¹MOONLIGHT

By stxrk-

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EDMUND PEVENSIE.| Abigail es una cercana amiga de los hermanos Pevensie. Gracias a su amistad, ella termi... More

𝖒𝖔𝖔𝖓𝖑𝖎𝖌𝖍𝖙
𝟬𝟬𝟮 the big lion will come
𝟬𝟬𝟯 the war is coming
𝟬𝟬𝟰 narnia's army
𝟬𝟬𝟱 mistakes happen
𝟬𝟬𝟲 the war that couldn't be avoided
𝟬𝟬𝟳 a new kingdom will rise
𝟬𝟬𝟴 the coronation

𝟬𝟬𝟭 the beauty with attitude

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By stxrk-

CAPÍTULO UNO:
la belleza con carácter.

       Abigail Westher, la belleza con carácter. Considerada una belleza exótica debido a sus raíces latinas y, sin duda, acompañado por un fuerte carácter. Cabello ondulado de color chocolate, llamando la atención entre las tantas cabelleras rubias y lacias repartidas en la calle. Su rostro era digno de una diosa gracias a sus finos rasgos angelicales. Su rostro ovalado era acentuado por las ondas de su cabello, mientras que una sonrisa siempre decoraba sus labios.

    Además de contar con esa gran belleza, Abigail Westher poseía algo que la mayoría de las demás chicas no: coraje y actitud. La chica siempre tenía algo para decir y nunca temía expresar su opinión, sin importar que los demás pensaran que se equivocaba.

      Abigail Westher siempre se hacía escuchar. Esa cualidad estaba en escasez después de la crisis que había desatado la guerra. Pero la chica sabía que todos poseían la libertad de expresar su opinión, y ella no desperdiciaría esa pequeña libertad.

    — ¡Pelea, pelea!—, gritaba un chico que corría por los pasillos y Abigail lo observó entrar dentro del túnel del metro. Nerviosa, corrió en su misma dirección.

    Abigail contenía la pequeña esperanza en su pecho que no se tratara de quien pensaba y, aunque su deseo fuera poco probable, las llamas seguían ardiendo en su pecho de forma incontrolable.

    Abigail se abrió paso entre la multitud, para sólo encontrarse con lo que temía, y así las llamas se apagaron. Aunque, al igual que el fénix, estás llamas nunca se apagan por completo, porque de las cenizas volvía a renacer. Entre la multitud, Abigail se encontró con Susan y Lucy, quienes observaban horrorizadas a su hermano Peter ser golpeado por tres chicos.

    Abigail sintió una mano sobre su cintura, que la empujó con cuidado hacia un costado y ella se la giró para ver que se trataba de Edmund. Éste observó la situación y, apenas tuvo la oportunidad, se lanzó a la espalda del chico que estaba por golpear a Peter mientras los otros dos lo sostenían, provocando que ambos cayeran al suelo.

    Westher dio un paso adelante, con la intención de meterse, pero Susan la detuvo al tomarla por el hombro. Abigail levantó la vista, mirando a Susan para obtener una explicación, pero la mayor se limitó a negar. Susan Pevensie admitía que Abigail era valiente, pero temía que tal vez cruzaba la raya de lo temerario, y eso sólo la metería en situaciones en las que no tendría que haber intervenido desde un principio.

    Justamente eso fue lo que captó la atención de Lucy, mientras que Edmund había posado sus ojos sobre ella desde el momento en que la morena levantó la voz en defensa de una chica en contra del profesor. Ese día, Abigail ganó un castigo, pero también ganó la atención del azabache. Fue así como Abigail Westher terminó formando amistad con los cuatro hermanos inseparables, y ella estaría agradecida con ellos por siempre.

    Debido a su forma de actuar, Abigail no tenía amigos. Las chicas hablaban mal de ella a sus espaldas porque ella no era como ellas. Había captado la atención de varios chicos, pero estos sólo la buscaban con la intención de utilizarla. Abigail deseaba amigos, y las únicas manos tendidas de esa forma fueron la de los Pevensie.

    Susan y Peter se maravillaron en cuanto conocieron a la chica. Les cautivaba el hecho que ella peleaba en contra de las injusticias, sin preocuparse por cómo ella sería afectada. Sin duda, no se veía demasiadas personas actuar de tal manera después de la gran guerra y, mucho menos, a las mujeres. Abigail siempre había actuado de esa forma. Su padre le había enseñado que no debía cambiar para agradar a los demás antes de que muriera en la guerra. Por lo que Abigail nunca cambiaría, sin importar cuantos problemas atrajera.

    Los cinco chicos continuaron con su pelea. Sin embargo, cuando los silbatos se escucharon, la multitud alrededor se desarmó y, pronto, dos hombres llegaron a separarlos. Mientras que todos salían corriendo en distintas direcciones, Abigail permaneció allí, dispuesta a esperar a sus amigos.

    Peter caminó en su dirección, la miró unos segundos pero pronto continuó su camino. El rubio se encontraba demasiado enojado en el momento y no quería descargarse con la persona equivocada. Abigail no dijo nada, siempre era igual cuando los hermanos peleaban. Edmund se le acercó y murmuró un vamos, y ambos retomaron su camino.

    —De nada, eh—, comentó Edmund con desdén en cuanto los tres alcanzaron a Susan y Lucy. Abigail apresuró el paso para sentarse entre ambos hermanos, ya que no sería la primera vez que estos discutieran debido al anterior conflicto.

    —No me hacía falta—, aclaró Peter y se levantó del asiento. Abigail le observó mientras se acomodaba en el asiento, alejándose un poco de Edmund.

    — ¿Esta vez por qué fue?—, preguntó Susan.

    —Me empujó—, contestó Peter y Abigail rodó los ojos, no podía hablar en serio.

    — ¿Y les has pegado por eso?—, preguntó Lucy, incrédula.

    —No fue sólo eso. Él me empujó y me pidió que me disculpara, ahí lo golpee—, explicó Peter, siendo un pretexto suficiente para él.

    —Si van a seguir peleando todos los días, podría darles unas clases—, ofreció Abigail, adoptando su usual tono sarcástico —. ¿Qué te parece esgrima? ¿O artes marciales mixtas?—, alzó las cejas y Peter miró a otro lado.

    —No estoy de humor, Abigail—, respondió Peter de mala manera. La mencionada bufó mientras se cruzaba de brazos y se recostaba contra la pared.

    ¿Algo más que cuestionaban los demás sobre Abigail Westher? Bueno, la chica practicaba centenares de formas de defensa. Su padre le había hecho practicar esgrima desde pequeña y a la chica le fascinó tanto que pronto se anotó en diferentes prácticas similares. Abigail utilizaba sus prácticas para desquitarse y desahogarse. Realizar ese tipo de actividades la calmaban lo suficiente para despejar su mente y sólo se concentraba en una cosa: no morir. Claro que figuradamente, pero funcionaba de todas formas.

    Varias chicas le habían preguntado por esas clases en diferentes oportunidades y Abigail siempre les respondía con ansías, brindándoles todos los detalles posibles con la esperanza que alguna de ellas se uniera a sus prácticas. Todo con la esperanza que, en algún momento, se convirtiera en su amiga. Pero no importaba cuántos detalles Abigail les diera, las chicas luego se arrepentirían o sus padres no les dejarían y todo culminaba allí.

    — ¿Tanto te habría costado ignorarlo?—, continuó Susan, mirando a Peter. Abigail observó a Susan, intentando decirle que se detuviera, pero ésta no le hizo caso.

    — ¿Por qué tengo que hacerlo? ¿No están hartos de que siempre los traten como niños?—, inquirió Peter, mirando a sus hermanos.

    —Somos niños—, replicó Edmund.

    —No siempre lo fuimos. Ya ha pasado un año. ¿Cuánto más quiere que esperemos?—, suspiró Peter antes de sentarse al lado de Abigail, obligando a la castaña a acercarse más a Edmund.

    —Yo que ustedes estaría agradecida—, comentó Abigail y, cuando los hermanos la miraron, agregó —. No saben lo que daría por ir allí. ¿Faunos y dríades? Me anoto sin pensarlo. Además, la experiencia que deben de haber ganado en batallas debe ser incomparable—, sonrió soñadora y Lucy le brindó una sonrisa mientras que Edmund le observaba.

    —Yo creo que tenemos que aceptar que vivimos aquí, es inútil pretender otra cosa—, opinó Susan, cruzándose de brazos —. Finjan que hablan conmigo—, pidió de repente.

    —Estamos hablando contigo—, contestó Edmund y Abigail rió al notar la expresión de Susan. De repente, Lucy se levantó quejándose.

    —No grites—, regañó Susan, sabiendo que no lograría pasar inadvertida.

    —Me ha dado un pellizco—, reclamó Lucy.

    — ¡No me empujes!—, exclamó Peter levantándose.

    —Yo no hice nada—, respondió molesta Abigail —. ¡Edmund!—, miró al chico a su lado cuando sintió un pellizco. Pero, al observar las manos sobre su regazo, frunció el ceño. Edmund sintió un pellizco y también se levantó. Abigail, cuando sintió que la empujaban, también lo hizo. Pronto, Susan imitó la acción de los demás.

    —Parece magia—, elevó la voz Lucy debido a que un tren había llegado a la estación; su tren.

    — ¡Tómense de la mano!—, comandó Susan y Abigail tomó la mano de ambos hermanos, sin detenerse a preguntar. Edmund la miró, pero la chica miraba el tren con los ojos entrecerrados. El pelinegro siguió su mirada y notó que, a través de las ventanas, se podía ver una playa.

    De repente, el tren desapareció. Los adolescentes se encontraban dentro de una cueva y, fuera de esta, había una playa. El grupo avanzó lentamente y se soltaron las manos, menos Edmund y Abigail.

    — ¿Estamos en--?—, la castaña no terminó la pregunta mientras miraba a Edmund y éste asintió con una sonrisa.

    —Narnia—, completó Lucy y se lanzó a correr en dirección a la playa. Los tres hermanos corrían mientras Edmund y Abigail se quedaron allí parados.

    —A que no me alcanzas—, murmuró Abigail antes de correr.

    — ¡Eso es trampa!—, reclamó con una sonrisa Edmund mientras se deshacía de sus prendas en el camino al agua.

    Cuando todos estaban en el agua, entre ellos comenzaron a salpicarse el uno al otro. En un momento, Lucy se cayó y Abigail estiró sus manos para ayudarla a levantarse, pero sólo terminó sentada al lado de Lucy.

    —Recuérdame no volver a ayudarte—, rió la morena mientras se levantaba. Se acomodó la ropa, ya que al estar mojada se volvía muy pesada, cuando Peter le volvió a salpicar —. Date por muerto, rubio—, advirtió antes de tirarse sobre él y lograr que ambos cayeran al agua.

    Abigail se levantó rápidamente y se alejó de él, buscando evitar que éste la volviera a tirar al suelo, cuando notó que Edmund miraba concentrado a algún punto indefinido.

    — ¿Qué miras?—, preguntó y siguió su mirada.

    — ¿Están seguros que estamos en Narnia?—, preguntó Edmund mientras Abigail observaba las ruinas. Peter fue el único que se molesto en contestar, dando por sentado que se trataba de la tierra mágica —. No recuerdo que hayan ruinas en Narnia—, comentó, captando ahora la atención de sus hermanas.


──────────────


      Abigail estaba cautivada por el lugar. Parecía que, no importaba a donde mirara, siempre se encontraría con belleza nativa de Narnia. Una belleza que sentía que ya había visto antes, aunque sabía que eso era imposible. La belleza allí era tan exótica, tan diferente a todo lo que había visto antes, que no tenía sentido el surgimiento de ese sentimiento.

    La chica caminaba distraída, observando todo lo que la rodeaba y temiendo que todo fuera a desaparecer de un momento al otro. Tan consumida estaba por el paisaje que chocó con alguien. Abigail miró frente a ella y se encontró con Edmund.

    —Lo siento—, se disculpó rápidamente el azabache y la morena negó levemente.

    — ¿Quién viviría aquí?—, la voz de Lucy provocó que Abigail se diera la vuelta, pero no la vio por lo que se volvió a Edmund.

    —Vamos—, asintió el pelinegro y guió a Abigail entre las ruinas.

    En el camino, Edmund saltó y se dio la vuelta para ayudar a Abigail a bajar, pero ella se le adelantó al bajar de un salto.

    —No necesito de tu ayuda, Eddie—, se burló la chica en cuanto notó que él pensaba ayudarla. Edmund le sonrió y ambos caminaron hasta encontrarse con Susan y Lucy.

    —Eso es mío, de mi juego de ajedrez—, se acercó Edmund a Susan y Abigail observó con curiosidad la pieza que parecía ser de oro puro.

    — ¿De qué ajedrez?—, preguntó Peter, colocándose al lado de Abigail. 

    —Nunca he tenido un ajedrez de oro macizo en Inglaterra que yo sepa—, replicó Edmund con un tono de obviedad mientras observaba la pieza.

    — ¿Realmente es de oro?—, preguntó sorprendida Abigail.

    —Sí—, asintió Edmund pasándole la pieza.

    —Ten cuidado,Ed; puede robártelo—, bromeó Peter y Abigail rodó los ojos. Desde la vez que Abigail había robado algo a un chico mucho mayor que ella en primer año, todos pensaban que se dedicaba a hacerlo. Aunque, en realidad, sólo estaba recuperando lo que era suyo.

    —Muy gracioso, Peter—, rodó Edmund los ojos y Abigail sonrió levemente al notar que el chico la defendió. Aunque los hermanos siempre la defendían, ella seguía agradeciéndolo con gratitud.

    —No puede ser—, murmuró Lucy y corrió, provocando que todos la siguieran —. ¿No lo ves?—, preguntó y, al notar que sus hermanos no se daban cuenta, los acomodó —. Imaginen paredes y columnas allí, y un techo de cristal.

    —Cair Paravel—, murmuró Peter y Abigail frunció las cejas mientras observaba a los hermanos.

    — ¿No era ese el lugar dónde vivían? ¿Qué le sucedió?—, preguntó la morena, ya que la historia de Narnia se la sabía de memoria. A Lucy le gustaba relatársela, y a ella le encantaba escucharla una y otra vez. La magia de Narnia era uno de sus temas favoritos sobre el que conversar.

    Un silencio sepulcral tomó posesión de la situación y Abigail observó a la familia, esperando una respuesta. No obstante, lo único que obtuvo fue la leve negación con la cabeza por parte de Edmund.

    —No lo sabemos—, contestó al rato Lucy, cuando pareció salirse de su sueño. La menor se había quedado observando el lugar, sin poder creer la diferencia entre sus memorias y la realidad.


──────────────


      —Catapultas—, exclamó Edmund agachado en el suelo.

    — ¿Qué?

    —No sé que ha pasado, pero Cair Paravel fue atacado—, dijo antes de levantarse. Abigail miró a los hermanos y notó que ellos estaban tan confundidos como ella.

    Peter y Edmund comenzaron a arrancar algunas plantas que habían crecido en una pared y, entre los dos, se las apañaron para correr la pesada compuerta de piedra. Detrás de ésta, había una simple puerta de madera, que a consecuencia de los años transcurridos se había vuelto débil.

    Peter comenzó a romper su ropa, consiguiendo rasgar un pedazo de ésta para enrollarla en un palo que se encontraba en el suelo. Abigail alzó las cejas, sin entender qué hacía.

    —Si querías andar desnudo, podrías sólo haberte sacado la camisa, ¿sabes?—, bromeó Abigail, provocando la risa de todos menos la de Edmund. La morena miró a Edmund, pero éste miraba hacia otro lado.

    — ¿No tendrás, por casualidad, cerillas?—, preguntó Peter a su hermano. Edmund volvió a mirar al grupo y comenzó a rebuscar entre sus cosas.

    —No, pero.., ¿esto te sirve?—, preguntó mientras alzaba una linterna entre sus dedos.

    —Podrías haberlo dicho un poco antes—, rió Peter y Edmund entró con una sonrisa. Peter miró a las tres chicas y les hizo señas para que pasaran primero.

    Abigail fue la segunda en cruzar la puerta, bajando despacio las escaleras. La chica buscaba no resbalarse, pero sin duda el calzado que utilizaba no estaba hecho para superficies irregulares. Pocos escalones quedaban por delante cuando Abigail se patinó, ella buscó aferrarse de la pared a sus costados, pero fue Edmund quien la detuvo, frenando la caída con sus brazos.

    Ambos se miraron el uno al otro por un rato y fue Abigail quien volvió a pararse y se dedicó a bajar las escaleras. Esta vez aferrándose de los dos muros que la secundaban. Pronto, arribaron a un salón con cuatro cofres y cuatro estatuas.

    —No lo puedo creer, sigue todo aquí—, exclamó Peter mientras sus hermanos se acercaban a sus respectivos cofres. Abigail permaneció de pie en un rincón, observándolos. Lucy sacó un vestido y se lo pusó sobre su cuerpo.

    —Que alta era—, opinó al notar que la mayoría de la tela era arrastrada en el suelo.

    —Eras mayor—, le sonrió Susan y Lucy buscó con la mirada a Abigail.

    —Creo que te va—, opinó, alzando el vestido y Abigail se acercó —. ¿Por qué no te lo pruebas?—, sugirió mientras lo colocaba frente a ella.

    —No, claro que no. No podría—, negó Abigail y, aunque Lucy la animó, ella seguía negándose. Comprendió en ese momento que, en ese mundo, sus cuatro amigos eran reyes y reinas. Estaba rodeada de personas de la realeza, cuatro personas con poder.

    —Tendrías que cambiarte de ropa, esa está toda mojada—, señaló Edmund y Abigail observó el vestido, pensando que sólo sería una molestia.

    —Ya se secará—, se encogió de hombros la chica , restándole importancia.

    —Vamos, Abby; por favor—, rogó Lucy y una sonrisa traviesa cruzó su rostro —. Yo, reina Lucy, te comandó que te coloques el vestido—, alzó la voz mientras Abigail le miraba con las cejas alzadas.

    — ¿Es en serio?—, reclamó Abigail mientras los hermanos reían ante la actitud de su hermana menor.

    —Si la reina Lucy lo pidió, creo que deberías hacerlo—, siguió el juego Susan a su lado, mientras que Abigail se mordía su labio inferior para contener la risa. Sin duda, la situación le parecía cómica, pero no quería utilizar el vestido.

    — ¿Tendremos que pedírtelo todos, Abby?—, preguntó Edmund y, cuando la chica no se movió, tomó una bocanada de aire —. Yo, rey Edmund--.

    — ¡Está bien!—, le interrumpió Abigail, cediendo a la rendición —. Lo haré—, asintió y los hermanos rieron —. Esto me pasa por tener amigos reyes—, rodó los ojos a forma de broma mientras tomaba el vestido. Lo miró una vez más y supuso que no sería tan malo después de todo.

    Abigail levantó la vista y observó a Edmund para sofocar una sonrisa. El chico se había colocado el casco de una de sus viejas armaduras, el cual le quedaba gigante y lo hacía lucir ridículo. La risa de Abigail captó la atención de los demás hermanos y éstos, cuando vieron a Edmund, soltaron unas cuantas carcajadas también.

    —Tan mal me queda, ¿eh?—, preguntó Edmund y Abigail se acercó con una sonrisa para sacarle el casco y ponérselo ella. La chica torció el cuello y sintió lo pesado que era el casco.

    —Es muy pesado—, comentó cuando Edmund le quitó el casco de la cabeza —. ¿Cómo pueden moverse con eso?

    —Práctica—, Edmund se encogió de hombros mientras volvía a dejar el casco dentro del cofre.

    —Tú practicabas esgrima mientras nosotros practicábamos con eso—, dijo Peter al acercarse y Abigail le sonrió. Tenía que concederle que eso era cierto.

    —Pensando en eso, deberíamos darte algo.., por si acaso—, opinó Edmund y Abigail hizo una mueca, mientras pensaba en qué se había metido.

    —Supongo que no tendrán un florete por ahí, ¿no?—, preguntó Abigail aunque ya sabía que la respuesta sería negativa. Edmund negó y la morena resopló, pensando en qué haría ahora.

    — ¿Por qué no una espada? ¿No son lo mismo?—, ofreció Edmund, alcanzándole una espada. Abigail movió la espada entre sus manos, pero hizo una mueca.

    —Podría usarla, pero es demasiado pesada—, explicó ella.

    —No podrías defenderte correctamente—, asintió Susan antes de acercarse, sosteniendo un par de pequeñas cuchillas entre sus manos —. ¿Por qué no utilizas esto?—, sugirió y Abigail las aceptó.

    La morena jugó un poco con las cuchillas entre sus manos, girándolas entre sus dedos y pesando una a una. Susan se giró y volvió a su cofre, parecía estar buscando algo con demasiado afán.

    — ¿Qué pasa?—, preguntó Lucy a su hermana, llamando la atención del resto.

    —Mi cuerno, me lo había dejado en mi silla de montar el día que volvimos—, explicó Susan y Abigail hizo un puchero. Ella sabía lo que hacía el cuerno de Susan y siempre había deseado poder escucharlo algún día. Abigail observó a Peter, quien se acercaba lentamente al cofre y dio una pequeña reverencia antes de abrirlo.

    Abigail se recostó contra la columna a su lado mientras observaba cómo Peter sacaba una gran y brillante espada de su empuñadura. Peter comenzó a recitar un verso, lo que confundió a Abigail, y Lucy siguió el mencionado verso.

    Cuando Aslán los colmillos muestre, el invierno llegará a la muerte. Cuando agite la melena, volverá la primera. Abigail se repetía una y otra vez a sí misma el verso, buscándole un significado, intentando entender porque todo le sonaba familiar.

    Pero cuando Abigail notó que el rostro de Lucy se había deformado, dejó de pensar en el verso, probablemente dejándolo en el olvido, y dejó de posarse contra la columna para mirar a su amiga.

    —Nuestros amigos, el señor Tumnus y los castores, ya no estarán—, dijo Lucy y Abigail apretó los labios. Los hermanos Pevensie se miraron los unos a los otros mientras Abigail recordaba a los mencionados, a los que no tuvo el placer de conocerles pero conocía en base a todo lo que le habían contado los hermanos.

    —Es hora de averiguar que ha pasado.

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