Aika

By WinterForest0

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Cuando Brenda acogió a Aika, nunca se imaginó que esa pequeña pelirroja, de piel blanquecina, que en ese ento... More

Huida.
Sola .
Pasos en falso.
Comenzando su juego.
Su voz demandante.
Fingiendo una enfermedad.
Sometida.
Dudas y confirmaciones.
Órdenes.
No es gracioso.
El beso de la muerte.
Petrificada.
Tan pronto como naciese
Verdadera asesina
No me dejes.
Enamorarse no es pecado
Mi destino
Epílogo

La primer víctima.

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By WinterForest0

Capítulo VII

«Cayó sobre mi espíritu la noche,
en ira y en piedad se anegó el alma,
¡y entonces comprendí por qué se llora!
¡y entonces comprendí por qué se mata!».
—Gustavo Adolfo Bécquer.

La noche cayó como un ancla sobre el mar. Me sentía nerviosa. Había ido varias veces a vomitar al baño de mi habitación, para que nadie me oyera. El peso en mis hombros aumentaba conforme las agujas del reloj avanzaban, era agotador temblar cada vez que alguien me hablaba. Me sentía observada a cada momento, sin embargo cuando volteaba a ver, no había nadie. Estaba completamente tensa.

Lo planeé todo en mi cabeza… Tal como Luzbel me lo había indicado. Esperaría hasta que todos se durmieran, entonces tocaría a su puerta, él la abriría mientras yo iba a la cocina. Haría ruido ahí y él bajaría a ver qué sucede. Entonces en ese momento lo provocaría. Subiríamos a su cuarto. Después deseaba que todo pase muy rápido. Alejandro no me caía en gracia, pero a pesar de su arrogancia y antipatía, no tenía motivos para matarlo.

No estaba muy segura de si él iba a caer con mis «encantos» ya que nunca había intentado seducir a nadie, era torpe en muchos sentidos. Pero estaba dispuesta a intentarlo todo. Debía elegir entre la vida de Alejandro, un chico que apenas conocía o la vida de Ángeles, mi mejor amiga. Sin duda, quería que Alejandro tuviera una muerte rápida. Ese era mi único deseo. No quería verlo sufrir. Mi mente se preparaba para el impacto psíquico que tendría que soportar. Después de todo, yo iba a matar a alguien y por más que trataba de imaginarme el trágico momento, no sabía cómo iba a procesarlo. Me repetí mil veces que era por Ángeles. Me dije a mí misma que era sometida a esto, que no era mi culpa.

* * * * *

Todos estábamos en la mesa, era la hora de la cena. Febe había cocinado una sopa de verduras. Ella era vegetariana y por supuesto, quería arrastrarnos a todos a serlo. Junto a mi plato colocó una vaporosa sopa y así fue sirviéndole a cada uno en la mesa. Nadie dijo palabra respecto del platillo preparado para la ocasión, puesto que ninguno quiso cocinar. Por mi parte, admitía que no era buena en el arte culinario, por eso no iba a quejarme, además no tenía hambre.

—Bueno… ¿Hacemos una oración? —propuso Febe. La miré extrañada —. Solo bromeaba —aclaró.

—¿Acaso te ofendí? No me digas que crees en eso de que existe un ser sobrenatural que gobierna con justicia y amor —se burló.

—Acá todos nosotros somos ateos, hermosa —masculló  Joel.

—Dios te va a castigar —dijo Ana y rieron a coro.

—¡O el diablo! —exclamó Simei.

Ellos reían a carcajadas, mientras yo miraba la escena sin decir palabra. Ahora entendía la situación.

—¿No vas a decir nada? —escrutó Alejandro, tapándose parte de la cara con una servilleta, dejando sus ojos a la vista—. Aika, ellos no existen, son parte de la imaginación de un loco que se hizo famoso por escribir la Biblia o como se llame ese libro de fábulas, moralejas y parábolas.

—¡Soy Lucifer y voy a llevármelos a todos! —gritó Joel.

—¡Y yo el demonio que lo acompaña! —exclamó Febe.

Se divertían.

—Malditos locos los que creen en el Cielo y el Infierno —murmuró Simei.

—Son unos idiotas —susurré con rabia.

Las miradas de todos se posaron sobre mí.

—¿Quiénes? —preguntó Febe.

Lo pensé… Pensé en pasar mis manos en cada mejilla, para que sabiendo que sí es real el Infierno, pidieran misericordia y perdón. Pero no podía hacer eso. No era mi decisión.

Mordí mi labio inferior y cerré los ojos.

—Los que creen en esas historias de fantasía —finalmente dije, seria.

—¡Amiga atea! —gritó Joel y todos golpearon sus mesas con euforia.

Sonreí sin ganas.

—Se va a enfriar —Febe sostenía su cuchara en el aire.

Asintieron y comenzaron a tomar la sopa con mucho entusiasmo. La charla los había animado a todos, menos a mí.

* * * * *

Tomamos café y luego cada uno subió a su habitación, ya eran las once de la noche. Habían planeado hacer una excursión en el bosque a la mañana siguiente. Yo estuve de acuerdo en acompañarles cuando me invitaron, pero conociendo lo que se avecinaba, sabía que nadie tendría ganas de salir de la casa.

Además, Él no iba a permitirlo.

A las doce menos cuarto salí de mi recámara ubicada al principio del pasillo. Caminé por este con sigilo y puse mi oído en cada puerta para descartar un posible observador.

Al llegar al final del corredor, miré la puerta del cuarto de Alejandro y suspiré temblando.

«Todos duermen profundamente. No tienes que preocuparte». Luzbel en mi cabeza.

Toqué su puerta suavemente y cuando quise correr, mi dueño habló nuevamente.

«Más fuerte, querida».

Di unos sonoros golpes en la madera y salí a toda velocidad hacia la cocina.

Cuando llegué abajo, busqué una taza y la arrojé al suelo sin pensarlo. A los minutos, alguien bajaba por las escaleras…

Alejandro.

Actué sorprendida al verle y él me imitó. Pero sabía que Alejandro estaba realmente sorprendido.

—No quise despertar a nadie —dije en voz baja —; perdón.

—¿Qué haces despierta?

—No podía dormir.

—Trata de no hacer más ruido, murciélago —dijo y se volteó para volver a su habitación.

«Idiota». Se escuchó en mi cerebro. Debía hacer algo.

—¡Espera!

Giró a verme.

—Yo… Yo necesito estar con alguien esta noche —dije, tratando de sonar lo más sensual posible.

Sonrió y se acercó.

—¿Así que de eso se trataba? —susurró con una ceja levantada.

Asentí suavemente.

—Pero no aquí, en tu habitación —mascullé mordiendo mi labio.

—No tienes que pedirlo dos veces.

Tomarle de la mano no fue problema, mis guantes me protegían. Nos dirigimos a su recámara, mientras él buscaba con su otra mano mis muslos.

—No pensé que eras esa clase de chica —farfulló divertido, abriendo la puerta al llegar.

—Te equivocaste —fingí una sonrisa. Mis nervios estaban saliendo a flote nuevamente.

Encendió la luz con rapidez y me condujo directamente a su cama, mientras casi se abalanzaba sobre mí.

«Aika, es hora… Dile para quién trabajas y qué quieres realmente».

—Espera —dije zafándome de él.

—Te entregaste y ahora me apartas. Eres una gata flora, pendeja —gruñó.

—¿Te acuerdas de la conversación de hoy en la cena —inquirí, abriendo la ventana balcón.

—¿Quieres hablar antes del sexo? Bien… Sí, me acuerdo.

—Yo no soy atea.

—Me lo imaginé; tu cara te delataba.

—Soy creyente.

—Qué, ¿ahora vas a decirme que quieres que nos casemos antes de tener sexo?

Reí. Este chico me estaba poniendo de mal humor.

—No. Te estoy diciendo que soy creyente. Que creo que el diablo existe.

—Okey —contestó incrédulo.

—Ven —le tendí la mano.

—Por fin terminaste tu discurso. —Caminó hacia mí saliendo al balcón.

—Sí, terminé. Pero no contigo —pensé en Ángeles mientras retiraba un guante de mi mano —. Hoy vas a encontrarte con la cruda realidad.

—¿Con cuál realidad?

—Con Luzbel. Perdón… —fue lo último que dije y coloqué mi fría mano en su rostro.

Inmediatamente, sus ojos se desorbitaron, su cuerpo parecía estar sufriendo un ataque de epilepsia. Un hilo de espesa sangre brotó de su boca, alcanzando parte de mi mano y salpicando mi ropa. Di unos pasos hacia atrás, tapándome los labios para no gritar de la desesperación.

—¡Él viene por mí! —exclamó trastornado, antes que cayera del balcón.

Corrí a mi habitación y cerré la puerta con cuidado. Fui hasta el baño, me saqué la ropa, lavé mis manos y mi rostro. Vomité al verme en el espejo.

«Muy bien, mi querida, ahora solo faltan cinco». Luzbel se volvía a meter en mi cabeza.

Lloré al escuchar las puertas de las otras recámaras abrirse. Yo había matado a alguien. Mi alma ya se había teñido de negro…

Al igual que mi conciencia.

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