Serendipia (Albalia)

By soul__10

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Serendipia: Hallazgo valiosos que se produce de manera accidental o causal. Berlín 1937 Alba es una chica de... More

Capitulo 1
Capitulo 3
Capitulo 4
Capitulo 5
Capitulo 6
Capitulo 7
Capitulo 8
Capitulo 9
Capitulo 10
Capitulo 11
Capitulo 12
Capitulo 13
Capitulo 14
Capitulo 15
Capitulo 16
Capitulo 17
Capitulo 18
Capitulo 19
Capitulo 20
Capitulo 21
Capitulo 22
Capitulo 23
Capitulo 24
Capitulo 25
Capitulo 26
Capítulo 27
Capitulo 28
Capitulo 29
Capitulo 30
Capitulo 31
Capitulo 32
Capitulo 33
Capitulo 34
Capitulo 35
Capitulo 36
Capitulo 37
Capitulo 38
Capitulo 39
Capitulo 40
Capitulo 41
Capitulo 42
Capitulo 43
Capitulo 44
Capitulo 45
Capitulo 46
Capitulo 47
Capitulo 48
Capitulo 49
Capitulo 50
Capitulo 51
Capitulo 52
Capitulo 53
Capitulo 54
Capitulo 55
Capitulo 56
Capitulo 57
Epílogo

Capitulo 2

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By soul__10

- ¡Julia vamos! ¡Que llegamos tarde! – Gritó Alba a su amiga.

- ¡Tranquila! – Dijo Julia en tono pausado. – Ya sabes que María no se entera de la hora cuando trabaja, hasta que no lleguemos ni se dará cuenta de la hora que es.

- No se porque te arreglas tanto. – Se quejó Alba.

- Nunca se sabe a quien te puedes encontrar Reche. – Dijo Julia divertida.

- ¿Ya estás? – Preguntó Alba al ver a su amiga saliendo de su habitación.

- Si ya estoy. Pesada. – Dijo Julia. – Que poca paciencia tienes.

- Me gusta ser puntual. – Dijo Alba encogiéndose de hombros.

Salieron de casa de los Medina dirigiéndose a la empresa de los Reche y Medina, aunque ese último nombre había que obviarlo tal y como estaban las cosas en el país, para recoger a Maria. Al menos una vez a la semana intentaban quedar las tres para tomarse un café o un té y ponerse al día. Cuando llegaron a la empresa, fueron a la zona de fábricas, donde sabían que estaría su amiga, y por supuesto Maria todavía no estaba lista y tuvieron que esperarla.

- ¿Ves? – Dijo Julia. – Te lo dije, María todavía no está lista.

- No se porque decimos una hora si después hacéis lo que os da la gana. – Se quejó Alba.

- Hoy estás muy refunfuñona Alba. – Dijo Julia.

- Es que cada día es lo mismo. – Siguió quejándose la rubia.

- ¡Ya estoy aquí! – Dijo María saliendo disparada por la puerta. - ¿Qué os pasa?

- Aquí la rubia que hoy no tiene espera.

- Vamos rubia que te invito a un chocolate para que se te bajen los humos.

- Te tomo la palabra. – Dijo Alba poniéndose a caminar en dirección a la cafetería. Y es que ella no iba a decir que no a un buen chocolate.

Casi siempre iban a la misma cafetería, aunque de vez en cuando variaban. Una vez llegaron a la cafetería se sentaron en la mesa de siempre, con vistas a una plaza peatonal. Cada una hizo su pedido: Julia un café, María un té y Alba el prometido chocolate. También pidieron unas pastas para comer junto con sus bebidas. Hablaron de cosas banales mientras esperaban a que les trajeran sus pedidos. Una vez se los sirvieron la conversación cambió a las novedades en su día a día.

- ¿Qué tal las clases? – Le preguntó Julia a Alba

- Pues muy bien. Igual que la semana pasada. Pero estoy aprendiendo mucho. – Dijo Alba. – Esta semana hemos estudiado un poco de historia de la enfermaría. ¿Sabíais que en Alemania se empezó a estudiar la enfermería como tal en 1920?

- No. – Negaron sus amigas.

- Pues resulta que La Cruz Roja Alemana empezó los cursos en 1920 pero en vez de dos años, como ahora, eran de un solo año.

- ¿Y eso que quiere decir? – Preguntó María sin entender a donde quería llegar su amiga.

- Pues que ahora hacemos más cosas y necesitamos más tiempo para aprenderlas ¿no?

- Si, es una posibilidad. – Dijo Julia.

- O que ahora sois más tontas. – Apuntó María.

- ¡María! – Se quejó Alba a la vez que negaba con la cabeza. – Pues que sepáis que ahora hay más de 60 escuelas de la Cruz Roja en todo Alemania ya que todos los hospitales municipales cuentan con una y además hay tres que funcionan anexas a las universidades. ¿Os imagináis que un día la enfermería sea una carrera universitaria?

- Si claro, y las mujeres también podrán estudiar medicina. – Dijo Julia.

- Hay en países en los que ya lo hacen, con muchas dificultades, pero lo hacen. – Dijo María. – Pero aquí... - Y no dijo nada más porque en los tiempos que corrían según que comentarios no estaban bien vistos.

- Bueno ¿Y vosotras qué? – Preguntó Alba para cambiar el tema que estaba empezando a ir por derroteros peligrosos.

- Yo encantada. – Dijo María, cosa que no era ninguna novedad. – Pensé que los hombres eran más inteligentes. – Dijo bajando la voz. – Pero es que no hacen más que estropear las máquinas porque no las usan bien. – Se quejó María.

- No te quejes tanto. – Dijo Alba divertida. – En el fondo te encanta arreglar los cacharros.

- ¡No son cacharros! – Dijo María haciéndose la ofendida. – Es maquinaria Alba, máquinas.

- Si, si, lo que tu digas. – Dijo a Alba riendo.

- ¿Y tú qué Julia? – Dijo María.

- Pues yo como siempre, con papeleo y más papeleo. Suerte que nuestros padres se empeñaron en que aprendiéramos inglés. – Dijo mirando a Alba. – Porque cada vez hay más papeles en ese idioma.

- Así que el comercio exterior va bien. – Apuntó Alba.

- Mejor que el interior.

- ¿Va mal? – Preguntó Alba. Y es que casi se enteraba de más cosas de la empresa por Julia que por su propio padre. Pero claro, él estaba más preocupado por la clínica que por la empresa.

- No, no va mal, pero en comparación el exterior va mejor. – Dijo Julia.

- ¡Hola Alba! – Las interrumpió un chico.

- isaac. – Dijo simplemente Alba al ver a la persona que las había interrumpido.

- Te he visto. – Dijo señalando la calle. – Y he pensado en aprovechar para devolverte el libro que le prestaste a mi madre. Pero...

- ¿Qué? – Dijo Alba.

isaac le tendió el libro.

- ¿Pero que le habéis hecho?

- A sido un accidente. – Dijo isaac.

- Era de mis favoritos. – Dijo Alba haciendo una mueca de enfado al ver el estado en el que se encontraba su libro. – No me pidas ningún libro más.

- Vamos Alba, te lo compensaré. Te invitó a cenar este fin de semana.

- Lárgate isaac. – Dijo Alba simplemente.

- Piénsatelo. – Dijo isaac. – Señoritas. – Dijo mirando a las otras dos a modo de despedida y saliendo de la cafetería.

- ¿Y ese quien es? – Empezó el interrogatorio María.

- Un gilipollas. – Dijo simplemente Alba.

- Un gilipollas que se llama isaac. Entendido. – Dijo Maria.

- ¿Y de qué lo conoces? – Preguntó Julia.

- Trabaja en el hospital donde hago las prácticas.

- ¿Y te pide libros para su madre? – Preguntó otra vez Julia bastante extrañada.

- Me vio con él un día y me lo pidió. Pero ya se que no le puedo volver a dejar nada. – Dijo Alba volviendo a enfadarse al ver el estado de su preciado libro.

- Es mono. – Apuntó Maria.

- Si de mono tiene mucho. – Dijo Alba haciendo clara referencia a otra especie animal y no precisamente la humana.

- Podrías aceptar la cita. – Siguió insistiendo Maria.

- Antes muerta. – Dijo Alba.

- Dieciocho años y ninguna cita. Vas tarde Reche. – Dijo Maria divertida.

- ¿Los americanos sois muy precoces o qué? – Preguntó Alba enfadada.

- No te pongas así mujer. Pero si, yo desde los quince años que he tenido algún que otro novio. – Dijo la latina encogiéndose de hombros. - ¿Y vosotras qué? – Preguntó.

Ambas amigas se encogieron de hombros.

- Vamos no seáis tímidas. Yo sé que tú – dijo señalando a Julia. – estás coladita por David.

- ¿Qué yo qué? – Preguntó Julia incrédula.

- Lo que oyes. Tengo mis contactos dentro de la empresa.

- ¿Quién es David? – Preguntó Alba.

- Un trabajador de la empresa. – Dijo Julia simplemente.

- En realidad es uno de los repartidores de los productos de la empresa que está muy pero que muy bien. Y además es muy simpático y amable. – Terminó la descripción Maria.

- Y no me gusta. – Terminó por aportar Julia.

- No le hagas caso. – Le dijo Julia con complicidad a la rubia. – Si le gusta.

- ¡Os estoy oyendo! – Exclamó Julia. - ¿Y Alba qué?

- A Alba... ¿Le gusta isaac? – Intentó adivinar Maria.

- ¡No me hagas vomitar el chocolate! – Se quejó Alba. – No me gusta, no me gusta nadie ¿Contentas?

- Pues no. Alguien te debería gustar. – Apuntó Maria.

- Pues no. No me gusta nadie. Los tíos dan asco, son unos babosos asquerosos. – Apuntó Alba.

- ¿Entonces que te gusta? ¿Las...? – Seguía Maria atosigando.

- ¡MARIA, YA! – Exclamó Alba enfadada consiguiendo que varias personas se giraran a mirarlas.

- Creo que será mejor que lo dejemos por hoy y nos marchemos. – Apuntó Julia. Y es que en los tiempos que corrían era mejor no destacar.

Las tres amigas emprendieron el camino hacia la salida de la cafetería. Una vez fuera empezaron a caminar sin rumbo fijo.

- ¿Qué queréis hacer ahora? – Preguntó Julia.

- Yo voy a ver si encuentro el libro – Dijo Alba señalando el desastroso libro que tenía en la mano.

- Pero si lo habrás leído mil veces. – Se quejó Maria.

- ¿Y? – Preguntó Alba.

- Nada, nada. Vamos.

Empezaron a buscar el libro por varias librerías de camino hacia sus casas, pero solo lo encontraron en dos y no eran de la edición que Alba quería, porque si, Alba quería el libro y en la misma edición que el que tenía, por lo que la cosa se complicaba.

- ¿Por qué no pruebas con la librería Lacunza? – Preguntó Maria.

- ¿La librería Lacunza? – Preguntó Alba.

- Si. Dicen que encuentran casi cualquier libro que quieras.

- ¿Y tu como conoces una librería? Si es que se puede saber... - Dijo Alba sin terminar de creerse que su amiga, que no era muy aficionada a la lectura y ni siquiera era del país, conociera una librería que ella no.

- Pues porque está al lado de un café donde voy de vez en cuando con Luca.

- ¿Y quién es Luca?

- Un amigo.

- ¿Un amigo? – Preguntó Alba sin creérselo.

- Si, es un operario de la fábrica. Vamos de vez en cuando a tomar un café al salir de trabajar. – Dijo Maria encogiéndose de hombros.

- ¿Y no será algo más? – Preguntó entonces Julia.

- Por el momento no... – Apuntó Maria, pero dando a entender que no le importaría si la cosa iba a más.

- Entonces... Esa librería... - Volvió Alba al tema que le interesaba.

- Se encuentra cerca de Potsdamer Platz.

- Eso queda hacía el otro lado... - Dijo Alba pensativa. – Puede que mañana vaya a echarle un vistazo, no queda muy lejos de la escuela. A ti te pilla un poco lejos del trabajo ¿no? – Interrogó a Maria.

- Nos gusta la cafetería. – Informó con simplicidad la latina.

Decidieron volver dando un tranquilo paseo hacia casa mientras hablaban de cosas banales. Primero dejaron en casa a Julia despidiéndose hasta el fin de semana, que habían quedado para ir al cine. Una vez dejaron a Julila en su casa se fueron a la de los Reche, donde Maria se alojaba desde que se había quedado a vivir en Berlín. No estaba lejos de la de los Medina, a unos quince minutos andando y ellas preferían andar que usar el transporte público.

- Alba siento lo de antes. – Se disculpó Maria al llegar a casa.

- Tranquila. – Dijo Alba. – No es que me importe. Solo que desgraciadamente según que cosas no se pueden decir.

- Lo sé. – Dijo Maria exasperada. – Es que no me termino de acostumbrar. Puede que Estados Unidos no sea todo lo libre que queremos, pero esto... - Dijo refiriéndose a Alemania.

Alba simplemente se encogió de hombros. Se dirigieron cada una a su habitación para cambiarse a ropa más cómoda antes de bajar a preparar algo para cenar ya que los Reche todavía no habían llegado a casa. Antes de que Maria entrara en su habitación Alba la cogió del brazo frenándola.

- Prométeme que si las cosas se ponen feas te irás.

- Alba no pienses eso.

- ¿Y qué quieres que piense? Prométemelo. – Suplicó.

- ¿Y vosotras?

- Estaremos bien. – Intentó parecer convincente Alba.

- Tu puede... Pero ¿y Julia? – Dijo Maria.

Se quedaron unos segundos calladas procesándolo todo.

- Tu solo prométemelo. – Pidió Alba al final.

- No tengo que prometértelo. Si las cosas se ponen feas seguro que mi padre me saca a la fuerza. – Dijo Maria.

- Eso espero. – Dijo Alba en un susurro para dirigirse a su habitación.

- Alba... - La llamó Maria cuando la rubia ya había abierto la puerta de su habitación. – Te prometo que estaremos bien. – Dijo la latina cuando Alba se giró a mirarla.

Alba se giró sonriendo a su amiga. ¿Estarían bien?

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- Hija. – Llamó Mikel la atención de su hija.

- ¿Si papá? – Preguntó Natalia.

- ¿Qué haces?

- Ordenando el último pedido de libros. – Dijo su hija señalando lo obvio, ya que se encontraba rodeada de varias cajas, todas ellas abiertas, del último pedido que les había llegado.

- Déjalo para mañana y ve a dar una vuelta. – Dijo su padre.

- ¿Una vuelta? ¿A dónde? – Preguntó Natalia.

- No se... Por ahí. Diviértete que tienes diecisiete años y pareces mayor que yo.

- Prefiero terminar con esto. – Dijo Natalia a la vez que cogía un libro para colocarlo en el estante correspondiente.

- Hija. – Dijo Mikel quitándole el libro a Natalia. – ¿No crees que en vez de estar todo el día aquí encerrada deberías estar con gente de tu edad? En definitiva, hacer amigos.

- No quiero amigos a los que no le guste como soy. Y a mi me gusta estar rodeada de libros.

- Pero rodeada de libros no vas a hacer amigos.

- Tengo muchos amigos en los libros. – Dijo Natalia volviendo a quitarle el libro a su padre para, ahora sí, colocarlo en su sitio correspondiente.

- Sabes que esos amigos no son de verdad ¿no?

- Son mejores que los otros. – Dijo Natalia encogiéndose de hombros.

- Hija, se que tu pasión por la lectura hizo que los niños no se acercaran a ti en el colegio, pero seguro que hay gente de tu edad a la que le apasiona la lectura. Sal y conoce gente, no puedes estar todo el día encerrada aquí o en casa.

- No quiero conocer a gente. ¿Para qué?

- Para tener vida social, hija. Eso también es necesario ¿Sabes?

- Estoy bien como estoy papá. Déjalo ya.

- No pienso dejarlo. – Dijo Mikel. – Escúchame bien porque solo te lo pienso decir una vez. A partir de la semana que viene, al menos dos tardes, te quiero fuera de aquí, así que búscate algo que hacer.

- ¿Por qué? – Se quejó Natalia. – Me gusta hacer esto.

- Ya me has oído.

- Pero...

- ¿Qué está pasando? – Dijo Maria en ese momento entrando por la puerta de la librería.

- Aquí tu hija de casi dieciocho años, que se niega a hacer amigos y hacer otras cosas que no sea estar encerrada en casa o aquí.

- Me gusta estar aquí. – Repitió Natalia exasperada.

- Me parece perfecto, pero a partir de la semana que viene ya sabes.

- ¿Qué pasa la semana que viene? – Preguntó Maria.

- Papá quiere que haga otras cosas.

- Pues me parece muy bien. – Apuntó Maria.

- Le he dicho que a partir de la semana que viene al menos dos tardes a la semana tiene que estar fuera de aquí y de casa.

- No lo pienso hacer. – Se volvió a quejar Natalia.

- Lo debes hacer. – Dijo Maria.

- ¿Por qué? No me apetece.

- Tienes que sociabilizarte, hacer amigos. – Repitió Mikel.

- Y como queréis que lo haga ¿Eh? – Dijo Natalia borde.

- ¡Ese tono jovencita! – La recriminó su madre.

- Perdón. – Se disculpó Natalia.

- Te apuntas a algún curso, vas a algún bar, paseas por el parque... Tú sabrás, pero te quiero fuera de casa y de aquí. – Zanjó Mikel.

- No es justo. – Volvió a quejarse Natalia.

- Lo que no es justo es que una chica tan estupenda como tu se pase los días encerrada y no tenga amigos. Eso si que no es justo.

- No quiero amigos. ¿Para qué?

- Para hablar y compartir tus cosas.

- ¿Para hablar de la mierda de país en el que estamos? ¡Ah no, que de esas cosas no se puede hablar! – Dijo Natalia muy enfadada y dejando lo que estaba haciendo para salir sulfurada de la librería.

Últimamente Natalia estaba muy cansada de que sus padres le dijeran lo que tenía que hacer. ¿Qué había de malo en no tener amigos? Mejor así, porque con tanto gilipollas suelto no merecía la pena molestarse. De camino a casa se había cruzado con dos grupos de Juventudes Hitlerianas ¿Con esos quería su padre que se relacionara? ¡Al igual! Ojalá pudiera tener amigos para hablar de sus cosas, pero seguramente sus padres le recriminarían que de esas cosas no hablara con nadie, ni siquiera las podía hablar con ellos, así que ¿para qué molestarse? Si su padre la quería fuera, la tendría fuera. Pero que se olvidara de su idea, cogería un libro y se iría al parque a leer o a alguna cafetería si hacía mal día. No iban a seguirla así que no sabrían lo que estaría haciendo.

Después de un rato caminando llegó a casa y se fue directa a su habitación a sumergirse en un libro. Sabía que cuando sus padres llegaran a casa le caería un buen rapapolvo por como se había ido de la tienda, pero le daba bastante igual. No la querían allí así que se podía ir ¿No?

Una hora más tarde Natalia oyó como la puerta de su casa de abría. Y lo primero que hicieron sus padres fue ir a buscarla a su habitación. Natalia al oír la puerta de su habitación abrirse ignoró por completo a sus padres y siguió leyendo, hasta que Mikel le quitó el libro de malas maneras y cuando ella fue a protestar le cruzó la cara de un guantazo. Natalia se llevó la mano a la mejilla entre asustada y sorprendida, su padre nunca le había puesto la mano encima.

- ¡MIKEL! – Gritó Maria interceptando la mano de su marido que volvía a dirigirse hacía su hija.

- Escúchame bien niña. No pienso permitir semejante comportamiento en esta casa. ¡Y si yo digo que no se habla de un tema no se habla! – Y dicho esto se fue dejando a su mujer y a su hija en la habitación de esta segunda.

- Cariño... - Dijo Maria intentando acercarse a su hija.

- ¡Vete! – Dijo Natalia entre lágrimas. - ¡Vete! ¡Vete! ¡Vete!

Y Maria hizo caso a su hija y se fue al salón que era donde se encontraba su marido.

- ¿Desde cuando pegamos a nuestra hija? – Le recriminó Maria a Mikel

- Desde que se comporta como una niña. Hace falta que entienda que con su comportamiento nos puede meter en muchos problemas.

- No se comporta como una niña, se comporta como una adulta. – Le llevó la contraría Maria.

- ¿Ah, sí? ¿Y el numerito de la librería a que ha venido?

- Ella quiere hablar, quiere opinar...

- No puede opinar de lo que no sabe.

- Exacto. – Afirmó Maria. – Deberíamos contárselo.

- ¡No! – Negó rotundamente Mikel. – No le vamos a contar nada, no tiene porque saberlo.

- Incluso tu hija se da cuenta de que las cosas no van bien en el país. ¿Cuánto crees que tardará en enterarse?

- No se va a enterar así que déjalo estar.

- ¿Ahora me vas a callar como a tu hija? – Dijo Maria. - ¿Sabes? No la puedes obligar a que tenga amigos cuando no quieres que cuente y hable de según que cosas. Ella tiene razón, si no puede decir lo que piensa está mejor como está, así que si no quieres que hable de según qué cosas con otras personas no la obligues a relacionarse con ellos, déjala tranquila en la librería. – Y dicho esto Maria se fue a la cocina a preparar la cena.

Un rato después, cuando la cena estuvo lista Maria fue a buscar a su hija. Tocó a la puerta de la habitación y entró sin esperar contestación encontrándose a su hija ya en la cama.

- Nati, cariño la cena ya está. – Dijo sentándose en la cama y acariciando el pelo de su hija.

- No tengo hambre. – Dijo Natalia simplemente.

- Vale. Está bien. Hasta mañana. – Dijo dejándole un beso en el pelo y saliendo de la habitación.

- ¿Y Natalia? – Preguntó Mikel cuando Maria volvió al comedor donde les esperaba la cena.

- En la cama. – Dijo Maria simplemente.

- ¿No va a cenar? – Preguntó Mikel.

- No. No quiere. O a lo mejor no quiere verte a ti. – Dijo su mujer y se puso a comer.

Cenaron en un tenso silencio y cuando hubieron terminado Maria lo recogió todo y se fue a la cocina para fregar los platos. Mikel se sentó en el sofá, como hacia siempre después de cenar, pero le faltaba algo, y es que Natalia siempre se sentaba con él y hablaban de libros o de la librería. Así que se levantó y se dirigió a la habitación de su hija.

- Cariño... - Dijo abriendo la puerta y viendo como su hija se sobresaltaba.

- Vete... - Dijo Natalia con un tono de súplica.

Pero Mikel no le hizo caso y entró en la habitación sentándose en la cama y viendo como su hija se alejaba todo lo posible de él. Él se encogió un poco al ver el miedo de su hija, y tenía razones para ello, nunca la había pegado, y tampoco había hecho nada malo, pero todo lo que estaba pasando le empezaba a pasar factura y lo había pagado con la persona que menos se lo merecía. Fue a acariciarla y Natalia se alejó un poco más y sin darse cuenta cayó por el otro lado de la cama.

- ¡Natalia! – Exclamó Mikel al ver a su hija precipitarse hacia el suelo. Y pese a que ella intentó alejarse él la abrazó contra su pecho para acunarla. – Lo siento mi amor, lo siento. – Empezó a murmurar Mikel mientras su hija lloraba. - ¿Sabes? Eres una persona increíble y solo quiero que la gente lo sepa. No te mereces estar sola cariño. Se que tienes muchas cosas a decir, pero no es el momento.

- Yo solo quiero hablar. No me gusta lo que está pasando y...

- Lo sé. A mi tampoco. Pero tienes que entender que hay cosas que es mejor no decir, y menos en público. Si quieres hablar, hablaremos. Aquí y solo aquí.

Natalia simplemente asintió mientras se dejaba acunar por su padre.

- ¿Me perdonas? – Le preguntó Mikel a su hija que simplemente asintió. - ¿No tienes hambre? – Preguntó Mikel sabiendo que su hija era de buen comer. Natalia simplemente se encogió de hombros. – Vamos, seguro que tu madre tiene algo por ahí para darte. – Dijo levantándose y tendiéndole la mano a su hija que la cogió y la ayudó a levantarse.

Al quedar frente a frente se dio cuenta de que la mejilla de su hija todavía estaba algo roja y estiró el brazo para dejarle una suave caricia mientras le volvía a pedir perdón. Cuando se giraron para salir de la habitación se encontraron con Maria asomada a la puerta.

- ¿Ahora nos espías? – Preguntó Mikel divertido.

- Anda vamos a la cocina que te he guardado la cena. – Le dijo Maria a su hija a la vez que se encogía de hombros para contestar a la pregunta de su esposo.

Estuvieron hablando mientras Natalia cenaba y Mikel, tal y como prometió, dejó que hablara de lo que pensaba sobre la situación del país, y se dio cuenta de que su hija pensaba como ellos, y solo esperaba que no dijera según que cosas por ahí, aunque se alegraba de saber que a ella también le parecía mal todo lo que estaba pasando. A lo mejor Maria tenía razón y deberían contárselo todo a Natalia, pero solo era una niña y no quería ponerle más preocupaciones encima de las que ya tenía con todo lo que estaba pasando. Eso sí, tal y como estaban yendo las cosas, le gustaría que su hija tuviera algún amigo en el que apoyarse si las cosas iban mal.

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