El Ángel de Lucifer [Completa...

By HenryMarcos

53.7K 2.4K 122

Tras una guerra que acabó con la mayor parte de los humanos, los seres que siempre se habían ocultado entre l... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 30

296 17 0
By HenryMarcos

30.- Yo controlo las sombras.


- ¡Henry!

La vi acercarse corriendo, flotando entre una nube de cabellos alborotados y el baile de su falda. Pétalos de flores volaban a su alrededor.

El prado, plagado de flores, rodeaba un copioso lago. Me puse en pie, apoyando la mano sobre el tronco de un gran árbol. La recibí con una sonrisa de oreja a oreja. Siempre había sido poco puntual.

- Vuelves a llegar tarde -dije.

- Lo siento, lo siento -contestó con apuro.

Apoyó las manos sobre las rodillas y se dejó caer poco a poco contra el árbol.

- He venido desde el pueblo corriendo. ¿Sabes lo lejos que está esto? -Comenzó a abanicarse con las manos.

- Lo sé -me agaché y besé su frente con dulzura-. Muchas gracias por haber venido.

- No las des, bobo.

Se sentó sobre la fresca hierba, ardiendo sus mejillas. Miró al suelo y comenzó a jugar distraídamente con sus dedos. Me senté a su lado.

- ¿Hay algo que te preocupe, Dana?

- Bueno... -Titubeó, apartando la mirada.

- Sabes que puedes decírmelo.

- Sé que te lo he preguntado muchas veces, pero... ¿Cuándo vas a venir al pueblo conmigo? Estoy harta de que tengamos que escondernos -dijo, como cada vez que nos veíamos.

- Dana... Sabes que no puedo ir. Es demasiado peligroso. Es demasiado peligroso que nos veamos incluso aquí.

- Lo sé. Pero yo quiero compartir mi vida contigo, no verte cada semana perdidos en medio de ninguna parte -dijo con un tono más amargo de lo que podía soportar.

- ¿No te parece bonito este prado? Tú eres más hermosa, por supuesto, pero me gusta este lugar -comenté, tratando de cambiar de tema.

Ella río. Su voz dulce se movió entre el viento, acariciando las flores y las hojas del árbol.

- Sí, es precioso -coincidió.

Se recostó a mi lado y me abrazó con fuerza. Permanecimos así durante varios minutos, disfrutando únicamente de nuestra presencia. Dana era una hermosa joven de un pueblo de montaña. Sus familiares eran buena gente, honrada y generosa. Regentaban una tienda de ultramarinos en el pueblo. Muchas veces habían pensado en ir a vivir a la ciudad, pero en aquellos tiempos el dinero no abundaba y, aunque era una época más brillante, no todos podían cumplir sus sueños.

- Henry -susurró. La miré y ella besó mi mejilla-. Te quiero. Te quiero mucho.

- Yo también te quiero -susurré.

Había conocido a Dana hacía casi medio año. Nos encontramos un día mientras paseaba por el borde del lago. Nunca he querido tener relación con el resto del mundo, pero en aquel caso hice una excepción. Desde aquel día nos encontramos con más regularidad. Al final, acabó creciendo entre nosotros una relación especial que nunca antes había experimentado.

- Hoy mi padre nos ha prometido que dentro de poco mejorará la situación económica de la familia. Quizás podamos irnos a la ciudad, ¿sabes?

- Bueno, eso está bien -asentí, tratando de ser prudente.

- ¿Cómo puedes decir eso? -Exclamó, indignada-. Si nos vamos... No te veré nunca más.

Guardé silencio. La mirada de Dana me taladró y acarició mi corazón. No pude soportar aquella mirada de reproche.

- Lo siento, pero no puedo ir -dije por enésima vez.

- Siempre dices lo mismo. Ni siquiera sé por qué "no puedes" venir.

- Sólo causaría problemas. No puedo ejercer ninguna profesión y, por encima de todo, os pondría en peligro.

Dana se puso en pie. Sacudió su ropa con esmero y avanzó un par de pasos. Su melena rojiza, caprichosa, y su fino cuerpo, se me antojaron perfectos. Sus ojos del color de la miel me observaban.

- Llevo mucho tiempo escuchando eso, y nunca me has dado una respuesta convincente. No sé dónde vives, no sé a qué te dedicas. Sólo sé tu nombre y que siempre me tratas bien. Pero ya está. Yo te he contado todo lo que has querido saber. Quiero compartir mi vida contigo, pero no puedo hacerlo si tú te niegas a compartir la tuya conmigo.

Vi su mirada triste, sus ojos apagados. Comprendí que le estaba haciendo daño.

Dana había sido la primera persona en toda mi vida a la que me había permitido querer. Yo mismo sabía que mis días con ella estaban contados, pero me aferré a ella como a un clavo ardiendo. No quería dejarla atrás, pero sabía que antes o después tendría que hacerlo.

Me levanté y me acerqué a ella. La besé lentamente. Cuando nos separamos, me arrepentí de no haber pasado más tiempo besándola.

- Lo siento.

- Sé que lo sientes -dijo-, pero yo no puedo comprometerme de esta forma con alguien que no se compromete conmigo. Entiéndeme, Henry. Nunca me has dicho nada de tu vida.

- Lo sé, pero no puedo hacerlo. Si lo hiciera, te perdería de todas formas.

Apreté los puños, impotente. Ella se acercó y me abrazó con ternura.

- Tranquilo. Hoy podemos pasar el día juntos, pero me gustaría que pensaras en lo que te he dicho. No volveré a preguntártelo; quiero que tomes la decisión por tu cuenta.

Su amplia sonrisa iluminó aquella tarde de mayo. Pasamos el día juntos. Reímos y, sinceramente, fui feliz. Siempre que estaba con ella era feliz. Siempre.

Cuando llegué a mi casa a la caída del anochecer comencé a notar un penetrante y amargo vacío en mi interior. La cabaña, perdida entre las montañas, pequeña y ordenada, no me brindaba nada nuevo. Me senté sobre la mullida cama y contemplé lo que me rodeaba. Allí no era feliz, eso era un hecho. Nunca había sido completamente feliz, porque siempre me había sentido solo y vacío. Muchas veces había llegado a pensar en que, si no podía disfrutar de la vida, lo mejor sería quitármela. Pero nunca tuve el valor para hacerlo.

Mis días pasaban y sólo huía y me escondía. Tenía suerte si podía pasar un año entero en el mismo sitio antes de que sus garras se acercasen demasiado a mi. Sabía que Lucifer me buscaba y que haría lo que fuera para encontrarme. La sola idea de volver a ser una herramienta de aquel despreciable hombre me ponía enfermo.

Traté de dormir, pero no pude. Hacía calor y el sudor se paseaba por todo mi cuerpo como una incómoda manta húmeda. Salí de la cabaña y paseé bajo el manto de las estrellas. Me alejé bastante de la cabaña. Lo suficiente para ver, entre los árboles y las rocas, una nube de humo que ascendía hacia el oscuro cielo. Provenía del pueblo de Dana.

Un sudor frío se apoderó de mi cuerpo y un pensamiento oscuro comenzó a brotar en mi mente. Traté de negarlo, pero sabía que las cosas habían comenzado a torcerse una vez más.

Desplegué mis alas negras y, sin esperar, alcé el vuelo. Sobrevolé las montañas y el bosque. El frío aire nocturno cortaba la piel de mi torso desnudo; había salido de casa sólo con los pantalones puestos, toda una imprudencia.

Tardé menos de diez minutos en llegar al pueblo. En realidad, ya no se podía considerar un pueblo.

Aterricé lentamente a unos cuantos metros. Toqué tierra y me rodeé con ambas alas. Las llamas brotaban por todas partes. Los edificios comenzaban a derrumbarse y, allá a dónde mirase, había llamas. Sin embargo, no había ninguna persona corriendo, gritando o tratando de salvarse.

Avancé entre las calles, lentamente, observando las llamas. Aquello se estaba convirtiendo en un infierno poco a poco. Comencé a notar los efectos del calor y el humo, pero no me detuve. Sólo cuando llegué a la plaza del pueblo amainé el paso. Paré frente a la iglesia, que ardía completamente. Enfrente, crucificado, yacía el cuerpo de Dana. Cortes, quemaduras y magulladuras. Su rostro sin vida manchado de sangre. Clavada en la madera, se antojaba una mártir, una pobre e inocente joven asesinada sin escrúpulos.

Caí de rodillas sin poder apartar la mirada del cuerpo de Dana. Lloré, grité y blasfemé. Luego lo pensé fríamente y no comprendí por qué me afectó tanto; realmente, siempre había sido así. Nunca había podido tener a nadie a mi lado. Y, si lo había tenido, antes o después me lo habían arrebatado. Yo ya no podía hacer nada; ella estaba muerta y el pueblo ardía completamente. En realidad, no era más que una aldea, así que no era demasiado complicado erradicarlo completamente.

Me acerqué a la cruz y, con todo el dolor de mi corazón y lágrimas en los ojos, descolgué el cadáver de Dana y luego lo tendí sobre el suelo. Iba a hacerle una tumba, era lo mínimo que podía hacer por ella.

Mientras avanzaba hacia las afueras del pueblo con su cuerpo en brazos, me arrepentí. Primero me arrepentí por no haber pasado más tiempo con ella ni haberle contado todo lo que quería haberle contado. Luego me arrepentí de haberla conocido; ella me había hecho muy feliz, pero había muerto por mi culpa, y eso era algo que no iba a perdonarme nunca. Y, por último, me arrepentí por enterrarla sin haber intentado vengar su muerte. Sin embargo, aquel arrepentimiento no duró mucho tiempo.

Ya lejos de las llamas, dejé su cuerpo bajo un árbol cercano y me dispuse a cavar una tumba donde enterrarla. Pero unos pasos a mi espalda decidieron que aún tenía algo que hacer.

Giré sobre mi mismo. Un hombre pelirrojo, joven, me sonrió. Vestía ropas oscuras y, por la expresión de su rostro, no me quedó ninguna duda. Era un enviado de Lucifer.

- Pobre, pobre -recitó-. ¿Estás triste por la muerte de tu querida novia? Gracias a ella hemos podido encontrarte. Nosotros tenemos mucho que agradecerle, pero no podemos dejar con vida a nadie que haya tenido contacto contigo, lo comprendes, ¿verdad? Todo esto es tu culpa. Si fueras un chico bueno no tendríamos que vernos forzados a hacer esto.

Guardé silencio, dejando que aquel demonio hablase. Cuando comprendió que no iba a contestarle, desistió en sus esfuerzos de entablar ningún tipo de conversación.

- Soy Nazca, un Cazador. Es un hecho que Lucifer te quiere de vuelta y, hasta que los Siete Demonios no se alcen, nadie nos prohíbe jugar a un pequeño juego de caza, ¿verdad? - Alzó una mano y de esta brotó una potente llamarada-. ¡Vamos, diviérteme, Ángel de Lucifer!

El demonio agitó la mano, lazando una llamarada. Aunque podría haberme movido, no lo hice. Entre nosotros se alzó un inmenso muro formado por la oscuridad de la noche; sombras confluyendo en una masa sólida. Tras repeler las llamas, el muro desapareció en un fino polvo oscuro.

- ¿Qué significa esto? -Preguntó el demonio-. Si no te lo tomas en serio, voy a acabar contigo.

Tras un leve movimiento de su mano las llamas comenzaron a apoderarse del suelo. Brotaron, creando un gran círculo a nuestro alrededor. El muro de llamas que nos había encerrado crecía más y más, alimentado por la energía de Nazca.

Él se lanzó hacia delante, envolviendo las palmas de sus manos en llamas. Impasible, esperé a que se acercara. Y, cuando apenas quedaban cinco metros para la colisión, su cuerpo paró por completo.

- El fuego crea luz. La luz crea sombras. Y yo... -Extendí las palmas de las manos, concentrando en ellas una esfera oscura a modo de explicación-; yo controlo las sombras.

La misma sombra del demonio, al encontrarnos rodeados de llamas, se había partido en cuatro. La sombra que quedaba a su espalda le agarró con fuerza; atenazaba su cuello y amenazaba con romperlo en cualquier momento.

- Es una lástima, pero has elegido meterte con la persona equivocada -comenté-. Dana ya no está, así que no me importa pasar por encima de quien haga falta -y sonreí, guardando una gélida compostura.

La segunda de sus sombras se alzó y agarró con fuerza uno de sus brazos. Tras retorcerlo con fuerza, este cedió. El demonio gritó, pero no pensé en detenerme. Un brazo roto no me parecía suficiente.

Después se alzó la tercera sombra, rompiendo el segundo brazo. La cuarta y última de ellas se alzó ante él. Tras contemplar sus propios ojos, comenzó a gritar y a rogarme que me detuviera. Siempre ha habido algo que me no me ha gustado nada: los cobardes. Di una palmada y el sonido de su cuello al romperse retumbó por todo el lugar. Las llamas comenzaron a extinguirse y, pronto, todo lo que quedaba allí éramos yo, ceniza y dos cadáveres.

Giré sobre mi mismo y, sin mirar atrás, comencé a cavar.

Dejé de pensar y, como un autómata, enterré a Dana. Me despedí de ella por última vez y volví a la cabaña entre las montañas. Recogí todo lo que hizo falta y abandoné el hogar. Extendí las alas y, una vez más, tuve que dejar atrás todo lo que había conseguido.

No diré que todo lo que ha habido en mi vida ha sido malo; soy una persona optimista. Pero sí admitiré que lo pasé muy mal y que nunca he tenido algo parecido a un hogar. Muchas personas pensarán que doy lástima, a otras les parecerá que no es para tanto; pero mi vida es mía, y puedo considerarla lo que a mí me parezca. Sí, he sufrido mucho, pero por lo menos tengo que dar gracias a poder seguir respirando.

Nunca me he considerado la mejor persona del mundo; tampoco la peor. Sí que me comparo con un criminal, pero también encuentro una justificación para ello. Cuando nos ponen contra las cuerdas, cada persona reacciona de una forma diferente. Yo he tomado malas y buenas decisiones; me arrepiento de mucho, pero no lamento nada. Si yo mismo no hubiese creído en mí, hoy no estaría aquí contando esto.

Dana no fue la primera ni la última desgracia de mi vida, pero sí que fue una de las más importantes. Tras pasar muchos años solo la encontré a ella; un sueño fútil que, como todos los sueños, acabó. Antes de ella viajé mucho, conocí a mucha gente y hoy por hoy están todos muertos. Sin embargo, por mucho que viajé, no encuentro en esos recuerdos nada digno que contar. Sólo veo sangre, dolor y sufrimiento, vergüenza y hastío. Todo repitiéndose una y otra vez pero en escenarios diferentes.

Después de Dana continué viajando. Porque me gustaba y porque era necesario. No podía pasar mucho tiempo en el mismo lugar porque, de lo contrario, acababan por encontrarme. Pasé más tiempo del necesario con Dana, por eso ella acabó muerta. Sigo echándome la culpa por ello.

Conocí más mundo, cometí más crímenes y fui perdiendo las ganas de seguir adelante. Sin embargo, hubo un segundo punto de inflexión que me hizo ver que, si yo no defendía mi vida, nadie lo iba a hacer por mi. 

Continue Reading

You'll Also Like

4.5K 304 21
No habían nacido omegas en la realeza desde hace 20 años, estaban casi extintos, pero en el reino más importante uno de los mellizos que tuvo la anti...
8.8K 623 22
Sinopsis: ¿Qué pasaría si... •Marinette y Adrien nunca hubieran recibido los Miraculous de jóvenes sino hasta los 20 años, mientras están en la unive...
22.8K 1.6K 33
Dios te crea para ser la primera mujer arcángel, un siglo después tu y Samael están enamorados pero no sé atreven a confesar sus sentimientos hacia e...
1.5K 137 20
La Era del Imperio Teloniano... Una era donde había transcurrido un milenio desde que la humanidad había olvidado todo sobre su pasado. Esto se debió...