Saga Delucios: La Leyenda de...

By SeleneArgent

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Se cuenta una leyenda, se escucha un rumor, cuando se levanta la marea y se escuchan al fondo el aleteo de la... More

Sinopsis
Pròlogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Epílogo

Capítulo 4

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By SeleneArgent

  Miraba a los cuadros en la pared a medida el bamboleo removía todo el barco. Lo extraño era que no estaba sintiendo mareos, y debería en base a haber pasado toda mi vida en tierra firme.

El chillido de la puerta me sacó de mis pensamientos, quién con una actitud totalmente distinta me sorprendió verle pasar como cachorro regañado, sin dejar su mirada de caníbal molesto. Estudió la habitación, en silencio esperaba a ver que rayos quería ahora.

- ¿Te agrada tú habitación? – Tocó un adorno de decoración. – Rodé los ojos.

- Al punto, O'Malley...

El me miró molesto.

- Oye, podría volver a descontrolarme, es mi barco. Estoy intentando ser amable... - apretó los dientes a modo de sonrisa, hablando. Eso me causó risa.

- Que sonrisa tan encantadora, hombre. Así cualquiera confía. – Rodé los ojos y alcancé una taza de té a mi lado, bebiendo lentamente, el arrugó el ceño. - ¿Qué?

- Si tienes frío que haces bebiendo ese brebaje, mujer. Toma vino, te mantiene caliente.

- Pues, tengo contraindicado el vino a las horas de la mañana. – Tomé un poco más.

- ¿Y también detestas el chocolate caliente? – Alcé la vista de mi taza. El sonrió.

- ¿Tienen? – Pregunté.

- Bueno, podríamos preguntarle a Holland, pronto bajaremos a las costas de Irlanda, por eso te mata el frío, podemos parar y comprar chocolate de taza y dulces.

Le escuchaba, encantada con la idea, pero preocupada por su cambio tan drástico de humor.

- ¿Eso me costará algo? – Estudié su rostro.

- ¿Costar? Serás mi mujer, no quiero mueras de hipotermia la noche de bodas. – Rodé los ojos dejando la taza a mi lado. Y... ahí estaba de vuelta.

- Pues me sirve mi té, muchas gracias.

Respiró profundo, calmándose. Sonó su cuello para liberar tensión y yo sujeté el edredón con fuerza esperando explotara.

- Me lo estás poniendo más difícil de lo que ya, es. Bien... - mordió su lengua, y cambiaba de posición buscando las palabras. – Discúlpame

Alcé una ceja.

- En otras circunstancias, ya te habría dejado en la primera parada, me da igual... - carraspeó – pero, haré una excepción e intentaré, llevarnos bien. – abrió sus manos exponiendo sus palmas como si fuese un premio él.

- Si crees que vamos a llevarnos bien...

- Pues la verdad me caes como una patada mientras duermo. – Cerró los ojos llevando sus manos a las caderas exponiendo su espada al costado del traje – ahora... así que te ofrezco una ligera tregua o meterte al calabozo mientras llegamos a la costa... tómalo o déjalo.

- Ya decía yo, que tanta caballerosidad tenía fecha de expiración. – Chasqueé la lengua mirándolo con desprecio. - Bien... si lo pones así no me queda de otra forma.

- Muy bien... Creo que hay un par de dulces que te gustarán. – Giró el rostro a la escotilla observando el mar.

Entrecerré la mirada, pensativa en el hecho de qué quería bajar a conocer, pero... la cuestión de mi tobillo. El parecía notar mi incomodidad.

- ¿Ya no te parece el plan? ¿No te ha fastidiado tanto el mar?

- No, es qué... - le miré pensativa y me mordí la lengua para evitar contarle. – Aclaré mi garganta – Creo no iré. – Acomodé las sábanas sobre mí.

El entrecerró la mirada, y observó fijamente mi rostro. Ladeó el suyo, oliendo el ambiente.

- Huelo dolor.

Arrugué las cejas.

- El dolor no tiene olor... anormal.

Sonrió con malicia en su rostro.

- Para ustedes no, para mí sí. ¿Qué sucede, mujer? ¿Qué hiciste?

El se acercó lentamente, como si intentase quitarme una navaja de la mano. Yo, estaba sorprendida con la situación, ¿Cómo podía notar esas cosas? ¿Qué clase de criatura era?

- Fue culpa, de hecho. – Carraspeé, moviendo suavemente el edredón, soportando el dolor. El se acercó más para estudiar. – Tobillo, debí haberme hecho un esguince.

El veía mi píe y la inflamación a la mitad de mi pierna. Tocó el tobillo con presión, pero ligera delicadeza, su tacto hizo arder mi piel, aún más allá del dolor. El se quedó pensativo al notarlo también, tragó y sacudió ligeramente su cabeza estudiando de nuevo, debatiéndose con algo mentalmente, acarició con el dorso de su dedo, e hizo que cerrara los ojos por un momento, el me miró, y mientras yo volvía a mí, avergonzada, él finalmente se enderezó estudiándome como si nada.

- No es un esguince. – Ladeó el rostro pensativo. – Debemos enderezar la torcedura y entablillarte. - ¿Cuándo sucedió esto?

- En tus cinco minutos de espadachín salvaje, caí mal.

Su mirada se oscureció en mi pierna, y chasqueó la boca.

- ¿Holland te ha dado algún tipo de medicamento?

- Sí, para el dolor y la inflamación, de hecho se ha reducido a la mitad.

Alzó una ceja, respirando profundo.

- Estoy comenzando a pensar eres hombre, mujer.

- ¿De qué hablas? – Le miré molesta.

- Que el dolor no debe ser nada agradable, y te mantienes callada. Iré por algunas cosas.

Lo observé salir de la habitación y llamar a Holland por el pasillo. Abrí los ojos de golpe asustada, esperando cual gata alarmada, escuchando a lo lejos los murmullos de la conversación. Intenté ponerme en pie pero el dolor no me dejaba, me senté de nuevo respirando con dificultad mientras el dolor iba pausando.

- ¿Hola...? – Llamé al haber mucho silencio seguido. Habían pasado al menos unos quince minutos, quién lo sabría. Alargué el cuello observando el pasillo, Holland y O'Malley venían discutiendo un poco mientras ambos traían bandejas llenas de objetos: vendajes, cremas, hielo.

- ¿Qué haces sentada? Recuéstate. – Me ordenó sacando su chaleco

- ¿Qué sucede? – pregunté preocupada al verlo deshacerse de su inseparable pieza pirata.

- Habrá tormenta esta tarde, llegaremos a puerto mañana en la tarde es mucho tiempo mientras eso sigue incomodando. Vamos a enderezarlo y entablillarlo manualmente. – Se sentó a mi lado buscando tomar mi pie.

- ¡Claro que no! – Chillé sacando la pierna de su vista dando un grito de dolor en el proceso que me dejó noqueada sobre la cama boca abajo. El, negaba mirando a la pared, comenzando a enfadarse.

- Lo haremos por las buenas o las malas. ¿Qué eliges?

- Pues... es... tu culpa. Engendro del mal... – Solté entre los dientes. – Deberías estarlo sintiendo tú... - Lloriqueé.

Respiró profundo diciendo algo entre dientes en otro idioma y Holland sonrió mientras me ayudaba a enderezar.

- Por favor, mantente callada, hace mucho no hago estas cosas criatura. – Le observé alarmada. - ¿Qué? Sino sale bien igual llegaremos a puerto y podrán atenderte. No te dejaré coja de por vida por ello.

- O'Malley... no-te-atrevas. – Le amenacé.

- Bien, que sea por las malas. – Sentí mi cuerpo endurecerse, pesé a que estaba absolutamente floja por como me manipulaban, no podía ni gritar. Empecé a respirar agitada, totalmente indefensa y alarmada. – Te recomiendo pensar en algo bueno, trataré de bloquear tu sentido de dolor, pero...- abrió ligeramente los ojos, no prometo mucho. Holland...

Este último me miró apesadumbrado, y me pidió mantenerme calmada.

- Uno... - O'Malley se posicionó a la altura de mi tobillo, observándome, luego concentrándose en mi pie. – Dos...

Entonces oí un crujido, y digo oí, porque el dolor me nubló todos los sentidos y fue absolutamente retumbante en el ambiente. Habilidosamente O'Malley acercó la bolsa de hielo manteniendo mi pié y pierna derecha.

- Ahí encajó. – Me observó y estudió mi mirada perdida. - ¿Sigues ahí? Me llamó y parecía algo preocupado.

No podía moverme, ni hablar y no era por el control sobre mí, porque fue desapareciendo poco a poco. Era el infinito dolor que se esparcía por mi pierna y subía al resto de mi cuerpo.

- Ella está bien... es el dolor, fue muy drástico, pásame el analgésico inyectable. – Pidió Holland, subiendo un poco mi camisón tomando la parte pulposa del costado de mi muslo, sentí el dolor en mi pierna cerrando los ojos, y lentamente dejé de sentir, comenzando a dormirme a los pocos minutos.

- ¿Por qué rayos no me dejaste inyectarla antes de enderezarlo? - Oía a Holland.

- Lo olvidé por completo, pero ciertamente, necesita sentir un poco del dolor que me está provocando a mí. – Apenas y le oí al despiadado.

El sueño volvió a tragarme, no distinguía si seguía despierta o era parte de un sueño. Pero fue lo último que escuché, porque no soñé nada más, hasta sentir a las gaviotas, y el bamboleo del barco nuevamente, oscurecido.

- Despertaste...

Me moví un poco, estudiando alrededor.

- No te muevas bruscamente... o tendremos que repetir todo el proceso. – Me detuve en seco.

- Tienes un tacto increíble con las mujeres... - solté en sarcasmo.

- Pensé que sí, especialmente cuando acaricias para amortiguar dolor. – Mordí mi labio molesta, recordando como había cerrado los ojos ayer al acercarse.

- Idiota. – Solté, y puse mala cara, el sonrió.

Malnacido, tan guapo y desalmado.

- ¿Te sientes mejor? – Se acercó a mi pierna que ahora estaba, literalmente, embalada y alzada sobre algunas almohadas. – Estás entablillada, hicimos lo mejor que pudimos no intentes caminar, debes mantener reposo por varios días.

Miré con tristeza hacía afuera. Me perdería la caminata. El me miró fijamente y se sentó en un banco cerca de mí.

- Volveremos a pasar por Irlanda en poco. Quizás de vuelta en China. – Rodé los ojos.

- Creo que esto no mejora, mejor no me expliques.

- Bueno, le pedí a Holland te preparara algo especial, a modo de disculpa. – Extendió su mano a la charola de plata donde había un bandejita con dos porciones inmensas de pastel de chocolate húmedo, eso se veía divino. El sonrió ante mi cara, parecía había hecho alguna cosa divertida con mi rostro.

- Bueno... - tomé el plato en mis manos con el tenedor. – Eso sirve para amortiguar solo mi odio hacía ti... no estás perdonado, pero acepto esto.

Con el pasar de las horas, mientras el seguía bebiendo y trataba de preguntarme cosas, devoraba mis piezas de pastel y añadido una rosquilla de nutella espolvoreada con azúcar impalpable, de aquí a ponerme de pie saldría rodando por la tabla, o al menos más llenita aún.

Dejé de comer lentamente.

- ¿Sucede algo? – Me estudió dejando el bote metálico de licor a medio camino.

- Creo que estoy satisfecha. – Miré con antojo el pastel, pero dejándolo en la charola.

El miró la trayectoria de mis ojos, y observó su propio antojo.

- Sabes algo. – Le dio otra jalada al licor y lo cerró mirándome. – Diría que huelo la mentira... que de hecho, lo hago ahora mismo... pero, en gran parte, es que no eres tampoco convincente para mentir dulzura.

Lo miré incomoda.

- Sí algo he aprendido en mis años de inmortalidad, contemplando humanos, es que no debes quedarte con las ganas de hacer algo, es peor aún algo que te encanta, es un delito contra ti mismo. – acercó el plato nuevamente. – No es pecado ser feliz, mientras no hagas daño a nadie más, y menos a ti...

- ¿Me estás engordando para sacrificarme en navidades? – El sonrió encantado, yo intentaba no hacerlo.

- Me gustan tus curvas, y dudo que dos trozos de pastel modifiquen a mal ese cuerpo. - me sonrojé de inmediato, tragando con dificultad lo que mantenía en mi boca. Ladeó la sonrisa al ver el apuro en el que me había colocado.

Carraspeé tomando un poco de agua.

- Solo digo, que disfrutes... - posó el plato nuevamente en mis piernas sobre las sábanas. – Es solo pastel. He visto mujeres de todas las tallas y dimensiones a lo largo de mis años de existencia, eso de la moda es algo así como... encasillar, a la larga pasan y hacen infeliz a la persona haciéndola creer es feliz por ser aceptada.

Lo observé callada. Eso había sido extrañamente profundo para un bruto y ebrio pirata. El me miró fijamente, y se levantó incomodo, sonreí y luego poco a poco fui comiendo de nuevo la otra pieza faltante.

- Te dejaré descansar... ¿Bien?, comenzarán las tormentas, habrá mucho frio, le pediré a Holland traiga al menos una sopa caliente para mantener tu calor corporal, en la sala principal mantendremos una pequeña estufa encendida.

- Pero no puedo caminar así... - Objeté disgustada pensando era uno de sus chistes crueles.

Parecía estudiar el asunto.

- La verdad, criatura, eres irritante. Pero te llevaría cargada si me lo pides bien. - Entrecerré mi mirada lanzándole el tenedor.

Respiré profundo.

- Lo pensaré...

- Bien... iré a direccionar la nave, pasaré más tarde.

Le vi salir, y lo que pensamos sería una noche terminaron siendo dos, sentía su caminar durante las madrugadas estudiando mis avances, ayudándome solo a apoyar.

Días siguientes subió con un cargamento de ropas para mí, y dulces, bandejas de charcuterías... a las sietes de la mañana, me preguntaba como esperaba que me metiera eso entre pecho y espada a esas horas, la noche me subió a ver las olas nocturnas, la brisa y charlar, estaba preocupándome lo bien que nos estábamos llevando.

Esa noche mientras abríamos los últimos chocolates y dejábamos los papelillos sobre las sábanas en mis piernas, me contaba sus aventuras y algunas anécdotas de guerras en las que estuvo implicado, y otras situaciones en las que definitivamente estuvo en el lugar y hora menos indicado.

- Así que, por ello has aprendido a desarrollar ciertos sentidos al navegar. – Le miré divertida.

- Así es, el mar es un buen maestro, te enseña en las tormentas y aún durante los silencios cuando te habla tu conciencia.

- ¿Tienes conciencia O'Malley? – El levantó su mirada divertido, lanzándome un chocolate al hombro.

- ¡Oye! – Reímos juntos y luego de un largo silencio tras la risa, avancé. - ¿O'Malley es tu nombre o...?

Me miró pensativo, luego a los papelillos y negó estrujando uno.

- No... - removió su boca y respiró profundo. – Mi nombre es Ethan. – Alcé las cejas sorprendida, jamás en la vida, habría supuesto lo era - Pero me disgusta, y prefiero no me llamen por el.

- ¿Pasado? – El asintió oscureciendo su mirada. Le observé callada. Traté de cambiar el ambiente rápidamente. - ¿Dé que país eres realmente? – El sonrió divertido.

- Estás en mi tierra... literalmente.

Sonreí sin quererlo. Y carraspeé tardío al verlo mirarle encantada.

- ¿Eres irlandés? – Asintió. – Ajá... oye... ¿Qué no hay una leyenda de una reina que supuestamente... quiso ser pirata y se llamaba...

- O'Malley... Si.

Ambos nos quedamos en silencio un momento mirándonos a los ojos.

- De acuerdo, no preguntaré. – El sonrió.

- Mejor. – Masticó otro chocolate.

- ¿Has navegado siempre o tienes un lugar para asentarte? Me refiero, un puerto.

- Tengo muchos, pero suelo perderme indefinidamente en el Triangulo.

Abrí los ojos cual platos llanos. Oh... eso era una broma, si.

- ¿Es broma? – Le miré preocupada.

Apretó el ceño confundido.

- Para nada. Es totalmente cierto. ¿Por qué te es difícil creerlo?

- Por qué... cosas muy extrañas suceden ahí, nadie ha navegado o sobrevolado sin.... – poco a poco fui enmudeciendo. - ¿Tu has tenido algo que ver con esos sucesos?

Me miró terminando de tragar el chocolate, culposamente.

- Quizás...

Me helé por un segundo, estudiándolo.

- ¿Mataste a esas personas?

- No...

Respiré profundo.

- O'Malley... sino me dices la verdad jamás...

- Hay secretos que es mejor no revelarlos...

Me quedé bevemente en silencio, pensando que realmente, no sabía ni imaginaba lo oscuro que era ese tipo. Lo peligroso, tan profundo bajo esa capa de amabilidad, que podría morir y nadie lo notaría, nadie lo sabría. No era un hombre cualquiera, algo terrible había pasado.

- O'Malley... ¿Qué eres tú? – El alzó el rostro, perfilando su rostro de maldad.

- Es curioso preguntes, qué y no quién. Admites no he de ser una persona. – Chasqueó su lengua – creo que la charla terminó.

Tomé su mano antes de levantarse, y el giró por la impresión.

- No te estoy juzgando... todos tenemos una parte que no queremos aceptar y día a día tratamos de cambiar.

- Pues, mi parte es mucho mas oscura que la tuya o cualquiera, y no debe ser compartida.

- Que no sea igual, no signifique no la tenga. – Le solté levemente – quiero comprenderte.

Me miró recelosamente.

- No tengo idea de que soy... solo sé que no ha de ser algo bueno.

- ¿Es una maldición? – Le insté buscando conversación.

- Al menos así se siente para mí.

Le escuché, pero noté el dolor en sus ojos.

- ¿Qué te convirtió en esto? – volví a insistir.

- Desfiguré a mi hermano.

La sangre se heló en mi cuerpo.

- O eso dicen. – Ladeé el rostro.

- ¿Es o no cierto...?

Miró afuera de la escotilla nuevamente. Dándome la espalda.

- Mi otro hermano me inculpó. Attyculus. – Su nombre sonó a vinagre en su boca rota.

- Suena... a griego...

- Los hijos del mar son hermanos sin importar de donde vengan.

Tragué grueso. Estos cambios de humor con este tipo me hacían ir del odio a la ternura, y de la ternura a la incomprensión... y así.

- ¿Sintió celos de ti...?

- No lo sé. Intenté salvar a mi hermano, tuvimos una disputa le corté el rostro y cayó al mar mientras intentaba salvarlo Attyculus creyó lo empujaba, me golpeó y lo perdí de vista... Mi madre, no soportó el dolor, y yo no soportaba verla así... me sentí culpable así que, fingí mi muerte. Lanzándome al mar también.

Le observé en silencio, grabándome toda la información.

- ¿Tú te hiciste culpable...?

- Quizás.

- No eres tan malo como tú crees...

- No... pero me convertí en ello cuando mi madre se lanzó al mar por mi culpa. Cuando el le contó su versión.

Tapé. Mi boca con las manos.

- Meses después descubrí que había embarazado a mi, entonces prometida. La cual la repudió diciendo no era suyo sino mío... - el respiraba profundo. – supongo mi cabello rubio platinado se lo dijo.

Miré a los costados observando su cabello oscuro moverse con el viento marino nocturno.

- Pues, no importa. El desgraciado hizo que las únicas dos personas que me amaban terminaran suicidándose.

- ¿Y el bebé?

Alzó los hombros. Parece que lo dio en adopción, no tengo idea. Supongo Attyculus regaló a su propio hijo.

Miré a los papelillos, sopesando todo. Comencé a recoger cada uno de ellos haciéndolo girar, sentándose con cuidado aún sumido en sus pensamientos con el ceño levemente fruncido.

- ¿Y... por qué, me necesitas? ¿Dónde entro yo?

Levantó el rostro.

- Debo casarme contigo.

Miré a los lados y alcé las cejas.

- Algo así has dicho. ¿Pero, por qué? ¿Por qué no cualquiera?

- Porque tu no eres cualquiera.

Estudié su mirada por segundos y luego proseguí.

- Diría es un halago, pero sé que hay algo más... Quiero saber.

- Según la poca información que he podido recaudar, soy una clase rara de... ser. Haber odiado por tantos años, consumió mucha de mi humanidad, por ello quedé así, vetado del tiempo, condenado.

Asentí. Instándolo a proseguir.

- Básicamente, debo buscar, un descendiente directo de la persona a la cual detestó mi humanidad, y unirme a ella. La verdadera unificación, retraerá todo, y me volveré humano, nuevamente.

- ¿Quiere decir... que yo soy, descendiente de, ese Attyculus...? – Asintió. – Que genial y oscuro, tengo ascendencia griega... - miré al frente congelada.

- No te emociones, no iremos a Grecia. Jamás...

Mordí mi labio, evitando reprochar.

Respiré profundo.

- Bueno, y por qué debemos casarnos para romper la maldición o lo que sea esa cosa? – Me observó callado nuevamente.

- No es lo único.

- ¿Qué? – ladeé el rostro.

- Debemos... - unió las manos como señalándome unión o algo.

- ¿Qué? ¿Por qué balbuceas? – Negué. – Habla claro.

- Debemos tener descendencia.

Y cayó sobre mí el océano a modo glaciar sobre mi cuerpo y pierna entumecida.

- ¿Dices... que debo tener un hijo, tuyo? - El miró a otro lado.

- A mí tampoco me agrada la idea de ser padre aún...

Abrí los ojos respirando profundo.

- Creo que estoy hiperventilando...

- Mira... podemos casarnos y... con los años, ser... padres. No precisamente ya.

- ¿Por qué no otra mujer? ¿Por qué yo? – Le miré.

- ¿Por qué no tú...?

Se hizo un largo silencio.

- La mayoría de los descendientes de Attyculus fueron hombres, existieron solo dos mujeres.

Recordé el cabello rubio del sueño y la piel blanca como leche.

- Marissa... - susurré y el palideció.

- ¿Qué has... dicho?

Me quedé helada, mirándole sorprendida, respirando agitada.

- ¿Qué...?

- Ese nombre. ¿Dónde? ¿Cómo es que lo sabes? – le miré petrificada, ¡esa boca! ¡tanto que lo advirtió Holland!

- No sé de qué... hablas. – Su mirada se tornó frívola, y el ambiente se heló.

- Mientes... ¿Cómo lo conoces?

- Yo...


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