Pablo y Adela [EN EDICIÓN]

elvientoadentro

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La primera vez que la vi, pensé que el diablo me perseguía para llevarme al infierno. Literalmente. Adela es... Еще

Sinopsis
Prólogo
1. De cuando el diablo y yo nos volvimos a encontrar
2. Las rubias siempre vienen bien
3. El diablo no deja de perseguirme
4. De indecisiones y advertencias
5. Definitivamente Adela está loca
7. Prometo que le ayudaré
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Entrevista a Adela por @UnDemonioRadioactivo
Capítulo 18
Entrevista a Pablo por @Andsig4
Capítulo 19
Entrevista a Lucía por @Romi_Arias
Entrevista a Adela por @Andsig4
Capítulo 20
Entrevista a Pablo por @Undemonioradioactivo
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
ESTO NO ES UNA ACTUALIZACIÓN
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
IMPORTANTE
Capítulo 46 (penúltimo)
Capítulo 47 (y final)
AVISOS IMPORTANTES

Capítulo 33

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elvientoadentro

Recomendación: Puede que Keaton Henson no sea de su gusto, pero ayuda mucho al efecto.
No quiere aparecer mi multimediaaaa. Busquen "About Sophie" de Keaton Henson en youtube.

33

Por alguna razón, cuando voy a la habitación de Adela ya no me siento tan tranquilo como la primera vez que estuve ahí y pienso en lo increíble que es eso. Es decir, ¿cómo es posible que aceptar que me... que me guste cambie todo tan drásticamente? Sin embargo, el cambio no es exactamente malo, sino que me hace sentir más expuesto y vulnerable de lo que estuve con anterioridad, aun si Adela no tiene idea de lo que me pasa.

Apenas entramos, ella me ofrece una silla al lado de la computadora estática, y comienza a teclear un montón de cosas. Solo ahí recuerdo que debo contarle sobre el muchacho que ha ido a mi casa por la mañana.

—Adela, ¿recuerdas a Inter?

Ella me dedica una mirada de soslayo y asiente.

—Claro, el amigo de Lucía, ¿no es así? Se me hizo un muchacho brillante.

—Sí, de hecho, creo que lo es. Esta mañana ha ido a mi casa. Solo. No estaba ni Perro ni Samuel. Es raro, ¿no crees?—le comento.

Ella para en seco y se gira con el ceño fruncido. ¿En qué momento le han salido esas pecas que yo no había visto antes? Arrugando la nariz se ve tan...

—¡Es extrañísimo!—exclama, sacándome de mi ensoñación— ¿Tenía algún motivo para ir?

Sacudo la cabeza, tratando de reorganizar mis pensamientos. Miro los ojos de Adela, que brillan con determinación.

—Sí. O sea, dijo que se le había quedado un aparato azul que no podría reconocer, y aparte, me estuvo advirtiendo sobre Lucía—murmuro, medio atontado—. Si te soy sincero, no podría decirte qué había de cierto o no. Lo único que sé es que el objeto azul no estaba antes. No conozco a Inter, así que no podría decirte si confío o no en él...

—Creo que hay que dudar de todos, Pablo—me dice ella, soltando un suspiro frustrado—. No es la idea, pero el asunto de Lucía ha resultado ser como un rompecabezas. Cuando hemos creído que las cosas van a empezar a tener sentido, la verdad es que lo pierden enseguida.

—Y no te he dicho lo más importante...—murmuro, casi con dramatismo—... supo que había cámaras en el departamento.

Adela contiene la respiración y se queda mirándome fijamente.

—¿Qué?

—Fue así—comienzo a decir—. Inter golpea mi puerta, yo abro. Quedo muy sorprendido. Me pide pasar y se va a la cocina. Me dice que Lucía es inteligente y mala. Es decir, si le agrada alguien, no; pero si no le agrada, sí. Me dice que ha puesto una cámara y que puede estar vigilándome. ¡Hasta casi pienso que realmente ella había puesto una! Pero luego recordé que montamos esas cámaras juntos y se me pasó... —digo, entre risas, medio bromeando. Como solo veo su cara de mortificación, me callo enseguida—. Okay. Mal momento para las bromas. La cosa es que antes de irse, Inter me mostró un artefacto pequeño, como un pendrive.

—¿Un pendrive?—pregunta.

—Sí. Era una cosa azul, diminuta. Dijo que se le había quedado en mi departamento, pero estuve ordenando maniáticamente ayer porque estaba demasiado nervioso pensando en que me...—cuento, pero me detengo en seco, cuando me doy cuenta de lo que he estado a punto de decirle.

—¿Pensando en qué?—inquiere. La miro, y no hay malicia en su rostro. Solo curiosidad y mortificación.

—Pensando en... en... En el trabajo, en mi familia. Quiero decir, la familia de mi hermana. En un montón de cosas.

—Seguro que ese es un tema que tendremos que conversar luego, Pablo—me asegura ella, agregando más tarde:—. Es solo que lo que nos incumbe justo ahora es tratar de entender qué quiere o qué está buscando Inter. ¿Está seguro de que eso no estaba ahí antes?

Asiento con lentitud. Ella me mira y se muerde el labio inconscientemente. Yo miro su boca, luego sus ojos, luego su boca otra vez.

—Será mejor que revisemos las grabaciones tanto de video como de audio para que decidamos qué hacer respecto al muchacho—me dice, dándome un par de audífonos.

Asiento nuevamente, pensando que la primera ocasión en que estuve en su habitación, por poco la beso.

Vamos a ver cómo anda la noche.

***

Las grabaciones, en general, terminan no mostrando nada extraño. Sin embargo, mientras más avanzamos en ellas, más borracho me voy colocando. No puedo entender por qué rayos acepté tanto retos, ni todas las veces en que estuve a punto de delatarnos. Cuando llegamos a la parte en que comienzo a decirle que he sido un idiota y a darles las gracias por salvarme, ambos inconscientemente alejamos las miradas el uno del otro. Adela avanza esa parte lo más rápido que puede, tratando de que no perdamos lo que sucede en las demás cámaras, puesto que su computadora emite cuatro vídeos a la vez, como en las cámaras de seguridad.

Cuando llegamos al final, ambos nos quitamos los audífonos, frustrados.

—Ahí no hay nada—le digo, caminando hasta su cama y lanzándome sobre ella. Su perfume empieza a pulular a mi alrededor.

—Lo sé—comenta, girando su silla hacia mí—. Lo único que encuentro extraño es que Inter siempre tuvo oculta la pantalla de su laptop. Es decir, nunca dio directamente con las grabaciones. 

Levanto la cabeza y asiento.

—Ya sé que quizá haya estado demasiado borracho, pero solo recuerdo haber visto un programa descodificador de claves—respondo.

—Después de que usted vio eso, Samuel le regañó e Inter fue a sentarse. ¿Por qué habrá querido conectarse al wifi y para qué necesitaría una red mejor que la suya?—pregunta ella.

—Según Inter, lo hizo porque quería jugar. ¿A qué cosa? Vaya a saber uno, señorita Holmes.

Ella me sonríe y se levanta, acercándose hasta mí. Se sienta en la cama y deja caer el cuerpo a un lado del mío. El corazón me da un respingo y trago saliva, tratando de que el nerviosismo ante su cercanía no resulte tan evidente.

—Hay algo que no estamos viendo, Watson—me dice al fin—. Nos falta algo importante y no sé qué es. En las grabaciones y audios, los tres se ven inofensivos. Incluso la señorita Lucía. Pero no deberían serlo... ¡Son parte de su banda! Lo lógico sería que por lo menos resultaran amenazantes, ¿no cree?

Sonrío, acercándome a ella, hasta rozar ligeramente su brazo con el mío.

—Hay una frase que se supone que deberías decir tú, Holmes, la cual dice algo así como: si lo lógico no es la respuesta, entonces lo ilógico lo es. Aunque parezca imposible—le digo.

Ella suelta una risa tierna, y  vuelve la cabeza hacia mí.

—¿Que sería lo imposible, entonces?—me pregunta.

Yo solo pienso una respuesta a esa pregunta, pero sé que no debo decirla. Así que decido que por lo pronto, lo mejor es que me vaya a casa.

—Lo imposible es... que me quede más tiempo.

No sé si ella lo nota, pero hace una mueca de ligera decepción.

—Oh... Está bien. Lo dejaré abajo.

Asiento con un suspiro, y ambos nos ponemos de pie, caminando hasta el umbral de la habitación. Pero antes de salir, decido hacer algo que, por regla general, no haría. 

—Adela, antes de irme quiero decirte una cosa.

Ella me mira con sus grandes ojos brillantes, curiosos, y asiente. Me acerco un paso, y sin previo aviso, paso mis manos por sus hombros, sintiendo cómo su aroma empieza a encender cada fibra nerviosa de mi cuerpo. Pongo mi rostro cerca de su oído, porque sé que si no la miro a los ojos es más fácil decir las cosas. Adela primero se tensa cuando le abrazo, pero poco a poco, mientras hablo, comienza a relajarse:

—Gracias—empiezo a decir—. Y quizá esto debí decirlo hace mucho. No. Tuve que decirlo hace mucho. Gracias por salvarme la vida. Gracias por estar ahí siempre para salvarme en todas, Adela.

—N-no tiene que agradecerme nada, Pablo.

—Claro que sí. A ti nadie te da las gracias por nada. Y más allá de eso, soy yo quien te debe la vida, por muy cursi y exagerado que eso pueda sonar—digo en un tono muy íntimo, pero bromista. Siento cómo su cuerpo tiembla cuando se ríe—. Siempre voy a estar agradecido de que ese día, no sé por qué, hayas estado allí en ese restaurante. Adela, eres única, y te juro que sé que todos somos únicos en algún sentido, pero no encuentro forma de decir lo única y especial que eres para este mundo, porque aunque no te conozcan todos, lo eres.

Ella se queda en silencio y siento cómo sus brazos comienzan a deslizarse hacia mi espalda, cerrando el abrazo. Esconde su cabeza en mi cuello, y nos quedamos así unos momentos. Quiero besarla, deseo tanto besarla en ese momento que siento que en cualquier momento me alejaré solo para acercarme de nuevo, de una forma distinta. Pero también sé que no es el momento. Debo terminar con Lucía y tratar de hacer las cosas bien con esta muchacha que me ha ido ganando sin hacer nada.

Así que cuando me alejo, le doy un beso lento en la frente, con una sonrisa. Murmuro un "gracias", y permito que me lleve hasta donde su abuela para despedirme.

Lo último que escucho de Maite, antes de irme es: "Sé valiente".

***

Al rato, abro la puerta del departamento, y lo primero que hago al llegar, es llamar a Fernanda:

—¿Pablo? ¿Estás bien? Tú nunca llamas—me dice ella al contestar.

Detrás escucho voces de niños jugando.

—¿Cómo se lo digo?

Ella se queda en silencio un segundo, hasta que luego, habla:

—¿Que te gusta?—pregunta ella, en un tono agudo y emocionado. Luego, tras la línea se escucha a los niños peleando por algo—. ¡Emilia, no le tires el cabello a tu hermano!

Suspiro, y cierro los ojos, sonriendo. Fernanda siempre las pilla al vuelo.

—Sí—digo, escuetamente.

—¡Ay, Pablo!—dice ella, nuevamente en el mismo tono emocionado—. ¡Pensé que esto no iba a ocurrir nunca, la puta madre! Quiero decir, la pura madre, niños. Ah, cielos, hagan como que no me escucharon. —Soy capaz de escuchar las risas de los niños, que siguen revoloteando por ahí—. Mi hermano pidiéndome consejos amorosos. Pensé que siempre te iba bien con las chicas, no creí que fueras a tener problemas para decirle a una de ellas que te gusta.

—Empiezo a pensar que no debí llamarte, Fer.

—¡No te atrevas a colgarme, parásito!

Suelto una risa, y me voy caminando hasta mi habitación. Salto sobre la cama, mientras escucho cómo Fernanda comienza a dar un discurso larguísimo sobre cómo son las mujeres, qué les gusta y cómo debo tratar a Adela.

***

A la mañana siguiente, despierto como si esta vez hubiera tres duendes diminutos pellizcando mi estómago. El plan creado por Fernanda, terminó consistiendo en que lo mejor es decirle lo que siento por ella en cuanto la vea ("Eres un cobarde, Pablo, si no lo haces enseguida, no lo vas a hacer nunca").

Así que me levanto, y tomo un baño que me despeje completamente, pero lo único que consigo es comenzar a ver contras sobre decirle. Sin embargo, lucho con mi yo que me insta a no decir nada. Aún batallando, voy a la habitación, me visto, me pongo perfume. Luego voy al espejo y empiezo a desordenar mi cabello. ¿Tendré que darle otro estilo que tal vez a ella le guste? Es casi patético de mi parte querer ir perfecto a decirle que me gusta. Sin embargo, creo que ella se lo merece.

Sacudo la cabeza con un suspiro. Miro mi reflejo otra vez y comienzo a hablarme como si fuera Adela.

—Adela... Tú a mí... T-tú a mí. Quiero decir, que...

Cierro los ojos y me desordeno el cabello otra vez. No es tan fácil como parece.

—Adela, eres hermosa—empiezo esta vez—. Como una... mariposa.

Me echo a reír de mí mismo. Tomo aire otra vez, mirándome. No puedo ser capaz de pensar cosas tan horrendas. ¿Como una mariposa? Si Fernanda escuchara eso, se reiría en mi cara. Así que decido que lo mejor es ser conciso y preciso:

—Me gustas.

Sonrío, porque decirlo así, abiertamente, es incluso liberador.

***

El camino a la tienda en bicicleta, por la mañana, se me hace extremadamente corto. Llego antes que los demás, y casi temblando me voy hasta la oficina de Adela. Sé que está ahí porque la luz está encendida. Camino, paso por paso, sintiendo que cada uno de ellos es mi propia sentencia de muerte. O tal vez, exagero demasiado con la muerte, pero al menos una sentencia de... De no sé, de algo. El nerviosismo es tan grande, que siento escalofríos a lo largo de todo el cuerpo.

Suspiro, y mentalmente voy ensayando el único discurso que tengo preparado para ella.

"Me gustas, me gustas, me gustas, me gustas, me gustas mucho".

Abro la puerta con cuidado, y lo primero que hago es hablar antes de arrepentirme. Así que la abro de par en par y suelto:

—Adela, me... —alcanzo a decir, pero lo que encuentro tras la puerta me descoloca por completo.

Creo que esperaba encontrarme con cualquier imagen menos esa.

Tras el escritorio, Johnny tiene sus manos en la cintura de Adela, mientras la besa. Ella tiene las manos en su pecho, y a pesar de que él es bajo, se ve muy pequeña entre sus brazos.

Johnny. Adela. Beso.

Ambos se giran hacia mí con velocidad, y Adela abre la boca para decirme algo, supongo, pero es Johnny el primero que habla.

—¿Necesitas algo, Pablo?—pregunta él.

Miro a Adela, incapaz de reaccionar. Sus ojos me miran entre sorprendidos y asustados. Cuando logro reaccionar, los hombros se me caen y niego con la cabeza.

—No se preocupen. No quería molestar...

—Pablo... —me llama Adela, finalmente.

Mi estómago se retuerce nuevamente cuando me habla, pero esta vez también siento un dolor indescriptible en el pecho.

—Adela—le digo—. Yo venía a... Y-yo... —Niego con la cabeza y suelto una risa amarga. — Da igual.

Vuelvo la mirada hacia ella. A pesar de que ya no están frente a frente, Johnny la mantiene junto a sí, pasando un brazo por su cintura. Los ojos de la muchacha me miran preocupados, así que le regalo una sonrisa triste. Supongo que la misma sonrisa que puso cuando Lucía me besó frente a ella.

Así que esto era lo que sentías.

Trago saliva, con un intenso nudo en la garganta. Hago una pequeña inclinación con la cabeza a modo de despedida y salgo de la oficina bajo la mirada de ella.

El sonido del click de la puerta, cerrándose, hace que todo el peso de la situación caiga sobre mí.

Con una velocidad inusitada, camino hasta la parte delantera de la tienda y tomo mi bicicleta. Me subo y poco a poco, empiezo a andar por las calles todavía con pocos autos, ganando velocidad a cada pedaleo. La tristeza en mi pecho comienza a aumentar con la misma velocidad.

Empiezo a sentirme tonto. Imbécil. ¿Por qué Adela iba a querer a estar conmigo? ¿Qué esperaba que iba a conseguir diciéndole que me gusta? Respiro con fuerza, tratando de controlar las ganas de romper todo. No entiendo por qué me duele tanto. Después de todo, solo me gusta. Sin embargo, en el fondo, sé que ella "no solo me gusta". El viento helado choca contra mi cara y la velocidad no es suficiente para la tristeza que siento en el interior. Primera chica que me gusta de verdad, por completo, por ella y tengo que arruinarlo, porque sé que fui yo. ¿Por qué iba a querer estar con alguien como yo? Adela se merece algo mejor.

Y con un sollozo, descubro que Johnny siempre será mejor que yo. Porque él no la caga. Él no tiene una pareja. Nunca voy a ser alguien para Adela, nunca seré lo suficientemente bueno para ella, porque soy Pablo Castañeda. El idiota que no sabe lo que tiene frente a sus ojos hasta que ya no puede hacer nada.

La imagen de Johnny besándola hace que el pecho me duela de sobremanera. Ese tenía que ser yo, no él.

Cuando me acerco a un parque, colina arriba, bajo la velocidad y casi al vuelo salto de la bicicleta. Me lanzo al césped, y me acuesto de espaldas, presionando mis ojos con las palmas para no tener que llorar.

Me afecta demasiado, me duele. Siento que el dolor en el pecho comienza a ser insoportable. No quiero que nadie toque a Adela, porque es hermosa, porque no hay nadie como ella en este mundo y porque me habría encantado ser yo el que la hiciera feliz.

Pero sé que Johnny tiene razón. Soy incapaz de eso, y me duele no ser capaz, porque desesperadamente quiero ser bueno para Adela. Desesperadamente quiero ser lo mejor que le ha pasado; y por eso duele, porque toda esa ternura, todas sonrisas, todas esas risas como campanas no van a ser para mí. Porque todos esos abrazos con ese cuerpo pequeño jamás van a tener mi nombre. Presiono mis ojos con más fuerza, cuando el nudo en la garganta es demasiado fuerte como para no romper a llorar.

Y en ese momento, muy a mi pesar, solo soy capaz de pensar en una cosa:

Watson tendrá que aprender a vivir sin Sherlock.

___

¡Hola!
Solo quiero decir: Pablo, I feel you.

Preguntas:
1) ¿Leyeron la letra de la canción del multimedia? Se llama About Sophie de Keaton Henson.
2) ¿Lloremos?
3) ¿Qué piensan de todo?

Con mucho amor,
-Youngbird93🌻🌻🌻

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