Parte V: KALABRAX, EL GUARDÍAN AUSTRAL

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Luego de meses de travesía los cartógrafos calcularon que habían dejado atrás todo océano conocido, y ávidos de conocimiento comenzaron a trazar las nuevas rutas, las corrientes marinas y también las nuevas constelaciones de aquel cielo inexplorado. Pero Elrix ya era consciente de esto. A lo largo de sus viajes había descubierto que cada pedazo del mar tenía su propia marca, su propia voz y temperamento, sabía decir. Y las aguas por donde ahora navegaban eran mares desconocidos para él.

En las madrugadas, los pescadores no dejaban de proferir palabras de asombro cada vez que arrastraban las redes: peces de increíbles colores, moluscos de extravagante diseño y pulpos acorazados. Pero el creciente tamaño de la fauna era preocupante ¿Quién sabía que cosas se ocultaban en las profundidades de aquel océano? Se preguntaban los hombres con recelo al mirar el mar, y sin embargo fue desde el cielo que el peligro los abordó primero. La primera tormenta los alcanzó un medio día cuando unos tifones enloquecidos agitaron la mar durante largas horas, provocando olas monstruosas que hubieran quebrado cualquier embarcación; pero Teocris, conducida por la mano sagaz de Elrix, sobrellevó la tormenta sin dificultades a pesar de que unos remolinos pusieron a la tripulación en vilo, pero no al capitán. Y pronto dejaron atrás cualquier el peligro.

La mayor parte del tiempo el mar estaba tranquilo y el cielo despejado; era cuando las redes se desplegaban y cada hombre en el barco debía echar mano para sacar la captura. Pescar siempre era una actividad dura y cierta mañana lo había sido más por la cantidad de peces atrapados; y después de horas de tironear, raspar y limpiar, la faena había terminado dejando a los hombres exhaustos, quienes se amontonaron bajo cualquier sombra para dormir a pierna suelta el resto de la tarde. Aquellas horas eran tan mansas que incluso el capitán se permitió dejar su puesto unos instantes para descansar; se apoyó en la borda de la nave y mirando ese mar insondable bajo sus pies, se dejó perder en sus pensamientos donde lo primero que vio fue a la mujer y al niño que había dejado cientos de leguas atrás en los muelles de Épsilon. Los amaba, pero su familia sabía que su corazón también pertenecía al mar.

- Algún día -pensó Elrix para sus adentros- mi hijo vendrá conmigo, y mi mujer abrirá el pescado a medio día...

Entonces, cuando su mirada se perdía en las inescrutables profundidades de aquel mar, sus ojos de criatura marina percibieron algo que se movía en el fondo; no podía adivinar que era pero estaba seguro que era gigantesco. En ese momento oyó una risa justo por detrás y encima de él en lo alto del mástil principal, donde el nómada había estado trepado durante todo el viaje; los primeros días le llevaron comida y agua, pero pronto dejaron de hacerlo al notar que el extraño tripulante no tocaba los cuencos. Y ahí se la pasaba día y noche, en el punto más alejado del barco como queriendo evitar toda posible compañía; y aunque nadie lo había oído hablar o preferir algún sonido, ahora Elrix lo oía reír con escalofriante claridad: su media cara cubierta por una maraña de pelo y su boca llena de dientes blancos como huesos dejaba escapar una risa burlona:

- Mejor se agarra, capitán -Dijo el nómada con una voz semejante al lejano clamor de una multitud que resuena en las cordilleras- Él, ya está aquí...

Entonces algo terriblemente poderoso golpeó un costado de la nave; Elrix volvió la mirada al mar y el horror quiso apoderase de él cuando vio un apéndice gigantesco lleno de orificios y de color violáceo. Era como el brazo de una estrella de mar, pero colosal. Luego, de los orificios de aquel monstruoso apéndice salieron una especie de extremidades semejantes a gusanos invertebrados, de vivo color rojo y que estaban cubiertos de unos dientes que se incrustaron al casco de Teocris para voltearlo.

Elrix no perdió tiempo, corrió a tomar el timonel y gritó:

- ¡Nos atacan!

En un instante todos los soldados del barco, hombres curtidos en las conquistas de Bak'Ujim, desenfundaron armas, lanzas y arcos pero sus ataques no parecían hacerle daño a la criatura. Los cuchillos se mellaron, las lanzas se quebraron y las flechas rebotaban en aquel cuerpo escamoso, pero entonces asomaron las tres tormentas: Tlitras con el hacha, Odras con la espada y Ye'hema con la maza en alto. Midieron a la criatura un instante y saltaron por la borda. El mar se agitó violentamente y muchos metros más allá de donde estaban, otro tentáculo emergió del mar y los soldados se dieron cuenta que Odras estaba prendido al apéndice con la espada incrustada en sus escamas. El tentáculo se hundió en el agua y el mar comenzó a mancharse de un color oscuro; entonces, el apéndice que se había incrustado al costado de Teocris cedió y desapareció bajo la superficie. De pronto todo quedó en calma y unos momentos después las tres tormentas subieron por la borda del barco trayendo cada uno, un tentáculo rojo, un monstruoso diente quebrado y una especie de ojo ensartado en la espada de Odras.

- Estos son trofeos para Bak'Ujim -Anunció Ye'hema.

- Esta bestia es el primer guardián de Yatiri -Dijo Gilgas de pronto- No había creído que la criatura existiera, pero lo que contaron los antiguos eruditos es verdad. Debí decírselos, Tormentas.

- ¿Y qué es lo que contaron esos eruditos? -Interrogó Odras.

- Que hay dos guardianes protegiendo a Yatiri. Kalabrax, señor del mar y a quien acaban de derrotar; y Ephifis, el señor de los huesos y amo de Saom, la ciudadela muerta...

- No importa cuantos guardianes sean -Respondió Ye'hema con voz potente- Yatiri caerá.

Una vez más las Tres Tormentas habían demostrado su valor. Ellos habían nacido de la misma mujer en una época más violenta y brutal, y en la que desde muy temprano aprendieron del dolor y probaron de la sangre propia y ajena. Con el tiempo se hicieron diestros en el arte de la muerte y su cólera se hizo sentir en cada región del mundo y se los empezó a llamar las Tres Tormentas porque nunca habían sido derrotados y era la desolación el único rastro que dejaban al pasar. Pero un día un hombre los desafió, y uno a uno, las Tormentas fueron derrotados en duelo personal. Ese hombre era Bak'Ujim, y el día en que los desafió les dijo que si él los vencía, las Tormentas debían jurarle lealtad y luego unírsele como sus generales para formar un Imperio. Así nació Épsilon, la primera ciudad y primer imperio humano. Por esa razón las Tormentas nunca rehusaban a Bak'Ujim una orden; el honor y una promesa de guerrero a guerrero los unía a él. Juntos, nadie se atrevió a desafiarlos, y quienes lo hicieron murieron bajo la espada, bajo el hacha, bajo la maza o bajo la propia mano del Monarca. Y cuando parecía que ningún poder podía desafiar a Bak'Ujim y a sus Tormentas, asomó Yatiri, el abominable, quien los esperaba en su reino maldito para el desafío final.

EL REY LOCOWhere stories live. Discover now