room 72; camren

By milanolivar

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Camila es doctora en un hospital de Los Ángeles. Su vida se basa en ir al hospital, cuidar de su hermana Sofi... More

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Último Capítulo
Epílogo
Epílogo 2
Room 72 en físico
Room 72 portada

Capítulo 40

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By milanolivar

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Lauren's POV

Este embarazo no era como el primero, no era lo mismo ni de lejos. Camila estaba más calmada, quizás más triste. Yo la tenía aún más consentida, pero ella no tenía aquellos cambios de humor tan bruscos, ni me desquiciaba. Era una versión suya más apagada, más tenue y distraída. A veces, cuando creía que yo no estaba, podía escucharla llorar en el baño, pero yo fingía que no lo había escuchado y que estaba bien, porque si yo tenía una sonrisa en el rostro, ella también la tendría.

Los meses pasaron realmente lentos, no fue tampoco como en el embarazo de Karla. La espera nos estaba matando, era más el sufrimiento antes del parto del que habría después. Si era ciego, habría que aceptarlo, no quedaba otra. Si no lo era, sería perfecto. Pero mientras tanto, nos ahogábamos entre la esperanza y el pesimismo.

Con la tripa de unos cinco meses que apretaba su jersey, caminábamos por Rodeo Drive mirando los escaparates. Por fin, después de tantos años, había aceptado que yo quería comprar esas cosas y que podíamos comprarlas. Yo conducía el carrito de Karla, que miraba la calle con los ojos bien abiertos y la manita metida en la boca. Al ver un coche color rosa, ella estiró el dedo y se giró hacia mí.

—¿Qué es eso? —Pregunté sin dejar de caminar con las manos en los manillares del carro.

—Ote. —Me encantaba la forma que tenía de decir las palabras, porque ni siquiera formaba frases, y si la palabra era muy larga, sólo decía la terminación.

—Es tan graciosa. —Dije yo, observando cómo Camila se daba la vuelta con una sonrisa.

—Se parece a ti. —Añadió a mi comentario.

Entramos en una tienda de bebés, y yo me quedé con Karla, porque la que normalmente entendía de ropa era ella. Me agaché delante de la pequeña, colocándole mejor el cuello del vestido que Camila le había puesto aquella tarde.

—¿Qué tal lo estás pasando de compras con mamá? —Susurré dándole un besito en la nariz, y ella apretó mis mejillas algo torpe, abriendo la boca para soltar las risas más alegres y sonoras del mundo. —Eso es bien.

—Oiga, ¿tiene este modelo para un niño recién nacido? —Escuché la voz de Camila a mi espalda, y me erguí acercándome a ella en la caja.

—Lo siento, sólo la tenemos en rosa. —Camila sostenía una camiseta pequeña en la que ponía 'I love my mom', algo grande, como para la edad de Karla. Frunció el ceño mirando la camiseta.

—Pues entonces démela en rosa. —Respondió ella algo cansada por la situación.

—¿Está segura? —Añadió la chica.

—¿Segura de qué? —Aquella situación me estaba dejando realmente perpleja.

—De si la quiere rosa. —Camila no cerraba la boca ni un momento, parecía estar petrificada.

—¿Se va a morir mi hijo si la lleva rosa? ¿Es que el rosa transmite el sida y me acabo de enterar? —La chica enmudeció, pero Camila parecía realmente enfadada. —Hay más problemas que el color de una camiseta.

La dependienta se giró y de una pequeña cajita sacó la camiseta rosa, que Camila observó durante unos segundos, cogiéndola con las manos.

Pagó sin más y salimos de la tienda. Antes de entrar en el coche, compré una bandeja de fresas bañadas en chocolate.

—Gracias, pero no tengo ganas. —Hizo una pequeña mueca poniéndose las dos más en la tripa, soltando un leve suspiro.

—No quiero tener que hacer fresas con chocolate esta noche. —Camila sonrió negando ante mi alegato, y miró a Karla por el retrovisor, que tenía una de las fresas en la mano, y la cara manchada de chocolate.

—Es una pequeña versión de ti. —Me encogí de hombros mientras miraba al frente, girando el volante para partir hacia Malibú.

—Tiene sentido porque es mi hija, ¿no? —Sonreí mirándola rápido antes de seguir conduciendo.

Una de las mejores cosas al llegar a casa era ver a Camila y a Karla jugando juntas. Bueno, quien dice jugando, dice tocándole la tripa y mirando a su madre con los ojos bien abiertos, como si no se creyese aún que aquella barriga de su mamá hubiese crecido tanto. En cierto modo, que fuese pequeña era una ventaja, porque no iba a tener celos de su hermano. Era una niña de dos años, que casi no entendía qué significaba tener un hermanito.

—Lauren, te está sonando el móvil. —Camila echó la cabeza hacia atrás en el sofá para mirarme, y rápidamente cogí el teléfono.

—¿Sí? —Contesté subiendo las escaleras a mi despacho.

—Hey Lauren. ¿Qué tal te va la vida? —La voz de Chris sonó al otro lado del teléfono.

—Bien, bien. ¿Cuándo os mudáis vosotros? —Pregunté mirando por la ventana del despacho, desde la que se veía perfectamente las luces de los barcos que surcaban el pacífico.

—La semana que viene, si todo va bien.

—Genial, genial. —Dije suspirando, apoyando la mano en la mesa.

—¿Qué te pasa? Estás muy sosa últimamente. —Rodé los ojos. —En fin, haremos una fiesta de bienvenida.

—No creo que Camila y yo vayamos. —Respondí instantáneamente.

—¿Cómo qué no? Tú no eres mi hermana Lauren, la que siempre hace bromas.

—Ya. —Dije sin más.

—Venga ya, tienes que venir. No seas muermo joder, Lauren.

—No podemos, Chris.

—¡Venga! ¡Es nuestra casa! ¿Desde cuándo te has vuelto tan aburrida?

—¿¡Sabes lo que es mantener una sonrisa cuando todo es una mierda, Chris!? —Grité a través del teléfono, fijando la vista en el suelo.— ¿Sabes lo que es que las únicas sonrisas que haya en mi casa sean tristes? ¿Sabes lo que es que mi mujer se desmorone a cada segundo y yo tenga que estar ahí diciéndole que todo va a salir bien cuando yo también estoy hecha una mierda? ¿Sabes lo que es saber que tu hijo lo más probable es que sea ciego? Y yo me quiero morir, Chris. Porque tengo que tirar de este matrimonio yo sola, y me estoy desgastando. Me canso de animarla, me canso de darle esperanzas que no sé si son verdad, me canso de intentar sacarle sonrisas sabiendo que la mía es falsa. —Me giré, y justo Camila estaba detrás de mí. Colgué el teléfono rápidamente, había metido la pata hasta el fondo. Tenía los ojos vidriosos, casi a punto de llorar. —Camz...

—Sólo venía a decirte que ha llegado el sushi... Pero ya me voy, te dejo tranquila... —Se quitó con los dedos una lágrima que le caía por la mejilla y se giró para irse.

—Camz, Camila. —Me apresuré hacia ella, cogiéndola del brazo con suavidad. —No quería que sonase así, no quería decir eso...

—Lauren, sí que querías decir eso. —Sonrió un poco mirándome a los ojos, asintiendo. Si sus sonrisas normalmente eran tristes, esa lo era aún más. —Y siento que tengas que tirar de mí.

—Camila, no te enfades, por favor. Quería decir eso, pero no de esa forma. —Estaba desesperada, no quería que se enfadase, no ahora, no quería que me dejase en mitad de todo esto.

—No estoy enfadada. —Sonreía aunque sus ojos lloraban, y las lágrimas caían por sus mejillas. —Estoy triste por no haberte ayudado. Estoy triste porque no sé qué vamos a hacer de aquí a cuatro meses. Y creo que en vez de lamentarnos porque va a ser ciego, deberíamos aceptarlo de una vez. —La abracé, presionando mis labios contra la piel de su cuello en un intento de refugiarme en ella. —Podría ser peor, ¿sabes? Podría nacer siendo republicano, como Trump. —Solté una risa de verdad, real, aunque en realidad estuviese a llorando.

Y esa fue la primera vez que Camila hizo una broma de algo realmente serio.

* * *

Tres meses después

—Lauren, ¿dónde están los pañales? —Preguntaba Camila con el armario abierto de Karla, que estaba tumbada en el suelo encima de una alfombra de colores. Cada vez que presionaba uno de los distintos colores, emitía un sonido diferente de animal.

—No lo sé, cariño. —Camila se dio la vuelta, mostrando aquella voluminosa tripa que se le había vuelto a poner.

—¿Te acuerdas de la dependienta aquella que no quería venderme la camiseta rosa porque decía que era de niña? —Preguntó mientras doblaba los vestidos de Karla y sus pequeños pantalones.

—Bueno, no fue exactamente así, sólo te dijo que no tenían de niño... —Murmuré, y Camila se dio la vuelta casi indignada.

—¿Cómo? Esa chica no quería vendérmela. —Dijo con las cejas fruncidas.

—Claro, cariño. —Le di la razón sin más, odiaba pelearme con ella estando embarazada porque al final, acababa llorando sin razón aparente y la culpable era yo.

—Pues antes de salir me dijo que podía influenciar mal al niño. ¿Sabes? Me pareció curioso. —Puso una de las camisetas en el estante, mientras yo olía las nuevas colonias de bebé que Camila había comprado.

—¿Por qué te pareció curioso? —Karla pulsaba el color verde, en el que sonaba un pequeño gatito.

—Porque tú has intentado ponerle camisetas de béisbol a Karla, ya sabes... Camisetas que no son realmente de niña. Y ella las odia. —Rodé los ojos, ya empezaba a pasarme por la cara que era 'su niña' y no había conseguido lo que yo quería.

—Si Michael no me deja ponerle mis camisetas me divorcio, me mudo a Australia y adopto a un bebé canguro.

—Eres una dramática. —Respondió cogiendo uno de los vestiditos, quedándose mirándolos un momento.

—Me llama dramática la que dice que la dependienta no le quería vender una camiseta... —Murmuré para mis adentros cogiendo a Karla en brazos.

—¿Qué dices? —Dijo mirándome fijamente, casi enfadada.

—Nada, nada cariño, que hoy estás preciosa. ¿A que mamá hoy está preciosa? —Karla se me quedó mirando sin entender nada, soltando una risa y dándome algunos golpes en la boca con las manos abiertas.

Ami. —Comencé a darle besitos en las manos poniéndola luego en el suelo.

—Lauren ven aquí. —Me acerqué a ella algo preocupada, poniendo las manos en sus mejillas.

—¿Estás bien? —No quería que volviésemos a como estábamos hacía unos meses, no podíamos volver a eso.

Pero al contrario de mis pensamientos, Camila se levantó la camiseta, y señaló uno de los laterales de su tripa. Su piel, estirada, tersa y tostada, mostraban las marcas de un pequeño pie, que presionaba su vientre.

—¿En serio? ¿Es su pie? —Cuando Camila asintió, y pude ver que estaba llorando. —¿Por qué lloras? Camila, no llores.

—No me digas cuando llorar. —Hizo un puchero dándome un golpe en el hombro. Volvía a ser la misma Camila de siempre.

Pasé la yema de mi dedo por el piececito del pequeño, que retiró rápidamente al notarme.

En ese momento supe, que dentro de lo malo, iba a seguir siendo maravilloso.



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