un gigantesco relámpago había caído sobre el Nómada, pero no lo impactó y éste ya había lanzado un puñetazo a Yatiri. Pero el brujo, tan rápido como él, lo detuvo con su palma, y tomándolo de un brazo lo estrelló contra el piso aprovechando el impulso con el que venía. El suelo se resquebrajó por el impacto y en poco más que una fracción de segundo, Yatiri, con la mano abierta de la cual salían espantosos dientes de depredador, golpeó en dirección de la garganta del Nómada para mutilarlo; pero éste lo contuvo con una mano, pues la otra estaba atrapada entre los dedos de Yatiri que nuevamente se habían deformado. El Nómada no podía liberarse, pero reía sin mesura y Yatiri intentó ultimarlo lanzando desde el cielo un segundo relámpago que impactó de lleno en el cuerpo del Nómada. Entonces un hacha cortó el aire y se hundió en la espalda del brujo.

- ¡Aún no he terminado contigo, demonio! –Gritó Odras, sangrante pero en guardia con una espada y una maza.

Odras corrió contra Yatiri, que al parecer había sido herido; y cuando éste fue al encuentro de Odras, dejando al Nómada tendido en el suelo, la Tormenta presentó batalla como nunca antes lo había hecho. Su espada cortó dos dedos, pero otros dos desgarraron su muslo y su pecho; pero no cedió con su ataque y su maza logró impactar la cabeza de Yatiri, quien no concebía la fortaleza oculta de aquel ser inferior a él. Finalmente, acosado por la molesta Tormenta, el brujo levantó la mano y un relámpago colisionó contra Odras quien después de un grito agónico cayó al suelo para no volver a ponerse de pie.

Yatiri se volvió para terminar con el Nómada, pero éste estaba de pie mordisqueando una raíz negra. El brujo sonrió con malicia y luego de regenerar sus dedos perdidos, volvió a arremeter. Pero esta vez el Nómada fue más rápido y atrapando sus manos por las muñecas, le propinó un cabezazo que rompió su mandíbula. El brujo no pudo reaccionar al golpe y cayó de rodillas con el rostro ensangrentado; intentó rehacerse lanzando sus dedos monstruosos contra el Nómada, pero éste agarró sus dedos entre los suyos y de un apretón desmesurado los quebró. Yatiri lanzó un grito de dolor y el Nómada, tomándolo del cuello, dijo:

- ¡Y ahora revélate!

Entonces el rostro del brujo, semejante al de un niño de diez años, cobró la apariencia real de un anciano decrépito de cejas pobladas, ojos hundidos, dientes quebrados y un terrible odio contenido en el semblante. Solo entonces, el Nómada alzó la mano libre y de un solo golpe rompió el pecho de Yatiri, quien estando en el suelo comenzó a deshacerse como si el viento se llevara su cuerpo hecho de arena.

- Adiós Rey Loco –Susurró Yatiri en el último estertor de su vida- conmigo muere la memoria de los días antiguos, y tú solo quedarás en espera de lo que nunca volverá... ese es tu castigo... lo que vislumbro para ti... vivir hasta el día en que los astros dejen de girar... y las novas dejen de brillar...

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