Desde hace un sueño (En físic...

By CarolinaLonn

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*Ganadora Watty 2019, Romance*. Me enamoré de un fantasma. Emma se muda a una antigua mansión que ha estado a... More

Nota de autora
¡Nuevo nombre y portada!
Capítulo 1: El Comienzo
Capítulo 2: Males
Capítulo 3: Nuevo hogar
Capítulo 4: Misterios
Capítulo 5: Los Sucesos
Capítulo 6: ¿Quién es?
Capítulo 8: Curiosidad
Capítulo 9: Recuerdos
Capítulo 10: Déjame llevarte a un lugar
Capítulo 11: La Playa
Capítulo 12: Tal vez me equivoqué
Capítulo 13: ¿Por qué lloras?
Capítulo 14: Extrañas Coincidencias
Capítulo 15: Baile de Máscaras I
Capítulo 16: Baile de Máscaras II
Capítulo 17: Preocupaciones
Capítulo 18: Revelaciones
Capítulo 19: Sola
Capítulo 20: Falso despertar
Capítulo 21: ¿Qué se siente?
Capítulo 22: Amenazas
Capítulo 23: Amarga felicidad
Capítulo 24: Carpe Diem
Capítulo 25: Por una noche
Capítulo 26: El placer de amar
Capítulo 27: El último beso
Capítulo 28: Confesiones I
Capítulo 29: Confesiones II
Capítulo 30: Ayuda
Capítulo 31: El inicio del fin
Preguntas frecuentes
Capítulo 32: Pistas I
Capítulo 33: Pistas II
Capítulo 34: Omnia vincit Amor
Capítulo 35: Despertar
Capítulo 36: Vivir en muerte
Capítulo 37: Descubrimiento
Capítulo 38: Una aguja en un pajar
Capítulo 39: Favores
Capítulo 40: Sempiterno
Capítulo 41: Nordeste
Capítulo 42: Todo tiene fin
Capítulo 43: Noche
Capítulo 44: Tormenta
Capítulo 45: Reminiscencia
Capítulo 46: Calma
Capítulo 47: Inefable
Capítulo 48: Inaccesible
Capítulo 49: Culpa
Capítulo 50: Conversaciones
Capítulo 51: Susurros
Capítulo 52: Muerte
Capítulo 53: Inmarcesible
Capítulo 54: Adiós
Capítulo 55: Carta a una sombra
Capítulo 56: Interludio
Capítulo 57: Pervivir
Epílogo
¡Publicamos EN FÍSICO!
Extra I: Un fragmento de paraíso
Extra II: anhelos
Extra III: vida
Agradecimientos
CHARLES
Charles | Capítulo 1
Charles | Capítulo 2
Charles | Capítulo 3
Charles | Capítulo 4
Charles | Capítulo 5
Charles | Capítulo 6
Aviso para todos
Charles | Capítulo 7
Charles | Capítulo 8
Charles | Capítulo 9
Charles | Capítulo 10
Charles | Capítulo 11
Charles | Capítulo 12
Charles | Capítulo 13
Charles | Capítulo 14
Charles | Capítulo 15
Charles | Capítulo 16
Charles | Capítulo 17
Charles | Capítulo 18
Charles | Capítulo final
¡Reunión de lectores mañana!
GRAN ANUNCIO

Capítulo 7: La llave

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By CarolinaLonn

Después de la subasta me quedé con Win en el jardín trasero. Con un padre amante del arte, incluyendo allí la arquitectura, puedo decir con seguridad que esta parte del jardín es estilo francés. Es una bella noche y nunca había estado en este lugar. ¿Por qué? Es simplemente perfecto. Es tan grande que el terreno se pierde en el horizonte. También hay un par de fuentes, estatuas y muchísimos cultivos de diferentes tipos de flores, que lamentablemente están casi todas marchitas. No me logro explicar por qué; Laketown es un lugar lluvioso y aunque hayan pasado más de cien años sin cuidado, deberían haber sobrevivido. De igual forma el jardín está en proceso de reforma, volveremos a traer estas flores a la vida.

A mi derecha, a lo lejos, hay un bosque. Desde esta distancia no se ve tan hermoso como el resto del terreno; se ve más bien tétrico. A la izquierda, a unos cien metros, está el establo, y a su lado los restos de lo que parece haber sido la casa de los sirvientes. Hacia adelante sólo hay un campo plano, con uno que otro árbol en el camino. Quiero ver que hay más allá, y comienzo a imaginarme diferentes escenarios hermosos, rodeados de árboles y pasto.

Ver todo esto me hace pensar en cómo habrá sido la vida aquí hace ya tanto tiempo. Puedo imaginar caballos en el establo, las flores relucientes, fiestas de jardín. Puedo imaginar a quienes vivían aquí hacer su vida diaria. Una mansión que siempre estaba en movimiento dado su estatus social, de repente convertida a polvo.

No puedo negar que la mayoría del tiempo que he pasado aquí la he pasado pensando en aquel hombre misterioso. Ni siquiera sé su nombre. Es como si no fuera parte del pueblo y a la vez lo fuera todo. Extraño, ¿no?

Las orejas de Winter se mueven con el viento. Comienza a hacer frío. Aun así me gustaría mucho caminar más allá, hacia el horizonte, ver qué hay. Estar alejada de la ciudad me ha hecho apreciar los pequeños detalles: Los atardeceres, los amaneceres, las hojas cuando son movidas por el viento; las aves y su canto. Incluso me ha hecho apreciar más a este peludo sentado a mi lado. Desde que llegamos parece decirme con la mirada muchas cosas, pero simplemente no sé descifrar qué.

Volteo hacia la mansión. En el segundo piso puedo ver la luz del televisor salir por la ventana de la habitación de papá.

Luego miro a la ventana que hay en la esquina, la más grande. Es la habitación principal. Está oscura, más que las demás. Por alguna razón siento escalofríos al mirar hacia allá, pero no soy capaz de retirar la mirada.

De repente Winter se levanta, mira hacia el mismo lugar y comienza a gruñir. Sus actitudes comienzan a asustarme. Los pelos de su espalda se erizan. El viento sopla de nuevo, cada vez más fuerte.

Siento un escalofrío cuando devuelvo mi mirada de Winter, hacia la ventana. La cortina acaba de moverse. Como si alguien estuviese asomado y se hubiera ido. Trago saliva, comienzo a temblar y a sentir la sensación de miedo crecer en mi interior. Él continúa gruñendo y, de un momento a otro, corre hacia la mansión.

Siento adrenalina combinada con miedo correr por mis venas. Mis pies se mueven detrás de Win. Lo sigo tan rápido como puedo, pero él sube a una velocidad increíble.

Cuando llego al corredor, jadeante, ahí está Winter de pie mirando hacia la habitación principal. No puedo ver nada con claridad al interior de la habitación, pero la puerta está entreabierta. Esa puerta nunca la dejamos abierta.

Siento las rodillas temblar.

Win camina sigiloso. Siento miedo de que entre, no quiero que le pase nada. Le digo algunas palabras tratando de hacerle venir hacia mí, para que vayamos con papá, pero él no me hace caso. Sólo ha tenido esas actitudes desde que nos mudamos a este lugar; Winter jamás había actuado de esta forma. 

Camino hacia la habitación también, siguiéndolo, tragándome el miedo e intentando ser valiente. Estas situaciones en las que verdaderamente nada sucede no merecen que seas presa del pánico. Él está a punto de entrar a la habitación, pero algo extraño sucede.

Momentáneamente su gruñido se detiene, se lame la boca y me mira con curiosidad. Lo miro con el ceño fruncido ¿Cómo puede estar asustado y enojado y de repente estar tan tranquilo?

Bosteza y se va corriendo hacia la habitación de papá.

Me quedo de pie mirando la habitación. No veo sombras, no veo nada. Pero el miedo se convierte en tranquilidad, justo como le acaba de pasar a Win. Es demasiado extraño. Hace un instante me bajaban escalofríos y ahora sólo miro la puerta entreabierta y la oscuridad que esconde, sin sentir nada. Mi anillo café lentamente se torna azul claro y el frío que sentía hace un rato desaparece.

Entro a la habitación de papá, extrañada.

—¡Qué susto me han metido ustedes dos! —exclama papá—. Emma, estás tan amarilla como el cabello de Winter, ¿qué te sucede?

A pesar de estar más calmada a la vez me siento frustrada. Las cosas que veo él nunca las nota.

—Bueno, papá... ¿Dejaste la puerta de la habitación principal abierta? —digo.

—¿Por qué habría de entrar allí? No quiero ver peras ni fantasmas —responde mientras le da un gran mordisco a su sándwich.

La sola mención de lo último me pone piel de gallina y toda la tranquilidad que sentía se esfuma de repente, el miedo aparece de nuevo.

—No estoy bromeando, papá. Winter comenzó a actuar extraño y le gruñía a la habitación. La puerta estaba entreabierta cuando subimos. —Hablo tan rápido que no sé si me está entendiendo.

Se levanta, con las cejas levantadas, y sale de la habitación.

Winter ya está profundamente dormido en la cama, como si nada hubiera pasado.

Papá vuelve a entrar después de un momento, cerrando la puerta tras de sí.

—Emma, la puerta de esa habitación está cerrada.

Siento como si la tierra me cayera encima. Lágrimas se asoman por mis ojos a medida que mi corazón late con más rapidez de lo normal.

—Pero... —balbuceo, confundida—. Papá, ¿puedo dormir aquí esta noche?

—Me recuerdas un poco a cuando estabas pequeña, ¿sabes? —dice con la mirada perdida—. Después de que murió tu mamá... solías actuar así.

Lo que dice me sorprende. No tengo muchos recuerdos de esa época. Fue hace mucho tiempo ya. Ni siquiera recuerdo su rostro, su voz...

—Sí puedes dormir aquí, hija. Tú duerme en la cama con Win y yo dormiré en el sofá en el que estoy sentado. ¿Te parece?

Asiento.

Me recuesto con Win, sin preocuparme por ir por mi pijama. Después de todo, ¿a quién le preocuparía eso en este momento?

Vemos una película de comedia, pero no me río. Otro pensamiento vuelve a mi mente.

—Papá, ¿viste hoy a un hombre extraño en la subasta?

—Bueno, habían muchos hombres extraños —responde con una risa.

—Sí, pero no ese tipo de extraño —señalo—. Era un hombre alto. Tenía puesto un sombrero, abrigo y guantes, todo negro.

Se lleva la mano a la barbilla, pensativo. Menea la cabeza mientras bosteza.

—No... No recuerdo haber visto a alguien así.

—¿Estás completamente seguro? —insisto.

—Por supuesto. Además nadie llevaba abrigo, hacía mucho calor.

—Lo sé, pero este hombre tenía gripe —menciono repentinamente, sin que venga al caso.

—¿Hablaste con él? —inquiere.

—Sí, papá.

—Bueno, Emma. No hace falta estar todo abrigado si hace calor, incluso si se tienes gripe, ¿sabes?

—¡No viene al caso! —exclamo desesperada.

Me mira con los ojos bien abiertos. Me disculpo inmediatamente por haber levantado la voz. Estos últimos días los he pasado con los nervios a flor de piel.

—Simplemente no recuerdo a nadie con las características que describes. Hablé con casi todos los invitados y estoy seguro de que ninguno llevaba un atuendo tan... encubierto.

Suspiro. Cada vez me pongo más insegura. No comprendo cómo papá no pudo haberlo visto, era demasiado evidente.

—Papá... ¡Cuando subí! ¡Eso es! —digo, señalándolo a nada en específico con el índice—. Yo subí y él estaba aquí. Después de un rato tú me llamaste porque la subasta iba a comenzar y él bajó las escaleras inmediatamente después de eso.

Lo miro con las cejas levantadas, esperando una respuesta positiva. Él sólo muerde su sándwich mientras mira el techo.

Después de un momento niega rotundamente con la cabeza.

—No, definitivamente nadie bajó después de que te llame, Emma. Y estuve al pie de la escalera esperándote.

Mi desesperación aumenta cada vez más. Me agarro el cabello fuertemente. No debería darle importancia a alguien que no conozco, pero no es él quien me intriga. Es su presencia, su misterio.

Decido encontrarlo y preguntarle de nuevo qué quiere y quién es.

—Tal vez no has descansado lo suficiente, hija. Win también ha estado actuando extraño cuando no estás y google dice que es cansancio.

—¡Has visto cómo actúa Winter! ¿No te parece extraño?

—No —responde.

Me rindo, no quiero insistirle más.

Me quedo dormida media hora después, pero mi descanso no dura mucho. Rápidamente tengo una pesadilla con la noche que él se apareció en la casa.

Apenas logro conciliar mi sueño cuando los primeros rayos de sol entran por la ventana y todos los demás comienzan a despertar. Siento un movimiento brusco a mi lado. Winter se ha despertado y ha bajado de la cama bruscamente. Pero lo conozco, está feliz.

Me levanto y bajo con él. Miro el reloj del hall: Son las dos de la tarde. Le abro la puerta principal y sale corriendo.

Papá acaba de llegar en la camioneta, ni siquiera sabía que se había ido. ¿Dormí sola en la mansión todo este tiempo?

—¡Tengo un regalo para ti, Emma! —grita emocionado.

Me acerco a él. Va hasta la parte trasera de la camioneta y saca algo grande del maletero.

Sonrío inmediatamente al ver lo que es. Corro hacia él y lo abrazo.

Es una bicicleta negra, con un pequeño canasto en la parte delantera.

—¡Me encanta, papá! —exclamo, emocionada.

—¡Y no es cualquier bicicleta! —afirma—. Una todo terreno, para que puedas explorar cada rincón. Está de pelos, ¿eh?

Río y me monto en ella. Hace mucho quería una, sobre todo porque no sé conducir auto y necesitaba algo para movilizarme cuando papá no esté.

—Me alegra mucho que te guste —dice con una gran sonrisa—. Por cierto, Danielle te está esperando en la biblioteca. Buen momento para estrenar tu nueva bici.

—¿Ahora? ¡Pero ni siquiera me he duchado!

—Te comprometiste con ella. Ya ves cómo van las responsabilidades de los adultos. —Dicho esto me revuelca el pelo y entra, con Winter detrás de él.

Me alisto rápidamente y salgo en la bicicleta.

Me encanta como se siente. Cuando era pequeña, solía pensar que si tenía una bicicleta podría ir a donde quisiera y ser libre.

Ser libre. Vivir plenamente. Sin responsabilidades que no me pertenezcan y sin ningún tapujo. No quiero vivir en la rutina. Quiero poder ir a donde quiera cuando quiera. Explorar cada rincón del planeta sin nada que me lo impida. Quiero ir a la montaña más alta y sentirme como en el cielo, como si pudiera volar. Quiero sentir todo lo que no he sentido aún al cien por ciento: Amor, coraje...

Llego al pueblo y me dirijo a la biblioteca. Allí está Danielle esperándome en la entrada.

—¡Emma! Te estaba esperando, querida —anuncia al verme llegar—. Debo ir urgente a la alcaldía y necesito que cuides la biblioteca por mí.

Me lleva adentro, dejo la bicicleta a un costado y me da una lista de cosas que debo hacer.

—Estas son las cosas que deben estar listas hoy. Cuando llegue alguien a prestar un libro lo anotas en esta libreta. —Está tan apurada que casi ni le entiendo, pues se enreda un poco al hablar—. Igualmente, si alguien viene a devolver un libro, lo buscas y lo tachas.

Se rasca la cabeza mientras piensa qué otra tarea ponerme.

—La estantería del fondo, la que dice "libros prohibidos" —señala—, tiene libros muy viejos, que no se le pueden prestar a nadie a no ser que los vayan a leer dentro de la biblioteca...

Algunas palabras más salen de su boca, pero su afán no me permite entenderle bien. Toma su bolso y sus llaves y sale corriendo, dejando un "hasta luego" flotando en el aire.

Me quedo en medio de la biblioteca, aburrida. No pensé que fuera a estar tan sola hoy. Aunque puedo leer los libros que quiera esperaba un poco más de compañía.

Dirijo mi mirada hacia la lista y la leo mentalmente:

Limpiar estanterías

Ordenar libros que están sobre las mesas

Llamar a quienes están atrasados con su préstamo

...

La lista sigue y yo suelto un suspiro. Creí que al menos tendría tiempo de leer un rato. Comienzo por limpiar las estanterías, mientras escucho música con los audífonos. Definitivamente hay libros muy viejos en esta biblioteca; incluso algunos ya no tienen letras visibles en sus portadas.

Detengo mi trabajo y observo el fondo de la biblioteca, hay un libro en especial que llama mi atención. Se encuentra en la estantería de los libros "Prohibidos". Lo observo un rato y la tentación de ir por él le gana a mis ganas de trabajar. Me acerco y lo agarro con cuidado. Está lleno de polvo. Es tan negro como el carbón y no tiene ningún tipo de inscripción o letra en su portada. 

Me sorprendo al sentir que es más liviano de lo que parece. Me dirijo a la recepción y lo coloco sobre la mesa. Al abrirlo me quedo de una pieza: No es un libro; las páginas están todas en blanco y lo que más destaca es que hay un gran hoyo en el medio de todas. Allí, en el fondo, hay una pequeña llave antigua, tan pequeña que no parece ser de alguna puerta.

Me quedo observando la llave, curiosa. No tiene ninguna inscripción que me diga a qué pertenece. Pero, ¿qué hace esto dentro de un "libro", en la biblioteca del pueblo? Miro a mi alrededor en busca de algún cajón que pueda abrir con esto, pero todos usan llaves comunes.

Siento la campanita de la puerta sonar suavemente, alguien ha entrado.

—Bienvenido —digo sin mirar a la persona que acaba de entrar, sólo continúo observando la llave.

Quien sea que haya entrado no me responde, y escucho sus pasos dirigirse hacia una de las estanterías.

No presto especial atención y tomo el libro de nuevo, en busca de algún indicio. Pero simplemente no hay nada.

De repente, un estrepitoso ruido me saca de mis pensamientos y me da un buen susto. Me llevo la mano al corazón. Alguien ha dejado un libro frente a mí y, al soltarlo, ha liberado una inmensa cantidad de polvo, tanto que me pone a toser.

—Me gustaría prestar este libro, por favor —solicita calmadamente.

Me sorprendo, conozco esa voz. Levanto la vista y siento una corazonada fuerte. El ala de su sombrero le cubre parte de su rostro, pero sé quién es.

Él está de pie, al otro lado de la mesa de la recepción, mirándome fijamente. Lo observo con detenimiento; sigue vestido como siempre pero, esta vez, ha cambiado de abrigo. De igual forma éste continúa cubriéndole el cuello y sus manos siguen enguantadas.

—Vaya, hombre misterioso —adulo con sarcasmo—. ¿No te enseñaron tus padres a no asustar a la gente?

Él sonríe.

—Mis padres me enseñaron muchas cosas, señorita. Pero también me han enseñado que si alguien entra al lugar en el que estás, debes mirarle y saludarlo.

Suspiro fuertemente cuando siento que mis mejillas se ponen rojas al sentirme reprendida.

—Dije "bienvenido", ¿no fue suficiente?

—No —responde rápidamente.

—Está bien. Buenas tardes, señor —corrijo mi saludo de manera elegante, dedicándole una sonrisa.

Tomo el libro que ha dejado frente a mí: In Memoriam A.H.H, Lord Alfred Tennyson.

—No puede llevárselo, lo siento —contesto.

Sus ojos azules me miran con curiosidad.

—¿Por qué no? —pregunta.

—Porque está en la sección de libros que sólo puede leer dentro de la biblioteca.

—Es una lástima. De repente me han entrado ganas de leerlo, un lindo poema, ¿sabe?

Mueve su mano elegantemente al hablar. Tal vez me equivoqué al dudar varias veces en mi mente que este hombre es simplemente alguien del pueblo. Es demasiado educado, debió haber sido criado en una buena familia.

—Sí, lo sé —respondo—. Ya lo he leído. Es hermoso, sin duda.

Por un instante me observa sorprendido, pero después sus labios se curvan en una sonrisa.

—Vaya, me alegra de verdad que sea usted tan leída. Según he visto, no mucha gente lo aprecia.

Estoy a punto de responderle, pero mira hacia la puerta y dice:

—Que tenga un buen día, Emma.

Dicho esto, da una pequeña reverencia con su cabeza y se voltea dispuesto a irse. ¿Así nada más?

—¡Espere! Mi conversación con usted no ha terminado —exclamo.

—Me ha dicho que no puedo llevarme el libro, así que me voy. Ahí ha terminado nuestra conversación —explica.

—No, no me refiero a esta conversación.

Levanta las cejas, curioso.

—¿A cuál se refiere, entonces?

—A la que tuvimos ayer.

—Ayer concluimos de igual forma: Le he dicho que se me hacía tarde, le deseé un buen día y me fui. Ahí terminó nuestra conversación —asegura.

Aprieto los labios, desesperada. No sólo guarda misterio en su forma de ser sino que también lo guarda en su forma de hablar. Sólo lo conozco de un día y aun así me cansa que me hable de forma tan extraña pero, sobre todo, me cansa refutarle y que siempre tenga la razón.

—Sin embargo, se ha ido sin decirme su nombre y, por ende, la conversación no terminó —respondo.

Asiente.

—Muy cierto.

Se queda mirándome. Yo espero que me responda y sin embargo, sólo hay silencio.

—¿Y bien? —pregunto.

—¿Qué? —devuelve la pregunta.

—¿Su nombre?

—¿Mi nombre qué? —repite, con expresión divertida.

—¡Dígamelo! —Arrastro cada palabra, mi paciencia se está agotando.

—¿Qué le diga mi nombre? Pero usted no me lo ha preguntado.

—¡Sí que lo hice!—cada vez mi tono de voz aumenta.

—No. Usted sólo me recordó que ayer no le dije mi nombre cuando me preguntó por él, pero no me ha preguntado de nuevo cuál es mi nombre.

No puedo evitar que se me salga un gruñido de la garganta, ¿me está tomando del pelo? Aun así, para mi lamento, tiene razón.

—Está bien. ¿Podría decirme cuál es su nombre? —pregunto con fingida calma.

Él sonríe cada vez más.

—Sí, podría. Pero no creo que sea muy importante.

—¿Por qué no?

—Bueno, usted piensa que puede saber muchas cosas de mí sólo con saber mi nombre, ¿no es así? Le intriga saber quién soy yo.

Lo miro sorprendida. ¿Cómo sabe eso? Bueno, de hecho es algo que todos hacemos, comenzar por saber el nombre de alguien es un indicio para conocer más detalles de esa persona. De igual forma, no admito esto al principio, y sólo finjo no entender lo que quiere decir. 

—¿Disculpe? —cuestiono.

—Sé que lo hace.

Se quita el sombrero, dejando libre su despeinado cabello negro, y lo deja frente a mí, junto al libro que pretendía prestar. Ahora se ve más joven y, por la sonrisa en sus labios, pareciera como si estuviera hablando con un amigo.

—Supongamos que le digo mi nombre—Continúa—, sabría qué palabra me denomina pero continuaría sin conocerme.

—Sólo quiero saber quién es —reconozco, mientras respiro lentamente, tratando de no alterarme.

—Lo sé, es evidente —replica.

Su mirada se dirige a la pared, pensativo.

—Lo que sucede es que solemos sentirnos atraídos a lo que no conocemos. Decirle mi nombre no le quitará la curiosidad de saber quién soy, sólo sabría una palabra más —añade.

Menea la cabeza de un lado al otro, divertido. Como si lo que estuviera diciendo no fuera cierto, como si fuera más que una palabra.

Me muerdo el labio, mirándolo fijamente.

—Usted simplemente me... saca de quicio. ¿Tiende usted a analizar cada detalle de cada oración?

Tomo el libro sin esperar una respuesta, rodeo la recepción y me dirijo a dejarlo en su lugar. Regreso a donde estaba antes; ya ha tomado el sombrero y se lo ha puesto de nuevo.

—La mayoría de las veces; lo que sucede es que después de tanto tiempo a uno no le queda de otra más que analizar cada detalle en cada situación. —Saca un pequeño reloj de su bolsillo y lo observa fijamente—. Está bien, ahora sí que ha concluido nuestra conversación.

—¡No! —grito—. ¿Podría sólo responderme?

Observa el techo por un segundo, luego devuelve su mirada a mí.

—Puede llamarme C —responde.

—¿C? Eso no es un nombre.

—Correcto.

Ahora siento más curiosidad que antes. Sin embargo, no quiero insistirle más. Sé que luego le sacaré más información.

—Tengo otra pregunta —admito.

—Estoy dispuesto a escucharla. —Sonríe, mientras guarda el reloj en su bolsillo.

—¿De dónde viene? —pregunto más calmadamente.

—De muchas partes y a la vez de ninguna.

Siento de nuevo que me está tomando del pelo, pero por la seriedad en su expresión pienso lo contrario.

—Está bien, usted es un hombre que anda con muchos misterios, ¿no? Entiendo que sea divertido. Pero le informo que no a todos les divierte descifrar enigmas y yo soy una de esas personas.

—No lo hago porque me cause gracia, lo hago porque son las respuestas que tengo —responde con una mueca, como si a él también le desesperara de vez en cuando.

—Lo que me acaba de decir no es una respuesta que diga mucho —rebato.

—Lo sé, pero no estoy acostumbrado a decir mucho. No muy a menudo tengo conversaciones con alguien más.

—Más bien es tímido o le cuesta abrirse a otras personas —concluyo.

—Puede ser, pero no muchas personas me escuchan —responde.

—¿Cómo que no? —cuestiono, alguien con su extraño encanto ha de ser escuchado por muchos—. Hacer amigos no es tan difícil, aunque se lo diga una persona que no tiene muchos amigos.

Él suspira.

—No creo que hacer amigos sea el problema, Emma —señala—; el problema es el que le acabo de decir: no muchas personas tienen la capacidad de escucharme.

—¿Cómo alguien no tendría la capacidad de escuchar a otra persona? A no ser que sea sordo.

—Sí que es posible —sonríe—. Y me gustaría felicitarla ya que usted es una de pocas que ha logrado escucharme con éxito.

Entrecierro los ojos. Me siento estúpida, como si no estuviera a la altura para entender lo que dice.

—¿Cómo que he sido de las pocas que lo ha logrado escuchar? Eso no tiene sentido —aclaro.

—¿Por qué no? —pregunta.

—¿Con cuántas personas ha hablado hoy? —inquiero.

—Con una —responde tranquilo.

Frunzo el ceño.

—¿Se refiere a mí?

—Así es —afirma.

—Está bien. ¿Con cuántas personas habló ayer?

—Con una —repite.

—¿Conmigo?

—Así es —reitera.

Simplemente no lo entiendo. Tomo un pequeño porta-papeles entre mis manos con el objetivo de calmar la ansiedad que me genera el no obtener respuestas fijas. El porta-papeles es pequeño, con forma de globo, que encierra a la ciudad de Laketown en miniatura y que, al sacudirlo, hace que floten pequeñas partículas blancas a su alrededor, imitando la nieve.

—¿Y antier? —pregunto. 

—Con nadie —responde.

—¿Y el día antes?

—Con nadie —responde de nuevo, sonriendo.

—¿Y hace una semana?

Se lleva la mano a la barbilla, pensativo.

—Con una que otra ardilla.

Eso me hace reír, no sé si me habla con metáforas o de forma literal.

—¿Una ardilla? —pregunto.

—Sí, una que otra ardilla —dice seriamente, pero con ojos divertidos.

—Aparte de las ardillas —prosigo, siguiendo su juego—, ¿con qué ser humano habló la semana pasada?

—Con ninguno.

Lo miro pensativa, ¿cómo es posible?

—¿Y con su familia no habla nunca?

La sonrisa se borra de su rostro casi inmediatamente.

—Mi familia no está —responde seriamente.

Mi educación me dice que no debería preguntarle sobre eso; no obstante, su mirada me causa una extraña confianza, y aunque sé que me responderá con acertijos también sé que no le molesta que le pregunte.

—¿Dónde están? —inquiero.

Suspira.

—Es complicado.

—¿Complicado? —Sé que estoy haciéndole muchas preguntas, pero parece no molestarle—. ¿Están de viaje?

Él menea la cabeza.

—Pudiera decirse, metafóricamente —asegura.

—¿A qué se refiere?

—Tal vez sea un viaje, un viaje muy largo en un lugar que desconozco.

Su mirada se pierde de repente.

—Lejos... —murmuro.

—Tan lejano que pareciese ser otro mundo, Emma.

Lo miro curiosa, sin entender muy bien sus referencias, pero sin poder evitar sentirme más atraída hacia él, hacia su historia desconocida.

—¿Se refiere a que están muy lejos de Laketown? —indago.

—Podría decirse, también.

Esta vez él parece no querer seguir con el tema. Prefiero no meterme en sus asuntos familiares, por lo que le hago otra pregunta.

—Y dígame, C, ¿dónde vive usted?

—Aquí, en Laketown —responde, sonriendo.

—Es extraño, mi papá nunca lo ha visto.

—No es de extrañar, suelo pasar muy desapercibido frente a otras personas. No todos tienen la capacidad de verme. A lo que, de nuevo, me gustaría felicitarla.

Levanto las cejas, sonriendo.

—Déjeme adivinar ¿Por ser una de las pocas en captar su misterioso andar?

Él ríe.

—Así es. La gente suele estar desatenta, ¿sabe? Siempre pensando en un montón de cosas, pero sin ver nada, perdiéndose mucho a su alrededor.

—Así que usted se considera de esas personas que pasan siempre desapercibidas para los demás —afirmo.

—Sí, exacto —replica.

—Bueno, me alegra decirle que ahora somos dos, C.

¿De verdad estoy teniendo una conversación con él? Él se quita su sombrero nuevamente y lo deja sobre la mesa de la recepción, respirando hondo, como si quisiera llenar sus pulmones con el olor a libros y té recién hecho.

Me ofrece una mirada cómplice, dándome a entender que puedo continuar haciendo preguntas.

—Y dígame, ¿en qué parte del pueblo vive usted?

—En todo.

—Vaya, debe ser millonario para tener tantas propiedades.

Menea la cabeza y coloca sus manos en la espalda.

—No me refiero exactamente a propiedades —detalla.

—¿Y por qué dijo en "todo", entonces?

—Porque me siento parte del pueblo, pero sólo hay un lugar que considero mi hogar —responde.

He sentido esa misma sensación algunas veces. Para mí, el hogar está donde estén aquellos a quienes amo; aunque sigo siendo parte de un algo más grande, de una comunidad, una ciudad o un pueblo, sólo hay un lugar que se siente como mi hogar.

—¿Su casa? —pregunto.

—Sí, así es —afirma.

—Entonces sí vive en una casa.

—No.

Comienzo a acostumbrarme a su juego de palabras, aunque no lo entienda del todo. Me es difícil acertar en sus respuestas. ¿Cómo puede no vivir en una casa?

—Si no vive en una casa, ¿dónde vive?

—En todo.

—¿En todo qué? —pregunto.

—Todo el pueblo y todo lo que he considerado que está atado a mí de alguna forma —profundiza, jugando con un lápiz entre sus dedos, que acaba de tomar de la mesa sin que yo me diera cuenta.

—Es usted muy poético —digo—, y me cuesta entenderlo, bastante.

Ríe.

—A lo primero: gracias —responde con una sonrisa—. A lo segundo: algún día lo hará.

—Podríamos aprovechar el hoy y podría hacerme entender lo que dice de una vez, ¿sabe?

—Sí, es cierto —concuerda—. Pero no es tiempo aún.

¿Tiempo para qué?

Me quedo callada un segundo, y cuando estoy a punto de hablarle de nuevo mira hacia la puerta.

—Esta vez es de verdad, señorita, se me ha hecho tarde de nuevo.

Afuera ya está oscureciendo y se oyen truenos. Se acerca una tormenta, como es casi costumbre.

Decido que ha sido suficiente conversación por hoy y esta vez lo dejo ir.

—Bien, C —lo digo lentamente—. Ojalá vuelva a verlo pronto y podamos tener una conversación más... amena.

—Sí que me verá pronto. —Sonríe de nuevo.

Cuando está a punto de salir, voltea.

—Por cierto, Emma —agrega antes de irse, mirando al lado de mi mano, que está apoyada en la mesa—. Aquella llave que tienes ahí es muy interesante.

—¿A qué se refiere?

—Sirve —responde.

—¿Para qué?

—Lo descubrirá. Que tenga una buena tarde.

Dicho esto sale, no sin antes devolverme otra sonrisa. Al salir un fuerte viento entra en el lugar, que se detiene rápidamente al cerrarse la puerta.

Miro a la llave que tenía en mis manos antes de que él llegara. Otro enigma más.

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