Prohibidos [En físico]

By matiasgonzalogarcia

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[LGBT+] En una nación postapocalíptica en la que la reproducción sexual es obligatoria y en donde la homosexu... More

CONTEXTO / SINOPSIS
PRIMERA PARTE: "DESTINADOS"
1. Aaron - "Por mi vida"
2. Alicia - "Ave robótica"
3. Aaron - "Error"
4. Alicia - "Rescate"
5. Aaron - "No soy como tú"
7. Aaron - "Reproductor de recuerdos"
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8. Alicia - "Asesinos"
Capítulo extra: David - "Hasta el fin de mis días"
9. Aaron - "Revelaciones"
10. Aaron - "Una peligrosa decisión" (¡Capítulo inédito!)
11. Alicia - "Despierta"
12. Alicia - "Llamada prohibida" (¡Capítulo inédito!)
13. Aaron - "Al borde de la muerte" (¡Capítulo inédito!)
14. Alicia - "Vestido rojo" (¡Capítulo inédito!)
15. Aaron - "Indecisión" (¡Capítulo inédito!)
16. Alicia - "Fragmentos de tela" (¡Capítulo inédito!)
17. Aaron - "Fin del trauma" (¡Capítulo inédito!)
18. Alicia - "Caminos cruzados" (¡Capítulo inédito!)
19. Aaron - "El gran escape"
20. Alicia - "La realidad sobre Aaron"
Capítulo extra: Max - "Cuando las velas se apagan"
21. Aaron - "Un beso decisorio"
22. Alicia - "Traidora"
23. Alicia & Aaron - "Verdades hostiles"
24. Alicia & Aaron - "Sentencia"
25. Alicia & Aaron - "Nuevos comienzos"
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SEGUNDA PARTE: "FUGITIVOS"
26. Aaron - "Amanecer"
27. Carlos - "Mía"
28. Alicia - "Reproductor de pensamientos"
29. Aaron - "Ultimátum"
30. Alicia - "Decisiones radicales"
31. Aaron - "Juntos"
32. Carlos - "Desolación"
33. Alicia - "Las mentiras de Max"
Capítulo extra: "Cita"
34. Alicia & Aaron - "Reproducciones obligatorias" (Primera parte)
35. Alicia & Carlos - "Reproducciones obligatorias" (Segunda parte)
36. Alicia - "Caos"
37. Aaron - "Trato"
38. Alicia - "Propuesta"
39. Aaron - "Declaraciones"
40. Alicia - "Un último abrazo"
41. Aaron - "Confesión"
42. Aaron - "Despedida"
43. Alicia - "Libertad"
Epílogo
PROGRESIVOS [Prohibidos #2]
Prohibidos ganó un Watty ♥️

6. Alicia - "Redada"

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By matiasgonzalogarcia

Estoy volando.

Me elevo sobre un mar tan vasto y azul como el cielo. Lluvia cae contra mi cuerpo y, en vez de afectar mi vuelo, hace que me sienta plenamente viva y liberada.

Estoy volando como un ave real, no una robótica.

Sobrevuelo Sudamérica. Luce sobrecogedora y llena de vida, diferente a cómo la describen los archivos históricos admitidos por el gobierno. Veo selvas, montañas y llanuras; ríos, mares, lagos y bosques; ciudades, pueblos, casas y edificios...

De un segundo a otro, veo gente. Ancianos con arrugas en todo su cuerpo y sonrisas igual de bellas que sus rasgos. Niños que corren de un lado a otro, demasiado contentos para preocuparse de lo que sucede en el mundo. Hombres y mujeres amándose en completa libertad que me demuestran que el cariño es más que una posesión o una obligación.

Soy libre por primera vez. Puedo ser feliz aquí.

El entorno cambia en un abrir y cerrar de ojos: la gente muere y cae en las calles como dominós. Lloran. Corren. El pánico es evidente. No pueden escapar.

Yo tampoco.

Me siento enferma. Estoy tosiendo sangre. Mi cuerpo pesa, me cuesta mantener el vuelo, mi visión está borrosa y sudo por todas partes.

Algo resplandece en el horizonte: Arkos, el gran refugio de la humanidad. Mi salvación.

La nación se aleja cada vez más a medida que avanzo. Luce inalcanzable ahora que estoy perdiendo las esperanzas de salvarme.

De la nada, pesadas cadenas amarran mis piernas y me arrastran a la superficie con rapidez.

Voy a morir.

Mi llama se apaga.

Ya no soy un ave libre o feliz...

Soy un ave en extinción.


* * * * * 


Despierto de golpe, sobresaltada. Ya no vuelo sobre Sudamérica; me encuentro en una minúscula habitación de iluminación tenue y paredes derruidas. Intento ponerme de pie para averiguar en dónde estoy, pero un dolor punzante en la nuca me obliga a recostarme de regreso sobre la cama bajo mi cuerpo.

Miro a mi alrededor. Oigo pasos fuera de la habitación. Una puerta se abre y un joven desconocido entra en el cuarto: tiene un cuerpo fornido y la tez morena. Dos cejas pobladas dominan su frente y le brindan un aspecto rudo y atractivo a la vez.

El chico trae una bandeja de metal un tanto oxidada en sus manos. Esboza una sonrisa al encontrarme despierta.

—Te traje algo de comer. Solo tenía pan integral y suplementos alimenticios, pero será sufí...

—¿Quién eres? —lo interrumpo—. ¿Dónde estoy?

—Estás en el Sector G.

Los hechos retornan de golpe a mi mente: el viaje desde Athenia a Esperanza, el trayecto en taxi hasta la entrada del G, los hombres grotescos que quisieron abusar de mí —recordarlo me provoca náuseas— y el heroico rescate en manos del sujeto que tengo en frente.

—Eres Cristián —digo. Otra débil sonrisa se dibuja en su rostro serio.

—Y tú Alicia.

Asiento. Él me extiende una mano y la estrecho con gusto. No puedo evitar sonreír. Cristián me salvó de sufrir una de las experiencias más repugnantes que podría haber vivido, y puede que haya salvado mi vida de una muerte horrorosa.

—Muchas gracias —le digo.

Parece adivinar a qué me refiero. Se limita a sonreír en respuesta.

—Deberías comer un poco —sugiere.

—Ahora que lo dices, muero de hambre. —Intento reír, pero el dolor de la contusión me lo impide.

Llevo una mano a mi cabeza: un gigantesco chichón sobresale en mi nuca. Duele incluso con el efímero contacto de mis dedos.

—También traje pastillas antiinflamatorias —informa Cristián.

Mi cuerpo entero podría gritar de alivio. Cristián acerca la bandeja a una mesita de noche que está junto a la cama, sobre la que se encuentra mi teléfono. Lo quito para que pueda dejar la bandeja.

Analizo la mesita con detenimiento y descubro que está hecha de un extraño material.

—¿Es eso madera? —pregunto sorprendida.

Cristián asiente.

El único lugar en el que se pueden encontrar objetos hechos de madera real es el Museo de Libertad. El uso de madera está prohibido en la nación. En su lugar, todo es confeccionado con metal o con materiales biodegradables.

—¿Sabías que un hermoso árbol murió para que tuvieras esa mesita de noche? —Recalco el disgusto en mi voz.

—En mi defensa, puedo decir que no la he creado yo. —Cristián alza las manos como disculpa.

—¿Y de dónde la sacaste? —pregunto, intrigada.

—Estás en el G, chica elegante. —Emite una risa sarcástica—. Aquí puedes conseguirlo todo.

—Te pido por favor que no vuelvas a llamarme así. —Me exaspero.

—Lo siento, yo... perdóname. No acostumbro a hablar con chicas como tú.

—¿Chicas como yo?

—Ya sabes... de clase alta. —Lleva una mano a su nuca, incómodo.

—No sé qué ideas tienes sobre las personas de clase alta, pero créeme: no soy como ellos.

—Me alegra saberlo. —Sonríe.

Me duele que me encasillen solo por ser de Athenia o por ser laprometida de un futuro gobernador de la...

Oh por dios, ¡Carlos!

—¿¡Dónde está Carlos!?

—Te habías tardado. —Cristián esboza una mueca burlona—. Él duerme en la estancia. No te preocupes, está sano y salvo... y drogado hasta los pies.

Me apresuro a ingerir las pastillas antiinflamatorias con un sorbo de agua. Guardo mi teléfono en un bolsillo y me pongo de pie a pesar del dolor de cabeza.

—Espera. —Cristián me detiene antes de salir—. ¿No vas a comer?

—Después, necesito ver cómo está Carlos.

—Como quieras. —Se encoge de hombros—. Te llevaré a la estancia.

La casa de Cristián es, como imaginaba, bastante pequeña y sencilla. Me sorprende que, a pesar de ser una casa del G, se aprecia una vibra acogedora y que varios cuadros familiares decoran una pared. Cristián aparece solamente en una de las imágenes, sonriendo junto a personas que tampoco aparecen en las demás fotografías. La familia en la foto de Cristián luce feliz y rebosante de vida, a diferencia de la mía o de cualquier otra de Athenia.

—Tienes una hermosa familia —digo, entre voz melancólica y gentil—. ¿Dónde están? ¿Están dormidos?

Cristián no contesta mis preguntas, solo guarda silencio. Decido no insistir más al respecto y concentrarme en mis propios asuntos.

Carlos duerme sobre un sofá añejo en el fondo de la estancia. Suspiro con alivio al verlo. Está vivo, y yo también. Le debemos mucho a Cristián.

—Helo aquí, tu elegante y predilecto príncipe drogado.

Me acerco a Carlos y me siento a su lado en el sofá. A simple vista luce bien, con el rostro tan falsamente angelical como de costumbre. Tomo su mano y la aprieto con fuerza. Hoy pude haberlo perdido. Sé que no es perfecto. Sé que no es la clase de hombre con el que me gustaría pasar la vida y sé que no podrá hacerme feliz. Pero, en el fondo, lo quiero. No puedo evitar hacerlo.

—Si supieras por todo lo que me hiciste pasar hoy —mascullo, aunque él no pueda oírme.

Cristián carraspea para llamar mi atención.

—Descuida, puedes dormir a su lado si quieres —ofrece con burla en la voz—. El sofá es grande.

—¿Dónde lo encontraste? —pregunto, señalando a mi prometido.

—Como dije, lo encontré a unas cuantas calles de aquí. Estaba inconsciente en el suelo, pero eso no me sorprende.

—¿Por qué no?

—Tu novio acostumbra a merodear por el G al menos una vez cada dos semanas. Suele meterse en problemas y... disculpa, creo que estoy hablando de más.

—No te preocupes —suspiro—. Conozco bien a mi futuro esposo.

Cristián agacha la mirada. No sé si es por incomodidad o por lástima.

—Él debería tener más cuidado —increpa—. Es un futuro gobernador de la nación y una figura pública. Por más que se esfuerce en mantener su privacidad, pronto el país entero acabará por descubrir su verdadero comportamiento. Tú también serás reconocida en unos años, así que...

—¿Crees que no lo sé? —Alzo la voz—. ¿Crees que no soy consciente de lo mal que estamos? Todo apesta, y no tengo más opción que aprender a vivir con ello.

—Siempre hay opciones —musita Cristian. Su voz suena casi esperanzadora—. Siempre hay una salida.

Antes de decir algo en respuesta, golpes frenéticos resuenan en la puerta principal. Mi latido se acelera de golpe. Cristián palidece y lleva un dedo a sus labios.

—¡Max, soy yo! —grita alguien desde el exterior—. ¡Abre la maldita puerta!

Cristián corre en dirección a la entrada. El sujeto que gritaba entra con presura y cierra la puerta en un instante. Ambos deben tener la misma edad aproximada. El recién llegado tiene el cuerpo robusto, brazos gruesos y la tez oscura. Nos escruta a Carlos y a mí en el sofá y frunce el ceño con asombro.

—¿Son... Scott y su novia? —inquiere con voz jadeante, tal vez por haber corrido hasta aquí.

—¿Qué rayos está pasando, William? —pregunta en respuesta Cristián junto a un asentimiento—. ¿Por qué esa urgencia?

—¡Redada! —anuncia William.

—Mierda. —Cristián lleva una mano a su boca.

—Se llevaron a varios —informa William, abatido—. Se los llevaron, se los llevaron...

—¡Calma! Me contarás lo que sucedió cuando lleguemos al refugio. Ayúdame a cargar a Scott, iremos en mi automóvil.

Cristián se me acerca y posa sus manos en mis hombros.

—Alicia, debemos huir de aquí —susurra.

—¿Qué sucede? No entiendo nada. ¿Adónde se supone que debemos huir?

Luces rojas iluminan la estancia a través de la ventana: son naves del Cuerpo de Protección.

—¡Ya están aquí! —exclama William.

—No hay tiempo para ir al refugio, nos esconderemos en el sótano —resuelve Cristián—. Alicia, si no quieres meterte en problemas, te aconsejo esconderte con nosotros.

Asiento. Estoy muy asustada para hacer preguntas. Cristián se pone de cuclillas y levanta una alfombra del suelo. Una puertecilla se revela bajo ella, y la abre con rapidez.

—William, toma a Carlos de los pies y ayúdame a bajarlo —le ordena Cristián—. Alicia, tú vas primero —me dice.

Me dispongo a bajar las escaleras con prisa, pero todo es oscuridad allí abajo. Saco mi móvil del bolsillo y pronuncio el comando de voz correspondiente que enciende la potente linterna del dispositivo. Cuando logro ver con mayor claridad, noto que escaleras repletas de polvo conducen hacia un sótano sucio, maloliente y repleto de telarañas en los rincones.

Desciendo los últimos peldaños con Cristián y William cargando a Carlos a mis espaldas. Una vez abajo, lo sientan contra la pared del fondo, detrás de una pila de cajas añejas. Cristián vuelve a subir las escaleras para cerrar la pequeña puerta de entrada al sótano mientas que William y yo nos escondemos tras las cajas, junto a Carlos, quien no parece despertar a pesar de todo el movimiento y del estruendo. Mejor así.

—Alicia, apaga la linterna —pide Cristián cuando se halla junto a nosotros en el escondite.

Asiento y quedamos a oscuras. Un poco de luz roja se filtra por una ventana en lo alto de la pared lateral y brinda al sótano un aspecto mucho más escalofriante. Por desgracia, la ventanilla no es lo suficientemente amplia como para escapar.

Pronto se oyen golpes en la entrada de la primera planta. Cristián vuelve a llevar un dedo a sus labios. Apenas respiro.

—¡Abran la puerta o la haremos caer! —demanda una voz a la distancia.

Después de algunos minutos, cumplen con su amenaza. La puerta cae, o eso adivino por el ruido. Oigo pasos sobre nuestras cabezas y, con la débil luz roja que proviene de la ventanilla, logro divisar que William desenfunda una pistola. Es un modelo sofisticado que ha de costar bastante. ¿Por qué trae consigo un arma de tal categoría? ¿A qué se debe esta redada?

—¡Maximiliano Cervantes, sabemos que estás aquí! —vocifera una voz desde la primera planta.

William llamó "Max" a Cristián cuando llegó. ¿Es Maximiliano su nombre?

—¿Te llamas Max? —le pregunto en un hilo de voz.

—Sí —responde—. Lamento haber mentido.

—¿Por qué mentiste?

—Precaución. —Su voz es casi inaudible—. No nos permiten revelar nuestros verdaderos nombres a desconocidos.

No pregunto más. Debe tener una peligrosa razón para mentir sobre su identidad.

Y, como si las cosas no pudieran empeorar, Carlos emite un quejido. Está despertando.

—¿Dónde esto...?

William lleva una mano a su boca antes de que él diga más. Carlos intenta resistirse, pero le basta a William con apuntar el cañón de la pistola directo en la sien izquierda de mi prometido para tranquilizarlo.

—¿Qué rayos haces? —le pregunto a William sin alzar mucho la voz. Él me ignora. Carlos, horrorizado, clava sus ojos en los míos—. Tranquilo, soy Alicia —le susurro—. No hagas ruido, luego te explicaré.

A decir verdad, no sé qué voy a explicarle. Esta situación es tan confusa para mí como para él. Intenta decir algo en respuesta, pero William no se lo permite. Permanecemos inmóviles tras las cajas, preparados para el momento en que estemos a salvo o esposados y a bordo de las naves protectoras.

—¡Encontré algo! —grita alguien desde arriba, y la puerta del sótano se abre.

Se acabó.

No estaremos a salvo.


* * * *


¡Muchas gracias por leer! Si te gustó este capítulo, no olvides contarme en los comentarios qué te ha parecido. :)


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