Parte IV: TEOCRIS, UNA NAVE DE LEYENDA

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Épsilon era una ciudad inmensa: calles, calzadas, corredores y avenidas se extendían como redes entre una miríada de viviendas, ferias, plazoletas, basares, fuentes y templos. Y en el centro de esa inmensidad se erguía la orgullosa fortaleza del Monarca, imponente e inexpugnable como su Señor. Sus torres eran colosales, y desde sus alturas podían avizorarse cientos de leguas a la redonda.

La ciudad, engarzada en la costa, se mantenía fresca gracias a la brisa del mar, donde los pescadores siempre se proveían de abundante alimento. Del lado opuesto de Épsilon, salían grandes caminos que la conectaban con tierra adentro, los mismos por donde multitudinarias caravanas iban y venían con objetos de incalculable valor, engrandeciendo todavía más la riqueza de la primera ciudad construida por el hombre.

En la costa, el muelle solo parecía una pequeña ciudad por la cantidad de navíos que cada día llegaban con cargamentos de lejanas costas. Pero había un lugar en el muelle que ninguna nave debía ocupar; era el taller donde Nabokor, el gran maestro hacedor de barcos, venía construyendo por mandato de Bak'Ujim, lo que sería su obra maestra: Una nave de dimensiones escalofriantes, casco reforzado con láminas de bronce y 49 velas sostenidas por 7 poderosos mástiles capaces de soportar la ira de los vientos salvajes de altamar. En aquel barco magnífico, las Tormentas y el nómada emprenderían su largo viaje.

Día tras día, las gentes miraban con asombro como incrementaba en tamaño y belleza la gran obra de Nabokor, ensombreciendo cualquier cosa antes construida por él. Y cuando los curiosos le preguntaron sobre el nombre de su obra maestra, el maestro hacedor de barcos respondió:

- Se llamará Teocris... en memoria del difunto padre del Emperador.

Una mañana muy temprano, Nabokor anunció que el poderoso navío que le habían encomendado, estaba terminado, cargado y preparado para hacerse al mar. Entonces Bak'Ujim exclamó:

- Ha llegado la hora ¡Tienen su mandato Tormentas! ¡Tráiganme el Ojo de Mambiri!

Entonces el pueblo, incrédulo, contempló como un puñado de guerreros, la élite del ejército, abordaba a Teocris. Al frente iban sus comandantes: Tlitras, Ye'hema y Odras, y más atrás, como una figura anacrónica, iba el nómada, quien despertó murmullos en la gente al ver su capa de plumas, sus pies desnudos, su cayado de molle y su taparrabo de cuero de culebra. Pero lo que más causaba la muda agitación de la gente, era la inexplicable decisión del Monarca: si un ejército entero no pudo contra el poder del brujo ¿Qué podrían hacer 53 guerreros y un vagabundo? Pero Bak'Ujim no se molestó en dar explicaciones a sus súbditos; él, como el resto de guerreros, sabía que para Yatiri los números no significaban nada. Suficiente era con las Tres Tormentas y ese extraño ser al que llamaban nómada.

Cuando el regimiento terminó de abordar, las amarras del barco fueron cortadas por la mismísima espada del Monarca, y Teocris, liberando sus velas, raudo e imponente se entregó al porvenir de las desconocidas mareas del sur.

EL barco tenía recursos suficientes para mantener a la tropa por dos años. Pero Bak'Ujim no quiso correr riesgos; además de soldados también iban caballos, cartógrafos marinos, carpinteros, pescadores, cuatro cocineros y curanderos; pero entre los tripulantes también había un misticista llamado Gilgas, un hombre del que se decía que por su avanzada edad y su inagotable saber, su corazón había perdido toda capacidad de sentir miedo; sólo tengo una mente liberada, solía decir. Gilgas, había sido el tutor personal de Bak'Ujim, el anciano sabio que le había contado sobre el Ojo de Mambiri, y que por mandato del Monarca era enviado con la tropa como guía y consejero.

Por otro lado, al mando de la nave estaba un hombre de ojos endurecidos por el sol y la piel curtida por las sales del mar. Un hombre que todo marinero respetable conocía y admiraba; se llamaba Enurix, y de su impresionante figura, era su largo cabello cenizo recogido en una trenza, lo que más llamaba la atención. Desde muy joven, sus manos habían capitaneado embarcaciones por mares insalubres, había conquistado tormentas y navegado contra tifones y remolinos; y siempre había llegado a su destino. Por eso, nadie en los extensos dominios de Bak'Ujim, era más capaz que él, Enurix, para llevar ell timón de Teocris, una nave que de por sí sola ya era una leyenda.

Así llegó a su fin el primer día de viaje, con una tarde que se hundía en un estallido de nubes rojas y en ruta hacia el desconocido horizonte austral donde en alguna parte, Yatiri el abominable, aguardaba por ellos.

EL REY LOCOWhere stories live. Discover now