¹MOONLIGHT

By stxrk-

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EDMUND PEVENSIE.| Abigail es una cercana amiga de los hermanos Pevensie. Gracias a su amistad, ella termi... More

𝖒𝖔𝖔𝖓𝖑𝖎𝖌𝖍𝖙
𝟬𝟬𝟭 the beauty with attitude
𝟬𝟬𝟮 the big lion will come
𝟬𝟬𝟰 narnia's army
𝟬𝟬𝟱 mistakes happen
𝟬𝟬𝟲 the war that couldn't be avoided
𝟬𝟬𝟳 a new kingdom will rise
𝟬𝟬𝟴 the coronation

𝟬𝟬𝟯 the war is coming

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By stxrk-

CAPÍTULO TRES:
la guerra está en camino.

      Los telmarinos trabajaban con afán mientras construían armas, preparándose para la lucha que sabían que se avecinaba. Mientras, cinco humanos y un enano les observaban detrás de un montón de troncos apilados.

      Un hombre sobre un caballo llegó, abriéndose paso entre los árboles y obligando al grupo a esconderse para evitar ser vistos. Susan y Peter se miraron el uno al otro mientras que Edmund sostenía a Abigail, quien había perdido el equilibrio cuando todo el grupo se agachó de forma brusca.

      —Me parece que nos hemos equivocado de camino—, susurró Susan a Peter, aunque todo el grupo era capaz de escucharse entre sí. Peter volvió a asomarse por sobre los troncos antes de darse la vuelta y volver por donde vinieron, siendo seguido por Trumpkin y Susan. Lucy siguió a su hermana y, pronto, Abigail y Edmund también les siguieron.

      El grupo se encontraba en una gran encrucijada. Ellos pretendían cruzar el torrente para llegar hasta las tropas narnianas, pero el mencionado torrente se encontraba lleno de Telmarinos por donde quiera que miraras. Sólo quedaba buscar alguna forma de cruzar por donde habían venido antes, justo donde Lucy había visto a Aslán.

      Y allí se encontraban ahora. Lucy miraba hacia el frente donde se habían encontrado antes. Mientras que Abigail se encontraba unos cuántos pasos lejos del borde del precipicio, temiendo perder el equilibrio y caer.

      —Y, ¿dónde crees que viste a Aslan?—, preguntó Peter y Abigail negó ante su elección de palabras. El rubio podría haber sólo preguntado y Lucy le respondería sin dudar, pero claro, Peter no podía admitir en voz alta que le creía a su hermana menor.

      — ¿Por qué no dejan de hablar como adultos de una vez?—, reclamó Lucy al darse la vuelta, mirando a sus hermanos mayores y a Trumpkin —. No creo que lo vi, que lo vi.

      —Yo soy adulto—, aclaró Trumpkin y Abigail río mientras Edmund le observaba con una suave sonrisa. Lucy caminó por el borde del precipicio sin temor alguno, sorprendiendo a Abigail.

      —Cuando lo vi, estaba--, pero Lucy no pudo terminar de hablar, ya que el suelo debajo de sus pies había desaparecido, y su armoniosa voz fue reemplazada por un grito ahogado. Pronto Abigail y Edmund estuvieron allí, ya que se encontraban más cerca, para ver a Lucy menos de un metro por debajo con una pequeña sonrisa —. Aquí—, terminó.

      A partir del lugar donde Lucy había caído, había un débil camino hasta abajo, permitiéndoles el paso a todos.

      El grupo no tardó en encontrarse abajo, avanzando lento y con cuidado para no cometer ningún paso en falso. Delante iba Lucy, guiando el camino y siendo seguida por Trumpkin y Susan. Al final, se encontraban Abigail, Edmund y Peter en ese orden.

      Abigail observó cómo Susan avanzaba delante de ella en puntas de pie, pisando sobre las pequeñas rocas y teniendo el cuidado de no mojarse. La morena observó un momento el agua correr a su lado y, al notar que el agua no llegaría a cubrirle las rodillas, entró de un salto al agua.

      Todos se giraron hacia ella, creyendo que alguien había caído, mientras que Abigail caminaba con una suave sonrisa en el rostro sin problema alguno.

      — ¿Qué sucede? ¿Es agua mágica y no puedo tocarla?—, preguntó, aterrorizada de que podía haber cometido un error mortal. Edmund río y la chica se giró a verlo, el temor desapareció al notar la sonrisa.

      —Claro que no—, negó antes de saltar a su lado —. Vamos—, animó el chico y ambos siguieron caminando por allí sin problema alguno, mientras que los demás seguían esforzándose para pisar las rocas y no caer en el intento.

      —Salgan de ahí, su ropa estará mojada luego—, recriminó Susan, sonando como una madre enojada con sus hijos revoltosos.

      — ¡Es verano, Su!—, exclamó Abigail, alzando los brazos al aire y provocando que algunas gotas de agua saltaran hacia la superficie —. En poco tiempo volverán a estar secas—, le intentó tranquilizar. De repente sintió su pie derecho resbalar, y hubiera acabado sentada y empapada, si no fuera porque Edmund le agarró antes.

      —Deberías tener más cuidado—, le dijo Edmund con una pequeña sonrisa, ya que no era la primera vez que la chica casi caía.

      —Lo siento—, murmuró la chica con las mejillas sonrosadas antes de retomar el equilibrio y comenzar a caminar rápido —. ¡Me crié en Londres, no en Narnia!—, se excusó.


──────────────


      La noche cayó rápidamente y entre todos lograron encender una pequeña fogata para mantenerse cálidos e iluminados. El grupo se encontraba sentado alrededor del fuego, sumidos en silencio.

      Abigail observaba con deleite el baile de las llamas naranjas y rojas frente a ella cuando el quejido de Lucy le llamó la atención. La morena le miró, al igual que el resto del grupo y la menor sonrió de forma inocente.

      —Es que tengo hambre—, se excusó y Abigail se paró de inmediato, captando las miradas.

      —Mientras juntaba ramas para la fogata, vi un par de bayas por allá—, señaló hacia un par de árboles y arbustos —. Están cerca, pero no sé si son venenosas o algo.

      —Ed, ve tú—, pidió Peter y el pelinegro se levantó, tomando su linterna en el camino, antes de seguir a Abigail.

      —Están por aquí—, murmuró mientras buscaba entre los árboles.

      Edmund iluminaba el lugar pero, cuando se quedó observando el perfil ligeramente iluminado de Abigail, la linterna acabo apuntando al suelo. La morena se dio cuenta de ello y soltó una risa antes de arrebatarle la linterna —. Sí que estás cansando, Ed—, se burló antes de encontrar la rama llena de frutos de color azul —. ¡Aquí están! ¿Son venenosos?

     Edmund se acercó a mirarlos y se giró para mirar a la chica seriamente —. Son arándanos, Abby—, sentenció antes de reír y las mejillas de la morena se encendieron.

      —Bueno, ¿cómo voy a saberlo?—, reclamó ella mientras comenzaba a tomar lo más que podía del árbol, intentando ignorar la risa del chico —. Practico esgrima, no agricultura.

      —Es obvio por qué—, comentó el azabache y, cuando notó el nerviosismo de la chica, se acercó a ella —. Déjame ayudarte—, ofreció, pero Abigail le empujó con un golpe en la cadera.

      —No, yo puedo sola—, negó, haciendo un gran esfuerzo para no tirar los arándanos al suelo.

      — ¡No seas niña!

      — ¡Tú no seas idiota!

      —Déjame—, insistió y Abigail intentó volver a empujarle, pero Edmund le devolvió el golpe y la chica golpeó contra el árbol del medio.

      —Diablos, Edmund—, gimió la chica, enojada.

      Pero cuando sintió algo moverse sobre su cabeza, el enojo fue reemplazado por miedo. Un grito escapó de entre sus labios antes de alejarse del árbol donde descansaba su adolorida espalda y varios arándanos cayeron al suelo ante el repentino movimiento.

      — ¿Qué te pasa?—, inquirió Edmund, preocupado.

      La chica señaló al suelo y el azabache siguió su mirada para encontrarse con una larga y gruesa serpiente que les siseaba a ambos.

      Edmund empujó detrás de él a Abigail antes de desenvainar su espada mientras la morena apuntaba con la linterna a la serpiente, negándose a perderla de vista.

      —Ed, Abby, ¿están bien?—, gritó Peter, pero ninguno de los dos se animó a contestar, con temor de provocar aún más a la serpiente.

      —Camina lento hacia atrás—, murmuró Edmund y Abigail le hizo caso.

      A medida que la chica retrocedía, el azabache daba pasos hacia atrás. No obstante, de un momento al otro, la serpiente dejó de sisear. Entonces ambos se quedaron quietos, mirando a la serpiente cuando, de repente, saltó hacia ellos.

      Abigail gritó mientras tomaba a Edmund por los hombros e intentaba alejarlo de la serpiente, pero no fue necesario. Edmund había dado un ágil movimiento con su espada, cortando por la mitad a dicha serpiente.

      Peter apareció entre los árboles con su espada en la mano y observó cómo Abigail abrazaba a Edmund por detrás mientras éste miraba a la serpiente en el suelo. Ambos miraron al rubio, quién en silencio guardó su espada antres de acercarse a ellos. El trío tomó los arándanos restantes y volvieron a acercarse al grupo.

      — ¿Estás bien?—, preguntó Edmund, colocándose a un lado de Abigail mientras cargaban con los frutos entre sus brazos.

      —Gracias—, fue la única respuesta de ella, originando una gran sonrisa en el rostro de Edmund.


──────────────


      Abigail se despertó y miró a su alrededor, observando cómo Lucy se levantaba en silencio. Un sonido provino de donde Abigail no podía ver y, cuando Lucy salió corriendo, ella se levantó y corrió tras ella, gritando su nombre.

      La chica corría, perdiendo su vista  en los árboles cuando chocó con la espalda de Lucy. La menor estaba observando su rededor y Abigail la imitó.  Lucy le miró con una sonrisa antes de comenzar a avanzar y Abigail le siguió.

      Un par de pétalos volaban lentamente, con gracia y elegancia por delante de las chicas, quienes observaban desorbitadas los rosados pétalos. De repente, una mujer se formó a partir de los pétalos y rió celestialmente antes de alejarse.

      Abigail observó con los ojos bien abiertos lo sucedido. La mágica belleza de Narnia parecía, por fin, mostrarse frente a ella. La mujer se alejó de ellas, volando hacia el cielo, y su risa volvió a resonar antes que los pétalos se separaran en diferentes direcciones.

      El dúo siguió avanzando y más pétalos, esta vez de diferentes colores, hicieron aparición. Las carcajadas risueñas inundaban sus oídos antes que un conjunto de pétalos amarillos se juntaran frente a ellas.

      Tanto Lucy como Abigail se detuvieron cuando la mujer se formó y les señaló detrás. Las chicas se dieron la vuelta y Abigail casi perdió la cabeza cuando los árboles se movieron por sí solos, formando un recto camino e irguiéndose.

      —Lucy—, se escuchó una voz y Abigail miró alrededor, buscando al dueño de la voz —. Abigail—, volvió a resonar y la morena se tensó.

      — ¿Quién es?—, inquirió la morena antes que Lucy tomara su mano con una esperanzada sonrisa y tirara de ella. Abigail, ante la reacción de su amiga, supuso que sabía de quién se trataba, pero no terminaba de entender cómo sabía su nombre.

      —Aslán—, exclamó emocionada Lucy.

      La chica miró a la menor antes de seguir su mirada y encontrarse con un majestuoso león enorme. Ella se quedó en su sitio, observando con la boca abierta al felino mientras que Lucy corrió hacia él, sin darle tiempo a Abigail de reaccionar.

      Lucy abrazó al león, y éste sonrió mientras movía la cola. Abigail se acercó lentamente a ellos, aun guardando su distancia. Se encontraba demasiado impresionada por el león y al mirarlo sentía como si estuviera siendo bendecida por su mera presencia.

      —Te he echado de menos—, murmuró Lucy, acariciando al león antes de alejarse un poco y mirarlo —. ¡Haz crecido!

      —Tú creces cada año, yo también. Al igual que Abigail, aquí presente—, sonrió el felino a la morena. Lucy le sonrió y le animó a que se acercara y, por alguna razón, ella lo hizo —. ¿No me recuerdas?

      — ¿Debería?—, preguntó con interés y repentina confianza, acercándose más al león.

      —No. Eso significa que el hechizo funcionó—, sonrió Aslan y las chicas fruncieron el ceño.

      — ¿Hechizo? ¿Qué hechizo, Aslan?—, preguntó Lucy mientras Abigail permanecía en silencio. Ella repetía las palabras en su mente, intentando formar el rompecabezas.

      — ¿Es por eso que siento familiar el lugar?—, pensó en voz alta y Aslan agitó suavemente la melena.

      —Tantas dudas y preguntas habitan en ti, querida, pero aún no puedo responderte—, negó —. Pronto lo haré, eso tenlo por hecho.

      — ¿Dónde estabas? ¿Por qué no has venido a ayudarnos?—, inquilino Lucy, esperando saciar sus dudas.

      —Las cosas nunca pasan del mismo modo, pequeña—, contestó Aslan y una rama se escuchó romperse. Abigail se dio la vuelta bruscamente, llevando las manos a sus cuchillos.

      Y despertó.

      La desilusión infló el pecho de Abigail cuando se percató que sólo se había tratado de un sueño. Se sentó rápidamente en el lugar cuando notó que Lucy intentaba despertar a Susan, aunque ésta le hizo caso omiso.

      —Soñé con Aslan—, contó Lucy en un susurro y la morena junto sus cejas.

      —Yo también.

      — ¿En serio? ¿Qué soñaste? Tú estabas en mi sueño—, se acercó con una sonrisa Lucy.

      —Tú también estabas en el mío. Aslan... creo que me conoce, dijo que me puso un hechizo, pero no sé para qué. Y te dijo a ti que las cosas nunca vuelven a pasar igual—, explicó Abigail y la boca de Lucy cayó abierta.

      — ¡Yo soñé lo mismo!—, exclamó con emoción cuando algo sonó desde el mismo lugar en donde, en su sueño, Abigail había corrido tras Lucy. Las chicas compartieron una mirada antes de levantarse y correr en esa dirección.

      No obstante, cuando llegaron al lugar, nada mágico ocurrió como lo habían esperado. Por el contrario, todo seguía igual. No había nada fuera de lugar.

      Lucy se acercó a uno de los árboles y le pidió que despertara pero nada ocurrió. Ellas siguieron caminando, en dirección a donde habían visto a Aslan. Escucharon otro sonido y Lucy sonrió, inmediatamente yendo tras el.

      — ¿Aslan?—, balbuceó Lucy.

      Peter tapó la boca de su hermana y la acercó a él. Con su otro brazo, se las arregló para tomar a Abigail por el brazo y arrojarla a su lado antes que el minotauro notara su presencia.

      El mayor señalizó que guardaran silencio antes de acercarse con sigilo hacia la criatura armada. Lucy y Abigail observaron por sobre el arbusto al chico.

      El rubio levantó su espada mientras el minotauro seguía ignorante de su presencia, pero alguien lo atacó de repente. Ambos comenzaron un duelo y, cuando Peter logró quitarle la espada a su contrincante, Abigail suspiró aliviada.

      Pero el contrincante de Peter era bueno y esquivó todos sus golpes, provocando que su espada quedara clavada contra el tronco de un árbol y el chico de cabello negro empujó a Peter hacia atrás.

      —Lu—, murmuró Abigail, tomándola por el brazo cuando decenas de narnianos comenzaron a salir del bosque, mirando a los cuatro presentes. Lucy pareció entender lo que sucedía y le gritó a su hermano que parara antes que éste golpeara con una gran roca en la cabeza al pelinegro.

      Por suerte, Peter detuvo su accionar lo suficientemente rápido. Su contrincante se detuvo por igual, y ambos observaron a quienes los rodeaban. Los chicos giraron sus cabezas un momento, mirando tanto a Lucy como a Abigail.

      La menor les miró curiosamente mientras que la morena estaba anonadada al mirar a las diferentes criaturas a su rededor.

      — ¿Príncipe Caspian?—, preguntó Peter mientras el pelinegro le apuntaba con su propia espada al pecho.

      —Sí, ¿y tú quién eres?

      — ¡Peter!—, gritó Susan, quién se acercó corriendo siendo seguida por Edmund y Trumpkin. Caspian observó al grupo antes de mirar la espada que cargaba en su mano.

      —Eres el Sumo monarca.

      —Creo que me haz llamado.

      —Sí, pero... te creía mayor.

      —Si lo prefieres, volvemos en unos años.

      —No, no importa. Es sólo... que no son como esperaba—, explicó Caspian antes de mirar a todos y se detuvo un momento en Susan, quién sonrió levemente.

      —Tampoco tú—, replicó Edmund fijando su mirada sobre los minotauros, recordando su servicio a la Bruja Blanca. Caspian observó a Edmund un momento, y luego, posó su atención sobre Abigail, quién se removió incómoda ante la atenta mirada del príncipe.

     —Un enemigo común une incluso a los peores adversarios—, habló sabiamente una comadreja.

      —Eres... tú. No esperaba que tú también vinieras—, balbuceó Caspian y Abigail se dio la vuelta, creyendo que le hablaba a alguien más. Pero nadie se encontraba tras de ella, así que volvió a mirar al príncipe.

      — ¿Yo?—, repitió confundida la chica y Caspian asintió.

      — ¿Quién es ella, según tú?—, intervino Edmund, acercándose más a Abigail y tomándola por la cintura. La chica bajó un momento la mirada hacia la mano de Edmund posada a su costado y sus mejillas ardieron.

      —La reina antes de ustedes—, señaló Caspian como si fuera obvio pero, al notar lo confundida que se encontraba la morena, agregó —. Supongo que entonces los rumores son ciertos.

      — ¿Qué rumores?—, inquirió Abigail.

      —Mi profesor me contó que corría el rumor que la reina Kenna fue hechizada. Fue un pacto entre Aslan y ella. Cuentan que es por eso que se marchó. Convocaron el antiguo hechizo poderoso  del renacimiento. Se asegura que nadie fue capaz de sobrevivirlo, pero se creía que usted podría al ser la hija del Fénix Majestuoso.

      Abigail dio un paso adelante y el brazo de Edmund cayó, pero él le siguió y se mantuvo cerca por si era necesario. Aunque él estaba tan perdido como ella en la situación, sabía que debía ayudarla.

      Sabía que debía ayudarla porque Abigail siempre estaba demasiado ocupada en ayudar a los demás, dejando su propia persona de lado.

      —Temo que me confudiste con otra persona. Mi nombre no es Kenna, es Abigail. ¿Tal vez somos parecidas? Quiero decir, ¿nunca escucharon de eso que hay siete personas iguales a nosotros en el mundo? Aunque... no sé si eso aplica a Narnia.

      —Abby—, murmuró Edmund a su lado, sabiendo que si no la detenía la chica hablaría hasta quedarse sin aire.

      Las mejillas de la chica se encendieron al percatarse de la cercanía del azabache a su cuerpo —. Lo siento—, balbuceó antes de fruncir el ceño —. Además, ¿hija de un fénix? ¿Cómo podría ser eso posible?

      —El renacer incluirá un cambio de nombre—, intervino la comadreja, hablando como si estuviera recitando un discurso —. Tú eres la hija del Fénix Majestuoso, la única. Haz renacido para evitar tu propia muerte a manos de la Bruja Blanca.

      — ¿La Bruja Blanca?—, preguntó Edmund esta vez —. ¿Qué tiene que ver ella con Abby?

      —La Suma Monarca Kenna reinó por un largo tiempo en Narnia, brindando paz y quietud... hasta que la Bruja Blanca comenzó a ganar poder.

      «Si la Bruja hubiera tenido la oportunidad de tocarla, ella moriría de inmediato. Por esa razón, Aslan conjuró el renacimiento. Nunca se creyó que el renacimiento ocurriría fuera de Narnia, pero siempre esperamos fielmente su regreso. Y aquí estás.

      —Pero eso no tiene sentido—, negó Peter —. Tendría que ser mucho mayor.

      —El tiempo transcurre diferente aquí—, recordó Lucy y la comadreja asintió, brindándole la razón.

      —Muchos rumores se esparcieron por el reino desde su desaparición. Muchos creyeron que la Bruja Blanca la había encontrado y asesinado, y que los rumores eran la simple esperanza de los tontos—, relató la comadreja antes de negar con una sonrisa —. Pero esto demuestra que son falsos, ¡usted está aquí!

      —Esperábamos con ansia su regreso, altezas—, se acercó un ratón con una pluma en la cabeza y una pequeña espada cargando en su espalda —. Mi gente y yo estamos a su servicio.

      —Hay que reconocer que es muy tierno—, murmuró Lucy a Susan y el ratón de un salto se dio la vuelta, elevando en alto su espada.

      — ¿Quién ha dicho eso?—, gritó alterado y Abigail cubrió sus labios con su boca para ahogar la risa.

      Lucy sonrió, apenada y amable —. Perdona.

      —Oh, majestad, con el debido respeto, opinó que valiente, cortés o caballeroso son más apropiados para un soldado de Narnia—, espetó el ratón después de dar una reverencia.

      —Al menos algunos saben manejar la espada—, acertó Peter al ratón y Abigail le miró mal, sabiendo que era un comentario dirijido hacia Caspian.

      — ¡Sin duda!—, contestó el ratón, demasiado emocionado ante el cumplido de su rey —. Y he hecho gala de ello recopilando armas para su ejército, señor.

      —Bien—, sonrió Peter antes de mirar a Caspian —. Porque nos van a hacer mucha falta.

      —Entonces, probablemente, quieras recuperarla—, contestó Caspian, sosteniéndole la mirada mientras alzaba la espada. El rubio tomó el arma y la guardó mientras le miraba amargamente.

      — ¿Cuándo le bajara a su ego tu hermano?—, preguntó en un susurro Abigail a Edmund.

      —Tal vez cuando tú le bajes al tuyo—, bromeó Edmund en respuesta.

      Abigail actuó ofendida —. Perdona, pero acabo de descubrir que era la Suma Monarca de Narnia. Creo que tengo permitido ser un poco presumida de ahora en adelante.

      El azabache rió —. ¿Y cuál es tu excusa por haberlo sido antes de saberlo?

      La morena se encogió de hombros —. Estaba en mi ADN, sencillo.

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