El Ángel de Lucifer [Completa...

Oleh HenryMarcos

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Tras una guerra que acabó con la mayor parte de los humanos, los seres que siempre se habían ocultado entre l... Lebih Banyak

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 19

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Oleh HenryMarcos

19.- Esta partida es nuestra.


- ¿Hoax está muerto? -Pregunté.

Mi hermano asintió. Frente a él tenía el informe que acabábamos de recibir. Faltaba poco para la hora de comer y yo tenía hambre. Sentado sobre su escritorio, con las piernas cruzadas, le miré a los ojos; la misma mirada fría y desafiante de siempre.

- No es tan grave. Ambos sabemos que no es una gran pérdida. Al fin y al cabo, era el más débil de los cuatro.

- Para ti todo el mundo es un inútil en comparación contigo -dijo mi hermano.

- Por su puesto -asentí-. Todos sois unos inútiles. Dime, ¿qué haríais sin mí?

Él no contestó. Era comprensible: sabía que yo tenía razón. Y, si se atrevía a cuestionarme, simplemente prescindiría de él. Sería un engorro tener que encontrar a otro Gobernador y mantener la estabilidad del Gobierno; aún así, Crawl para mí no tenía la menor importancia. Era sólo otra de mis fichas.

Me puse en pie y coloqué bien mi ropa, una sencilla cazadora y unos pantalones oscuros.

- No podemos pasarlo por alto, de todas formas -dije-. Sólo necesitamos al Ángel de Lucifer. Los demás no nos hacen ninguna falta. ¿Eliminó Pressure a la mujer?

- Así es. Resultó más herida de lo que pensamos, sin embargo. La están atendiendo en este momento -contestó.

- Bueno... -Susurré-, la vergüenza por haberse dejado si quiera tocar por esa rata será suficiente castigo para ella... De momento. Cuando se recupere, quiero tener una audiencia con los tres Ases restantes. ¿Te puedes hacer cargo tú? Voy a estar ocupado -anuncié.

- ¿Ocupado? ¿En qué?

- Viajes de negocios. Nada que te deba preocupar, pero no sé bien cuando volveré. Hasta entonces mantén la situación actual -ordené.

- Hay grandes posibilidades de que hayamos encontrado el centro de operaciones de una Red rebelde secreta. ¿Crees que es buena idea dejar que campen a sus anchas? -Replicó.

- Crawl, ¿has jugado alguna vez al ajedrez? -Pregunté mientras salía del despacho.

- Claro que sí.

- Entonces sabrás que cuando termina tu turno tienes que dejar que el adversario haga su movimiento. Si mueves tú todo el rato, deja de ser divertido -repliqué-; déjalos creer que tienen alguna posibilidad. Da igual lo que hagan, esta partida es nuestra.

Y cerré la puerta.

Cuando avanzaba por el pasillo dorado pude ver como las puertas del ascensor se habrían. Un joven pelirrojo, de pasos decidios y un aspecto despreocupado avanzó hacia a mi.

- Buenos días -saludó con educación.

Devolví el saludo con un movimiento de cabeza y le seguí con la mirada.

Dylan Larette. Tengo grandes planes para ti.

Abordé el ascensor con una sonrisa.

Las puertas se abrieron y caminé hasta la salida del Edificio Alfa. Nada más salir alcé la mirada hacia el tercer piso. El apartamento de Blake. Hubo saltado por los aires. Chico listo, no dejó pistas ni pruebas. Todo quedó destruido. ¿Se lo puse demasiado fácil?

Introduje ambas manos en los bolsillos de los pantalones y anduve, pensativo. Si no me equivocaba, Pressure tendría que estar siendo atendida en el Edificio Lambda. Quería hacerle un par de preguntas. También se las habría hecho a Hoax, pero él nunca volvió. En todo juego siempre se pierde alguna pieza.

Abrí sin ni siquiera llamar a la puerta. Una mujer joven, de lacios cabellos rubios, me recibió en la entrada.

Buenas. Servicio técnico y hospitalario. ¿Puede mostrarme su tarjeta de identificación? -Preguntó fingiendo un tono amable y alegre.

Le mostré a desgana la tarjeta de identificación.

- Dígame dónde se encuentra ingresada Stephanie Lowrence -exigí sin mirarla.

- Habitación ciento cuatro. Segunda planta -contestó.

Me marché sin darle si quiera las gracias o dedicarle una mirada agradecida. Subí, escalón tras escalón. Odiaba los hospitales: olor a productos médicos, gente enferma, heridos, médicos, silencio. Me ponían los nervios de punta. Me daban ganas de hacerlos saltar a todos por los aires. Especialmente a las recepcionistas estúpidas.

Apoyé la mano derecha en el lector de huellas dactilares. Al reconocerme, el dispositivo emitió una luz verde y la puerta de cristal se abrió automáticamente, cerrándose con la misma facilidad una vez hube entrado a la habitación. Di un par de pasos y la vi, tumbada. Sin su maquillaje, su ropa cara, y con la mitad del pelo quemado, llena de heridas, Pressure perdía todo su encanto.

Me senté en la silla, a su lado. Ella miraba por la ventana.

- Te preguntaría si estás bien, pero realmente no me importa -comenté.

- Qué bonita forma de darme los buenos días, Aris. ¿Para qué has venido?

- Vas directa al grano, ¿no? Quiero que me respondas a un par de preguntas sobre lo sucedido hace dos días.

- Dispara -contestó.

- Imagino que sabrás que es toda una sorpresa para mi encontrarte en esta situación. ¿Te contuviste?

- Al principio sí. Luego, no. Más que contenerme, me despisté. Era lista -admitió.

- Entiendo. Pero está muerta; eso es lo que importa. Por lo menos has hecho bien tu trabajo.

No contestó. Se limitó a mirarme.

- ¿Diste información innecesaria?

- Le conté varias cosas antes de matarla. No creo que nunca nadie sepa lo que le dije

- ¿Te deshiciste de los sistemas de seguridad?

- Destruí las paredes y el suelo. Y, con ellos, los cables. A no ser que tuvieran cámaras ocultas o un generador de emergencia, no deberían haber visto nada de lo ocurrido.

Aquella no era la respuesta que esperaba. Quizás hubiera dado información confidencial al enemigo sin a penas haberse dado cuenta. Eso era malo para nosotros, sin duda. Aún así, antes o o después se iban a acabar dando cuenta. No le di mucha importancia, al final. Que se filtrase información era un daño colateral. Me puse en pie, acercándome a la ventana.

- ¿Cuándo estarás recuperada?

- Creen que dentro de una semana estaré en perfectas condiciones. De todas formas, me recomendaron que me diera unos días de reposo. Estaré fuera de juego dos semanas, me temo.

Apoyé un codo en la palma de una mano y un par de dedos en la comisura de los labios. Me quedé así un buen rato, pensando. Dos semanas, ¿no? Eso me daba tiempo de sobra para atender mis asuntos y, finalmente, reunirme con los Ases restantes.

- De momento eso es todo -anuncié, dando media vuelta y encaminándome hacia la salida de la habitación.

- Aris... -Musitó. Yo me detuve-. Nombré al Ángel de Lucifer.

Acaricié mi nuca y paré en seco. La idea de trocear su cuerpo en pedazos pequeños y sanguinolentos no se me antojó equívoca.

- Ya hablaremos más detenidamente de esto.

Aquella última declaración cambiaba algo las cosas. Un cambio minúsculo, pero igualmente molesto. ¿Por qué tenían que ser todos tan inútiles? Lo único que conseguían era complicarme las cosas.



El camino de vuelta se hizo eterno. La limusina aparcó frente a mi opulenta mansión. Abrí la puerta y ordené al chófer que la guardara en el garaje sin dirigir a penas una mirada hacia él. Me encaminé directamente escaleras arriba, hacia mi despacho. Tenía que terminar de recoger todos los documentos y archivos antes de irme.

Una pila de papeles iba y otra venía. Coloqué los archivadores en orden y bien los libros. En un momento todo estaba en su sitio. Salí del despacho y cerré la puerta con llave. Luego la tiré al aire y explotó, causando una detonación de la intensidad de un petardo de feria. En resumen: a penas hizo ruido y ni siquiera apareció humo. Ya encargaría una puerta nueva a la vuelta.

Las maletas estaban hechas desde la noche anterior. Demonio precavido vale por dos. Ordené a una doncella que bajara con cuidado las maletas a la entrada y el chófer cargó con ellas. No me molesté en cerrar la puerta. Con que no entraran al despacho me era suficiente. La puerta estaba reforzada con aluminio y un sistema de seguridad basado en ácido y choques eléctricos; estaba preparado para eliminar a cualquier intruso. Además, llevaba una copia de toda la información en un chip que siempre, en cualquier caso, llevaba encima. Algunos me llamarán extremista. Yo sólo defiendo lo que es mío con uñas y dientes.

Dejamos atrás la Capital. El viaje lo tendría que realizar en avión. Aunque en el Gobierno existían los aeropuertos, nadie podía salir del país a no ser que tuviera un permiso especial el cual, por su puesto, nunca se concedía. Yo, sin embargo, no necesitaba ese permiso. Simplemente tenía que embarcar en uno de los aviones privados del Gobierno y volar hacia mi destino. Era tan sencillo como eso.

Cerré los ojos y me recosté en el cómodo asiento de la limusina. No iba a dormir, ni mucho menos. A penas me quedaban veinte minutos de viaje. Simplemente quería evaluar la situación y pensar en el futuro. Estaba deseando que hicieran su movimiento. Aunque la partida no había hecho más que empezar, ya se estaba poniendo interesante.

Paramos, finalmente, frente al hangar. Aquel territorio, dentro del término municipal de la Capital, no era pisado más que por un puñado de personas. El puñado eran ellos. Yo, por su puesto, era la mano que los sostenía. Se trataba de un lugar árido y yermo, a penas sin vida. Aquella era la imagen que se extendía por todo el territorio del Gobierno después de la Tercera Guerra Mundial. La verdad es que hubo muchas pérdidas y fue un momento duro para el mundo en general. Pero a mí eso no me importaba lo más mínimo. Lo que importaba es que para mí fue totalmente perfecto. Me vino como anillo al dedo, y me alegro de que así fuera.

Bajé cuando el chófer abrió la puerta. Justo como quería: no me hizo esperar innecesariamente a la intemperie, había sacado ya las maletas. Sin mediar ni media palabra avanzamos hasta el hangar. Las puertas se abrieron y en cuestión de minutos, después de hacer todas las revisiones y mantenimiento necesario, embarqué.

Los asientos eran cómodos y espaciosos. Y, lo mejor era que, excepto por una azafata y los dos pilotos, estaba completamente solo. Justo como a mí me gustaba, sí.

Despegamos. Cerré los ojos nuevamente. Cuando el avión se estabilizó miré por la ventanilla. La Capital se alejaba y, poco a poco, dejaron de distinguirse los sombríos edificios. Aparte la mirada y saqué cinco cartas de póker de mi bolsillo; el As de Tréboles, el de Corazones, el de Diamantes, el de Picas, el Joker. Escribí en el reverso de las cinco nombres distintos. Comencé un pequeño juego en solitario y las barajé con tranquilidad. Al parar cogí una carta al azar, sin mirar. El As de Tréboles. En el dorso de esta yacía escrito "Hoax". Guardé todas las cosas menos esa. La lancé al aire y estalló, al igual que la llave; me encantaba que las cosas salieran bien.  

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