Llámame Derek [ANULADA]

By EfectoInvernadero

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¿Cómo te sentirías si un delincuente entrase por la ventana de tu cuarto? ¿Y si es un inquilino burlón, idio... More

SINOPSIS
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Aviso

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By EfectoInvernadero

Las personas iban y venían, la fiesta parecía estar en su auge.
Eran las once de la noche y no me había movido del patio, el ruido parecía estrujarme la cabeza.
No había ocurrido nada interesante, no había vuelto a ver a Trent ni a Margo, aunque ella seguramente estaba con Kendall besuqueándose o quién sabe.

Una chica con media cabeza rapada caminó hasta estar enfrente de mí y me ofreció lo que llevaba en la mano: un porro.

—¿Quieres?
—Murmuró y me fijé en sus pupilas dilatadas y sonrisa tonta.

—¿Qué diablos? —Alcé una ceja— No quiero, quédatelo.

Se encogió de hombros y se fue, se notaba que ya la gente estaba más borracha y también drogada, el volumen de la música había subido y se escuchaba a más gente gritar y celebrar el sábado noche.

A través de uno de los cristales de las puertas francesas observé al chico pelirrojo de antes, me observaba curioso, la intensidad de su mirada seguía siendo la misma, maldita sea, llegaba a incomodarme más que Derek.

Se volteó y se perdió en la pista de baile, en donde, por cierto, había muchísima más gente.
Caminé y abrí una de las puertas para entrar e ir a la cocina, tenía los labios secos y la garganta fría del mal tiempo nocturno, deseé otro vaso.

Esta vez dejé a la cerveza de lado, decidí llenar mi vaso con Jack Daniels y bebérmelo de dos tragos, estaba sedienta y mi cabeza no parecía pensar lo suficiente como para llegar a la conclusión de que el alcohol me secaría más la garganta.
El caso es que me sentía bien, a pesar del calor. Quería a mi cerebro apagado y eso estaba consiguiendo, ya casi no escuchaba a las voces molestas de mi cabeza, desconectar era justo lo que necesitaba.

Comenzó a sonar Pull the trigger - ALIUS y la gente gritaba siguiendo con malos resultados la letra de la canción, dos chicos enchufaron una máquina de luces en la esquina y la sala de estar se llenó de colores fuertes y vivos.

—¿Cómo estás?
—Preguntó una voz a mis espaldas, su voz era gruesa y grave.
Un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza y me volteé.

—Muy bien, ¿y tú, Trent?

Sonrió y sacudió un poco el líquido de su vaso.
—De maravilla, ¿te apetece bailar un rato? He visto que la pista está bastante interesante.

Asentí y dejé mi vaso de plástico en la encimera, aceptando que la mano del castaño me arrastrara hasta la pista.

La canción terminó y dio lugar a otra más lenta, la cual obligó a algunas personas a buscarse una pareja para bailar.
Pensaba que estas cosas solo ocurrían en las películas malas, pero no, podía darse la casualidad de que pasara en la vida real.

Trent acarició mi cadera con lentitud, pidiendo permiso para dejar la mano ahí.
Mis brazos se enredaron en su cuello, algo sudado pero aceptable.
Se me había caído el mito de que los chicos malos no sudaban.

Él nos dirigía a los dos, con movimientos lentos y algo divertidos, no sabía si era por hacer la gracia o porque no sabía bailar, no obstante, sus giros bruscos me sacaban una sonrisilla.

Me sentía en otro mundo, ahí, en una fiesta, con música y Trent cerca de mí.
Era demasiado perfecto como para ser real.

La voz del cantante se desvaneció dando paso al instrumental lento, muchos aprovecharon para besarse.

Y Trent y yo no íbamos a ser menos, sus labios rozaron los míos hasta aprisionarlos contra los suyos con unos movimientos lentos, disfrutando de cada segundo, recordando la cantidad de veces que había imaginado esta escena, claro que en la realidad era mucho más satisfactorio.

Me acerqué todavía más a él, su colonia se colaba en mis fosas nasales y sus dedos recorrieron mi espalda.
Todo era perfecto, todo.
Hasta que mi memoria me traicionó y recordé las manos de Derek recorrer mi cuello y mi cabeza me refrescó aquella sensación tan extraña cuando besó mi cuello.

Y me aparté.

No podía dejar que Trent me besase si estaba pensando en otro chico, no era sano.
El castaño frunció el ceño.
—¿Ocurre algo?

Negué.
—Lo siento, tengo que irme.

—¿Tienes pareja? —Me agarró del brazo extrañado.

—No, no es eso —Suspiré— Solo que no quería besarte, me voy a casa.

Era tonta, pero con el cerebro adormecido por el alcohol no se me ocurría una excusa mejor, había dejado su cara hecha un cuadro, ¿Quién podía rechazar a uno de los chicos más guapos y populares del instituto? Nadie, solo yo y era una mentirijilla.
Aunque, ¿qué más le iba a poder contestar? ¿Que justo me había acordado del chico que se esconde en mi cuarto porque lo persigue la policía?
Ridículo y me tomaría por loca.

Esquivé los cuerpos y observé la cocina, con las botellas de alcohol, los vasos, la ardiente sensación del líquido viajando por mi garganta.
Me relamí los labios, fui allí, llené un vaso con cerveza y me lo bebí.
Eso hice con unos tres vasos más, quizá para ahogar mis penas, tal vez porque perdía el sentido común y me encantaba.
El que dijo que la ignorancia trae felicidad tenía razón.
Así me sentía: feliz, en una nube.

—¡Sam! —Dijo una voz arrebatándome el vaso— ¿¡Pero cuánto has bebido!?

Margo me agarró del brazo y salimos al salón, allí estaba él, observándome.
El curioso pelirrojo de mirada penetrante, de pie en medio de la pista, como si fuera una burbuja aparte, como si la música y la gente le diera igual.

Aparté la vista nerviosa y me dejé conducir por Margo hasta fuera de la casa.
Ella tenía el maquillaje corrido y el peinado destrozado, no me hacía falta preguntarle dónde había estado.

Derek POV

Era aburrida esta habitación, solo podía leer y leer montañas de libros.
Y no me apetecía salir con el frío que hacía.
Al menos cuando molestaba a Sam me divertía.
Todavía recordaba su mirada nerviosa cuando besé su cuello y se fue del cuarto con rapidez, me hizo bastante gracia.

Era cruel, no lo iba a negar.

Pero había algo que me ocultaba, había visto la tableta de pastillas del escritorio, sin embargo no encontraba su utilidad, no sabía qué eran ni para qué.
Y Samantha no parecía que tuviese pensado contármelo.
No quería tampoco que fumara dentro de su cuarto, demasiado extraño.

Tampoco podía estar toda mi vida en la habitación de una adolescente, pero, ¿qué iba a hacer? ¿Entregarme a las autoridades? No, eso estaba fuera de mis planes, no iba a pudrirme en la cárcel cuando no me consideraba responsable de ello.

La puerta se abrió y entró ella, con el cabello enmarañado, los tacones de la mano, el vestido un poco más subido de lo normal y las mejillas sonrojadas.
Estaba borracha y jodidamente sexy, pero sobre todo borracha.

Se tambaleó y cerró la puerta tras de ella, dejó los tacones en la esquina con cuidado y se le escapó una sonrisilla.

Recapitulemos, tenía a una adolescente borracha y su familia estaba durmiendo.
Ah, y yo era un intruso, genial.

—Derek —Susurró con rostro cansado y se volteó— Bájame la cremallera.

Fruncí los labios y obedecí, aparté el cabello de su espalda colocándolo sobre su hombro y soltó otra risilla.

Cuando terminé y su espalda quedó al descubierto ella volvió a tambalearse, así que con el corazón a mil agarré sus brazos.

—Joder, Samantha. Estás demasiado borracha.

Le ayudé a quitarse el vestido y éste cayó a sus pies, quedando sin parte de arriba que la protegiera.
Por favor, Dios o quién sea que estuviese ahí arriba, que no se voltee.

Caminé de puntillas hasta el armario y cuando me di la vuelta ella me observaba sin un ápice de vergüenza.
Clavé mis pupilas en las suyas y agarré con más fuerza la camiseta de pijama que le había visto más veces.
No iba a observarla estando ella así, no.

Sus mirada gris se veía mucho más penetrante con ese brillo de locura que dejaba como firma el alcohol.
Sus labios estaban bastante secos aunque conservaban aquel tono rosado que me fascinaba.

Pasé la camiseta por sus brazos, me senté en la cama y solté un suspiro silencioso no debía olvidar que su familia estaba durmiendo.

Ella se quedó de pie mirándome y sin previo aviso se sentó sobre mí, apoyando su cabeza en el hueco de mi hombro.

—¿Qué haces?

—Sh —Me silenció—. Hueles muy bien.

Definitivamente no estaba en sus cabales.

—¿Por qué tienes que ser tan perfecto?
—Murmuró, su voz se perdía a través del cansancio, seguro que estaba pasándosele el efecto del alcohol.

—No sabes lo que estás diciendo, tienes que dormir.
—Contesté, sin embargo su mano agarró la tela de mi camiseta, aun haciéndolo con una fuerza pésima fue suficiente para callarme.

—Sí lo sé —Dijo convencida—. Tu pelo es envidiable, tienes una sonrisa bonita, eres inteligente, divertido
—Enumeró— Tus ojos son increíbles, ¡los mejores que he visto! Y tus labios son rosados, no estaría mal besarlos.

Y se durmió, sabía que no iba a tardar mucho.

Fruncí el ceño ¿mis ojos bonitos? Idioteces que dice una borracha.
Levanté a la castaña para acostarla en su cama, la arropé y me quedé sentado en el suelo.

¿Había dicho que quería besarme? Imposible, no sabía lo que había hecho, no sabía nada.
Estaba convencido de que si lo supiese las cosas cambiarían, aunque en algún momento ocurriría.
Además, recordaba el día en que entró su amiga Margarita o como se llamase a casa, comentaron que le gustaba un tal Trent.
Trent... Un nombre tan peculiar que me daba mala espina, y si mis suposiciones eran correctas, Sam acabaría con el corazón roto.

Esta chica no debería volver a beber, le sentaba bastante mal, aunque por suerte no había vomitado y lo agradecía.
Ni siquiera yo empecé a beber o fumar antes de los dieciocho, ¿cómo es que ahora los menores conseguían alcohol tan fácilmente?

Aparté el tema de mi cabeza y me quedé con la voz de Samantha halagándome, saqué la almohada de debajo de su cama y me acosté sobre la alfombra, dejándome llevar por el cansancio.

«Un niño de cabello negro despertó aquel día muy nervioso y feliz.
Era su primer día en el colegio y no podía evitar hablar de más.
Aunque su padre se hubiese ido a trabajar sin saludar siquiera al pequeño, seguía con la misma sonrisa, no obstante nunca enseñaba sus dientes en ella.
Su madre trató de tranquilizarlo en el trayecto, una joven y amable mujer de corazón leal, el modelo a seguir de nuestro pequeño protagonista.

Miradas, muchas miradas.
Unas de asco, otras de asombro, terror, risa...

—¿Por qué tienes los ojos así?

—¡Qué chico más raro!

—Da miedo.

—¡Está endemoniado!

Todos se rieron.

—¡Qué asco!

El pequeño frunció el ceño, su mamá le decía que sus ojos eran bonitos, ¿Mentía?
Tragó saliva con la esperanza de que los demás días serían distintos.

Pero, solo empeoraba.

—No vas a jugar con nosotros.

—¿Otra vez aquí? Eres un pesado.

—Das miedo.

—Eres un monstruo.

Los niños eran crueles, cuando alguien era diferente trataban de machacarlo, de alejarlo de todos, daban igual las lágrimas, los asientos vacíos o la tristeza.
Daban igual las infancias rotas, un niño no pensaba en eso ¿verdad?

Nuestro pequeño lo ocultaba en casa y sus padres no sospecharon nada.

—¡Tengo una idea! Llamémoslo "D" como si fuera un monstruito.

No le gustaba la idea, pero, ¿qué podía hacer?

Llorar en los baños, solo eso.

Un día, intentó de nuevo jugar con una niña, ella estaba haciendo un pequeño castillo de arena.
Al sentarse con la pequeña, frunció el ceño y se levantó sacudiéndose la falda.

—Deja de intentarlo, D. Nunca serás como nosotros, acéptalo y vete, pesado— Y dejó solo al niño de mirada bicolor, otra vez.»

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