blue nighttimes; camren

By milanolivar

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TODAS LAS HISTORIAS ESTÁN SUJETAS A COPYRIGHT Y HABRÁ DENUNCIA SI SE ADAPTA O PLAGIA. Las historias de amor... More

PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
CAPÍTULO 22
CAPÍTULO 23
CAPÍTULO 24
CAPÍTULO 25
CAPÍTULO 26
CAPÍTULO 27
CAPÍTULO 29
CAPÍTULO 30
CAPÍTULO 31
CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 33
CAPÍTULO 34
CAPÍTULO 35
CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 37
CAPÍTULO 38
CAPÍTULO 39
CAPÍTULO 40
CAPÍTULO 41
CAPÍTULO 42
CAPÍTULO 43
CAPÍTULO 44
CAPÍTULO 45
CAPÍTULO 46
CAPÍTULO 47
CAPÍTULO 48
CAPÍTULO 49
CAPÍTULO 50
CAPÍTULO 51
ÚLTIMO CAPÍTULO
EPÍLOGO
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CAPÍTULO 28

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By milanolivar

Down By The River - Milky Chance

Camila's POV

Aún no me podía creer que aquello estaba pasando de verdad. Tenía el sabor de Lauren en mi boca, tenía el olor de su camiseta en mi nariz, y el tacto de sus manos en mis muslos. Era tan posesiva en su manera de actuar que me atraía de una forma bestial. Habían pasado tantas cosas aquella noche que mi cabeza era un volcán a punto de explotar.

Entré en el jardín y me di cuenta en ese momento que mis pies dolían de una manera terrible. Parecía tener gofres en vez de pies, se me iban a desintegrar si no me los quitaba en ese mismo momento. Otro factor a tener en cuenta era que mis padres se despertarían si me escuchaban andar por los pasillos con tacones.

Como pude e intentando que aquél pequeño mareo que tenía, provocado por el alcohol, no me afectase, me apoyé en la pared de la entrada antes de entrar a la casa. Me quité el tacón derecho y apoyé el pie en el suelo, y luego me deshice del otro. Volví a coger el bolso y con los dos tacones en las manos.

Madre mía, abrir la puerta era un desafío extremo en aquellos momentos. Conseguí encajar la llave en la puerta con una sola mano, y abrí con cuidado, cerrando a mi espalda. Necesitaba beberme una botella entera de agua, así que caminé a la cocina mirando al suelo para no tropezarme con nada que estuviese por allí. El parqué crujía bajo mis pies, hasta que levanté la cabeza y vi que la luz de la cocina estaba encendida, y mi madre en mitad de ella con un trozo de pastel en la mano.

Yo la había pillado a ella y ella me había pillado a mí. Qué trágico.

—¿¡A esta hora llegas!? —¿Creéis que no es posible gritar en voz baja? Bueno, pues ella lo hizo. Levanté la mirada y miré el reloj de la cocina. Joder, las siete de la mañana del domingo.

—¿Qué pasa? —Susurré caminando hasta la mesa, dejando el bolso y los tacones encima. —Como si tuviese dieciséis años.

—Perdón, me queda muy lejos eso de volver a las siete de la mañana. —Caminé hasta la puerta de la nevera y la abrí, cogiendo una de las botellas de agua que había en el estante inferior. Cuando me di la vuelta, mi madre estaba mirándome con los ojos entrecerrados. —¿Qué te ha pasado en los labios? —Desenrosqué el tapón, comenzando a beberme la botella entera antes que responder a esa pregunta. —Los tienes hinchados. ¿Quieres que te eche cremita?

—No, mamá. —Mi sonrisa era tan forzada que casi me dolía intentar no reírme. ¿Cómo podía ser tan ingenua? Iba a cumplir veintidós años, por dios, era una persona adulta con... Necesidades.

—¿Entonces? ¿Vas a dejar eso así? Como te haya picado algo y se te ponga peor... —Se acercó a mí poniendo las manos en mi cara, y resoplé, comenzando a reírme, apartándome de ella. No podía parar de reír, era inútil que me ocultase. —¿Qué? ¿De qué te ríes?

—No preguntes más. —Sonreí pasándome el dedo por la comisura del labio para limpiarme el pintalabios.

—Oh dios mío. —Me alejé de ella cogiendo los tacones y el bolso con una mano, y la botella de agua en otra.

—Mamá, veintiuno. Tengo veintiún años. —Me quedé de espaldas en la puerta de la cocina, mirándola a ella con un suspiro.

—Camila, no habrás hecho nada más, ¿verdad? —Rodé los ojos negando, mordiéndome el labio inferior.

—No, mamá.

—Aun así, espero que no haya sido con un desconocido. —Me señaló con el dedo, y no pude evitar reírme dándome la vuelta para salir de la cocina.

—No, no ha sido con ningún desconocido, mamá.

Cuando llegué a mi habitación, lo primero que hice fue encender la calefacción, luego me quité la chaqueta y la dejé en la silla. Ugh, desearía que Lauren estuviese allí para que me quitase el vestido. Para que me quitase el vestido, para que me abrazase por la espalda, besase mi nuca y me llevase a la cama y, quizás, durmiese conmigo después de besarnos un rato.

El sonido del móvil me sacó de los pensamientos, y mientras me encaminaba a la cama sólo con la ropa interior, sin sujetador siquiera, vi el mensaje de Lauren.

Lauren: ¿Sabes lo bien que te queda el pijama?

Me dieron ganas de reír en ese instante, tapándome con el edredón hasta la barbilla.

Camila: Es gracioso que me digas eso.

Lauren: ¿Por qué es gracioso?

Me quité la ropa interior, dándole una patada para sacarla bajo el edredón y que cayese al suelo.

Camila: Porque estoy desnuda.

Me mordí el labio esperando su respuesta, girándome en la cama para quedar frente a la pared. Era la primera vez que esperaba un mensaje con tantas ganas.

Lauren: Wow, deberíamos habernos quedado un poquito más entonces, ¿no?

Sólo pude soltar una carcajada ahogada en mi mano, quedándome mirando la pantalla durante unos segundos con el labio inferior entre mis dientes.

Camila: No me hubiese importado nada, la verdad. Mi madre me ha preguntado qué me pasaba en los labios, es taaaan ingenua.

Lauren: Cuando yo he llegado a mi casa me he dado un golpe en el ojo.

Camila: ¿Otro golpe? ¿Qué te ha pasado?

Aquello empezaba a preocuparme. Tenía golpes día sí y día también.

Lauren: Sí, al estar todo a oscuras me he dado con la esquina de la cuna de mi hermana al darme la vuelta en la cama. Cosas que pasan.

Camila: Bueno... Espero que estés bien, que no haya sido gran cosa.

Lauren: Estoy bien, de verdad. ¿Sabes? Es muy raro. Antes escribía historias de amor imaginando las cosas que me gustaría hacer con... Mi novia. Y ahora me las imagino contigo. No son ideas para un capítulo, es una realidad.

Eso era lo más bonito que me habían dicho en mucho tiempo, y ni siquiera hablaba de mí, hablaba de ella misma. Yo no sabía qué contestar, en mi mente Lauren me estaba viendo sonreír, pero la realidad era que la había dejado en leído.

Lauren: Voy a dormir, ¿vale?

Camila: Oh, madre mía, claro, lo siento.

Lauren: No seas tonta, me encanta hablar contigo. Y... Si tienes frío ponte algo, no te vayas a resfriar.

Camila: Mmh... Prefería que te hubieses quedado para darme calor, pero...

Lauren: A mí también, créeme.

Camila: Buenas noches, Lauren. Duerme bien.

Lauren: ¿Sabes que tienes un cuerpo precioso?

*

Lauren's POV

Últimamente los días eran más cortos, y el golpe de mi hermano no dolía tanto. Siempre se enfadaba conmigo por el dinero de su apartamento, pero, por mucho que me gritase y que mi padre no hiciese nada, no iba a dejar que mi dinero fuese a para a manos de un niñato que no hacía nada, sólo pedir dinero que dudaba que fuese para ese apartamento. Cada vez se ponía más agresivo, y el puñetazo que me dio aquél sábado a las seis de la mañana, puede ser algo más grave de aquí a una semana.

Caminé con la caja en brazos por el pasillo, pero aquellos veinte kilos de latas de conservas no dejaban un descanso para mis brazos. Mi aliento apenas salía entre mis labios, era débil, y a pesar de que en Toronto estábamos a apenas tres grados, las gotas de sudor se deslizaban por mi frente hasta toparse con mi ceja.

Solté la caja en el suelo, con los brazos temblando y las rozaduras en las palmas. Miré las marcas, tenían sangre reseca, marrón casi negra, y toda la palma de un color rojo intenso a causa de coger las cajas.

Comencé a colocar las latas una a una en el estante de abajo, así que pasé unos tres minutos de rodillas, metiendo latas al fondo, hasta llegar al principio del estante.

Cuando me levanté no sentía las rodillas, y casi cojeaba hasta la salida. Había estado toda la mañana así, llevando cajas, agachándome y colocando latas, una, otra y otra vez, así hasta que dieron la una de la tarde.

Salí del supermercado, y en el parking trasero los chicos iban a dejar allí las cajas de cartón y madera para que el camión pudiera irse. Dejé la mía, la última de aquél día, y miré la salida del parking. Los coches pasaban, y enfrente había restaurantes, tiendas de ropa y... ¿Camila? Se paró en la entrada del parking con las manos metidas en los bolsillos de su chaqueta y levantó la mano para saludarme con una sonrisa. Caminó hacia mí.

Oh, no. Yo estaba sudando, tenía sangre en las manos y lo que llevaba puesto era un pantalón de chándal, una camiseta blanca que estaba rota por algunas partes por culpa de las cajas de madera, y los tenis gastados que utilizaba para el restaurante.

Detrás de Camila, pasaron un grupo de chicos. Los inútiles del restaurante. Al verme me señalaron y empezaron a reírse.

—¡Eh! ¡Mirad dónde está trabajando la inútil de Laurenzo! —Todos rieron la gracia del chico, que se burlaba de mí con aquél tono jocoso. —¿¡Te va bien en la carrera, o es que no tienes ni dinero para pagártela!?

—¡DEJADLA EN PAZ! —Gritó Camila, y por un momento olvidé que ella venía hacia mí. Ahora estaba de espaldas y los miraba a ellos.

—¿Uh, sí? ¿Y qué vas a hacer si no lo hago? —Se puso frente a Camila, y ella soltó una risa humedeciéndose los labios. No, Camila, no. Pero las palabras no salían de mis labios.

—Te reventaré los huevos. —Camila le dio una patada en la entrepierna tan fuerte, que el chico cayó de rodillas al suelo entre gruñidos de dolor, y ella se giró hacia los demás. —¿También tenéis pelotas o se os han encogido al ver esto? —Suspiró y caminó de nuevo hacia mí con el ceño fruncido, pero no.

Estaba enfadada, estaba triste, estaba tan hundida que lo único que hice fue darme la vuelta y caminar hasta doblar la esquina del parking del supermercado, donde estaban los contenedores de basura. Le di un puñetazo, un golpe nada más, porque mi puño parecía haberse desintegrado en dolor, y mis lágrimas caían por mis mejillas.

—Lauren, ven. —Sentí su mano coger la mía fuerte, de golpe, y la aparté porque dolía demasiado. —Perdón, no lo recordaba. —Susurró en voz baja. Tomó mi brazo, y me di la vuelta con los ojos llenos de lágrimas pero sin cambiar el gesto serio. —Ven, voy a curarte eso.

Nos acercamos hasta un pequeño bordillo, como si fuese una acera, que rodeaba el exterior del supermercado. Nos sentamos allí sin decir nada, y subió con cuidado la manga de mi chaqueta.

—¿Quiénes son esos? ¿Y por qué te llaman Laurenzo? —Murmuró ella, poniendo la pequeña mochila que llevaba entre sus piernas.

—Chicos de mi antiguo instituto. Se metían conmigo, me... Me empujaban, ya sabes. —Sacó un botiquín muy pequeño, abriéndolo con aquellos finos y delicados dedos, cogiendo un poco de algodón. —Y me llaman Laurenzo porque... Visto como un chico.

—Bueno... Pues me gusta Laurenzo. Me gusta mucho que vistas como un chico, según ellos. —Pasó el algodón con agua oxigenada por la marca de mi mano, lentamente, quitando los restos de sangre y desinfectando las heridas. —Me gusta todo lo que te hace ser Lauren. —Tragué saliva al escuchar aquello, sintiendo cómo enrollaba una pequeña venda en mi mano sin apretar muy fuerte. —Me gusta tu pelo, me gustan tus camisas, tus camisetas, esa chaqueta de cuero, tus botas, tus piercings, tus ojos... Me gusta que seas tranquila, me gusta esa inocencia que aún tienes, me gusta que seas protectora conmigo, me gustan tus manos... —Dijo cuando terminaba de pegar el adhesivo en la venda para que no se despegase. —..., me gusta tu olor, me gusta tu voz. —Terminó de decir con una sonrisa torcida. —Sólo porque a un par de personas no les gustes, no significa que a nadie le gustes.

—Lo siento. No deberías verme así. —Me limpié una lágrima con el dorso de la mano, sintiendo a Camila apoyarse en mi pecho.

—¿Por qué no? Quiero salir contigo, quiero tener una relación contigo y por eso mismo necesito estar a tu lado y hacerte sentir bien. No puedo dejarte en tus peores momentos y estar ahí sólo en los buenos. No puedo dejar que estés mal, Lauren. —Negó bajándome la manga de la chaqueta, apoyando su cabeza en mi brazo. Era la primera vez que me sentía valorada, querida y, la primera vez que tenía a alguien. —¿Quieres venir a comer conmigo? Iba a llevarte, pero aparecieron esos y claro... —Torció su sonrisa encogiéndose de hombros.

—Vamos a comer entonces.

No sé cómo, pero a su lado los problemas eran menos problemas. A su lado me sentía alguien, sentía que la gente podía valorarme, sentía que aquello de 'no te hace falta nadie para tener autoestima' en mi caso era una mentira, porque nunca nadie me había querido de aquella manera. Nunca me habían dicho que les gustaba físicamente, y mucho menos como persona. Nunca me habían querido como pareja, y ahora estaba ella.

—Mira, en este sitio pagas 4,50 dólares y comes todo lo que quieras. Es genial. —Señaló el letrero en la puerta. 'Johnny Rockets'.

El restaurante era muy bonito, estilo de los 50 y vendían hamburguesas de unos tres pisos chorreando queso por todos lados. Se me hacía la boca agua.

Nos sentamos frente a la ventana, en uno de esos asientos que parecían sofás rojos de cuero, y ella se sentó a mi lado.

—¿Tenías clase hoy? —Asintió, mientras yo me quitaba la chaqueta pegada al cristal. —¿Qué tal te fue?

—Bien, bien. Era mi última clase antes de las vacaciones de navidad, así que... —Sonrió a la camarera, que nos puso un plato de patatas y salsa especial delante de nosotras. —¿Y tú? —Fui a coger una patata pero, mi mano no cerraba bien. Me dolía la palma al hacerlo. —Espera. —Cogió una, la mojó en salsa y la acercó a mis labios para que así pudiese cogerla. —¿No te encanta que llegue la Navidad?

—Bueno, bien. —Dije comiendo, con el cuerpo girado un poco hacia ella. —No... No me gusta que llegue la Navidad. —Respondí cogiendo mi vaso de refresco, dándole un sorbo. Ella parecía algo decepcionada por mi respuesta.

—¿Por qué no te gusta la Navidad? —Dejé el vaso en la mesa y la miré a ella directamente.

—Porque viene más gente a comprar al supermercado, y me paso el día entero descargando cajas, no sólo unas horas. Por la noche cuando termino, salgo y me voy al restaurante. En el restaurante viene más gente a cenar, y yo paso más horas limpiando platos. —Expliqué, viendo cómo la camarera ponía las hamburguesas en la mesa. —Y en mi casa no celebramos la Navidad, mi familia no... —Me quedé en silencio, ladeando la cabeza. No podía llamar a eso familia. —Hace mucho que no celebro la Navidad.

—¿Por qué no vienes a mi casa con tu hermana...? —Dijo en voz baja, removiendo la patata en la salsa algo cabizbaja. —Mi madre hará pavo, o lo que sea que a ti te guste.

—Me gustaría mucho ir. —Dije sin más, esbozando una pequeña sonrisa. No iba a negarle aquella oferta, porque quería salir de aquél ambiente, quería irme de mi casa como fuese.

—¿Sí? —Dijo con una gran sonrisa, irguiéndose en la silla. —¡Genial! Podrás pasar la noche con nosotros, y a la mañana siguiente abriremos los regalos.

—Mmh... No creo que eso sea posible, Camila. —Negué cogiendo la hamburguesa entre mis manos.

—¿Por qué?

—Porque no tengo dinero para pagar regalos para mi hermana, ni para ti, ni para tus padres... —Me encogí de hombros dejando de nuevo el plato en la mesa, algo desanimada al pensar aquello.

—¿Quién ha dicho que tengas que comprar algo? Mis padres se bañan en dinero, ¿y crees que vamos a exigirte que nos regales algo? —Se echó a reír un poco, poniendo su cabeza en mi brazo. —Déjame darte una Navidad de verdad, Lauren.


Nota: Gracias por todos los comentarios bonitos que me hacéis, tanto aquí como en Cold (que son los que más he leído), me hacen el día, la semana, el mes y el año jeje Espero que esta novela os siga gustando tanto como hasta ahora, ¡no me imaginaba que iba a tener tanta aceptación!

¡Nos leemos!

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