Across Paris

By halfsoul

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Vivir en París tiene sus complejidades, sobre todo para Astrid, una novata fotógrafa, la cual dedica la mayor... More

Sinopsis
Prólogo
01. "Oportunidad"
02. "Mal día"
03. "Esperanza"
04. "Desesperación"
05. "Connor Hurst"
06. "Encuentro"
07. "Exposición"
08. "Decepción"
09. "Confesión"
10. "Pensamientos"
11. "Cena"
12. "Arrepentimiento"
13. "Amistad"
14. "Rechazo"
15. "Sentimientos"
16. "Declaración"
17. "Nuevo plan"
18. "¿Celos?"
19. "Ceremonia"
20. "Grosero"
21. "Inseguridad"
22. "Playa"
23. "Fotografías"
24. "Opciones"
25. "Confusión"
26. "Antiguo novio"
27. "Regreso"
28. "Pájaro"
29. "Oficial"
30. "Sorpresa"
31. "Desnudo"
32. "Antes"
33. "Descubrimiento"
35. "Pelea"
36. "Cumpleaños"
37. "Pinturas"
38. "Viaje"
39. "Nuevo pintor"
40. "Robert"
41. "Intrusa"
42. "Heridas"
43. "Carta escrita a mano"
44. "Para siempre"
Epílogo
Agradecimientos
00. "El principio de una historia"

34. "Entrometida"

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By halfsoul

                  
34

Astrid se debatió internamente si debía o no abrir sus ojos, pese a la calidez de un brazo envolviendo su cintura. No sabía si Connor la miraría de otra manera, tal vez una que ella no esperara. Se removió entre los brazos de su novio y volteó a verlo, acariciando la cúspide de su nariz con su dedo. Mordió su labio sonriente, comenzando a mover su dedo por el resto de su rostro, contorneando sus cejas y acariciando sus largas pestañas, provocando un gruñido por parte de Connor. Rio por lo bajo y se acurrucó más a él, protegiéndose de los rayos solares. Sus labios tocaban su pecho y no esperó segundo para crear un camino de besos que subía cada vez hasta llegar a sus labios.

Escuchó los bufidos pero no se detuvo en besarlo castamente por su cuerpo superior.

—Astrid, no me dejas dormir.

Ella ronroneó y Connor se paralizó al escucharla. Abrió los ojos y se encontró con los brillantes y azulados ojos de la chica clavándose sobre él cómo dos estacas. Él la volteó para que se sentara sobre él. Admiró sus curvas a la luz del sol y acarició su cintura con ayuda de sus palmas. Astrid lo miró sonrojada y bajó un poco la cabeza, intentando que el cabello cubriera un poco la zona de sus pechos, pero él levantó su barbilla provocando que sus ojos se cruzaran por su debido momento.

—No bajes la vista. No te avergüences de tu cuerpo. Astrid, te quiero, y no cómo luces si no por lo que eres. ¿Entendido? No más vergüenza por tu cuerpo. Además, ¡mírate! Eres hermosa en todos los sentidos posibles de las palabras.

Ella se rio, asintiendo con su cabeza y haciendo que mechones de su cabello chocolate de moviesen al decir dicha respuesta. ¿Cómo Connor la quería tanto? ¿Era posible querer a alguien con cada latido de tu corazón cómo él lo hacía con ella? Lo había demostrado y le gustaba la manera en la cual le entregaba cariño y amor a su propia manera. Se sentía especial y querida, como nunca antes se había sentido. ¿Su antigua pareja, Julian, la hizo sentirse así? No, jamás y si siguiera vivo tampoco le hubiese dicho eso. Y si se lo encontrara por la calle, lo más probable era que él le dijese que ya había pasado tiempo y podrían follar por una vez más. Era un cerdo, drogadicto y alcohólico, pero no podía regañarlo porque a fin de cuentas ella fue igual.

Se acercó a los labios de Connor, rozando su culo con el bulto de su novio por lo que un gruñido salió de sus labios. Los besó como si fuese la última vez que lo hiciera, absorbiendo su labio entre sus dientes y disponiéndose a juntar sus lenguas por una vez más.

—Deberíamos bañarnos, ¿te gustaría?

—Claro —replicó Astrid, sonriéndole.

Astrid caminó hasta el baño, sintiendo la mirada de Connor sobre su cuerpo, pero decidió ignorarla. Encendió el grifo y se adentró a la tibia agua, sintiendo las gotas acariciar su hombro. Pronto, unas manos rodearon su cintura y besó su hombro. Estaba de espaldas a él y sentía cómo frotaba la esponja con jabón por su cuerpo; comenzó desde sus omoplatos, haciendo pequeños círculos en ella para ir descendiendo hasta su cintura y glúteos, otorgándole un dulce masaje con la esponja por todo su cuerpo. Recargó su cabeza en su hombro, mientras él se encargaba que la espuma se desprendiera de toda su anatomía.

No esperó mucho cuando las manos de Astrid masajeaban su cabellera de risos, hundiendo sus dedos y creando espuma. Le sonrió y cerró los ojos con fuerza para que el champú no entrara en sus ojos. Tomó las manos de Astrid y refregó sus ojos con ellas, haciendo reír a la morocha. Con ayuda del agua y su novia se deshizo del champú con éxito.

Al terminar la ducha, Connor ayudó a Astrid a secarse, envolviendo su cuerpo con una toalla —al igual que él— y con otra su cabello para que no goteara tanto con el agua acumulada. La sentó en una silla que tenía y desenredó su cabello con ayuda de un peine desde la raíz hasta las puntas, con cuidado de no jalar fuerte su cabello. Luego con ayuda del secador de pelo finalizó todo, sin dejar rastro de cabello mojado o húmedo. La levantó de la silla y besó sus labios rápido, robando su aliente y provocando que riera de nuevo.

—Ve a vestirte, preciosa, te tengo que dar una sorpresa.

—¡Basta con las sorpresas, Connor! —Golpeó su hombro, juguetonamente.

Él la jaló hacia sí, tomándola por la cintura y acercando sus rostros.

—Me gusta hacerte sorpresas —reveló Connor.

—Te gusta fastidiarme, eso es lo que pasa, profesor Hurst.

—Mm... Es posible que esa también sea una opción.

Astrid alzó la cabeza hacia atrás, riendo con gusto y dejando que los labios de Connor besaran su cuello mientras lo hacía.

—Eres un idiota.

—Tu idiota, amor.

—Sólo mío —dijo ella, besando sus labios y luego saliendo del baño para vestirse.

Bebió su té observando cómo Connor preparaba sus tostadas con mantequilla en el sartén. Le gustaba como sus manos se movían al cocinar y cómo los músculos de sus brazos se tensaban al tomar con fuerza en mango del sartén, se veía sexy cómo algunos cocineros que estaban en las mañanas por la televisión preparando un rico Crème brûlée, pero lo más exquisito de ese programa no era el postre sino los chefs. Relamió sus labios antes de beber nuevamente de su té, sintiendo la cómplice sonrisa por parte de Connor.

—¿Por qué me miras así? ¿Me quieres desnudar con la mirada, querida? —preguntó Connor, mirándola de reojo.

Le guiñó un ojo, posterior sonrió como siempre lo hacía. En una de sus mejillas se marcó un prominente hoyuelo que Connor no dejó pasar, por lo que volteó a verla.

—¡Nunca te había visto eso! Mon amour, sonríe de nuevo.

—No, Connor. Prepara tus tostadas.

Apagó el gas y se sentó frente a ella.

—Se pueden ir al demonio las tostadas. Quiero que sonrías. Sonríe para mí, por favor.

Hizo lo que pidió, provocando que el juguetón hoyuelo se asomara.

—No es nada del otro mundo...

—Qué sexy ese hoyuelo, sin duda mi favorito.

Ella se rio, escondiendo su rostro entre sus manos intentando evadir la mirada por parte de suya. Alejó sus manos de su rostro y besó el puente de su nariz.

—Me encanta, me fascinó tu hoyuelo.

—A mí me gustan los que tú tienes.

Él rodeó los ojos.

—No es lo mismo, a las mujeres se les ve mucho más adorable.

—Oh, cállate. Ve por tu tostada se te quemará o sabrá mal, Hurst.

Las risas salían por ambos por cada paso que daban hasta llegar a la famosa torre Eiffel. Subir hasta el último piso le producía miedo y nada más que miedo y vértigo, creer que vería toda la ciudad de París de una altura ideal. Odiaba las alturas, le aterraban, pero la curiosidad por conocer la ciudad en otras dimensiones era mucho más fuerte que el sentimiento contradictorio que sentía en su interior.

Jadeó en cuanto su turno se acercaba. Apretó con fuerza los dedos de Connor y se recargó en su hombro, sonriendo nerviosa. Su corazón golpeaba con fuerza su caja torácica por cada paso que daban hasta llegar al ascensor y aumentó más cuando las puertas metálicas se cerraron frente a sus ojos. Connor acarició el dorso de su muñeca y besó sus nudillos para que se tranquilizara, pero ni con ello era capaz de relajar su acelerado corazón.

—Astrid, amor, cálmate —la tranquilizó entre risas.

Lo fulminó con la mirada, soltando un bufido de sus labios.

—Claro, lo dices porque no te aterran las alturas como a mí —le explicó, cruzándose de brazos aguardando por llegar a la planta superior.

No escuchaba lo que decía la chica que los acompañaba en el elevador, debido a que estaba completamente sumida en sus pensamientos en la reacción que tendría al llegar a la cúspide de la torre. No se daba que su cabeza daba vueltas hasta que el elevador de detuvo y las personas comenzaron a salir de la caja metálica. Los dedos de Connor envolvieron su muñeca, le sonrió para luego guiarla fuera de donde se hallaba.

Se refugió en Connor y sólo en él, con miedo a mirar. La apartó de su cuerpo y le dijo que observara a su alrededor, que a su lado no le pasaría nada. Y al hacerlo, nada más estuvo frente a sus ojos excepto el paisaje de la asombrosa ciudad. La manera en la cual los árboles anaranjados formaban una perfecta calle en diferentes direcciones. Los edificios de colores pasteles y las calles de colores de la gama del rojo la emocionaban como nada en ese momento.

Connor le entregó la cámara a su novia, fascinado porque estuviese alegre desde esa altura y ella presionó consecutivas veces el botón con una sonrisa en sus labios, provocando que aquel juguetón hoyuelo que le encantaba se asomara por sus labios. Se acercó hasta ella, envolviendo su cintura con sus brazos y besando su hombro. Le era inevitable recordar la manera en la cual de sus labios pronunciaban sus nombres en medio de jadeos y gemidos, la manera en la cual su cabellera castaña cubría parte de su pecho y sus caderas alzándose por cada vez que sus cuerpos se mezclaban al igual que sus almas.

Masajeó sus caderas, desconcentrándola de su objetivo y provocando que un farfullo saliese de sus labios. Rodeó los ojos y lo miró.

—¿Qué tienes? Aparta tus manos, hombre, quiero fotografiar el paisaje. —Ubicó su ojo en el lente—. No todos los días se ve algo así.

Besó su cuello y recargó su barbilla en la curva de su hombro y cuello, esperando por fastidiarla mucho más.

—Me gusta besarte, presionar mis labios sobre tu piel y ver como su piel reacciona. Por ejemplo, ahora tus mejillas están rojas debido a mis palabras y porque no dejo de rozar mis labios contra tu hombro. ¿Te gusta lo que hago con tu cuerpo?, ¿la manera en la cual tu piel reacciona con mi tacto? A mí me encanta, me fascina la manera en la cual su pulso aumenta.

Astrid volteó, tomando el rostro de Connor y plantando con fuerza sus labios sobre los suyos. Poco a poco el beso comenzó a tornarse más suave y apasionado, las manos de Connor envolvían su cintura, aferrándose a ella como si tuviese miedo a que cayera en cualquier instante. Por su lado sus manos reposaban en su cuello, haciendo que sus dedos se envolvieran por detrás de este. Su cuerpo se inclinó un poco hacia atrás por lo que tuvo que aferrarse mejor a él.

Se alejó un poco, sonriéndole al finalizar con el beso.

—Me voy a caer —murmuró preocupada Astrid, sintiendo su espalda a pocos centímetros de tocar el suelo.

Él, en cambio, se limitó a reír por la reacción que tenía.

—¡No es gracioso! —protestó entre monótonas risas, que hicieron sonreír incluso más a Connor.

—Para mí si lo es. Si pudieses verte, te darías cuenta de porqué estoy riéndome de esta manera.

Astrid sollozó de broma y eso hizo reír más a Connor. La levantó para que estuviese derecha y besó su mejilla.

—Te odio tanto.

—Cualquier con dos dedos en frente de daría cuenta que me amas de la misma manera que yo te amo a ti.

—Y por eso te odio, porque te amo demasiado —confesó, sonriéndole de costado y acercándose tímidamente a sus labios para sellarlos con los suyos.

Sus cuerpos chocaban contra la puerta, debido a la intensidad en la cual se besaban. Los labios de Connor recorriendo su cuello de la manera más alocada posible y sus manos viajando sin pudor alguno por todo su cuerpo, acorralándola contra la entrada de su departamento. El calor se sentía en ambos cuerpos y el choque de vibraciones igual, no eran conscientes que se encontraban en medio del pasillo y no dentro del departamento.

—Te quiero a ti y sólo a ti, Astrid.

—Yo también, no te vayas de mí.

Él le sonrió, alejándose de ella para mirarla mejor. Sus dedos se aflojaron en cuanto tocaron los pómulos de su chica, provocando un ronroneo por su parte y alegrando para tejido y parte de su cuerpo por ello.

Dejarla.

Irse lejos de ella.

En cualquier momento lo llamarían y le darían la orden de que volviese a Londres, pero no podía hacerlo. No podía dejar a Astrid a manos del destino. La quería a ella, cada minuto, cada segundo de su día. No podría llegar a imaginarse su vida sin ella, sin compartir momentos memorables que los hicieran reírse o emocionarse.

Simplemente, no era capaz de vivir lejos de ella.

Apartó su cabello de sus ojos y besó su frente, creando una promesa al sellar sus labios contra su piel. No la dejaría, se idearía algo para estar con ella. Tal vez ser profesor de alguna Universidad en los alrededores de París. No sabía con exactitud lo que haría pero dejarla no era una opción.

El ruido de unos tacos revotó en las paredes del pasillo, provocando que ambos volteasen a ver a la persona responsable del inquietante tac tac que emitían los zapatos. El rostro de Astrid palideció y Connor aferró su cuerpo al de él fastidiado por la presencia de aquella chica. Aún con sus tacones de alta plataforma, Astrid le seguía arrebatando altura por unos cuantos centímetros. La muchacha acomodó su melena anaranjada a un lado y siguió su camino hasta ellos.

—Profesor Hurst, qué sorpresa encontrarlo acá —dijo Helen, mirando presumidamente a Connor y con superioridad a Astrid, la cual mantenía la cabeza alta a pesar de la feroz mirada que le proyectaba—. ¿Es habitual verlo tan cerca e íntimo con una alumna? Podría preguntárselo al señor... ¿DeGrow? ¿DuGrey? ¿Qué tal eso, profesor?

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