La Maldición del Bendito

By ItsmeCLPerez

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Fuiste besado por Dios y el diablo al mismo tiempo, eso no ocurre con regularidad. More

Sinopsis
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 8
Epílogo

Capítulo 7

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By ItsmeCLPerez

     Giovanni llegó a su trabajo, al día siguiente, antes de la hora. El auto de Ed ni el de Sylvia estaban. Como poseía una copia de la llave de la puerta trasera, entró. Misteriosamente, las luces de almacén estaban abiertas.

     Tal vez Ed o Sylvia vinieron sin el auto, tal vez Camilo llegó temprano en su bicicleta...

     Llamó a gritos, pero nadie respondió. Su corazón se aceleró en pensar que podría ser algún ladrón y caminó sigilosamente hasta llegar a la puerta que llevaba a la tienda. Está estaba cerrada. Al rebuscar en su bolsillo las llaves para abrirla, escuchó unos quejidos y un llanto ahogado escaleras arriba.

     ¿Estaría alguien en peligro? Echó un vistazo escalera arriba pero no se veía nada. Tomando toda la valentía que podría ofrecerse, subió las escaleras sin hacer ruido. Al llegar arriba el lugar estaba vacío, pero aún escuchaba los quejidos y el llanto ahogado.

     —¿Quién es? —gritó acercándose al origen del llanto. La última puerta de ese piso era un cuarto de baño y el llanto provenía de allí. Cuando habló escuchó como la persona se colocaba de pie dentro del baño y se apoyaba de la puerta cerrándola.

     —Soy yo.

     Su corazón se relajó al escuchar la familiar voz de Camilo.

     —¿Te encuentras bien?

     —En las mejor condiciones.

     Giovanni se acercó a la puerta y colocó su odio muy cerca para escuchar mejor hacia adentro. Camilo se sorbía la nariz y chillaba muy bajo. Preguntó nuevamente qué si se encontraba bien, y dio la misma respuesta. Pero, en la segunda ocasión, su respuesta no fue convincente.

     Trató de abrir la puerta pero el peso de Camilo no se lo permitió. Lo volvió a intentar varias veces, hasta que por fin cedió. Al entrar, Camilo estaba desangrándose y poco a poco perdía el conocimiento.

     —¿Quién hizo esto? —le gritó a Camilo mientras se arrodillaba a su lado. La cabeza le comenzó a dar vueltas por ver la sangre emanar sin censar de las muñecas de su amigo. Junto al cuerpo de su amigo estaban las armas que le causaron aquel daño — ¿Qué pensabas? ¿Tratabas de suicidarte?

     Giovanni tomó la hojilla y notó en ella un pedazo de piel morena unida con mucha sangre. La arrojó al cesto de basura y colocó sus manos sobre cada muñeca de Camilo sin pensarlo. Por suerte, Camilo seguía vivo y eso sólo implicaba que envejecería más pero valía la pena para salvarlo.

     Claro está, si Camilo hubiera muerto... ¿Giovanni estaría dispuesta a dar su vida por su amigo cómo lo hizo su padre con él? Naturalmente, lo hubiera dejado morir. Nacer, vivir, morir.

     Mientras que el conocimiento volvía a Camilo, Giovanni perdía el suyo.

     Al despertarse, Sylvia estaba arrodillado a su lado en el suelo del cuarto de baño. Ella tenía los ojos hinchados de tanto llorar y su respiración era acelerada.

     —Creí lo peor pero Camilo me dijo que esta sangre no era tuya —le dijo Sylvia antes de besarlo. Con un poco de ayuda se colocó de pie, y logró mirarse en el pequeño espejo del cuarto de baño. Su ropa y su cabello estaban cubiertos de sangre. Ver esa imagen reflejada le dieron nauseas, aunque no sólo fue ver la sangre, también influyó un diferencia notable en su apariencia.

     Unas semanas atrás había mirado su rostro a la perfección y se había gravado cada rasgo. Aún tenía una apariencia joven, pero ese momento al estudiar nuevamente su rostro era diferente. Era más adulto. Respiró hondo y salió del almacén sin comentar nada para no alterar a Sylvia.

     —¿Por qué lo hizo? —preguntó cuando se sintió seguro dentro del auto de Sylvia.

     —Aiden lo dejó —explicó Sylvia —. Lo encontró con alguien más.

     —No tiene sentido.

     —¿Qué cosa?

     —Acabar su vida por un amor pasajero.

     —Tal vez para él no fue pasajero.

     —Tal vez.

     Sylvia llevó a Giovanni a casa para que él pudiera bañarse y cambiarse. Ella amablemente entró por el camino de tierra hasta la granja, y se detuvo enfrente a las vacas. Giovanni podía caminar perfectamente, pero Sylvia insistió en sujetarlo por si acaso.

     —La conocerás antes de lo planeado —le dijo Giovanni con tono burlón a Sylvia.

     —La conoceré.

     Giovanni llevó a Sylvia hasta la sala donde estaba su madre y luego dijo que volvería pronto. Quería que las dos mujeres que más amaba pasaran tiempo de calidad. Subió a ducharse, y luego bajó las escaleras sonriendo. Pero esa sonrisa se convirtió en sorpresa al ver a Sylvia llorando junto a la puerta de salida.

     —Eres más complicado de lo que creí —colocó la mano en el pomo de la puerta —. No eres lo que busco. No quiero ser la causante de mucho dolor. No deberíamos seguir viéndonos.

     —¿Por qué, Sylvia?

     —Lo siento, Señor Misterioso —ella abrió la puerta y él no podía moverse —. Fuiste siendo una bendición maldita para mí. Me tengo que ir.

     Cuando ella comenzó a salir, él reaccionó y bajó las escaleras para acercarse a ella. Lo rechazó y le gritó que se alejara. Que no la volviera a tocar. Cuando ella cerró la puerta de un portazo se volvió a que su madre con los ojos llenos de lágrimas.

     —¿Qué le has dicho?

     —Lo necesario.

     Y esa noche ella se fue. Lo peor fue que él se lo permitió. Debió de colocar mil y un escusas pero a su mente no le llegó nada. Nada lo suficientemente bueno para evitar que ella se alejara sin decir nada.

     Para acompañar su partida, llegó la lluvia. Se sentó en el mueble enfrente a su ventana y lloró. Veía las gotas estrellarse contra el vidrio, porque las estrellas y la luna fueron opacadas por las nubes de tormenta.

     Una tormenta de sentimientos —eso era lo que lo acompañó los días siguientes—: ira por su madre por haber hecho que Sylvia se alejara; desesperación al enterarse de que Sylvia se había ido de la ciudad sin decir el por qué su hermano o amigos; rencor por su padre al darle aquella maldición-bendición; soledad por distanciarse de los pocos amigos que le quedaban y dejar de ir al trabajo y decepción por su patética vida.

     Una semana después volvió al trabajo. Dio la cara enfrente a sus amigos, llegó disculpándose por haber desaparecido.

     —Sólo volví para renunciar.

     —¿Qué ocurrió entre mi hermana y ti? —le interrogó Ed —. Ella se ha ido, y ahora tú. ¿No será por mi culpa? ¿Por lo que te hice aquel día?

     —¿O por mí? —continuó Camilo —. Casi muero, pero tú me curaste. ¿Eres Dios?

     —Nada importa ahora —dijo Giovanni dándose la vuelta —. Lo siento.

     —Jamás te disculpes por amar —le acusó Eddrick —. Sólo porque eres diferente en un aspecto no quiere decir que no puedas amar sin sentir que hiciste daño al hacerlo.

     —Pero hice mucho daño.

     —¿A quién le has hecho daño?

     —A Sylvia. A mi madre. A mí mismo.

     —Yo sentía que estaba roto cuando Aiden... Tú sabes —dijo Camilo cruzándose de brazos —. Traté morir, pero me diste una segunda oportunidad. No quiero que llegues a tu casa y mueras porque crees que dañaste por amar. El amor no es perfecto, es muy complicado. Te lo digo yo. Pero forma parte de los momentos más hermoso de nuestra vida.

     Giovanni se quedó en la puerta sin saber qué hacer.

     —Me salvaste a mí —continuó Camilo —. Salvaste a Ed y, sin saberlo, también salvaste a Sylvia. Seguramente, a cada momento salvas a tu madre. Nos salvas a todos, no nos dañas. Tú eres más valioso de lo que crees, Giovanni, y no permitiré qué salgas de aquí pensando lo contrario.

     Las lágrimas amenazaban con derramarse.

     —Tú eres tan valioso —repitió Ed —. Me sentiré celoso si sigues diciendo ese tipo de cosas, Camilo.

     La alegría inundó la tienda.

     —Jamás puedes ser serio en un momento detristeza —dijo Sylvia que estaba justo detrás del mostrador. Todos volvieron lamirada pero ninguno se acercó —. Giovanni Sprouse, necesitamos hablar. ¿Vamos ami auto?

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