Pasadas dos semanas desde la visita a aquel extraño lugar, no logro superar todo lo que mi cabeza atormenta. Papá, lo volví a ver, y se encontraba… mejor. Su mirada está un poco vacía todavía. Le faltaba ese brillo que la llenaba de vida.
Anto me contó que desde nuestra perspectiva, la realidad de ellos en tiempo y espacio es un poco diferente, para nosotros, los años son más lentos que para los vivos. A ella no le agrada que los llame así, pero es lo que son, ellos están vivos, y nosotros… no tanto.
Es un poco absurdo creerme cosas que no son, por el simple hecho de que duela menos, pero al final de cuentas, la realidad sale a la luz por más cruda que sea.
Desde mi visita al “Espejo” tengo una espinita trabada en mi corazón que duele cada vez que pienso en mi padre, en mi antigua vida, en todo lo que viví, ahora son simples recuerdos, que con el paso del tiempo serán más distantes, al menos eso creo.
Abro mis ojos a causa del sonido constante del despertador. Ayer en la cena, mamá y Anto acordaron que era hora ya de que comenzara a vivir mi vida en sociedad, hoy me llevarían al ministerio de trabajo, en el centro de la ciudad, en busca de la labor que ocuparé en esta vida, por los restantes 10 años.
Apago el despertador y miro la hora, son las cinco de la mañana. Restriego mis ojos con los puños y me levanto de la cama directo al baño. Me doy una ducha caliente, un poco más prolongada que las habituales. Lavo mi cabello con un champú de olor a rosas, se ha vuelto uno de mis aromas favoritos.
Dejo el agua correr desde el inicio de mi espalda, hasta mis pies. Mi cuerpo está presente en mi baño, en mi casa; pero de mis pensamientos… no podría decir lo mismo.
Tocan la puerta de mi habitación y cierro la ducha. Tomo una toalla y me envuelvo en ella y con la otra, trato de secar mi cabello en lo que voy camino a abrirle a Anto. Sé que es ella, no tengo que verla para saberlo, porque mamá se levanta y va directo a preparar el café y el desayuno a la cocina, y Anto es la que siempre llama a mi puerta.
Abro y está recostada al marco con unos auriculares blancos puestos. Me dedica una mirada fraternal y me estrecha entre sus brazos.
-Buenos días princesita – deposita un suave beso en mi frente – hoy es un gran día.
-Ya estoy casi lista, en cinco minutos bajo con ustedes.
-¿Necesitas que te ayude hermanita? – niego con la cabeza.
-Estoy bien, solo me visto y bajo.
-Te esperamos para desayunar – me da otro fuerte abrazo y me deja sola en la puerta.
Voy a mi armario y tomo un vestido blanco por encina de la rodilla de tirantes y me coloco unas sandalias altas blancas. Peino mi cabello y lo dejo suelto. Por último me coloco rímel, un poco de labial nude y unos aretes de mariposa. Tomo mi bolsa color café y coloco lo esencial.
Salgo de la habitación cerrando la puerta tras de mí. Bajo las escaleras y escucho risas de las dos mujeres más importantes de mi vida. Me acerco a ellas y mamá nota mi presencia. Le doy un beso en la frente y uno a Anto y me siento al lado de esta última.
Un desayuno delicioso espera por ser devorado y mi hambriento estómago está listo para no dejar ni una miga. Gracias a Dios ya recobré mi apetito. En estos días había perdido un poco de peso.
Tomo unas tostadas y le unto mantequilla. Sirvo mi vaso de zumo de naranja y como una que otra fruta. Un desayuno equilibrado para un largo día. No creo que pueda llegar al final…
-Lucía – mamá me mira preocupada – ¿estás bien? – al parecer me había quedado mirando aquel búcaro de rosas blancas y mi tostada a medio comer en mi mano derecha.
-Sí estoy bien – asiento – sólo ando un poco distraída – trato de ocultar mis nervios.
-Mi amor tu hermana y yo te estábamos preguntando si ya tenías algunas ideas para tu puesto laboral – ni siquiera había pensado en eso.
-Sí he pensado en algo – miento – de todas formas no he podido decidirme bien.
-No te preocupes mi amor – pone su mano encima de la mía – cuando estemos allá te explicarán todo y podrás tomar una decisión.
Doy la conversación por zanjada y termino mi desayuno en silencio. Espero poder pensar en algo de camino al ministerio. Ni siquiera me he puesto a ojear las opciones.
Mamá conduce esta vez y Anto va en el asiento del copiloto. En la parte trasera del auto voy con el panfleto de opciones de trabajo tratando de decidirme por algo. Hasta el momento nada, absolutamente nada ha llamado mi atención.
•Biología marina (nunca aprendí a nadar)
•Arquitectura ( descartado, no me atrae para nada)
•Ingeniería civil
•Administración de empresas.
•Asesoría de modas…
Sigo pasando la lista y cada opción me parece más y más descartada.
•Astronauta (¿en serio aquí existe el espacio?)
•Psicología
•Actor de cine ( me gusta pero soy muy tímida)
•Locutor de radio…
Esta es la mejor opción a mi entender. No tengo que estar de cara al público, sólo escucharían mi voz. Si es que alguien todavía usa eso.
Llegamos a un alto edificio gris con cristales y un cartel led gigante con las siglas MT (Ministerio de trabajo). Dejamos el auto en el estacionamiento y un señor mayor de unos cincuenta años recibe las llaves de mamá.
Entramos por unas enormes puertas de cristal y nos encaminamos hacia un mostrador café situado en el centro.
Miro a mi alrededor observando cada detalle. Paredes blancas, suelo de granito, muebles grises, cuadros minimalistas con marcos de madera, algunas macetas con plantas de interiores. Tiene una excelente iluminación gracias a los enormes ventanales desde donde se puede mirar hacia el exterior y las lámparas de luz blanca que cuelgan del techo.
Una mujer de unos veinte años de edad nos recibe con una amplia sonrisa.
Buenos días, ¿en qué puedo ayudarles?
-Estamos aquí para una entrevista de trabajo para mi pequeña Lu – mamá responde – llegó hace poco del otro lugar.
-Oh, bienvenida a los Ángeles – la amable chica me regala una sonrisa – ¿Cuál es tu nombre?
-Lucía – mamá habla por mí y se lo agradezco – tiene dieciséis años.
La chica me dedica una mirada un poco triste. Ya me he adaptado un poco a ese tipo de miradas en este otro lugar. Como había comentado anteriormente, es un poco difícil que una chica de mi edad llegue a este lugar.
En lo que la chica comienza a teclear algo en la computadora comienzo a morderme las uñas por la ansiedad. Miro a mi alrededor y encuentro a varias personas en algo parecido a listas de espera para entrevistas de trabajo; se encuentran tan seguros de sí mismos, tan capaces… dudo que pueda decir lo mismo de mí.
La chica termina de teclear y alza su mirada hasta detenerla directo en mis ojos. Sus enormes ojos cafés poseen un brillo especial, es notorio destacar como sus vibras reflejan el amor fraternal que tiene con su trabajo. Es admirable.
-Aquí tienes – me tiende un file amarillo que contiene unos documentos – estos son los documentos de tu solicitud, tienes una copia con tus datos personales y además incluí varios folletos de guía por si todavía estas indecisa con tu elección.
-Muchas gracias – le regalo una me mis sonrisas más sinceras y nos retiramos todas a la sala de espera junto al resto de los candidatos (creo que podríamos llamarlos así).
Mamá y Anto respetan mi silencio. Ando centrada tratando de tomar la mejor opción para mí. Hasta ahora, lo mejorcito que encuentro es trabajar en el programa de radio, y hasta el momento, no estoy muy convencida.
-Señorita Lucía – una mujer un tanto mayor, de unos cuarenta años aproximadamente menciona mi nombre dando a entender que ya es mi turno.
-Soy yo – me levanto de la silla donde me encontraba y detrás me siguen mi madre y mi hermana.
-Buenos Días, el señor Silvestre la está esperando dentro –asiento con la cabeza.
-Buenos días – le dedico una tímida sonrisa – muchas gracias, con permiso.
La mujer abre la puerta de la oficina para m-i y le regalo una sonrisa. Entro en una habitación de paredes totalmente grises y aburridas. En la esquina inferior derecha se encuentra, cercano a un ventanal, una macea, nuevamente gris, con una especie de helecho. En el centro hay un buró de madera con unos cuadros familiares y muchos documentos encima. El señor Silvestre está sentado en la silla detrás de este y me mansa a sentar en la del frente.
-Buenos días señorita Lucía – saluda cordialmente.
-Buenos días seños Silvestre – respondo el saludo.
-Está aquí para una entrevista de trabajo donde se definirá el puesto laboral que tendrá por los restantes diez años. – su mirada fija es un poco inquietante y me tiene aún más nerviosa – ¿qué le gustaría hacer?
-Estaba pensando en la radio – creo que es lo mejorcito de todo esto para mí.
Excelente elección señorita – se acomoda en la silla – queremos que comience cuanto antes.
-Vale perfecto – tomo los documentos que me da a firmar y coloco mi firma en cada uno de ellos.
-Comienza en una semana – que tenga un buen día.
-Muchas gracias señor Silvestre. Buen día para usted también – me despido y me encamino a abrir la puerta.
Cuanto tomo el pomo de esta con la mano derecha esta gira desprevenidamente y se abre haciéndome perder el equilibrio. Un par de manos pálidas y unos hermosos ojos verdes claros me toman antes de llegar al suelo.
Inmediatamente le agradezco y salgo rápidamente del lugar, ni siquiera esperé a Anto ni a mamá. Me estoy muriendo de vergüenza por el momento ocurrido y a su vez me pregunto…
Volveré a ver a esos hermosos ojos verdes?