Midnight Tales by Park ChanYe...

By allycar_

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Historias de un gigante que sueña con dormir a sus pequeños. * * * Conjunto de historias dedicadas a una per... More

1- ¿Una historia sin final?
2- Conejito cantor
3- Los siete cabritillos de Max
5- Muñeco de nieve favorito
6- El arte de compartir
7- El bello y la bestia

4- La vida de un Príncipe

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By allycar_

"Muchos niños han crecido con la idea de que las princesas deben ser cuidadas, que tienen su antagonista y que un fiel príncipe será su salvador al final de la historia, que será como un amor a primera vista y que, luego de casarse e irse a vivir juntos, tendrán su "y vivieron felices para siempre". La vida de una princesa suena fácil si la comparan a la de un príncipe, que tiene que ser valiente y defender a una total desconocida para luego pedirle matrimonio y complacerla porque "ella ya sufrió mucho".

La mayoría de los príncipes aceptan su destino sin rechistar, con una viva esperanza de que su princesa será bella y sumisa, pero, hay unos cuantos príncipes que no están de acuerdo con este decreto mudo que siempre les imponen. Y esta es su historia.

El príncipe Daniel pertenecía a una de las familias más reconocidas a nivel mundial por su amabilidad y casi su perfección. Sus padres, los reyes, siempre le habían inculcado su camino, le mandaban a estudiar con mil y un institutrices y tenía que aprender todos los idiomas que le fueran posibles antes de cumplir los dieciocho, porque ese día sería el que tendía que salir del reino con nada más que un caballo y su vestimenta pulcra, en busca de su princesa. Al príncipe Daniel nunca le llamó la atención tales cosas que sus padres le contaban, puesto que siempre era lo mismo y, si había algo que Daniel odiara, era la rutina.

La historia de sus padres era la única que, si acaso, podía gustarle, porque gracias a ella él estaba ahí. Su madre, una doncella del reino, ayudó sin interés a un joven herido que vio tirado junto al río cuando fue a recoger agua para su numerosa familia. Este joven era su padre, quien, en agradecimiento, pidió la mano de la doncella a sus padres, quienes, gustosos, aceptaron, pues resultó siendo el hijo del reino vecino.

Por alguna extraña razón, la sonrisa en el rostro de la reina, como le obligaban a llamar a su madre, siempre titubeaba al contarle esa historia y, pese a las innumerables veces que Daniel le preguntó a qué se debía, ella contestaba que a su momento se lo diría.

Y, a seis meses de cumplir los dieciocho, Daniel aún no conocía tal razón. Se podría decir que su curiosidad se había retirado hacía mucho tiempo, cuando se convenció de que solamente había sido su imaginación jugándole una broma. Hacía ya tiempo que no le pedía a la reina una explicación de su mueca, pues una vez su institutriz le escuchó y reprendió.

Daniel era un joven con una apariencia poco común y, por ello, era tan deseado por las doncellas en el reino, y puede que alguno que otro chico que le mirara sintiera atracción por él, pero su público especial eran las doncellas. No se cansaban de hablar de él, no perdían oportunidad de hablarle y mucho menos de intentar conquistarlo.

De un metro con ochentaisiete centímetros, Daniel no podía pasar desapercibido con facilidad en el reino, tampoco su cabello tan negro como la noche ni sus orejas que, aunque fuesen un poco grandes, eran encantadoras. Normalmente tenía prohibido salir de los límites del castillo sin alguna compañía que los reyes consideraran segura. Sin embargo, él se las ingeniaba para escabullirse y salir a vagar por el bosque.

Le parecía extraño que durante tanto tiempo nadie se preocupara por dónde estaba, siendo que en los últimos meses se la pasada todo el día de un lado a otro y sin descanso, pero Daniel prefería no preocuparse mucho por eso.

Unos años atrás él había descubierto que, si seguía un camino con piedras en el borde por el bosque, le llevaría a un lago poco profundo donde podría darse una ducha y despejarse nadando. Ese era el lugar favorito de Daniel Judd.

Un día como cualquier otro, donde Daniel se escapó del castillo y de sus obligaciones como príncipe, fue al lago, totalmente frustrado consigo mismo. Ese día planeaba por la noche decirle a sus padres que renunciaría a su título, que a él no le entusiasmaba de ninguna manera el salir y casarse con no sabe quién.

Se lo comentó a su amigo Dakzzon, un príncipe vecino que, contrario a él, estaba muriendo de ganas por salir a vagar por el mundo en busca de esa prometida mujer que le animaría tanto a luchar por ella que no dudaría en pelear con quien fuera para conseguirla, como si fuera un vil objeto que se gana de la nada.

El error de Daniel fue ese, pues la mirada de desconcierto en su amigo permaneció intacta mientras que procesaba cada una de sus palabras y negaba con la cabeza. Dakzzon le aconsejó seguir al pie de la letra lo que se había decretado generaciones y generaciones atrás, o recibiría la peor pena que podían encontrar; el exilio total.

Ante esto, Daniel se guardó el comentario que amenazó en salir de su boca.

"Ser exiliado es mejor que eso".

Mientras Daniel estaba bajo el agua se mantuvo repitiendo mil y una veces aquella conversación, con sentimientos encontrados en su pecho que le impedían conseguir la tranquilidad que tanto anhelaba. Dando un suspiro, burbujas salieron de la boca del joven y, cuando se impulsó a la superficie, un gutural grito salió de su garganta. No le importó rasgarse las cuerdas vocales ni quedar lastimado, sino sacar su frustración de ese modo.

Cuando el grito cesó, el cuerpo de Daniel dejó de temblar, desnudo y cubierto hasta la cintura con el agua del lago mientras finas gotas le acariciaban la piel perlada, es que la calma llegó a él para cubrirle. Sus lágrimas podían confundirse perfectamente con el agua que escurría de su azabache cabello, el silencio, deseó que las cosas fueran diferentes.

Una vez que Daniel dejó de llorar y vio que el sol estaba presto a caer, decidió que era hora de volver y enfrentar su cruel destino. Alzando la mirada, Daniel se vio, junto al otro lado del lago, mirándose fijamente.

Aquello le desconcertó, y al parecer a su "otro yo" también, pues en su rostro estaba una clara mueca de confusión. Buscando las palabras adecuadas para no asustar al chico, gritó.

ㅡ¿Hola? ¿Puede usted entenderme?

Al parecer podía, pensó Daniel, pues fue rodeando el lago paso a paso hasta que estuvo a tan solo unos metros de él, con la mitad del cuerpo cubierta por un árbol de tronco grueso. Viéndole más de cerca, Daniel pudo notar que el chico era prácticamente otro él, la única diferencia entre ellos era el color del cabello, pues mientras él era pelinegro, el chico era de un castaño medio. Vestía ropa que cualquier pueblerino vestiría, sin embargo, algo llamaba su atención en él: en uno de sus bolsillos había una rama de color negro. Esta parecía haber sido quemada, estar seca y, si la tocaba, le teñiría los dedos de cenizas: sin embargo, podía notarse firme y en buen cuidado, como si fuera indestructible.

Dudando un poco, Daniel habló.

ㅡ¿Me daría el placer de conocer su nombre?

Dante ㅡle contestó, con la vista fija en él.

Daniel asintió, conforme con ello y, suspirando, salió del lago, teniendo cuidado de no resbalar con el fango de la orilla. Pese a lo que la gente habría creído, Daniel era un desvergonzado que no le importaba pasearse desnudo frente a los demás, y mucho menos de alguien que parecía ser su doble. Dante le miraba sin interés alguno, pues era como verse a sí mismo y aguardó a que se vistiera, con paciencia y su misma mueca indiferente con la que se posó tras el roble.

ㅡ¿De dónde es usted, Dante?

De un sitio que no conoce.

Daniel frunció los labios un poco, desconforme con su respuesta, pero de inmediato sonrió. Era casi como él habría contestado: educado y dejando la pregunta sin responder.

Durante unos minutos conversaron, manteniendo cada uno su distancia y Daniel pudo tener la confianza de preguntar algo que siempre le dijeron a él y que, por lo regular, mentía al decir "sí".

Dante, ¿le gustaría gobernar un reino entero, casarse con una joven en peligro y luchar por ella?

Contrario al pensamiento de Daniel, le vio asentir. Era donde difirieron, pues mientras él quería mantener una vida normal, Dante deseaba salir y conseguir al amor de su vida como en un cuento de hadas.

Antes de que Daniel pudiera pensarlo, la voz de Dante interrumpió sus pensamientos.

ㅡ¿Le gustaría a usted ser libre?

Por supuesto que sí ㅡcontestó de inmediato Daniel, ladeando el rostro luegoㅡ. ¿Usted puede darme esa libertad?

Puedo, si usted me da sus ataduras, majestad.

Daniel no se sorprendió de que Dante supiera que él era un príncipe sin tener que decírselo, pues su vestimenta lo delataba. Iba a cuestionar cómo planeaba darle esa libertad que él deseaba cuando, en un momento de distracción, Dante comenzó a desvestirse frente a él. Más que vergüenza, Daniel sintió curiosidad de por qué estaba haciendo aquello cuando este le miró.

Hágalo usted también, su ropa. Cambiemos.

Seis simples palabras era lo limitado que Dante estaba siendo al tratarlo, pero Daniel no se quejó. Imitando las acciones de Dante, se despojó de su ropa y dobló esta en silencio. Los dos chicos desnudos intercambiaron prendas y, en un mínimo de tiempo, porque el sol estaba por desaparecer y culminar el día, los dos chicos estaban ya vestidos.

Se miraron entre sí, Daniel estaba buscando qué decir pero Dante se le adelantó, se acercó a él y tomó el trozo de madera para guardarlo en el bolsillo de la que antes era tu ropa.

Ahora usted es yo y yo soy usted.

Asintiendo, Daniel estuvo conforme con lo que Dante le estaba diciendo y, al verlo girarse, se apresuró a cuestionar dónde dormiría. Dando una vuelta, Dante le miró e indicó una cabaña cerca de ahí donde podría vivir. En lo que Daniel se inclinó a dar las gracias y volvió a su lugar, Dante desapareció en el bosque.

Las cosas para Daniel a partir de ese entonces comenzaron a ser diferentes a como lo había imaginado, pues ya no contaba con lujos, sino que tenía que salir todos los días en busca de comida, además de que su cama era unas simples pieles de animales que, en el piso, no le dejaban descansar.

Extrañaba su hogar, las miradas de la reina y el cuidado que tenían de él, y por eso, se atrevió a ir cerca del castillo. Aún no estaba de acuerdo con buscar una doncella por el mundo para él, pero al menos eso sonaba mejor a morirse de hambre en un sitio donde a nadie le importaba. Para su suerte, o desgracia, se encontró antes de llegar al castillo con Dante, quien era la viva imagen de lo que alguna vez fue.

Quiero mi vida como era antes, quiero volver a ser el Príncipe Judd.

Dante le miró fijamente, a los ojos, como si analizara sus palabras. Daniel estaba más delgado, su ropa no era la más limpia que pudo haber existido y comenzaba a temblar de impotencia. Frente a la mirada de Daniel, Dante sacó ese trozo de madera de su bolsillo, y volteó a ver sus castaños ojos.

ㅡ¿Quieres ser el Príncipe Judd?

Sí. ㅡContestó él.

Dante le sonrió, era la primera sonrisa que había en su rostro y era muy bonita. Moviendo la madera, susurró en el idioma que a Daniel más le costaba entender.

"Depopulationem Princeps regni militauit,

vita est, veluti si ursa puniatur.

Ave atque vale."

Daniel no pudo comprender exactamente qué estaba pasando, sólo supo que su cuerpo estaba cambiando, que ya no era como antes, y para cuando pudo comprender las palabras que Dante le dijo, un oso era ya, con su blanco y extraño pelaje brillante y atrayente. Daniel, asustado, pensó en salir corriendo, pues no podía creer que eso estuviera pasando; sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, una joven de la que nunca supo su existencia apareció, gritándole a Dante que qué había hecho y que le acusaría con su padre. Antes de que la chica pudiera salir corriendo, Dante gritó una simple palabra: testimonium.

El cuerpo de la chica sufrió sacudidas y espasmos antes de caer y retorcerse en el suelo hasta quedar inconsciente. Daniel pudo ver cómo la chica iba cambiando, mutando y terminaba siendo un oso, uno muy bonito y de pelaje castaño.

Váyanse antes de que alguien los vea ㅡordenó Dante, dando media vuelta y caminando de regreso al castillo. Daniel estaba muy enfadado, pero no hizo nada contra él, sino que arrastró a la osita con él.

Tiempo más tarde, cuando Daniel y la osita convivieron juntos, una amistad se fue formando, no solamente entre ellos, sino con los demás animales. El tamaño de Daniel era tal que defendía a los demás animales y, luego de mucho pensarlo por parte de los animales, fue nombrado el protector de la manada.

Conforme el tiempo fue transcurriendo, se fueron añadiendo animales y más animales a la manada de Daniel y, en una asamblea, se fundó el reino de los Judd, donde todos eran felices los unos con los otros y nadie recibía discriminación, o al menos casi nadie. El osito Daniel Judd tuvo una vida difícil como príncipe, y aún más la tendría siendo rey, pero sabe que valía la pena.

Fin."

ㅡQué cuentos tan más raros le cuentas a tus hijos, Park.

Sobresaltándose, ChanYeol se giró para ver a su esposo en la puerta, con la cadera recargada en el marco de la puerta y los brazos cruzados. En su rostro había una mueca divertida que le daba a entender que en realidad no era un reclamo sino un simple comentario.

BaekHyun le hizo una seña con la cabeza a su esposo, indicando que le siguiera, y él, no haciéndose del rogar, salió de la alcoba. Sin embargo, se devolvió a pagar la luz y a mirar que los dos pequeños estuvieran dormidos. Confirmándolo, estaba por cerrar la puerta cuando le jalaron una mano y le decían "vamos, Park, te tardas mucho".

ChanYeol rio, dejándose guiar esta vez sin mucha fuerza de resistencia pero, antes de entrara la habitación que compartía con él, jaló a BaekHyun del brazo hasta acercarlo a él.

ㅡ¿Cuánto llevabas escuchando?

ㅡPuede que desde el principio.

ㅡ¿Al pequeño BaekHyunee le gustan las historias para niños?

ㅡEn primera ㅡle contestóㅡ, no soy pequeño. Y en segunda, quería que me contaras un cuento a mí.

ChanYeol no se pudo resistir a ese puchero en los labios de su esposo y le dio un pequeño besito.

ㅡTodos los cuentos que quieras son tuyos, cariño.

Sonriendo, BaekHyun volvió a jalarle para que le siguiera a la habitación.

ㅡVamos, Park, usa ese tiempo que no quisiste darme en otra cosa.

Conteniendo una risa, ChanYeol solamente asintió y cerró la puerta de su habitación con seguro. Ambos pasarían una buena noche.

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