Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XVI: Another love

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By LeoLunna

El viaje que esperaba no involucraba a Dazai y, por supuesto, tampoco a Ranpo. Sin embargo, cuando Chuuya lo llamó a mitad de semana, demasiado animado de que Dazai sugiriera que tomaran el tren a Osaka todos juntos, Ango no pudo hacer más que aceptar.

Cuando llegó a la hora acordada a la estación, Chuuya ya estaba ahí con Dazai y Ranpo. El mayor de los tres, con quien jamás interactuó demasiado, ni siquiera cuando tanto él como Oda estaban en la universidad, fue el primero en saludarle. Lo miró de pies a cabeza, buscando algo en él. Tal vez los sentimientos que había mantenido por lo bajo, pero que esperaba confesar ese fin de semana.

Lo haría. Le diría a Chuuya lo que sentía, lo que quería formar con él incluso si el cantante no le correspondía. Tan solo esperaba que Dazai le diera esa pequeña libertad. Tan solo esperaba tener una oportunidad.

Solo una. Solo una era suficiente. Y cuando Chuuya lo notó y le saludó con una sonrisa, pensó que había una posibilidad.

―Es genial que hayas aceptado ir al aniversario este año, Dazai ―comentó Ango, dándole al menor una sonrisa que no esperaba que fuera correspondida―. Oda realmente estará feliz de verte ahí.

Para su sorpresa, Dazai le devolvió el gesto con una suavidad que no esperaba. Casi parecía que había un poco de resignación en él, como si simplemente estuviera esperando a que sus temores se hicieran realidad.

Casi quiso preguntarle qué le atormentaba, pero la respuesta tranquila que le dio, acalló sus preocupaciones.

―Solo voy por la comida ―respondió―. Y por Sakura. Alguien tiene que cuidarla cuando su papá y mamá se emborrachen.

―Ni siquiera puedo imaginarme a Oda borracho ―dijo Chuuya, y Ranpo le respondió.

―Lo vi borracho una vez cuando estaba aún en Kyodai. Se hartó de nosotros, nos dijo que nos fuéramos a la mierda y se fue a dormir.

―Sí, es un ebrio somnoliento, no como Chuuya que es escandaloso ―se burló Dazai.

―¡Oye, no hables de mí como si no estuviera aquí!

Bastante animado el grupo de viaje, pensó Ango.

Al menos la conversación era tranquila. Dazai no lo miraba con el mismo desprecio y enojo de su último encuentro, y en el tren Chuuya se sentó a su lado. Eso era suficiente para hacerlo feliz. Y si tan solo pudiera tomar su mano por lo que restaba del viaje, sería mucho mejor.

Pero cuando intentó alcanzarla, el pelirrojo se movió. Se inclinó hacia el asiento de Dazai, golpeando sin intención de dañar el brazo del moreno para que dejara de molestarlo. Y entonces volvían a discutir entre ellos, como dos niños de viaje en un paseo escolar, dentro de su propia burbuja, ignorando todo lo que estaba a su alrededor.

Bueno, sin duda parecían amigos cercanos. Sí, amigos, ¿no era esa su relación? Se dijo a sí mismo Ango. Amigos, nada más, incluso si fueron novios cuando eran adolescentes, incluso si sabía que Dazai seguía queriendo a Chuuya...

Pero, ¿qué quería Chuuya? Tiempo atrás le dijo que solo cantar, pero también tenía algo que decirle cara a cara, ¿no? Y había muchas opciones, muchas cosas que el pelirrojo podría decirle, y se aferró a los mejores escenarios. A esas canciones solo para ellos dos...

Sin embargo, en el fondo sabía que cada canción iba dirigida a otro corazón, pero intentó ignorar ese pensamiento, incluso si éste volvía cuando notaba que Chuuya habló más con Dazai que con él durante el viaje en tren a Osaka.

―Hay que apresurarse, Kazue me acaba de decir que Odasaku ya comenzó a beber y se dormirá antes de que pueda dar un discurso meloso ―dijo Dazai cuando salieron de la estación y comenzaron a caminar hacia la parada de taxis.

El moreno dirigió el camino, con Ranpo y Chuuya a su siga, y Ango atrás.

―¿Desde cuándo hablas con ella? ―inquirió Ranpo.

―Desde que necesitaba alguien con quien quejarme sobre Odasaku ―respondió con simpleza―. Quiero decir, claro, me puedo quejar de él contigo o Yosano, pero quejarme con ella hace que Odasaku no reciba atención algunas noches y el sufrimiento ajeno me hace feliz.

―Y yo que creí que era tu mejor amigo ―se burló Chuuya.

―Solo está celoso ―comentó Ranpo otra vez―. Literalmente está aplicando la de "si yo no follo, entonces nadie lo hará".

Dazai argumentó que no estaba haciendo eso, pero no pudo bajo la lógica de Ranpo y ambos se concentraron en una discusión sobre quién tenía la razón. Ango continuó caminando detrás de ellos, intentando mantenerse tranquilo y no pensar en como parecía ajeno al grupo.

Está bien, lo entendía. Entendía que ellos tres tuvieran más cosas de las que platicar, y mucha más confianza. Chuuya parecía conocer bien a Ranpo, y no dudaba en responder a sus comentarios, y ya no valía la pena profundizar en su cercanía con Dazai...

Al menos, el pelirrojo notó que lo estaban dejando atrás y su excesivo silencio. Se detuvo y esperó a que Ango lo alcanzara para volver a caminar, dirigiéndole una sonrisa de disculpa.

―Hey, lamento esto, estoy seguro de que nunca has escuchado tantas estupideces en tan poco tiempo ―dijo Chuuya.

―El Dazai que conocí era más serio, y realmente nunca pasé mucho tiempo con Ranpo ―respondió, y para calmar la inquietud del pelirrojo, se atrevió a tomar su mano y apretarla. Solo fue un segundo, suficiente para evitar que Chuuya reaccionara―. Pero está bien, me gusta escuchar.

―Aún así...

―Está bien, Chuuya ―insistió―, pero si quieres quedarte un rato a mi lado y hablar conmigo, eso me haría feliz.

Y que lo hiciera realmente le animó por lo que duró el viaje. Hablaron entre ellos, platicando sobre su semana, sobre los planes de la banda ahora que tenían un contrato con Guild Records y sobre el estado de salud de Arthur.

De todo corazón, Ango comentó que esperaba que pronto se recuperara, pero entendía que Chuuya estuviera preocupado. Habían pasado casi dos semanas y Arthur no mejoraba. Y en ese momento, sabía que la cabeza del pelirrojo solo se dividía en tres cosas: el estado de su cuñado, la canción que necesitaba componer con Akutagawa, y la conversación que le prometió a Ango.

Esperaba que un poco de la celebración pudiera calmar parte de sus preocupaciones, al menos por un rato.

Cuando lograron tomar un taxi y llegar a la residencia Oda, Kazue les abrió la puerta y los recibió. Ango inmediatamente comenzó a saludar a la gente que conocía: muchos ex-compañeros de clases, conocidos que solo veía en ese tipo de época, y una que otra persona a la cual llamar amigo. Algunos de ellos miraron con confusión a Dazai, preguntándose por lo bajo qué hacía ahí.

El moreno rechazó por años la invitación a ese día, incluyendo la del año pasado y que Ango le transmitió, así que no pudieron evitar observarlo con cautela, desviando la mirada cuando la sonrisa ensayada y vacía de Dazai se dirigía hacia ellos.

Ah, genial, iba a ser una noche fantástica, ironizó el moreno para sí mismo.

―Oh, vinieron los cuatro juntos ―comentó Oda cuando se les acercó y los recibió.

―Te dijimos que veníamos los cuatro ―argumentó Dazai.

―Sí, pero creí que llegarían por separado ―dijo, y tras darle un pequeño saludo a Chuuya, pensando que el pelirrojo vino con Dazai y no con Ango, dirigió su atención al hombre con el cual hace mucho no hablaba―. Hey, Ranpo, tiempo sin verte. ¿Cómo van las cosas con Poe?

―¡De maravilla! ¿Dónde está la mesa con bocadillos? ―respondió cortante y con voz apresurada―. Iré a atragantarme con algunos cuantos, tal vez me emborrache, ¡así que prepárate para hacerte cargo de mí, Dazai!

Antes de que pudiera responder, el pelinegro se alejó. Empujando a la gente que estaba a su alrededor, incluso a Ango que volvía a caminar hacia ellos, y se adueñó de la mesa de bocadillos. Oda consideró decirle a su esposa que, tal vez, deberían preparar más.

―¿Qué pasa con él? ―preguntó Oda. Dazai soltó un falso sollozo.

―Espero que nada malo, no soportaré un divorcio.

Ante la mirada confusa del mayor, Chuuya respondió.

―No le hagas caso, sabes que habla idioteces

―¿Está bien? ―respondió dubitativo. Sin embargo, alejó cualquier pregunta que tenía al respecto y centró su mirada en su amigo más antiguo―. Oye, Ango, ven conmigo un momento, quiero presentarte a alguien.

Intercambiando una breve mirada con Chuuya, este le dijo que solo fuera. De todas formas, no se aburriría, estaba junto a Dazai y la cantidad de idioteces que decía por segundo. Y aunque era bueno saber que su "invitado" estaría entretenido, aún así no quería dejarlo tanto tiempo con Dazai. Pero Oda ya estaba jalando de él para llevarlo a otra zona del salón, y siempre fue un amigo complaciente.

Suspiró y asintió, siguiendo al pelirrojo en dirección contraria a la mesa de bocadillos donde Chuuya y Dazai se dirigieron para asegurarse de que Ranpo no se ahogara con la comida.

―Mushitaro ―llamó Oda, y un hombre de pulcro traje y peinado le dirigió la mirada―. Este es Ango, es de quien te hablé.

―Hey, un gusto. Oda insistió en que te conociera.

―Trabaja en el mismo sector que tú ―explicó el pelirrojo. Y antes de que su amigo pudiera cuestionar sus razones, agregó―: Pensé que sería agradable que se conocieran, así podrían quejarse del trabajo.

O tal vez, era su forma de mantenerlo lejos de Chuuya, porque Oda sabía lo que tanto él como Dazai sentían. Y aunque él era su amigo de la infancia, su balanza siempre se inclinó hacia el chico que lo siguió de Yokohama.

―Siempre es agradable librarse del estrés ―respondió, dándole una sonrisa tensa a su amigo, pero tendiéndole la mano con un gesto amable al otro hombre―. Sakaguchi Ango.

―Mushitaro Oguri.

Por cortesía, se dieron la mano y Oda pareció satisfecho con lo que logró. El pelirrojo se quedó un rato con ellos, entregando información sobre dónde conoció a cada uno, cuándo y por qué. Le explicó a Ango que Mushitaro estaba de paso por Osaka, ya que trabajaba en un proyecto que duraba un par de meses, pero que su residencia oficial estaba en Tokyo. Ango respondió que, en teoría, él también estaba de paso por la ciudad en la cual trabajaba en ese momento, aunque si todo salía bien, pensaba en establecerse en Kyoto.

Kyoto era una buena ciudad, comentó Mushitaro, pero demasiado tranquila. Era ideal para las personas que buscaban un lugar donde pasar sus últimos meses de vida, o para aquellos que necesitaban curar algunas heridas. Y en su primera impresión, Ango no parecía alguien que estuviera esperando la muerte o curarse a sí mismo, sino alguien que estaba buscando un complemento para su vida, un lugar donde establecerse. Pero, si se le preguntaba, no creía que Kyoto fuese el lugar para él.

Al ver que ambos hombres estaban envueltos por una conversación fácil y fluida, Oda se marchó sin llamar la atención. Sonrió para sí mismo y se dio la vuelta, buscando con la mirada a su esposa. Notó a Chuuya y Dazai apostando con Ranpo sobre cuántos bocadillos podía meterse a la boca sin atragantarse, y pensó que sería bueno detenerlos antes de que alguno de ellos saliera herido, pero era su aniversario y no iba a lidiar con cuidar de niños que no fuesen su hija.

Los dos nuevos conocidos continuaron platicando. Entre ello, mezclaron algunas quejas sobre el trabajo tal y como Oda esperaba, y aunque Ango admitía que hablar con Mushitaro no fue una mala experiencia, aun así no podía centrar toda su atención en él. Continuaba mirando hacia el otro lado de la sala, hacia Chuuya.

Su boca moviéndose rápidamente, formulando palabras que no llegaba a escuchar. La forma en que sus labios se curvaban en una risa, como sus ojos se arrugaban con esta, o como su ceño se fruncía un poco cuando algo le parecía hilarante. Como rodaba los ojos cuando algo le parecía estúpido, o se iluminaban cuando algo era divertido. Como miraba con un anhelo tranquilo al moreno a su lado.

Como Dazai le miraba de la misma forma. Como le sonreía, con tanta sinceridad que jamás vio en él. Como parecía que no había nadie más en esa habitación, solo Chuuya. Como giraba inmediatamente la cabeza hacia el pelirrojo cuando este hablaba, como esperaba que Chuuya se riera de las cosas que decía. El como estaban tan cerca el uno del otro, con las manos casi rozandose. Casi a punto de sostenerse el uno al otro.

―Se ven perfectos juntos ―comentó Mushitaro, atrayendo a Ango al mundo otra vez―. Es como si conocieran lo peor del otro, y aún así escogieran quedarse. Una decisión estúpida, si me preguntas, pero cada cual hace lo que quiere, ¿no?

Ango no respondió. Bajó la mirada, sin saber si lo hacía porque ya no soportaba ver la escena frente a él, o porque el piso era más interesante que nada en ese momento. Sintió la atención de Mushitaro sobre él, no juzgandolo, pero si buscando descubrir algo.

―¿Tú y el pelirrojo son algo? Los vi llegar juntos.

―Amigos, al menos por ahora.

―Ah, ¿piensas confesarte? ―Ango asintió. Sin mucho tacto, Mushitaro preguntó―: ¿Estás seguro?

Ango no respondió. Apretó los puños y levantó la mirada, volviendo a concentrar su atención en Dazai y Chuuya al otro lado. Se movieron de lugar, siguiendo a Ranpo hasta el sofá que nadie estaba ocupando. Pudieron sentarse cada uno al lado del pelinegro, pero no. Se sentaron juntos, dejando a Dazai al medio, con Chuuya a su derecha y solo mirando al moreno molestar a Ranpo con preguntas.

Sus manos estaban tan cerca. Dazai mantuvo la suya sobre su rodilla derecha, y Chuuya sobre la izquierda, pero estaban sentados tan juntos que no solo sus piernas se tocaban, sino que sus manos casi lo hacían.

Y no podía soportarlo. No podía soportar esas señales mixtas que creyó recibir de Chuuya, para luego ver toda aquella escena. Pero antes de que pudiera acercarse a los otros dos, dispuesto a pedirle al pelirrojo hablar, Mushitaro lo detuvo.

―Escucha, te acabo de conocer, pero cualquiera sabe que es una mala idea lo que piensas hacer ―comentó―. Claro, me encanta el drama, pero te ves como un buen tipo, Sakaguchi, no creo que merezcas pasar por esto.

―Por mucho que agradezca el consejo, tengo que hacerlo ―respondió, y mirando de reojo al otro, volvió a caminar―. Aún tengo una posibilidad.

Escuchó a Mushitaro suspirar y murmurar para sí mismo sobre la terquedad de algunas personas. Y tal vez sí, estaba siendo terco y al final de la noche terminaría con el corazón roto, pero aún no podía asegurarlo. Si había una mínima posibilidad, quería intentarlo, y si todo salía mal...

Bien, pensaría después en ello, decidió, y se detuvo frente al trío separado del resto de invitados a la celebración.

―Chuuya, ¿podemos hablar?

Aquella frase pareció tensar al pelirrojo por un segundo, pero rápidamente controló esa emoción y se estabilizó. Sin mirar a los ojos marrón rojizos que se mantuvieron quietos a su lado, centró su atención en Ango.

―¿En privado? Este lugar está repleto.

―El jardín delantero está vacío ―respondió Ango―. Solo será un momento... ¿Por favor?

Chuuya asintió. Con movimientos tensos que intentó disimular, se levantó y siguió a Ango hacia el exterior del hogar. Dazai quiso seguirlos, asegurarse con sus propios ojos si sus temores eran infundados o no, pero Ranpo lo tomó del antebrazo y lo obligó a volver a sentarse.

―No ―dijo el mayor―. Déjalos hablar, Dazai.

―Tengo que ir, Ango va a...

―Si lo hace, no quieres escucharlo ―interrumpió―. Sabes que no quieres escucharlo, ni verlo, así que quédate aquí y espera.

Dazai suspiró. Como un maldito crio, se cruzó de brazos y por un segundo se negó a dirigirle la mirada al mayor. Sin embargo, ese tipo de táctica no funcionaba con Ranpo.

El mayor posó su atención en el teléfono, a los mensajes que iban llegando. Un simple "buenas noches", un "espero que el viaje sea divertido" y un "te amo, espero podamos hablar después" ante los cuales Ranpo suspiró y no respondió. Su amigo se veía realmente miserable, pensó Dazai, y no podía soportar verlo así.

―¿Qué sucede? ―preguntó nuevamente―. Ranpo, sabes que si algo sucedió puedes contármelo...

―No es nada ―respondió cortante―. Edgar y yo discutimos la última vez que nos vimos, pero solo fue una estupidez.

―Eso suena como una estupidez importante.

―Bueno, considerando que ambos estamos evaluando qué hacer con nuestros futuros laborales, supongo que es una estupidez importante.

Dazai no respondió. Mantuvo su mirada en el mayor, tranquila y atenta, haciéndole saber sin palabras que podía confiar en él y decirle cualquier cosa. Y aunque Ranpo odiaba contarle a otros sus problemas, demostrar debilidad y duda, también estaba un poco cansado de quedarse callado.

De todas formas, decírselo a Dazai no era una mala idea. Podía confiar en él.

―Nuestro plan principal se arruinó, ¿sí? Estábamos pensando en mudarnos juntos y continuar tal y como estábamos, pero ahora Todai me está ofreciendo hacer un doctorado y Edgar podría convertirse en el novelista que quiere ser si regresa a Estados Unidos. ¿Ves? Discutimos por una estupidez, es claro lo que tenemos que hacer.

Pero no querían hacerlo, notó Dazai, y podía imaginar por dónde se encaminó su discusión.

Seguramente, ambos querían que el otro le acompañara, ya fuera a Tokyo o a Estados Unidos, pero al notar que ello le quitaría una buena oportunidad a su pareja, pensaron en dejar de lado sus propias metas para acompañarse. Ninguno estaba de acuerdo con que el otro abandonara sus sueños, y discutieron sin llegar a un punto medio.

A Dazai le hubiese gustado darle un consejo, ayudarlo de la misma forma que Ranpo lo ayudó en tantas ocasiones, pero no sabía qué decirle. Todo lo que pudo hacer, fue apoyarse en él, murmurar si es que quería otro bocadillo, que él iría a buscarle uno, pero Ranpo declinó.

Estaba bien con que Dazai se quedara a su lado en el sofá. Silenciosamente, ambos esperando una respuesta, ya sea sobre qué hacer con el futuro, o con aquella conversación que transcurría en el jardín delantero de la casa.


[•••]


Ango no le dirigió la mirada hasta que estuvieron fuera.

La noche había caído y la iluminación a su alrededor era bastante escasa. No había estrellas en el cielo, tenues nubes se formaron sobre ellos, como los últimos rastros del clima cambiante que podía poseer la primavera, antes de estabilizarse y llegar al verano.

Con la puerta cerrada, Chuuya se apoyó contra esta y esperó. Ango le dio la espalda, mirando hacia la oscuridad de la noche en completo silencio. Ese era un escenario que conocía, pensó el pelirrojo. ¿Cuántas veces pasó por lo mismo? Apartado del resto para una charla en privado, el otro chico sin poder mirarlo al rostro, apretando y cerrando los puños, a punto de confesarse o bien terminar con él.

Y siempre se sentía tenso, eso no cambió. Aceptando una relación que esperaba tuviese un futuro, o adelantándose a terminar todo antes de que pudieran dejarlo atrás.

Pero las palabras que salieron de los labios de Ango, no eran las que esperaba.

―Que tonto, ¿no? Pensé que tenía una oportunidad ―murmuró, y sonrió para sí mismo, burlándose de sus propias expectativas, ocultando esa mueca rota al chico a su espalda―. Tal vez me equivoqué en algo, no lo sé, tal vez di un paso en falso.

―Ango...

―Chuuya ―interrumpió, y con la expresión recompuesta, se giró hacia el otro hombre―. Si te pidiera una oportunidad, si te prometo que te haré feliz, ¿saldrías conmigo?

Había tanto anhelo en su mirada, un profundo deseo de que dijera: "sí".

Y tal vez si hubiese sido antes, antes de encontrarse otra vez con él, antes de saber todo lo que siempre quiso saber y ver como ese chico que lo dejó atrás desapareció, convirtiéndose en la base del hombre que lo esperaba dentro de la casa, hubiese dicho que sí.

Incluso si terminaba por escaparse antes de que sus sentimientos o los de Ango pudieran profundizarse, antes de poder escuchar un "te amo" que no se merecía. Incluso si Ango acababa por odiarlo, por darse cuenta de que era demasiado débil para enfrentar y superar ese miedo a ser dejado atrás otra vez, en ese hipotético final, hubiera dicho que "sí".

Pero ya no era ese mismo chico que dejaron en Yokohama y perdió el amor por la poesía. Tampoco era el mismo que regresó cuatro años después a Japón, ni el mismo de su primera presentación en el Falling Camellia, ni tampoco el que conoció Ango tiempo atrás.

Era ese hombre que estaba intentando dejar de huir de lo que sentía. El que aún tenía miedo de salir lastimado, pero que temía mucho más dañar al resto.

Y enfrentando esa conversación que antes hubiera cortado con una mala actitud y ácidas palabras, le dirigió una sonrisa a Ango, cargada de disculpas, con el suave pedido que, al final de esa noche, el otro no lo odiara por no poder ser quién él quería.

―Eres una buena persona, Ango ―respondió―, te mereces a alguien mejor que yo.

―Por favor, deja que yo decida eso.

―Sabes que tengo razón ―insistió, y antes de que el otro pudiera decir más, Chuuya prosiguió―. Sabes que no soy bueno para ti, y no lo estoy diciendo como una excusa de mierda para no quedar como el "malo". Te mereces a alguien que realmente te quiera, alguien que no esté pensando en otra persona...

Podía ver como el corazón de Ango se rompía. Silenciosamente, trozo a trozo. Por un momento, Chuuya se preguntó si es que el mayor estaba acostumbrado a esa sensación, porque ni siquiera reaccionó más allá de ahogar un suspiro y desviar la mirada, como si esa respuesta no le sorprendiese en lo más mínimo.

Odiaba ser él quien le hiciera daño otra vez, pero era inevitable. Si seguía alimentando sus anhelos, el daño sería más profundo.

Después de un largo silencio, llenado solo por el ruido de la plática y las risas que venían desde el interior de la casa, Ango suspiró, exhalando las emociones que estaba conteniendo, aceptándolas otra vez en su piel.

Con una mirada decepcionada, mas no enojada, preguntó:

―Dazai, ¿no es así?

Chuuya le dirigió una sonrisa suave, una disculpa y una afirmación.

―¿Tengo que decirlo? ―bromeó, burlándose suavemente de sí mismo―. Si te soy sincero, intenté que no sucediera, realmente lo intenté. Es un pedazo de mierda irritante que me ha hecho pasar por tantos malos momentos, pero al mismo tiempo...

Tenía muchos buenos recuerdos con él, muchos que fueron empañados por ese suceso que los separó. Tantos días felices en la escuela secundaria, tantos poemas que escribió y que Dazai leyó incluso si no le gustaban. Tantos viajes por la ciudad, tantos planes que el moreno le ayudó a crear, tantas tardes perdiendo el tiempo y solo siendo dos niños.

Tantas noches de música en las cuales Dazai estaba ahí para escucharle. Tantas bromas que ambos disfrutaban, las peleas sin sentido que demostraban lo peor de ambos. Las disculpas, las canciones, el tatuaje, los relatos a medio escribir.

Los silencios, la distancia, las noches en que se quedaban a dormir en el departamento del otro. Los bares, las películas, la cafetería de gatos en el centro de Kyoto, las sonrisas discretas, las bromas absurdas, su mano tomando la de Dazai esa noche en el hospital, el poema que dijo odiar y que se negó a recibir...

Pasaron por tanto. Pelearon, crecieron, cambiaron, y volvieron a escogerse. No como esos días en la escuela secundaria, no con la misma desesperación y necesidad de tener alguien en quien apoyarse. Simplemente porque así sucedió, porque nadie escogía de quién enamorarse, solo sucedía, y les ofrecía una nueva página donde escribir un relato y canciones.

Y esperaba que después de esa noche, Ango encontrara su propia página donde escribir su historia, sin importar si era breve o terminaba con un "felices para siempre".

―Entiendo si después de esto me odias ―dijo Chuuya, con la mirada en el piso, listo para recibir las peores palabras―. Eres un buen amigo, realmente me gustaban nuestras conversaciones, pero entenderé si después de esto me odias.

―¿Por qué te odiaría...?

Sorprendido, los ojos azules se elevaron. La expresión de Ango seguía siendo la misma, plagada de decepción y rechazo, y al mismo tiempo un poco de preocupación por él.

Ah, era demasiado bueno para su propio bien. Idiota, pensó el pelirrojo, deberías preocuparte más por ti mismo.

―No soy un niño, Chuuya ―murmuró Ango―. No te odiaré por esto... Te lo dije tiempo atrás, ¿no? Me quedo con los recuerdos. Sabía que esto podía pasar. Sabía que era una posibilidad de que, fuese o no Dazai, podría haber alguien más.

Ango le sonrió. Estirando una de sus manos, posó su palma en el rostro del pelirrojo, robándose esa única caricia que Chuuya le permitió tomar. Sintiendo ese calor que recordaría y apreciaría durante un largo momento.

―No te odiaré por esto ―repitió―. Solo... Gracias por ser sincero conmigo. ¿Espero que a veces podamos seguir pasando el rato?

Chuuya asintió, devolviendo el gesto y sintiendo el pecho más ligero.

―Sí, por supuesto.

Se sonrieron mutuamente. Se dirigieron hacia el interior otra vez, pero antes de que Chuuya pudiera abrir la puerta, su teléfono comenzó a sonar. Con una sonrisa hastiada, pensó que era Dazai. De seguro el moreno estaba aburrido y pensó que interrumpir su plática con una llamada lo molestaría, pero cuando sacó su móvil del bolsillo trasero de su pantalón, el nombre de Gin iluminó la pantalla.

Su cuerpo se heló, el fugaz pensamiento de "algo está mal" pasó por su cabeza, y con las manos tensas y la mirada preocupada de Ango a su lado, respondió.

―Gin, ¿qué sucede?

Chuuya.

―¿Kyoka? ―balbuceó, confundido y creando los peores escenarios en su cabeza―. ¿Por qué tienes el teléfono de Gin? ¿Dónde está Kouyou?

La niña no respondió inmediatamente. Pareció que le fue difícil buscar sus palabras. Su respiración era temblorosa, pero no de quien acababa de llorar, sino de alguien que no entendía qué estaba sucediendo y por qué. Y lo mismo comenzaba a suceder en él.

Chuuya escuchó un murmullo detrás, una voz que reconoció como la de Gin, diciéndole a la niña que le diera el teléfono y ella le explicaría todo, pero Kyoka recuperó sus palabras, buscando un poco de comprensión, buscando ese apoyo que sabía que Chuuya podía darle.

Chuuya, no sé qué está pasando ―dijo la niña, intentando controlar el temblor de su voz―. Pasamos a llevarle un poco de comida a Paul y preguntar por Arthur, pero Arthur se desmayó. Paul se fue con él en la ambulancia, mamá me llevó a casa y llamó a Gin. Se fue en cuanto ella llegó... Chuuya, ¿qué le sucede a Arthur?

Había imaginado cualquier otro escenario, cualquier otro problema. Pensó que algo le había ocurrido a Kouyou, incluso a Paul, pero la posibilidad de que fuera Arthur la mantuvo en el fondo de su cabeza, incluso si sabía que era la más probable de todas.

Sabía que algo estaba mal. Sabía que ese malestar de su cuñado no era algo pasajero. Sabía que esos días en que Arthur siempre se quedaba en casa, esas citas con el médico, la palidez y frío de su piel, los días en que no podía levantarse de la cama, era por algo. Pero nunca quisieron decírselo. ¿Por qué? ¿Qué era tan malo, que pensaban que no podría soportar?

Por un momento, Chuuya no supo qué responder. Él era tan ignorante de lo que sucedía como su sobrina. Se sentía tan perdido y confundido como ella, pero cuando Kyoka volvió a mascullar su nombre, con esa vocecita angustiada, se obligó a calmarse. A volver a ser un pilar, a ser la persona en la que el resto podía confiar y quien podía hacerse cargo de todo, incluso de aquello que no sabía.

―Escucha, Kyoka, no sé qué sucede, pero regresaré a Kyoto y lo averiguaré, ¿está bién? ―La niña tarareo una afirmación, y manteniendo la voz suave, pidió―: Pásale el teléfono a Gin, ¿si? Necesito hablar con ella.

Durante toda la plática con Gin, se mantuvo tranquilo, solo apretando el teléfono más de lo necesario. No le sorprendió que Kouyou llamara a la chica y le pidiera cuidar de Kyoka, ya se conocían lo suficiente desde que su segunda guitarrista aceptó ser la modelo principal de la boutique.

Le preguntó a la chica si Ryuu sabía dónde estaba, y ella le confirmó que tanto su hermano como Atsushi estaban ayudándole a cuidar de Kyoka. La niña se apegó rápidamente a Atsushi, pero ya que la pareja salió a comprar algo para los cuatro, se quedaron solas y sin poder más con el estrés de toda la situación, Kyoka le pidió llamarlo.

Y cerrando los dedos con más fuerza alrededor del teléfono, Chuuya mantuvo la voz uniforme, empujando al fondo de su cabeza el enojo y tristeza que sentía a causa de que ni Kouyou ni Paul lo llamaron para decirle lo que ocurría. Le dio las gracias a Gin por cuidar de su sobrina, le pidió que transmitiera el mismo agradecimiento a los otros dos chicos. Le repitió a Kyoka que regresaba a Kyoto en ese mismo momento y prometió que solucionaría todo.

Aunque no podía hacerlo. No podía cambiar un final que ya estaba escrito.

―¿Chuuya? ¿Qué sucede? ¿Estás bien? ―preguntó Ango. Sin mirarlo a la cara, el pelirrojo se dio la vuelta y caminó hacia la calle.

―Tengo que regresar a Kyoto ahora mismo ―respondió―. Tengo qué...

¿Por qué se sintió débil de un momento a otro? ¿Qué era esa sensación en el pecho, pesada y que susurraba sus peores temores, haciéndole perder la fuerza a sus piernas? Ah, odiaba ese sentimiento. Si no fuera por Ango, sus rodillas hubieran golpeado el piso, pero tal vez, ese golpe le hubiera dado el dolor suficiente para lograr moverse.

Pero lo dudaba, y no estar seguro de que tan rápido podría llegar a su lado, aumentó su frustración.

―Chuuya...

―¡Estoy bien! ―exclamó, intentando sonar seguro, pero sin control en su voz, ni en sus manos, ni en nada―. Tengo que regresar a Kyoto ahora mismo, tengo que ir a la estación.

Ango le miró con esa expresión de disculpa que tanto le molestaba, casi sintiéndose como el culpable de todo, al recordarle el más importante detalle.

―Chuuya, no hay trenes hacia Kyoto a esta hora.

―¡Pero tengo que regresar! ―dijo, sin poder ocultar más su voz quebrada o la desesperación que iba en aumento y que tan fácilmente se reflejó en su expresión y mirada―. Algo le sucede a Arthur y nadie me ha dicho una mierda más que una niña. ¡Tengo que regresar...!

Los brazos de Ango a su alrededor se sintieron como un pilar que necesitaba. Las manos acariciando su espalda, dándole ese consuelo que no iba a ser suficiente mientras más avanzara la noche.

Pero por ese momento era suficiente.

―Cálmate, Chuuya. Escúchame ―pidió suavemente―. Le pediré el auto a Oda. Es una hora de viaje a Kyoto y no dejaré que vayas solo. No en el estado en que te encuentras.

Sin poder hacer más, el pelirrojo asintió.

Ango regresó al interior de la casa buscando al dueño de esta sin demora. Encontrar a Oda no fue difícil, estaba platicando con uno de sus compañeros de trabajo y lo saludó tranquilamente cuando se le acercó. Sabía que Dazai lo estaba mirando desde el otro lado del salón, seguramente preguntándose sobre el paradero de Chuuya, y aunque le hubiera gustado explicar a detalle lo sucedido, tenía a un pelirrojo con casi un ataque de ansiedad esperándolo afuera.

Oda no dijo nada después de que Ango le explicara lo que sucedía con palabras rápidas y atropelladas. Le dio las llaves de su automóvil sin dudarlo y con un ligero gracias, el pelinegro salió.

Dazai, que seguía sentado junto a Ranpo en el rincón de la sala, se levantó tras él. Esta vez, el mayor no lo detuvo, pero sintió a Oda seguirlo. Al abrir la puerta, con una mala sensación en el pecho y el nombre del pelirrojo entre sus labios, solo vio el automóvil de su amigo bajar por la calle, con Ango al volante y Chuuya a su lado.

Muchas ideas corrieron por su cabeza en tan solo un segundo, muchas interpretaciones, muchas formas en que esa conversación privada se desarrolló, y se hubiera dejado llevar por el más grande de sus temores, pero prefirió darse la vuelta, mirar a Oda y rogar por una respuesta.

―¿Qué está pasando? ―preguntó, y con una ligera desesperación, insistió―. Odasaku, ¿por qué Ango se llevó a Chuuya?

―Algo sucedió con uno de sus familiares. No sé mucho, Dazai, pero Chuuya estará bien. ―Intentó calmarlo―. Ango lo cuidará.

Y sabía que podía hacerlo. Sabía que Ango era una buena opción para Chuuya, mucho más indicado que él. Más maduro, más responsable, sin tanto pasado entre ellos y una confianza tambaleante. Sabía que Ango podía cuidar del pelirrojo, pero la sensación agría en su pecho no se desvaneció.

La respuesta que Oda le dio no tranquilizó las mil y un ideas que corrían por su cabeza, tampoco esa sensación, esa necesidad de ser él quien hubiera llevado a Chuuya de regreso a Kyoto y apoyarlo sin importar qué estaba sucediendo.

Pero si Chuuya ya había escogido a quien realmente quería a su lado, no podía hacer mucho. Solo aceptar que esa canción y confianza ya no le pertenecían, ahora se dirigían a otro amor.

Y con esa idea en la cabeza, los hombros bajos y la expresión decaída, volvió al interior de la casa: ignorando la mirada preocupada de Oda, las suaves preguntas de Kazue, la atención de otros invitados y la de Ranpo, quien explícitamente lo miró de pies a cabeza y lo escuchó suspirar sin saber que hacer, sentir o pensar.

En algún momento, mientras se compadecía de sí mismo y se debatía en enviarle un mensaje o no a Chuuya, Ranpo se levantó del sofá y se perdió entre la multitud. Dazai, con la atención pegada al teléfono, no lo notó hablar con Oda, comprender parte de lo que había sucedido y luego tomar su propio teléfono, haciendo una rápida llamada a su doctora de confianza para obtener la otra parte de la historia que necesitaba.

Cuando lo obtuvo, regresó con Dazai, y sin importarle si el moreno estaba a mitad de una caída emocional o que hubiera diferencia de altura entre ambos, lo tomó del antebrazo y lo obligó a levantarse, sin darle oportunidad de reaccionar o cuestionar sus acciones.

―Oda ya me dijo lo que sucedió y llamé a Akiko ―dijo Ranpo―. Nos regresamos a Kyoto ahora mismo.

Dazai le dirigió una mirada incrédula.

―¿Terminaste de volverte idiota? No hay trenes hacia Kyoto a esta hora. Y Odasaku no puede llevarnos, Ango se llevó su auto ―argumentó. Luego, con un tono ausente, aceptando una irrealidad amarga, murmuró por lo bajo―: Y él está con Chuuya, no me necesita...

―¡Por supuesto que te necesita, Dazai!

Si Ranpo fuera una persona más violenta, sin duda lo hubiera golpeado o agarrado uno de los vasos con alcohol para echárselo sobre la cabeza, pero se conformó con gritarle a la cara.

―¡¿Quieres dejar de pensar lo peor de todo por un minuto y escucharme?! ―regañó, y ya que pocas veces había visto al mayor tan molesto y frustrado, Dazai mantuvo la boca cerrada―. ¡Te va necesitar! Algo sucedió con uno de sus familiares, y Akiko me lo acaba de confirmar. ¡Piensa por un jodido segundo, Dazai! Cuando sucedió lo de Atsushi y su novio, ¿quién los ayudó antes que cualquiera? Tal vez no lo pidió, pero ¿de quién Chuuya esperaba ayuda? ¿De quién esperaba apoyo?

Dazai no respondió. Ranpo no lo obligó a hacerlo, porque no esperaba una respuesta. Porque sabía que el menor necesitaba que otra persona lo dijera en voz alta.

―De ti ―señaló―. Incluso si son unos imbéciles que cada tres meses les da por discutir, siempre se apoyan. Y ya, sí, sé que piensas que Ango es una mejor opción y lo que sea, pero eso en este momento importa una mierda quien es mejor o no.

Ranpo suspiró. Cansado de todo ello, pero sin negarse a darle un último empujón a Dazai. Eso era lo que el menor necesitaba, y siempre que pudiera ayudarlo, incluso si le producía una pereza y molestia inmensa, lo haría con palabras duras y llenas de verdad.

―Dijiste que te conformabas con solo quedarte a su lado, ¿no? Entonces demuéstralo ―retó, acorralando al menor con su mirada―. Regresemos ahora mismo a Kyoto.

El moreno bajó la cabeza. Ranpo lo escuchó respirar profundamente, su cabeza corriendo a mil por hora, pensando en cada una de las palabras del otro y en todo lo que podía hacer.

Pero había una sola acción que necesitaba realizar en ese momento, así que incluso si era difícil, tomaría ese camino.

―No hay transporte a Kyoto a esta hora ―murmuró Dazai, lentamente subiendo la cabeza, con una expresión segura y calmada que hizo a Ranpo sonreir―. Pero creo que puedo pedirle un favor a mi mentor, aunque me odiará por despertarlo.


[•••]


El viaje de regreso a Kyoto tomó una hora y diez minutos. Le tomó cinco llamadas antes de que Kouyou se dignara a responderle.

Paul tenía el teléfono apagado. Kyoka no sabía en qué hospital estaban su madre y su tío, pero cuando estaban en una de las avenidas principales de la ciudad, recibió un mensaje de Yosano, y segundos después, Kouyou respondió.

―Ya lo sé, voy para allá ―dijo Chuuya antes de que la otra pelirroja pudiera hablar―. Y espero que haya una maldita explicación de por qué no me dijeron ni una mierda.

Escuchó a Kouyou suspirar, y sus zapatos de bajo tacón golpeando un piso de losa.

Saldré a esperarte a la entrada ―respondió―. Aún no hay noticias.

―Maldita sea, no, quédate ahí, ¡no dejes solo a Paul!

Antes de que Kouyou pudiera decir algo más, Chuuya cortó la llamada.

Desde el asiento del piloto, Ango lo observó con preocupación, pero el pelirrojo no le devolvió la mirada. Mantuvo su atención en el camino, en las calles que iban cambiando a la par de los edificios, mientras intentaba que su ceño no se frunciera tanto, abriendo y cerrando los dedos, ocultando el temblor, fingiendo que las palmas de las manos no le sudaban o la piel le picaba.

―Gracias por traerme ―dijo al bajar del vehículo―. Puedes regresarle el auto a Oda. Supongo que cuando sepa qué sucedió, regresaré en taxi con mis hermanos y cuñado.

O tal vez pasaría toda la noche y la mañana siguiente. No lo sabía, pero se preparaba mentalmente para cualquier escenario.

―¿Estás seguro? Puedo acompañarte un rato.

Chuuya declinó. Intentó darle una sonrisa tranquila, pero no fue nada más que una mueca tensa.

―Solo ve, Ango ―pidió―. Si sucede algo, te lo diré.

El mayor no se marchó inmediatamente. Chuuya no se veía bien, su rostro se había dividido por la preocupación y el enojo en partes iguales, y no estaba seguro de que dejarle en ese momento era lo que debía hacer. Sin embargo, ya que el pelirrojo estaría con su familia, pensó que estaría en buenas manos.

Le escribió a Oda que se quedaría con el auto hasta mañana por la tarde, y que luego haría un viaje rápido a Osaka para devolverlo. Y mientras veía a Chuuya entrar al hospital, su amigo le respondió que no había problema y que esperaba que todo estuviera bien. Al encender el motor, pensó en preguntarle por Dazai, pero no era el momento, se recordó.

Y en el fondo, incluso si debía regresar a ese lugar a través de una llamada, quería ser por una vez la persona a la que Chuuya recurriera si algo más sucedía. Al menos, quería ser esa persona por una única y última vez.

Sin embargo, ese viaje fue el último, porque ese corazón cantaba y añoraba el apoyo de otro amor.

Encontrar la sala de espera de urgencias fue bastante fácil. Uno de los trabajadores del hospital lo detuvo a mitad de camino, pero en cuanto Chuuya le explicó lo que sucedía, este lo dejó ir. Tal vez más por la palidez de su rostro que por sus palabras, pero eso ya no importaba. Lo único que importaba era la explicación que esas dos personas en la zona de espera, especialmente el alto y rubio que mantenía el rostro hacia las puertas que lo separaban de las salas de urgencias, le debía

Sus pasos contra el piso resonaron con fuerza. El ruido atrajo la atención de Kouyou y Paul, ambos sorprendidos de verlo ahí. Inmediatamente, Kouyou comenzó a preguntarle cómo llegó allí si estaba apenas media hora atrás en Osaka, y quién le dijo. Por otra parte, el rostro de su hermano mayor se mantuvo sereno, pero bajo esa tranquilidad, Chuuya pudo ver el nerviosismo aumentar poco a poco.

―Chuuya...

―¿Qué sucedió? ―preguntó sin demora, con los puños apretados y la mirada fija en su hermano mayor―. ¿Qué está pasando, Paul?

El mayor no respondió inmediatamente. Miró hacia la puerta que los separaba de las salas de urgencias y de su esposo, en un gesto que buscaba distanciarse un poco de la mirada de su hermano menor y del dolor que iba a provocarle.

―Su gripe se convirtió en neumonía ―respondió lentamente―. Y la neumonía se agravó. Le insistí en venir al hospital, pero él...

Hablar era difícil. Las palabras se atropellaban las unas a las otras, y las adecuadas se les escapaban antes de que pudiera pronunciarlas. Al regresar al rostro de su hermano menor, su mirada, su expresión que le recordaba tanto a aquella asustada que poseía cuando apenas comenzaba a vivir con él y su esposo, le obligó a hablar.

De todas formas, incluso si Arthur quería que esa felicidad se extendiera por un poco más, si seguía guardando silencio sería peor.

Arthur no estaba mejor que el día anterior, pero sí un poco más consciente esa noche, relató Paul. Ya que estuvo enfocado únicamente en cuidar de su esposo, en más de alguna ocasión se saltó las comidas. Arthur decidió llamar a Kouyou, esperando que el rubio escuchara un poco a su hermana y también cuidara de sí mismo.

No era tan tarde, vivía relativamente cerca, y al siguiente ser un día libre de escuela, Kouyou pasó por el departamento junto con Kyoka y le trajeron la cena a Paul. Ya que no quería que ni su hermana ni sobrina se contagiaran, habló un poco con ellas frente a la puerta, escuchando un tranquilo, pero severo regaño de parte de Kouyou. En un momento, sintió que desde la habitación algo caía.

Fue ligero, pero estaba tan acostumbrado a ser consciente del más mínimo ruido, que inmediatamente se dio la vuelta y corrió hacia su habitación. Cuando entró, Arthur estaba en el piso, sin poder respirar correctamente y una mirada de pánico en su rostro, y empeoró. A la par de su respiración, su corazón también se detuvo.

Le gritó a Kouyou que llamara una ambulancia, mientras él aplicaba a su esposo la reanimación cardiopulmonar que tantos años atrás aprendió. Sino fuera por ello, sino fuera porque ninguno de ellos se dejó llevar por el pánico y actuó, la ambulancia hubiera llegado para llevar el cuerpo inerte de su esposo. Por supuesto, él se subió con Arthur al vehículo, y unos veinte minutos después, Kouyou llegó a acompañarlo.

Entre todos los sucesos, no pensaron en llamar a Chuuya, pero la verdad era que no querían preocuparlo. Quería evitar, a toda costa, esa expresión con la cual ahora su hermano menor lo miraba, pero que sabía era inevitable.

―Ahora está estable ―explicó Paul―. Le están haciendo algunos exámenes más, pero me dijeron que está estable y él...

―Hay algo más ―interrumpió Chuuya, y otra vez, no hubo respuesta de Paul―. Hay algo que no me estás diciendo. Esto es lo más grave que ha pasado hasta ahora, pero él... Desde que lo conozco siempre ha sido propenso a enfermarse. Lo vi muchas veces en cama cuando estábamos en Francia, Paul, con gripe, con fatiga, sin poder levantarse porque se sentía demasiado débil.

Con voz rota, dando paso hacia adelante y tomando la muñeca del mayor, Chuuya rogó por una respuesta.

―¿Qué no me estás diciendo...?

Las puertas que los separaban de las salas de urgencia se abrieron y una doctora de cabecera salió, seguida de un par de enfermeros que rápidamente se dirigieron a otras zonas del hospital. Quedaba mucho por hacer, y entregarle a los familiares el estado de salud de los pacientes era simple rutina.

Paul se acercó inmediatamente, y Chuuya también. Kouyou dudó un momento en hacerlo, pero acabó por levantarse y seguir a los otros dos, manteniendo un poco de distancia, pero escuchando claramente cada palabra y observando cómo la postura de sus hermanos iba cambiando de acuerdo a lo que escuchaban.

Pero más que nada, mantuvo su atención en Chuuya y en su postura rígida, en las manos que cerraba con fuerza y la tensión en sus hombros.

―Lo dejaremos internado hasta mañana, tal vez un poco más dependiendo de cómo se recupere ―informó la profesional. Y cuando su expresión cambió, Paul supo qué estaba por preguntar―. Señor Verlaine, debo saber... ¿Por qué su esposo no está en tratamiento por su leucemia?

Manteniendo la espalda recta, ignoró cómo las palabras hacían cambiar la expresión de sus hermanos detrás de él. Ignoró la voz de Chuuya balbuceando por lo bajo, la incredulidad que podía sentir en cada palabra.

La frialdad que se envolvió a su alrededor fue insoportable. El calor se marchó de golpe, junto con el piso bajo sus pies y lentamente caía a un pozo de aguas oscuras, mientras intentaba aferrarse a los bordes y fallaba con cada palabra tranquila que salía de los labios de su hermano.

Como si no le importara, como si estuviera resignado, como si solo estuviera esperando el final que ya había leído de antemano.

―Él lo decidió ―respondió el rubio, ignorando la mirada azulada detrás suyo que poco a poco se quebraba, a los pasos que retrocedían, alejándose de ese final―. Decidió no tratarse.

―Ha aumentado. La producción de las células cancerosas ha...

―Lo sé ―interrumpió, y con las espinas alrededor del cuello, aquellas que hace mucho estaban ahí, repitió―: Lo sé, sé que no hay vuelta atrás...

Paul continuó hablando con la doctora, pero Chuuya ya había dejado de escucharles. No por propia voluntad, simplemente el sonido desapareció de un momento y sintió que su cabeza comenzó a dar vueltas. Mil y un ideas corrieron de un lado a otro, negación y aceptación por igual, una a la otra golpeándose para tomar la comprensión como su trono. Ninguno iba ganando, puesto que quien ya estaba sentado tenía esa necesidad de alejarse lo más posible de esa realidad, como si esa acción pudiera cambiar la verdad.

Pero sus piernas seguían débiles desde la llamada de Kyoka, sus manos temblorosas, y no podía sostenerse. Intentó sentarse en las bancas contra la pared, pero era torpe y si no fuera por Kouyou, por las manos que los sostuvieron y la voz que tan preocupada llamó su nombre, seguro se hubiera desplomado.

―¡Chuuya...!

Su rostro pálido, su respiración que iba poco a poco haciéndose más difícil, más rápida y pequeña, alertó a Paul. Tanto él como la doctora se le acercaron, haciendo preguntas a las cuales no estaba escuchando, pidiendo respirar lento y profundo, pero no podía, le dolía el pecho, sentía las manos heladas, y los rostros preocupados a su alrededor no hicieron más que aumentar la sensación.

No podía, no podía, no podía. Arthur no podía...

―Dime que es una broma, Paul ―rogó, temblando entre los brazos de Kouyou, mirando erráticamente el rostro de su hermano buscando en él alguna señal de mentira―. ¡Dime que es una jodida broma!

―Chuuya, cálmate, por favor. Te explicaré todo, te juro que...

―¡¿Qué me vas a explicar?! ―inquirió, sin poder ya controlar el volumen o temblor de su voz―. ¡¿Qué?! ¿Qué todo este tiempo Arthur...? ¿Qué él va a...?

No. No, no podía ser verdad, repitió su cabeza en un largo y angustiante mantra. No. Era una broma, Sí, debía serlo. Aunque no era divertida. No se estaba riendo, tampoco sus hermanos, y esa sala de espera, esas paredes blancas, se veían demasiado reales para ser solo un juego de su parte.

Pero tenía que ser una broma, ¿no? No era posible que la persona que más le prometió y le demostró que se quedaría siempre a su lado, estuviera por dejarle en cualquier momento.

―Dime que es una broma ―pidió Chuuya otra vez, con voz ahogada y un sollozo a mitad de la garganta que se obligó a reprimir―. Por favor, Paul, dime que es una broma...

Pero su hermano no respondió. Sus labios se cerraron fuertemente en una línea y las palabras se negaron a salir. Sin poder aceptarlo, Chuuya buscó el apoyo de la persona que lo sostenía entre esos brazos, aquellos que no podían compararse a los que le pertenecían a la persona en algunas de las salas.

―Kouyou. ―Por primera vez en muchos años volviendo a ser ese niño de catorce años que Kouyou vio por última vez una noche lejana y jamás olvidada. Su corazón se rompió al escuchar la forma en que la llamó―. Ane-san... Dime que está bromeando. Dile a Paul que esto no es divertido. Por favor, por favor, ane-san...

Kouyou lo abrazó con fuerza. Acurrucó a Chuuya contra su pecho, ocultó su rostro del mundo y lo sostuvo como no pudo hacerlo durante años. Lo escuchó pedirle otra vez que le mintiera, que le dijera que esa situación era una broma. Y a Kouyou le hubiera gustado hacerlo. Le hubiera encantado decirle que era una broma, que esa no era la realidad, pero mentirle sería mucho más cruel.

El que tanto Paul como Arthur le hayan ocultado ese final ya era suficiente.

Paul intentó acercarse a consolarlo, pero Chuuya no hizo más que alejarse y apegarse más a Kouyou. Esa acción de su parte lo dañó, pero lo entendía. Entendía que era difícil, entendía que apenas estaba procesando todo lo ocurrido y lo que ocurriría algún día, pero aun así dolía.

Dolía, porque Chuuya no era el único que iba a perder a Arthur. Dolía, porque su esperanza de que ese amor durara más, agonizaba y no había nadie quien lo envolviera entre sus brazos. Y la persona que realmente lo haría, estaba al otro lado de esa gruesa puerta de cristal.

Pero no se permitió derrumbarse, no ahora, no después. Con el rostro frío otra vez, Paul retrocedió y dejó que Kouyou calmara a Chuuya, luego podrían hablar.

Le aseguró a la doctora que su hermano menor necesitaba un momento para asimilar todo lo que sucedía, y junto a ella, retrocedió, dándole espacio al pelirrojo de respirar. Preguntó en qué momento podría ver a su esposo. En un par de horas, respondió la profesional. Mientras tanto, tenía que esperar. Le aconsejó llevar a Chuuya a casa, ya que claramente estar en ese lugar no era bueno para él y un lugar más tranquilo lo ayudaría a asimilar más fácilmente la noticia.

Sin embargo, Paul sabía que no necesitaba llevar a Chuuya a ningún lugar. El pelirrojo podía hacerlo por sí solo, y en cuanto sintió que ese lugar le sofocaba, que la presencia de Paul y de la verdad no le permitía respirar, decidió alejarse.

Se alejó de los brazos de Kouyou, murmurando que no podía con esa situación en ese momento, y antes de que la mujer pudiera ofrecerse a llevarlo a su hogar o a cualquier lugar, Chuuya se dio la vuelta y se marchó.

―¿Chuuya? ¡¿Chuuya, a dónde vas?!

―Déjalo, Kouyou ―ordenó Paul, y antes de que la mujer pudiera seguir al menor, Paul la tomó del brazo y la detuvo―. Déjalo, necesita alejarse un momento. Siempre hace lo mismo cuando no puede aceptar algo.

―Pero tú...

―Gracias por estar aquí ―dijo, dirigiendo una rota y pequeña sonrisa a su hermana―. Puedes regresar con Kyoka, debe estar preocupada. Yo... Me quedaré hasta que Arthur despierte.

Kouyou miró al hermano que tenía a su lado, y luego a aquel que se marchaba rápidamente por el mismo camino por el cual llegó.

De entre los tres, no podía decir que ella era la mejor hermana. Dejó a uno atrás, y no se interesó en aquel que insistió en buscarla y conocerla. Se sintió celosa de ese amor familiar y confianza que otro recibió, uno que fue para ella en algún momento, fingiendo que perderlo no se debía a sus propias acciones.

Y esperaba que no fuera tan tarde para hacer las cosas bien, así que negó. Sabía que Chuuya estaba mal, pero para él había muchas personas en las cuales buscar un poco de consuelo, muchas más adecuadas que ella.

Pero para Paul no había nadie, así que se quedó, y aunque no lo abrazó, tomó su mano y la apretó.

―He sido una hermana terrible para ti y para Chuuya ―murmuró―. Tanto que él se acaba de ir, y tu quieres que me vaya también. Me quedaré. Llamaré a Gin, le pediré que cuide a Kyoka por el resto de la noche y luego iré a comprarnos un café.

―Gracias ―murmuró Paul. Sintiéndose débil, lentamente se sentó en las bancas, con la espalda encorvada, un codo sobre su muslo, una mano cubriéndole el rostro―. Gracias...


[•••]


Sus pasos fueron firmes y seguros hasta la mitad del pasillo. Desde ese punto hasta la salida, volvió a sentirse débil y recorrió el camino faltante a base de angustia y desesperación, de esa necesidad de aire para engañarse a sí mismo y alejarse de esa realidad.

Pero lo que había escuchado, lo que Paul confirmó sin palabras y luego con estas, rondaba su cabeza. La verdad que lo atormentaba pasó de susurrar a gritar contra sus oídos. Su respiración volvió a fallar, negándose a guardar suficiente oxígeno para cada parte de su cuerpo que no fuera su cabeza y ese final el cual no podía cambiar.

Con su corazón rasgado a la mitad, el pecho le dolía. La cabeza, pulmones y piernas también, pero no se detuvo hasta que pudo salir del hospital y sentir el tibio aire de inicios del verano. Sin poder dar un paso más, se apoyó a un costado de la puerta principal, con la mirada fija en el piso, la piel pálida y la respiración inestable. No, no era suficiente distancia, necesitaba alejarse más. Apartarse de esa realidad, olvidarla de cualquier forma, aún no podía enfrentarla.

No podía, no podía, no podía. ¿Qué iba a hacer desde ese momento en adelante? ¿Qué iba a hacer sin...?

Con las manos temblorosas, sacó su teléfono y llamó. Llamó a la única persona que creyó podía ayudarlo en ese momento, incluso si en el fondo sabía que solo iba a recibir un consuelo temporal.

El tono de llamada apenas logró sonar antes de que la persona al otro lado respondiera. Se escuchaba agitado y preocupado, emoción que aumentó cuando la voz rota de Chuuya dijo su nombre.

―Dazai... ―murmuró, sin darle oportunidad al otro de decir una palabra más―. Dazai, ¿dónde estás? Ven por mí, no quiero estar aquí...

¡Chuuya! ¿Estás bien? ¿Qué sucedió?

―Dazai ―repitió, como si el nombre del otro pudiera mantenerlo estable―. Arthur, él...

No. No quería pensar en eso, no quería enfrentarlo, pero de solo recordarlo sus piernas acabaron por perder la fuerza que les quedaba, y apoyado de la pared a su espalda, lentamente se dejó caer, sosteniéndose tan solo del teléfono, de esa llamada, de la voz de Dazai al otro lado.

―Por favor, ven ―pidió, con voz temblorosa―. Por favor, no puedo, ahora mismo no puedo...

¿Estaba pidiendo mucho? Se preguntó. Dazai estaba a una ciudad de distancia, tal vez sin esperar que lo molestara a esa hora de la noche, o sin querer que lo hiciera. Tal vez debería colgar, sobrellevar ese dolor por sí solo, o llamar a alguien más...

Estoy por llegar a Kyoto ―aseguró Dazai―. Dame unos veinte minutos. Dime dónde estás. Iré por ti.

Pero no quería a nadie más.

―Tu departamento ―respondió, lentamente levantándose otra vez, aún con las piernas débiles, pero un lugar al cual ir―. Necesito alejarme de aquí... Te esperaré fuera de tu departamento.

Llegaré pronto, lo prometo.

Y le creyó. Confió en su promesa y en él.

Había una parada de taxis cerca. No confiaba en sus pies y el departamento de Dazai estaba a unos minutos de distancia. Tenía su billetera con él y suficiente dinero para un viaje rápido y silencioso de diez minutos.

Pensó que al alejarse del hospital se sentiría mejor, que podría aceptar más fácilmente ese final, pero no fue así, y con la angustia mucho más fuerte que minutos atrás, bajó del taxi y subió las escaleras hasta el departamento de Dazai.

No tenía llaves del lugar, pero eso no importó. Chuuya se apoyó contra la puerta cerrada y se dejó caer, sentado con la espalda contra la madera, mirando a su alrededor.

Ese pasillo era extraño, ese lugar no era uno al que estaba tan acostumbrado. Pocas veces visitó a Dazai en su nuevo departamento, pero lo esperaría, porque Dazai dijo que llegaría por él, y aunque antes tuvo razones para no creerle, esta vez quería confiar.

Así que cerró los ojos y esperó. Esperó y esperó, y escuchó una respiración agitada, como la de alguien que no pudo esperar al ascensor y decidió subir hasta el tercer piso por las escaleras a pesar de que odiaba el ejercicio y el esfuerzo.

Y por la esquina apareció Dazai, erráticamente mirando hacia todas partes hasta que notó al pelirrojo sentado contra su puerta. Lo escuchó soltar un suspiro de alivio y caminó rápidamente hacia él. Chuuya se levantó, y antes de que el moreno pudiera dar un último paso o decir algo, el pelirrojo se abalanzó.

Dazai lo atrapó entre sus brazos con facilidad, con piernas firmes, como nunca antes lo fueron. Lo sostuvo con fuerza, evitando que volviera a desplomarse, dándole ese abrazo que intentaba calmar un dolor que jamás se iría; solo se atenuaría con el paso del tiempo.

Su cuerpo volvió a temblar. Enterró su rostro en el pecho de Dazai, por primera y única vez agradeciendo esa diferencia de altura entre ambos, ya que se sentía protegido, escondido de esa realidad que de una u otra forma lograba atravesar los brazos del moreno a su alrededor y clavarle un puñal en el pecho.

―Chuuya, oye...

―Arthur va a morir, Dazai ―sollozó, con la mandíbula apretada fuertemente, los puños cerrados alrededor de la ropa ajena y empapando está poco a poco. Dazai calló, escuchó su dolor y dejó que lo exteriorizara―. Me va a dejar... Él me va a dejar, ¡y no puedo hacer nada para evitarlo! ¡No puedo pedirle que no lo haga! ¡No podré llamarlo, ni seguirlo, ni volver a verlo, no podré...!

Dazai estaba seguro que nunca escuchó a Chuuya llorar. Ni antes ni ahora. Los golpes no dolían lo suficiente, las decepciones tal vez, pero se negó a llorar. No lloró por rabia, ni por tristeza o frustración. Tal vez en algún momento lloró por Kouyou o por él, pero seguramente no lo hizo con tanta fuerza, con tanta desesperación y dolor como le producía la realización de que ese otro amor, el único que podía calmarlo y que más le importaba, iba a dejarle.

Escucharlo, sentirlo temblar de pies a cabeza, le rompió el corazón. Pero lo necesitaba, así que lo sostuvo con fuerza, de la misma forma en que Chuuya alguna vez lo sostuvo en su juventud cuando ya no podía con el mundo a su alrededor, intentando calmar un dolor que escapaba de sus manos, reparando un corazón que difícilmente saldría sin una nueva cicatriz.

Sin embargo, Dazai esperaba que su abrazo pudiera calmar la angustia de Chuuya, o al menos hacerle saber que podía compartirla con él.

Así que lo abrazó. Lo abrazó con fuerza y sin decir palabras, sin prometer aliviar un dolor que no podía apaciguar, pero quedándose a su lado como siempre debió hacerlo. 

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