Una noche en el Sodoma

Por NayraGinory

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El Sodoma es la mayor discoteca gay de la ciudad, y la de más dudosa reputación, no hay duda. Cada noche, a e... Mais

Introducción
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 16
Epílogo

Capítulo 15

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Por NayraGinory

¡Hola a todos! Aquí os traigo el capítulo 15 de #UNEES, espero que os guste.

Ya queda poco para el final de la historia, pues publicaré el capítulo 16 el sábado 19 de diciembre, y el epílogo el 27 de diciembre.

¡Muchas gracias por leer!

____________________________

Dani y Mateo casi chocaron el uno con el otro en la puerta del Sodoma. El primero, corría a entrar para disculparse; el segundo se apresuraba a salir, con la tenue esperanza de encontrarle. Trastabillaron, se agarraron el uno al otro para no caer, se miraron a los ojos y se pusieron repentinamente serios.

—Dani, yo... —balbuceó el argentino—. De verdad que yo no...

—Aquí no —le interrumpió el español. Miró a su alrededor, buscando un lugar relativamente íntimo en aquel abarrotado local—. Ven conmigo.

Cogiéndole de la mano, le guió hasta una zona del vestíbulo, donde se podían resguardar tras una de las múltiples columnatas que lo poblaban. El argentino se dejó guiar dócilmente, pero una vez que se vieron de nuevo frente a frente, Dani pudo ver aún la ansiedad en sus ojos.

—Sé de qué periodistas me hablás —empezó a hablar, como necesitado de explicarse—, me intentaron entrevistar al entrar en el Sodoma. Como no les di lo que querían, me debieron seguir para fotografiarme.

—A mí también me entrevistaron en la puerta. Fue entonces cuando me enseñaron las fotos.

—Los busqué desde que te fuiste, pero no los encontré. Dani, te juro que yo no...

—Ya lo sé, lo siento. Di por sentado lo peor acerca de ti, en vez de preguntarte primero. Antes que nada, debí haber confiado en ti.

—Solo bailaron conmigo un par de tipos, nada más.

—¿Lo único que hicieron esos tíos fue bailar? —preguntó Dani, elevando sus cejas.

Mateo enrojeció.

—Este... Un pibe intentó algo conmigo, pero yo le... —El entendimiento se pintó en su rostro—. Debió de ser entonces cuando me sacaron la fotografía. Esos pelotudos, hijos de mala...

Dani sonrió al verle tan enojado.

—Ven aquí —le dijo, agarrando su rostro entre sus manos para besarle.

Cuando se separaron Mateo le dejó ver su dulce sonrisa durante unos segundos, antes de que esta se disolviera en una expresión de profunda preocupación.

—¿Y qué haremos ahora? —Se pasó las manos por su dorada cabellera con ansiedad—. Si tienen intención de publicar las fotos...

—La tienen. Mañana todo el mundo las verá en los periódicos.

—Dani, lo siento —exclamó el astro argentino, consciente de que su error iba a pesar más en su pareja que en él mismo.

El defensa bajó la mirada y negó suavemente con la cabeza.

—No es culpa tuya. De nada sirve ya lamentarse. Nos enfrentaremos a esto juntos —continuó, entrelazando sus dedos con los de Mateo—. Como siempre.

—¿Cómo podés estar tan calmado?

Dani se encogió de hombros, sorprendido él mismo por la tranquilidad con la que se enfrentaba al que sería el más sonado escándalo de su vida.

—No lo sé. Supongo que porque ahora sé que digan lo que digan no podrá afectarnos, porque no será verdad. Y porque la única verdad es que estamos en esto juntos, por mucho que intenten separarnos.

—Cómo te quiero —suspiró Mateo, abrazándose a su cuerpo en busca de consuelo.

Dani se aferró a él, pensando en que quizás deberían avisar a sus representantes de lo ocurrido aquella misma noche e imaginándose cómo sería el día siguiente: las fotos en las portadas de los rotativos, el escándalo en los telediarios, los comentarios de las tertulias deportivas y sensacionalistas, las llamadas y acoso de la prensa...

—Mañana será un día duro —le dijo, a modo de advertencia, separándose un poco de él.

—Sos muy optimista. Será una semana dura. O dos.

—Deberíamos llamar a...

—Lo sé —afirmó Mateo, dando a entender que había pensado en lo mismo—. Pero antes necesito un trago.

—No creo que...

—Oh, por favor... Necesito hacer algo que nos deje al menos un buen recuerdo de este lugar. No lo vamos a volver a pisar en muuucho tiempo.

Dani consintió.

—Está bien. No hay nada que podamos hacer esta noche que pueda empeorar nuestra situación de todas formas. Pero solo una copa, y luego a casa.

—A la orden, mi capitán.

Sonrió a su pesar.

—Anda, vamos.

Cogiendo de nuevo su mano, el leonés guió a su pareja por el local, en busca de una barra en la que ahogarse en alcohol. Mientras caminaba, ni él mismo tenía muy claro que tendría el temple de tomarse "solo una copa", pero sus pensamientos se interrumpieron cuando notó que Mateo se detenía detrás de él, y le obligaba a pararse.

Daniel miró hacia atrás para ver qué retenía al argentino, y lo que vio le produjo un escalofrío en su columna vertebral.

Mateo le miraba desafiante, a la vez que se mordía el labio inferior en un gesto lleno de lascivia.

—¿Qué...? —quiso preguntar, pero un sutil gesto de Mateo le hizo mirar hacia su derecha.

Allí vio una puerta negra, casi imperceptible salvo por el símbolo "♂" que mostraba en neón rojo. A la vez que se percataba de qué debía ser aquel lugar, notó que Mateo se le acercaba y le lamía el cuello, consiguiendo dispararle la frecuencia cardiaca.

—En realidad... —Su dulce voz era como una caricia más contra su piel—, hay algo que necesito mucho más que un trago esta noche.

Dani intentó apartarse, ignorando la manera en la que su cuerpo despertaba ante aquel candente contacto.

—Pues entonces, vámonos ya a casa...

—No, en casa no —ronroneó Mateo—, acá, ahora. Vos mismo lo dijiste: nada que hagamos esta noche empeorará nuestra situación, y antes de que nuestra vida se convierta en una locura, quiero vivir una noche de libertad con vos.

Dani se perdió en sus enormes ojos mientras el deseo acudía a él en oleadas. Sin poder evitarlo, rodeó la esbelta figura del astro argentino con sus manos, dejando que sus palmas aprehendieran la calidez de aquel cuerpo que no sólo conocía mejor que el suyo propio, sino que también deseaba con locura.

—No sé qué has hecho conmigo, ni cómo lo has hecho. Pero me gusta la persona en la que me has convertido.

Mateo sonrió, exhultante.

—¿Eso es un sí?

Dani se alejó de él lo suficiente como para abrir aquella puerta y dejar que el intenso y atrayente olor del sexo llegara hasta sus fosas nasales.

—¿Te vas a quedar ahí parado? —preguntó a su vez, extendiendo su mano hacia él.

Sin una palabra más, Mateo asió la mano que le ofrecía, para cruzar junto a él la puerta del cuarto oscuro.

*

Luigi Scarletti había tenido una buena noche: la entrevista había salido a pedir de boca, y habría salido mejor de no ser por aquel japonés tan estirado; había conseguido unas fotos comprometidas de uno de los mejores futbolistas del mundo y también las declaraciones en exclusivas del novio de este, ambos dos iconos gays en pleno ascenso. Le gustaba empezar a perfilar sus artículos in situ, así que habían dedicado el resto de la noche a pulir la historia y editar el material fotográfico desde uno de los cómodos sillones que había al fondo del famoso local. Tras escribir el primer borrador de su historia, Luigi sonreía satisfecho, pensando que el estruendoso y erótico ambiente había quedado plasmado en sus palabras, al igual que en las maravillosas fotografías de Jean Claude.

El fotógrafo iba a su lado, pero no parecía tan satisfecho como él; al contrario, parecía bastante miserable. Luigi decidió que no iba a dejar que eso le afectara, y ya hacía planes acerca de cómo renegociaría al alza su contrato con la revista tras el fantástico material que les iba a presentar. Esto podía significar el espaldarazo definitivo para su carrera.

—Alegra esa cara, Jean Claude —dijo mientras se dirigían hacia la salida—, esta noche hemos hecho historia.

—Y mañana le vamos a arruinar la vida a dos personas.

—¡Bah! Te lo tomas demasiado a pecho. Se esconderán en sus mansiones un par de días, dejarán el marrón en manos de sus representantes, y la semana que viene seguirán facturando millones por correr detrás de una pelota —aseveró.

—Frivolizas demasiado.

—Y tú eres muy melodramático, relájate. Todo saldrá bien.

Cruzaron el umbral del Sodoma y salieron al exterior. El aire estaba fresco y vivificante, un agradable cambio tras el viciado ambiente del interior.

—Mañana a primera hora, llamaré al editor. Le encantará saber que...

Se interrumpió al ver a dos hombres avanzar en su dirección. Uno de ellos era alto, fornido, de corto cabello y un marcado hoyuelo en la mandíbula. El segundo era más bajo y delgado, pero tenía un brillo en sus ojos que le hizo ponerse en guardia.

—Buenas noches —les interpeló el primero—. Busco a Luigi Scarletti.

El aludido se tensó, viendo venir problemas. Sintió la tranquilizadora presencia de Jean Claude tras él y elevó la barbilla con altivez.

—Pues lo ha encontrado. ¿Quién lo busca?

—Mi nombre es Hugo Goikoetxea. Soy abogado. Mi representado, aquí presente —añadió, haciendo un gesto hacia el hombre que se mantenía en silencio junto a él—, prefiere que su nombre se mantenga en el anonimato. Tenemos un asunto que tratar con usted.

—¿Acerca de qué, si puede saberse?

El abogado se tomó unos segundos para sacar un cigarrillo de un bolsillo interior de su chaqueta y encenderlo.

—Acerca de unas fotografías que se han tomado esta noche sin el consentimiento de las personas que figuran en ellas —afirmó, exhalando el espeso humo.

—¿Y qué si así fuera? ¿Es eso ilegal?

—A lo mejor... —dejó caer el abogado.

—Pues denúncieme —le retó el periodista—. Vamos, Jean Claude, no tenemos nada que tratar con los representantes de Mateo Vicovic —dijo, a la vez que les daba la espalda.

—No representamos los intereses de Mateo Vicovic.

Luigi giró sobre sus talones.

—Entonces, ¿de quién?

—Tengo entendido que hay una segunda persona en esas fotos.

—¿Y qué si así fuera?

—Que mi representado, aquí presente, tiene un interés personal en que esas fotos no se hagan públicas, y le informo, por si está pensando en perseverar en su empeño de publicarlas, que también tiene los recursos económicos y legales para destrozarle la vida si lo hace.

—No es ilegal sacarle fotos a un jovenzuelo. Por mucho interés personal que su representado tenga en él.

—Sí que lo es, si el jovenzuelo del que hablamos es menor de edad.

Luigi palideció, pero vio un último y desesperado intento de salirse con la suya.

—En realidad, no importa si...

—Yo les daré las fotos. —Oyó decir tras de sí.

Luigi se giró para mirar a Jean Claude, que buscaba en su maletín la tarjeta de memoria en la que estaban las fotografías.

—No harás tal cosa, no vamos a ceder al chantaje de...

—Es un menor, Luigi —le interrumpió el fotógrafo—. Me da igual si es legal o no, me da igual si tú tienes razón o la tienen ellos. Estamos hablando de un menor. Esto no está bien.

Resopló con violencia mientras presenció el momento en el que su fotógrafo le daba al abogado la tarjeta de memoria y se despedía de ellos. Luego, sin una palabra más, se dejó guiar, como embobado, hasta el vehículo que tenían aparcado a unos pocos metros.

—Dime que tienes copias de las fotos, que ese numerito solo era para engañarlos —le rogó a su fotógrafo al detenerse junto al coche.

—Esas eran las únicas copias. Lo que dije, lo pensaba de verdad.

Luigi se dio cuenta en ese momento de que Jean Claude le sostenía por el brazo, y se libró de su agarre.

—Te acordarás de esto —le amenazó—. No volverás a trabajar en ninguna revista de...

—Tampoco estoy hecho para este trabajo, Luigi, no tengo madera de periodista —le cortó. Abrió la portezuela del coche, franqueándole el paso—. Tú sí que lo tienes, eres estupendo en tu trabajo, pero esta noche hemos estado a punto de hacer algo que estaba mal. Cuando recapacites, verás que es así.

Luigi asintió. No le quedaba más remedio que olvidarse de aquella historia.

—Vinimos a por una entrevista, y es con lo que nos vamos —suspiró, subiendo al vehículo.

El fotógrafo se sentó ante el volante y accionó el motor del coche.

—Y así debe ser.

*

David y Hugo se mantuvieron en silencio hasta que vieron cómo el coche de aquellos periodistas se perdía calle abajo. Luego, Hugo le entregó a David la tarjeta de memoria.

—Gracias —dijo el alemán, sosteniendo el dispositivo entre sus dedos—. Te debo una.

—Me debes montones —respondió el abogado—. Anda que no te metes en follones para sacarle las castañas del fuego al mocoso ese.

David se encogió de hombros como si el comentario no fuera con él. Luego dijo:

—Noah ya no es menor de edad.

—Ya lo sé —dijo Hugo, elevando las cejas varias veces con picardía—, pero eso ellos no lo sabían. —Acabó su cigarrillo y lo tiró a la acera—. Bueno, yo ya me voy, que no pinto nada aquí. Porque supongo que tú te quedas, ¿no?

—Supones bien.

—Supongo también que pretendes sacar provecho de tus buenas acciones de esta noche.

—Qué mal concepto tienes de mí —le reprochó David, guardando la tarjeta en uno de sus bolsillos—. Si todo sale como a mí me gustaría, Noah nunca sabrá nada de todo esto.

Hugo negó con la cabeza.

—No se merece lo que haces por él.

—Ni yo lo que tú haces por mí. —David le abrazó como despedida—. Gracias.

—No me las des. Para eso están los amigos.

Hugo empezó a caminar hasta que la voz de David le detuvo:

—No te quedarán más cigarrillos, ¿verdad?

Se giró para mirarle.

—¿Pero tú no lo habías dejado?

—Sí, pero con algo tendré que matar el tiempo.

Hugo le lanzó una cajetilla que el otro cazó en el aire.

—Trata de no matarte a ti también por el camino. Hasta luego, David.

—Hasta luego.

David se reclinó contra la pared mientras veía cómo su mejor amigo se alejaba calle abajo. Luego sacó uno de los cigarros, lo llevó a sus labios y lo encendió, dispuesto a seguir esperando. Sabía que debía irse, que no era ni sano, ni bueno, ni maduro seguir pasando frío en aquella húmeda y ruidosa calle con tal de poder ver salir a Noah del Sodoma, pero sabía que una parte de su mente se había decidido a hacerlo, y se conocía demasiado bien a sí mismo como para pensar que a esas alturas iba a cambiar de opinión. Ya había decidido que aquella noche le daba igual si Noah le convenía o no, y lo que era peor, tampoco le importaba lo más mínimo si él le convenía a Noah. Ese pensamiento le hizo sentirse genuinamente egoísta durante un momento. Sacó de su bolsillo la tarjeta de memoria y la observó, en un intento de convencerse a sí mismo de que su desinteresado acto de aquella noche le eximía de cualquier mal que pudiera hacer. No lo consiguió del todo. Volviendo a prender la llamita del mechero, acercó a ella la tarjeta, y observó cómo el material con el que estaba hecha empezaba a chisporrotear y derretirse.

—Definitivamente —dijo para sí mismo, envuelto en los efluvios del tabaco y el plástico quemado—, sí que se lo merece.

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