Parte X: UN REY CONVERTIDO EN DIOS

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- ¡Gloria al Emperador del Mundo! –Loaba el gentío en el muelle al ver a Teocris asomar por el horizonte- Ha vuelto la nave de nuestro Señor, el orgullo de la nación.

El llanto y la alegría no se hicieron esperar. Muchas lágrimas de dolor por los caídos y lágrimas de regocijo por los que volvían. Gilgas, el hombre sin miedo, iba por delante tan alto y jorobado como era y con la joya envuelta en su pecho; tras él, la única Tormenta caminaba con dificultad, pero solo. Por detrás iban los sobrevivientes cargando las armas de los compañeros caídos para que sus familias las honrasen; y en el barco, orgulloso y noble, quedó Elrix sobre Teocris.

La fortaleza del Emperador era sencilla, pero brutal, gigantesca y sólida. Se había construido para perdurar y no para el deleite del artista; una vez atravesado el anillo externo que rodeaba la Torre, se debía subir por una larga serie de escalones anchos y convexos. Y en lo más alto, un gran arco permitía el acceso al salón del Emperador, recubierto con tapices, pilares de jade, enormes lámparas de aceite, alfombras negras y vitrales multicolor.

Ahí estaba sentado Bak'Ujim sobre un trono de plata y cetrino, cintura estrecha y espalda ancha; sus miembros eran nudosos y tenía el cuello grueso como el de un buey, ojos hundidos y marrones, un largo cabello negro grisáceo y manos poderosas. Tenía en la frente la imponencia natural de un rey primitivo, salvaje y brutal; otros dirían que incluso Bak'Ujim semejaba la estatua viviente de un dios. Y para otros tantos, lo era realmente.

En el cuerpo no traía los vestidos pomposos de los sacerdotes, tampoco las ropas sofisticadas de los aristócratas; usaba brazaletes de bronce, cinturón de piel con una gran hebilla de plata en forma de sol y un faldón de cuero con chapas de cobre. El torso desnudo cubierto por cicatrices y un collar de platino con un dije en forma de aro. No llevaba sandalias como el resto, solo dos juegos de cuerda alrededor de los tobillos de hierro.

- Volvemos a ti, Señor mío –Exclamó Gilgas- por océanos de muerte, murallas asesinas y bestias sobrehumanas hemos vuelto a ti con el tesoro que pediste.

Entonces Gilgas sacó el Ojo de Mambiri y lo levantó lo más que pudo en su mano huesuda.

- He visto el Universo, su comienzo y su fin –Continuó Gilgas con extraño tono- he visto la muerte de la Estrella, reinos resquebrajarse y montañas hacerse polvo bajo soles rojos. La Joya me ha mostrado noches y mañanas de sistemas lejanos; y me ha dado sabiduría, sabiduría y mucho poder en las manos.

Gilgas volvió una mirada desafiante a Bak'Ujim, algo que nadie había hecho jamás, y en los ojos del viejo resplandeció un fuego de audacia.

- El Ojo de Mambiri es la fuente de este poder divino, una joya que no tiene igual en los universos... una Joya que está en mi mano y que ¿Debería dejarla ir?

Odras, quien estaba a unos pasos detrás de Gilgas apretó con fuerza su espada sabiendo que la traición del anciano era inevitable.

- ¡Bak'Ujim! Hay poderes allá afuera –Prosiguió Gilgas- inmensos poderes al acecho de nuestra carne. Me mandaste a matar a uno de ellos y por ti lo hice cuando rompí su maleficio de inmovilidad. Después le quité esta Joya y comprendí lo que tú nunca podrías comprender. Y por eso, yo, Gilgas el Sabio ¡Renuncio al poder y a la gloria del Ojo de Mambiri! Porque si hay un hombre sobre el mundo digno de llevar este poder ¡Eres tú, mi Señor!

Gilgas se tiró al suelo y arrastrándose hasta los pies de su Señor, agregó:

- ¡Mi Señor, esta joya es tuya! Pero ante ti, traigo algo más ¡La última amenaza de tu reino! ¡El Rey Loco está aquí! ¡Y es él! –Gilgas señaló al Nómada- ¡Destrúyelo!

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⏰ Last updated: Aug 21, 2018 ⏰

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