Contracorriente © [EN LIBRERÍ...

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Maju debe dejar atrás todo lo que conoce y viajar a otro país para terminar sus estudios. Al llegar a su nuev... עוד

Antes de comenzar
IMPORTANTE
P L A Y L I S T ♥️
Capítulo 01
Capítulo 02
Capítulo 03
Capítulo 04
Capítulo 05
Capítulo 06
Capítulo 07
Capítulo 08
Capítulo 09
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12 - parte I
Capítulo 12 - parte II
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31 - parte I
Capítulo 31 - parte II
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Epílogo
EN PAPEL - ¿Dónde y cómo comprar el libro?

Capítulo 15

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Dedicado a Emg0088 💜

Capítulo 2/2 de hoy. Disfrútenlo😏

Maju

*

Al entrar a casa de Leo nos ofrecieron a cada uno una copa de champán.

Yo no era muy amiga de Leo, ni siquiera había hablado con él antes de que me invitara a su fiesta. Creo que nadie de nuestro curso era su amigo, excepto Diego que se sentaba a su lado desde el año pasado y, aunque no lo admitiera, estaba segura de que se copiaba de él en todos los exámenes. A fin de cuentas, Leo era el mejor promedio del curso, pero el más introvertido, tímido y reservado.

Por esa misma razón, me animé a preguntarle porqué haría una fiesta de cumpleaños con gente a la que no trataba y su respuesta me hizo sentir compasión por él. Su madre lo había obligado a celebrar sus dieciocho años, y, como debían invitar a socios y amigos de la familia, le exigió que también invitara a sus amigos. Como Leo no tenía, tuvo que invitarnos a nosotros.

Al principio nadie quiso animarse. Diego fue quien nos insistió a Marina y a mí para ayudarlo, y Marina le insistió a Clara. Ricky decidió ir solo porque estaría Marina, así que convocó también a los chicos del equipo de fútbol. Esto hizo que Fernanda y su grupo se sumaran a la invitación. Así, uno a uno, todos fuimos confirmando.

Aquella mañana Ricky nos había ido a buscar a Marina y a mí. Sí, Ricky. El día anterior, mi terca amiga decidió darle una oportunidad así que él estaba en período de prueba. Cuando llegamos a casa de Leo, ellos no se sorprendieron pero yo sí tuve que contenerme para no delatar mi impresión. Era una mansión de ensueño, con decoración francesa, decenas de cuadros que parecían robados de museos, y ventanas muy amplias que la hacía ver muy iluminada de forma natural.

De todas formas, la fiesta se llevó a cabo en el jardín que parecía sacado de un castillo europeo: con una grama podada y reluciente, con arbustos llenos de flores de todos los colores, y al fondo varios árboles que parecían invitar a un bosque de ensueño. Habían acomodado algunas carpas muy elegantes, algunas con pufs y muebles cómodos, otras con mesas y sillas muy altas. Cerca de una fuente circular que estaba en el medio, se encontraban algunas mesas rectangulares puestas como si fuéramos a tener un banquete.

Eran las seis de la tarde, por lo que no faltaba demasiado para el atardecer y moría por presenciar cómo se veía todo aquel sitio de noche.

Eran apenas las seis de la tarde, así que seguro la parte «movida» comenzaría después de cenar.

Ricky y Marina se apartaron unos minutos para saludar a unos adultos que conocían, amigos de sus padres. Me tocó quedarme sola, y para hacer mi tiempo menos incómodo, saqué mi celular y comencé a jugar Candy Crush mientras me deleitaba con mi champán.

Uno de los camareros se detuvo en mi mesa para retirar mi copa, con una tímida sonrisa y unos ojos azules increíbles.

—¿Cómo te llamas? —le pregunté sin ningún tipo de doble intención.

—Randall, señorita.

—Randall, ¿serías tan amable de traerme dos más de estas? —Señalé la copa que estaba retirando y él asintió, alejándose con diligencia y dejándome de nuevo sola.

Me detuve a observar a las personas que me rodeaban y me di cuenta de que había muchos más adultos que jóvenes. A Leo todavía no lo veía pero, en su lugar, yo habría estado triste y molesta de tener que celebrar mi cumpleaños a la fuerza. Cuando Randall regresó con las dos copas que le había ordenado se sorprendió al darse cuenta de que ambas eran para mí, tal vez me habrá llamado adolescente alcohólica en su cabeza pero me dio igual. Creo que solo había tomado champán una vez y estaba más que deleitada. Era mejor que la sidra que llevaban mis tíos a casa en Navidad.

Me tomé ambas copas tan rápido que, aunque se suponía que aquellas bebidas no tenían tanto alcohol como otros cocteles, mi cuerpo se relajó de inmediato. No estaba ebria ni mucho menos, pero sí me sentía más suelta.

Tal vez fue debido al champán pero la piel se me puso de gallina y sentí las piernas temblar cuando, en la distancia, vi que Santi entraba al jardín con su clásica expresión de tedio.

Había venido.

Y no solo eso, sino que había escogido una camisa de botones —negra, por supuesto—, con unos pantalones oscuros informales que rompían con el esquema de formalidad de la fiesta, y unos Vans negros como el resto de su ropa. Detrás de él aparecieron Diego y Clara quienes se alejaron para saludar a otras personas de nuestro curso. Santi se quedó recostado a una pared, sacando un cigarrillo de su bolsillo y encendiéndolo con parsimonia. Después de la primera calada, su mirada de ojitos oscuros recorrió todo el lugar en la búsqueda de algo o alguien. Quise creer que me buscaba a mí.

Yo estaba lejos de él, de todas formas me oculté con disimulo detrás de una de las carpas del jardín y solo me asomé para ver su reacción mientras le escribía un mensaje.

Yo: Te quedan bien las camisas de botones. Deberías usarlas más seguido.

Lo observé cuando sacó su celular del bolsillo con curiosidad y sonrió al leer mi mensaje. Sonrió de verdad, eso infló mi pecho. Se llevó el cigarrillo a la boca y escribió una respuesta con sus dos manos.

Santi: Flaca.

Santi: Dónde estás?

Yo: En algún lugar, disfrutando de las vistas.

Mordí mi labio inferior, cundiéndome de nervios. No podía creer que le había enviado eso. Miré cómo se reía al leerme y volvía a escribir.

Santi: La flaca sabe coquetear.

Yo: Y la flaca ya tiene su regla del pacto de convivencia.

Santi: Cuál es?

Yo: Si logras encontrarme en los próximos 45 segundos, te la diré y hasta tendrás la oportunidad de sellar el pacto.

Santi: Sellarlo cómo? Dónde estás?

Yo: Te quedan 38 segundos. Tic tac. Tic tac.

No estaba llevando la cuenta pero sabía que había despertado a una fiera. Le observé apagar el cigarrillo con el pie y comenzar a caminar, buscándome con la mirada. No tardaría mucho en encontrarme, así que caminé por detrás de las personas de forma cautelosa, sintiéndome ninja. Me escondí detrás de uno de los árboles que estaban al fondo del jardín, y recosté mi espalda. Si no hacía ruido o movimiento alguno, no me encontraría. De todas formas mi corazón estaba a punto de estallar en mi pecho, mi respiración estaba agitada, y sentía la adrenalina recorrerme a mil por hora. Mordí mis labios para contener una risa.

Unos brazos se ubicaron por encima de mis hombros, encerrándome entre el árbol y él. Dejé escapar un pequeño grito por la sorpresa.

Realmente hubiese sido una muy mala ninja.

Sus ojos oscuros me miraron divertidos, recorriendo cada pequeño milímetro de mi rostro. Se humedeció los labios con lentitud y me sonrió de una manera extraña aunque provocativa.

—Hola, mi flan de coco —solté con una risita mirando sus labios.

Cuando me di cuenta del apodo que le había puesto, me arrepentí de inmediato. Incluso él me miró con confusión hasta que se rio.

—¿Tu qué? —preguntó—. ¿Has estado bebiendo?

—Solo champán pero no me hace nada.

Él recortó la distancia entre nosotros, poniéndome la piel de gallina al sentir su aliento tan cerca del mío. Se había aplicado una colonia exquisita que me volvía un poquito más loca por él. Pero solo un poquito.

—¿Cómo quieres que sellemos el pacto? —Sus ojos penetraban los míos de una manera invasiva, como si pudieran ver a través de mí, y me desnudaran por dentro.

—¿No estás interesado en saber cuál es mi regla?

—Cualquiera que sea, la aceptaré.

—¿Cualquiera?

—Si me dejas sellar el pacto como quiero, aceptaré cualquiera de tus reglas, flaca —susurró.

No dejaba de parecerme increíble que, cuando él se me acercaba de esa manera y me hablaba de aquella forma, todo en mi cabeza desaparecía. Lo único que existían eran mis latidos desbocados, un temblor en mis piernas, y unas ganas gigantes de... Ni siquiera sabía de qué, no sabía si quería abrazarlo, tocarlo, besarlo, incluso golpearlo. Quería muchas cosas de su parte; quería tantas que ni siquiera sabía cuál pedirle. No sabía qué debía "pedir", no se sentía bien pedir algo.

Su nariz rozó la mía y suspiré atontada.

—Quiero que seas más romántico conmigo.

Era una regla tonta, ni siquiera sabía si era una regla como tal. Pero disfrutaba tanto cuando me decía cosas sinceras, cuando se me acercaba de esa manera, cuando me besaba, cuando me rescataba, cuando estaba ahí... Que lo quería todo el tiempo.

Su expresión se mostró confundida, al parecer esperaba cualquier otra cosa y no aquella petición.

—¿Romántico? —repitió—. ¿Quieres que te regale flores o esas cosas? —La sola idea pareció incomodarle.

—No necesariamente. —Negué con la cabeza y me reí—. Ser romántico no significa que me lleves chocolate todas las mañanas. Si te pido que seas romántico es porque quiero que seas más delicado conmigo, que me preguntes cómo estoy, que me digas que estoy bonita, que soy una bomba sexy aun cuando yo no me sienta atractiva. O que te acerques a mí justo como lo estás haciendo ahorita y que me robes un beso. Que... no lo sé, que te abras a mí.

Me escuchó con atención y, mientras más hablaba, más rara me sentía pidiendo aquello. Cuando terminé, permaneció en silencio hasta que vi cómo su nuez se movía de arriba abajo.

—No es como si no quisiera —contestó—, es que jamás lo he hecho. No sé ni cómo hacerlo pero supongo que lo puedo intentar.

—¿Quieres que te enseñe? —Le sonreí. Él me devolvió el gesto y enarcó una ceja, sabía que la idea de que le "enseñaran" algo le parecía absurda porque su ego era más alto que el Empire State.

—Muy bien —accedió, con una dulzura inusual—. Enséñame.

Algo dentro de mí se derritió. Él nunca había sido del tipo romántico o detallista y conmigo estaba dispuesto a aprender. No se negó ni lo dudó. Solo lo consideró y me respondió con honestidad algo que ya yo sabía: que era un terreno desconocido para él.

—Pues para empezar... puedes decirme que estoy bonita hoy.

Su mirada se tornó cálida. Examinó mis piernas, mi vestido floral, mis pechos —se detuvo con disimulo a verlos—, mi cuello y luego mi rostro.

—Estás preciosa hoy, flaca.

—Bien. —Asentí—. Ahora puedes decirme que soy una bomba sexy.

Santi soltó una pequeña carcajada y llevó sus manos a mis caderas.

—Eres una bomba sexy, flaca. Una bomba sexy muy adorable.

Rodé los ojos ante lo último pero eso no me impidió que mis manos envolvieran su cuello hasta enredarse en su pelo con suavidad. Me gustaba que estuviéramos así, sin barreras ni problemas.

—Eres un estudiante rápido —bromeé.

—¿Ya puedo sellar el pacto como yo quiero?

—Todavía no me has dicho cuál es tu regla.

Él frunció los labios, recordándolo.

—Te la diré en la noche.

La sangre se subió a mis mejillas y estuve a punto de ahogarme con mi propia saliva. ¿Acaso su regla implicaba algo más... físico? Él vio el susto en mi rostro así que me sonrió.

—No es ninguna de las cosas que estás pensando —aclaró—. Esas me las vas a pedir tú solita, ya verás.

No supe qué había sido peor, si lo de que me iba a decir cuál era su regla en la noche, o si las cosas que me estaba imaginando se las pediría yo misma. No supe ni cuál fue mi expresión pero él no dejó de reírse, lo cual solo me hacía sentir más avergonzada.

—Eres un tonto. Y un egocéntrico, además. ¿Por qué seré yo quien tenga que pedírtelo?

—Porque hace años luz que yo quiero que todo lo que estás imaginando se cumpla.

Tragué con fuerza y me respiración falló.

—¿Y cómo sabes qué es lo que estoy imaginando? —pregunté.

Él solo esbozó una corta sonrisa y su pulgar viajó con lentitud a mi labio inferior, el cual jaló con suavidad mientras él mordía el suyo propio. Había comenzado a sudar. Definitivamente el champán me había acalorado.

—Solo lo sé —murmuró. Tal vez quiso decirme «eres muy evidente, María Jesús, cualquiera podría leerte» y no lo hizo para no ofenderme. Había captado lo del romanticismo más rápido de lo esperado.

Cuando su nariz volvió a rozar la mía, esta vez mucho más decidido, me aclaré la garganta con toda la fuerza de voluntad que encontré.

—Mientras no me digas cuál es tu regla, no creo que podamos sellar ningún pacto —susurré, nerviosa.

—No iba a sellar ningún pacto, solo iba a ayudarte con algo.

—¿A ayudarme con algo?

—No soy médico pero si lo fuera te diagnosticaría un exceso de tensión sexual. Eso solo se alivia de una sola forma, y soy tan buen samaritano que me estoy ofreciendo a ayudarte de forma gratuita.

Tras reírme de manera inevitable, sentí su boca aterrizar en la mía. Contrario a sus palabras, aquello no aliviaba mi tensión, sino que la multiplicaba.

Conservaba un sabor amargo debido al cigarrillo que se había fumado más temprano, sin embargo, encontré sus labios como lo más exquisito que habría probado jamás. Su lengua encontró la mía con prontitud y deseé que jamás volviera a separarse de mí; su respiración se agitó al igual que la mía y sus manos acariciaban la parte baja de mi espalda, acercándome más a su cuerpo y llenándome de su calor. Podría besarlo durante años.

Se separó de mí y depositó un beso en mi mejilla.

—¿Lista para volver a la fiesta?

—Sí —respondí con torpeza, intentado recordar cómo se respiraba con normalidad—. Definitivamente no eres doctor porque sigo con la misma tensión.

Me tomó de la mano y entrelazó nuestros dedos al tiempo que me acercaba a él para susurrarme cerca de la oreja:

—No te preocupes, en un rato puedo enseñarte otros métodos más efectivos y muchísimo más placenteros.

No se detuvo a ver mi reacción y agradecí por ello, porque seguro se habría vuelto a reír. Atravesamos el jardín hasta llegar a donde estaban Marina, Ricky, Diego y Clara hablando sobre alguien que no conocía. Cuando Marina vio a Santi lo abrazó de inmediato, eran cada vez más cercanos y tenían un montón de cosas en común. Además, se habían vuelto los abogados del curso y se levantaban a mitad de la clase si creían que un profesor estaba abusando de sus potestades.

Cuando empezaron a reírse de cómo Leo tartamudeaba en clases cada vez que hacía una intervención, los detuve. A mí no me parecía nada gracioso.

—Maju tiene razón, Leo es un tipo genial —me apoyó Diego.

—Calma, fieras, nadie ha dicho que no lo fuera —se defendió Marina.

Como si lo hubiésemos llamado con la mente, Leo se acercó a nosotros y nos invitó a una de las salas de la casa, donde habían llevado unas botellas para jugar un rato. Se estaba esforzando por caerle bien a todo el curso, por hacer de esto algo mucho más agradable, así que asentí y Diego y yo lo seguimos.

Santi caminó detrás de mí, solo para no perderse de mi compañía, así que por presión, Marina, Ricky y Clara, también se unieron.

Llegamos a la «sala de televisión», que era un espacio inmenso lleno de sofás gigantescos de apariencia cómoda. Al fondo, la pared la habían convertido en una pantalla. Todos los del curso hicimos un círculo en el centro de la habitación, algunos sentados en el sofá y otros estábamos en el suelo. A mi lado derecho estaba Santiago, y a mi izquierdo Leo.

La mayoría tenían cara de aburrimiento, así que intenté echarle una mano a Leo.

—Juguemos algo divertido —pronuncié, agarrando la botella de ginebra y unos vasitos—. Verdad o reto. Es fácil y divertido.

—Me apunto —dijo Fernanda desde el sillón, agarrando otra botella.

—¿Quién comienza? —preguntó Diego.

—Yo quiero —Marina intervino y miró al cumpleañero—. A ver, Leo. ¿Verdad o reto?

—Verdad.

Marina se llevó la mano al mentón mientras consideraba su pregunta.

—¿A cuántas personas has besado?

Él se sonrojo a mi lado, y supuse cuál sería su respuesta.

—Ninguna —murmuró, avergonzado. Bajó la mirada a su regazo y algunos empezaron a reírse, lo cual me hizo sentir molesta.

Si Santi no me hubiera besado luego de la noche que pasamos juntos, tal vez yo estuviera en la misma situación de Leo y aquello no tenía nada de malo, no era motivo de burlas. Algunas personas solo preferíamos esperar.

—¿No has besado a nadie? —preguntó una de las chicas, riéndose.

Leo no dijo más nada y se acomodó sus lentes grandes de pasta. Cuando vi que seguían riéndose de aquello, no aguanté más.

Rápidamente me volteé hacia Leo, cogí su rostro entre mis dos manos con mucha fuerza y le di un beso. Sin lengua, solo fue un roce de nuestros labios por unos cinco segundos. Escuché a todos silbar al vernos besar, y cuando lo solté Leo me miró con incredulidad.

—Pues ya has besado a una chica —afirmé.

—G-Gra-gracias —tartamudeó, parpadeando demasiado rápido.

Algunos comenzaron a aplaudir, diciéndole a Leo que era el mejor cumpleaños de su vida. En el fondo, sentí que había hecho lo correcto. Leo era un buen chico y no merecía que nadie se burlara de él. Mucho menos por algo como un beso.

El problema fue que, cuando quise regocijarme mentalmente, alguien se aclaró la garganta a mi lado. Palidecí cuando vi a Santi con el ceño fruncido y los labios formando una fina línea. Por un segundo me había olvidado de él y de que yo misma le había pedido que fuera romántico conmigo y más. Sin embargo, quise creer que él, por encima de los demás, entendería mis motivos.

Asumí que lo hizo, porque poco después se relajó y se concentró en nuestros compañeros.

—Ahora es tu turno, Leo —Marina habló desde su puesto.

—Verdad o re-reto, Marina.

Se escuchó un fuerte «uuuhhh».

—Reto.

Leo le sonrió y entornó los ojos. Ahí me di cuenta de que las personas calladas podían ser un poco vengativas.

—Haz sonidos orgásmicos por un minuto.

Mi amiga se sorprendió y su boca formó una O perfecta. El resto de mis compañeros no sabía si reírse, aplaudirle a Leo, o sorprenderse de lo que la mente del chico más tímido del salón podía idear en aquel momento. Yo solo lo llamé karma.

Marina era muy orgullosa, así que tomó su reto con dignidad y su frente en alto, no le pidió a Leo que lo cambiara ni demostró debilidad. Buscó su celular y configuró el cronómetro para que sonara al cabo de un minuto. Cuando comenzó a gemir, todo el ambiente se tornó más que incómodo. Ella cerró los ojos y se llevó las manos al cuello para acariciarse de una forma sensual mientras gemía, primero despacio y luego con un poco más de desespero. Los chicos estaban con la boca abierta, y algunas chicas también. El rostro de Clara era un poema.

El minuto terminó —pareció una eternidad—, y Marina retó a Fernanda. Así fueron contando verdades y cumpliendo retos uno a uno, hasta que en un momento cambiaron las reglas: así se escogiera verdad o cumplieras un reto, era obligatorio beber un chupito. Después de algunas rondas casi todos estaban ebrios. A mí nadie me había seleccionado, pero igual bebía de vez en cuando por solidaridad.

—Maju —me llamó Fernanda—. ¿Verdad o reto?

Era la primera vez que me preguntaban. Ya comenzaba a creer que era invisible.

—Verdad.

No tenía nada que esconder y no quería que me retaran a hacer algo embarazoso como lo de Marina.

—Cuéntanos cuál ha sido tu mejor orgasmo.

En definitiva no entendía el morbo de todos con el tema del sexo o porqué siempre llevaban todo a esa área. Tragué con fuerza y supe que me había sonrojado, era un tema incómodo para mí. Apenas y había besado a Santi y a Matías en pocas ocasiones; nunca había experimentado un orgasmo. Me pregunté si se podía llegar a un orgasmo solo con besos, porque Santi me hacía sentir cosas inexplicables cuando me besaba.

—Ninguno.

—¿Ni siquiera cuando te tocas? —preguntó, sorprendida.

Yo no era muy curiosa con mi propio cuerpo. Una que otra vez intenté darme placer yo misma viendo unos videos en internet pero la verdad era que no alcancé esa sensación fabulosa que todos describían.

—No —tajé, me bebí mi chupito en dos segundos y cambié de tema antes de que comenzaran a burlarse de mí por mi virginidad—. Ricky, ¿verdad o reto?

Pasé la pelota y estaban algunos tan borrachos que se olvidaron de mi pequeña confesión. Excepto una persona. A mi lado, Santi me escrutaba sorprendido, con miles de preguntas en sus ojos. Preguntas que no podía hacerme frente a los demás. Al mismo tiempo, vislumbré un rastro de deseo y de lujuria en su mirada.

Lo evité todo el rato, incluso cuando Leo nos invitó a salir. Ya con suficiente alcohol en nuestro organismo, nos fuimos a una sala que habían preparado como pista de baile. Fuera era de noche, así que busqué entre las paredes el interruptor de luz y la atenué sin apagarla del todo para generar un clima más privado. Con tantos adolescentes borrachos y tan poca luz, el cumpleaños de Leo comenzaba a ser una locura.

Había un DJ contratado pero todos lo destronamos y dejamos que Diego se encargara de la música. Formamos un círculo y empezamos a bailar de forma graciosa y alocada, en muchas ocasiones fuimos Ricky y yo los protagonistas que pasábamos al centro —de haber sabido que bailaba tan bien le habría insistido a Marina que aceptara ser su novia mucho antes—. En algún punto hasta Randall, el camarero, se unió a nuestro baile. Esperé que no fueran a despedirlo por ello.

Continuó el alcohol, la música y el baile hasta que todo se tornó más intenso. El círculo se disolvió y todos bailaban en parejas o tríos de formas cada vez más indecorosas. El problema fue que la única persona con la que quería bailar no estaba allí.

Busqué a Santi con la mirada y lo encontré recostado a una pared, bebiendo de un vaso, y con la mirada puesta en mí. Sentí un profundo cosquilleo en mi cuerpo y caminé en su dirección. Cuando estuve cerca de él le tendí la mano para que me acompañara a la pista.

—No sé bailar eso —dijo—, ni siquiera es música de verdad.

—Baila conmigo —le pedí.

Sabía que no le gustaba pero tal vez, solo tal vez, si bailábamos juntos algo podría ser diferente. Además, tanto alcohol en la sangre me había convertido en una confianzuda que se sentía sensual y ardiente. Tomé su mano y lo guie hasta la pista; él no puso demasiada resistencia de todas formas.

Apoyé mis manos en sus hombros y me encargué de que quedáramos muy cerca. En respuesta, las suyas buscaron mi cintura y mientras se aferraban a esta, me acarició el vientre con suavidad, haciéndome suspirar. Su mirada se tornó más intensa que antes cuando humedeció sus labios y se acercó todavía más. Tragué con fuerza y empecé a moverme al compás de la música, intentando ser su guía aunque me estuviera temblando hasta el pelo.

El pobre era como un palo de escoba en cuanto a habilidades de danza se trataba. Aunque creo que en parte se debía a que no le gustaba bailar y punto.

—Imagina que me tienes ganas —susurré cerca de su oreja—. Cierra los ojos, siente la música. Siénteme a mí.

—Yo no «imagino» que te tengo ganas, flaca. Las tengo. —Deslizó su mano por la parte baja de mi espalda con lentitud, estremeciéndome.

Aquellas palabras sirvieron de impulso para girarme y darle la espalda, pegándola contra su pecho. Sentía su respiración irregular y aliento cerca de mi rostro; era una sensación exquisita. Sus manos volvieron a mi cintura y esta vez noté sus ganas de apretarme con fuerza. Yo solo quería que me recorriera completa y que jamás dejara de tocarme, era un fuego que me hacía sentirme viva.

Me dolía hasta el pecho debido a la tensión, así que mis manos fueron a las suyas y las apreté, solo por la necesidad de apretar algo, de descargarme con algo. A medida que iba bailando al ritmo de la música de una forma lenta y sensual, sentí algo diferente detrás de mí. Estaba poniéndose duro. En respuesta, seguí frotándome contra él, jamás había disfrutado tanto algo como ese momento.

—No juegues con fuego, flaca —susurró en mi oreja. Quiso sonar un poco atemorizante pero noté la vulnerabilidad en su voz, como si me estuviera rogando que me detuviera y al mismo tiempo que continuara.

Eché la cabeza un poco hacia atrás hasta que nuestras miradas se encontraron. Él parecía tener un conflicto interno gigante.

—¿Y si yo quiero quemarme?

Su pecho en mi espalda subía y bajaba con rapidez, casi podía sentir sus latidos acelerados. Así como él estaba excitado y deseoso por mí, yo comenzaba a sentir corrientazos en muchas partes de mi cuerpo, e incluso un palpitar que no era precisamente el de mi corazón.

Mis ojos pasearon por la sala recordando que no estábamos solos. Algunos estaban en la misma onda que nosotros, y otros habían vuelto a formar un círculo de baile. Yo no quería unirme a ellos, quería salir de allí y profundizar las sensaciones que Santi despertaba en mí. Así que, como si me hubiera leído el pensamiento, me tomó de la mano y me guio fuera de esa habitación.

Recorrimos los pasillos con rapidez, desesperados. Abrió una de las puertas y cuando estuvimos ambos dentro, la cerró con llave.

—¿Qué hacemos? —pregunté, jadeante y sin poder recuperarme de toda la ola de sentimientos lujuriosos que acaba de experimentar.

—Quemándonos, flaca. Quemándonos —fue lo que pudo decir antes de tomar mi rostro entre sus manos para robarme un beso agresivo y lleno de fuego.

________

Nota de autor. Creo que en el capítulo que viene van a necesitar ir al médico por el exceso de tensión sexual😂 Vayan preparando su agua bendita y sus rosarios. 

Supongo que oficialmente puedo volver a llamarles mis flanes de coco♥️ Por cierto, ya hay grupo de Telegram donde hablamos de muchas cositas. Si quieren unirse, pueden pedirme el link por mensaje privado en wattpad :)

Lo de la regla de Santi es algo nuevo que he cambiado. ¿Alguien puede adivinar cuál será su regla?🌚  ¿Qué piensan de la regla de Maju?

¿Ustedes habrían sido mejores ninjas que Maju?

La cuenta de wattpad.aholic en Instagram (dhayanasbooks ♥️) siempre postea edits de la novela, y hoy dhayi subió un precioso dibujo que hizo de una escena de élite que le recordó a santi y maju. Yo muero de emoción, ¿qué les parece? Pueden seguirla en IG, hace cosas muy lindas! :)

Nos leemos prontito, flanes de coco♥️

PD. Recuerden que pueden encontrarme en Insta y Twitter como gabyariza_. 💜 Gracias por seguir leyendo.

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