✔️El creador de locos

By PatriciaMB

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Nos esperaban unas vacaciones de ensueño. El Hotel White Hope lucía imponente, rodeado de bosques y con todo... More

Info
(Día 0) - ¡Vacaciones!
Día 1 - 28 de Agosto de 2012
Día 2 - 29 de Agosto de 2012
Día 3 - 30 de Agosto de 2012
Días 4 y 5 - 1 de Setiembre de 2012
Día 6 - 2 de Septiembre de 2012
Día 7 - 3 de Septiembre de 2012
Días 11 y 12 - 8 de Septiembre de 2012
Días 13 y 14 - 10 de Septiembre de 2012
Día 15 - 11 de Septiembre de 2012
Días 16, 17, 18 y 19 - 15 de Septiembre de 2012
Día 20 - 16 de Septiembre de 2012
Día 21 - 17 de Septiembre de 2012
Días 22 y 23 - 19 de Septiembre de 2012
Día 24 - 20 de Septiembre de 2012
Días 25, 26, 27, 28 y 29 - 25 de Septiembre de 2012
Día... el primer día de mi nueva vida.
Nota de autora
Venta

Días 8, 9 y 10 - 6 de Septiembre de 2012

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By PatriciaMB

Días 8, 9 y 10 – 6 de Septiembre de 2012

Tres días.

Tres días han pasado desde mi última entrada en este diario de infierno, o eso creo. No sé en qué parte de este lugar me hallo, aunque tampoco es como si antes tuviese eso mucho más claro.

Ahora daría lo que fuese por una ducha. Por sentir el agua sobre mi piel, llevándose toda la suciedad, todos los malos recuerdos, la asquerosa sensación de que aún sigo dónde estuve estos últimos días...

Fue... repugnante. Desesperante. Vomitivo. Enloquecedor... El propósito alcanzado, imagino. El propósito de quien me mantiene aquí, haciéndome pasar por cuantas salas se le antojan. Me quiere volver loca, lo noto, lo intuyo; lo sé. Quiere que agonice, que delire, que me vuelva majareta. Quiere que pierda el norte, que olvide lo que me ata a la cordura, ese algo que cada vez es más endeble, más efímero. Quiere destruirme lentamente hasta que no dé para más, hasta que llegue mi fin. ¿Me desechará entonces?

Estos tres días, los he pasado encerrada en una estancia extraña. Las paredes estaban revestidas de un material que se asimilaba al acolchado empleado para salas de un psiquiátrico, pero en color negro. Prácticamente toda la superficie era así, el techo, paredes e incluso el suelo. Pisarlo era como andar sobre una nube oscura y espesa, que me daba sensación de que me iba a hundir en el momento más inesperado. 

Había detalles desconcertantes en un principio, a los cuales fui encontrando el sentido a medida que pasaba tiempo allí. A media altura en las paredes, había una serie de espejos, empotrados en el acolchado y recubiertos por un vidrio que los protegía. Casi arriba del todo de uno de los muros, dos ventanas pequeñas, estrechas, dejaban entrar la luz del día. No había lámparas, bombillas, ni nada que me pudiese alumbrar, no aparte de dichas ventanas. Encima de los espejos, había una cenefa trazada en el negro material, a base de rombos y círculos que parecían ser de otro material, como plástico grueso.

Cabe remarcar que no había barrotes, la sala estaba completamente cerrada, mediante una puerta tan recubierta como el resto del lugar. Inspeccioné todo a consciencia o, al menos, eso pensé. Deambulé por allí, pasando mis dedos por doquier, observando cada mínimo detalle y preguntándome si tendría modo de alcanzar las ventanillas y abrirlas. Si lo lograba, ¿sería capaz de pasar mi cuerpo por un espacio tan reducido? Lo veía improbable, realmente, tanto el alcanzarlas como el caber por allí, por lo que deseché la idea. Ahora al pensar en ello, me doy cuenta de que ya me he rendido, por completo. Es triste reconocerlo, pero es así...

Bueno, no me voy más por las ramas, tengo que contar todo esto, ya que no sé de cuánto tiempo dispongo.

No tengo idea de cuánto permanecí allí hasta que las cosas se pusieron feas; horas, pero no sé cuántas. Estaba sentada en una esquina, tratando de no pensar, a la espera de algo indefinido, cuando algo me sobresaltó. Escuché un "clic" que sonó largo y extraño, miré a mi alrededor, buscando la ubicación de la puerta, creyendo que ésta se abriría, pero no fue así. Desconcertada, me erguí y observé con atención sin separarme de la pared pero, hasta que no noté un extraño contacto sobre mi espalda, no pude siquiera imaginar lo que empezaba a suceder allí dentro.

Sentí como si un escalofrío me naciese en la espalda, como cuando te soplan en la nuca y de repente te estremeces, pero de modo desagradable. Con mucha brusquedad, provocada por la sorpresa al no esperar contacto alguno, me di la vuelta en medio de un salto y quedé mirando la pared. Lo vi. Los vi. Y no podía creer lo que mis titilantes ojos veían. La pared estaba llena de patas. Decenas, centenas, miles. Un sinnúmero de patas de bichos, de los gusanos y las arañas que recorrían la superficie.  Empecé a temblar, más parecían convulsiones que otra cosa en realidad. Retrocedí, tratando de alejarme hasta que fui consciente de que el cosquilleo y recorrido de algo por mi espalda no había cesado. Comencé a moverme descontrolada, para sacármelos de encima; no podía verlos, pero sí sentir cómo habían descendido por mi espalda ya fuese por encima de la ropa o directamente por la piel. Por mi piel, de gallina en esos momentos. 

Odio los bichos, las arañas más que ningún otro. Me resultan amenazantes y me provocan desconfianza. Ni siquiera la típica araña casera sobrevive a mis zapatillas, no puedo con ellas, las mato antes de que me hagan nada a mí. ¿Y si topo con alguna venenosa?

Esa misma incógnita se me presentó en la mente en aquel momento y, si antes parecía un barullo de brazos al tanto moverlos para librarme de sus patas, me convertí en una peonza que giraba sobre sí misma sin descanso ni pausa. Gritaba; gritaba y chillaba con todas mis ganas, no sé a quién le pedía que me los quitase de encima, pero lo suplicaba desesperada. Sentía las tripas revueltas, sudaba frío, temblaba, lloraba a causa de la mezcla de miedo y asco que me embargaba. Y así, enloquecida, seguí no sé cuánto tiempo. Corriendo entre aquellas cuatro paredes acolchadas en color negro, rodeada de bichos que ya cubrían toda la superficie posible, incluyéndome a mí misma, que los tenía desde el pelo hasta los pies. Cada movimiento que hacía se veía reflejado en los espejos que me rodeaban, donde podía ver lo poco que asomaba de mí entre aquella ingente cantidad de repugnantes bichejos. Mi cara, era un poema, una oda al horror y al asco. Vi mis ojos, desorbitados a ratos, casi cerrados en otros, con expresión temerosa implícita en mi mirada. Sentía desesperación, pura desesperación que no hacía sino crecer y crecer con cada reflejo mío que alcanzaba a advertir en los espejos.

Desquiciada por toda la situación y una vez hube dejado de correr, ya cansada y creyendo que moría sin respiración de tan agitada que estaba, me detuve en el centro de la estancia y, con ojos y boca cerrados, me quedé allí de pie, sin más. Supongo que asumí que no lograría quitar de encima aquella colección de insectos que me aterraban. Seguía sintiendo su corretear sobre mí, multitud de patas campando a sus anchas por doquier, metiéndose bajo mi ropa, tratando de entrar en mi nariz y mis oídos. Me cubrí la nariz para evitar que ninguno se colase, pues si algo sé es que estos bichos se meten en el hueco más pequeño. Las arañas se encogen y por el agujerito de una fregadera salen sin problema, las he visto hacerlo, y temía que ese día se metieran en mi interior. Imaginé que eso sucedía, que me invadían literalmente, que ponían huevos en mí como si fuese su nueva casa... ¡Aaaaarggg! me da cosa hasta pensarlo ahora.

No recuerdo muy bien cómo fue pero, de pronto, una de las ventanas se abrió y, al mirar mientras me protegía los ojos de las patas escaladoras, vi cómo por ella empezó a entrar una especie de humo blanquecino en la habitación. No tengo mayor recuerdo sobre eso, solamente tengo clara una cosa, nada más que una. Mientras la habitación se volvía blanca y yo seguía cubierta de aquellos repugnantes seres vivos, todo se desvaneció ante mí.

Después, cuando ya apenas entraba luz por las ventanas, cerradas ambas de nuevo, abrí los ojos y me hallé tirada en el suelo cual bolsa de basura en pleno vertedero. Y lo digo en todo el amplio sentido de la palabra, pues a eso se asemejaba la sala, a un vertedero lleno de basura, compuesta ésta por la gran cantidad de bichos muertos que había por doquier. Bueno, parecían muertos, supongo que lo estaban.

Me sentía desorientada y, por un momento, no recordé ni que estaba en semejante lugar.

Entonces todo sucedió como por efecto dominó. La realidad me golpeó y yo, instantáneamente, me puse de pie y me dispuse a alejarme de todo bichejo. Entonces me di cuenta de que no podía, ya que debía como mínimo, pisarlos. Entonces, al moverme, escuché como crujían bajo mis pies. Eso me provocó nauseas y no pude pensar en nada más que en el sonido infernal que había hecho lo que fuese que había pisoteado. Me moví de nuevo, para encogerme creyendo ilusamente que aquello solucionaría algo, pero únicamente aplasté más de lo que fuese y las nauseas aumentaron hasta el extremo de ponerme a vomitar allí mismo. No tuve ni tiempo a reaccionar, de golpe y porrazo me vi doblegada ante la situación, agachada, crujiendo a más arañas y gusanos con mis rodillas, parte de mis piernas y una mano, con la cual me apoyaba en el suelo mientras las arcadas me hacían contraerme y, peligrosamente, arrimarme a la superficie bajo mi propio cuerpo.

Me lloraban los ojos, me ardía la garganta, me dolía el pecho... Mi cuerpo entero temblaba mientras mi cerebro se detenía en seco y no dejaba lugar dentro de mi cabeza para nada que no fuese el crujir y el vomitar.

Puedo jurar que es la experiencia más asquerosa, nauseabunda y desagradable de mi vida, de las que he vivido en carne propia al menos.

Cuando dejé de devolver, básicamente porque ya no quedaba nada en mí que pudiese dejar salir, me desplacé a la esquina opuesta a la que ocupaba segundos atrás. Allí traté de apartar los cadáveres de mis pesadillas para poder sentarme, cosa que acabé haciendo pero no sin aplastar algunos ejemplares con mi trasero. 

Allí, sentada en una cada vez más marcada penumbra, clavé mi mirada sobre una de las arañas que yacía patas arriba. Era, además de nauseabunda, peluda. De color marrón tirando a gris, o así me pareció con la poca luz que entraba, como con manchitas de un tono más oscuro, de cuerpo grande en comparación a las que suelen salir en las casas. Deslicé mi vista sobre lo que la rodeaba y pude ver muchos tipos de arañas diferentes, de diversos tamaños, formas y colores, unas peludas y otras no. Y, unas en concreto, llamaron mi atención. De colores, verdes, azules, rojos, naranjas y amarillos. No unas de un color y otras de otros, no, con todos los colores en cada una de ellas; o casi. Se me asemejaron a pavos reales, con sus plumas coloridas tan llamativas, y juro que jamás había visto esa especie. (*)

Estaba tan asombrada por su aspecto que me acerqué a una de ellas para poder así admirarla mejor, pues me resultaba hermosa. Irónico, una araña hermosa, a mí, con el repelús que les tenía y les tengo. Estaba tan embobada que no me preocupé de si chafaba a sus amigas o no, sólo podía mirarla, como hipnotizada. Era diminuta y, además, extremadamente peluda, con el pelo como gris y con parte de las patas en marrón. Sus ojos, bajo la poca luz que caía sobre el lugar, se me antojaron verdes, de un verde oscuro brillante, parecido al que tienen algunas moscas en la parte trasera.

Mientras la miraba, se escuchó de nuevo un clic, yo lentamente levanté la cabeza y miré la primera pared que apareció ante mí, cual muro infranqueable. En cuestión de un segundo que pasó por mi vida a cámara lenta, nuevas arañas y gusanos entraban en la habitación a través de los agujeros de la pared, disimulados en la cenefa que ya antes mencioné. Todo lo narrado antes, se repitió, el asco, la desesperación al sentir cómo nuevamente me trepaban  y trataban de entrar en mi interior; todo.

El fin de escena, fue también el mismo, y el resultado posterior, exactamente igual. Abrí los ojos, en la oscuridad ésta vez, y no pude apreciar nada a mi alrededor. Ni siquiera sé cómo pasé la noche, lo único que puedo decir es que, cuando el sol hizo acto de presencia, yo estaba tendida sobre un lecho de patas de un sinfín de tamaños, boca arriba y ocupando lo mínimo posible. Poco después, todo volvió a acontecerse, y así fue durante los tres días que he estado allí, basándome en la luz que me llegaba por las ventanas. 

Lo único que varió en ese lapso de tiempo, fue mi situación. El primer día era "libre"; una de las veces que desperté durante el segundo, me descubrí maniatada con una burda cuerda y, en el tercero, no sé en qué momento lo hicieron, me pusieron una camisa de fuerza. Me hallé dentro de una blanca camisa con las manos cruzadas por delante, introducidas en una especie de tira textil y atadas a la espalda, sin modo alguno de quitármela. 

Por otro lado, durante aquellos días tuve que contener tanto como pude mis necesidades, del mismo modo que vengo tratando de hacer desde que todo este horror llegó a mi vida.  No comí, no bebí, dormí a causa de aquel humo o gas que llenaba de tanto en tanto la sala y, sobre todo, sufrí. Sufrí despacio, rápido, a ratos cada vez más cortos pero más repetidos. Lloré desconsolada, rogando ahogarme en mis lágrimas y dejar de pasar vez tras vez por la misma escena, una tortura para mí. El miedo que tengo a las arañas, no ha aminorado, ni un ápice, más bien al contrario pues, aunque he pasado demasiado tiempo con ellas estos días, también han tratado de entrar por cada parte de mi cuerpo que les parecía una entrada. Las odio, las temo. Y ahora, aquí escribiendo esto, me doy cuenta de que siempre será así y me hago, además, una pregunta...

¿Es casualidad que el animalejo que me echaron encima fuese el que más repelús y miedo me da?

Cuando recobré el sentido la última vez, ya no estaba en aquel horror de sala, sino en ésta que ahora habito. Una celda normal y sencilla cuya ventana está barrada y las paredes lucen sucias. El suelo destrozado evoca el recuerdo de cada una de las superficies que he pisado desde mi llegada. Y la luz, ¿qué decir? La percibo como un lujo... 

Nada más que merezca la pena remarcar en lo referente al estado del lugar que lleno con mi apocada presencia. Aquí solamente hay vacío. Vacío y yo, aquí en medio, sola con mi cuaderno y mi maleta en un rincón.

Al ver la maleta recordé que olía a perro muerto, como suelo decir cuando algo huele tan mal que echa de espaldas. Me acerqué al fardo como pude, dispuesta a aprovechar para cambiarme de r

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*http://edukavital.blogspot.com.es/2013/06/la-mas-hermosa-arana-pavo-real.html

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