Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

VIII: All you had to do was stay

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By LeoLunna

¿Por qué observar su rostro le produjo esa sensación tan extraña en el pecho? ¿Qué era eso? Ah, sí, apatía. El recuerdo lejano y neutral de alguien a quien llegó a querer.

Era extraño. Tan solo minutos atrás, su pecho estuvo lleno de una cálida plenitud que rara vez experimentó con alguien más que no fuera Gin o Chuuya, pero que ahora sabía que Atsushi también provocaba. Ver a su exnovia otra vez, le produjo una gelidez empañada por la culpa y por todo aquello que jamás se dijeron.

Jamás llegaron a hablar de lo que sucedió, ya fuesen los supuestos rumores u otra cosa. No era necesario. Ella, ellos, no eran nada más que un capítulo cerrado. Ambos lo sabían, y así como el anhelo apareció en la mirada de Higuchi, se disipó bajo el frío recordatorio de que ya nada existía entre ellos; solo un pasado en común.

Fingiendo que era cualquier otra persona, Akutagawa volvió a caminar. Pasaría a su lado como si fueran dos desconocidos, solo la imagen de alguien a quien solía conocer. Pasaría por el restaurante, cenaría con Gin; y luego, cuando estuviera en su habitación, intercambiaría con su novio un par de mensajes antes de dormir. Seguramente, llegado ese momento, el sentimiento de apatía ya se habría marchado, reemplazado por los acordes en blanco y negro con los cuales armonizaba.

Higuchi también se movió, adoptando en un rostro una expresión serena que ocultaba todo lo que quería decirle o bien preguntar. Fueron acercándose a ese punto imaginario entre ambos, sin apartar la mirada del camino que tenían frente a ellos, ni tampoco retrocediendo, aunque la chica sabía que el guitarrista no lo haría sin importar qué.

Pudieron haberse dicho un "hola". Haberse mirado de reojo, reconociendo brevemente a la persona que dejaban atrás, pero no lo hicieron. Así era mejor, pensaron al mismo tiempo. Sin palabras, sin discusiones que nunca llevaron a cabo, solo el leve recuerdo de esa tarde; cuando vieron en la calle a alguien que conocieron en algún momento de su vida.

Dolía, era un encuentro más agrio que dulce, pero Higuchi lo aceptó. Al menos pudo verlo otra vez, pensó, incluso si fue por un breve momento.

Y cuando iba a mirar hacia atrás, a la silueta que se alejó sin una guitarra al hombro como acostumbraba, su mirada se desvió hacia otro lugar. Observó el alto edificio residencial para estudiantes de Kyodai de esa zona en particular. Ya que la noche caía, algunas ventanas comenzaron a iluminarse más y más. Algunos residentes salieron de su interior, otros entraron, y entonces recordó quien vivía en aquel lugar.

Por supuesto, ¿no era bastante obvio? No había otra razón por la cual Akutagawa visitaría esa zona.

Estuvo tentada a tomar el teléfono y enviarle un mensaje a Gin, preguntarle si es que la sospecha que poseía era correcta y la chica pelinegra sabía algo al respecto. Pero no lo hizo. Ya había tenido suficiente de los rumores y problemas.

Esa tarde fue maravillosa, ¿para qué iba a arruinarla? Se sentía bien, estaba feliz de haber vuelto a conectarse con Tachihara y Gin, ya había aceptado que su exnovio no pensaba en ella. Era momento de que ella también se detuviera.

No podía seguir pensando en Akutagawa, se dijo a sí misma cuando volvió a caminar. Su propia residencia estaba a un par de cuadras. Quería llegar pronto, estaba un poco cansada, y tal vez sus lágrimas no tenían sentido alguno, pero quería dejarlas caer cuando estuviera en su propio lugar.

Encerrada en su habitación, se permitiría llorar. Encerrada, aceptaría por completo que no había vuelta atrás.

Tan solo esperaba que Atsushi cuidara bien de su primer amor.


[•••]


La sala de chat seguía vacía, y tal parecía que continuaría así por un tiempo más. Tal vez era lo mejor, pensó Chuuya.

El domingo se fue en un abrir y cerrar de ojos, tanto que sentía que ni siquiera disfrutó su "tiempo en familia".

Se pasó todo el día con Kyoka y Arthur; cuidando de ellos y viéndolos interactuar y profundizar su lazo familiar; mientras Paul y Kouyou atendían algunos asuntos de la boutique de esta última. Su mente agotada había logrado procesar un poco de la plática de sus hermanos mayores, algo sobre que Kouyou había encontrado una modelo que fuese el rostro de la marca.

Para ese momento, estando los seis en el amplio cuarto de hotel en el cual el matrimonio se quedaba, escuchó a Paul comentar que contrataría un buen fotógrafo. Su hermano dijo que Kouyou no necesitaba preocuparse por los "pequeños" detalles como el dinero en ese momento, sino que debía concentrarse en el negocio, diseñar más conjuntos, y en el futuro buscar otro modelo. Tal vez un varón, murmuró Paul, y ambos lo miraron de reojo.

Qué pésimos hermanos mayores. No quería hacerlo, tenía demasiada pereza y muchas cosas en la cabeza. ¿Por qué no eran ellos los propios modelos? Les sugirió. Ambos tenían un porte elegante y siempre atraían las miradas, de seguro harían más dinero modelando que en cualquiera de sus respectivos trabajos.

Por lo bajo escuchó a Kouyou murmurar que, tarde o temprano, lograría convencerlo de modelar para su marca de ropa. Tal vez sucedería, tal vez no. No iba a pensar en eso ahora mismo, su cerebro insistía en repetir la promesa que le hizo a Adam ese sábado por la noche.

Recordaba las manos que envolvieron las suyas tan amablemente, con un toque que solo podía comparar al de uno de sus hermanos o con el de Arthur. No le extrañaría que Adam también lo viera como a un hermano menor, después de todo, cuidó de él durante su primer año en Francia y en algún momento, dejó de ser solo una niñera glorificada.

Por eso, cuando Adam le pidió tomar la mejor decisión para él, no pudo hacer más que aceptar.

"Está bien que no sepas qué hacer o qué quieres, pero, si me permites, hay algo que yo quiero, Chuuya. ¿Puedo decírtelo? ¿Puedo pedírtelo?". A esas preguntas, Chuuya no hizo más que asentir.

Dejó la cabeza en blanco y le escuchó, se concentró en esa expresión de preocupación que vio en él muchas veces tiempo atrás, cuando debía recogerlo de un punto específico de la ciudad de Charleville-Mézières, después de sus encuentros sexuales con ese hombre doce años mayor que él.

Ah, hace mucho que no recordaba esa época de su vida. Fue realmente un idiota a los diecinueve años, ¿no? Un niño idiota. No le sorprendía que Adam estuviera preocupado y quisiera evitar verlo tan desolado otra vez.

"Recuerdo como eras ese primer año, Chuuya" le dijo esa noche. "Y por favor, está vez no seas precipitado. Háblalo conmigo, con monsieur Rimbaud o Verlaine, con quien sea, pero sé cuidadoso con lo que escojas... No quiero verte mal otra vez, Chuuya, no igual a esa época".

Él tampoco quería volver a sentirse como en esa época. Ambos compartían el mismo temor.

Solo pudo asentir y prometer que no sería descuidado una última vez. Adam no parecía menos preocupado, pero sí más tranquilo. No terminaron el plato de ramen, pagaron la cuenta y se marcharon.

Y ese domingo por la tarde, mientras veía a Arthur enseñarle un par de palabras en francés a Kyoka, y por otra parte a Kouyou y Paul terminar de hablar de "negocios", intentó relajarse. Intentó no pensar en esa sala de chat vacía, en esos mensajes que simplemente podría enviar, pero ese era el problema. No sabía qué decir. No sabía qué quería de Dazai.

Pero estaba seguro de que no quería volver a sufrir.

―¿Irán a mi presentación el próximo sábado? ―preguntó al aire, atrayendo la atención de las otras cuatro personas―. Habrá música de su época.

Escuchó un quejido molesto de parte de Paul, y el murmullo de un "no somos tan viejos" del cual logró reírse suavemente. Su ánimo logró crecer un poco más cuando, de la nada, Kyoka levantó su brazo, llamando su atención y con ese rostro estoico suyo, aseguró:

―Yo iré a verte.

No reírse fue imposible, tanto para él como para el resto de los adultos ahí.

―Tienes como cinco años, niña, no es un lugar para ti.

―Tengo nueve ―reclamó, sin quitar ese rostro estoico.

―Por ahora puedes ver los videos ―dijo, y luego se dirigió al resto de su familia―. De todas formas, ¿ustedes irán?

Paul y Arthur se miraron el uno al otro, y también a Kouyou por un momento, para luego fijar la mirada en Chuuya. Aquel silencio y plática de la cual lo excluían le preocupó, y su ánimo decayó con la sonrisa que Arthur le dio. Parecía una disculpa.

―Lo siento, Chuuya, pero el miércoles nos iremos a Tokyo un par de días ―dijo el pelinegro.

Y como si fuese un niño al que le decían que sus padres no irían a la presentación de su escuela, inmediatamente Chuuya exigió las razones.

―¿Qué? ¿Por qué no me lo dijeron antes? Les avisé de la presentación hace dos semanas...

―Surgió un asunto inesperado...

―Y no podemos retrasarlo ―completó Paul, sentándose junto a su esposo, con aquella expresión estoica de hermano mayor que no aceptaría más reclamos, pero que al mismo tiempo se disculpaba por fallarle―. Lo sentimos, Chuuya, solo será esta vez.

No le gustaba lo que escuchaba, pero confiaba en ellos. Si decían que solo sería por esa ocasión, entonces era verdad. Sin embargo, el miedo a ser dejado de lado otra vez, seguía en él.

―¿Lo prometen...?

Arthur asintió, y se inclinó hacia él, atrapando sus manos de la misma forma en que Adam lo hizo el día anterior. Su toque era suave, reconfortante y familiar, incluso si se sentía un poco frío.

―Lo prometemos. Iremos a cada una de las presentaciones que tengas en el futuro, y te cansarás tanto de vernos ahí que luego nos pedirás que ya no asistamos.

―No creo que suceda ―aseguró, y luego su atención se dirigió a Kouyou―. ¿Tú irás?

―¿Me quieres ahí?

Chuuya se alzó de hombros.

―Si quieres ir. Aunque sé que estás muy ocupada con la boutique y Kyoka es una mocosa problemática.

Inmediatamente, la niña se defendió, siempre con aquella emoción distante y mirada fría.

―No lo soy, tú eres más problemático.

―Oye, oye, ¿qué es esa falta de respeto? Ah, los niños de hoy en día...

Mientras que Chuuya discutía con Kyoka, de reojo los mayores observaron el silencio de Kouyou. La pelirroja no dijo nada, no confirmó si asistiría o no, tan solo asintió y murmuró para sí misma que debería marcharse pronto. Mañana era lunes y Kyoka comenzaría en su nueva escuela, y ella tenía muchas cosas por hacer durante el día, tanto para la boutique como para el piso que Paul les consiguió cuando aceptó mudarse a Kyoto.

El mayor de los hermanos pidió un taxi para ellas, sin importarle los reclamos de Kouyou; quería que llegaran sanas y salvas a casa. Las acompañó hasta el vestíbulo del hotel, sin preocuparse de dejar solo a su hermano menor y esposo.

En cuanto la puerta se cerró, Arthur palmeó el espacio vacío junto a él en el sofá de la habitación, y sin siquiera pensarlo, Chuuya se acercó. Se sentó a su lado y como un niño agotado, uno que necesitaba permitirse ser vulnerable y escuchado, se dejó caer sobre su regazo, sintiendo inmediatamente la fría mano del mayor posarse en su cabello.

No recordaba que su piel se sintiera tan fría. Arthur siempre poseyó una baja temperatura, pero en ese momento, sintió que esta había aumentado, casi como si el mayor no pudiera mantener el calor en su cuerpo. Era preocupante, pero ya que era algo casi común en él, no le dio muchas vueltas.

No necesitaba más cosas en las cuales pensar. Cerró los ojos, se relajó bajo la suave caricia de Arthur y soltó el aire que no sabía que sus pulmones estaban conteniendo. Se sintió tan tranquilo, tan protegido.

Quería que esa sensación se extendiera.

―Te ves agotado.

―Me siento agotado ―murmuró Chuuya―. Estoy cansado... Quiero tanto dormir una semana completa y despertar otra vez en mi habitación en Francia.

Arthur rio. Le quitó el cabello del rostro, esperando encontrarlo con los ojos cerrados, pero Chuuya volvió a abrirlos; miraba a la distancia, hacia pensamientos que no escapaban de los confines de su mente, atados con cadenas de incertidumbre y dañados con flechas impregnadas de temor.

―Chuuya ―llamó suavemente―, sabes que si quieres regresar, puedes hacerlo... Te lo prometimos, ¿no? Aquella casa es tuya, ya sea que regreses ahora o dentro de diez años.

Chuuya asintió. Una, dos, tres veces. Sin palabras, sin saber realmente qué decir. O tal vez ya no tenía energía para eso.

Quería dormir. Sí lo hacía, sabía que Arthur se quedaría ahí, velando por su sueño y luego, cuando Paul regresara, si lo encontraba dormido, lo acomodaría en la cama y lo dejaría descansar. Arthur se acomodaría a su lado, su hermano tomaría el sofá, y a la mañana siguiente se quejaría del dolor de espalda, pero de todas formas no lo despertaría.

Ah, estaba tan feliz de tener ese amor familiar que no obtuvo durante su adolescencia.

―No creo que pueda... No todavía ―confesó.

―Lo entiendo, hay personas aquí que te importan y que no quieres dejar ―murmuró Arthur. Y luego, con una voz dubitativa, sugirió―: Y tal vez, alguien que amas...

Apenas esas palabras fueron pronunciadas, Chuuya se levantó, alejándose un par de pasos del pelinegro, siempre de espalda. Su inesperada reacción alertó al mayor, y su respuesta, una risita incrédula y un tono defensivo en su voz, le hizo regañarse a sí mismo de lo que su descuido provocó.

―¿De qué estás hablando, Arthur? No estoy enamorado.

―Chuuya...

―No lo estoy ―insistió el menor, sintiendo que la frustración crecía rápidamente―. Además, ¿de quién? No hay nadie todavía, no hay...

―¿Y Dazai? ―preguntó, mencionando aquel nombre en el cual Chuuya no quería pensar por lo pronto. Todo lo que pudo hacer, fue cerrar los ojos para calmarse a sí mismo y mantenerse de espalda; pero las palabras seguían llegando―. Sé que tienen una historia difícil detrás, pero ¿realmente no sientes nada por él?

¿Sentir? ¿Qué debería sentir? ¿Por qué todos le pedían sentir algo? Casi parecía que estaban obligando a sus sentimientos brotar; como si no fuese suficiente todo lo que hizo respecto al moreno desde que volvieron a encontrarse. Aún querían que entregara más partes de sí mismo, más que Dazai pudiera destrozar.

Porque lo haría, ¿no? Siempre estaba la posibilidad de que volviera a romperlo...

―No debo ―murmuró por lo bajo, dando un paso más, respirando, apretando los puños, antes de que todo colapsara en él―. No otra vez...

Pero Arthur insistió, y ya no pudo más.

―Chuuya, no es extraño que...

―¡No! ―exclamó, logrando que el pelinegro callara por su estallido inesperado―. ¡No! ¡No otra vez!

Su preocupación por él surgió inmediatamente. Arthur se levantó del sofá y lo siguió. El pelirrojo continuó dándole la espalda, negándose a mirarlo de frente o decir más.

—Chuuya, mon agneau, escucha...

Las manos que Arthur intentó posar sobre sus hombros fueron rechazadas, y apenas logró recuperarse de esa reacción, cuando el pelirrojo se dio la vuelta y con una expresión que combinaba el miedo y la ira, le gritó a la cara.

—¡No! ¡No quiero escucharte! ¿Por qué tú también? ¿Por qué tú también me estás pidiendo que le dé una oportunidad? ¡Estoy cansado! Estoy cansado de que todos me cuestionen lo que siento o que me digan que le dé una oportunidad a Dazai... ¿Por qué todos están de su lado ahora? ¿Por qué no piensan un poco en mí? ¡Él me dejó! ¡Él me abandonó!

―No estoy diciendo que le des una oportunidad...

―¡¿Entonces qué?! ―inquirió, logrando que el pelinegro retrocediera ante su exaltación―. ¡¿Qué estás tratando de decir?! Todo lo que entiendo es que tengo que darle una oportunidad por cualquier estúpida razón que a él o a ustedes se les ocurra, pero ¿han pensado en que tal vez mi jodido mundo no gira en torno a él? ¡No tengo por qué darle otra oportunidad, ni explicaciones, ni nada! ¡No estoy enamorado de él!

¿Por qué Arthur lo miraba como si no le creyera? ¿Por qué no podían creerle? Les estaba gritando a la cara, con todo lo que daban sus cuerdas vocales, y aún así, aún así...

¿Por qué nadie lo escuchaba?

Sintió su respiración agitada y sus manos temblaron. Antes de que se diera cuenta, Arthur volvió a acercarse. Suavemente, apretó sus manos e intentó abrazarlo, pero el pelirrojo se alejó otra vez.

―Odio todo esto ―confesó, con una voz rota que Arthur no podía reparar―. Odio sentir que no puedo avanzar...

Adam le había pedido que no cayera en el mismo bucle de cuatro años atrás, pero ¿acaso no estaba ya en él? ¿Y no fue Dazai quien lo empujó a este? Sí, tal vez él lo besó primero esta vez, pero si Dazai no hubiera insistido con un tipo de amor en el cual no confiaba, seguirían bien.

Seguirían siendo amigos. Intercambiando mensajes, llamadas, caminando de vez en cuando por la noche, deteniéndose en esos locales que estaban abiertos las veinticuatro horas. Igual a sus buenos días de adolescencia, igual a esos recuerdos empapados de tinta azul e imágenes borrosas.

Y en ese momento, solo podía pensar en los últimos recuerdos con cada persona con la cual salió. En esos "tenemos que hablar", "esto no funciona", o los "te amo" que nunca llegó a escuchar de nadie, ni a dar, porque decidió correr antes de ser capaz de enamorarse más. No quería ser dejado de lado otra vez. No quería que sus poemas, sus canciones, fueran rechazados, y él quedarse con solo la pregunta de por qué no fue suficiente para ninguno de ellos.

Un beso estaba bien. Una noche compartida también, pero no más. No promesas que nadie iba a poder mantener. No un amor que acabaría por ser dirigido a otra persona.

Soltando un suspiro, Chuuya intentó relajarse. Arthur desistió de intentar que le escuchara, y en cambio, intentó comprender lo que el menor le expresaba. Lo entendía, verdaderamente lo entendía, pasó por lo mismo años atrás. Pero en ese momento, Chuuya solo podía concentrarse en su propio pesar y él debía esperar.

Quedarse ahí para él tanto como tuviera permitido, esperando a que se acercara otra vez y estuviera listo para escucharle, o bien cuando necesitara un abrazo y un hombro en el cual llorar.

―Creo que me iré ahora ―murmuró el pelirrojo por lo bajo―. Lamento gritarte...

―No estoy enojado por eso, no te preocupes ―calmó Arthur e intentó acercarse una última vez, pero Chuuya retrocedió. Dolió, pero el pelinegro aceptó el rechazo―. Llamaré un taxi para ti.

―Está bien, quiero caminar.

―Chuuya, ya es de noche...

―Caminaré ―insistió―. Ya llevo suficiente tiempo en Kyoto como para conocer cada calle. Estaré bien. Caminaré.

Lo necesitaba. Necesitaba sentir ese dolor en sus pantorrillas, para así no pensar en nada, ni en nadie más. Y tal vez eso ayudaría a su mente, aunque después de todo lo que le gritó a Arthur, sus ideas eran más claras, pero no lo suficiente. Necesitaba caminar, la noche era perfecta, silenciosa y tranquila, y seguro eso calmaría las aguas tormentosas en su interior.

Se escapó antes de que Arthur pudiera insistir o que Paul regresara a la habitación. Si su hermano mayor se enteraba de todo lo que sucedió, y que se marchó sin aceptar tomar un taxi, lo cazaría y lo obligaría a regresar. Sin embargo, sabía que Arthur no le diría nada. Podía confiar en él a pesar de que a veces, no querían escucharse mutuamente.

Tenía clases por la mañana y el ensayo con la banda por la tarde, pero la noche estaba clara, las estrellas se reflejaban sin esfuerzo en el lienzo oscuro, y de la luna tan solo podía ver una mitad.

¿Dónde estaba su otra mitad? Se preguntó Chuuya mientras avanzaba, sin saber si aquella pregunta iba dirigida a la luna, o a sí mismo.



[•••]



El miércoles al mediodía, Paul y Arthur se marcharon a Tokyo. Chuuya los acompañó a la estación de tren junto a Adam, y se despidió de ellos con un abrazo apretado, como si temiera no volver a verlos aunque sabía que estarían de regreso el domingo por la noche. Cuando les preguntó qué asuntos tenían en Tokyo, ninguno le respondió. Paul le masculló que era una simple reunión, y con un beso en la mejilla, se marcharon.

Al preguntarle a Adam, este tampoco sabía que iban a hacer en la otra ciudad. Era extraño, consideró Chuuya. Técnicamente, Adam era el "secretario" de Arthur y le avisaba de cada uno de sus movimientos. Si tenían una reunión, ¿por qué Frankenstein no estaba informado? El mayor quiso calmarlo diciendo que, tal vez, simplemente su hermano y cuñado querían una escapada romántica o algo así, pero no tenía sentido para Chuuya.

¿Por qué en una ciudad tan jodidamente bulliciosa como Tokyo? ¿Por qué la misma semana de la presentación? Casi se sentía como un abandono de su parte, y para recordar viejos traumas de su adolescencia, ya tenía suficiente con su altercado con Dazai.

Su teléfono seguía en silencio, pero a diferencia de otros momentos, eso no le molestaba. Lo agradecía, necesitaba un poco de silencio para poner su cabeza en orden después de su discusión unilateral con Arthur.

De todas formas, no tenía tiempo para preocuparse de nada más que de la banda. El ensayo del lunes y martes se había cancelado ya que tanto Kajii como Gin tenían programados dos exámenes para ambos días, y aunque Chuuya sabía que hubieran podido con las prácticas y los estudios, no querían sobrecargarlos. O más bien, Ryuu no quería sobrecargar a Gin de trabajo. Solo por ella aceptó a regañadientes retomar los ensayos el miércoles por la tarde.

Sin embargo, se había roto una cañería en su sala de ensayos recurrente y esta cerró miércoles y jueves. Encontrar otro lugar donde ensayar, a tres días del evento y con otras bandas ocupando los pocos espacios disponibles, fue imposible. Debieron cada uno practicar aquellos dos días por separado.

Ya que tanto él como Ryuu tenían clases el viernes a las once y media, se reunieron a primera hora en Kyodai para ensayar. Se encontraron en la zona abierta de la Facultad de Humanidades, e ignoraron la atención de cualquier curioso a su alrededor. La gente se detenía para escuchar como Chuuya intentaba cantar y fallaba estrepitosamente.

¿Qué le sucedía? No importaba cuanto controlara su voz, esta seguía fallando. Seguía temblando y dejando caer las palabras, así como él dejaba caer cualquiera de sus ilusiones en torno al amor.

―Está mal ―dijo Akutagawa, dejando de tocar la guitarra y haciendo que Chuuya también dejase de cantar―. No estás llegando al tono correcto. Hazlo otra vez.

Canto el mismo verso otra vez, pero su voz flaqueó y desafinó. La guitarra se detuvo.

―Otra vez ―exigió el pelinegro, cada vez más molesto―. Aprieta el diafragma.

Lo intentó, y cuando creía que iba a golpear la nota correcta, su voz se quebró.

―Otra vez. ―No podía controlarlo. No podía sostener su voz―. Está mal. Otra vez.

Y sintió miedo. Miedo a fallar y caer, quedarse otra vez dentro del mismo bucle, repitiendo el mismo verso sin que nadie lo oyera jamás...

No podía. ¿Por qué no podía? Por un momento, sintió que se desconectaba de la realidad. Podía escuchar un murmullo, a Akutagawa repetir su nombre con un tono de voz que dejaba de expresar molestia, y se cubría de preocupación. Al tercer llamado, reacción.

―Dame un maldito descanso ―pidió ―. Yo... Mierda, necesito un descanso.

―No tenemos tiempo ―respondió el menor―. La presentación es mañana, ¡mañana! Y aún no alcanzas las notas. Sí no las alcanzas, entonces...

―¿Entonces qué? ―interrumpió, casi amenazadoramente―. ¿Harás que la banda no se presente? ¿No me dejarás cantar?

Akutagawa pareció considerar esa opción. No era lo que quería, pero al mirar a Chuuya de pies a cabeza, concentrarse en esos ojos azules tormentosos y envueltos en un bucle que parecía no tener fin, solo tenía una opción.

―Sí tenemos que presentarnos sin ti este sábado, lo haremos ―sentenció.

No, debía ser una broma, pero el guitarrista no se estaba riendo. ¿Por qué se veía tan serio? No era gracioso, pero aún así soltó una risita insegura.

―Estás jodiéndome. ¿Quién demonios va a cantar si me sacas?

―Yo ―respondió con seguridad―. Sabes que puedo cantar.

―No te gusta tu voz, te gusta mi voz.

―Sí, pero si sigues así, no tengo otra opción.

Callaron. Se miraron entre ellos, esperando que el otro fuese el primero en rendirse. Y cualquier otro día, Akutagawa hubiera sido el primero en desviar la mirada, tanto por respeto como por el afecto que sentía por Chuuya, pero no esa vez.

No iba a ceder, y de todas formas, el pelirrojo estaba demasiado agotado como para luchar.

―Bien, haz lo que quieras ―gruñó por lo bajo, tomando sus pertenencias para marcharse―. Vete a la mierda, no cantaré.

Pero creer que podría marcharse sin más, era una idea demasiado ingenua.

Akutagawa se echó la guitarra al hombro y lo siguió, sin importarle la molestia del mayor, ni mucho menos las miradas curiosas que atrajeron cuando comenzaron a discutir a viva voz.

―¿Qué demonios te sucede hoy? ―le interrogó, y no recibió más que una reacción a viva voz que, sinceramente, Chuuya ya no podía controlar.

―¡¿Qué demonios sucede con todos ustedes?! ―increpó, deteniéndose a mitad del camino y dándose la vuelta para encarar al menor―. ¡He tenido una semana de mierda y no hacen más que empeorarla ! ¡Si no eres tú, es Arthur; y si no es él, es Dazai...!

―Por supuesto que se trata de Dazai ―resopló―. Siempre, siempre se trata de Dazai. ¿Por qué no solucionan sus jodidos problemas de una vez y dejan de molestar al resto de la gente?

¿Por qué? Porque no lograban encontrar un punto intermedio, uno que gustara a ambos. Era un tira y afloja de discusiones y silencios intermitentes, un bucle del cual tenía una sola forma de salir, pero no estaba seguro de que fuera lo correcto.

Y el hecho de que se sintiera afectado por el juicio de Akutagawa, no hacía más que empeorar su malestar, y cuando eso sucedía, tan solo podía protegerse detrás de la ira constante; de palabras ácidas que sabía el otro le devolvería, en una discusión en la cual solo él saldría herido.

―¡Ja! ¿Con qué maldita cara me dices eso, Ryuunosuke? ―interpeló, soltando una risita sin humor y palabras que no afectaron en nada al menor―. ¿Por qué no vas y te follas de una vez a Nakajima?

―Al menos yo admito que quiero follármelo, ¿cuándo vas a admitir que estás enamorado de Dazai?

―¡No estoy enamorado de Dazai! ―gritó, con tanta fuerza que su voz llegó a romperse. Y ese quiebre en su voz logró que el menor se callara.

Por primera vez, pareció que realmente estaba escuchando lo que Chuuya intentaba decirle. Observó su expresión, aquello que se ocultaba detrás de la ira. Notó las aguas tormentosas en sus iris, aquellas que precedían a una lluvia que cubriría el cielo de nubes por un largo tiempo, o bien que fácilmente se marcharían. Lo comprendió. Esos sentimientos que intentaban resguardarse tras las palabras duras, las escuchó.

Cuando iba a decir algo, cualquier cosa para calmarlo, el teléfono de Chuuya sonó. Con manos temblorosas y una respiración agitada, el pelirrojo intentó revisar el mensaje que acababa de recibir, teniendo en su cabeza dos opciones posibles. Sin embargo, en cuanto lo sostuvo, sus dedos fallaron al igual que su voz y el aparato cayó al pavimento. Escuchó como la pantalla se rompía, ¿o tal vez era algo en su interior?

¿Ese día podía ser peor? Se preguntó. La pantalla no tenía solución, tendría que comprarse otro teléfono, pero al menos le permitió leer el mensaje que acababa de recibir. Esperaba que fuera de Arthur y Paul, informándole que regresarían a Kyoto ese mismo día por la noche, y que estarían presentes en su presentación de mañana.

Pero no era ninguno de ellos. Era Dazai. Después de días de silencio, enviando un simple mensaje. Necesitaban hablar, escribió. Tenía un par de cosas que decirle a Chuuya, así que lo veía ese sábado después de su presentación. No necesitaba responderle ese mensaje, tecleó el moreno, se conformaba con avisar que iría a verle.

Porque aunque no se hablaran, estaría ahí para escucharle. Sin embargo, Chuuya no sabía si lo quería ahí.

Ya daba igual, el teléfono estaba dañado, no necesitaba ser delicado, pensó, apretándolo con fuerza entre sus manos hasta escucharlo crujir. Akutagawa lo observó con preocupación, y cuando notó lo que estaba haciendo, intentó quitarle el teléfono de entre las manos antes de que se hiciera daño, pero el pelirrojo no hizo más que apartarle.

―Chuuya...

―¿Qué? ¡¿Qué más me vas a decir ahora?! ―inquirió enojado, lanzando lo que restaba de su teléfono al cemento, rompiéndolo un poco más―. ¡No es mi jodida culpa que mi voz no quiera cooperar, Ryuunosuke! ¡No es...!

Akutagawa lo tomó del bíceps, suavemente, temiendo romperlo un poco más. Su solo toque hizo que Chuuya callara, sacándolo de aquel bucle en el cual parecía estar inmerso desde ese beso que le dio a Dazai. De solo recordarlo se sentía estremecer, pero no sabía si era a causa de la emoción o del temor que le producía ir más allá.

¿Por qué ahora? Se preguntó. ¿Por qué cuando ya lo había superado? ¿Por qué no pudo ser antes? Hubiera sido tan fácil volver a amarlo, incluso con todo lo que estaba mal en él. Todo lo que tenía que hacer era quedarse, pero Dazai escogió a alguien más, y él...

Él quería, por una vez, escogerse a sí mismo.

Se mordió el labio. Un sentimiento de desolación llenó su cuerpo, pero lo aceptó. Dejó que lo recorriera de pies a cabeza, pavimentando el camino para otras emociones reconfortantes, suaves y agridulces. Miró su teléfono roto a sus pies; la pantalla en negro, los mensajes que seguramente llegaban, pero que no podría leer. Y luego miró hacia arriba, a los preocupados ojos grisáceos del menor, leyendo en ellos simples mensajes. Está bien, decían. Lo entiendo, está bien. Duele, lo sé.

―Lo siento ―murmuró, dejándose envolver por esa tranquilidad desoladora―. Lo siento, Ryuu, yo... Estoy un poco estresado por todo esto. No quería gritarte, aunque en parte te lo merecías....

Akutagawa se negó a recibir las disculpas, pero aceptó la culpa que tenía en toda esa situación. Empujó a Chuuya hasta su límite, sin querer escucharlo por estar concentrado en sus propias preocupaciones respecto a la presentación. Un grito o dos no importaba. Las palabras amargas tampoco.

Suavemente, quitó su mano de sobre el bíceps ajeno, se inclinó a recoger el teléfono roto y lo dejó entre las manos de Chuuya. En el fondo, le alegraba que lo único que se haya roto fuese ese aparato, y no quien consideraba como un hermano mayor.

―Hagamos esto: yo haré los tonos altos este fin de semana y tú todo lo demás.

―Ryuu...

―Será peor para ti si no cantas ―aseguró, sin recibir queja alguna―. Te gusta cantar, Chuuya, no te voy a quitar eso, pero si voy a exigirte algo.

Ya lo sabía. Por supuesto que sabía qué cosa Akutagawa le exigiría, y ya no podía retrasarlo más tiempo.

Lo haría. Mañana por la noche, después de dar todo de sí mismo durante la presentación, resolvería todo ese problema y le diría directamente a Dazai lo que pensaba, sin preocuparse del resultado. Lo necesitaba. Necesitaba dejar de huir.

―Ni siquiera necesitas decírmelo ―dijo Chuuya, y recuperando un poco de ánimo, agregó con un tono burlón―: ¿Estás preocupado por mí, Ryuu?

―Lo estoy ―admitió sin descaro, produciendo un profundo impacto en Chuuya con cada una de sus palabras―. No quiero verte mal, mucho menos por alguien como Dazai.

―No parece que lo quieras mucho.

―En otra vida tal vez, pero no aquí ―aseguró―. Solo lo tolero, pero si sigue haciéndote sentir así, prefiero que se quede lejos.

No pudo evitar sonreír. Se estuvo sintiendo tan solo desde que Paul y Arthur se marcharon a Tokyo, o tal vez desde antes, desde que le dijeron que no iban a asistir a su presentación, pero que Ryuu dijese eso y expresara, a su modo, la preocupación que sentía por él...Era agradable.

Esa calidez que solo la familia de sangre o escogida podía darte, era agradable. Le hizo pensar que todo estaría bien, sin importar el resultado que obtuviera el sábado por la noche. Aún estaba tenso, con las manos ligeramente temblorosas y dedos que no sabían si abrirse o cerrarse, pero sintió que era un paso hacia adelante.

Ya no quería pensar en nada más, solo quería cantar. Cantar hasta quedarse sin voz, sin aire en los pulmones, y sentirse cegado por tanto la luz de los reflectores como por las emociones que plantaría en cada palabra.

Todo podía ser un absoluto desastre, pero mientras que la música lo envolviera, mientras pudiera cantar, estaría bien.

―Volvamos a ensayar ―sugirió Chuuya, y exhaló todo el aire que sus pulmones contenían―. Estoy bien, necesito cantar, solo déjame intentarlo una vez más y estaré mejor.

Akutagawa creyó en sus palabras. Volvieron sobre sus pasos al lugar que ocuparon con anterioridad, sin ningún oyente esta vez, puesto que el periodo de ese momento ya había comenzado, y aquellos que tenían clases por la mañana estaban en sus salones sin preocuparse de lo que ocurría fuera de las aulas.

A pesar de que aún podía sentir ese peso en su pecho, Chuuya notó que sentía su garganta mucho más ligera; el aire pasaba con facilidad, rozando aquella tensión de la cual luego se libraría. La ocuparía para cantar, pensó. De todas formas, cada una de sus canciones hablaba sobre desamor.

―Bien, desde el principio ―señaló Akutagawa y comenzó a tocar el comienzo de la canción. Chuuya estaba listo para cantar, pero cuando su parte iba a iniciar, el menor soltó una frase que le hizo ahogarse con su propio aire y saliva―. Por cierto, estoy saliendo con Atsushi.

Su voz se rompió mientras tosía, alcanzando las notas altas que antes no podía golpear, con espasmos en su cuerpo, mientras intentaba quitarse la incredulidad de la garganta y volvía a controlar el flujo de aire en sus pulmones. La exaltación que surgió de nuevo en él no era igual a la anterior, aquella espinosa que lanzaba palabras hirientes a diestra y siniestra. Fue más bien su típico malhumor que fácilmente desaparecía y que nadie tomaba en serio.

―¡No puedes decir algo así de la nada! ―regañó, lanzándole al menor la chaqueta que había traído consigo al no encontrar nada mejor―. ¿Por qué juegas con mis ilusiones? Yo no te críe así.

―No estoy jugando, es la verdad ―respondió, tocando pequeños acordes dispersos y diversos―. Llevamos un par de semanas.

Le creía. Akutagawa no bromearía con algo así, pensó Chuuya, le gustaba tan poco la gente, que no inventaría una relación incluso si era con el chico del cual estaba claramente más que enamorado. Además, eso explicaría la cantidad de tiempo que el menor pasaba con el teléfono entre las manos, así como su distracción durante los ensayos, o aquellas tardes en las que le pedía a Tachihara acompañar a Gin a casa, mientras él se iba por el camino contrario a quien sabe qué...

Oh, por Dios, era tan claro que quería golpearse a sí mismo. Ese pequeño bastardo les estuvo restregando en la cara lo obvio todo ese tiempo, y ellos ni siquiera se dieron cuenta. No, sin duda, él no lo crió así.

―¿Y por qué no me lo dijiste? ―reclamó―. Me siento herido.

―Te lo estoy diciendo ahora.

―Me siento herido de todas formas ―insistió, cruzándose de brazos con una expresión berrinchuda―. Pero esto es bueno, le diré a Albatross que gané nuestra apuesta e iré hoy mismo a comprarme un nuevo par de botas.

―No puedes hacer eso, Atsushi no quiere que nadie lo sepa todavía, pero te lo estoy diciendo porque me importa una mierda que no quiera. Sí su mejor amiga lo sabe, ¿por qué el mío no?

—¿Soy tu mejor amigo...?

Akutagawa no respondió, en cambio, desvió la mirada y comenzó a tocar la guitarra una vez más. Chuuya fingió no notar su vergüenza, sin embargo, conocer esa información produjo en él una sonrisa que se mantuvo por el resto del improvisado ensayo.

Al menos, cuando cantó esa vez, su voz logró mantenerse estable. El menor sostuvo su idea de realizar los tonos más altos durante la presentación, pero Chuuya le aseguró de que estaría bien. Ya estaba mejor, su cabeza más despejada también. Podría cantar. No, quería, necesitaba cantar.

Ya que su teléfono no tenía salvación, utilizó uno de los ordenadores de la biblioteca principal para enviarle un correo electrónico a la mayoría de sus contactos.

Les informó que estaría un par de días sin móvil, pero no dio detalles. Mientras seguía en ese lugar, Paul fue el primero en enviarle un correo de vuelta, y le dijo que utilizara su tarjeta para conseguir otro teléfono ese mismo día. Luego, Lippman le mencionó que tenía uno de repuesto por si quería utilizarlo hasta que consiguiera otro, pero no tomó ninguna de las opciones.

Quería pasar un par de días sin esperar llamadas y mensajes. Ya estaba suficientemente ansioso por aquella conversación que quería tener Dazai después de su presentación, como para encontrarse revisando su teléfono cada cinco minutos, esperando algo que no llegaría.

Los últimos correos electrónicos que revisó por ese día, fueron de Albatross y de su líder. El rubio se quejó por su falta de teléfono. ¿Cómo iba a enviarle todos los videos absurdos que se encontraba durante el día? Se los mostraría en cuanto llegara al departamento, amenazó, y Chuuya deseó esa distracción. Por otra parte, el pelinegro le informó que había logrado conseguir una sala de ensayos que tenía una batería y amplificadores, así que la reservó para las ocho y media.

Era bastante tarde y estaban cansados, pero no dudaron en ensayar juntos una última vez. Corrigieron errores en la marcha, se dieron críticas constructivas los unos a los otros, y Gin repartió entre los cinco los accesorios que había comprado.

Eran las diez de la noche cuando salieron de la sala. Estaban hambrientos y nerviosos por la presentación del día siguiente, pero no podían hacer más que enfrentar las dudas. Chuuya los invitó a cenar, decidiendo poner todo en la cuenta de su hermano mayor.

Pasó un rato agradable, calmando la ansiedad con las tontas bromas de Kajii, las respuestas igual de absurdas de Tachihara, la tranquila presencia de Gin a su izquierda que solo se reía de todo lo que decían, y mirando a su derecha a Akutagawa prestarle atención al teléfono otra vez. Noto que, a quien le hablaba, no tenía un nombre, solo el ícono de un tigre.

Se preguntó qué estarían haciendo su hermano y cuñado en ese momento, se preguntó si Dazai le escribió algo, pero eso lo sabría mañana.

Después de que cantara, estaría listo para enfrentarlo.



[•••]



No podía hacerlo solo, así que Dazai obligó a Yosano y Ranpo a acompañarlo esa noche.

De todas formas, los dos mayores no tenían nada que hacer. Sabía que Yosano no tenía que estar en el hospital hasta el lunes por la tarde, y que Ranpo tampoco tenía planes con su novio, ya que este estaba enfrascado en sus proyectos o algo así le comentó, no le estaba prestando atención, se sentía demasiado nervioso.

Guardó el pequeño sobre que contenía lo que escribió para Chuuya en el bolsillo interno de su chaqueta. Aunque tenía sus dudas al respecto, Ranpo le aseguró que era la mejor idea que había tenido en el último tiempo, y más le valía entregárselo al pelirrojo. Ya le había enviado un mensaje para hablar después de la presentación, y aunque Chuuya no respondió, no se echaría para atrás.

―Cálmate, solo ha pasado una semana desde que hablaron―le comentó Ranpo esa noche, cuando caminaban hacia el local―. Irá bien, te lo aseguro.

―Depende de lo que tu entiendas por "ir bien"...

Suspiró. Con un toque ligero en su hombro, que cubría la preocupación que sentía por él, Ranpo intentó calmarlo.

Eran alrededor de las nueve de la noche, las presentaciones comenzarían veinte minutos antes de las diez. Yosano no estaba con ellos, puesto que su turno en el hospital debía estar terminando en ese momento, y la mujer quería pasar por su departamento a darse una ducha antes de encontrarlos en el local. Sabía que Atsushi también estaría ahí, por nada del mundo se perdería la oportunidad de ver a Akutagawa tocar la guitarra.

Le había propuesto unirse a ellos como en los viejos tiempos, pero el albino comentó que iría acompañado de aquella chica pelirroja con la cual trabajaba, y ese otro guitarrista que solía coquetearle de vez en cuando. Se preguntó cuánto tiempo le tomaría a su pequeño amigo aceptar los avances de ese otro chico; estaba siendo bastante insistente con lo que quería de él. De todas formas, lo vería ahí, y aprovecharía de molestarle un poco para calmar su ansiedad antes de enfrentar a Chuuya.

Las calles y locales estaban llenos en ese momento, los faroles encendidos y el suave ruido de conversaciones animadas y risas lejanas llegaban de todo rincón. El sobre contra su pecho se sentía pesado. Pasó toda la semana pensando en las palabras precisas, ordenadas en una estructura que Chuuya fácilmente comprendería.

Pero, si todo era perfecto, ¿por qué se sentía tan ansioso?

Al llegar frente al local, no se atrevió a empujar la puerta inmediatamente. Desde el interior escuchaba un murmullo constante, mucha gente en cada rincón, moviéndose de un lado a otro, mientras él dudaba en entrar.

―Vamos, Dazai ―instó Ranpo, con la mano entre sus omoplatos, sosteniéndolo―. Todo irá bien.

Dazai dudó. Su palma se apoyó completamente sobre la madera, sintiendo el suave vibrar de la música aleatoria en el interior y el retumbar rítmico del bajo.

―¿Y si no me acepta? ―inquirió en un murmullo―. ¿Qué sucede si...?

―Estaré aquí para ti―aseguró Ranpo. Su respuesta atrajó la mirada de Dazai hacia él, a su sonrisa confiada, pero suave, y el apoyo sobre su espalda; aquel mismo firme y constante que le había dado casi tres años atrás cuando dejó que Oda fuera feliz lejos de él―. No puedo decirte cómo responderá Chuuya, pero puedo prometerte que yo y Akiko estaremos aquí para ti.

Lo sabía. Podía equivocarse mil veces, decir las estupideces más grandes o llorar como un jodido niño, pero Ranpo y Yosano siempre estarían ahí para sostenerle y obligarlo a ponerse de pie. Saber eso le hizo sentir más tranquilo.

Empujó la puerta, con el mayor siguiendo sus pasos y se perdieron entre la gente. El local estaba adornado con la estética de las presentaciones de ese día, las luces u objetos fosforescentes podían encontrarse en cada rincón, e incluso algunos de los asistentes vistieron acorde a una época que muchos de ellos no vivieron.

El escenario estaba vacío y a oscuras, pero Dazai pudo notar la silueta de los instrumentos sobre este. Ranpo lo guió hacia la barra. Era el mejor lugar para esperar a Yosano, su amiga sin duda querría comenzar a beber en cuanto llegara. Dazai también quiso hacerlo, al menos para calmar la ansiedad, pero tan solo recibió un golpe de Ranpo en la cabeza y el recordatorio de que no podía combinar antidepresivos con alcohol.

―¡Podría pedir una bebida sin alcohol! ―se excusó.

―Pero no la pedirás. Sé que en cuanto me distraiga, le pedirás al bartender que le agregue alcohol, pero eso no sucederá.

―Te recuerdo que soy un adulto y puedo tomar mis propias decisiones estúpidas.

―Y yo te recuerdo que tengo tu custodia desde hace tres años.

―Me voy a emancipar.

―Cuando termines la terapia hablamos de eso.

Cruzándose de brazos de mal humor, tal y como un niño, Dazai refunfuñó. Ranpo tan solo se burló de él, y le pidió al bartender una bebida dulce sin alcohol para él y su amigo, y una copa de vino para cuando Yosano se reuniera con ellos.

Dazai exigió que su vaso tuviera una pajilla azul fosforescente, y se mantuvo tranquilo junto a Ranpo mientras bebía su jugo. Sin embargo, aunque parecía perdido en sus pensamientos, intentaba encontrar a Chuuya entre la multitud. Había destellos de cabello pelirrojo a su alrededor, pero no era el mismo tono que le gustaba tanto y que cubría sus antebrazos.

No obstante, encontraron una cabeza albina que rápidamente notó sus miradas y se acercó a ellos, acompañado de la misma chica por la cual los abandonó. Por supuesto, era una broma. Atsushi dividía su tiempo entre su nuevo grupo de amigos y ellos, pero últimamente el menor estaba mucho más ocupado y disperso, así que casi no se había reunido con su grupo original para almorzar en Kyodai.

De todas formas, Atsushi parecía más feliz, y eso les alegraba incluso si ya no estaba a su lado tanto como antes.

―¡Llegaron temprano! ―saludó el chico al acercarse―. ¿Y Yosano? ¿No vendrá?

―Viene en camino ―explicó Ranpo, y luego saludó a la chica pelirroja que lo seguía―. Hola, ladrona de gatitos.

―Tengo un nombre.

―Lo sé, pero lo olvidé.

Atsushi se disculpó en nombre de Ranpo. Lucy le restó importancia, ya estaba demasiado acostumbrada a la actitud de los otros amigos del albino.

―¿Tu banda no va a participar también? ―le preguntó Dazai a la chica.

―No, no hemos tenido tiempo para pensar en la banda...

―Es una lástima, Lucy tiene una voz increíble ―lamentó Atsushi, e inesperadamente se ganó un golpe en el brazo de parte de su amiga―. ¡Oye! ¡Estoy diciendo la verdad!

―¡No me gusta que lo digas!

―Pero el niño tiene razón ―comentó Ranpo―. Tienes una buena voz, niña, solo te falta confianza.

Lucy desvió la mirada, avergonzada y sintiéndose un poco regañada. Atsushi apoyó las palabras del mayor, y le palmeó a su amiga suavemente el hombro. La chica no comentó más, pero miró hacia el escenario y observó el micrófono con añoranza.

Quería cantar. Quería estar otra vez sobre el escenario, pero no sabía cómo lograrlo. El resto de su banda no estaban tan interesados en la música como ella, era solo un pasatiempo cualquiera y no algo a lo que tal vez dedicar mucha más atención. Envidiaba eso de Black Ocean, ellos si se tomaban en serio la música, pensó, observando en silencio a Atsushi platicar con los otros dos hombres, hasta que la mujer del grupo llegó a ellos y saludó a cada uno, incluso a ella.

Se sintió molesta, y mucho más cuando Mark los encontró. El chico ni siquiera estaba interesado en las presentaciones de esa noche, tan solo estaba ahí por Atsushi, y había mantenido esa actitud durante un tiempo.

Si hablaba de música, sobre su propia banda, o canciones que claramente no estaba escribiendo, lo hacía solo para que Atsushi le prestara un poco de atención. Y lo lograba. Si se trataba sobre alguno de sus gustos, su mejor amigo estaba encantado de hablar con cualquier persona, incluso con Mark.

Pero mientras Mark pensaba que estaba ganando puntos con él, Lucy notaba los mensajes que el albino le enviaba a alguien que no tenía un nombre en sus contactos, sino solo el ícono de un dragón, un corazón negro y una guitarra.

Pobre tonto, pensó. Sentiría pena por Mark, si no estuviera molesta de que su banda iba de mal en peor.

Y cuando las presentaciones comenzaron, ese deseo de volver a cantar se profundizó. Se apegó a Atsushi, burlándose de Mark al otro lado, que la miraba con celos de que ella sí pudiera acercarse tanto al albino. Su envidia no le servía de nada, pensó, quería producir la de otro guitarrista que, si bien no le agradaba tanto, hacía feliz a su mejor amigo y molestarlo era divertido.

Y cuando fue el turno de que Black Ocean subiera al escenario, se preguntó qué pasaría si es que ella fuese la vocalista del grupo y no ese pelirrojo. Pero su voz era perfecta, pensó al escucharlo comenzar a cantar Heart of Glass y notar como su mejor amigo estaba embobado mirando al guitarrista principal de cabello negro.

Él junto a cada instrumento armonizaba tan bien. Akutagawa realmente sabía cómo lograr que aquel cantante diera lo mejor de sí en cada interpretación, y casi podía sentir cada sentimiento de decepción, ira y nostalgia en una canción a la vez tan animada.

Once had a love and it was divine

I soon found out that I was losing my mind

It seemed like the real thing, I was so blind

Much o' mistrust, love's gone behind


In between

What I find is pleasing and I'm feeling fine

Love is so confusing, there's no peace of mind

If I fear I'm losing you, it's just no good

You teasing like you do

La gente más cerca del escenario había comenzado a bailar suavemente, coreando a la par la letra de la canción que ya conocían, y aplaudiendo aquellos detalles que la voz agregaba.

Dazai había escuchado cantar a Chuuya con tal fuerza muchas veces, pero esa ocasión se sentía diferente. Su voz parecía más enfurecida que otras veces, como si no pudiera controlar sus propias emociones, pero eso solo agregaba más puntos a su interpretación.

Le hizo estremecer. Había pasado tiempo desde la última vez que lo vio sobre un escenario, cantando como si no le importara el mundo. Como si lo único que valía la pena era ese momento, que cada uno de los presentes estaba escuchándole como si sólo él tuviera la verdad en sus manos.

Once had a love and it was a gas

Soon turned out, I had a heart of glass

Seemed like the real thing, only to find

Much o' mistrust, love's gone behind


Lost inside

Adorable illusion and I cannot hide

I'm the one you're using, please, don't push me aside

We could've made it cruising, ooh, yeah

Paseándose sobre el escenario, sosteniendo el micrófono con fuerza, apegándose a su guitarrista principal, inclinándose al borde del escenario, cantando directamente hacia aquellos que estaban más cerca. Dando todo un espectáculo y luego, cuando miró a la multitud, notando los ojos marrón rojizos que le observaban al final de ese grupo que le escuchaba.

Pareció que su voz se tambaleó por un momento al verlo, como si su garganta se hubiera cerrado de golpe para sorpresa de los oyentes y de su propia banda. Akutagawa estuvo a punto de terminar la canción con su propia voz, pero como si se tratara de la explosión de un volcán, Chuuya retomó la parte final con fuerza.

Los gritos a su alrededor aumentaron, aquello le dio confianza, y cantó la última estrofa.

Once had a love and it was a gas

Soon turned out to be a pain in the ass

Seemed like the real thing, only to find

Much o' mistrust, love's gone behind

Inmediatamente, los aplausos y vítores se elevaron por todo el local. A su izquierda, Yosano dejó su bebida a un lado y aplaudió. A su derecha, Ranpo hizo lo mismo suavemente, sin comentar nada.

Por otra parte, Dazai escuchó a Atsushi y Lucy comentar entre ellos sobre la presentación. La sonrisa en el joven albino era amplia, su mirada continuó reflejando a Akutagawa en el escenario. A su lado, Mark murmuró que había sido una buena presentación, pero señaló algunos errores en la guitarra principal que claramente nadie más que él escuchó. Atsushi no le prestó atención; tomó su teléfono y tecleó un rápido mensaje a quien sabe con una sonrisa cariñosa pegada al rostro. Al notarse ignorado, la expresión de Mark ensombreció, pero aunque Dazai lo notó, no le dio mayor importancia.

Entonces, Ranpo volvió a palmearle el hombro, y luego le hizo regresar su atención al escenario. Ahí, la mirada azulina se cruzó con la suya por primera vez después de más de una semana. Le recordó a esa primera noche un año atrás, cuando los poemas rotos y los besos guardados para después dolían más que nada.

El movimiento de cabeza que Chuuya hizo antes de bajar del escenario, era imperceptible para todos los demás, pero no para Dazai. Señaló la puerta del local, la conversación que tenían pendiente, y el sobre que el moreno guardaba volvió a sentirse pesado. Le respondió con un asentimiento, le dijo a Ranpo y Yosano que saldría un momento del local para ya sabían qué, y desapareció entre la multitud.

Aunque estaban a finales de la primavera, la noche se sintió fría, pero no tanto como los ojos azules que se acercaron a él.

―No pareces muy feliz de verme, Chuuya ―bromeó, impidiendo que su cuerpo se estremeciera―. Se supone que el ofendido era yo.

El pelirrojo suspiró. No parecía de humor para sus típicas bromas. Esta bien, no era el momento adecuado para ellas tampoco.

―¿Qué quieres, Dazai? Dijiste que querías hablar, aunque no hay nada de qué hablar.

―Lo hay ―aseguró, pero el pelirrojo le restó importancia a sus palabras.

―¿Qué? ¿Vas a seguir con el tema del beso? Olvídalo, solo fue un beso y ya.

El Chuuya que conoció en Yokohama se hubiera tomado en serio ese beso, pero Dazai sabía que el que tenía frente a él, no era el mismo adolescente que conoció años atrás.

Un beso al azar, o incluso pasar la noche con un extraño que conocía en los bares u otros locales que visitaba, no tenía gran importancia para Chuuya, y él no tenía derecho a criticarlo. Ese no era su problema, pensó Dazai, incluso sí saberlo le hacía sentir profundamente celoso.

Tal vez deseaba que los besos que compartía con él, si tuvieran algún significado para el pelirrojo

―No estoy aquí para hablar sobre lo que sucedió ―dijo Dazai lentamente, procurando utilizar las palabras correctas―, pero hay algo que necesito decirte... Ya lo dije mil veces, aunque no quisiste entenderlo.

―¿Me estás llamando estúpido?

―Tal vez, pero me gusta eso de ti ―confesó, y logró que el pelirrojo callara.

La mirada de Chuuya siempre expresó todo, y vio en él un poco de temor. Por un momento, miró a su alrededor, buscando un escape, o esperando que todo fuese una ilusión. No podía perder esa oportunidad, se dijo a sí mismo Dazai, y dio un paso al frente, acercándose a Chuuya antes de que el otro pudiera escaparse. Y sin dudarlo, repitió:

― Me encanta eso de ti, incluso si me frustra al mismo tiempo.

Entonces, esa ira defensiva con la cual llegó, se rompió. La inseguridad y duda tomó lugar en sus iris, e intentó negarse a escucharlo. Notar esa reacción de Chuuya dolió, pero no iba a retroceder.

―Dazai...

―No, déjame terminar ―pidió, dando un paso hacia adelante a pesar de que los ojos azules le suplicaban que no―. Necesito decírtelo.

―No lo digas.

―Chuuya...

―No...

―Estoy enamorado de ti ―confesó, sin darle oportunidad de negarse a escuchar―. Y tal vez no me creas, por eso yo...

Tomó el sobre que guardaba y se lo tendió, controlando el temblor de sus manos y el escalofrío que sintió recorrerle. Notó la incredulidad en la mirada de Chuuya, observando aquel sobre rectangular y blanco, igual a aquel que una vez intentó darle al moreno.

―Escribí esto para ti ―dijo Dazai, atrayendo su atención una vez más. Esa duda seguía en él, pero esperaba pronto hacerla desaparecer; ya fuera con sus palabras o sus escritos―. No es tan bueno como los que escribes tú, pero yo... Espero que te haga ver que no estoy jugando, realmente estoy enamorado de ti...

Chuuya no respondió. Su mirada fue de su rostro tenso al sobre entre manos que disimulaban el temblor. Finalmente, su atención se detuvo en este, sintiendo una profunda nostalgia que hace mucho no experimentaba, y lentamente lo tomó entre sus dedos. Dazai soltó el otro extremo, conteniendo la respiración, esperando a que el pelirrojo abriera el sobre y leyera el contenido en su interior.

Con movimientos suaves, lo abrió, sin embargo, no llegó a sacar y leer su contenido. Con la mirada baja, soltó una risita que Dazai no sabía cómo interpretar. Su corazón se detuvo por un instante cuando Chuuya volvió a subir la mirada, y esos ojos azules le enfrentaron una vez.

Estaban llenos de sentimientos, y para cada uno, había solo una respuesta.

―Todo lo que tenías que hacer era quedarte ―murmuró Chuuya, acariciando el papel entre sus dedos con una sonrisa lejana―. No quería nada más que te quedaras. No quería regalos, o palabras, nada. Solo que te quedaras.

Había tanto pesar en su voz, tanta frustración que no hacía más que aumentar, mientras más miraba el rostro del moreno. Dazai quiso desaparecer esa expresión en él, e intentó tomar su mano, abrazarlo, besarlo, cualquier cosa, pero Chuuya retrocedió.

―Chuuya ―llamó, escuchando que algo se rompía, pero ¿qué era?―. Ahora estoy aquí, ¿no? Estoy aquí y no me iré otra vez...

―¿Y eso qué? ―interrumpió, sin emoción en su voz.

Ah, parecía que nadie más escuchó algo romperse, solo Dazai. Tal vez solo él podía escucharlo porque venía de su propio interior. Y mientras Chuuya más hablaba, más se quebraba.

―¿Y eso qué? ―repitió, con la misma voz desoladora y pisoteando los restos―. No eres a quien yo quería.

Bajo su falta de palabras, Chuuya volvió a cerrar el sobre. Alisó las pocas arrugas que se formaron, y con ojos azules carentes de luz, se lo devolvió.

―Odio los poemas, Dazai. Quédatelo. 

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