Capítulo 6

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     Según Sylvia, el ascensor llevaba dos meses descompuestos y tenían que subir por las escaleras. Era la tercera vez, en dos semanas que transcurrieron desde la noche en el bosque, que Giovanni iba al departamento de Sylvia.

     El edificio residencial donde vivía Sylvia era enorme, y por desgracia, vivía en el decimo tercer piso. Les llevaba cinco minutos subir todos los escalones porque o se cansaban o ella se detenía a saludar a algún vecino.

     —¿Cuál es la ocasión? —preguntó el chico mientras se detenían enfrente a la puerta del departamento de Sylvia —. Quiero decir, me dijiste que había algo importante.

     —Ya lo verás.

     La chica abrió la puerta y se introdujeron dentro. Giovanni notó que todo estaba igual, excepto que había alguien sentado de espalda a ellos en una de las sillas giratorias de la cocina: Eddrick Seyfried.

     —Iré a mi habitación mientras hablan —dijo Sylvia mientras se iba por el pasillo para su habitación.

     Giovanni, ciertamente, había tratado de retrasar la explicación todo este tiempo. Casi siempre le decía que tenía algo de qué hacer o lo esquivaba en el trabajo. Buscaba siempre la manera de nunca quedar a solas con él, y él, Ed, nunca le insistió mucho.

     —Giovanni —dijo Eddrick dando una vuelta dramática en la silla giratoria —. Por fin podemos hablar y no importa si Sylvia escucha porque ella sabe algo pero ¿qué es?

     —Es difícil.

     —Eso mismo me dijo ella —respondió Ed a la defensiva —. ¿Es la única escusa que tienes para decirme que era un tipo de brujo?

     —¿Brujo? ¿Con túnica y gorro puntiagudo?

     —No lo sé —dijo colocándose de pie —. Y no te burles de mí, sé muy bien lo que vi. He estado analizándolo y cada teoría que surge en mí es más perturbadora.

     —¿Qué viste? —Giovanni sonrió.

     —Vi como el árbol muerto del cuál te sujetaste volvió a la vida y hasta frutos nacieron —la sonrisa de Giovanni desapareció, no había forma de distorsionar aquella información —. ¡Lo sabía! Fue real, tú rostro me lo acaba de confirmar.

     —No soy un brujo.

     —Un ángel, tal vez —se encogió de hombros —. Esa era mi segunda opción.

     —¿Y un demonio? ¿No lo habías pensado?

     Ed abrió los ojos como platos y se alejó unos pasos.

     —¿Eres un demonio? ¿Es eso posible?

     —Siempre lo explico de una manera —dijo Giovanni sentándose en una de las sillas giratorias y dándole la espalda a Ed, no quería ver su reacción —. Fue besado por Dios y por el diablo.

     —Eso no tiene sentido.

     —Tengo un don, Ed —dijo colocando las manos sobre la mesa con fuerza —. Puedo curarte con solo tocarte.

     —Me alegra de que digas eso.

     Giovanni se volvió sorprendido por la respuesta. Ed estaba de pie enfrente de él mientras se desabotona la camisa. Él no sabía que hacer en ese momento, simplemente se quedó allí sentado esperando.

     Ed se dio la vuelta y le mostró algo extraño que tenía en la parte baja de la espalda. Era unas rosetas casi moradas con protuberancias llenas de un líquido espeso de color blanco.

     —¿Podrías ayudarme? Tengo cerca de mi pene y por las piernas.

     —No lo creo.

     Ed volvió a colocarse la camisa un poco apenado.

     —¿Desde cuándo tienes eso?

     —En un club, hace una semana —dijo sentándose junto a Giovanni —. Estaba bebiendo con una chica, y esta nos estábamos besando y tocándonos. ¿Sabes cómo se contagia el herpes? Con contacto de piel a piel. Me alegro de no haber tenido relaciones sexuales con ella, porque hubiera sido mucho peor. ¿Te imaginas mi pene lleno de esas protuberancias llenas de pus?

     —Lo siento, no lo hago porque no quiera, si no que yo muero cada vez que curo a alguien.

     —No importa, Giovanni —dijo levantándose —. Tengo que irme, discúlpame. Y no te preocupes, no diré nada al respecto a tu don.

     Ed se dirigió a la puerta decidido. Giovanni quería ayudarlo, pero era peligroso. La última ve que se miró en el espejo notó una diferencia, no era muy notorio pero había algo diferente. Y eso lo preocupaba.

     Pero sentía lástima por aquel joven y atractivo chico con herpes. Tal vez no podía curar a todas las personas enfermas pero podía hacer la diferencia con unos pocos. Con un par de hermanos, para ser más exactos.

     El chico estaba junto a la puerta cuando Giovanni dio dos zancadas para tomarlo por la mano y activar su don. Y se desvaneció.

     Se despertó y estaba sobre el sillón de Sylvia.

     —Gracias, Giovanni —dijo Eddrick abrazándolo —. Cuando entraste a mi tienda buscando empleo sabía que eras diferente. Cuando sanaste al árbol supe que eras importante. Cuando me enfermé y me curaste supe que eras la mejor persona en el mundo. Y no lo digo porque te utilicé, lo digo porque arriesgas tu vida por nosotros. Prometo que jamás te pediré que lo vuelvas a hacer.

     —Gracias —fue lo único que Giovanni se le ocurrió decir.

     Ed se fue.

     —No puedes hacer más esto —le acusó Sylvia.

     —¿A qué te refieres? ¿Salvar a tu hermano?

     —No tienes que arriesgar tu vida por nosotros. Él pudo conocerla mejor antes de frotarse con ella.

     —Pensé que quería que lo hicieras, tú me invitaste y me diste esta sorpresa —Giovanni alzó un poco la voz.

     —¡No! —Sylvia comenzaba alterarse —. Él me dijo que hablaría contigo de una conducta extraña, no que te pediría que lo sanaras de una enfermedad. Tuviste que negarte rotundamente. Él no tiene derecho.

     —Tú me pides que te toque.

     —Porque te amo, no porque quiero abusar de tu don —la chica comenzó a anudar su cabello entre sus dedos, luego se colocó de pie y se dirigió a la silla giratoria—. ¿Sabes qué? Mañana hablaré con Ed, no debió hacerte esto.

     —Sólo olvídalo —Giovanni se encogió de hombros —. Mañana haremos algo mucho mejor. Conocerás a mi madre. Ella me lo pidió. Quiere hablar contigo.

     —¿Qué quiere hablar tu madre conmigo?

     —Mañana lo averiguaremos.

La Maldición del BenditoWhere stories live. Discover now