El Ángel de Lucifer [Completa...

By HenryMarcos

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Tras una guerra que acabó con la mayor parte de los humanos, los seres que siempre se habían ocultado entre l... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 11

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By HenryMarcos

11.- ¿Alguien quiere bailar?


Agarré la fría lata de refresco que había estado esperando durante todo el día. No podíamos parar mucho a descansar; no podíamos perder tiempo. Había que darse prisa. El tacto gélido del aluminio se propagó por todo mi cuerpo. Al salir de la estación de servicio con la lata entre las manos sentí como me recorría un escalofrío.

Me acerqué a ellos contemplando el paisaje. Aunque no había mucho que apreciar. El mismo páramo sin vida que se extendía a lo largo de todo el Gobierno. De vez en cuando te encontrabas con algún animal o árbol medio seco. Pero no era lo más corriente. La estación se servicio se encontraba en mitad de aquel páramo, a la izquierda de la interminable carretera. No sabía cuanto duraría aquel viaje, pero teníamos que seguir adelante.

Dejé la lata aún sin abrir sobre una de las mesas que quedaban en las afueras de la estación, justo en la que estaba rodeada por los demás. Los miré a todos. Como siempre, nadie tenía nada que decir. Eran pocas las conversaciones que habíamos tenido desde que dejamos atrás la Capital. Todos estábamos asustados.

Forcé una ligera sonrisa.

- ¿Tenemos ya el depósito lleno? – Pregunté.

- Sí – contestó él sin dar más información.

Blake siempre había sido así; una persona muy poco habladora. Supuse que no podríamos pasar mucho más tiempo allí, teníamos que seguir nuestro camino. Me apresuré a abrir la lata y beberla; sabía perfectamente que Blake odiaba que comiéramos en su coche. Tan simple para unas cosas y tan complicado para otras.

Lancé la lata al cubo de basura más cercano una vez estuvo vacía.

No sabía qué hora era exactamente, pero había amanecido hacía muy poco tiempo. Nos habíamos pasado la tarde y la noche entera conduciendo. Estábamos cansados pero no podíamos permitirnos un minuto de descanso. Supuse que aquel era el precio de la libertad.

Jane nos informó aquella misma noche, mientras le tocaba conducir a ella, que lo mejor sería que buscáramos un lugar para instalarnos lo antes posible. Cuanto más tiempo pasáramos dando vueltas sin sentido, más aumentarían las posibilidades de que terminásemos ejecutados en el patíbulo de la Capital. Sin duda, todos estuvimos de acuerdo en que tendríamos que encontrar un muy buen escondite. Y, por suerte, Jane conocía uno. En seguida pusimos rumbo hacía París. Algunos dicen que era conocida como la ciudad de la luz y del amor. Ahora se cuenta que es la ciudad en la que existe más barbarie de todo el Gobierno, en la que los Custodios son los más incompetentes y las bestias más peligrosas. El lugar perfecto para nosotros. Allí no correríamos el riesgo de ser capturados por el Gobierno, al menos en principio, sin contar con los contactos de Jane. No esperaba que aquella sencilla camarera pudiera esconder tantos secretos. Ella misma admitía que sabía tanto porque había viajado mucho, conocido a mucha gente y comprado buena información a precio de ganga. Sin duda, teníamos que agradecerle a Jane lo que estaba haciendo por nosotros toda la eternidad.

Sheryl fue la que peor lo pasó. No pudo dormir en toda la noche. Aún así, se mantenía firme y nos seguía sonriendo como si no estuviera rompiéndose por dentro. Poco a poco nos fuimos conociendo más entre nosotros. En poco tiempo habíamos congeniado mucho. Quizás porque éramos conscientes de que podíamos cavar nuestra tumba mutuamente. Si a alguien se le fuera la lengua, si delatara a otro... Nos podríamos dar por muertos. Comenzaría el caos. Y eso es algo que todos teníamos presente, quizás demasiado presente.

Aún nos quedaba un largo viaje, pero todos teníamos la esperanza de que, cuando terminase, las cosas nos irían mejor. Por lo menos yo sí que tenía esa esperanza. Blake siempre decía que yo era demasiado optimista. Soy de esas personas que prefieren esperar cosas buenas antes que rendirse ante una desgracia. Prefiero afrontar los problemas. Después de ver el tipo de habilidades y la forma de pelear de Blake, me decidí a entrenar. Él no estaba de acuerdo, pero desde que me dijo que mis habilidades podrían ser más grandes de lo que creía, decidí que podría ser de ayuda y que quería estar preparado ante cualquier problema. Aún así, por mucho que le insistía para que, en cuanto encontrásemos un lugar estable en el que residir, me entrenase, él siempre me contestaba que no. Comprendía su preocupación. Pero no me pareció justo dejar las tareas más peligrosas para Blake y Sheryl. Me daba igual que fueran los más preparados y que estuvieran acostumbrados. Sabía que podía ser de ayuda.

Al contrario que yo, Jane no tenía ningún interés por darse de palos con ningún Custodio ni cualquier otro tipo de criatura. "Hay formas alternativas de defenderse", dijo ella, "¿quieres que te enseñé a preparar algún veneno casero". "No, gracias", dije yo.



Me tumbé de lado y apoyé la cabeza en el regazo de Blake. Encogí un poco las piernas, lo suficiente para no estar incómodo en la parte trasera del coche. Cerré lo ojos y noté como las yemas de los dedos de Blake se deslizaban entre mi cabello. Suspiré, aliviado, justo cuando el motor del coche se encendió y salimos a toda velocidad de la estación de servicio.

Giré la cabeza lentamente y alcé la mirada. Él estaba mirando por la ventana, con un puño apoyado en la mejilla. Tenía la misma expresión neutra y distante de siempre. Pero yo sabía que, aunque Blake no quisiera aceptarlo, tenía un gran corazón. Sólo había que darle tiempo, dejarle que se acostumbre a las personas. Y, entonces, el día menos pensado, te das cuenta de que se ha convertido en una persona muy importante para ti. Quizás no la más divertida ni la más ociosa, pero sí en la que más puedes confiar. Quizás por eso me enamoré de él. Nunca me he preguntado el por qué; es algo que no es necesario preguntar. Cada vez que recuerdo quien es la persona que tengo al lado, todas mis penas se alejan volando, veloces, sin quedar ni un solo recuerdo de su existencia.

Los dedos de Blake continuaron su masaje. Estaba agotado. Me quedé dormido.

Desperté justo cuando el coche dio un frenazo importante, haciendo que los cuatro que íbamos dentro nos sacudiésemos violentamente. Me incorporé todo lo rápido que pude. No parecía haber ninguna urgencia; los demás estaban más o menos tranquilos. Más bien, emocionados. Miré por una de las ventanillas del coche y pude observar que estábamos frente a dos altas torres de control y una gran alambrada, la cual rodeaba una imponente ciudad de edificios sombríos. Era de noche.

Sheryl abrió la puerta y bajó del coche, movimiento que imitó Blake.

- No bajéis, ¿entendido? – Nos dijo él.

Jane y yo nos quedamos en el coche mirando a través del salpicadero. Sheryl y Blake se acercaron a los Custodios que se encargaban de regular la entrada y la salida de la ciudad. Estuvieron un rato hablando con ellos hasta que, al final, Sheryl le tendió a cada uno un puñado de billetes bien doblados. Ellos dejaron el paso libre y, al volver al coche, actuaron como si no hubiera pasado nada. Fruncí el ceño, confundido, observando como dejábamos atrás la entrada a la ciudad con el ronroneo del motor de fondo.

- ¿Qué ha pasado ahí? – Pregunté.

- Pasa que en cuanto ven una suma suculenta de dinero, pierden toda su lealtad hacia el Gobernador – intervino Jane con un tono divertido.

- Ni yo lo habría explicado mejor... - Concluyó Blake.

Era verdad que aquella era una de las ciudades más corruptas del Gobierno, si no la que más. Y aún no había visto ni la mitad. Paramos delante de la puerta de titanio oscuro. Era un calco de la que había en la Capital.

Jane bajó del coche y antes de cerrar la puerta nos dedicó una sonrisa cómplice.

- Tengo que hablar con mi conocida, así que... ¿Por qué nos os dais una vuelta o hacéis algo hasta pasadas unas horas?

-Son casi las doce de la noche, Jane...

- ¿Y qué? Seguro que por aquí hay un montón de sitios entretenidos. Podríamos darnos un respiro, ¿no? – Preguntó Sheryl.

Blake nos miró a los tres, uno por uno. Acabó cediendo.

- Pero sólo un rato.

- No os olvidéis de tardar lo justo, tampoco es bueno que nos mantengamos tan expuestos – nos recordó Jane antes de despedirse de nosotros con la mano y acercarse a la puerta de titanio.

Avanzamos hacia el centro de la ciudad. Cuanto más nos internábamos en ella, más empeoraba la situación. Más violencia, más dolor... Al lado de aquellas escenas, las que se sucedían Capital se quedaban cortas.

Paramos delante de un edificio que nos llamó mucho la atención por el hecho de que era el único edificio de la ciudad que parecía distinto. De construcción antigua, muy antigua, la edificación presentaba un tejado de color rojo intenso. No tardamos nada en bajar del coche y atravesar la puerta de entrada. Nos recibieron un par de tipos trajeados, repeinados y bañados en un perfume que olía demasiado fuerte. Les preguntamos si aquel lugar se trataba de algún tipo de bar o restaurante. Nos indicaron con demasiada amabilidad el camino que teníamos que seguir. Abrimos una puerta roja y nos encontramos con un mundo de luces, música y desenfreno. Una enorme pista de baile a rebosar de hombres de todo tipo y de mujeres vestidas con fogosos vestidos que dejaban poco a la imaginación nos dio la bienvenida, flanqueada por las mesas de los que, tomando una copa, disfrutaban del espectáculo. ¡Aquello era mucho mejor de lo que esperaba! Era algo que nunca había visto, un ambiente de felicidad y dicha que no se parecía en nada a lo que había fuera. Noté una mano agarrando la mía y Blake señaló una mesa que quedaba a unos metros de nosotros.

El camarero no tardó en llegar. Pedimos unas cuantas copas y nos deleitamos con el vivo espectáculo. De pronto, al finalizar la canción que estaba sonando, las luces se apagaron y un foco de luz se alzó de entre las sombras, alumbrando un pequeño balcón sobre la pista de baile. Un piano y un pianista; un chico joven, sonriente, trajeado y de ojos verdes. Sus dedos se movieron ágiles sobre las teclas del piano, consiguiendo que el instrumento cantara notas que nunca antes había escuchado sucederse con tanta armonía. Un solo de piano que dejó a todo el mundo en silencio. Una última nota quedó en el aire. La música parecía flotar en el ambiente. Podías oler su aroma y admirar su belleza. El pianista se arregló un poco su media melena del color oscuro de los granos de café y tornó la mirada al público.

- ¿Alguien quiere bailar?

Su sonrisa fue seguida de un gran alboroto; gritos de entusiasmo por toda la sala. Las luces aparecieron de nuevo y, las bailarinas, con gran alboroto, irrumpieron en la pista, seguidas de hombres, que, animados, las seguían en sus movimientos frenéticos y excitantes, al ritmo de la música.

- ¡Vamos a bailar, Blake! – Exclamé, entonces, dejándome llevar.

- Yo no bailo – dijo, cortante-; además, no podemos olvidar que estamos en "búsqueda y captura". Está bien que nos divirtamos un poco, pero tampoco tenemos por qué exhibirnos de esa forma...

Mi sonrisa fue sustituida por una mueca incómoda. Sí, tenía razón, no podíamos pensar en divertirnos cuando estábamos en el punto de mira del Gobernador y Aris.

De pronto noté una mano sobre mi hombro. Pensé que era Sheryl, por lo que, sonriente, me giré hacia ella. Pero no, no era Sheryl. Observé a la voluptuosa mujer que tenía enfrente de mí. Con los tacones que llevaba puestos, me sacaba un par de dedos de altura. Me agarró del brazo con las dos manos y comenzó a tirar de mí.

- Venga, sal a bailar conmigo, guapetón – soltó, guiñándome un ojo.

No supe como reaccionar. Miré a Blake, buscando alguna salida para aquella situación. Pude ver como a él también estaban acosándolo un par de mujeres para que saliera a bailar. Su cara era un poema y las carcajadas de Sheryl se escuchaban por todo el lugar. Hasta que Blake se cansó. Y con la habilidad que siempre demuestra para estas cosas, comenzó a gritar cosas poco agradables. El revuelo comenzó en seguida. Me encontré rodeado de gente gritando, insultando y pegándose en cuestión de segundos. ¡Y todo por que nos habían pedido salir a bailar! Noté como alguien me alzaba, cogiéndome como si fuera un saco de patatas. Me llevé las manos a la cabeza, sin saber bien qué estaba pasando.

Pasados unos intensos segundos me encontré siendo colocado con cautela en el suelo de la calle, justo en frente de la puerta del local. Miré a mí alrededor y encontré a Sheryl arreglándose la despeinada melena y soltando unas cuantas indecencias. Blake estaba poniéndose bien la ropa. Los gorilas que nos habían sacado del local se retiraron y nos dejaron a solas en medio de la calle.

- ¡Blake, te has pasado! – Exclamé entonces, por inercia.

- Nos estaban metiendo mano -replicó.

- Sólo querían bailar...

- Claro que sí, Klaine, y por eso nos estaban sobando. Querían llevarnos a la cama.

- Blake tiene razón -me dijo Sheryl-. Pero tampoco tendrías que haberte puesto así... - le dijo a él.

Desvié la mirada al suelo, molesto. Noté un tímido beso en mi mejilla y luego un brazo apoyándose en mis hombros. Miré a Blake a los ojos.

- Perdonado – dije, y entonces escuché una leve risa procedente de la entrada al local.

Nos giramos para descubrir al pianista de ojos verdes en el umbral de la puerta. Siendo el traje sustituido por uno vaqueros desgastados y una sencilla camiseta negra, adquiría un aspecto mucho más juvenil e inocente.

Alborotó un poco su melena marrón, la cual casi le llegaba a los hombros.

- La habéis liado parda ahí dentro, ¿no?

- Tú eres el pianista... - Musitó Blake.

Él asintió y se acercó un poco.

- Sois gente interesante – soltó de repente-. Soy Henry Gray, un placer. Estáis invitados a volver por aquí cuando queráis, siempre que no le hagáis nada a las bailarinas.

- Tranquilo, no se repetirá – intervine yo antes de que Blake pudiera soltar cualquier burrada.

- ¿Has terminado de trabajar? Si quieres podemos acercarte a tu casa – dijo, de repente, Sheryl.

Blake la asesinó con la mirada. Estaba claro que era totalmente imposible que Sheryl no fuera amable, incluso en nuestra delicada situación. Henry, el pianista, se llevó un par de dedos a los labios. Parecía estar meditando la propuesta. .

- Yo voy a hacer una visita a la Urbanización Central, ¿no os importa?

- ¡Claro que no, nosotros también vamos para allá! - Exclamó, de nuevo, Sheryl.

Acabamos los cuatro cómodamente sentados en los asientos del coche, de camino al bosque de edificios oscuros y angulosos. 

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