Fantasía de un Soberano [Ka...

By JakeD79

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Bakugou Katsuki, Rey de Mytitur, ostenta el liderazgo sobre el reino más prominente y avanzado del continente... More

Cap 01: La Llegada del Rey
Cap 02: Unidos por el Destino
Cap 03: La Amenaza Inminente
Cap 04: La Profecía
Cap 05: El Indicado
Cap 06: La Vida que se Deja Atrás
Cap 07: Un Mal Comienzo
Cap 08: La Cálida Noche
Cap 09: ¿Prepararme?
Cap 10: La Ceremonia
Cap 11: El Corazón que No Sana
Cap 12: Indicios: Parte I
Cap 13: Indicios: Parte II
Cap 14: Indicios: Final
Cap 15: El Brillo de un Sentimiento
Cap 16: Respuestas: Parte I
Cap 17: Respuestas: Final
Cap 18: Trágame, Tierra
Cap 19: La Esperanza de Todos
Cap 20: Una Mágica Sinfonía
Cap 21: El Deseo de un Omega
Cap 22: Un Nuevo Comienzo
Cap 23: La Pregunta
Cap 24: El Festival de los Faroles: Parte I
Cap 25: El Festival de los Faroles: Final
Cap 26: Mis Hermanos y Yo
Cap 27: Izuku vs Shoto
Cap 28: Fuego Celestial
Cap 29: Los Espíritus de la Magia Blanca
Cap 30: Un Rey sin Corona
Cap 31: El Amor en Tiempos de Cosecha
Cap 32: El Temor del Pasado
Cap 33: Lo que se Mueve en las Sombras
Cap 34: El Reflejo de un Alma Rota
Cap 35: Mi Reino
Cap 36: Sueños de Pesadillas
Cap 37: Entre la Luz y la Oscuridad: Parte I
Cap 38: Entre la Luz y la Oscuridad: Parte II
Cap 39: Entre la Luz y la Oscuridad: Parte III
Cap 40: Entre la Luz y la Oscuridad: Parte IV
Cap 41: Entre la Luz y la Oscuridad: Final del tomo I
Cap 42: 200 Años de Caos y Miseria
Cap 43: ¿La Muerte me Sienta Bien?
Cap 44: La Visita de la Bruja de las Ondas
Cap 45: Un té con sabor a sangre
Cap 46: El Destino que Nadie Quiso
Cap 47: Hasta que el Corazón se Derrame
Cap 48: Los Lamentos de los Desdichados
Cap 49: El Bosque Petrificado de Codicia
Cap 50: Por Amor, la Muerte Será
Cap 51: Con el Consejo de Guerra: Parte I
Cap 52: Con el Consejo de Guerra: Parte II
Cap 53: Con el Consejo de Guerra: Final
Cap 54: La Sangre Ajena de Mí
Cap 55: La Danza del Medio Día
Cap 56: La Forma de la Felicidad
Cap 57: El Druida, la Bruja y el Hechicero
Cap 58: Todavía Estamos Aquí: Parte I
Cap 59: Todavía Estamos Aquí: Parte II
Cap 60: Todavía Estamos Aquí: Parte III
Cap 61: Todavía Estamos Aquí: Parte IV
Cap 62: Todavía Estamos Aquí: Final
Cap 63: Fumikage vs Shoto
Cap 64: Entre Sombras y Espejismos: Parte I
Cap 65: Entre Sombras y Espejismos: Final
Cap 66: Ecos de Pesadilla
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Cap 68: Promesas Tenebrosas
Cap 69: La Maldición del Amor

Cap 67: La Furia de la Discordia

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By JakeD79

En medio de la tormenta más aterradora que la ciudad había visto en años, Momo Yaoyorozu, una mujer de la nobleza, se encontraba atrapada en una pesadilla sin fin. Con su piel pálida y su cabello negro azabache, Momo era un contraste inquietante con su lujoso vestido rojo carmesí, que se veía ahora empapado y desgarrado por la lluvia torrencial.

Las sogas ásperas la mantenían atada a la parte trasera del carruaje, una experiencia que pronto se convirtió en una tortura.

A medida que las ruedas del carruaje se movían sobre las calles empedradas de Mármol Real, la noble dama era arrastrada sin piedad por el camino.

Su cuerpo, indefenso y vulnerable, se deslizaba sobre el suelo mojado y embarrado, mientras el vestido que alguna vez fue un símbolo de su elegancia ahora se desgarraba en harapos.

Cada revoloteo del carruaje la zarandeaba de manera brutal, haciéndola sentir como si estuviera siendo golpeada inhumanamente por los afilados adoquines que conformaban la calzada. El viento frío y la lluvia helada azotaban su rostro, cortando como cuchillas de hielo, y su voz, en su desesperación, se ahogaba en los rugidos de la tormenta.

Momo luchaba por respirar, tratando de no tragar agua de la lluvia, mientras la angustia y la humillación la envolvían. Cada metro que avanzaba el carruaje parecía una eternidad, y su piel sensible se llenaba de moretones y abrasiones por la violenta travesía.

En su mente, rogaba por un milagro que la liberara de su tormento, pero la tormenta parecía un eco de su propia desesperación, sin compasión ni piedad. El castillo real de Salazen Kou, el destino final de este viaje aterrador, se alzaba en la distancia, su figura ominosa prometiendo un futuro incierto.

Aquello despertó un recuerdo aterrador que le hizo unir piezas incluso en una experiencia tormentosa. Sin sentido aparente, ella y sus sirvientes fueron arrestados por la guardia real, y están siendo transportados a Salazen Kou mientras que es arrastrada por el carruaje, este trato inhumano y todos los hechos recientes le generaban un terrible presentimiento.

Creyendo que Shoto había asesinado a Tokoyami, Momo pensaba que al final todo fue descubierto por el Rey y que ahora tanto Shoto como ella debían enfrentar las consecuencias.

Por primera vez desde que inició su relación con Shoto, Momo Yaoyorozu temió por su vida y la de sus seres queridos. Sin embargo, se aferraba a la esperanza de Shoto la defendiera del Rey hasta el final, y si ya todo se descubrió, lo único que le quedaba era luchar por su amor.

ᕙ∞———~•§•~———∞ᕗ

Las puertas gigantes de roble macizo, con la figura de los hermanos Bakugou tallada magistralmente en ellas, se abrieron frente a Momo Yaoyorozu. De por si su apariencia era desastrosa, con su glamuroso vestido que parecía la mejor prenda de vestir de un indigente; era un harapo deprimente manchado de lodo, desgarrado y maloliente.

Así es como fue recibida en la sala del trono del castillo Salazen Kou de Mármol Real.

Dejando de lado su atuendo, su aspecto era igual de deplorable. De hecho, nadie que haya sido llevado a la fuerza a Salazen Kou se le ha visto feliz y contento, por lo que era totalmente comprensible que la cara de Momo Yaoyorozu estuviera pálida en extremo, su sudor gélido mezclándose con el agua de la lluvia que goteaba de su cara, y los escalofríos repentinos que la asaltaban.

Aunque su expresión corporal dejaba en evidencia el espantoso viaje hacia el castillo, había que agregar que ese sentimiento de espanto se incrementó en el instante que las puertas gigantes le concedieron el paso al interior de sala.

Allí, organizadas en dos filas que atravesaban el salón alargado desde los tronos reales hasta la misma entrada, estaban posicionadas las gárgolas del Rey, erguidas con sus inmensas alas de murciélago y sus aterradores aspectos demoniacos.

No se hacían pasar por meras esculturas de piedra, sino que estaban completamente activas y en sus funciones. Apenas las puertas del salón se abrieron, las gárgolas giraron sus aterradoras cabezas hacia la recién llegada, atravesándola con una mirada tan afiliada con sus colmillos.

Instintivamente, Momo retrocedió un paso, con el corazón latiendo desbocado; sin embargo, los dos guardias que la escoltaban le gritaron desde atrás:

–¡Ya entra de una vez! –Gritó un guardia, empujando su pie sobre la cintura de la beta bruscamente.

Momo soltó un grito agudo y se estrelló de frente contra el suelo, exhibiendo parte de su desnudo trasero que el desgarrado vestido no alcanzaba a cubrir. Los guardias, con los ojos desorbitados, estallaron en una carcajada burlona ante la desgracia de la dama de alta cuna.

–¡Oh, mira eso! –señaló uno de ellos, entre risas estridentes–. Nunca imaginé contemplar el trasero de una dama de tal linaje. Ya que nos han dado permiso para tratarla así, ¿crees que Su Majestad nos concederá el honor de pasar la noche con ella?

–¡¿Qué?! –chilló Momo, reincorporándose apresuradamente.

–Si una mujer de su nobleza puede ser humillada de esta manera, me atrevería a suponer que al Rey no le importará lo que ocurra con ella una vez haya cumplido su propósito aquí –respondió el otro guardia, dejando al descubierto su expresión lujuriosa.

–¡¿Qué creen que están diciendo ustedes dos?! –exclamó Momo, cubriéndose los pechos con sus manos encadenadas–. ¡No saldrán bien parados después de humillarme así!

–Parado me la vas a dejar si sigues enseñándome ese cuerpo tuyo, mujer –espetó un guardia, desatando la hilaridad de su compañero.

–¡Yo me encargaré de que los ejecuten a ambos! –rugió Momo.

–¿Qué hacen todavía aquí?

De repente, una voz fría y susurrada irrumpió en la atmosfera, haciendo que los dos guardias se apartaran de un salto, con la espalda recta y las caras tensas.

Cuando los guardias se apartaron, Momo contempló la llegada del primer oficial del Ejército Dorado, Tamaki Amajiki, que surgió de la nada como una sombra misteriosa. La gélida expresión en el rostro de Tamaki evaluó la situación con precisión, pero pronto un suspiro breve escapó de sus labios, tejiendo un velo de frías palabras dirigidas hacia Momo:

–¿Por qué sigues todavía aquí?

–¿Eh? Bueno... es que ellos... –balbuceó Momo, su mirada se desvió hacia los guardias que hasta hace unos instantes se regocijaban a sus anchas.

–¿Hm? ¿Qué pasa con estos dos? –interrogó Tamaki, inclinando la cabeza hacia los guardias.

–Ellos... se estaban burlando de mí –respondió Momo, con un deje de desafío en su voz.

–¿De verdad? –inquirió el oficial con un tono sereno.

Los dos guardias, que minutos atrás se habían mofado de Momo con risas y palabras hirientes, ahora adoptaban una actitud de rigurosa disciplina ante la presencia de Tamaki, imitando a las gárgolas petrificadas de Salazen Kou.

–¡Por favor, créame! –clamó Momo, con el cabello despeinado cubriendo parcialmente su rostro–. Esos dos insinuaron que querían pasar una noche conmigo. ¡Me trataron a mí, una dama noble, como una ramera de los asquerosos burdeles de los barrios bajos que seguramente frecuentan! ¡Me insultaron!

–¿Y a mí qué? –replicó Tamaki con brusquedad, silenciando de golpe a Momo y dejando en el aire un aura de autoridad indiscutible.

Los ojos de Momo se ampliaron en asombro ante la respuesta contundente de Tamaki, como si una ráfaga de viento gélido hubiera atravesado la sala. Sus palabras resonaron en el aire, cargadas de un poder que parecía emerger de lo más profundo de su ser.

Incapaz de articular una respuesta, Momo se vio atrapada en un silencio incómodo, mientras la presencia imponente de Tamaki la envolvía como una sombra oscura. Las palabras se quedaron suspendidas en el aire, como si el mismísimo tiempo se detuviera ante la fuerza de la voluntad del oficial.

–Basta de charlas insulsas –tronó Tamaki, con una autoridad que se desplegaba como un manto invisible, envolviendo a todos los presentes con su presencia dominante–. Ustedes dos –ordenó, señalando con un gesto enérgico a los guardias a su lado–. lleven a esta mujer a los pies del trono real antes de que Su Majestad llegue.

Con una determinación palpable en cada paso, Tamaki avanzó al frente, su capa blanca ondeando en una danza de nobleza y poder mientras lideraba el camino. Los guardias, imponentes en sus armaduras doradas, flanquearon a la mujer entre ellos, sujetándola firmemente mientras avanzaban hacia el interior de la sala.

Un escalofrío recorrió la espina dorsal de Momo al sentir el agarre firme de los guardias. Sus ojos seguían al oficial con asombro, completamente abrumada por la magnificencia de la escena que se desarrollaba ante ella.

Tamaki, con una mezcla de desdén y molestia en su voz, se dirigió a la mujer arrastrada entre los guardias:

–Además –espetó–, ¿qué clase de derechos crees que tiene una persona que es arrastrada por un carruaje bajo una tormenta como esta? ¿Eres estúpida?

Las palabras de Tamaki golpearon a Momo con la crueldad de un hechizo prohibido, haciéndola enfrentar una realidad dolorosa una vez más. Desde su perspectiva, había sido sometida a un injusto arresto, arrastrada por las calles empedradas en el carruaje de la vergüenza, humillada por los mismos guardias que la habían capturado y despreciada por un alto dignatario cuyo rostro apenas se dignaba a mirarla.

¿Acaso en medio de esa humillación, de ese despojo de dignidad, aún quedaba espacio para cuestionar si conservaba sus derechos como ser humano?

La respuesta resonaba en su mente con la fuerza de mil truenos, y aunque su orgullo herido clamaba por justicia, la realidad cruda y despiadada le susurraba que estaba a merced de fuerzas mucho más grandes que ella.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos, como pequeñas estrellas de tristeza en la noche más oscura, mientras avanzaba hacia los tronos reales, sintiéndose más sola y vulnerable que nunca.

–"Shoto. Shoto, ¿dónde estás? ¡Por favor, sálvame!".

–Aquí está bien –dijo Tamaki con calma, pero Momo estaba tan absorta en sus propios pensamientos que apenas percibió las palabras. Ni siquiera notó cuando los guardias la soltaron y se retiraron.

–No sé qué está sucediendo, pero le deseo la mejor de las suertes, joven amo Yosetsu –continuó Tamaki con una reverencia respetuosa–, y por supuesto, también a usted, Su Excelencia Tokoyami Fumikage.

Al escuchar aquel nombre, Momo giró la cabeza de repente, como si el simple sonido hubiera invocado a un fantasma del pasado. Y allí, ante sus ojos incrédulos, se encontraba el hombre que, según su entendimiento, ya había dejado este mundo: Su Excelencia, el Hechicero Real de todo Mytitur y sus colonias, gobernante de seres y criaturas mágicas, Tokoyami Fumikage.

Entonces, una explosión de sorpresa y asombro se apoderó de Momo. Sin poder contenerse, dejó escapar un grito estruendoso, como si el aire mismo se viera sacudido por la fuerza de su incredulidad:

–¡¿QUEEEE?! –El grito de Momo resonó en los rincones más lejanos de la vasta estancia, vibrando con una intensidad que desafiaría incluso al trueno más feroz. Sus ojos, amplios como lunas llenas, parecían querer escapar de sus cuencas en un intento desesperado por comprender lo incomprensible.

En ese instante, un torrente de odio ancestral, arraigado en lo más profundo de su ser desde tiempos inmemoriales, bullía en el corazón de Tokoyami, encendiendo su mirada con una intensidad mortífera nunca antes vista. Aquella mirada estaba dirigida con ferocidad hacia la recién llegada, como si su sola presencia despertara los demonios del pasado.

–¡Tú, maldita loca! –rugió el Hechicero con una furia que parecía emanar de las entrañas mismas del infierno.

–¡Se supone que estarías muerto! –arremetió Momo con un desdén palpable en cada palabra–. ¡Incluso hasta el mismísimo final me sigues causando problemas! ¡Mira a dónde he terminado por tu culpa!

–¡¿Mi culpa?! –vociferó Tokoyami, avanzando con determinación hacia la beta–. ¿Quién fue la desquiciada que tramó un plan tan absurdo solo para liquidarme? ¡Ahora me arrepiento de no haber acabado contigo cuando tuve la oportunidad!

–¡Lástima! ¡Y fue un plan brillante, pero como toda cucaracha asquerosa tenías que sobrevivir! ¡¿No es así?! –contraatacó Momo, con una rabia apenas contenida, mientras Tamaki, Yosetsu y las gárgolas observaban en silencio, testigos mudos de la confrontación.

–¡Te advertí lo que sucedería si te metías conmigo! –gritó Fumikage, agitando las cadenas que aprisionaban sus muñecas–. ¡No esperaré al Rey! ¡Yo mismo te mataré, desgraciada, yo mismo lo haré!

Con un movimiento rápido, Fumikage alzó los brazos y envolvió las cadenas alrededor del cuello de Momo, apretando con una determinación feroz.

–¡Espere, Excelencia! –clamó Yosetsu, desconcertado ante la violencia repentina, intentando separar al Hechicero tirando de su capa negra–. ¿Por qué están discutiendo así de repente? ¡Por favor, deténganse!

Momo luchó por liberarse, pero su fuerza no era suficiente para detener al alfa, ni la de Yosetsu tampoco.

–¡Suéltame, bastardo! –gritó con desesperación, mientras la tensión en la sala alcanzaba su punto crítico.

–¡POR TU CULPA AHORA MI FAMILIA ESTÁ CONDENADA, MIS PADRES, MI HERMANO, SUS VIDAS Y TODO LO QUE TRABAJÉ SE FUE A LA MIERDA POR CULPA DE UNA MUJER RETARDADA Y EGOÍSTA! ¡PERO AL MENOS ME IRÉ CON EL PLACER DE VENGARME PRIMERO!

Con una furia ardiente que consumía cada fibra de su ser, Tokoyami Fumikage se encontraba en un estado de ira que nunca había experimentado. La visión de la mujer que intentaba acabar con su vida, sus cadenas inexorablemente apretando su cuello, desencadenaba en él una sed de venganza como ninguna otra.

En un intento desgarrador por escapar de su destino, Momo lanzó un ataque desesperado hacia la entrepierna de Tokoyami. Sin embargo, la destreza del Hechicero fue evidente cuando alzó la rodilla derecha con precisión milimétrica, interceptando el golpe con un crujido metálico que resonó en el aire cargado de tensión.

Sin detenerse en su arremetida, Momo se lanzó con furia total, buscando desequilibrar al alfa que ahora se sostenía sobre un solo pie. Sin embargo, la mente astuta de Fumikage anticipó cada movimiento de su adversaria y, con una elegancia letal, deslizó su pie derecho hacia los tobillos de Momo, derribándola con una precisión fría y calculada.

El momento de la victoria parecía estar al alcance de la mano de Fumikage, su mente ya proyectaba el sonido siniestro de los huesos quebrándose. Sin embargo, antes de que pudiera consumar su oscuro deseo, las cadenas que aprisionaban el cuello de Momo estallaron en una explosión violenta, separando a los dos combatientes con una fuerza que los lanzó a ambos en direcciones opuestas.

–¡¿Qué mierda?! –gritó Fumikage, mientras se estrellaba a los pies de una grotesca gárgola.

Antes de que pudiera siquiera comenzar a incorporarse, una esfera de luz multicolor impactó contra él con una ferocidad desmedida, lanzándolo hacia el centro del salón con una fuerza que parecía desafiar las leyes de la realidad misma.

Al alzar la mirada desde el suelo, los ojos de Tokoyami se encontraron con una figura imponente emergiendo detrás de los tronos reales. Con una melena que reflejaba la dualidad de su linaje, Bakugou Shoto, príncipe de Mytitur, hacía su entrada triunfal en la sala del trono, un presagio de un cambio aún más oscuro y tumultuoso por venir.

–¡Después dices que no tenías pensado matarla! –vociferó con una furia que pocas veces se dejaba ver, desencadenando un silencio tembloroso que se extendió por la sala como una marea de sombras.

Momo yacía en el suelo, su cuerpo convulsionando con toses incontrolables, apenas consciente de la tragedia que se desenvolvía a su alrededor. Ajena al mundo, ni siquiera notó el momento en que Shoto se colocó a su lado, una figura silenciosa en medio del caos que la rodeaba.

–¡Yo tampoco voy a esperar a Katsuki! –proclamó el medio albino con una determinación ardiente, sus palabras cortando el aire como espadas afiladas–. ¡Esta vez me aseguraré de acabar con tu vida!

–¡Como usted quiera! –respondió Tokoyami, con una calma sombría.

Shoto desató una danza de colores vibrantes, una sinfonía de luz que lo envolvió en un torbellino místico de cromatismo. Centelleantes destellos, un abanico de tonos resplandecientes, danzaron a su alrededor en un ballet de energía mágica, transformándose en titánicas estacas de cristal prismático al expandirse por el espacio circundante.

Con un gesto decidido, extendió su brazo hacia adelante y, con un estruendo resonante, las estacas coloridas se lanzaron en zigzag hacia el Hechicero, tejiendo un arco iris de luz que iluminó la sala del trono en un espectáculo deslumbrante.

Entretanto, Tokoyami, con su expresión imperturbable, desató su propia magia para defenderse. No estaba dispuesto a ser simplemente el objetivo de los ataques, no esta vez. Con su magia completamente restaurada, se preparó para lanzar su propia ofensiva.

Sin embargo, su objetivo no era el príncipe, atacarlo sería un acto de traición que solo empeoraría su situación. En cambio, se dirigió hacia la fuente misma del caos; mientras tanto, Momo, liberada del agarre de Tokoyami, permanecía en el suelo, observando con asombro el enfrentamiento entre el príncipe de Mytitur y el Hechicero Real.

Las estacas de Shoto surcaron el salón con una elegancia única, dejando tras de sí estelas vibrantes como arcos iris fugaces. Pero Tokoyami no se dejó abrumar.

Cegado de ira, erigió un muro de diamante que estalló en miles de fragmentos al recibir el impacto de los cristales prismáticos. La onda expansiva lo arrojó hacia atrás, pero se recuperó con agilidad cayendo de pie.

En el momento en que la figura de Tokoyami se posó en el suelo, el mundo pareció inclinarse hacia la oscuridad. Un susurro ancestral se elevó de entre las sombras, como si el propio salón contuviera sus alientos temerosos. Y entonces, la realidad se deshizo en un espectáculo ominoso y desconocido.

Las sombras, que yacían como guardianes en cada rincón sombrío, cobraron vida con una violencia retorcida. Se desprendieron de las paredes y se deslizaron como serpientes negras, descendiendo de las alturas por las columnas para entrelazarse en una danza macabra alrededor del Hechicero Real.

Los testigos, presos de un terror silencioso, observaban con ojos dilatados mientras un acto de magia sin precedentes se desplegaba ante ellos. Las sombras caían del techo como lágrimas oscuras, se deslizaban por el suelo en una marea de oscuridad, envolviendo a Fumikage en un abrazo malévolo que hacía eco en las profundidades del alma de cada observador.

En aquel momento, el aire mismo parecía impregnado de un poder antiguo y siniestro, haciendo que los corazones se agitaran con el miedo ancestral. Incluso Shoto, con su coraje inquebrantable, se mantenía en guardia, sus sentidos alerta ante el peligro palpable que emanaba de la oscuridad misma.

–¿Su Excelencia... siempre ha dominado las sombras? –susurró Yosetsu, apenas capaz de articular las palabras ante el asombro que lo embargaba.

Nadie más se atrevió a formular la misma pregunta, al menos no en voz alta. Pero las inquietudes quedaron ahogadas por completo cuando el Hechicero Real desató su primera ofensiva.

Tokoyami extendió sus manos, recién liberadas, hacia el frente, y de su figura se desprendió un enjambre inmenso de cuervos. Surgieron de las sombras que danzaban en la penumbra y de cada rincón oscuro de la estancia. Sus graznidos llenaron el aire, creando una cacofonía siniestra que reverberaba en los oídos de los presentes, impregnando el ambiente de una oscuridad tangible.

Los cuervos, como un ejército oscuro en movimiento, invadieron cada rincón de la sala del trono, pero pronto se dirigieron con determinación hacia su objetivo codiciado: Momo Yaoyorozu.

–¡Como si yo fuera a permitirlo! –exclamó Shoto, sus palabras resonaron en el salón con una determinación feroz que desafiaba incluso a las sombras que se alzaban a su alrededor.

Con un gesto elegante pero cargado de poder, el príncipe conjuró ráfagas de viento que se dispersaron con la gracia de cuchillas filosas, cortando el aire con una ferocidad indomable. Las ráfagas, con su alcance mortal, barrieron el salón, destrozando a los cuervos invocados por el Hechicero Real en miles de fragmentos que se esparcieron por doquier.

Sin embargo...

–¿Qué...? –gimió Momo, con el asombro reflejado en sus ojos mientras observaba la escena desplegarse ante ella.

A diferencia de las expectativas de todos, las ráfagas de viento cortante no lograron eliminar por completo a los cuervos del Hechicero Real. Sus fragmentos seguían suspendidos en el aire, testigos mudos de un poder más siniestro y misterioso que el simple conjuro mágico; eran una manifestación de sombras y resentimiento, tejidas con el hilo de la oscuridad más profunda.

En la penumbra del salón, apenas iluminado por la luz titilante de las antorchas y los relámpagos fugaces de la tormenta, nadie percibió la verdad detrás de aquellos cuervos invocados. Las sombras adoptaron la forma de los pájaros negros, una ilusión tan sutil como desgarradora, dejando a los presentes sumidos en una conmoción silenciosa al descubrir la verdadera naturaleza del hechizo.

La manipulación de sombras, una forma arcana de magia de inmensa rareza y poder, se desplegaba ante los asombrados espectadores. Una habilidad tan misteriosa y esquiva como la propia magia arcoíris de Shoto, reservada solo para unos pocos elegidos entre los elegidos.

–"Tokoyami puede controlar las sombras" –reflexionó Shoto, su mente aguda calculando cada movimiento–. "Una habilidad peculiar, pero no insuperable".

Con un gesto meticuloso, Tokoyami entrelazó los dedos de sus manos, urdiendo una compleja maraña de símbolos ancestrales. Los despojos y fragmentos de sombra que bailaban en el aire se amalgamaron nuevamente, transformándose en una multitud de plumas negras que oscilaban con una siniestra elegancia.

–Si juraste lealtad, detente ahora mismo –sentenció Shoto con voz firme y desafiante.

–¡Pero me detendré! –proclamó el Hechicero con un desafío audaz en sus ojos–. Cuando haya acabado con esa perra.

Tokoyami realizó un gran movimiento con los brazos, haciendo que todas las plumas volaran hacia Momo Yaoyorozu.

Podrían estar hechas de sombras, pero las plumas tenían filo de navajas, y Shoto logró descubrirlo con un vistazo. Las plumas perforaron el aire volando como flechas mortíferas, todas en total se dirigieron a un mismo objetivo.

Tamaki y Yosetsu admiraban en silencio la habilidad del Hechicero Real, pero Shoto, indiferente, extendió el brazo derecho frente a Momo, en señal de protección, y lo envolvió con un fuego mágico asombroso.

Las tonalidades del arcoíris danzaban en un espectáculo mágico, fusionándose en una sinfonía de colores que tejían llamas resplandecientes sobre el brazo del príncipe. En aquel momento, su figura se vio envuelta en una luz radiante y mística, otorgándole una apariencia celestial a su majestuosa figura.

Con voz serena y reconfortante, el príncipe se dirigió a Momo, ofreciéndole palabras de consuelo en medio de la incertidumbre:

–No temas, estoy aquí para velar por tu seguridad –le aseguró con la autoridad de quien posee un corazón noble y valeroso.

Shoto estiró el brazo hacia atrás y, al desplegarlo hacia adelante como látigo mágico, desató una inmensa ola de fuego luminoso como una poderosa explosión que se esparció como agua por todo el alargado salón, devorando las plumas sombrías, y estrellándose contra las paredes con un fulgor estremecedor.

Viendo la velocidad con la que el fuego se propagaba, Tokoyami solo tuvo tiempo de conjurar una barrera antes de que la magia de Shoto se lo tragara.

Las sombras brotaron de su cuerpo y lo envolvieron en un manto ominoso de oscuridad, sin embargo, era consciente de que todas sus defensas siempre eran superadas por los poderosos embates del príncipe. Aunque usara sombras, sabía que el resultado no iba a ser diferente.

Habiéndose resguardado en las sombras, las llamas terminar de ocupar toda la sala. Solo después de arrasar con todo en su camino, el fuego arcoíris se extinguió, permitiendo que las sombras de la noche volvieran a reclamar el salón.

Las gárgolas no se vieron afectadas por la magia del príncipe, principalmente porque así lo dispuso él; sin embargo, no se podía decir lo mismo de Tokoyami, quien no se veía por ningún lado.

–Su Excelencia... –murmuró Yosetsu, con un gesto de horror al apartar el brazo de sus ojos grises. Sin embargo, la figura del Hechicero Real, aquella que buscaba ansiosamente en el salón, se desvaneció como el humo entre sus dedos.

–No... –murmuró Tamaki, su expresión aturdida reflejaba el asombro que se extendía entre los presentes.

Incluso para alguien tan poderoso como Tokoyami Fumikage, sería una tarea imposible evadir un ataque de tal magnitud. El poder que se desató, con él como objetivo primordial, barría todo a su paso con una fuerza avasalladora. Si ni siquiera quedaban vestigios de su existencia tras la furia de las llamas, solo podía inferirse que incluso sus cenizas habían sido barridas de la existencia.

Mientras tanto, Momo saltaba de alegría hacia Shoto, quien la recibía en sus brazos con una sonrisa radiante, envolviéndola en un torbellino de risas compartidas.

–¡Eres el más fuerte, el más poderoso de todos los príncipes del mundo! –proclamó Momo, depositando besos en la cara de Shoto con entusiasmo–. ¡Finalmente hemos derrotado a Tokoyami, a ese pajarraco malintencionado!

–Te prometí protegerte –respondió el medio albino con calma, sosteniendo a Momo con ternura–. No importa lo que ocurra esta noche, juro que te mantendré a salvo. Si las circunstancias han llegado a este punto, lucharé con todas mis fuerzas por los dos.

–Eres mi príncipe –murmuró Momo, inclinando su frente hacia la de su amado en un gesto de complicidad.

–¡Excelencia!

Repentinamente, la voz de Yosetsu resonó en el aire como un trueno en medio de la serena calma, destrozando el encanto delicado que envolvía a los amantes en su íntimo momento.

–¡Excelencia! ¡Por favor, responda! –gritó, visiblemente perturbado por la incertidumbre que inundaba el aire.

–¿Estás demente, Yosetsu? –replicó Momo, aún apoyada en los brazos de Shoto–. ¿No viste lo que sucedió? Es obvio que Tokoyami murió. Ni siquiera él podría sobrevivir a semejante embate de magia.

–Pero no entiendo... no entiendo absolutamente nada –expresó Yosetsu, terriblemente angustiado y confundido–. ¿Qué está ocurriendo aquí? ¿Cuál es el significado de todo esto?

–Además, ¿qué haces tú aquí? –cuestionó Momo, mientras Shoto la dejaba en el suelo y cubría sus pechos con las muñecas encadenadas.

–Yo podría preguntarte lo mismo, ¿no crees? –indicó Yosetsu, con una mirada tan letal como el filo de una navaja, capaz de cortar con precisión cualquier atisbo de engaño o debilidad.

–Deténganse los dos –ordenó Shoto con firmeza–. Katsuki podría llegar en cualquier momento. No podemos permitirnos más hostilidades entre nosotros. Pero déjame ser claro, amigo de Eijirou: si descubro que conspiraste con Tokoyami para lastimar a Momo, no vacilaré en considerarte un enemigo. Y tendrás que responder por ello.

Las palabras de Shoto provocaron un escalofrío en Yosetsu, haciendo que su sangre se helara y que su cuerpo temblara incontrolablemente. La amenaza del príncipe reverberaba en su interior, sembrando el caos con su promesa aterradora.

–Yo... yo ni siquiera sé porque estoy aquí –balbuceó Yosetsu, al borde de las lágrimas, con la mirada perdida en el horizonte incierto que se abría ante él.

–Eso está por verse –sentenció el príncipe con un tono que dejaba poco margen para la discusión–. Ahora...

Antes de que pudiera terminar su frase, Shoto interrumpió el flujo de sus palabras, girando bruscamente hacia Momo con una expresión tensa que no pasó desapercibida.

–¿Shoto? –inquirió Momo, desconcertada por el repentino cambio en su príncipe.

Mientras Momo observaba con ceño fruncido a su príncipe, una figura sombría emergió sigilosamente de entre las sombras detrás de ella, con intenciones siniestras acechando en las profundidades de la penumbra. El brillo de un relámpago cortó la oscuridad por un instante, revelando la verdadera identidad de la misteriosa figura.

–¿Excelencia? –gimió Tamaki, mientras Yosetsu observaba con incredulidad.

Entonces, como una sombra traicionera, Tokoyami Fumikage, envuelto en ira y tinieblas, emergió sigilosamente detrás de Momo, materializando una espada hecha de pura oscuridad con la intención de dividir a la mujer en dos.

"¡Imposible, ¿cómo sobrevivió a esa ola de fuego?!" –murmuró Yosetsu para sí mismo, atónito por lo que sus ojos presenciaban.

Sin embargo, Shoto actuó con una rapidez impresionante. En un abrir y cerrar de ojos, apartó a Momo de la línea de peligro con magia, enviándola lejos de los tronos reales donde todos estaban reunidos. Al mismo tiempo, forjó una espada de hielo envuelta en una llamarada iridiscente y se enfrentó a Tokoyami en un choque de armas.

–¡Si no puedes vencerme con magia, tampoco podrás con la espada! –exclamó el príncipe con determinación, desafiando al sombrío Hechicero con una confianza que emanaba de cada fibra de su ser.

El choque de las espadas reverberó en la grandiosa sala del trono, llenando el aire con un halo de magia y oscuridad chispeante.

Con maestría implacable, Shoto trazó un arco descendente con su filo helado, partiendo con precisión quirúrgica la espada oscura de Tokoyami, dejando al Hechicero expuesto e indefenso ante su implacable avance. En un movimiento fluido y letal, su espada trazó un tajo horizontal que atravesó la cintura del Hechicero, dividiendo su cuerpo en dos mitades con una eficiencia cruel.

El resplandor iridiscente de su espada de hielo desató un poderoso estallido de energía, pero justo antes de que las llamas pudieran devorar a Tokoyami por completo, los ojos agudos de Shoto captaron un detalle fugaz.

La figura del Hechicero Real se desvanecía como neblina al soplar el viento, disipándose ante el corte fatal como un sueño efímero. No, no era neblina, sino ilusiones tejidas con sombras, y el estallido del fuego arcoíris se encargó de disolverlas en la nada.

–¡¿Una ilusión?! – exclamó Shoto, con su voz cargada de asombro y desconcierto. La revelación lo golpeó como un rayo, iluminando la verdad oculta en la oscuridad de la traición.

El Tokoyami que había surgido detrás de Momo, aquella figura que había parecido tan real, no era más que un espejismo hábilmente creado con sombras, un ardid astuto que había atrapado la atención y la guardia de Shoto.

Pero si ese no era el verdadero Tokoyami Fumikage...

–¿Dónde está? – indagó el príncipe, explorando frenéticamente el entorno en busca de respuestas, solo para descubrir algo aún más aterrador que la revelación de la ilusión que había sido urdida contra él.

Por otro lado, Momo se hallaba sentada a pocos metros de las imponentes puertas de la sala. Con su mente turbada por el torbellino de acontecimientos recientes, luchaba por ponerse de pie, ignorando la tenebrosa presencia que se alzaba tras su espalda.

De las sombras surgió la figura verdadera de Tokoyami Fumikage, como un espectro oscuro que tomaba forma ante la desconcertada joven.

Con un gesto imperceptible, una espada de sombras se materializó en su mano extendida, amenazando con segar la vida de Momo con un solo movimiento. En los ojos de Tokoyami, inyectados de furia, ya se reflejaba la macabra visión de la joven desmembrada, con sus órganos esparcidos en un macabro tapiz.

La espada negra, forjada de oscuridad, ansiaba desgarrar la carne de su presa.

Mientras tanto, una ira desenfrenada estallaba en llamas vibrantes que envolvían a Bakugou Shoto de pies a cabeza. Dominado por la ira, Shoto, resplandeciente en mil tonalidades ardientes, se abalanzó sobre el suelo, lanzándose como una estrella fugaz a velocidades insondables.

Con determinación implacable, Tokoyami alzó su espada de sombras, preparado para descargar un tajo fatal sobre Momo Yaoyorozu. Pero antes de que su golpe pudiera ser ejecutado, un resplandor intenso estalló en la escena, y su espada fue interceptada por una hoja de fuego que resplandecía con los colores del arcoíris.

En ese instante, Shoto alcanzó a su amada con una destreza magistral, bloqueando el ataque del Hechicero Real con un movimiento preciso. El choque de las espadas fue tan intenso que los poderes de la oscuridad y el arcoíris desataron una explosión de energía deslumbrante, que lanzó a los tres contendientes a través del aire.

–¡Maldita sea! –rugió Fumikage al aterrizar con un golpe sordo que resonó en el aire tenso del salón.

–¡ESTÁS MUERTO! –vociferó Shoto, propulsándose hacia adelante tras su aterrizaje, mientras que Momo se retorcía en el suelo, víctima de la caída.

Fumikage se lanzó adelante, rodeado por la danza inquietante de las sombras, pero no se dirigió directamente hacia Shoto. Con un paso firme, desvió su trayectoria hacia Momo, y en respuesta, una legión de espadas negras emergió de la oscuridad para escoltarlo.

Shoto siguió la misma desviación, sin apartar la mirada de Fumikage. Una vez que lo alcanzara, se aseguraría de poner fin a la existencia de ese Hechicero.

–¡YA ES SUFICIENTE, DETÉNGASE LOS DOS AHORA!

Un grito ensordecedor, como el rugido de un león bajo la tormenta, sacudió el salón, precediendo a una explosión de fuego azul que barrió la entrada como una marea furiosa e indomable.

La sala se vio envuelta en la desenfrenada furia del elemental, que arrasaba con todo a su paso, sin dejar lugar a la duda de su poderío.

Ante este abrupto y desconcertante acontecimiento, Tokoyami buscó refugió en las sombras que danzaban a su alrededor, mientras que Shoto, con una destreza sobrenatural, tomó a Momo bajo su protección y levantó una barrera mágica para resguardarse del vendaval de llamas.

Las gárgolas, testigos del caos que se desataba, tomaron al oficial Tamaki y al Mago Yosetsu, elevándolos en un vuelo precipitado hacia el techo, evitando así el embate de la incandescente descarga mágica.

La ola de fuego, con su arremetida voraz, dejó a su paso ventanas destrozadas, paredes chamuscadas y columnas resquebrajadas. No obstante, su ira destructora se disipó misteriosamente antes de alcanzar los venerados tronos dorados, desvaneciéndose en una neblina de humo y cenizas, como si el propio destino hubiera intervenido para frenar su avance.

A través de su escudo mágico, Shoto buscaba con calma a la mente detrás de la ardiente marea, oculta entre el velo de humo. Con un sutil movimiento de sus dedos, deshizo la barrera, dejando que la magia se extendiera para dispersar la neblina que inundaba el salón.

Mientras tanto, Momo se aferraba a Shoto con temor, sus ojos escrutaban el entorno con nerviosa vigilancia.

Desde el inicio del conflicto con Fumikage, había enfrentado el peligro en múltiples ocasiones sin siquiera darse cuenta. En ese instante, una certeza emergió en su mente: el Hechicero Real era una fuerza indomable, una barrera contra la muerte misma, y si no fuera por Shoto, ya habría sucumbido ante las sombras de la noche eterna.

–Como supuse, eres tú –mencionó Shoto de repente, haciendo que Momo girara la cabeza hacia la misma dirección que él.

Entre el remolino de humo que se disipaba lentamente en el aire, emergió Bakugou Eijirou, como un fénix de ira y determinación. Su semblante, normalmente bullicioso y extrovertido, ahora estaba enardecido, con los ojos centelleantes de furia contenida.

–Príncipe Eijirou... –musitó Momo, sintiendo un nudo en la garganta ante la presencia imponente de su alteza.

Eijirou avanzó hacia su hermano en el centro del salón, su porte ahora más formal con un pantalón negro, camisa de mangas largas y chaleco rojo de ribetes dorados. Las gárgolas volvieron al suelo, cada una regresando a su lugar designado con un gruñido metálico.

–¿Qué pasará ahora? –inquirió Yosetsu, expectante, cuando finalmente tocó el suelo. Tamaki quedó sin palabras ante la escena que se desarrollaba ante sus ojos.

Para cuando Eijirou alcanzó a Shoto, las sombras se retorcieron en el suelo como serpientes, creando un capullo de tinieblas del que emergió Tokoyami Fumikage, el Hechicero Real de Mytitur.

–¿Se puede saber qué sucede entre ustedes dos? –interrogó Eijirou, su tono rebosante de ferocidad–. ¿Desde cuándo se han convertido en enemigos mortales, dispuestos a arrebatarse la vida el uno al otro?

–Desde que esa mujer, con sus deseos egoístas y malintencionados, nos arruinó a todos –respondió Fumikage, señalando acusadoramente a Momo.

–Te atreves a culparme a mí por todo, cuando tú te interpusiste entre nosotros y amenazaste con quitarme la vida –exclamó Momo, aferrándose aún a Shoto–. ¡Esta es la prueba, Su Alteza Eijirou! Desde que fui convocada aquí, todo lo que ha querido hacer ese individuo es asesinarme. ¡Usted debería ejecutarlo ahora mismo!

–¿Hmm? –Eijirou clavó una mirada asesina en Momo, provocando que el suelo bajo sus pies temblara momentáneamente–. ¿Quién te crees para darme órdenes?

Atemorizada, Momo se refugió en la espalda de Shoto, quien intervino en la discusión:

–No es necesario que la intimides de esa manera, Eijirou. Lo que Momo dice es verdad. Tokoyami la atacó y yo la defendí. Eso es todo.

–Como si fuera tan simple, ¿no, Su Alteza? –expresó Tokoyami con amargura–. Ella solicitó su ayuda para poner fin a mi vida, y esa imprudencia ha traído a este lugar a personas inocentes, quienes ignoran por completo la magnitud de lo que acontece.

Tokoyami lanzó una mirada significativa a Yosetsu, quien se encontraba al fondo del salón, visiblemente confundido por la situación.

–Tampoco tengo la menor idea de lo que está ocurriendo –reveló Eijirou–. Por eso quiero entender por qué razón desean matarse.

–¿Acaso viniste aquí sin conocer la situación en su totalidad? –interrogó Shoto, sus ojos buscando respuestas en los de su hermano–. ¿No viste a Katsuki? Yo no vine con él.

–Estaba descansando en mi recámara con Denki cuando un guardia apareció de repente y nos informó que Katsuki nos había convocado aquí –contestó el príncipe pelirrojo–. Pero nunca imaginé que me encontraría con esta escena.

–¿Y Katsuki qué está haciendo?

–La última vez que lo vi, le pidió a la señora Inko que cuidara de Izuku mientras él estuviera ausente, luego la Bruja lo hizo desaparecer entre las sombras –explicó Eijirou–. Entonces, ¿tienen la gentileza de explicarme por qué están reunidos aquí y por qué Tokoyami quiere matar a esta mujer?

–Porque es un maldito, un miserable que no tolera ver a los demás felices mientras él se consume en su propia amargura –soltó Momo con vehemencia–. No me importa que nos hayan descubierto y que todo se vaya a la mierda, siempre y cuando pueda escuchar cómo suplicas frente al Rey desesperado por que te perdone la vida, a ti y a tu bastarda familia.

–¡Momo! –exclamó Shoto, su voz resonando en el salón y silenciando a la mujer en el acto.

Tokoyami quedó petrificado durante unos instantes, sus ojos, antes oscuros, ahora irradiaban una ira asesina que helaba la sangre.

Las sombras se retorcieron desde cada rincón, congregándose alrededor del Hechicero Real en una espiral de oscuridad sin fin. Como cortinas de tinieblas, la oscuridad se aferró a las paredes del salón, extendiéndose con majestuosidad para reclamar cada rincón del espacio circundante.

–Tematarétematarétematarétematarétematarétematarétematarétematarétematarétematarétematarétemataré –murmuró Tokoyami, su voz resonando como un susurro siniestro–. ¡Te mataré, juro que te mataré!

–¡Tokoyami, cálmate! –ordenó Eijirou. Pero la furia del Hechicero parecía incontenible.

De manera inesperada, la sala se estremeció como si la misma tierra hubiera despertado de un largo letargo. De entre las sombras, surgieron cuervos de una oscuridad tan profunda como la media noche.

Con sus plumajes negros como el ébano y sus ojos centelleantes de malicia, los cuervos se alzaron en un vuelo ominoso, llenando el aire con sus graznidos ásperos y discordantes, como si estuvieran tejiendo un hechizo de desasosiego sobre el lugar.

Tokoyami, con sus ojos centellando con un fulgor sombrío, creó una esfera de oscuridad pura en sus manos, materializando la esencia misma de las sombras en su forma más concentrada.

–¿No has tenido suficiente? ¿De verdad quieres morir? –inquirió Shoto, cubriendo a Momo con su espalda–. Yo la defenderé siempre, ¿así que qué esperas?

Los cuervos de sombras se arremolinaron al alrededor del Hechicero, formando un remolino de plumas y oscuridad. La esfera de sombras en sus manos creció en tamaño y densidad, irradiando una oscuridad que parecía devorar la luz misma.

No obstante, Shoto extendió el brazo, y en la palma de su mano, una concentración de magia se gestó como una tormenta de colores.

La emanación mágica se desbordó en un espectáculo deslumbrante, un estallido titilante que abarcaba todos los matices del arcoíris. De su mismo ser, una columna de luz se elevó majestuosamente, cuyo resplandor invocaba la presencia de copos de nieve colosales, que surgían como bailarines celestiales en torno a la figura de Shoto.

–¡Basta! ¿Acaso los dos no han tenido suficiente ya? –gritó Eijirou con voz firme–. ¡No pienso permitir este comportamiento!

Eijirou se envolvió en un manto de llamas azules, una encarnación viva de la esencia que fluía a través de su maestría mágica. Las llamas resplandecían con chispas azules, surgiendo de él como luciérnagas encantadas que danzaban en la penumbra.

Simultáneamente, cientos de estacas de diamantes se forjaron en el aire, cada una bañada en la incandescencia del fuego azul, formando un halo flamígero de poder sublime.

La tensión en la sala era palpable mientras estos seres mágicos, cada uno imbuido con su magia única, mantenían un silencio efervescente. Como si el tiempo se hubiera ralentizado, los tres se enfrentaron en una mirada intensa, cada uno esperando el momento crucial para desatar su hechizo más poderoso.

Los espectadores, Yosetsu, Tamaki, Momo y las gárgolas, sentían el peso de la anticipación, la sensación de que la chispa que encendería el conflicto estaba a punto de estallar.

El silencio se rompió cuando Tokoyami alzó la esfera de sombras con determinación. De repente, los cuervos se lanzaron hacia adelante, un enjambre oscuro que se precipitó con velocidad sobrenatural. La esfera de oscuridad se expandió, creando un torbellino de sombras que amenazaba con devorar todo a su paso.

Pero en ese preciso instante, Shoto extendió las manos, y la columna de luz que emanaba de su ser se intensificó, formando una barrera resplandeciente que parecía desafiar incluso la más oscura de las magias.

Los copos de nieve, como guerreros de hielo, se precipitaron hacia adelante con una velocidad vertiginosa, cortando el aire con una precisión implacable. Su danza helada interceptó a los cuervos en pleno vuelo, dispersando las sombras con una explosión de luz y oscuridad que iluminó el campo de batalla con una intensidad sobrenatural.

Mientras tanto, Eijirou lanzó las estacas hacia adelante como proyectiles ardientes. La sala se iluminó con destellos de luz azul y fuego resplandeciente cuando las estacas chocaron contra las sombras dispersas, creando un espectáculo de caos mágico.

El enfrentamiento entre los tres oponentes alcanzó su punto álgido cuando las fuerzas de la luz y la oscuridad se entrelazaron en una danza deslumbrante. El sonido de las explosiones mágicas resonaba en la sala, mientras chispas, sombras y llamas llenaban el espacio.

Todos querían obtener un resultado en este feroz combate, y todos estaban dispuestos a conseguirlo de un modo u otro.

–¡¡SE PRENDIÓ ESTA MIERDA!!

El estruendo de los enfrentamientos mágicos aún resonaba en la sala cuando, de repente, una oscura sombra de terror se apoderó de todos. Un colosal incendio de llamas escarlatas estalló de la nada, extendiéndose vorazmente por la estancia y consumiendo la magia de los príncipes y el Hechicero.

Los cuervos de sombras, los copos de nieve y las estacas de diamantes se desvanecieron ante el avance imparable de las llamas escarlatas.

Fumikage, Shoto y Eijirou, detuvieron todas sus acciones al reconocer la naturaleza de esa magia. Momo, Tamaki, Yosetsu y las gárgolas, testigos silenciosos de la anterior batalla, quedaron paralizados de miedo ante la violenta manifestación de magia.

Las llamas escarlatas, imparables e impredecibles, se expandían como un torrente descontrolado. Fue entonces que la comprensión se apoderó de todos: esa magia ardiente y caótica, solo podía pertenecer a un individuo, uno que los gobernaba a todos.

En medio del tumulto mágico, cuando las chispas y las energías se entrelazaban en una danza caótica, un resplandor rojo gigante brotó desde el epicentro del conflicto. Un destello que, como un faro ardiente, atrajo todas las miradas hacia los tronos reales.

Instantáneamente, las miradas atónitas de los presentes se dirigieron hacia los tronos, donde las llamas escarlatas comenzaron a tomar forma, manifestándose lentamente en la figura del poderoso Rey Hechicero. Un aura carmesí envolvía su esencia mientras se materializaba con una majestuosidad siniestra.

Las llamas ascendieron con elegancia, revelando cada detalle de su anatomía hasta que, finalmente, el rostro del Rey Hechicero emergió. Su cabello rubio ceniza ondeaba como una llama inextinguible, sus ojos rojos, encendidos con la intensidad del fuego mismo, observaron la sala con una mirada que parecía penetrar en las almas de aquellos que lo contemplaban. Su sonrisa, siniestra y estrecha de lado a lado, emergió como la luna oculta detrás de nubarrones ominosos.

Lentamente, las llamas escarlatas moldearon su capa carmín de cuello aterciopelado, desplegándose majestuosamente sobre los hombros del Rey, como si las propias llamas la tejieran con esmero.

Sentado en su trono de oro sólido, cruzado de piernas, Bakugou Katsuki apoyó el codo derecho en el brazo del trono y la mejilla en su puño, como un soberano que emerge de las profundidades de su reino infernal. La sala quedó sumida en el silencio tenso, mientras todos, en estado de estupefacción, asimilaban la revelación de su presencia oculta.

El Rey Hechicero, envuelto en la majestuosidad de su propio regreso, disfrutaba del desconcierto que había sembrado entre sus subordinados. Las llamas escarlatas, ahora danzando a su alrededor como leales sirvientes, proyectaban sombras grotescas sobre su figura regia, cuya presencia eclipsaba cualquier destello de magia que hubiera precedido.

Sus hermanos y su Hechicero Real se mantenían inmóviles, sintiendo el peso de su error en cada centelleo de las llamas rojas.

Con un gesto de su mano, Katsuki controló las llamas a su antojo, disipándolas y revelando la sala en ruinas. Los escombros de la batalla mágica yacían dispersos por el suelo, testimonio de la confrontación previa.

Luego dirigió una mirada burlona a los tres combatientes, y con tono sarcástico, rompió el silencio con su voz imponente.

–¿Así que todo este caos, toda esta ruina, es debido a un drama ridículo de un amor imposible? –inquirió con una ceja arqueada. Las llamas danzaban en sus ojos, reflejando la ferocidad de su poder–. ¿ASÍ ES COMO HACEN QUE PIERDA MI MALDITO TIEMPO?

El rugido furioso del monarca llenó el salón, resonando con una fuerza que atenazó los corazones de todos los presentes. En ese instante se puso de pie con una velocidad asombrosa, su figura imponente y envuelta en llamas escarlatas creó una sombra siniestra que se proyectó sobre la sala.

Los presentes, aturdidos y paralizados de miedo, no pudieron más que contemplar con terror al Rey Hechicero en todo su esplendor colérico.

–¡Ni siquiera es entretenido verlos pelear! –Su voz retumbaba en el espacio, impregnada de ira descontrolada que pesaba como una losa sobre la audiencia aterrada–. Son como insectos que juegan con fuego, peleando por lo miserable que han sido sus patéticas vidas. Lloran por amor, lloran por sus familias. ¿Eso que mierda importa? ¡Comparado con lo que de verdad está juego, ninguno de sus estúpidos problemas vale un segundo de mi tiempo! Pero ya que estoy aquí, me aseguraré de hacerlos pagar.

Katsuki extendió el puño al frente y, en un breve instante y sin que nadie lo anticipara, todos los presentes en la sala, incluyendo las gárgolas, cayeron al suelo, oprimidos por una presión abrumadora e imbatible.

–¿Qué no querían una verdadera demostración de poder? ¡La disfrutarán hasta los huesos! –gritó, mientras sus víctimas se retorcían bajo la intensa presión mágica.

Bajo la intensa presión mágica impuesta por el Rey Hechicero, todos en la sala se sintieron como hojas aplastadas por un huracán. La fuerza sobrenatural que emanaba de Katsuki era aplastante, una amalgama de poder y furia que oprimía hasta la esencia misma de sus seres. Cada uno de ellos, acostados boca abajo en el suelo, experimentaba una sensación de asfixia, como si el aire se hubiera vuelto más denso y difícil de respirar.

–¡Katsuki... por favor detente! ¡Deja que te explique! –clamó Shoto, con su voz entrecortada por la presión asfixiante.

–Shoto... no puedo... no puedo soportarlo –musitó Momo, luchando por respirar entre gemidos de dolor–. Me duele...

–¡Katsuki, así no resolveremos nada! –vociferó Eijirou, luchando por resistirse a la magia de su hermano–. ¡Hablemos!

–¡¿Hablar?! –exclamó el monarca–. ¿Era eso lo que estaban haciendo antes de que yo los interrumpiera? Ahora que estoy aquí, yo mismo decidiré el destino de todos ustedes.

Con un gesto de su mano, la presión mágica se intensificó. Los gritos se volvieron más agudos, el dolor más insoportable.

Cada hueso en sus cuerpos parecía gemir bajo la presión aplastante, y sus músculos se contraían en espasmos involuntarios. La sensación de estar al borde del colapso, de enfrentarse a una fuerza que superaba cualquier límite conocido, se manifestaba en cada rincón del salón.

–¿Por qué... debo soportar esto? –preguntó Yosetsu, con su rostro aplastado contra el suelo, luchando contra su propio tormento.

Mientras tanto, Fumikage apenas lograba articular palabras, maldiciendo su mala fortuna con la misma intensidad del dolor que se inscribía en cada fibra de su ser.

El oficial Tamaki Amajiki, a pesar de su habitual reserva, dejaba escapar un alarido que rasgaba su garganta, liberando todos los lamentos que atormentaban su alma. Un dolor que solo podía ser expresado en gritos.

Las gárgolas rugían con voces potentes, mientras otras emitían lastimeros chillidos. Sus alas, normalmente imponentes, se doblaban en ángulos antinaturales, y su piel, tan dura como el granito, crujía bajo la presión mágica, como si estuviera a punto de desintegrarse en mil fragmentos.

Momo, temblando de dolor y desesperación, se volvió hacia Shoto con los ojos suplicantes, su voz apenas un susurro cargado de angustia.

–Shoto... no puedo más... me duele... me duele mucho, por favor ayúdame –suplicó, tratando de extender una mano temblorosa hacia el príncipe en busca de consuelo y alivio.

Shoto no podía soportar verla sufrir así, su corazón se retorcía en su pecho ante la impotencia de no poder aliviar su dolor.

–¡Katsuki, por favor para! –clamó Shoto con voz llena de desesperación, sus palabras resonaban con la urgencia de quien ve a un ser querido sufrir–. ¡Le estás haciendo mucho daño!

Katsuki, imperturbable ante las súplicas de Shoto, sostuvo su mirada despiadada y su sádica sonrisa. Cada segundo de sufrimiento de Momo parecía alimentar su cruel satisfacción, cada gemido de dolor una melodía para sus oídos.

–No, no lo suficiente –murmuró Katsuki con desdén, con un tono cargado de malicia mientras contemplaba el tormento que infligía con una satisfacción retorcida.

Con sus ojos encendidos como llamas escarlatas, Katsuki realizó un suave giro de muñeca, incrementando la presión mágica de tal modo que alcanzó un punto insostenible.

En un estallido de poder despiadado, los brazos y las piernas de los presentes en el salón se doblaron y rompieron como ramas bajo una tormenta. El sonido de huesos fracturándose resonó de manera grotesca, eclipsando cualquier otro ruido en la sala.

Gritos de angustia y agonía se entrelazaron en una sinfonía de sufrimiento mientras los cuerpos de los afectados se retorcían y se contorsionaban. La presión mágica, más allá de cualquier límite concebible, no solo aplastaba sus cuerpos, sino que los despojaba de toda resistencia, doblegándolos hasta el límite de su resistencia física y mental.

Shoto, Eijirou y Fumikage, quienes alguna vez habían sido figuras imponentes en el salón, ahora yacían como marionetas rotas en el suelo. Sus extremidades aplanadas de manera grotesca, completamente inútiles, mientras gemían en medio de la agonía, como todos los demás.

–¡MALDITA SEA, QUE ALGUIEN MATE ESA MUJER! –rugió Tokoyami, sus ojos inyectados de dolor reflejaban la impotencia frente a la tragedia desatada.

Eijirou, con el rostro contraído por el dolor, intentó articular palabras, pero solo emitió gemidos lastimeros que se perdieron en el aire enrarecido del salón. Sus pensamientos se entrelazaron con la preocupación por alguien a quien quería proteger, su amigo Yosetsu Awase, cuyos gritos ya no alcanzaban sus oídos.

Tamaki, a un lado del Mago caído, observó con desesperación cómo este dejaba de responder tanto al dolor como a la presión. Aunque intentó aferrarse a la idea de que solo se había desmayado, la evidencia de la sangre acumulándose cada vez más a su alrededor, alimentó sus temores más oscuros.

–¡Basta! ¡Basta, por favor! –suplicó Shoto, cuyas palabras se mezclaron con el sonido sordo de huesos quebrándose–. ¿Hasta cuándo piensas seguir con esto? ¡¿Quieres matarnos a todos?!

En lo alto del estrado elevado del trono, Katsuki observaba la escena con una satisfacción cruel. Su mirada arrogante y su sonrisa sádica reflejaban el deleite que encontraba en la sumisión total de aquellos que se atrevían a desafiarlo.

–¡Sí, eso quiero! –rugió el Rey con una furia desenfrenada, su voz resonando sobre el lamento de los quebrantados como un trueno en medio de la tormenta–. ¡Quiero verlos postrados ante mí, quiero que tiemblen de terror ante mi ira!

Las palabras de Katsuki retumbaron en las paredes del salón, cargadas de un poderío oscuro y una determinación implacable. El Rey, en medio de su cólera, no podía contener la tormenta que rugía dentro de él, una tempestad de indignación por haber sido arrancado de sus asuntos verdaderamente importantes para lidiar con problemas que, en comparación, parecían insignificantes.

–¡Por culpa de sus estupideces, rompí mi promesa de quedarme al lado de Deku para protegerlo! –continuó, con su voz adquiriendo un tono aún más amenazante–. ¡Tuve que pedirle a su madre que cuidara de él para ocuparme de ustedes, malditos! ¡Por eso nadie saldrá de aquí sin sufrimiento! Harán bien en saber que aquellos que se atrevan a desafiar mi autoridad pagarán un precio que recordarán por el resto de sus miserables días.

La sala del trono, una vez epicentro de la confrontación mágica, se convirtió en un lugar de desesperación y horror. La sombra del Rey Katsuki se cernía sobre los despojos de aquellos que osaron provocar su ira, mientras los lamentos y gritos de horror resonaban en la sala, marcando para siempre la memoria de los testigos.

ᕙ∞———~•§•~———∞ᕗ

–Mi hijo...

La tristeza y la gratitud se entrelazaban en el corazón de Inko mientras una lágrima escapaba de su ojo, una ofrenda silenciosa a la demencia de una noche plagada de monstruos, espectros y muertos vivientes. Sin embargo, entre la oscuridad, encontró un consuelo inesperado en este desenlace.

Cuando todas las amenazas aterradoras fueron erradicadas del castillo, se le instó a descansar y reunirse en la mañana para discutir los eventos de esa fatídica noche. Aun así, Inko permanecía en el aposento real, acariciando la mano de su amado hijo que descansaba en un sofá. Era un gesto íntimo en medio del caos que había dominado la noche.

Previo a este momento, cuando Hanajima Saki erradicó los espectros con su magia sombría, Midoriya Inko, acompañada por Bakugou Eijirou, Kaminari Denki y el general Togata Mirio, se encontraba frente a las puertas del aposento real. Inko le estaba explicando a Eijirou la razón detrás de la decisión de Mirio de no permitirle refugiarse en la recámara del Rey durante la huida. Esta elección se debía a la peligrosa magia de las Sombras del Pecado que irradiaba de Izuku, con la intención de evitar que Eijirou malinterpretara las acciones de Mirio y tomara represalias.

Convencido, Eijirou agradeció a Mirio por salvar a Inko y Denki del peligro que él no pudo percibir. Sin embargo, persistía una pregunta no expresada: ¿Cómo Denki, quien había entrado en la recámara, no fue afectado por la maligna magia?

A pesar de que todos eran conscientes de este hecho, nadie lo mencionó explícitamente. La cuestión se dejó en el aire, con la certeza de que cualquier inquietud se resolvería en la mañana, durante la esperada confrontación con la enigmática Bruja de las Ondas. Así, el tema quedó suspendido.

Sin embargo, cuando todos estaban a punto de retirarse para descansar, las puertas de la recámara se abrieron, dando paso a Bakugou Katsuki, Rey de Mytitur.

–Sé que ha pasado por mucho, pero necesito que me haga un favor –le dijo Katsuki a Inko–. Mientras estoy fuera, no le quite los ojos de encima a Izuku. No quiero dejarlo solo con esa Bruja, prefiero contar con alguien de confianza.

–Pero no puedo entrar... –replicó Inko, expresando sus limitaciones.

–No hay problema, esa lunática de allá –señaló Katsuki a Hanajima con el pulgar mientras permanecía en la recámara–, la mantendrá a salvo. Lo importante es que finalmente podrá ver a su hijo.

Esas fueron las palabras del monarca antes de que Hanajima lo hiciera desaparecer en las sombras, llevándolo al patio interior donde Shoto y Fumikage estaban a punto de tener un terrible enfrentamiento.

Cuando Katsuki desapareció a la vista de todos, Hanajima conjuró un hechizo protector en el umbral de las puertas de la recámara, asegurando que todo aquel que entrara estuviera resguardado de la corrupción de la magia concentrada de las Sombras del Pecado mediante una barrera.

Con la aparente compañía de Hanajima mientras Katsuki estaba fuera, Eijirou se llevó a Denki consigo, considerando el extraño interés que la Bruja había demostrado por él.

Regresando a los eventos recientes, Midoriya Inko acariciaba la mano de su hijo mientras este dormía en un sofá, la única cama disponible después de que Katsuki lanzara la anterior por la ventana cuando Izuku desapareció anteriormente. En medio de la tranquilidad momentánea, se sumió en sus pensamientos, agradeciendo a la Bruja de las Ondas por su inusual pero necesaria presencia.

–No lo entiendo... –murmuró Inko, acariciando el cabello rizado de su hijo Izuku sentada a la orilla del sofá–. ¿Cuál es ese supuesto peligro mortal? Para mí simplemente duermes, cariño.

–Por supuesto que es así como se ve por fuera –susurró una voz tenebrosa, llamando la atención de la omega.

Vestida en un manto tejido de sombras mismas, Hanajima Saki respondió a Inko desde la comodidad de un sofá, mientras disfrutaba de té y panecillos. Para Inko era algo extraño de ver, la Bruja de las Ondas es una entidad oscura y retorcida, por eso verla disfrutar de té y panecillos, como una persona ordinaria, creaba cierto desajuste a la realidad de la omega.

–Sin embargo, en lo más profundo de su ser, se libra una batalla de proporciones inimaginables –señaló la Bruja, con una taza de té reposando frente a sus labios, mientras el vapor ascendía en volutas misteriosas–. No debe subestimar la delicada situación de su hijo. Las sombras que acechan podrían ser más oscuras de lo que jamás ha imaginado.

–¿Eso es realmente así? –preguntó Inko, girando su atención hacia Izuku–. Si sus palabras son verídicas, entonces es preferible que no revele señales de su tormento. Es más conveniente que parezca sumido en un profundo sueño.

–Supongo que para usted resulta más reconfortante contemplarlo de esa manera, porque mientras conversamos, Midoriya Izuku se debate en una pesadilla espantosa como una tortura a su propia alma en el abismo de un espacio sombrío, atrapado en un conflicto eterno en la fina frontera entre la vida y la muerte. Donde cada instante es crucial, y hasta el simple acto de respirar sería una pérdida de tiempo –proclamó Hanajima, como si reflexionara en voz alta–. Sí, tiene razón. En comparación con la cruda realidad, es preferible asumir que tan solo duerme.

Sin embargo, el corazón de Inko se estremeció de horror ante la descripción de la Bruja, y con un apretón firme de la mano de Izuku, buscó transmitirle toda la fuerza y el amor que podía reunir. Gracias a Hanajima, Inko logró entrever la batalla interna que libraba su hijo, comprendiendo por fin la verdadera magnitud de la situación.

Desde afuera, Izuku parecía estar profundamente dormido, una imagen tranquila que engañaría a cualquiera que lo observara. Sin embargo, en el mundo de los sueños, una batalla épica estaba teniendo lugar, donde la vida y la muerte se enfrentaban en un duelo desgarrador. Incluso la parálisis de sueño, con toda su sensación de horror e impotencia, parecería un paraíso comparado con el tormento que verdaderamente estaba experimentando.

–Qué horror... –comentó Inko con un estremecimiento, su voz apenas más que un susurro en la tranquila atmósfera de la recámara.

Inko no quería dejar que su mente divagara más en aquellos pensamientos angustiosos. Sabía, con una convicción inquebrantable, que Izuku prevalecería de alguna manera. Después de todo, él era su cachorro, y nunca se había rendido ante las adversidades, una característica que lo definía desde siempre.

–Por cierto... –continuó la omega con un cambio de tema, como si quisiera apartar de su mente las sombras que la acechaban–. ¿A dónde envió a Katsuki? Se veía muy tenso cuando me dijo que vigilara a Izuku.

Hanajima, con una elegancia innata, extendió su brazo para tomar un panecillo, sus movimientos serenos contrastaban con el peso de sus palabras:

–Ese monarca orgulloso está ocupándose de un asunto sumamente aburrido –reveló con un tono de desdén apenas velado–. Resulta que finalmente descubrió que su hermano Shoto tiene un idilio con una mujer de la nobleza sin su consentimiento. Ahora debe estar lanzando amenazas e impartiendo castigos, supongo.

–¿Eso es considerado un asunto aburrido? –musitó Inko, atónita ante la perspectiva de la Bruja, mientras que al mismo tiempo estaba sorprendida por la noticia. La idea de Shoto envuelto en asuntos amorosos era algo que nunca se había imaginado.

–Sí, muy aburrido –confirmó Hanajima, desviando sus ojos morados hacia la nada como si recordara un pasado lejano–. Después de purgar a todas las almas corruptas dentro de Midoriya Izuku, él me preguntó por el paradero de su hermano Shoto, y le dije que estaba por luchar a muerte con su Hechicero Real en uno de los patios de este castillo, y allí lo envié.

–Así que fue por eso que me pidió que vigilara a Izuku... –reflexionó Inko, conectando los puntos de una forma que solo ella podía hacer–. Espere un minuto, ¿usted dijo: "finalmente"?

–Sí –asintió Hanajima con una calma imperturbable.

–Es decir, que usted ya sabía sobre eso desde hace mucho, ¿no es cierto? –indagó Inko, con una creciente confusión en su voz, a lo que Hanajima asintió con delicadeza–. No lo entiendo. Si ya lo sabía, ¿por qué no se lo dijo antes y esperó justo en este momento cuando ya hay tantos problemas?

–No se lo dije antes porque él no me preguntó –explicó Hanajima con una tranquilidad enigmática, dejando a Inko perpleja–. Según nuestro acuerdo, si quiero permanecer en este castillo, debo proporcionar la información que él solicite. Más concretamente, debo responder cualquier pregunta que él me haga. Fue por eso que le dije dónde estaba su hermano. En cuanto a la pelea con el Hechicero Real, fue un detalle que él no solicitó, pero igualmente lo proporcioné porque me pareció conveniente.

Sentada en el borde del sofá donde reposaba Izuku, Inko se encontraba en una encrucijada de pensamientos mientras escuchaba a la Bruja de las Ondas. Como era habitual, las conversaciones con ella siempre dejaban a Inko exhausta, con la mente en un torbellino de incertidumbre y reflexión.

–Espero que Shoto esté bien –comentó Inko, su voz cargada de preocupación mientras observaba a Hanajima con ansiedad–. Katsuki... no le hará daño a Shoto, ¿verdad? Después de todo, son hermanos.

–Lo encerró en una celda y lo demás no quiere saberlo –respondió Hanajima, enviando escalofríos por la espina dorsal de Inko–. En estos momentos están en la sala del trono, todos reunidos para ser juzgados por el Rey.

En la penumbra del aposento real, Inko se enfrentaba a la Bruja de las Ondas, una entidad cuya presencia parecía desafiar la misma realidad. Observó con atención a Hanajima, una figura envuelta en sombras danzantes, y decidió explorar la intrincada red de su mente.

–De lo que pude entender de esta conversación es que usted solo dará información cuando se la pidan, ¿no es así? –preguntó Inko, su tono firme a pesar de la inquietud que sentía–. Pero incluso si sabe lo que alguien necesita saber, usted no piensa ofrecer esa información a menos que se la soliciten.

–Es correcto –confirmó Hanajima, con una frialdad que dejaba entrever su juego de sombras.

–Lo que significa que está ocultando información importante justo ahora –proclamó Inko, llevando la conversación hacia una senda más oscura.

Con su mirada enigmática y una sonrisa de complicidad, Hanajima tomó un pequeño panecillo entre sus delicados dedos y le dio un mordisco, como si saboreara algo más que el simple pan. Su voz resonó en la atmósfera cargada de misterio mientras formulaba su pregunta, como si estuviera desentrañando un enigma milenario.

–¿Es una pregunta o una conclusión? –interrogó, sus palabras cargadas de un significado oculto, como si desafiara al destinatario a descifrar el verdadero propósito detrás de ellas.

–Es una pregunta, desde luego –confirmó Inko, desentrañando con astucia la lógica de la Bruja.

–Bueno, viéndolo de esa forma, sí –contestó Hanajima con una sonrisa enigmática, como si estuviera a punto de desvelar un secreto ancestral–. Hay infinidad de cosas que usted no sabe y yo sí, así que desde su punto de vista parece que estoy ocultando información. Sin embargo, técnicamente no estoy ocultando nada, simplemente hay muchas verdades que usted aún ignora. Si existe algo que quiera saber, solo tiene que abrir la puerta de la curiosidad y yo estaré aquí para guiarla por los caminos del conocimiento.

Inko asintió, aceptando la dinámica peculiar de la interacción. Pero su curiosidad no cedía.

–En ese caso... –dijo, manteniendo su firmeza–. ¿Qué eran todas esas cosas que aparecieron en el castillo? Esos espectros y esos monstruos horribles, ¿de dónde salieron y por qué quisieron hacernos daño?

Hanajima desvió sus apáticos ojos hacia Inko, como si evaluara si la respuesta merecía ser desvelada. Un suspiro escapó de sus labios, no por resistencia, sino más bien por la expectativa de que la omega buscara respuestas más profundas.

–Tenía pensando comentarlo con todos en la mañana como le dije –respondió con un toque de desinterés–. Pero si quiere saberlo antes... supongo que no importa.

–Entonces dígame –solicitó Inko con una curiosidad mezclada con una dosis de inquietud–. ¿Qué eran esos espectros que salieron de la nada y esas criaturas horribles mitad humanos y mitad bestia?

La Bruja, con la paciencia que caracterizaba sus respuestas, desveló los oscuros secretos de la noche:

–Los espectros, como usted les llama, no son sino la manifestación de almas corrompidas de magos oscuros. Las criaturas, mitad humanas y mitad bestia, son quimeras, monstruosidades engendradas por experimentos aberrantes. En tiempos antiguos, los magos oscuros solían crear estas quimeras, grotescas imitaciones de los Nomus forjados por las Sombras. Incapaces de manejar las almas con la maestría de las Sombras para crear Nomus, recurrieron a fusionar seres humanos con bestias a través de hechizos y maldiciones, para así obtener siervos de gran poder. Esos mismos hechiceros, usaron el don de Izuku para proyectarse en este plano, trayendo consigo sus engendros para sembrar el caos y la destrucción. Pese a todo el horror que usted experimentó esta noche, ignora que este castillo fue testigo de una marcha de muertos, almas inocentes segadas por la maldad de la Magia Negra, que estaban condenadas a la eterna oscuridad del otro plano hasta que lograron manifestarse en este. Iida Tenya, Hitoshi Shinso y Yosetsu Awase estuvieron al borde de la muerte a manos de esas almas errantes.

–Pero qué horrible... –comentó Inko, sus pensamientos sumidos en el horror ante la depravación de las acciones–. Incluso muertos, esas cosas solo piensan en hacer el mal.

–Son seres corruptos, después de todo. Eso es en todo lo que piensan –afirmó Hanajima, sus palabras resonando con la pesadez de la maldad que persiste incluso más allá de la muerte.

–Pero usted también usa Magia Negra, ¿cierto? –expresó Inko, sin ser plenamente consciente de la revelación que escapaba de sus labios. Al percatarse de sus propias palabras, quedó atónita.–. Lo... lo digo por la forma que usted hace magia, con sombras y oscuridad. ¿Eso no es Magia Negra también?

Sin embargo, la Bruja de las Ondas permaneció imperturbable en el sofá, su mirada penetrante fija en Inko, como si estuviera leyendo cada pensamiento que cruzaba por su mente.

No se dejaba entrever emoción alguna en su rostro pálido y sereno, pero sus ojos parecían contener un universo de secretos inescrutables. Con un movimiento fluido, se levantó del sofá, y las sombras de su vestido se alzaron a su alrededor, como extensiones de su propio poder.

A pesar de la falta de reacción aparente de la Bruja, Inko sintió una sutil amenaza que se deslizaba en el aire, como un susurro oscuro en la noche. Era como si hubiera despertado a un antiguo guardián dormido, y su instinto le advertía que debía tener cuidado con cada palabra que pronunciaba.

–Se equivoca, Midoriya Inko, pero tiene razón –declaró Hanajima con voz suave, pero cargada de significado, mientras una pequeña sonrisa jugueteaba en sus labios pálidos.

–No... no la entiendo –replicó Inko, su voz apenas un susurro de confusión–. ¿En qué me equivoco y en qué tengo razón?

–La magia de sombras que yo utilizo no es una variación de la Magia Negra, como lo es el dominio del rayo y la magia arcoíris de la Magia Blanca –explicó Hanajima, convirtiendo las sombras de la recámara en serpientes vivas y seseantes alrededor de Inko–. Esto que yo hago se llama Oscurimancia, una disciplina arcano-mágica que se centra en la manipulación y control de las sombras y la oscuridad en todas sus formas. A diferencia de la Magia Negra, asociada a las intenciones malévolas y corrupción, la Oscurimancia se origina en la habilidad de influir en el aspecto más fundamental y primordial de la luz: la ausencia de ella.

–Lo siento, pero no la estoy entiendo bien –confesó Inko, negando con la cabeza.

–Esta forma de magia no tiene ni la más mínima relación con la Magia Negra –aclaró Hanajima con solemnidad–. De hecho, su origen no podría ser más natural. La Oscurimancia fue concebida por el tercer Druida que nació en la Segunda Edad, conocido como el Siniestro.

La sorpresa bailó en los ojos de Inko, iluminados por el fulgor de la revelación, aunque una bruma de desconcierto se coló entre los destellos. Para ella, la Oscurimancia se enroscaba en sombras demasiado densas como para ser hilada por manos druídicas, cuyas almas consideraba las más puras sobre la faz de la tierra.

–Entiendo –murmuró, el velo del entendimiento deslizándose sobre su mente como la aurora sobre la noche–. Si esa magia es cosa de Druidas, significa que no es maligna. Pero... "¿el Siniestro?". Ya veo porque lo apodaron así.

Sin embargo, algo no cuadraba.

Es conocido que Hanajima Saki suele hablar en enigmas inescrutables, cada uno cargado de un significado profundo. La Bruja afirmó que Inko estaba equivocada, pero al mismo tiempo tenía razón, colocando a la omega en una encrucijada.

Inmersa en la resolución del enigma de la Bruja, Inko inclinó la cabeza hacia adelante. Reflexionó que, si Hanajima le explicó que la Oscurimancia no estaba relacionada con la Magia Negra, entonces su error residía en esa conclusión. Ahora, lo que quedaba era descifrar en qué aspecto tenía razón.

Mientras Inko desentrañaba el enigma, Hanajima la observaba con paciencia, dirigiendo su atención no solo a la omega, sino también a sus pensamientos.

Inko, sumida en sus pensamientos, se esforzaba por resolver el enigma.

"Ella dijo que estoy equivocada, pero también que tengo razón" –se dijo en un susurro interno, su mente giraba en un torbellino de dudas–. "Si la Oscurimancia no es Magia Negra, como ella afirma, entonces es ahí donde estoy equivocada. Pero si tengo razón en algo, ¿en qué?".

Inko estaba absorta en un torbellino de pensamientos mientras reflexionaba sobre las palabras de la Bruja:

–"La señora Hanajima dijo que la Oscurimancia no tiene ninguna relación con la Magia Negra, pero ¿eso significa que ella en verdad no tiene nada que ver con la Magia Negra? Aunque no parece ser una persona malvada como los monstruos y espectros que he visto antes. ¿Me estoy equivocando otra vez?".

–No, no lo está –afirmó Hanajima en voz alta, haciendo que Inko enderezara la espalda, reflejando una expresión de sorpresa y temor–. Eso es algo que varios aquí ya sospechaban de mí, pero usted es la primera en confirmarlo.

Midoriya Inko, a pesar de haber llegado a esa conclusión con cierta reticencia, luchaba por asumir la cruda verdad. La Magia Negra, esa fuerza siniestra y destructora que ansía corromper hasta el último rincón de la existencia, era también la fuente de poder de los seres más nefastos que jamás hubieran caminado sobre la faz de la tierra: las Sombras, las responsables del estado actual de Izuku.

La atmósfera en la habitación se tornó densa y silenciosa mientras Hanajima se deslizaba con elegancia hacia Inko, rodeando la pequeña mesa donde reposaban delicados servicios de té y tentadores panecillos. Con un gesto solemne, extendió las palmas de sus manos frente a la omega expectante.

En ese momento, el aire mismo parecía palpitar con una anticipación electrizante, como si el universo entero contuviera el aliento. Hanajima, con su mirada imperturbable y su aura de misterio, desencadenó una manifestación mágica tan única como desconcertante, envolviendo la estancia en un halo de asombro y maravilla.

En su mano derecha, una luz dorada comenzó a parpadear y cobrar vida. La llama que surgía de la palma de la Bruja irradiaba un esplendor cálido y revitalizante. Una luz que evocaba la vida misma, una luz que inspiraba esperanza y resplandecía con la promesa de días radiantes.

Simultáneamente, en su mano izquierda, emergía una oscuridad profunda. Una llama negra que se retorcía y danzaba con una malevolencia tangible. Una negrura que parecía absorber la luz a su alrededor, desplegando las peores sensaciones en Inko. Un terror indescriptible se apoderó de ella, mientras la oscuridad se insinuaba en cada rincón de su ser.

La dualidad en las manos de Hanajima no solo desafiaba las convenciones mágicas, sino que también enfrentaba a Inko con la paradoja misma de su existencia. La Magia Negra y la Magia Blanca, dos fuerzas que tradicionalmente se repelen con intensidad, ahora coexistían en armonía en el interior de la aterradora Bruja de las Ondas.

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