Capítulo VIII: YATIRI

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Donde había estado el cuerpo de Ephifis ardía ahora una gran pira roja, y a su costado, en un túmulo improvisado, descansaban los restos de los compañeros caídos bajo una placa de piedra con sus nombres esculpidos. Muchos años después, Aquella piedra sería el único testimonio de lo que se había pasado ahí. La tropa hizo una profunda reverencia de duelo y continuó la marcha por una calzada ancha que ascendía sinuosamente a través de Saom. Las estructuras de aquella primitiva ciudadela eran pavorosas con sus ídolos sobrehumanos, sus gravados grotescos, sus accesos imposibles para el hombre común y sus frisos apócrifos de criaturas fantásticas.

Gilgas, el hombre que no tenía miedo, iba al frente y los soldados lo seguían con paso firme. Las Tormentas venían detrás, todos altos, fuertes y de pelos cenicientos, añorando con todas sus fuerzas el encuentro con Yatiri, el oscuro brujo del fin del mundo para cobrar venganza por el hermano caído. De pronto, la calzada desembocó en un enorme espacio abierto que se precipitaba abruptamente a un precipicio negro; del otro lado del abismo, se erguía una gigantesca montaña cubierta de bosques y pilares rotos de quien sabía que época pasada.

- La guarida de Yatiri está allá –Dijo Gilgas- Y nos espera; casi puedo sentirlo llamarnos.

El único paso al otro lado del precipicio era un angosto puente de piedra cubierto por figuras esculpidas con inigualable maestría. Tales eran los detalles de las figuras que casi podían interpretarse como un libro. Muchos de los hombres, incluido el vehemente Odras, sintieron una ardiente curiosidad por aquellos símbolos que seguramente contaban la historia de los Primeros seres del mundo. Más de un soldado se detuvo a medio cruzar del puente, perplejo en las enigmáticas figuras talladas en la piedra.

- Si no apartan la mirada de esos símbolos –Dijo Gilgas con autoridad- Sus mentes se quebrarán y terminarán lanzándose al vacío ¡Voluntad, guerreros de Bak'Ujim! La batalla final todavía está adelante.

Los hombres se sacudieron del sopor hipnotizante de los símbolos y cruzaron el abismo. Solo entonces vieron que en el linde del bosque que ascendía por la montaña, sentado en un tronco caído, estaba el Nómada mordisqueando una raíz negra; y aunque los hombres se le arremolinaron, éste no los vio o simplemente los ignoró. Hasta ese momento nadie había reparado en su ausencia, pero lo que más intrigaba a los soldados era cómo había hecho el Nómada para sobrevivir al bestial ataque de Ephifis.

- ¡Tú! –Gritó Odras, dando un paso al frente- ¡Cobarde y traidor! Mientras huías, muchos de los nuestros cayeron en batalla, hermanos de sangre y espada mucho más hombres que tú –Odras puso una mano en el mango de su arma- ¡Tlitras todavía estaría vivo!

El Nómada, quien no dejó de mordisquear la raíz, respondió con su voz de muchedumbre perdida:

- Los muertos no son mis hermanos. Tú tampoco.

Odras, poseído por la furia, tensó las piernas y antes de que Ye'Hema lo detuviera, se lanzó contra el Nómada. Entonces se oyó un grito:

- ¡Detente Tormenta! –Exclamó Gilgas- Tu hermano era un guerrero y encontró una muerte honrosa; no ensucies su memoria buscando culpables.

Entonces el Nómada tiró la raíz negra y agregó:

- Escucha al anciano, o te enviaré con tu hermano muerto a quien tanto amas.

Los hombres se quedaron perplejos con la reacción de Odras. No atacó, pero se quedó mirando al Nómada quien también lo observaba fijamente.

- Eres más fuerte que yo, Extraño –Dijo Odras después de un incómodo silencio- pero no te tengo miedo. Si tendría que morir en tus manos para ver a mi hermano, lo haría gustoso; pero tengo un mandato de mi Señor y una Tormenta jamás ha roto su palabra. Solo espero que cuando llegue la hora, Bak'Ujim te ajusticie por tus pecados.

EL REY LOCOWhere stories live. Discover now