El universo que llevamos dent...

By Byfr4nk

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Willow es un chico introvertido que siente que está destinado a pasar su vida completamente solo, y esto es a... More

Introducción.
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Interludio
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Parte II
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Parte III
CAST
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By Byfr4nk

Willow

Cuarenta y ocho segundo más y serán las cinco en punto. Estoy afuera del laboratorio de química, esperando algo, pero sin saber exactamente el qué.

Solo tengo que empujar la puerta, cruzar el laboratorio hasta el fondo, y entrar al baño.

Ahí debe estar ese chico.

Tesla.

Dijo que llegaría antes.

Me pone nervioso el hecho de hablar con él a solas a pesar de que he sido yo quien le pidió que hiciéramos esto de nuevo.

Honestamente no sé en qué demonios estaba pensando.

De hecho, no sé en qué demonios pensaba también ese día que le di mi suéter. Las manos me temblaban, y estaba seguro de que de haber continuado ahí otro momento más habría tenido alguna especie de colapso nervioso o tal vez apoplejía.

Si Tesla hubiese abierto esa puerta no estoy seguro qué habría sucedido.

Tal vez lo hubiese golpeado y luego huido.

O tal vez sí habría tenido esa apoplejía y me habría desmayado.

O no sé.

Conocer a Tesla implica muchas cosas. Me refiero a conocerlo en persona. Así al menos por mensajes y llamadas él no mira cada cosa mala en mí; cada jodido defecto que tal vez le desagrade, porque... ¿quién querría ser amigo de alguien que es más miedoso que un ratón?

Mamá dice que el miedo solo nos dice que debemos de tener cuidado. A veces creo que el mío es en extremo un sentimiento autoprotector.

Hasta ahora, Tesla Boham es el único que parece querer ser amigo de alguien así. Aunque desconozco realmente si es ese rasgo tan gallina que tengo lo que no me deja tener amigos o si es que algo de mí en particular es lo que le desagrada a la gente, o ambas cosas. Incluso para averiguar eso me lo pienso dos veces, y cuando estoy cerca de una conclusión me invade el pánico de una respuesta desagradable por lo que termino por no concluir nada.

Supongo que todos tenemos algo malo de todas maneras, así que no debería de acomplejarme. Aun así, resulto ser un hipocondriaco que cree que va a arruinarlo todo, y es porque generalmente sucede.

Abro la puerta del laboratorio y me encamino hasta el fondo. Entro al baño, no sin antes respirar hondo y sacudir mi cabeza para despejarla de malos pensamientos. No quiero nada pesimista justo ahora. Si no me convenzo de que todo saldrá bien, entonces terminaré por huir.

—¿Tesla? —pregunto en voz alta desde la puerta. Él me responde de inmediato.

—Aquí, en el tercer cubículo.

Me encamino hasta donde él me indica.

Estoy realmente nervioso. Tanto como la otra vez y tal vez más. La ocasión anterior ni siquiera estaba pensando, pero ahora... bueno, ahora la cosa es distinta porque esto es como una especie de acuerdo.

Me detengo frente a la tercera puerta y me quedo ahí, parado, sin decir ni hacer nada. Así permanezco por un rato, únicamente respirando porque no necesito pensar que debo de hacerlo, sino porque se hace solo.

Comienzo a creer que esto ha sido una mala idea. Ni siquiera sé qué decirle. Es más, ni siquiera sé realmente para qué hice que viniera si no tendría algo sustancial que poder compartir con él.

¿En qué demonios estaba pensando?

—Hola —dice luego de un rato, rompiendo el silencio.

Su voz me hace pegar un respingo del susto. Él se aclara la garganta y vuelve a hablar.

—Hola, Willow Heavenly. ¿Qué tal?

Tengo que responder.

Tengo que responder.

¡Solo tengo que decir algo!

—Bi... bien. Sí. ¿Tú qué tal?

—Bien también.

—Ah.

—¿Has tenido clases ahora?

—Sí. Desde la mañana.

—Oh...

—¿Y tú?

—¿Yo qué?

—¿También has tenido clases?

—Oh, no. Hoy estaba libre.

Genial, Willow. Le he hecho venir solo para hablar con él encerrados en un baño. Sí que soy un tonto.

—Pudiste haberme dicho eso antes y no te habría pedido que vinieses ahora —le digo, intentando sonar a disculpa.

—¿Y si yo quería venir de todas formas? —inquiere él.

—¿Querías venir?

—¿Tú querías que viniera ahora?

—Tenía que venir a clases. —Me encojo de hombros, aunque sé que él no puede ver eso.

—A que habláramos me refiero.

—¡Oh! Bueno, sí. Sí quería.

¿Qué clase de pregunta ha sido esa?

—Yo también quería venir y hablar ahora —confiesa.

¿Y qué clase de afirmación es esa?

Tesla carraspea y por el pequeño espacio debajo de la puerta alcanzo a ver que cambia el peso de un pie al otro.

—Y he olvidado tu suéter —dice—. Lo siento.

—Me lo puedes dar otro día.

—¿Volveremos a hacer esto?

—Supongo. Sí, eso creo.

—Yo quiero que sí.

—¿Sí? —inquiero.

—Sí.

—Bueno, entonces sí —concluyo.

Esto es tan extraño. Pareciera que estamos construyendo algún tipo de contrato verbal con cláusulas bastante específicas.

Luego de eso volvemos a quedarnos en silencio. Él ahí dentro y yo aquí afuera. Hasta este momento nadie más ha venido a este baño a nada. Supongo que Tesla tenía razón, casi nadie los utiliza.

—¿Nos sentamos? —sugiere de repente.

—¿Qué?

—Nos sentamos en el piso. ¿Quieres? —pregunta riéndose—. Será más cómodo que estar parados. Y está limpio. He visto a la señora de la limpieza pasar la mopa hace una hora.

Él ni siquiera espera a que yo le responda porque se sienta de todos modos.

Por el espacio libre de abajo le alcanzo a ver las piernas, las cuales ha cruzado para sentarse en posición de loto, y también logro ver el dobladillo de su camisa negra. También usa zapatos Converse, pero a diferencia de los míos los suyos son azules, como el cielo de verano.

Le imito y también me siento en posición de loto, quedando ambos de frente y separados únicamente por la puerta. Él ha de poder ver mis rodillas ahora.

Tesla comienza a golpetear rítmicamente la suela de sus zapatos con sus dedos mientras lo escucho resoplar ruidosamente, como si sopesase lo que va a decir. Como si él estuviese...

—Esto me pone nervioso —dice.

Eso. Nervioso.

—¿Ah sí?

—Sí. Es decir, qué genial que podamos estar aquí, hablando. O respirando. Existiendo en este pequeño espacio.

Existiendo...

Qué bonito suena eso.

—Ajá.

—Y me pone nervioso porque quisiera abrir la puerta.

—...

—Pero no lo haré, ¿sí? Puedes estar tranquilo.

Eso no consigue tranquilizarme de todos modos, porque yo también quisiera abrir la puerta y conocer de una buena vez el rostro del chico de los secretos del universo.

Ese sentimiento que trato de contener es el que verdaderamente me altera, porque si la vez anterior tuve el jodido impulso de venir a darle mi suéter, y ayer el de decirle que hiciéramos esto otra vez el día de hoy, entonces fácilmente se me podría escapar el pretencioso deseo de abrir la tonta puerta.

De ahí en adelante las consecuencias podrían ser más grandes que mis miedos y tal vez lo arruine.

—Eres paciente conmigo —le digo mientras juego con mis dedos.

—No lo sé —advierte Tesla soltando un suspiro.

—Yo sí lo sé —puntualizo—. Porque hemos hablado mucho.

—Bueno. Pero yo también sé cosas de ti. Porque hemos hablado mucho.

—No lo creo.

—Sí, sí. Claro que sí —enfatiza en cada una de esas expresiones afirmativas.

Tesla apoya las manos en sus rodillas y las deja descansar ahí.

Su piel es blanca, pero de un blanco que hace ver sus dedos suaves y livianos, y noto que tiene unas cuantas pecas diminutas dispersas en sus muñecas y antebrazos. Quisiera tocarle la punta de los dedos.

Las manos de Tesla son grandes, delgadas y bonitas, y las venas en el dorso de ellas se miran un tanto resaltadas en un color verde muy pálido y difuminado.

Son las manos de un chico. Las de uno que da la impresión de ser delicado cuando las utiliza, como si estuvieran hechas para manipular ese tipo de cosas que pueden romperse fácilmente. Y entonces pienso que tal vez sostener las manos de Tesla ha de ser como sostener la vía láctea con todas sus estrellas.

—¿Y como qué cosas sabes de mí? —le pregunto.

Él ni siquiera se toma un poco de tiempo para dar una respuesta. Contesta de inmediato.

—Cuando haces filosofía sobre el mundo pareces capaz de moldear el sistema solar a tu antojo.

Este chico tiene una facilidad enorme para arrancarme sonrisas de los labios, tanto que me asusta.

—Y tu voz es bonita —agrega.

Y así acentúa mi nerviosismo.

—Y hueles bien, Heavenly.

Y así colorea mi rostro.

Ahora lo que realmente ha provocado es que quiera besarle cada una de las estrellas que se esconden entre sus manos.

—Sí —dice. El tono de su voz se vuelve tan etéreo y suave, como una melodía que se debería de disfrutar con los ojos cerrados—. Tú eres alguien muy impresionante, Willow Heavenly.

Y, claro, sin falta hace que las nebulosas de mi pecho tomen formas que solo Dios sabría explicar.

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