Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XVII: Hold On

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By LeoLunna

Por largos minutos, sostuvo a Chuuya entre sus brazos con fuerza y le permitió llorar; acariciando su cabello, abrazándolo fuerte e intentando calmar un dolor que escapaba de sus manos.

Era extraño sentirlo tan débil, frágil y pequeño. De entre los dos, Chuuya siempre fue el fuerte, el que podía sostener a ambos y al mundo entero al mismo tiempo. Era quien se hacía cargo de los problemas, las heridas y lágrimas de otros. Era a quién todos podían recurrir si necesitaban ayuda, un consejo o un consuelo. Era el primero en ponerse de pie y luchar, siempre protegiendo al resto. Eso era algo que nunca cambió en él.

Sin embargo, no importaba cuan fuerte fuera un pilar. En algún momento, ya fuese por el tiempo o por los golpes de una tormenta implacable, cualquiera terminaría por ceder.

Al menos ahora era lo suficientemente fuerte para sostenerlo, se dijo a sí mismo Dazai. Al menos ahora, podía devolverle todo el apoyo y cuidado que el pelirrojo siempre le entregó.

―Chuuya ―llamó con suavidad por sobre los temblorosos sollozos amortiguados contra su pecho―. Chuuya, entremos al departamento, estarás más cómodo... ¿O quieres que te lleve a...?

―No ―dijo el otro inmediatamente, aferrándose más a su cuerpo―. No, no quiero... No todavía...

Dazai asintió, sin necesitar escuchar más. Volvió a acariciarle la espalda, también el cabello, y lentamente se movió más cerca de la puerta, sin soltar a Chuuya.

―Está bien, está bien. ―Calmó―. Entonces entremos.

Abrir la puerta con Chuuya aferrado a su cuerpo fue un poco difícil, sin embargo, no le pidió alejarse. Tampoco quería soltarlo, temía que el pelirrojo se derrumbara si lo hacía, y si lo veía completamente en el suelo, sin ese espíritu de lucha al cual estaba acostumbrado, dejándose ganar aún más por la tormenta sobre su cabeza, no sabría qué hacer. Se le rompería el corazón, y no podía permitirse ser débil en ese momento. Chuuya lo necesitaba.

No sabía todo, sin embargo, las palabras temblorosas del otro eran suficientes para darle una idea general de la mala situación de Arthur. No lo obligaría a hablar si no quería hacerlo, pero intentaría calmarlo, hacerlo sentir bien de cualquier forma necesaria.

Al prender las luces del salón y cerrar la puerta, guió a Chuuya hacia el sofá de segunda mano que había obtenido cuando se mudó. Esperaba que fuera cómodo para el pelirrojo, al menos sí lo era para él y para esas pocas noches en que el insomnio ganaba sobre el sueño.

Se sentaron con cuidado, sin dejar de abrazarse. Lentamente, Dazai comenzó a separarse, intentando que sus movimientos fueran suaves, pero ante la más mínima distancia, Chuuya volvió a aferrarse a su cuerpo desesperadamente; temeroso de que Dazai volviera a dejarlo como hace cuatro años, desapareciendo otra vez como un día lo haría Arthur. Las lágrimas volvieron a agolparse en sus ojos.

―¿Qué haces...?

―Nada, solo iba a sacar mi teléfono ―explicó Dazai. Mantuvo un brazo alrededor de Chuuya y con el otro tecleó un rápido mensaje―. Ranpo y Natsume-sensei están abajo. Ya que Ango se llevó el auto de Odasaku, tuve que pedirle a Natsume-sensei un aventón.

―¿Y tan fácilmente aceptó? ―cuestionó Chuuya―. Llegaste bastante rápido...

―Lo desperté, pero no dudó en ir por nosotros a Osaka. De todas formas, la carretera está vacía a esta hora, así que llegó bastante rápido ―dijo Dazai.

Escribió un mensaje a Ranpo en el cual le pidió transmitir su agradecimiento al hombre mayor por el viaje, y que le dijera que, en cuanto estuviera listo su relato para la antología, se comunicaría con él para acordar una reunión o para tomar el té como tanto le gustaba al escritor. También le recordó que necesitaba hablar con Poe cuanto antes, que seguramente existía un tercer camino para ellos y una solución.

Ranpo no le respondió a ese último mensaje, pero era suficiente con que lo hubiera leído. Y cuando bajó el teléfono, regresó su mirada a Chuuya y siguió explicando su veloz viaje de regreso.

―Es un hombre extraño. Cuando le dije que necesitaba regresar a Kyoto y por qué, dijo que le encantaban este tipo de "historias" y no dudó en ir hasta Osaka. ―Riendo por lo bajo, agregó―: Le interesa mucho el chisme como a alguien que conozco bien.

Tomó como un triunfo la pequeña risita que escuchó venir de Chuuya y la forma en que acomodó su cabeza contra su hombro: aún con los brazos a su alrededor, hablando directamente contra su oído con una voz cansada.

Está bien, podía descansar entre sus brazos todo el tiempo que necesitara. Él lo sostendría.

―¿Y qué tipo de historia es esta?

―No estoy seguro ―murmuró Dazai, apoyando su cabeza contra la ajena―. Solo es... Es una historia sobre gente que ha pasado por mucho.

Y que estuvieron solos durante mucho tiempo, buscando algo que ser, buscando en quien apoyarse e intentando no extrañar a aquella persona que desapareció de un día para otro. Ahora tenían mucha gente a su alrededor, muchos amigos dispuestos a apoyarlos, pero esa compañía que solo podían darse mutuamente, venía bien para ese tipo de momentos en que el mundo se les venía encima y ninguna palabra agradable podría sacarlos de entre los escombros.

Así que se sostuvieron el uno al otro, esperando a que la vida dejara de golpearlos.

―Te lo presentaré un día ―dijo Dazai, y sintió el impulso de besar su frente, confiando que esa acción calmaría un poco a Chuuya, pero no era el momento. Así que, cuando logró alejarse un poco, se conformó con solo acariciarle el rostro―. De seguro tú y Natsume-sensei se llevarán bien, ya que a ambos les gusta el chisme...

Chuuya tan solo asintió, obligándose a darle una pequeña sonrisa. Esa broma, en cualquier otra ocasión, hubiera provocado una reacción más "violenta" en el pelirrojo, pero no ese día. Y Dazai tampoco le exigía comportarse como si todo estuviera bien.

Sin embargo, eso no evitaba que quisiera hacerlo sentir mejor. Podrían hablar de lo que sucedía y de cómo Chuuya se sentía, pero después de esa declaración frente a la puerta, el pelirrojo no parecía querer volver a pensar en lo que estaba mal.

Evitar el problema no haría que desapareciera, pero intentar distraerse por un momento tampoco. Continuaría ahí, sobre sus cabezas, y todo lo que podía hacer era intentar calmar el estado de ánimo de Chuuya para que pudiera pensar con mayor claridad.

Pero más que nada, quería intentar desaparecer esa expresión de dolor en él. Quería alejar las lágrimas y verlo sonreír con sinceridad y confianza, escuchar sus bromas y su voz al cantar. Dolía observarlo tan abatido. Dolía sentirlo tan débil y perdido.

Volvió a separarse. Dejó el teléfono a un lado y se puso de pie. Ignorando la mirada confundida del pelirrojo en el sofá, cruzó el salón hacia la otra esquina y comenzó a esculcar entre los gabinetes de la cocina.

―¿Qué estás haciendo ahora? ―se quejó Chuuya por la distancia.

―Está demasiado tranquilo.

―Eso nunca te molestó

―Pero no creo que ahora sea adecuado ―respondió Dazai, mirándole de reojo con una suave sonrisa―. Necesitas una distracción y tengo algo en mente, así que ve a mi habitación.

Chuuya le dirigió una expresión confundida, también un poco desconfiada al escuchar la palabra "habitación", pero acabó por soltar un quejido bajo y levantarse del sofá.

Decidió que no importaba qué era lo que Dazai tenía en mente, bueno o malo, una distracción agradable o una de la cual luego se arrepentiría, lo tomaría. No quería seguir pensando en algo que no iba a cambiar, no quería...

Ah, otra vez estaba huyendo, pensó, entrando a la habitación de Dazai y sentándose en el borde de la cama.

Tal vez lo hacía porque quería que esa felicidad se extendiera un poco más. Esa normalidad y calidez familiar que nunca tuvo. Ingenuamente pensó que, cualquier cosa que le sucediera a Arthur, era algo temporal y de lo cual se recuperaría rápidamente. Pero seguía adelgazando, usando tantas capas de ropa incluso en verano, pasando más tiempo en cama que en la mesa del salón tomando el té con él y no mejoraba.

Ignoró lo que estaba mal con tal de mantener un poco de ese débil equilibrio que de todas formas terminaría por romperse. Hizo lo mismo durante los últimos meses de su relación con Dazai en la adolescencia, ¿no? Sabía que algo iba mal, pero decidió ignorarlo con tal de seguir viviendo en una fantasía que acabó por empujarlo a una pesadilla de la cual logró salir después de mucho tiempo.

Y odiaba la sensación de sentir que volvía a estar atrapado en esa soledad insoportable. Daría cualquier cosa para que ese malestar desapareciera, aceptaría cualquier distracción para que se esfumara el dolor en su pecho por un momento, incluso si sabía que este volvería a él.

Un solo segundo para no pensar en nada, ni en lo bueno ni en lo malo, era lo que necesitaba, y sí Dazai le estaba ofreciendo tener sexo como distracción, entonces lo aceptaría, incluso si eso arruinaba todo entre ellos.

Si esa no era su idea, ¿para qué lo envió a la habitación? Sí, estaba cansado, pero no quería dormir, dudaba poder hacerlo. Y recordaba que, hace dos años, el alcohol, el sexo y cualquier droga eran la forma en que Dazai ignoraba todo lo que estaba mal en su vida. No le sorprendía si esa fuera su idea de "distracción", y aunque no quería beber, tan solo tenía que acostarse en la cama y dejar que el moreno hiciera todo lo demás.

No le importaba que no fuera lo correcto, ya estaba acostumbrado a dar su cuerpo con tal de no pensar, con tal de obtener un breve refugio.

No quiso levantar la cabeza cuando la puerta se abrió y Dazai entró. Lo sintió dejar algo a un lado de la cama y lo vio moverse al otro lado de la habitación, tomando algo del escritorio con cajoneras frente a ellos que estaba lleno de papeles y un par de libros.

Con una profunda inhalación, se dijo a sí mismo que ya nada importaba, que aceptaría cualquier cosa. Tocó el borde de su playera con los dedos y comenzó a subirla lentamente, mientras Dazai se sentaba a su lado, con la computadora portátil sobre las piernas y empujando con el hombro a Chuuya.

―¿Qué película quieres ver? Puedo piratear la última que se estrenó.

Sus manos abandonaron la tela que fácilmente volvió a su lugar original. Ladeó el rostro, mirando el moreno a su lado que tranquilamente tecleaba el título de la película en el buscador. Solo cuando se percató de la mirada confusa y fija en él, giró el rostro y le sonrió.

―¿Qué? ―preguntó Dazai, y ante la expresión sorprendida del pelirrojo, bromeó―: ¿Por qué me miras de esa forma? Sé que soy guapo, pero eso ya lo sabías.

No le causó gracia, pero la situación, la actitud del otro y todo a su alrededor le hizo olvidar por un momento lo que estaba mal.

―¿Qué se supone que estás haciendo...?

―¿Buscando una película? ―preguntó Dazai de vuelta―. Sí, ya sé que realmente no estás de humor para ver nada, pero distraerte un poco te ayudará. Estás muy estresado en este momento, y un Chuuya estresado es un Chuuya idiota.

―¡Oye, eso no...!

Al mirar lo que estaba al otro lado de la cama, notó una bandeja con dos latas de gaseosa y algunos bocadillos salados y dulces. No sabía que Dazai comía ese tipo de cosas, no parecían ser del tipo que le gustaban, pero por alguna razón las tenía guardada en su alacena y ahora se estaba ofreciendo a compartirlas.

La confusión volvió a cubrir su semblante y miró a Dazai una vez más. El moreno le dirigió una sonrisa, empujandole con el hombro nuevamente para que Chuuya se acomodara correctamente. Y mientras ambos se sentaban con la espalda pegada al respaldo de la cama, con la computadora portátil entre ellos y la bandeja de bocadillos sobre las piernas, el menor explicó.

―Ranpo y Yosano dejaron estas cosas la última vez que vinieron ―dijo, señalando la bandeja―. Ellos, bueno, cada vez que me siento mal me obligan a ir a comer a cualquier local que esté abierto, o me obligan a ver una película con ellos y, sí, también me hacen comer más.

―Ah, por eso no estás tan delgado como antes.

―No están ayudando en nada a mi colesterol ―bromeó, y luego, volviendo a darle esa sonrisa suave, como si no hubiese nada más en el mundo que le importara tanto como Chuuya, agregó―: Pero creo que es mejor esta distracción que lo que hacía antes cuando me sentía mal.

Distraídamente, casi sin pensarlo, Dazai se acarició los tatuajes. Sus dedos pasaron por sobre las cicatrices ocultas bajo la tinta; sintiendo cada pequeño relieve, la textura diferente al resto de la piel, los recuerdos de un oscuro lugar al cual no quería volver, ni quería ver a Chuuya caer.

Dazai tan solo necesitó una ocasión para saber que no le gustaba escuchar a Chuuya llorar. Fue un impacto tan grande que él también quiso hacerlo y rogarle que volviera a ser la misma persona fuerte de siempre, aquella que podía sostener a ambos, pero no iba a pedírselo.

Ya que prácticamente no dejaba que nadie viera esos momentos suyos de debilidad, no le sorprendía que muchos de sus amigos y conocidos vieran a Chuuya como un ser indestructible. Tampoco le sorprendía que el mismo pelirrojo se considerara a sí mismo lo más cercano a un "dios", aunque solo lo dijera para aumentar su propio ego. Sin embargo, Dazai sabía que, de entre todos, Chuuya siempre fue el más humano.

Por eso no le sorprendía lo mucho que esa situación le afectaba. Cuando Chuuya amaba a alguien, fuese romántico, platónico o familiar, lo hacía con intensidad. Era quien perdonaba o decidía superar incluso los peores actos, y él era prueba de ello. Por eso, mientras pudiera ayudarlo aunque sea un poco, lo haría.

Mientras pudiera quedarse a su lado, permitiéndole llorar, expresarse, o simplemente sostenerse mutuamente, lo haría. No tenía otra intención que devolverle un poco de todo lo que hizo por él tanto antes como ahora, sin esperar que su amor fuera correspondido, o un agradecimiento. Solo quería que estuviera bien.

―¿Qué quieres ver? ―Volvió a preguntar Dazai―. Se estrenó un musical hace poco, sé que te encantan...

―Sí, un musical estaría bien ―respondió. Tentativamente, se acercó más a su lado, hasta que sus hombros se presionaron contra el otro y pudo volver a apoyar la cabeza en su hombro―. Un poco de música estaría bien.

A diferencia de otras ocasiones, durante el musical se mantuvieron en silencio. Siguieron sentados muy cerca, comiendo desde la misma bolsa de bocadillos, con las manos rozando la ajena de vez en cuando. Olvidaron los teléfonos por un instante, pero antes de ello, Dazai se aseguró de pedirle a Yosano que le dijera a la familia de Chuuya que estaba bien. Su amiga lo odiaría por obligarla a acercarse a Kouyou otra vez, pero en ese momento era necesario. Y quién sabe, tal vez Kouyou también necesitaba hablar con alguien.

Ni él ni Chuuya tenían apetito, pero aún así terminaron la primera bolsa. Para la segunda, buscaron otra película y mientras el reloj marcaba las tres de la mañana, el pelirrojo ya parecía un poco mejor. Igual de triste, pero más tranquilo, sin energía. Tal vez era culpa del sueño, pero se negó a dormir.

―No entiendo por qué no me dijeron nada. ―Escuchó murmurar a Chuuya con los créditos de la segunda película―. Quiero decir, sabía que Arthur tenía mala salud, en el fondo sabía que era así de malo, pero aún así ellos no me dijeron nada...

―No creo que sea tan fácil decirlo ―respondió Dazai―. Tal vez ellos también querían ignorar lo que estaba mal... Puedo entender eso, yo hice lo mismo, ¿no? Nunca te dije lo que sucedió esa noche años atrás, a pesar de que sabías que algo andaba mal.

Y aunque Chuuya le preguntó muchas veces si todo estaba bien, en el fondo no quería saber. Era más fácil vivir en la ignorancia. Incluso aquellos que decían preferir siempre la "verdad", escogen el consuelo de "no saber" cuando la situación puede dañarlos profundamente.

―Deberías hablar con ellos ―sugirió Dazai―. No ahora, es bastante tarde y...

―Paul y Kouyou siguen en el hospital ―interrumpió, y por lo bajo, despreciándose a sí mismo, agregó―: Y yo me escapé... Já, ¿cuándo me convertí en esto? ¿Cuándo comencé a correr...? Qué patético.

Antes de que pudiera seguir insultándose, Dazai alejó la bandeja de comida y el portátil, y volvió a abrazarlo. Lo envolvió con fuerza, como si quisiera protegerlo de sus propias palabras y del mundo a su alrededor.

―Chuuya, sé que te gusta pensar lo contrario, pero no eres un dios que puede soportar y enfrentar todo ―susurró, con un suave tono de regaño que jamás ocupaba―. Nadie te va a criticar por huir una o dos veces, no cuando la mayoría huimos todo el tiempo...

El pelirrojo no respondió, pero sus palabras lograron darle un poco de sentido a sus pensamientos. Ocultó el rostro contra su hombro nuevamente, respirando el aroma a café recién servido y libros nuevos que expendía la ropa de Dazai, y se negó a hablar.

El moreno tan solo volvió a apoyar su cabeza contra la ajena, sonriendo para sí mismo cuando lo sintió relajarse entre sus brazos. No sabía si estos eran el lugar indicado para que Chuuya buscara consuelo, pero si les parecía suficiente, entonces bien. Los mantendría abiertos para él cada vez que lo necesitara.

―Escucha, en cuanto salga el sol iremos al hospital si eso quieres ―propuso Dazai―. Si no... Bueno, podemos quedarnos todo el día viendo películas o haciendo otra cosa. Tal vez podría presentarte a Natsume-sensei, a veces me obliga a tomar el té con él.

―Odias la hora del té.

―Con todo el corazón ―respondió, con una suave risita compartida―. Detesto tener que sentarme y actuar como si tuviera modales, ¡pero las historias de Natsume-sensei son divertidas! Y como dije, le gusta el chisme tanto como a ti...

Sintió un muy suave golpe en su espalda. Al separarse y mirarse de frente, una pequeña sonrisa adornó el rostro de Chuuya.

―Pensemos en eso mañana ―respondió el pelirrojo―. Por ahora... ¿Vamos a dormir?

Dazai asintió. Ambos estaban cansados, uno más que el otro claramente, y seguro se despertarían en cuatro horas a causa de la ansiedad que la situación les provocaba, pero ese poco tendría que ser suficiente.

―Acomódate, voy a sacar esto ―dijo Dazai, saliendo de la cama y tomando la bandeja con los paquetes de comida vacíos, y señalando con la cabeza, ofreció―. Puedes tomar algo de mi ropa si quieres. ¡Aunque tienes más músculo que yo, sigues siendo tan pequeño!

El pelirrojo se quejó por lo bajo por el comentario, pero al salir de la habitación y mientras se reía para sí mismo, Dazai escuchó la puerta de su ropero abrirse y al otro esculcar entre su ropa.

Tras botar los empaques vacíos, recoger algunas cosas que había dejado tiradas y apagar las luces del salón, volvió a la habitación pensando en pasar la noche con los párpados abiertos de par en par y mirando el techo. Dudaba poder dormir en ese punto, pero se conformaba con que Chuuya lo hiciera. Y al abrir la puerta y asomar la cabeza, notó al pelirrojo cómodamente bajo las delgadas sábanas en el lado izquierdo de su cama, dejando el derecho vacío, con los ojos cerrados y rendido por el sueño.

Tan solo había salido de la habitación durante unos 10 minutos, pero fue suficiente tiempo para que Chuuya se durmiera. Tal vez estaba más cansado de lo que imaginaba, pensó Dazai, y sin duda era mucho mejor que se dejase llevar por el sueño incluso si éste duraba solo un par de horas. De todas formas, el reloj ya estaba por marcar las cuatro de la noche y el sol no demoraría en alzarse.

Aunque Chuuya dejó el espacio suficiente para que se acostara a su lado, Dazai se acomodó en la silla frente al escritorio. Miró las distintas cosas que había estado escribiendo a mano, luego observó al pelirrojo en su cama: en posición fetal, envuelto completamente con las sábanas, con solo su cabeza afuera, con esa expresión de sufrimiento que ni siquiera quería abandonarle en ese momento.

Daría cualquier cosa para hacer desaparecer esa expresión, pero sabía que no podía. Así que, volviendo la atención a las frases y párrafos a medio escribir, se prometió a sí mismo estar junto a Chuuya todo lo que este le permitiera; amándolo en silencio, observando esa estrella distante que, en ese momento, su luz se tambaleaba y se volvía azulada.

No podía calmar su dolor, nunca podría, pero esperaba que al menos su compañía fuera un consuelo suficiente. Y mientras el pelirrojo dormía, volvió a tomar el bolígrafo a un lado y a escribir por el resto de la noche.

[•••]

Dazai no estaba a su lado cuando despertó.

El otro lado de la cama estaba igual a como lo dejó después de meterse bajo las sábanas. No había más ni menos arrugas, todo seguía igual. Al sentarse lentamente, Chuuya captó la suave luz de la mañana chocar contra las cortinas, pero un pequeño rayo se coló por entre la más delgada abertura y se posó en el escritorio al otro lado de la habitación.

La silla frente a esta y los papeles en la superficie estaban desordenados. ¿Se había pasado la noche escribiendo? ¿Qué hora era? Ah, casi las siete de la mañana, notó al tomar su teléfono. Durmió tan solo tres horas, pero dudaba de poder descansar más. Necesitaba moverse, incluso si no quería hacerlo, incluso si el deseo de encorvarse en sí mismo e ignorar todo lo que estaba mal seguía en él.

No importaba cuánto intentara ignorarlo, ese final no iba a desaparecer. Incluso si no lo leía, estaría ahí, esperándolo, y un día tendría que enfrentarlo.

Arthur moriría. De solo pensarlo dolía, pero era algo que no podía evitar. Tarde o temprano lo haría, y no quería que sucediera.

No quería estar solo otra vez. No quería perder su voz, su calor, su risa y su silencio. No quería perder ese amor fraternal que logró ayudarle a curar parte de sus heridas, que le prometió que siempre estaría a su lado, que siempre estaría ahí para responder sus llamadas y escuchar sus penas, que prometió abrazarlo y jamás dejarlo solo...

Pero ya no estaba solo.

Si no eran los brazos de Arthur, entonces otros le sostendría. En ese momento y en el futuro, otros brazos estarían dispuestos a sostenerle y quedarse a su lado hasta que el doloroso palpitar de su corazón se calmara. Y conducido por los recuerdos de horas atrás, de la comida, el silencio, la comodidad, el musical y los brazos de Dazai a su alrededor en el momento en que se sintió más frágil, sin saber qué hacer o cómo enfrentar la realidad, salió de la habitación.

El aroma a café recién servido lo guió hacia la cocina. Había una suave música de fondo, a mitad de volumen y proveniente del teléfono del dueño de casa. Conocía el ritmo y la melodía de esta, recordaba un poco de su letra, pero antes de que su cabeza pudiera recordarla, esta llegó por sí sola a través de la suave voz de Dazai.

Cantando para sí mismo, con la tercera taza de café entre las manos, distraído, casi como si no estuviera pensando en esa acción, o intentando no pensar en algo, solo en la letra, solo en el significado de cada verso.

Oh, darling, all of the city lights

Never shine as bright as your eyes

I would trade them all for a minute more

But the car's outside

And he's called me twice

But he's gonna have to wait tonight

―No sabía que te gustaba ese tipo de música ―comentó Chuuya, y reprimió la risita que quería escapársele cuando Dazai se asustó al escuchar su voz, casi a punto de soltar la taza de café.

―¡Con un demonio, Chuuya! ―reclamó, pero al ver la sonrisa en el otro, no pudo enfadarse―. ¡Al menos avísame que estás despierto! Mierda, me asustaste...

―Eso es raro ―dijo, acercándose al moreno hasta quitarle la taza de entre las manos―. Usualmente sabes cuando estoy cerca de ti, pero parece que tu "radar" está muy cansado para notarme. ¿No dormiste nada?

Sirviendo otra taza de café, ya que el pelirrojo le robó la suya, Dazai negó. Car's Outside continuó sonando de fondo, sin cubrir el sonido de sus voces.

―Me quedé escribiendo ―confesó el moreno―. Y para responder a tu duda, Atsushi me compartió su playlist hace un tiempo. Te sorprendería la cantidad de canciones que tiene guardadas, muchas de ellas son muy cursis.

―Tal y como la que estabas tarareando por lo bajo ―se burló, y Dazai, casi pareciendo avergonzado, le dio la espalda―. Al menos no cantas mal, claro, no cantas mejor que yo. Yo soy increíble, el mejor cantante que escucharás en tu vida.

―Ah, es demasiado ego para un cuerpo tan, pero tan pequeño.

Sintió un suave golpe en su espalda, pero lo ignoró y mantuvieron una sonrisa mientras bebían sus tazas de café. Tal vez no era suficiente para la noche en vela o las pocas horas de sueño, pero el calor del líquido, la amargura y dulzura, les hizo sentir mejor.

El cómodo silencio se instaló entre ellos. Cada uno perdido en sus propios pensamientos: en aquello que era necesario enfrentar, en la llamada que se había realizado antes de que el pelirrojo despertara y en las palabras que la persona al otro lado vociferó. Al recordarlas, Dazai apretó la taza entre sus manos y cerró los ojos. Por suerte seguía dándole la espalda a Chuuya. No quería que el pelirrojo notara su expresión.

Sin embargo, sintió su calor acercarse. Los brazos ajenos se envolvieron a su alrededor igual que la noche anterior, con la misma desesperante necesidad de apoyo que, sin importar lo que otros dijeran, no iba a negarle.

Dejó el café a medio beber a un lado y se dio la vuelta, devolviendo el abrazo, sintiendo otra vez a Chuuya relajarse contra su cuerpo, como si su presencia y apoyo realmente hicieran una diferencia en esa situación. Como si pudiera respirar con mayor normalidad estando entre sus brazos, confiarle su dolor y ser la única persona a la cual necesitaba en ese momento.

"Él no me quiere, Dazai. Te quiere a ti, te necesita a ti."

―Quiero ir al hospital ―dijo Chuuya por sobre su recuerdo de la llamada anterior―. Yo... Necesito hablar con ellos. Necesito saber por qué no me dijeron nada. ¿Ven conmigo?

―¿Estás seguro? ―preguntó Dazai, pensando en otra persona que tal vez sería mejor compañía que él en ese momento―. No le agrado mucho a tu hermano mayor...

Pero Chuuya lo abrazó con más fuerza, se apoyó en él y confió en que lo sostendría incluso si el mundo se les venía encima.

―No me importa, quiero que estés conmigo.

Tal vez esa era la forma correcta de pagar todo el dolor que una vez provocó. No olvidando lo que ocurrió, ni con vacías palabras de disculpa, ni con grandes gestos y confesiones de amor; solo con acciones, con apoyo, con sus brazos alrededor de Chuuya, sosteniéndolo mientras el mundo a su alrededor se remecía.

Dazai se quedó en la cocina lavando las tazas mientras el pelirrojo volvía a la habitación a cambiarse por la ropa del día anterior. Le escribió un mensaje a Kouyou; seguía en el hospital junto a Paul. Arthur ya había despertado y preguntaba por él. Quería hablar y responder a cada una de sus preguntas, y por un momento, Chuuya se tambaleó.

Se apoyó contra la puerta de la habitación, leyendo el último mensaje de su hermana. "¿Vendrás?", decía, y explicaba brevemente que, hasta el momento, Arthur se quedaría en el hospital hasta el día siguiente. Al parecer, le habían conseguido la visita de un reconocido doctor que residía en Tokyo y que llegaría a eso del mediodía. Si era bien evaluado, tal vez se iría a casa antes.

A Chuuya le hubiera encantado que el mensaje de Kouyou estuviera acompañado de un: "él está mejor, hay una solución", pero el mensaje volvió a cerrarse con la pregunta de su visita, y Chuuya solo respondió un seco "sí".

Respirando lentamente para calmar sus emociones, centró su atención en su playera en el borde de la cama, la misma que se cambió la noche anterior por una de Dazai antes de dormir. Pensó en tan solo quedarse con la camisa de Dazai puesta y salir, era más cómoda que la suya y después del abrazo, se impregnó con su aroma.

Decidió que se la dejaría puesta, y al tomar su propia prenda de la cama para dejarla en el canasto de ropa sucia que había en el baño, su mirada se desvió hacia el escritorio. Pensando en Dazai, sonrió para sí mismo y se quejó de lo desordenado que era el moreno. Pensó en ordenar un poco de los papeles, pero algo escrito en uno de ellos le llamó la atención y no pudo evitar leerlo.

« ―Siempre pierdo lo que quiero en cuanto lo consigo, por eso, ahora vivo con el temor de amar otra vez ―dijo el chico en el asiento de en medio de la barra.

Jugueteó con el vaso de whisky. Su índice acarició el borde del cristal, esperando producir la misma melodía que tenía en su cabeza. Pero ya que ninguna canción sonaba, ni desde el vaso ni de la rockola, llenó el vacío con su voz.

―Pero creo que temo mucho más perder la oportunidad de amar, aunque sea solo un segundo, que tomar el riesgo. »

―Chuuya, ¿vamos ya? ―llamó Dazai desde la cocina.

Dejando el escrito donde originalmente estaba, así como su camiseta a los pies de la cama, salió.

Sus pasos eran débiles mientras se dirigía a la salida del departamento, deseoso de detenerse y regresar, pero al ver a Dazai frente a la puerta, esperándolo, le hizo continuar.

Al menos sabía que, si perdía la fuerza en las piernas, Dazai lo sujetaría. Tal vez no podría cargarlo en su espalda, pero podía confiar en que el moreno se quedaría a su lado hasta que pudiera volver a caminar. Y eso era suficiente.

Tomó su mano y la estrechó por un muy breve instante. Dazai a su lado se tensó, y cuando el calor se alejó, le dirigió una mirada confundida a la que Chuuya solo respondió con una sonrisa agradecida. Luego de eso, y durante el viaje hacia el hospital en tren, el pelirrojo mantuvo la mirada distante, ordenando sus palabras y preguntas.

De vez en cuando, durante el viaje su mano y la de Dazai se rozaban. A veces sin querer, a veces a propósito, siempre buscándose la una a la otra con calma y pasos silenciosos. Sin embargo, al llegar frente a las puertas del hospital, volvieron a sostenerse. La mano de Dazai envolvió la suya, sus miradas se encontraron y ante la duda que floreció en el rostro de Chuuya, el moreno solo asintió y dio el primer paso, abriendo el camino para ambos.

Incluso si había abandonado ese lugar solo un par de horas, Chuuya sintió que pasó mucho más tiempo. Se sentía extraño. Las paredes tan blancas y los pasillos tan pequeños le hicieron sentir claustrofóbico, y tal vez hubiera retrocedido si es que Dazai no estuviera tomando su mano y caminando con él.

Al llegar a la zona de espera, Kouyou estaba sentada en el mismo asiento en el cual la dejó. Al sentir sus pasos, su cabeza se giró y sus ojos se iluminaron, pero estos se llenaron de una breve confusión al verle con Dazai, y las preguntas surgieron en su cabeza cuando vio sus manos unidas. Paul tuvo una reacción similar. Al reconocerle pareció aliviado, luego confuso al ver al moreno con él y la cercanía entre ambos, pero su expresión volvió a una fría calma cuando su mirada se cruzó con la temblorosa, pero decidida, de Chuuya.

Y antes de que pudiera decir cualquier cosa, el pelirrojo se adelantó.

―Lamento haber huido―dijo Chuuya, apretando la mano que aún le sostenía―. Sé que no fue lo correcto, pero yo...

―Lo entiendo ―interrumpió Paul, y mirando a Dazai, agregó―: Al menos estabas en un lugar seguro.

Chuuya asintió. Era tan extraño pensar en Dazai como un "lugar seguro", pero eso fue durante la noche, ¿no? Lo sostuvo e intentó distraerlo, incluso si sabía que no podía hacer nada para alejar el dolor.

Y nadie lo haría, comprendió Chuuya. Nadie podía calmar su sufrimiento, tan solo quedarse a su lado, esperando que el tiempo cerrara la herida y luego, a solas o junto a otra persona, mirar la cicatriz que había dejado, o sentirla por debajo de la tinta.

Pero para que comenzara a cerrar, primero tenía que mirarla directamente y sentirla.

―Quiero hablar con Arthur, quiero escuchar todo de su propia boca ―pidió―. Paul, ¿crees que esté en... "condición" de responder algunas cosas?

―Lo está. Ha estado esperando a que llegues ―respondió su hermano, con una sonrisa suave y triste―. Ven, te llevaré...

Soltar la mano de Dazai fue difícil, pero cuando le preguntó sin palabras si es que el moreno estaría esperándolo ahí una vez obtuviera las respuestas que quería, este le respondió con una sonrisa; prometiendo quedarse ahí hasta que Chuuya lo quisiera.

Tras hablar con una enfermera, Chuuya se alejó con Paul hacia la habitación en la cual Arthur estaba recuperándose. Dazai miró las puertas que los separaban, dejando que su mente vagara otra vez a la noche anterior, a la debilidad que vio en él, a la llamada de esa mañana, a las palabras que la otra persona en el teléfono le dijo y que no sabía si confiar en ellas. No sabía si realmente era él a quien Chuuya necesitaba en ese momento.

Sin embargo, no se marcharía. No esta vez, y no era el único que pensaba lo mismo.

―Creo que esta es la primera vez que nos encontramos ―dijo Kouyou, acercándose hasta detenerse a su lado y mirándolo de pies a cabeza, gesto que el moreno devolvió―. Aunque te conozco.

―También te conozco ―respondió Dazai―. Aunque nunca pensé que iba a hablar contigo en una instancia como esta.

―¿En la sala de espera de un hospital?

―Acompañando a Chuuya ―corrigió, y volvió la mirada al frente―. Estando a su lado

[•••]

Arthur estaba sentado contra el respaldo de la cama. En cuanto estuvo estable, fue trasladado a una habitación regular y esperaba que el médico que venía desde Tokyo llegara al mediodía a evaluarlo. No se veía diferente a lo que Chuuya acostumbraba: su piel seguía igual de pálida, tan delgado como los últimos meses, y tan tranquilo con todo, como si no estuviera en una cama de hospital con máquinas a su alrededor que tomaban su ritmo cardiaco constantemente.

Paul le murmuró en el camino que su esposo llevaba unas dos horas despierto. Su consciencia había regresado a eso de las seis de la mañana, y lo primero que hizo fue preguntar por Chuuya y si es que ya sabía todo. Paul no pudo negárselo, y al explicarle lo que sucedió, pidió ver al pelirrojo, pero el rubio le aconsejó esperar a que su hermanito pequeño estuviera listo para acercarse.

Era igual a cuando salió corriendo por el campo durante su primer día en Francia. Paul lo dejó correr, porque sabía que lo necesitaba, y cuando estuvo listo, Chuuya aceptó regresar por su propia cuenta. Era su "pequeña tormenta", bromeó. No podían controlarlo cuando se dejaba llevar por sus emociones, solo esperar y estar a su lado.

Y ahora lo tenía frente a él, con la mirada cansada, las claras señales de que estuvo llorando. Ver la leve hinchazón en sus ojos, tanto por el llanto como por las pocas horas de sueño, rompieron el corazón de Arthur. Quiso levantarse de la cama y decirle que todo estaría bien, pero era una promesa vacía y ya había ocultado lo que estaba mal por suficiente tiempo.

―Voy a dejarlos solos ―informó Paul―. Iré a por un café para mi y para Kouyou. Tal vez le invite algo a ese novio tuyo.

―Dazai no es mi novio ―corrigió Chuuya inmediatamente―. Me gusta, sí, pero no es...

―De todas formas no lo apruebo ―dijo el rubio por sobre el balbuceo de su hermano menor. Se acercó a la cama y se inclinó hacia su esposo, depositando un beso en su frente al mismo tiempo que le acomodaba el cabello tal y como le gustaba―. Ya regreso, no te muevas.

―No puedo ir a otro lugar ―bromeó el pelinegro, e intercambiando un beso, Paul salió de la habitación.

Había una silla junto a la cama, también un pequeño sofá en el otro extremo. Chuuya no supo cuál de los dos tomar, o si es que quería sentarse, por lo que se mantuvo de pie. Cerca de la puerta cerrada, mirando el suelo de la habitación e ignorando la expresión con la cual Arthur le observaba.

Ah, quería levantarse y atraerlo a sus brazos, pero Paul tenía razón. No podían obligar a Chuuya a hacer algo que no quería, debía esperar a que el mismo pelirrojo se acercara. Sin embargo, siempre podían conversar incluso si había una pequeña distancia entre ellos.

―Así que, ¿estabas con Dazai? ―preguntó Arthur. Chuuya asintió―. Creí que también estaba en Osaka. ¿Regresaron juntos por... esto? Paul me dijo que Kyoka fue quien te llamó...

―Lo hizo, pero no regresé con Dazai. Ango me trajo a Kyoto ―confesó, y pensando con cariño en una sola persona, agregó―: pero Dazai regresó por mí. Él... Él vino en cuanto lo llamé. Estuvo conmigo todo este tiempo, y ahora también. Está esperándome afuera.

Al ver florecer una suavidad particular en el rostro de Chuuya cuando habló de Dazai, Arthur sonrió para sí mismo. Amó ver esa expresión en él, ver que ya no estaba empapada por el miedo y los malos recuerdos.

Sabía que el menor se había resignado a los sentimientos que surgieron otra vez por su exnovio de la adolescencia, pero la aceptación que sentía en cada una de sus palabras, el cambio en su voz cuando hablaba del chico que ahora estaba a su lado y esperándolo afuera, se sentía como un desarrollo progresivo que se movió en todos los caminos correctos.

―No se parece al Dazai del cual me hablaste la primera vez ―comentó.

―Cambió, yo también lo hice ―murmuró Chuuya, y lentamente levantó la mirada y enfrentó los ojos ámbar que le observaban siempre con tanto amor―. Y al parecer, tu confianza en mí también. ¿Por qué no me dijeron nada...?

Ese dolor, parecido a una traición, volvió a posarse en su mirada. Arthur desvió la propia, no queriendo observar esa expresión en Chuuya.

Era lo que intentó evitar todo ese tiempo, pero fue ingenuo. Estuvo tan ensimismado en la felicidad a su alrededor y su deseo de que Chuuya estuviera bien que olvidó que, tarde o temprano, acabaría produciendo dolor en al menor de todas formas.

Pero si sus respuestas pudieran calmar un poco de ese ardor, entonces diría todo. Todo lo que jamás dijo, todo lo que quiso olvidar.

―Le pedí a Paul no decir nada ―aclaró, con voz lenta y pausada―. Yo... Quería que esto durara un poco más. Quería olvidarme de todo lo que está mal y simplemente vivir con Paul, con Kyoka, Kouyou y contigo. No quería parecer débil frente a ustedes, especialmente frente a ti, e iniciar una cuenta regresiva...

Con la mirada baja, mirando a sus propias manos sostener con toda la fuerza que tenía las sábanas blancas que le cubrían, dejó ir las emociones alojadas en su pecho en un simple respiro. El peso de sus propias decisiones cayó sobre sus hombros, recordándole que nada era para siempre.

―Aunque de todas formas no pude evitarlo ―dijo Arthur, riendo de sí mismo―. Chuuya, yo...

―Me hubiera gustado saber ―interrumpió el pelirrojo. Su voz se escuchaba ahogada, como si tuviera algo a mitad de la garganta. Y cuando Arthur se atrevió a mirarlo, notó su ceño fruncido y sus ojos acuosos―. ¡Tal vez hubiera podido hacer algo desde antes! Tal vez hubiera logrado convencerte de tratarte, porque me enteré que no lo estás haciendo. ¿Por qué? ¿Tan rápido quieres...?

Calló, sin atreverse a pronunciar ese final en voz alta.

Mordiéndose el labio inferior, se negó a volver a llorar. Pero era difícil. Tan, tan difícil, que necesitó apretar sus puños y tensar su cuerpo, cerrar su garganta y mirar el liso piso de cerámica bajo sus pies. Si miraba a Arthur lloraría, porque en todo lo que podía pensar, era en ese final.

Y se sintió atrapado otra vez. Confundido por las acciones ajenas, por la forma en que las personas a su alrededor actuaban, tomando decisiones estúpidas tanto para sí mismas como para el resto.

―No lo entiendo ―murmuró―. Si querías evitar esto, ¿por qué...?

―Esta no es la primera vez ―dijo el pelinegro. Chuuya levantó la cabeza en el acto, con la confusión y la sorpresa pintadas en su rostro. Desde la cama, Arthur le envió una sonrisa rota, triste y cansada. Muy, muy cansada, y con palabras lentas, como tratándose de algo que no le gustaba recordar, respondió―: Ya pasé por esto una vez, Chuuya, y estoy cansado.

Arthur cerró los ojos, Chuuya lo miró atentamente. Notó la profundidad de sus ojeras, de la palidez de su piel. Notó lo delgados que eran sus dedos, lo frío que parecían, y se preguntó por qué jamás notó su fragilidad cuando acariciaban su cabello. Tal vez porque estaba demasiado feliz de su atención, de sus gestos de amor, como para notarlo. Pero ahora era tan claro. Ese agotamiento que Arthur declaraba, de una batalla, de una historia que se repetía otra vez, era claro.

―Estoy cansado ―repitió, con la misma voz suave y sin energía―. Esto apareció por primera vez cuando era un adolescente, cuando tenía dieciséis. Chuuya, pasé todos esos años en quimioterapias, más en casa o en el hospital que en la escuela, y lo odiaba. Odiaba sentirme tan débil, odiaba como todos me decían que pronto mejoraría, pero estuve años recibiendo tratamiento y mirando como todos avanzaban, excepto yo.

Alzó su delgado brazo y con un gesto de su mano, le pidió al pelirrojo que se acercara. Como un niño que no iba a negarse jamás a su llamado, Chuuya se acercó. Se miraron el uno al otro con la misma expresión triste, con los mismos ojos acuosos, y el pelirrojo se preguntó cómo Arthur era capaz de mantener esa sonrisa tranquila en su rostro incluso en ese momento.

¿Cómo podía, recordando los malos días a la espera de un final que nadie podía evitar, mantener esa sonrisa?

―¿Sabes qué fue lo primero que hice cuando me dijeron que estaba sano? ―Chuuya negó, y mientras se sentaba en la silla junto a la cama, notó a Arthur acariciar las hebras oscuras que le caían sobre el hombro―. Me dejé crecer el cabello. Tan largo como pude, sin importar lo que mi padre dijera. Terminé mis estudios, ingresé a la universidad y la vida parecía tan brillante. Muy, muy brillante. Al fin estaba avanzando.

Con movimientos lentos, tomó la mano de Chuuya. El toque de Arthur estaba frío, así que el pelirrojo envolvió su diestra con ambas manos, esperando darle un poco de calor, entender sus sentimientos, sus recuerdos, y por qué tomó cada decisión. Calló, manteniendo la vista en Arthur, memorizando su voz, su tono, cada palabra, y sus ojos ámbar mirar a un pasado que no recuperaría, pero que amaba recordar.

―Me gradué, comencé a trabajar en la compañía Rimbaud, y conocí a Paul. ―Arthur soltó una risa sincera, de aquellas que iban acompañadas siempre de los más preciados recuerdos―. Mon Dieu! Tu hermano era realmente apático cuando lo conocí. No le gustaba hablar con nadie en el trabajo, ¡e incluso me ignoró las primeras veces que intenté hablar con él!

Chuuya rio, incluso si fue un sonido de ánimo bajo y suave. Murmuró por lo bajo que eso no había cambiado en su hermano mayor, y Arthur estaba de acuerdo. Seguía siendo apático a veces, y odiaba hablar con la mayoría de la gente en el trabajo; siempre prefiriendo estar solo, siempre prefiriendo a su familia.

Y mientras el mayor hablaba y pensaba en su esposo, Chuuya notó la forma en que sus ojos se iluminaban, la forma en que su sonrisa se volvía suave y cariñosa, y se preguntó si él tenía la misma expresión cada vez que pensaba o se quejaba de Dazai.

Sí, era igual.

―Pero desde el primer momento, Paul me gustó ―confesó Arthur―. A pesar de todo, ponía su corazón en cada cosa que hacía, y una tarde, mientras lo miraba, pensé: "Si es tan dedicado con un simple trabajo, ¿cuán dedicado sería a la persona que se gane su amor?", y me di cuenta de que estaba enamorado de él, que esa persona quería ser yo.

Por supuesto, no comenzaron a salir inmediatamente, contó Arthur. Paul le rehuyó, lo evitó y rechazó muchas de sus invitaciones, siempre diciendo que no tenía tiempo ni le interesaban las citas. Admitía que eso dañó su corazón, y que en un momento se rindió y aceptó que Paul nunca correspondería su amor.

Por semanas, se alejó del rubio y tan solo se dedicó a su trabajó. Tuvo citas con otros hombres, aunque ninguno resultó bien, ninguno le gustaba tanto como Paul, pero al menos era una distracción.

Sin embargo, quería a Paul y esa era su única verdad en aquellos años.

Continuó acercándose a él, de una forma más amistosa, sin esperar que correspondiera sus sentimientos, y con el tiempo, se hicieron amigos cercanos. Pensó que eso era todo, que esa era la única relación que iba a tener con el rubio, y cuando se estaba acostumbrando a esa amarga realidad, Paul lo invitó a salir.

Dijo que solo era una salida "entre amigos", pero al regresar cada cual a sus casas compartieron un taxi, y cuando se detuvieron primero frente al edificio en el cual el rubio vivía, Paul lo despidió con un beso.

No era su primer beso, relató Arthur, pero se sintió como uno. Se sintió como el de la persona correcta, de aquella que quería a su lado sin importar si su amor duraba un segundo o toda la vida.

―Comenzamos a salir después de eso ―dijo―. Por suerte, a mi padre y a mi familia en general les agradó Paul. Estaba listo para huir con él si no lo aceptaban, incluso si eso significaba ser pobre y ser sacado del testamento.

―Que bueno que no sucedió, no creo que pueda vivir en la miseria ―bromeó Chuuya, y logró sacarle una risa a Arthur.

Por un momento, ya no estaban en la habitación del hospital. Estaban en la mesa del salón en la casa a mitad de la nada en Charleville-Mézières, con una taza de té entre las manos, algunas galletas en un plato, un par de libros a un lado de la mesa y solo platicando. Con la música tranquila de fondo; canciones francesas que a veces tarareaban en momentos aleatorios del día. Esperando a que Paul regresara a casa y que la vida continuara tal y como estaba; con esa paz, con esa tranquilidad y esa calidez familiar.

Sin embargo, cuando la risa se calmó, el rostro de Arthur se tornó más serio y recordaron dónde estaban.

―Llevábamos ocho meses saliendo cuando la leucemia regresó ―murmuró, y apretó la mano que sostenía, bajando otra vez la mirada para evitar el dolor que cubrió los ojos azules frente a él―. Sentí... sentí que todo se derrumbaba. Creo que nunca he llorado tanto como en ese momento. Quería morir, realmente quise hacerlo.

Pareció que todo a su alrededor se oscureció y fue empujado otra vez al mismo frío lugar del cual tanto le costó salir, dijo Arthur a Chuuya. Su padre le ofreció cubrir los tratamientos otra vez, pero él se negó. No quería pasar por el mismo procedimiento una segunda vez. Sonaba infantil, pero no quería perder su cabello, su vida, la esperanza del mañana para ahogarse en una lenta y agonizante espera de que, tal vez, mejoraría.

Fue tan profundo el vacío en el cual estaba, que echó todo a la basura. Dejó el trabajo, se alejó de su familia y terminó con Paul. Por supuesto, el otro hombre no se lo tomó bien. Discutieron tan fuerte en esa ocasión que se dijeron palabras hirientes, y muchas más vinieron desde el rubio, que no entendía porque Rimbaud estaba terminando las cosas entre ellos.

No quiso decirle, le confesó a Chuuya. No quería que Paul se quedara a su lado por lástima, ni que tuviera que preocuparse de una persona enferma que no sabían si viviría mucho o poco tiempo. Prefería que fuera libre, que encontrara otro amor y siguiera floreciendo.

Deberías dejar que yo tome mi propia decisión, le dijo Paul cuando se encontraron dos meses después de su ruptura y ya enterado de todo. Y esa eres tú. Elijo esto entre nosotros, y te prometo que, sin importar cuánto tiempo pase, siempre te sostendré.

―Y lo cumplió ―agregó Arthur, con una nueva sonrisa, con la misma adoración a la cual Chuuya estaba acostumbrado cubriendo su rostro―. Nos casamos seis meses después, acepté volver a tomar el tratamiento, perdí mi cabello otra vez, pero lo dejé un año antes de que llegaras a vivir con nosotros.

―¿No funcionó...?

Arthur negó. Chuuya bajó la cabeza.

―Hizo que la propagación fuera más lenta, pero no la eliminó

Así que eso era todo, ¿eh? Así que, ese era su final, pensó Chuuya, con la mandíbula tensa y la garganta fuertemente cerrada otra vez. Pero antes de que pudiera caer profundamente en ese pozo de tristeza y resignación, sintió una mano en su mejilla, una que lentamente le hizo levantar el rostro para mirar esa sonrisa tranquila, que aceptaba su final, pero que decidió apreciar cada segundo.

―Así que decidí simplemente vivir ―dijo Arthur.

Chuuya le miró con sorpresa, y ante su expresión, el mayor solo rio con una felicidad inesperada, con una calma que esperaba poder compartir.

Decidió que no importaba cuánto tiempo le quedara, quería vivir. Quería amar a Paul, vivir lejos de la ciudad y en esa casa a mitad del campo en Charleville-Mézières. Quería caminar durante la tarde de la mano con su esposo, quería leer todas las novelas que pudiera, beber vino en cada cena y leer poesía antes de dormir. Quería hacer el amor con Paul cada noche, despertarse a su lado cada mañana y comenzar un nuevo día. No le importaba si no había grandes aventuras, simplemente quería vivir.

Quería vivir con Chuuya, estar a su lado y verlo crecer. Quería pasar la tarde con él, platicando sobre poesía o quejándose de los vecinos cuando decidieron mudarse al centro de la ciudad. Quería que los tres salieran a pasear con Guivre, y luego tener que correr tras el can cuando se les escapaba. Luego comprar un café antes de regresar a casa, darles las buenas noches a cada uno, y esperar el siguiente día sin saber qué sucedería.

Quería viajar a Japón, asegurarse de que Chuuya vivía bien, que estaba rodeado de amigos y de gente que lo amaba. Quería conocer a Kouyou y Kyoka, y vestir la ropa que la pelirroja confeccionaba. Charlar con Kyoka, comprarle otro peluche de conejo para su colección, y cenar los cinco juntos. Pasear por Kyoto, disfrutar de la comida, y volver a dormir. Volver a dormir sin un sueño de qué quería hacer al siguiente día, solo disfrutando lo que tenía.

Y mientras Arthur contaba todo lo que quiso y lo que hizo durante esos años, Chuuya permitió que las lágrimas descendieran. Las dejó caer, pero sus labios no pudieron arrugarse en una mueca triste, solo en una sonrisa cariñosa, solo para él.

―Estoy conforme con esta vida y acepto este final, Chuuya ―dijo Arthur, acariciando su rostro y limpiando cada lágrima―. Se me dio más tiempo del que creía, y pude hacer todo lo que quería. Pero, si hay algo que me gustaría ver antes de que todo termine, es a ti sobre un escenario y siendo feliz.

El pelirrojo sollozó. Su sonrisa acabó por desaparecer, abatido por emociones que ya no podía contener y dejaban en su pecho una agridulce sensación.

Arthur se movió más cerca, hasta que pudo atraerlo a sus brazos y dejarlo llorar contra su hombro. Chuuya se aferró a él, con ese amor que sentía y el temor de perderlo; la aceptación de que iba a ocurrir de todas formas y que lo único que podía hacer era aprovechar cada día, sin arrepentirse, sin mirar atrás a menos que fuera para recordar el pasado con una sonrisa.

―Sé que es egoísta de mi parte pedirlo, pero, por favor; sé feliz, Chuuya ―pidió, abrazando al menor con fuerza, memorizando su calor y olor, y la sensación de tenerlo entre sus brazos y besar su cabello―. Por favor, déjame escucharte cantar y verte con las personas que amas, incluso si dura un breve momento.

"Siempre pierdo lo que quiero en cuanto lo consigo, por eso, ahora vivo con el temor de amar otra vez. Pero creo que temo mucho más perder la oportunidad de amar, aunque sea solo un segundo, que tomar el riesgo. "

Solo un poco más, se dijo Chuuya a sí mismo.

Solo un poco más de esos días tranquilos. De esos abrazos, de esas pláticas, esas cenas, relatos y canciones. Solo un poco más.

Tomaría cada oportunidad. No quería vivir con el arrepentimiento de lo que pudo haber hecho, pero no hizo, solo por el miedo a ser herido otra vez.

Prefería ser herido. Prefería aprender de ese dolor y abrazarlo igual que a los días felices. Después de todo, ambos, felicidad y tristeza, duraban solo un momento y al final del día, quedaban los recuerdos.

Y quería el recuerdo de ese amor. Quería el recuerdo de sus pláticas con Arthur, de su atención y cariño. Quería el recuerdo del cuidado y protección de Paul, de los momentos felices que vivió con Kouyou en la niñez y de sus brazos sosteniéndolo cuando el mundo era demasiado cruel a su alrededor.

Quería el recuerdo de las noches de billar con sus amigos, con sus banderas, de sus bromas sin sentido y las borracheras. Quería el recuerdo de las tardes de ensayo con la banda, de las risas cuando desafinaba, los regaños de su líder y la sensación de estar los cinco sobre un escenario, siendo Black Ocean.

Y quería el recuerdo de Dazai a su lado, de sus manos entrelazadas, de sus discusiones absurdas, el silencio cómodo y el deseo de besarlo. De su rostro entre la multitud mientras cantaba y los relatos que a escondidas leía.

Quería cada uno de esos momentos, sin pensar, sin temer en que estos un día desaparecieran. Sí, podía entender lo que decía Arthur, podía entender esa forma de vivir.

Cuando sus lágrimas se acabaron, no soltó al mayor inmediatamente. Disfrutó de ese abrazo, de la sensación de sus manos acariciando su cabello, y cuando estuvo listo se alejó. Miró directamente su rostro, compartió su sonrisa, y con una idea en mente, de un nuevo momento que vivir y recordar, sugirió:

―Arthur, ¿ayúdame a escribir una canción?



••••••••••••• (N/A) •••••••••••••

Las canciones que aparecen en este capítulo son "Hold On" de  Justin Bieber (cover de Megan Davies en Youtube) y "Car's Outside" de James Arthur 

Por favor, comenta qué te pareció el capítulo, me gustaría mucho saber lo que piensas de la historia <3

¡Gracias por leer!

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