Sostén Mi Mano |TERMINADA.|

By GuadalupeJimenez5

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Los Personajes Literarios parecen ser la única salvación para los adolescentes con serios problemas, en este... More

Capitulo 1:
Capítulo 3:
Capítulo 4:
Capítulo 5:
Capítulo 6:
Capítulo 7
Capítulo 8:
Capítulo 9:
Capitulo 10:
Capitulo 11:
Capitulo 12:
Capítulo 13:
Capítulo 14:
Capitulo 15:
Capitulo 16:
Capitulo 17:
Capítulo 18:
Capítulo 19:
Capítulo 20:
Capitulo 21:
Capítulo 22:
Capítulo 23: Final.
ANUNCIO

Capitulo 2:

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By GuadalupeJimenez5

Aquella noche soñé con pelo despeinado y rubio, ojos odiosos y una boca que repetía "La ayuda se fue y tu peor pesadilla llegará de inmediato". Para ser alguien tan amenazante no me pareció una persona de cual deba aterrarme; pero lo desgarrante se aproximó después, cuando se escuchaba perfectamente la voz de Alex pronunciando "Lo siento" a lo lejos.

*Nota de la escritora: Escuchar Snap Out Of It de Artic Monkeys*

Cuando desperté las agujas del reloj despertador marcaban las siete con dos minutos. Para mi sorpresa me encontraba en mi habitación, en casa de mi querida abuela. Mi cumpleaños número diecisiete era ese mismo día. Supuestamente decían que era la mejor edad de la adolescencia, ya que no eres lo suficiente grande para dejar de hacer tonterías, pero eres lo suficientemente grande para salir de noche.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras para ir directo al baño. Tomé una ducha rápida, pero no lavé mi pelo, estaba por completo desganada de todo. Cuando salí tomé un mechón de pelo violeta. Me encontraba tan emocionada por aquel día, tan mágico, tan..."Aburrido" dijo mi mente. Tenía razón. Quiero decir, mi vida no tenía nada de especial, era la típica adolescente aburrida, con el estilo entre hipster, punk y emo. Con las venas cortadas por las navajas. Utilizaba múltiples pulseras para que las cortaduras no se vean en ningún momento. Depresiva, tan depresiva que apenas tenía una amiga. Que siempre pasaba los exámenes de la escuela con sietes. La aquella chica que prefería ayunar todas las mañanas para tener un físico delgado y no ser juzgada por la sociedad. La que utilizaba una sonrisa como mascara para que nadie me pregunte el típico "¿Estás bien?" y yo tan solo asentir alegre de forma mentirosa. Era la misma chica que prefería quedarse en casa todos los viernes por la noche, encerrada en su habitación, tomando un té, leyendo esas hermosas novelas románticas. De esas que tenían un personaje masculino ficticio, que te enamoraba con esas mágicas y tan ciertas palabras que a toda chica le gustaría que le dijeran al menos una vez en toda su vida. Eso era lo que yo buscaba, el chico perfecto. Pero lamentablemente no existía. Sufrí catorce veces por nada, me metí con seis chicos, en diferentes ocasiones, para ver si encontraba alguno para mí, me equivoqué siempre. Me sentía una basura por dentro, y por fuera me veía feliz, con esa horripilante mascara.

Las lágrimas recorrieron por mis mejillas, y un enorme nudo se formó en mi garganta. Cuánto deseaba que un personaje literario viniera solo por mí, que se quede conmigo por siempre, o al menos para curar mis heridas. Las heridas de mi corazón y alma. Limpié mi cara con agua fría y salí del baño. Me sentía tan mal por lo del día anterior, pero como era mi cumpleaños me dije a mí misma que por lo menos debía estar feliz por mi abuela y por Iris.

Salí envuelta por una toalla blanca y al verme mi abuela me felicitó por mi cumpleaños.

— ¡Mi niña ya está creciendo! No puedo creerlo, mi cielo— ese era su discurso de todos los años.— En tu habitación dejé tu regalo, ve—me sonrió con dulzura.

Asentí animada y subí apresurada la escalera caracol. Abrí la puerta de mi habitación; el piso era como el de abajo, de madera oscura, un colchón se hacía pasar por mi cama, encima de él estaban las frazadas que durante toda mi vida mi abuela fue tejiendo a mano. Por los muros colgué casi todos los cuadros y dibujos que pinté desde el primer año del instituto. Del lado izquierdo de la habitación pequeña, había estantes con libros que ya no daban abasto para más, de todas formas yo compraba más y más, y en la esquina puse un armario de madera, pintado en verde oscuro, allí ponía mi ropa. El techo era una parte del techo exterior de la casa, el cual era como un triangulo, mi parte era la derecha, y la de mi abuela la izquierda.

Divisé mi regalo a un lado del colchón. Una enorme caja con decorado de girasoles. "Una caja grande para una habitación pequeña" pensé, y sonreí al verla. Un gran moño color bordó la adornaba y sellaba. Sacudí la caja para que me de la pista de su contenido, pero no oí nada. Desaté el moño y abrí lentamente la caja; Un top de cuero sintético, una falda bordó holgada que iba desde las caderas hasta el fémur, unas botas cortas con cordones (negras) de cuero sintético también, un par de accesorios de imitación de oro y el infaltable suéter de la abuela, blanco con un diseño extraños de triángulos en negro.

Sonreí al recordar que le insistí a ella que era Gunger, ya que escuchaba la descendencia del rock, es decir el Rock Alternativo, Hard Rock, etc. Y sin embargo, luego de muchos "no" lo hizo, me regaló algo que siempre me gustó, y con uno de sus suéter hechos a mano. Tomé todas las prendas y me las puse rápidamente, miré mi reflejo en el espejo. "Cool" pensé y sonreí. Nunca había sido fanática del maquillaje, por lo que no me gustaba usarlo, pero como era mi cumpleaños y ya tenía diecisiete decidí hacer un cambio. Tal como mi ropa era Gunger, pensé que debería maquillarme al menos. Corrí escaleras abajo me encerré en el baño. Abrí la alacena, verde desteñida, y rebusqué el estuche de maquillaje que solía usar SOLAMENTE en ocasiones ESPECIALES. Saqué el pigmento negro, de esa forma delinear mis ojos, no tanto como un mapache, pero ya me entienden.

Miré de soslayo el reloj despertador, marcaban las ocho menos veinte A.M. Me apresuré para tomar mi peine y peinar mi revoltoso pelo. Agarré mi bolso cartero y así tomé camino hacia la escuela.

Al bajar las escaleras me fui directo a la cocina. Le robé una manzana a mi abuela de las manos y le dediqué una mueca de disculpas. Cuando llegué a la puerta de salida tomé mi tapado negro por si hacía frío.

— ¡Ah... gracias por el regalo, abuela!— Alcé la voz antes de salir por la puerta principal.

El día estaba ventoso, la lluvia llegaría en cualquier momento, así que me puse el abrigo. Envolví un mechón de pelo en mi dedo índice. Me sentía tan rara con la ropa de me había dado mi abuela. El maquillaje me hacía sentir más linda que nunca. Nunca, cuando estaba desmaquillada, me sentía linda. Y peor me sentía cada vez que me desvestía frente al espejo del baño. Y aunque se me notaban las costillas, el trapecio, la columna vertebral y los omóplatos, me seguía sintiendo tan gorda. Estaba enferma y nadie se daba cuenta de ello. Necesitaba ayuda con urgencia. Mi vida corría peligro, me estaba suicidando muy poco a poco.

La casa de Iris estaba a la vuelta de la esquina, apreté más el paso, para llegar temprano en esta ocasión. El asfalto de la calle estaba bastante desgastado, como si no lo hubiesen renovado en muchos años. El viento se puso cada vez más potente, como si Dios se estuviera secando el pelo con la secadora más gigante del Universo. "Que idea más estúpida, Sierra" me dijo una parte de mí, fruncí el ceño. Para cuando me di cuenta que ya estaba frente a la casa de Iris.

Me situé frente a la puerta, a punto de tocar tres veces, pero alguien la abrió antes de darme la oportunidad de tocar. Iris se hallaba vestida con un jumpsuit de seda azul, sin mangas, con una cinta gruesa color negra en la parte de la cintura, y se extendía por el centro de su torso, aparentemente llevaba botones interiores. Y unas botas con cordones, negras, parecidas a las mías. Su pelo rojo violáceo atado en un rodete, a un costado de su oreja. No aparentaba estar maquillada. Su mochila de cuero sintético y tachas estaba colgada sobre sus hombros. Y tenía la bolsa de mi librería favorita entre sus manos, tenía un moño de regalo.

— ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!— Saltó sobre mí, casi caigo al suelo, pero me frené con la baranda de la entrada. Solté una risa de felicidad. "No creo que esto dure todo el día" me avisó mi cerebro, refiriéndose a la felicidad.

De repente sentí unos pasos detrás de mí. Iris se alejó despreocupada de mí y jaló bruscamente al chico para presentármelo.

Era igual al chico de mi sueño. Una corriente eléctrica me recorrió la columna, me ruboricé. "Esto no puede ser verdad" dije para mis adentros. Me metí tanto en mis pensamientos que ni cuenta me di que Iris me dijo el nombre del chico.

— ¿Perdón?Balbucee con la sangre aún en mis mejillas. Mi cabeza daba vueltas, así que, disimuladamente, me agarré de la baranda para mantener el equilibrio.

—Es mi primo de Australia. Primo materno, por si vez la diferencia de piel—se echó a reír.

El chico de encogió de hombros. "Que cínica eres, Sierra. Preséntate" me dijo mi mente. Dejé escapar un gemido sin intención alguna. Ya era un hecho: Sierra Odell es un fracaso con el sexo masculino.

—Mi nombre es Sierra...humm...Un gusto—extendí mi mano, pero él no me hizo caso.

—Vamos, o llegaremos tarde—se limitó a decir.

Yo todavía estaba perpleja por ver mi sueño en vida.

Iris me tomó del brazo para apartarme de allí y también para que pudiéramos ir de una vez por todas al colegio. La pinta del australiano primo de Iris era para chuparse los dedos, pero por alguna razón no me agradaba su personalidad. Parecía arrogante, antipático, cínico.  Siempre que le preguntaba algo se encogía de hombros, bufaba o tan solo me ignoraba.

— ¿Cuál es su problema?— Le pregunté a Iris una vez en el corredor de la escuela, camino a los casilleros, lejos de él. La gente todavía no estaba tan agitada, lo que significaba que era temprano.

—No lo sé. Antes de que llegaras se encontraba muy entusiasmado con la idea de estar en la nueva escuela—dijo mientras introducía el libro de matemática en la taquilla y lo cambiaba por el de biología.

— ¿Cómo me habías dicho que se llama?— Le pregunté al tiempo que chocaba mis talones entre sí.

—Graham—con esa información ya me dieron ganas de saber más. Me mordí el labio inferior para reprimir las tantas preguntas que todavía tenía—Oh, olvidé darte esto— me entregó la bolsa de la librería, apenada.— ¡Feliz cumpleaños!

—Gracias — le agradecí mientras le daba un fuerte abrazo.

—Vamos Sierra, soy tu mejor amiga, es lo mínimo que puedo hacer—dijo seria.

No respondí. Abrí la bolsa con cuidado, como si una bomba nuclear estuviera allí dentro y yo tuviera que desactivarla o todos moriríamos. Dentro había un libro. "Genial, la repisa esta vez si va a colapsar" dijo animadamente mi cerebro. Sonreí con alegría al verlo.

—Oh, Dios mío, Iris. ¡Eres la mejor! ¿Tiene algún tema en especial?— Con entusiasmo abrí una página aleatoria, pero la cerré de inmediato al recordar que siempre me hacía spoiler.

—No lo sé. Te puede llegar a sorprender lo que leas allí, me lo recomendó la profesora de Literatura. Me dijo que lo leyó cuando tenía nuestra edad. Sinceramente no le presté mucha atención— suspiró.

— ¿La joven? ¿O la loca?— Ladeé la cabeza.

—La loca—rió por lo bajo.

Creo que esa era mi profesora favorita, porque siempre me recomendaba libros. Libros mágicos. Y siempre tenía algún tema de conversación con ella, a cerca de las recomendaciones que me daba. Parecía que, cuando hablaba de los personajes, eran reales para ella. Era como si fuesen conocidos de toda la vida. Conocía cada detalle de ellos. A veces pensaba que lo decía en serio, pero ¿cómo podía ser cierto? Hablo de que estábamos en el mundo real, no en un libro. Era una terrible locura.

—Por cierto, ¿qué sucedió ayer? Te llamé quinientas veces a tu casa, también a Alex. ¿Está todo bien entre ustedes dos? ¿Se te confesó? Cuéntame.

—Alex ya no volverá más a Londres, desapareció.

—¿¿¿QUÉ??? No te entiendo...

Iris parecía más confundida que yo el día anterior.

—Me llevó a su casa y...

—Oh no, dime que no lo hicieron—Mi mejor amiga me tomó por los hombros, como si eso la ayudara a conseguir algún tipo de información.

—No...Solo cenamos, pero no recuerdo nada más. Lo único que me dijo fue que no volverá y que fue reemplazado o algo así. Por lo tanto, a pesar de que me moría de ganas, no dejé que me besara. No iba a soportarlo, es más...No lo soporto en este instante—me mordí el labio inferior para retener las lagrimas.

—Mi cielo, cuanto lo siento...No...No sé qué hacer, qué decir. ¿Estás segura de que te encuentras bien?

—Si...lo estoy.

El timbre sonó y tuve que despedirme de Iris, y así ir a la clase de Arte. El amontonamiento de alumnos me parecía lo más insoportable del mundo cuando querías llegar a clase a tiempo, pero como yo era tan delgada podía pasar por los espacios más angostos. De repente mi pelo se enganchó en la mochila de alguien. El dolor me invadió por completo y lo único que pude hacer fue chillar de dolor.

— ¿Pero qué demonios?—Se quejó alguien. Una voz rasposa y masculina.

El chico de cabello dorado se quitó la mochica para que yo pudiera desenganchar el mechón violeta del cierre. Maldije para mis adentros cuando me di cuenta de que el chico de malos modales no era nadie más ni menos que el primo australiano de Iris.

—Podrías ver por donde caminas la próxima vez— gruñó molesto el carilindo.

Lo miré extrañada. No había hecho nada malo, solo iba yendo tranquilamente al salón de clases y ese idiota, que al parecer solo era odioso conmigo, pasó corriendo como loco.

—Deberías saber que correr por los pasillos no está permitido, solo te aviso por lo que acaba de pasar—fruncí el ceño más molesta que él.

—Oh, lo lamento, señorita "Porque soy la mejor amiga de Iris tengo permitido regañar a su primo". Por si no lo sabes, estoy apurado en estos momentos; no puedo llegar tarde a mi primera clase— se fue; Estaba molesta, ese tipo no me caía bien. Era egocéntrico, egoísta, un completo idiota. En resumen, para hacerlo más simple, todas las palabras que empezasen con "ego". Me sobé la cabeza y decidí ir a clase.

El salón estaba casi vacío de personas. A nadie le gustaba esa materia, todos preferían Ed. Física. Esa era la nueva regla institucional. Nuestro Director, un apasionado del deporte. Por eso decidió, para ser "justo", que los alumnos decidan entre Educación Física (siempre al aire libre o en el gimnasio) con sus porristas de faldas cortas y dando volteretas por el aire. O Arte, en una deprimente y vieja sala con olor a humedad, para expresarse con libertad. Los adolescentes de nuestra generación eran unos ignorantes. No tenían cultura. CERO.

La Señora Halminton entró al salón, seguida del tonto primo de Iris. Enseguida mi vio, pero desvió la mirada. Había algo en él que me hacía odiarlo sin ninguna razón. Y otra parte de mí lo odiaba por ser un completo idiota.

—Alumnos, a partir de hoy tenemos a un nuevo compañero. Su nombre es Graham Smith. —se dirigió hacia nosotros y luego lo miró a él—Ahora siéntate junto a la Srta. Odell, toma un lienzo del armario— le indicó. Él asintió seriamente e hizo lo que tenía que hacer.

Odell era yo, ¿por qué tanta mala suerte tenía que tener? Es decir, habían muchos asientos libres como para que el ocupara el que quiera, pero no, a la profesora se le ocurrió la brillante idea de que yo pasara ochenta minutos de sufrimiento. Respiré hondo y decidí ignorarlo.

Las chicas del curso, las "anti deporte", voltearon la vista hacia él, babeando por Graham. Y murmuraban cosas como "Que guapo es", "Al fin uno bueno", o "¿Tendrá novia?" y "Maldita suerte la de Odell". "Que estúpidas. Si tan solo supieran como es" pensé. Pero fue allí cuando me di cuenta de que, en realidad, no lo conocía. Solo estuve con él todo el trayecto al colegio. Y compartimos una discusión de un minuto.

—Muy bien alumnos, comiencen— y la Sra. Halminton se dignó a sentarse en su escritorio, a pasar lista.

Mi lienzo estaba casi listo, porque lo había comenzado hacía dos semanas. La tarea consistía en pintar "El cuerpo perfecto desde nuestra perspectiva". Un trabajo duro de hacer para muchos, pero yo ya estaba decidida.

El cuadro que estaba pintado era el de una chica que se miraba en el espejo; era extremadamente delgada, su rostro se encontraba serio, su pelo lacio y castaño estaba atado en un moño deshecho y tirante, sus grandes ojos marrones se posaban en su vientre chato, sus pómulos bien marcados, su nariz pequeña y delgada tenía un piercing de estrás, su boca rosada parecía muy suave. Sus hombros bien nivelados y desnudos, sus omoplatos sobresalían increíblemente, sus pechos estaban tapados por un sostén en forma de corazón, sus costillas sobresalían, su cintura parecía estar atada con un elástico para que sea más fina aún, los huesos de su cadera parecían puntiagudos, como cuchillos. Su braga negra era diminuta, pero no daba al descubierto nada indecente. Tenía dos lápices por piernas. Las rodillas parecían dos bolas de periódicos arrugados. Y sus pies descalzos. Como sea, terrible, porque yo estaba al borde de estar así, pero me sentía gorda de todas formas. Me moría de hambre en ese momento, y aún así me aguantaba para bajar más y más de peso. La pintura y yo teníamos anorexia nerviosa y nos negábamos a aceptarlo. Más que nada yo.

Graham se volteó con disimulo a ver mi obra y no pudo dejar de verla con asombro. Parecía que se había dado cuenta de lo que yo estaba pintando. Había algo que siempre pensé, desde ese día; él se había dado cuenta desde un principio y los demás, que ya hacía bastante tiempo conocía, no.

— ¿Qué tanto miras?—Lo fulminé con la mirada, molesta.

—No te interesa — dijo con sequedad, y volvió a lo suyo— Espera un momento, ¿qué se supone que hay que hacer?

Me encogí de hombros.

—Pregúntale a la Sra. Halminton. Es su responsabilidad, no mía...

— ¡Oh, vamos!— Se quejó, molesto aún.

—Idiota, ¿es que no se nota? El cuerpo perfecto desde la perspectiva de cada uno—puse los ojos en blanco.

El soltó una carcajada.

—Así que tú decidiste dibujarte a ti mismasuspiró.

—Pero si yo soy gorda, no juegues con estas cosas. Ojalá yo tuviera este cuerpazo—fruncí el ceño.

— ¿Piel y huesos? Nena, si que estás enferma—murmuró divertido.

—Es hermoso, tú no sabes nada. Y no soy "Tu nena"—lo fulminé enojada.

Otro de los síntomas de la anorexia nerviosa y la bulimia era la negación; aunque te insistiesen que estás hecha huesos y piel, siempre lo niegas. Y me convencía a mi misma de que estaba demasiado gorda.

Mi estomago dolía, mucho. Otro de los síntomas de "Ana y Mía", como solía llamarse mis segundas mejores amigas, la anorexia y la bulimia.


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