Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

IX: The ending always stays the same

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By LeoLunna


―Odio los poemas, Dazai. Quédatelo.

¿Qué? No. No era posible. ¿Estaba escuchando mal? Sí, seguramente lo hacía. No era posible que Chuuya le dijera eso. No era posible que odiara los poemas, era una idea irrisoria, sin sentido. Entonces, ¿por qué seguía tendiéndole aquello que escribió para él? Con esa mirada tan fría, sin brillo e inamovible, pero al mismo tiempo endeble y temerosa de repetir la misma historia una segunda vez.

El temor no le permitía cambiar de opinión o ver más allá. Prefirió escudar detrás de la inseguridad los restos que quedaban de su corazón, convenciéndose a sí mismo de que eso era lo mejor. Y aún así, Dazai lo intentó. Incluso si notaba lo que Chuuya estaba haciendo y en parte le frustraba, lo intentó.

Soltó una risita nerviosa, rota y tambaleante que desesperadamente intentaba sostener lo que quedaba de su ilusión.

―¡No eres divertido, Chuuya! ―señaló, e intentó devolverle el sobre al pelirrojo―. ¿Tú? ¿Odiar los poemas? ¡Pfff! Sí, claro, solo toma el sobre. Si lo leyeras, entonces entenderías que...

―Quédatelo ―interrumpió, con ese tono tan hiriente y débil al mismo tiempo, tan duro como endeble, y luego casi un susurro―, no lo repetiré, Dazai.

―Chuuya...

Antes de que pudiera decir más, el pelirrojo golpeó su pecho con el sobre. Se sintió como el impacto de una flecha, pero quien la disparaba, era la antítesis de cupido, y atravesó su pecho de principio a fin, dejando un agujero que silenciosamente comenzó a sanar en cuanto la mano de Chuuya se alejó y el poema se resbaló.

Temeroso de que este cayera al asfalto, Dazai lo sostuvo contra su pecho, bloqueando la salida de aquella sangre imaginaria, y sin saber si realmente sostenía ese simple pedazo de papel o bien su corazón.

Cuando recuperó un poco de sentido y el impacto del golpe se aligeró en su consciencia, levantó la cabeza y notó a Chuuya marcharse. Sin decir nada más, sin mirarle por sobre el hombro o darle una última palabra. No, nada, no se merecía nada. Chuuya tan solo se dio la vuelta y caminó de regreso al local.

Y así como casi cinco años atrás, ahora con los papeles invertidos, Dazai lo siguió. Sosteniendo el poema, negándose a que todo terminara de esa forma una vez más.

―Chuuya, espera...

―No me sigas.

―Chuuya, escucha, sé que fui un imbécil ―dijo, alcanzando al pelirrojo, pero aunque logró posar su mano sobre el hombro ajeno, este no se detuvo.

No importaba cuánto lo intentara, su mano no era suficiente para detenerlo. No era suficientemente fuerte, nunca lo fue. Pero Chuuya sí. Tan fuerte que fácilmente podía arrastrarlo con él, caminar sin mirar atrás y sin detenerse.

¿Por qué no lo miraba? Se estaba desesperando cada vez más, y se sintió invadido por las únicas emociones que lograban hacerle perder el control de su voz. Insistentes, aferrándose a una esperanza que para ese momento se sentía ridícula.

―Sé lo que hice mal ―dijo, intentando mantener la tambaleante voz por lo bajo―. Sé que te hice daño, pero yo...

―¡¿Tú qué?! ―explotó Chuuya, y se detuvo sin darle oportunidad a Dazai de procesar lo que estaba ocurriendo.

Con una fuerza que no podía sostener, se quitó la mano del moreno de sobre el hombro para gritarle a la cara, mientras más veía aquel poema que el otro sostenía. Casi parecía una broma, una que no estaba dispuesto a escuchar y que le dañaba mientras más pensaba en lo que significaba, mientras más recordaba el momento que reflejaba y al cual no podía regresar.

Ya no podían volver a ese momento. No otra vez. No importaba cuando lo quisieran.

―¿Qué vas a hacer...? ―inquirió, con el cuerpo temblando y los puños apretados―. ¿Vas a regresar el jodido tiempo y quedarte? ¿Vas a llevarme contigo de Yokohama? ¿Irás conmigo a Francia? ¡¿Qué?! ¡¿Qué vas a hacer, Dazai?!

―Lo haría ―murmuró por lo bajo, con la voz más suave que alguna vez Chuuya escuchó de él.

Y al mirar hacia sus ojos, las hojas marrón rojizo de otoño se ahogaban en una fuente de agua oscura a punto de desbordarse. Su voz volvió a llegar como un susurro, uno roto que si subía de volumen, haría que la fuente se rompiera en dos.

―Si pudiera hacerlo, lo haría... ―repitió.

Pero no puedes, quiso decirle Chuuya, no puedes.

¿Cuántas veces no pensó en esa posibilidad? ¿Cuántas noches no pasó imaginando un resultado diferente? Ya fuese durante su tiempo en Yokohama o su primer año en Francia, ¿cuántas veces no deseó encontrarse a Dazai por la calle, y que el moreno le dijera que regresó para quedarse a su lado? Y de pronto mirarse en cualquier superficie que los reflejara, verse a ambos como en ese último día en que fueron felices juntos: de regreso de un viaje escolar donde tomaron la inocencia del otro, soñando con un futuro demasiado amable, demasiado ingenuo.

Y entonces se miró en los ojos que tenía enfrente, en su propio reflejo en Dazai, y vio a quien era en ese momento, más no quién era el moreno. La imagen se enfriaba, congelada en un punto del tiempo al cual no podía regresar, tiñéndose de un color azul que nublaba tanto su visión como la sangre alrededor de su corazón.

Y todo lo que podía hacer, era esperar no arrepentirse.

―Estábamos tan bien ―murmuró Chuuya―. Siendo amigos estábamos bien. Funcionamos así, sin esperar nada del otro y solo pasando el rato... ¿Por qué tenías que decirme... todo esto?

¿Por qué no podía dejarlo como un recuerdo? Fingir que nada sucedió, que se conocieron en Kyoto, que no temía ser dejado otra vez...

―¡Podríamos volver a funcionar! ―gritó Dazai, exaltando al otro por el repentino estallido. Y antes de que pudiera recuperarse de la sorpresa, la voz volvió a alzarse rota y entrecortada―. ¡Lo hicimos una vez! ¿Por qué no una segunda vez? ¡¿Por qué no...?!

¿Por qué no lo observaba? Todo lo que era en ese momento, todo lo que estaba haciendo; escribiendo poemas que nunca pensó en crear, perdiendo el control de su voz, de sus emociones, al borde de lágrimas que no sabía que estaba conteniendo.

―¡¿Por qué no...?! ―repitió, su voz se quebró y Chuuya no respondió, solo escuchó.

Recordó que Dazai no gritaba cuando estaba enojado, pero sí lo hacía cuando estaba triste.

Ah, ¿cuántas veces no quiso verlo deprimido por su causa? ¿Cuántas veces, en el momento en que más resentido se sentía, quiso verlo al borde de las lágrimas por él? Era tan cruel. Ahora que al fin podía verlo, no se sentía complacido, ni enojado, ni nada.

Había visto ese mismo pesar en otras personas por su culpa. Escuchó gritos y reclamos, llantos y acusaciones expresadas con una voz más fuerte, y consumidas por un dolor más profundo. Y siempre se sentía aliviado de presenciarlo, incluso si en el fondo también le dolía.

Era lo mejor. Era más fácil que la gente guardara resentimiento, que amor por alguien que estaba demasiado asustado para corresponderles.

Pero sin importar cuánto lo intentara, sin importar que dijera las más crueles palabras, Dazai continuó mirándolo como si estuviera colgando las estrellas para él, como si fuese lo único que no quería perder.

No. No quería esa mirada. No quería caer por él y dañarse una vez más.

―El final siempre será el mismo ―murmuró Chuuya, dando un paso hacia atrás, intentando convencerse a sí mismo y a Dazai―. ¿Por qué no lo entiendes...? No importa cuanto tiempo pase, no importa lo mucho que cambiemos, ¡nosotros siempre...!

―Lo entiendo ―interrumpió Dazai. Aquella expresión triste seguía en él, un poco más profunda, un poco más resignada―. Lo entiendo. No importa lo que haga, siempre seré el mismo para ti.

Chuuya suspiró.

―Me estás dejando como el malo de todo esto...

―No lo hago, te estoy dando la razón ―aclaró Dazai―. Yo me equivoqué. Yo soy... el que estaba mal desde un principio.

No tuvo que volver a enamorarse de Chuuya. No lo merecía, ni siquiera esos sentimientos que, por muy sinceros que fueran, eran erróneos.

Pero incluso si estaba equivocado en muchas cosas, si tuviera derecho a un último deseo, ese ni siquiera sería que Chuuya le correspondiera. Tan solo quería que lo observara, que se diera cuenta de la persona que tenía en frente que tan desesperadamente, intentaba sostenerse. La misma que a sus pies, tenía una máscara partida en dos y que no se esforzaba por recoger.

Con la garganta cerrada, hizo el suave ademán de entregarle al pelirrojo el sobre una última vez, pero solo bastó una pequeña negación de Chuuya para hacerle desistir. Sin palabras, el mayor se dio la vuelta y se alejó, caminando lentamente entre la oscuridad de la noche, evitando aquella tenue luz que cada farola transmitía, de regreso al local donde lo esperaba gente que realmente quería.

Dazai lo observó hasta perderlo. Con el poema en la mano, sin saber qué hacer con él. ¿Debería botarlo? ¿Debería romperlo en mil pedazos y olvidarse de él? Pensó en hacerlo. Por un momento, tomó cada extremo entre sus manos y tiró, pero antes de escuchar el papel romperse, se detuvo.

No podía. Lo escribió para su primer amor, para el cantante que conoció tantas noches atrás y del cuál se enamoró una vez más.

Si aquel poema fueran flores en su pecho, camelias de sangre, dejaría que crecieran incluso si luego se ahogaba con ellas. Guardaría cada pétalo que cayera de sus labios y también las flores que brotaran de sus pulmones, hasta cubrir cada parte de su habitación.

Pero no tenía flores, solo un pedazo de papel, y era suficiente para producirle dolor. Está bien. Lo guardaría, sin importar que nunca nadie lo leyera. Existía, y eso era suficiente para justificar que, incluso si estaban mal, sus sentimientos también eran reales.

Caminó en sentido contrario al local, alejándose de la gente y de las farolas. Dazai rio amargamente para sí mismo, dándose cuenta de algo importante.

Chuuya logró hacerle escribir poesía. La misma que aseguró odiar durante años, la misma de la cual alguna vez fue musa.

Ah, sin duda eso era crueldad poética.


[•••]


Dazai les envió un mensaje una media hora después de que saliera del local con Chuuya. En el mismo instante en que Ranpo lo leyó, Yosano le señaló al pelirrojo que volvía al lugar solo y caminaba directamente hacia la barra.

Miraron al cantante, luego entre ellos, y le dijeron a Atsushi que iban a marcharse en ese momento. El menor les preguntó por Dazai, y respetando un poco de su privacidad, Ranpo le respondió que el otro chico ya iba de camino a casa, que no se preocupara por ellos y que continuara bebiendo con sus otros amigos.

Un poco ebrio, Atsushi aceptó fácilmente y los dejó ir, no sin antes de que Yosano le diera una advertencia sobre no beber demasiado, aunque tampoco era quién para juzgarlo. De cualquier forma, le pidió a Lucy cuidar de su gatito y se marchó junto a Ranpo.

El mayor mantuvo el teléfono entre las manos, siguiendo el mapa con la ubicación que Dazai les compartió. No estaba demasiado lejos, pero sí lo suficiente para que no hubiera gente a su alrededor. Ni luz, ni ruido, ni nada. Solo un hombre solitario; sentado en una esquina de un estacionamiento de un local cerrado, con el teléfono apagado en la mano y la cabeza baja; el cabello cubriéndole el rostro y la espalda curvada, casi como si quisiera envolverse en sí mismo.

Se veía tan desolado. Tras mirarse entre ellos, compartieron un silencioso "vamos", avanzaron hacia el moreno y se sentaron junto a él. Uno a cada lado, en silencio y esperando que el otro estuviera listo para hablar.

Lentamente, Yosano posó su mano en su espalda y la frotó. Sintió a Dazai tensarse un momento, sorprendido por el toque amable que prontamente reconoció y bajo el cual se relajó. Poco a poco, el moreno dejó escapar un suspiro que estaba a un solo paso de transformarse en un sollozo.

―No lo leyó ―murmuró Dazai, con la garganta apretada y las palabras tensas―. Dijo que mi poema era una mierda y me lo lanzó a la cara.

―¿Eso realmente sucedió? ―preguntó Yosano.

Dazai negó.

Suavemente, se llevó la mano al pecho; al lugar donde el poema estaba guardado, compartiendo el poco calor de su cuerpo. Dolía. Dolía tanto que sentía se sentía apresado por una cuerda de espina que subía hasta envolverse alrededor de su garganta. E incluso si quería quitársela no lo haría.

Se lo merecía. Ese dolor no era más que parte de la cuenta que aún le quedaba por pagar.

―Era una posibilidad ―comentó Ranpo. Dazai le miró de reojo, con iris brillantes tan solo por la acumulación de líquido―. Sabías que era una posibilidad.

―Eso no significa que no duela...

―Nunca dije que no iba a doler, Dazai ―aclaró el mayor, posando una de sus manos sobre su hombro izquierdo y apretándole suavemente―. Pero sí dije que estaríamos aquí para ti.

Estaban ahí para él. Permitiéndole expresar un dolor que sabía que se merecía, queriendo observar su fragilidad y su tristeza sin pedirle que se contuviera o fingiera ser más fuerte de lo que realmente era.

Con aquellas ideas en mente, primero miró a Ranpo, luego a Yosano. Observó sus expresiones tranquilas, la constante presencia a su alrededor, el calor que transmitían sus cuerpos, como si fuesen dos escudos cubriéndole del dolor del mundo; pero no podían evitar que este llegara a él.

Sin embargo, podían transformarse en sus vendas, en una manta que le cubriría mientras dormía en las noches más frías, en ese lugar donde podía reflexionar cuando se equivocaba, descansar, y luego ponerse de pie, esperando hacer lo correcto ahora que había aprendido algo más.

Jamás se sintió tan acompañado. Jamás se sintió tan seguro, tan protegido y apoyado, ni siquiera por Oda. Solamente Chuuya le hizo sentir así alguna vez, solo Chuuya...

Chuuya...

Ah, algo quiso escaparse de su garganta. Intentó contenerlo, mordiéndose el labio inferior y cerrando la garganta, pero de todas formas los otros dos lograron escucharle, y cuando sintió que algo corría por sus mejillas, cálido y que rápidamente se enfriaba al resbalarse de su rostro, intentó esconderse.

Volvió a ocultar el rostro y sollozó, sintiéndose como un niño otra vez; el mismo que no se le permitía llorar, el que debía encarar aquello que hacía mal con una expresión neutral y castigarse a sí mismo con silencio. Sin embargo, no podía. No podía mantener el rostro tranquilo, tampoco podía evitar que se le escaparan las lágrimas y casi comenzaba a sentirse desesperado, temeroso de ser juzgado por los otros dos.

Pero alguien lo abrazó. Lo atrajo hacia su cuerpo, y sin que se diera cuenta, de un momento a otro Dazai se encontró con el rostro apoyado en el hombro de Yosano, sintiendo sus manos acariciarle la espalda, el cabello y una suave risita nerviosa de su parte, tan sorprendida de presenciar algo que nunca creyó llegar a ver.

―Oh, Dios, estás llorando ―escuchó decir a Yosano, sin dejar de consolarlo o abrazarlo―. Ranpo, Dazai está llorando.

―Mierda, necesito tomar una foto...

―¡No se burlen! —reclamó, como un niño pequeño y sin alejarse de los brazos de Yosano―. ¡Son lo peor, ya no los quiero...!

―Lo siento, lo siento, nos tomó por sorpresa, no sabemos qué hacer ―se excusó la mujer, volviendo a reírse suavemente, confortable y segura―. Te hemos visto en tantos estados... De mal humor, borracho, sin dormir, hiperactivo por demasiada cafeína y huyendo mientras te perseguía un pomerania, pero nunca te hemos visto llorar.

―Soy un ser humano, por supuesto que puedo llorar...

¿Era la primera vez que escuchaban a Dazai admitir su fragilidad? Se preguntaron los mayores al mismo tiempo, compartiendo una pequeña sonrisa entre ellos.

Ni siquiera dos años atrás, cuando lo tuvieron viviendo con ellos, Dazai se mostró tan... genuino. Tan dispuesto a simplemente aceptar lo que dolía y permitirse llorar. No deberían sentirse felices en un momento así, pero poder presenciar aquella diferencia entre el chico que conocieron y el que ahora lloraba entre los brazos de Yosano, los llenó de orgullo.

Y si el moreno necesitaba seguir llorando, en ese momento o en otro, ellos estarían ahí para él todo el tiempo que fuese necesario. No podían hacer nada más. No podían calmar lo que dolía, ni reparar la herida; solo limpiarla, coserla un poco, pero el resto debía hacerlo por sí solo. Y eso era todo lo que necesitaba.

Ese abrazo, ese momento, era lo que necesitaba.

Después de un par de minutos, Dazai se calmó. Sin embargo, continuó apoyado en Yosano y buscando su consuelo. A la mujer no le importó. Volvió a compartir una pequeña sonrisa con Ranpo ante tal situación y acarició el cabello de Dazai, quejándose para sí misma sobre lo pegajosos que eran los hermanos menores.

―¿Qué sucedió exactamente, Dazai? ―preguntó Yosano―. Fue tan... ¿malo?

El moreno, aún entre sus brazos, se alzó de hombros.

―¿Tal vez? No lo sé... Pero sé que me lo merecía ―confesó suavemente, casi perdido en sus pensamientos―. Fui un idiota con él tantas veces, no me sorprende que me haya rechazado, pero aun así...

―Esperabas que te correspondiera, ¿no?

Por un momento, el menor no reaccionó, no se movió, ni dijo nada. Las lágrimas ya no caían, pero el rastro de ellas quedó en su rostro y en la camisa de la mujer. No importaba, solo querían escuchar la respuesta de su amigo.

Esperaban que el moreno admitiera debilidad y asintiera, pero en vez de ello, negó con una resignación que había estado creciendo desde tiempo atrás.

―Me hubiese gustado, pero sabía que era difícil... Me conformaba con que recibiera el poema ―murmuró Dazai, con la voz ahogada y baja―. Me conformaba con que se diera cuenta de que cambié...

El poema significaba la persona que era en ese momento, pensó. Significaba la esperanza de que, incluso si Chuuya le decía que "no", algún día ese rechazo se transformaría en aceptación, en una nueva oportunidad y en un papel en blanco en el cual escribir nuevos versos. Significaba un pequeño paso para él. Una señal de que Chuuya realmente estaba observando a la persona en la cual se convirtió desde que volvieron a encontrarse.

Pero no importaba lo que hiciera, ¿no? No importaba el idioma o el mensaje, para Chuuya siempre sería el chico que lo dejó en Yokohama, y no podía culparlo.

Ni siquiera podía enojarse, ni siquiera podía recriminarle al pelirrojo su insistencia por negarse a ver lo que tenía ahora frente a él. Su yo del pasado cavó aquel bache con el que ahora se tropezaba, y ya había caído. Se golpeó la rodilla y le dolía el tobillo, pero tenía que ponerse de pie de una u otra forma.

Pero no podía hacerlo solo. No podía, los pasos dolían. Sin embargo, tenía dos personas ahí dispuestas a ayudarle a caminar.

―Si quieres mi opinión, creo que Chuuya te observó ―dijo Ranpo. y por primera vez desde que comenzó a sollozar, Dazai levantó la cabeza de sobre el hombro de Yosano y reveló su rostro deprimido, con una muy pequeña y lejana esperanza―. Creo que a pesar de que salió "mal", Chuuya se dio cuenta de que no eres el mismo.

¿Era realmente así? Ah, quería tanto confiar en las palabras de Ranpo. El mayor nunca se había equivocado. Sin embargo, horas atrás, le dijo que todo iría bien, pero ahí estaba. Con la garganta apretada, una cuerda de espinas alrededor de esta, cortándole la respiración y obligándolo a sollozar como nunca antes lo hizo.

Se sentía débil y decepcionado de aquellas tontas ilusiones a las cuales aún se aferraba.

―Dijiste que todo saldría bien...

―Es un "bien" para mí, es un paso hacia adelante ―aclaró Ranpo, y se levantó―. ¿Recuerdas lo que te dije durante la boda de Oda?

Dazai asintió, recordando palabras y emociones que para ese momento, se sentían tan lejanas y pequeñas.

―"Hiciste lo correcto, dejará de doler algún día" ―repitió. Ranpo le dio una sonrisa consoladora bajo la cual Dazai se sintió acogido―. Lo sé. Sé que dejará de doler, pero... Creo que me tomará mucho más tiempo superar lo que siento por Chuuya.

―Bien, mientras te recuperas de eso, ¿por qué no vamos a comer?

El silencio se posó entre los tres, casi cómico y plagado de una disonancia a todo lo que estaba sucediendo hasta ese momento. Los dos menores miraron con confusión al mayor, preguntándose si hablaba en serio, pero tratándose de Ranpo...

―Es más de medianoche ―le recordó Yosano―. ¿Dónde vas a encontrar un local abierto a esta hora?

―Conozco un McDonalds que funciona toda la noche ―respondió. La mujer soltó por lo bajo un "eso ni siquiera me sorprende", que fácilmente se perdió cuando la atención de tanto ella como Ranpo volvió a Dazai, junto con una mano que se ofrecía a apoyarlo en más de un sentido―. ¿Vamos a comer?

No tenía apetito. Seguramente, si probaba un solo bocado, acabaría por vomitar todo y nada que hubiera en su estómago. Pero Ranpo continuó con la mano extendida, con esa sonrisa confiada que hacía creer a cualquiera de que todo lo que decía era correcto y se cumpliría.

Y tal vez su corazón seguía doliendo. Tal vez aún quería seguir llorando en el hombro de Yosano y ahogarse en todas aquellas palabras que Chuuya le dio, hundirse hasta lo más hondo en la resignación de que ya no podía hacer nada por salvar su situación, pero la mano de Ranpo parecía un salvavidas, un apoyo que años atrás hubiera rechazado...

Pero ya no era el mismo chico que Oda les presentó a Ranpo y Yosano, ni tampoco ese al que le limpiaron las heridas tanto físicas como emocionales cuando intentó quitarse la vida. Años atrás, le fue difícil confiar y apoyarse en ellos, pero eso había cambiado casi sin que se diera cuenta.

Le confió su corazón roto a ambos una vez más. Lloró en el hombro de Akiko, y decidió tomar la mano de Ranpo. Estando entre ambos otra vez, sintiendo su calor envolverlo junto a una plática tranquila y un apoyo constante, se sintió pequeño. No como un niño inmaduro que nadie tomaba en serio, pero sí como uno que podía encontrar consuelo en sus hermanos mayores.

Hermanos, eh... Nunca pensó en Ranpo o en Akiko como sus hermanos, pero ahora se sentía bien. Pensar en ellos como su familia, llenaba su pecho de una calidez en equilibrio con la frialdad que dejó el rechazo en él.

―Sé que solo vamos a un McDonalds, pero... ¿Me veo como una mierda? ―preguntó Dazai.

Tenía los ojos y la nariz roja. Las marcas de las lágrimas bajaban por sus mejillas tenuemente sonrosadas, y tenía el cabello alborotado. Sí, se veía como una mierda lamentable, pero aun así Ranpo le dio su pulgar arriba.

―Nah, estás bien ―respondió―. Vamos, vamos, muero de hambre.

―Tú siempre tienes hambre ―le recriminó Yosano.

―¿Y qué? soy un chico en crecimiento.

―Tienes veintiséis, Ranpo, ya no vas a crecer más. Pierde la esperanza.

De camino al local de comida rápida, sintió la necesidad de llorar otra vez. Ni siquiera entendía por qué no podía controlarse a sí mismo, pero sin importar si parecía o no un idiota llorando a mitad de la calle o dentro del local, su pecho se sintió más ligero.

Mientras Ranpo lo obligaba a comer más de lo que podía, y Akiko mantenía la mayor parte de la plática quejándose de los otros médicos en su residencia, se sintió un poco mejor.

El poema seguía pesando, las palabras de Chuuya continuaban rondando su cabeza, pero tal vez Ranpo tenía razón.

Tal vez el final no sería el mismo otra vez. Tal vez, ese era un paso hacía adelante.


[•••]


Chuuya se dirigió directamente al bar en cuanto regresó al local.

Se había mostrado tan frío y serio mientras le dejaba a Dazai en claro todo lo que creía, pero ahora que podía relajarse sus manos temblaron. ¿Por qué lo hacían? ¿Por qué su cuerpo reaccionaba de esa forma? Solo quería que se detuviera, necesitaba relajarse, ya no había vuelta atrás.

Le pidió una copa de vino al bartender, aunque por un momento pensó que tal vez algo más fuerte sería mejor... No, no. El vino estaba bien, no quería una resaca insufrible al día siguiente, solo adormecer sus manos, su cuerpo, su mente...

Pero esa noche era un desastre y hasta que no se fuera a casa, continuaría siéndolo. Ah, solo quería un momento de paz. Solo él y el alcohol, nadie más, pero el lugar estaba repleto de gente y los imbéciles por cada rincón.

Deseó tanto lograr perderse fácilmente entre la multitud, pero su cabello pelirrojo le hacía parecer un faro a mitad de una noche oscura, y atraía a cada idiota que se perdía por caminar demasiado lejos del lugar al cual realmente pertenecía.

—Te ves un poco solo, cariño, ¿no quieres compañía?

Reprimiendo un quejido de molestia, miró hacia su izquierda. Un sujeto se apoyó en la barra a su lado, sonriéndole como si Chuuya fuese una presa sin escapatoria y ya lo estuviera saboreando entre sus dientes antes de tiempo. Cuando notó que el pelirrojo le dio la más mínima atención, le sonrió con lascivia y pensó que ya había conseguido a alguien a quien llevarse a la cama esa noche.

Mierda, quería pasar el rato en paz, no con idiotas que intentaran meterse en sus pantalones. No estaba de humor para eso, o para ninguna otra cosa. Solo quería beber, luego irse a su departamento y olvidar la disputa entre el alivio y el lamento en su pecho.

Volviendo la mirada hacia su copa, decidió ignorar al sujeto. Su silencio debería ser suficiente señal para hacerle entender que no quería nada con él, pero olvidó que la mayoría de los hombres no aceptaban ninguna maldita señal como un rechazo, incluso si venía de otro hombre, e insistían hasta recibir un puñetazo.

—¿Qué sucede, cariño? ¿Ahora no hablas? ―inquirió, bromeando y acariciándole la parte más larga de su cabello sin invitación―. Que extraño, allá en el escenario eras bastante ruidoso...

—Soy ruidoso en más de un sentido —respondió, enviándole una falsa sonrisa lascivia—. Si sabes a lo que me refiero.

—Creo saber —dijo el sujeto—. Y también te veías muy bien allá arriba... Hasta pensé por un momento que eras una mujer.

―¿Por qué? ¿Por qué tengo el cabello largo? ―se burló, fácilmente sintiéndose irritado―. Claro, porque cabello largo de mujer, y corto de hombre, ¿no?

Ah, eso ya no era divertido. La copa de vino se veía mucho mejor, pensó, y volvió a llevársela a los labios y a mirar hacia otro lugar, encontrando a su banda entre la multitud, juntos o platicando con otras personas.

Logró notar a Ryuunosuke de pie junto a Gin, con el teléfono en la mano, mientras su hermana pequeña platicaba con alguien. Al mirar otro punto del local, encontró aquella cabeza albina en una de las mesas acompañado de sus otros amigos, también con el teléfono en la mano y una bebida en la otra.

Tal vez debería levantarse e invitar a Atsushi a beber con él, e interrogarlo sobre su relación con su hermanito pequeño.

Pero ni siquiera pudo decirle a su cuerpo que se moviera, antes de que el sujeto volviera a opacar su visión.

―No te enojes, cariño, solo es una broma ―murmuró con ligereza, inclinándose hacía él y posando su zurda en su muslo sin una invitación. Chuuya miró su mano moverse suavemente de arriba abajo por su pierna, sintiendo el anillo en el dedo anular presionar su carne―. Pero no es una broma mi invitación... Creo que podría hacerte gritar.

―¿Tú crees? ¿Qué tal si yo te hago gritar a ti? ―susurró, acercando su rostro al ajeno y rompiendo la sonrisa confiada del otro hombre con una simple amenaza―. Por ejemplo, te haré gritar ahora cuando te rompa la mano si no me la quitas de encima.

El sujeto no respondió. Inmediatamente retiró su mano y se echó hacia atrás. Sin embargo, su actuar confiado seguía en él, sin tomar en serio las amenazas de Chuuya y creyendo que el pelirrojo solo quería que se esforzara un poco más.

―Qué salvaje, lo admito, me sorprendiste ―halagó, levantando ambas manos en una derrota que no estaba realmente aceptando―. Me pregunto cuán salvaje serías en la cama...

―Vete a la mierda y déjame beber.

―Oh, vamos, no seas tan difícil. Te haré pasar un buen rato.

—¿Quieres decepcionarme así como decepcionas a tu esposa? —Se burló. El sujeto no respondió. Intentó ocultar el anillo, pero ya era demasiado tarde—. No lo repetiré. Desaparece.

Volvió la mirada a su copa de vino y decidió que esa insufrible plática había terminado. Creyó que con lo que dijo, era suficiente para que el sujeto se alejara, pero subestimaba la estupidez de algunas personas y el hombre intentó insistir una vez más. Intentó tomar a Chuuya desde el brazo y obligarlo a seguirlo, ya sea afuera del local o al baño, pero al sentir el toque, el pelirrojo se estremeció.

Sus manos dejaron de temblar y se cerraron en puño. Se quitó al sujeto de encima y antes de que este pudiera reaccionar, le tiró lo que quedaba en su copa de vino al rostro y le dio un puñetazo.

El golpe fue tan fuerte que el sujeto se tambaleó hacia atrás y empujó a un par de personas que estaban detrás de él, logrando que no solo estas se cayeran, sino también los vasos entre sus manos. El sonido del cristal rompiéndose llamó la atención por sobre la música que continuaba en el escenario, y prontamente demasiadas cabezas estuvieron atentas a lo que ocurría frente a la barra.

Cuando el sujeto se recuperó del golpe, su rostro empapado de un rojizo vino se llenó de ira e intentó devolverle el ataque a Chuuya, pero a diferencia del pelirrojo, que sabía equilibrar perfectamente sus golpes con lo enojado que se sentía, el sujeto solo pudo dar un paso tambaleante hacia adelante antes de que Chuuya lo pateara en el estómago y le hiciera caer.

No quería llegar a ese extremo, pero se sentía demasiado frustrado y con tantos sentimientos que no podía calmar. Golpear a un idiota siempre era bueno para descargar todo lo que sentía, e iba a patearlo una vez más, pero una mano lo tomó desde el antebrazo y le hizo retroceder.

También iba a golpear a ese idiota, pero al darse cuenta de que se trataba de Akutagawa, su ira se apaciguó inmediatamente.

―¿Qué sucedió? ― preguntó Akutagawa con una suave preocupación en su voz, y luego su mirada fría se dirigió al otro sujeto que era ayudado a levantarse―. ¿Este imbécil te estaba molestando?

―¡No! ¡Él me estaba coqueteando, como una maldita zorra! —mintió el sujeto, escupiendo cada palabra—. ¡Te dije que no! ¡Te dije que tengo esposa y estabas intentando que me acostara contigo!

Aquellos que estaban observando el incidente se dividieron en dos: aquellos que apenas se daban cuenta de lo que sucedía y que creía ciegamente las palabras de aquel hombre, mientras que la otra mitad, que había visto todo desde el inicio, comenzó a insultarlo y gritarle que estaba mintiendo.

—¡Solo mírenlo! —señaló a Chuuya—. ¡Está pidiendo a gritos que alguien se lo folle, es una maldita puta!

—¡¿Ah?! ¡Eres un pedazo de mierda!

Soltarse del agarre de Akutagawa fue sencillo, sabía cuál de los dos tenía más fuerza. El guitarrista apenas pudo reaccionar antes de que Chuuya volviera a abalanzarse contra aquel sujeto y golpearlo otra vez.

La gente que había estado sosteniendo al sujeto se alejó, dejándolo a merced del pelirrojo que no dudo en sostenerlo desde el cuello de la camisa para evitar que se le escapara. Akutagawa intentó detenerlo una vez más, pero acabó por recibir también un golpe sin intención de parte de su vocalista que le hizo retroceder aturdido.

―¡Chuuya! —llamó, sosteniéndose el mentón y sin saber qué hacer—. Mierda, ¡Tachihara, Kajii! ¡¿Dónde demonios están?!

La música sobre el escenario se detuvo. La atención se posó en aquel lugar desde donde insultos y más venían. Atraído por la imagen de su vocalista golpeando sin clemencia a un idiota, y de su líder intentando detenerlo, los otros integrantes de la banda no dudaron en acercarse. Fue difícil separarlos. El otro hombre quiso defenderse, pero sus intentos fueron inútiles.

Después de un tira afloja que pareció eterno, lograron alejarlos el uno del otro. Kajii y Tachihara sostuvieron a Chuuya, mientras que Ryuunosuke y Gin se mantuvieron frente a él, confiando en que eso evitaría que el pelirrojo se abalanzara otra vez a golpear al hombre que, en el piso y rodeado de otras personas, se quejaba de dolor y se sostenía la muñeca herida.

—¡Te dije que te rompería la maldita mano! —le gritó Chuuya,

—Mierda, ¡Chuuya, para ya! —pidió Tachihara, obligándolo a retroceder—. ¡Vámonos!

Lograr que Chuuya retrocediera fue difícil. El otro sujeto fue acompañado por algunas personas hacia fuera del local. El dueño del bar lo acompañó para disculparse, y quiso echar a la banda y prohibirles regresar. Sin embargo, el bartender abogó por ellos. Le dijo a su jefe que vio todo lo que sucedió, y que todo fue culpa del hombre que estuvo acosando al chico pelirrojo hasta que este se hartó de él. Si revisara las cámaras de seguridad, notaría como aquel sujeto intentó hacer que Chuuya saliera con él, cuando claramente fue rechazado.

El dueño del local no parecía demasiado contento con aquella respuesta, y dijo que revisaría las cámaras tal como su empleado se lo sugirió, pero de todas formas prefería que la banda se marchara en ese momento. Cuando ellos salieron, un tercio de la gente en el local también lo hizo.

Chuuya caminó por frente a su banda, molesto y deseando volver a golpear a ese imbécil, pero al mirar el golpe en el mentón del guitarrista, aquel que le dio sin intención y que seguramente se tornaría púrpura, su ira se calmó un poco. Quiso disculparse, pero las palabras de Akutagawa le hicieron callar.

—Estoy llamando a Albatross —avisó el pelinegro en cuanto se alejaron una cuadra del local y de la gente.

—¿Por qué tienes su teléfono? ―preguntó, casi ofendido.

—Me lo dio para momentos así. Lo llamaré para que venga por ti.

―Puedo irme solo ―insistió Chuuya.

―No, me quedaré aquí hasta que llegue por ti ―sentenció, y luego miró al bajista que caminaba junto a su hermana―. Tachihara, ¿puedes acompañar a Gin a casa?

El bajista asintió, sin embargo, Gin insistió en quedarse. No quería dejar a su hermano solo, aunque sabía bien que este podría llegar a casa sano y salvo por su propia cuenta.

―Yo me quedo con Akutagawa mientras vienen por Chuuya ―ofreció Kajii, y luego, para tranquilizar a su segunda guitarrista, agregó―: Luego nos vamos juntos, de todas formas caminamos en la misma dirección.

Después de que Tachihara y Gin se marcharan, Akutagawa llamó a Albatross. El guitarrista explicó rápidamente lo que había ocurrido, sin querer agregar demasiado detalles. Todo lo que quisiera saber, Chuuya podría decírselo cuando viniera por él. El rubio llegó a los quince minutos en aquella motocicleta que había estado reparando los últimos meses.

De mala gana, Chuuya se subió al asiento trasero y aceptó el segundo casco que el rubio le ofrecía. La falta de bromas de Albatross se sentía rara, pero de solo ver los nudillos de Chuuya manchados de sangre, entendía más o menos qué había ocurrido.

Le agradeció a Akutagawa por llamarlo y mencionó que no se preocuparan, él se encargaría de Chuuya. Le sugirió en broma que sujetara su cintura para no caerse cuando arrancara. El pelirrojo le dio un golpe en el brazo, y Albatross encendió la motocicleta, gritándole al guitarrista que le informara cuando llegara a casa o le juraba venganza. Luego de eso, el rubio no volvió a hablar, ni a bromear.

Condujo en silencio, moviéndose entre las calles con total tranquilidad y esquivando los pocos autos que transitaban a esa hora. El pelirrojo a su espalda también se mantuvo callado, sujetándose del asa de la motocicleta y mirando hacia arriba, observando como pasaba rápidamente la luz de los faroles en el costado de la calle y el cielo oscuro en el cual las estrellas se escondían detrás de las nubes.

Parecía que todo a su alrededor se movía lentamente, que cada camino era igual, repitiendo el mismo escenario una y otra vez. El mismo lugar, las mismas palabras, los mismos ojos tristes que quería olvidar.

―Dazai se me confesó ―murmuró por lo bajo.

―Genial.

―No, no es "genial", Tross ―reclamó, apretando la mandíbula y el metal del cual se sostenía―. ¿Por qué tenía que decirlo? ¿Por qué tenía que... enamorarse de mi? Si es que realmente es así...

―Lo es ―aclaró el rubio―. Dazai está realmente enamorado de ti, te lo dije tiempo atrás.

Lo sabía. Todos se lo dijeron, solamente él no quería aceptarlo. Era demasiada presión para su corazón, era más fácil pensar que el moreno solo bromeaba con cada una de sus palabras o sus toques, pero ya no podía seguir engañandose a sí mismo después de esa noche.

Dazai estaba enamorado de él, pero él...

―De todas formas no tenemos oportunidad, no debió enamorarse de mi...

―No puedes controlar de quien te enamoras, Chuuya ―dijo Albatross, con el tono de voz más reflexivo que alguna vez el pelirrojo escuchó en él, casi como si se estuviera hablando a sí mismo―. Simplemente sucede y ya, sin importar si es un desconocido, el idiota más grande del universo, tu exnovio o tu amigo de la infancia...

Callaron. Chuuya se preguntó en quién estaba pensando Albatross en ese momento. Por su parte, él solo estaba pensado en una persona, repitiendo las palabras que ambos se dijeron, los sentimientos que se expresaron, aquello que fue su turno de no aceptar y que jamás llegaría a leer.

Sin poder evitarlo, soltó una risita agria que captó la atención del rubio al frente.

―Me escribió un poema ―explicó Chuuya en un murmullo―. ¿Puedes creerlo? Me escribió un jodido poema y yo... Qué idiota. Creyó que con eso iba a convencerme de algo que sé que no va a funcionar.

―¿Lo rechazaste?

―¿Qué otra cosa podía hacer? —preguntó de vuelta―. Eso es lo mejor, el final para nosotros siempre será el mismo...

―Pero si estás tan seguro de eso, ¿por qué te escuchas tan triste, Chuuya?

¿Lo hacía? ¿Se escuchaba triste? No se sentía feliz, de eso estaba seguro. Tal vez un poco enojado, pero la ira era tan normal en él. Existían tantas cosas que le irritaban que ni siquiera tomaba en cuenta cada una de ellas, pero ¿triste? No estaba seguro.

No estaba seguro de qué significaba esa resignación agridulce en su pecho, esa aceptación que no podía explicar, pero no necesitaba decir nada. Albatross lo entendía.

―Está bien, Chuuya. Está bien si no sabes si tomaste la decisión correcta, o si tienes miedo de enamorarte otra vez ―consoló, sintiendo como la cabeza del menor se apoyaba contra sus omóplatos, buscando un poco de apoyo, un poco de comprensión―. Tienes permitido hacer lo que crees mejor, tomar malas decisiones, avanzar cuando te sientas listo o lo que sea. Solo tienes veintitrés años, aunque a veces lo olvidas.

La motocicleta aceleró. Un par de brazos se envolvieron alrededor del torso de Albatross, y Chuuya se sostuvo de él así como lo hacía de sus hermanos mayores.

―Existirán muchas otras oportunidades ―le aseguró al chico a su espalda―, ya sea con él o alguien más...

No podía imaginarse a nadie más, y eso le asustaba, pero tal vez Albatross tenía razón. Tal vez debería tomárselo con calma y sanar ese temor antes de dar cualquier paso, sin importar lo que ocurriera después.

Existían miles de versos, cientos de poemas que lo conducían a diferentes finales e interpretaciones. Leyó la mayoría de ellos, avanzó por los versos hasta llegar al último, y desde ahí, sin sentirse herido otra vez, miró el resto de las palabras con solo nostalgia y aceptación. Sin embargo, sabía que le quedaba un poema por leer, el mismo que temía abrir, y aún no estaba listo para hacerlo.

Pero tal vez con un poco de música, podría leerlo. Y sostenerse de la música se sentía como la decisión correcta, pensó.

Concentrarse en la música, le hacía sentir que no estaba tan estancado en un solo lugar. Que podría avanzar en lo único que aún no superaba, y que al final todo estaría bien, sin importar si el desenlace era azul o rojo.

O tal vez el desenlace ya estaba decidido desde hace muchísimo tiempo atrás, y esa noche, no era más que un paso adelante.


[•••]


Eran las nueve de la mañana cuando su teléfono sonó. El número que lo llamaba lo tenía registrado bajo el nombre de uno de los compañeros de piso de Chuuya, y Arthur no pudo evitar preocuparse inmediatamente. Al otro lado de la habitación, ordenando sus maletas para volver a Kyoto ese mediodía, Paul le envió una mirada preocupada que el pelinegro decidió ignorar para intentar calmarse y pensar que, si algo le ocurrió a Chuuya la noche anterior, le hubiesen llamado en ese mismo instante.

Sin embargo, no podía evitar imaginar demasiado. Cuando se recibía una mala noticia, estas comenzaban a acomularse.

Escuchar la voz que tan bien conocía al otro lado del teléfono fue un alivio, incluso si esta parecía un poco deprimida.

No pasó nada malo, soy yo.

―¿Cómo sabes que pensé en algo malo? ―preguntó Arthur.

Lees muchas novelas trágicas, te imaginas los peores escenarios posibles.

Bien, eso era verdad. Incluso Paul lo regañaba por leer tantas historias que siempre terminaban mal, no hacían más que aumentar la cantidad de escenarios trágicos que llegaba a imaginarse a cada pequeño cambio en su rutina. Debería dejarlas de lado, pero le gustaban esas historias. Le hacían pensar que, si la ficción se llevaba la mayoría de los malos finales, entonces estos serían menos en la realidad.

Sin embargo, momentos como la visita médica del viernes por la tarde, le recordaban que la mayoría de los finales felices solo se daban en las historias y nada más.

Ah, no quería pensar en eso. No por esa mañana.

―¿Cómo estuvo la noche? ―preguntó, alejando de su cabeza cualquier otra preocupación que no fuese el pelirrojo a través del teléfono.

Fue un completo desastre ―se quejó―. No mi presentación, soy el mejor cantando, pero después... Golpee a un idiota.

―Por Dios, Chuuya...

¡Se lo merecía! ―se defendió―. ¡Le dije que se fuera a la mierda y siguió molestándome! Y ya estaba enojado para ese momento, no quería lidiar con más idiotas.

―¿Más? ―repitió Arthur―. ¿Discutiste con otra persona? ¿Lo golpeaste también?

No, no. Yo... ―calló, tal vez por duda, o porque no quería pensar en lo que sucedió la noche anterior. Después de una breve pausa, Chuuya suspiró a través del teléfono―. Te lo explicaré cuando regresen a Kyoto. ¿Qué hicieron estos días? Nunca me dijeron a qué fueron a Tokyo.

Dejando el teléfono en altavoz, Arthur se levantó de la cama. Paul le susurró que podía quedarse acostado hasta que fuera el momento de tomar el taxi hasta la estación, pero el pelinegro respondió que estaba bien, se sentía mejor, y antes de que Chuuya pudiera cuestionar su falta de respuesta, volvió su atención al móvil.

―Oh, ya sabes, cosas de negocios ―respondió sin dar más detalles―. Y visitamos algunos lugares. Hicimos un poco de turismo y te compramos un teléfono nuevo.

No necesitaba otro, ¿sabes?

―Lo necesitas, no quiero pensar que algo malo sucedió cada vez que me llames del teléfono de uno de tus amigos.

¡Solo llevo dos días sin teléfono! Y pudiste enviarme un correo electrónico de todas formas.

―Odio escribir correos electrónicos ―se quejó Arthur, sentándose sobre la maleta que su esposo había terminado de ordenar para ayudarle a cerrarla―. ¿Para qué crees que contraté a Adam? Él se encarga de esas cosas, y Paul de todo lo demás.

―Me está sobreexplotando ―reclamó el rubio en dirección al teléfono y cerrando la maleta.

Con un suspiro exasperado, provocado por una conversación que habían tenido muchas veces, Arthur se bajó de la maleta y se acomodó a un lado de esta, mirando a su esposo con los brazos cruzados.

―Cuando te casaste conmigo sabías que tendrías responsabilidades.

―Y yo pensé que esas responsabilidades serían gastar el dinero de tu padre y beber vino todo el día ―se excusó Paul.

―Hicimos eso el primer año, no te quejes. ―El rubio soltó un quejido de todas formas, y por lo bajo murmuró qué deberían hacer eso otra vez, antes de marcharse a otro lado de la habitación en el hotel para terminar de empacar y ordenar.

Desde el teléfono, escucharon la suave risa de Chuuya salir. Al menos después de esa tonta discusión, el menor parecía un poco más animado que cuando los llamó.

El pelirrojo murmuró que, si estaban pensando en de nuevo tomarse un año para gastar dinero y beber vino todo el día, él también quería unirse. Y mientras divagaba respecto a ello, por el rabillo del ojo, Arthur notó a Paul con el informé médico que recibieron el viernes por la tarde entre las manos otra vez.

¿Por qué seguía releyéndolo? No importaba cuantas veces lo revisara, la información en él no iba a cambiar, solo la hacía más real.

Dejando que Chuuya siguiera parloteando sin sentido a través del teléfono, Arthur se acercó a su esposó y le quitó los papeles de las manos. Ante la mirada dolida y preocupada del rubio, no pudo hacer más que dirigirle una sonrisa, y luego plasmar una tranquilidad y felicidad forzada al chico que seguía hablando a través del teléfono.

―Llegaremos a eso del mediodía ―le dijo a Chuuya―. Puedes esperarnos en la estación y almorzamos juntos. Ah, le avisaremos a Kouyou también. Tengo el ánimo para un almuerzo en familia.

El ambiente sería más "familiar" si rentaran un lugar donde quedarse y Paul cocinara ―mencionó el menor―. ¿Cuánto tiempo van a quedarse en Japón? Ya llevan aquí casi un mes.

―Bueno, no pensamos en eso, pero... ―Arthur calló. Miró los papeles entre sus manos, las palabras, los números, las fechas―. ¿Seis meses, tal vez? Y sí, creo que es buena idea rentar un departamento si vamos a quedarnos tanto tiempo, ¿no lo crees también, Paul?

El rubio a su espalda, silencioso y con la garganta cerrada, solo asintió. Arthur volvió a darle una sonrisa serena y consoladora.

―¿Crees que seis meses sea tiempo suficiente para nosotros, Chuuya? ―preguntó al teléfono. Incluso a través de solo su voz, Arthur podía imaginar a la perfección la suave sonrisa del chico al otro lado.

Si se quedaran para siempre sería mejor.

Siempre, eh... Tal vez debería buscar y leer una novela con un "felices para siempre".

―Haremos todo lo posible para que sea por mucho tiempo ―prometió―. Aunque tendríamos que vender nuestra casa en Charleville-Mézières, ¿o dejarla como lugar para vacacionar?

Los siguientes minutos volaron entre pláticas sobre si vivir un año en Japón y el otro en Francia de manera intermitente. Aunque Chuuya comentaba todo con total seriedad, Arthur sabía que no era posible. En algún momento, Chuuya encontraría lo que realmente quería y se quedaría en un solo lugar para siempre, aunque Arthur ya sabía qué era lo que Chuuya quería, el pelirrojo aún no se daba cuenta.

Para Chuuya, aquel nuevo sueño era simplemente un pasatiempo, pero poco a poco se transformaba en el camino que seguir por mucho tiempo o toda una vida. Y en Japón, en esa ciudad y en esos escenarios, conoció y volvió a encontrar personas de las cuales no quería alejarse, que le entregaban un significado a su vida y que estaban ahí para escucharle cantar.

Y mientras esas personas estuvieran alrededor de Chuuya, Arthur podía sentirse un poco más tranquilo. Un poco más en paz con aquello que no podía evitar.

La llamada terminó con ideas de dónde almorzar ese día y planes a futuro. Por el resto de la plática, Paul se mantuvo casi todo el tiempo en silencio, solo comentando una que otra cosa de vez en cuando, pero manteniéndose alejado, preocupado de los últimos detalles antes de abordar el tren bala a Kyoto.

Cuando todo estuvo listo y descendieron de la mano al primer piso del hotel, sin preocuparse de las miradas de algunos otros huéspedes que reflejaban sorpresa o aversión ante su relación, Paul le recordó aquello que necesitaba dejar de evitar.

―Tenemos que decirle.

El final sería el mismo sin importar si se retrasaba o no. 

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