Capítulo 8

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     Condujo unas calles al este antes de estacionarse para hablar. Ella estaba llorando en silencio, y Giovanni no podía evitar sentirse culpable. Ella sufría de verdad. Él le estaba haciendo daño, al dejarla enamorarse de alguien tan complicado como él.

     —Sé lo que me dijo tu madre —comenzó —. Sé por lo que ella pasó, puedo imaginarme perder a la persona que amas... Yo perdí a mi madre. Sé lo complicado que es amarte. Sé las consecuencias. Pero no me importa. Soy joven necesito de esto. Necesito a alguien que me quiera con todo su ser.

     —Querer no es la palabra —ella se volvió para mirarlo —. Yo te amo, Sylvia Seyfried.

     —No digas eso, por favor. Tú me quieres, Giovanni, ni tú ni yo, ni nadie sabe lo que es amar de verdad hasta que lo vive. Las personas conocen al amor de su vida una sola vez, el resto son sólo personas que quieres y estimas. Te darás cuenta que jamás se encuentra el mismo sentimiento de amor dos veces en la vida.

     —Llevo cincuenta años esperando al amor, Sylvia. Tú eres la única que he conocido que puedo ocupar un espacio en mi corazón.

     —Tú mismo has dicho que nunca habías socializado antes de mí, por eso soy importante en tu vida. Te mostré cosas que más nadie te había mostrado. Fui la primera pero no seré la última, vivirás más que yo. Te volverás a enamorar y posiblemente conseguirás a la indicada porque yo no soy.

     —¿Por qué no puedes ser tú?

     —Guardo secretos.

     —Todos lo hacemos —le refutó de inmediato.

     —Mis secretos pueden herir y decepcionar —resopló.

     —A mí, jamás. Te amaré con todos tus defectos.

     —Cállate —le interrumpió ella —. No me digas que me amas.

     —Tú has dicho que solo se consigue una vez en la vida el amor verdadero, ¿qué te hace pensar que tú no eres el mío? Aunque te vayas jamás te olvidaré.

     —¡Yo la ayudé, Giovanni!

     —¿Perdón?

     —Hoy tu madre se ha ido de la granja. Ella me ha pedido que ambas nos alejáramos de ti para que puedas seguir viviendo.

     Su corazón se detuvo. ¿Su madre, Paris Sprouse, se había ido?

     —¿A dónde se ha ido? —preguntó Giovanni alzando la voz — ¡Dime!

      —No lo sé. Ella me pidió que la llevara hasta las afueras —ella cerró los ojos y respiró profundo su voz era quebradiza —. Un auto la vino a buscar y ella se subió y se fue. Se fue para morir, Giovanni. Tú no se lo permitirías y lo sabes.

     —Llévame a allá —le exigió el chico —. Llévame a dónde la dejaste. Te lo pido.

     Sylvia codujo el auto hasta aquel lugar. Los autos pasaban a toda velocidad mientras ellos estaban estacionados a un lado de la transcurrida avenida. Giovanni se salió dando un portazo, aquel lugar no lo conocía. ¿A dónde pudo haber ido su madre?

     —Vuelve al auto —le pidió Sylvia.

     —No.

     Sylvia volvió a insistir pero recibió la misma repuesta. Giovanni se quedó de pie junto a la avenida mirándose los zapatos y solo escuchó el claxon, el grito y, por último, el golpe. Alzó la mirada. Una camioneta de último modelo había arrollado a Sylvia cuando esta salía en busca de Giovanni.

     La camioneta había pasado ambas neumáticos por encima de ella. El mundo se detuvo en ese momento. Había perdido a las dos mujeres que había amado en el mismo día.

     Corrió para acercarse al cuerpo inerte de Sylvia.

     —¡Está muerta! —gritó la mujer que conducía la camioneta.

     Giovanni se arrodillo junto al cuerpo inerte de la chica y comprobó que ya no tenía vida. Lloró. ¿Qué podía hacer? A su mente, llegó el recuerdo de su padre salvándole la vida.

     Involuntariamente, Giovanni tomó a Sylvia para colocarla sobre sus piernas y colocó ambas manos sobre le corazón de Sylvia. Sintió una sensación de satisfacción superior a las veces anteriores. Podía sentir como su vida se iba consumiendo para darle vida a otra.

     Al sentir un latido se sintió lleno de alegría. Pero no podía moverse, algo se lo impedía. No sabía que estaba ocurriendo exactamente, pero le gustó saber que ella vivía, podía sentirlo bajo sus palmas. Sentía los latidos cada vez más acelerados.

     —Te amo, Sylvia Seyfried —dijo en un hilo de voz —. No me importa lo que digas ni lo que hagas. Te amaré hasta después de la muerte.

     Su pecho subió y bajo por última vez. Aún podíaver a su alrededor, pero no podía moverse. Poco a poco se mirada se fuenublando. Como si unas nubes se posara sobre sus ojos y después pura oscuridad.

La Maldición del BenditoWhere stories live. Discover now