34. "Entrometida"

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Astrid se debatió internamente si debía o no abrir sus ojos, pese a la calidez de un brazo envolviendo su cintura. No sabía si Connor la miraría de otra manera, tal vez una que ella no esperara. Se removió entre los brazos de su novio y volteó a verlo, acariciando la cúspide de su nariz con su dedo. Mordió su labio sonriente, comenzando a mover su dedo por el resto de su rostro, contorneando sus cejas y acariciando sus largas pestañas, provocando un gruñido por parte de Connor. Rio por lo bajo y se acurrucó más a él, protegiéndose de los rayos solares. Sus labios tocaban su pecho y no esperó segundo para crear un camino de besos que subía cada vez hasta llegar a sus labios.

Escuchó los bufidos pero no se detuvo en besarlo castamente por su cuerpo superior.

—Astrid, no me dejas dormir.

Ella ronroneó y Connor se paralizó al escucharla. Abrió los ojos y se encontró con los brillantes y azulados ojos de la chica clavándose sobre él cómo dos estacas. Él la volteó para que se sentara sobre él. Admiró sus curvas a la luz del sol y acarició su cintura con ayuda de sus palmas. Astrid lo miró sonrojada y bajó un poco la cabeza, intentando que el cabello cubriera un poco la zona de sus pechos, pero él levantó su barbilla provocando que sus ojos se cruzaran por su debido momento.

—No bajes la vista. No te avergüences de tu cuerpo. Astrid, te quiero, y no cómo luces si no por lo que eres. ¿Entendido? No más vergüenza por tu cuerpo. Además, ¡mírate! Eres hermosa en todos los sentidos posibles de las palabras.

Ella se rio, asintiendo con su cabeza y haciendo que mechones de su cabello chocolate de moviesen al decir dicha respuesta. ¿Cómo Connor la quería tanto? ¿Era posible querer a alguien con cada latido de tu corazón cómo él lo hacía con ella? Lo había demostrado y le gustaba la manera en la cual le entregaba cariño y amor a su propia manera. Se sentía especial y querida, como nunca antes se había sentido. ¿Su antigua pareja, Julian, la hizo sentirse así? No, jamás y si siguiera vivo tampoco le hubiese dicho eso. Y si se lo encontrara por la calle, lo más probable era que él le dijese que ya había pasado tiempo y podrían follar por una vez más. Era un cerdo, drogadicto y alcohólico, pero no podía regañarlo porque a fin de cuentas ella fue igual.

Se acercó a los labios de Connor, rozando su culo con el bulto de su novio por lo que un gruñido salió de sus labios. Los besó como si fuese la última vez que lo hiciera, absorbiendo su labio entre sus dientes y disponiéndose a juntar sus lenguas por una vez más.

—Deberíamos bañarnos, ¿te gustaría?

—Claro —replicó Astrid, sonriéndole.

Astrid caminó hasta el baño, sintiendo la mirada de Connor sobre su cuerpo, pero decidió ignorarla. Encendió el grifo y se adentró a la tibia agua, sintiendo las gotas acariciar su hombro. Pronto, unas manos rodearon su cintura y besó su hombro. Estaba de espaldas a él y sentía cómo frotaba la esponja con jabón por su cuerpo; comenzó desde sus omoplatos, haciendo pequeños círculos en ella para ir descendiendo hasta su cintura y glúteos, otorgándole un dulce masaje con la esponja por todo su cuerpo. Recargó su cabeza en su hombro, mientras él se encargaba que la espuma se desprendiera de toda su anatomía.

No esperó mucho cuando las manos de Astrid masajeaban su cabellera de risos, hundiendo sus dedos y creando espuma. Le sonrió y cerró los ojos con fuerza para que el champú no entrara en sus ojos. Tomó las manos de Astrid y refregó sus ojos con ellas, haciendo reír a la morocha. Con ayuda del agua y su novia se deshizo del champú con éxito.

Al terminar la ducha, Connor ayudó a Astrid a secarse, envolviendo su cuerpo con una toalla —al igual que él— y con otra su cabello para que no goteara tanto con el agua acumulada. La sentó en una silla que tenía y desenredó su cabello con ayuda de un peine desde la raíz hasta las puntas, con cuidado de no jalar fuerte su cabello. Luego con ayuda del secador de pelo finalizó todo, sin dejar rastro de cabello mojado o húmedo. La levantó de la silla y besó sus labios rápido, robando su aliente y provocando que riera de nuevo.

Across ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora