Día 1 - 28 de Agosto de 2012

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Día 1 - 28 de Agosto de 2012

Finalmente sí tengo ocasión de tomar este diario y el bolígrafo entre mis manos, aunque no lo veo como algo bueno, pues esta situación nadie debería vivirla. No, no me refiero a las vacaciones de ensueño que me esperaban, ni al estar en un hotel como al que me dirigía junto a mis amigos. Nada de eso. Me refiero al infierno en el que he caído, sin siquiera verlo venir.

Voy a ir por partes, necesito contar cómo he acabado así, pero quiero hacer alguna aclaración. No sé si algún día podré releer todo lo que escriba y, obviamente, no espero que llegue a manos de nadie que pueda leerlo en mi lugar, pero siento la necesidad de escribir y contar todo, absolutamente todo, tan detalladamente como mi pobre mente me lo permita y si el tiempo así lo quiere.

Al comienzo de esta entrada en mi diario, el que por suerte aún tengo conmigo, he definido algo junto a la fecha. Día uno. Día uno, pues es el primero de quién sabe cuántos días. Puede que muchos, puede que pocos, puede que únicamente este primero. Así seguiré, si pudiera continuar narrando lo que suceda, indicando el tiempo. "Día X" y la fecha al lado, pues creo que será un buen modo de no perder el norte...

Bueno, voy a comenzar, escribiré conforme vaya recordando pues me siento desorientada.

Al final del camino que llevaba al hotel, un aparcamiento enorme con algunos vehículos en él nos recibía. Samuel aparcó y bajamos todos entusiasmados, sin poder evitar admirar el edificio que se erguía en el lugar. La fachada era clara, de un tono crema muy suave, las fornituras de las ventanas y la puerta le daban un aire elegante y clásico, como colonial. Frente a la entrada, el suelo asfaltado se dividía haciendo que la rotonda que había en el lugar destacase aún más. Sobre la rotonda, había una fuente circular de unos cuatro metros de diámetro con una hermosa figura en lo alto, de la cual brotaban los finos chorros que caían hasta la base, donde se filtraban y salían a modo de chorro hacia arriba, pero con poca altura. Alrededor de la fuente, sobre una fresca y verde hierba, había repartidos una serie de bancos de piedra, de un color similar al de la fachada.

Arrastrando nuestras maletas, anduvimos hasta los escalones que daban la bienvenida al hotel, sobre los cuales estaba la puerta, subimos esos pocos peldaños y entramos. Gabriel fue el primero y nos sujetó la puerta de cristal a Samuel y a mí, con lo que Samuel se adelantó y llegó a recepción antes que ninguno. Nosotros nos situamos a los costados, aguardando a que nos confirmasen la reserva, aunque era algo que estaba más que comprobado, y nos hicieran entrega de las llaves de nuestros dormitorios.

- Señores, necesito sus datos para acceder a sus reservas. ¿Con qué nombres reservaron? -Nos preguntó la mujer que había tras el mostrador.

- Yo soy Samuel Pliela. ¿Necesita mi documentación?

- Sí, por favor -respondió ella, a lo que los tres sacamos nuestros documentos.

- Muy bien, señor Pliela. Aquí tiene su llave. ¿Quién sigue?

- Yo, Gabriel Ugarte -le entregó su identificación. Ella tecleó en el ordenador y le dedicó una sonrisa.

- Lida Miralles -informé yo, cuando sentí su mirada sobre mí.

- Bien, veamos -hubo un silencio-. Sí, aquí está. Tenga - me facilitó mi llave-.

- Gracias -le dije.

- A ustedes -respondió con cordialidad-. Habitaciones 409, 410 y 411. Si hubiese algún problema no duden en venir.

Los tres sonreímos y le agradecimos la atención tan pulcra que nos había dado. Hasta aquí todo era agradable.

Nos ofrecieron ayuda con el equipaje pero nos rehusamos, pues preferíamos cargar nosotros mismos con nuestras pertenencias. Nos indicaron dónde quedaba el ascensor y allí nos dirigimos. Aquí, comenzaron las cosas raras.

✔️El creador de locosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora