32. "Antes"

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Para Astrid recibir a Connor luego de su jornada de clases era más que satisfactorio. Acurrucarse contra su cuerpo y dejar descansar su alma sobre la suya la tranquilizaba la gran parte del tiempo.

Los dedos de Connor acariciaron el dorso de su muñeca en un vaivén lento y suave, que calmaba todo el sistema nervioso de Astrid. Dio un sonoro bostezo, apartando su mano para cubrir su boca. Le encantaba la manera en la cual Connor la mimaba y acariciaba, sobre todo cuando sus dedos se desplazaban sobre su cabellera y la masajeaba, justo como lo estaba haciendo en ese momento. Se acercó más a su cuerpo, pegando su cabeza contra su pecho para así poder escuchar mejor los sonidos de su corazón.

Las voces del televisor las escuchaba de lejos y sus ojos comenzaban a cerrarse. Antes de hundirse por completo en el codiciado Morfeo, escuchó la rasposa voz de Connor haciendo presencia.

—Se acerca tu cumpleaños, Astrid.

—Lo sé —murmuró—. Dos días.

—Ahora solamente uno. —Señaló su reloj que marcaban las doce de la noche—. ¿Planeas hacer algo?

—Eh... No lo sé. Probablemente salga con Colin y Olive en la tarde y por la noche me quede contigo y sólo contigo. —Se separó un poco para chocar sus labios con los de él.

—Maravillosa idea, Astrid.

* * *

No fue de esperarse que en todo el día Colin y Olive actuaran extraño, como si escondieran algo. Aquello inquietaba a Astrid, la cual sólo sospechaba más sobre una "futura" sorpresa. Le encantaban las sorpresas, pero se desesperaba al tener que esperar por ello. Siempre se le caracterizó por ser curiosa y era algo que hasta ella misma era capaz de admitir cuando se le acusaba de arruinar las sorpresas. «No es mi culpa ser así», decía la mayoría del tiempo.

El vidrio de sus lentes se enturbiaban debido al humo caliente que exhalaba la taza de té. Sus manos le picaban debido al calor de la taza, pero no le importó en lo mínimo. Prefería eso a que cubrir sus manos con esos inquietantes y desagradables guantes. Y también sabía el calor en sus manos no era por siempre, era momentáneo y el frío abordaba nuevamente a las palmas y dedos de sus manos. Lo mejor de todo era que el frío en sus manos no era algo que le molestara, al contrario, le facilitaba muchas cosas, como cuando sus mejillas se sonrojaban sus manos aliviaban el calor procedente de ellas. Y aquello era lo mejor de sus manos.

Rio entre dientes al observar a Colin y Olive caminar hasta ella, ambos con una sonrisa en sus rostros y jugando bromas entre sí. Astrid acomodó su bufanda blanca, cubriendo su nariz y comisura de sus labios. Apartó la taza de sus manos, depositándola a un lado suyo, para así cruzar sus brazos sobre su pecho y observar risueña a sus dos amigos, los cuales tramaban algo.

—Hola, Astrid-la-casi-cumpleañera. ¿Ansiosa por cumplir finalmente veinticuatro?

Ella negó, con una alegre sonrisa estampada en su rostro.

— ¿Cómo voy a estar ansiosa? Estoy más vieja. Me gustaría ser como Adaline y no envejecer ningún día.

—Pero esa es una maldición. ¡Era más joven que su hija! —apuntó Olive.

Colin le guiñó un ojo.

—Olive tiene razón. ¡Choca esos cinco!

—Tal vez sea un veintiocho de noviembre distinto, quien sabe.

Ambos saltaron exageradamente para chocar sus palmas, algo que hizo sonreír a Astrid. Era inevitable, ambos eran un chiste juntos, capaz de hacer reír a todos y, más que nada, a Astrid.

Across ParisWhere stories live. Discover now