El Ángel de Lucifer [Completa...

By HenryMarcos

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Tras una guerra que acabó con la mayor parte de los humanos, los seres que siempre se habían ocultado entre l... More

Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44

Capítulo 4

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By HenryMarcos

4.- Te convertiste en una de mis fichas.


Cerré la puerta de mi dormitorio con fuerza. Seguro que el portazo se había oído hasta en el despacho de Crawl. Crawl. No debía acordarme de él. Si revivía aquel momento cometería alguna locura.

Aquel no iba a ser un buen día. El hecho de tener que ir a hacer uno de los estúpidos, pero bien remunerados, encargos de Aris me desestabilizaba aún más. A parte de que no soportaba a aquel hombre, me estaba haciendo permanecer despierto, atrapado en la realidad, más tiempo del que yo quería y, quizás, más de el que podía soportar.

Entré a la cocina, buscando algo de comer antes de irme. Lo miré todo de arriba abajo. Sí, como siempre, los platos estaban metidos a presión en el lavavajillas y la puerta de este sin cerrar. Tenía un montón de cosas tiradas por todas partes y, por si fuera poco, la nevera abierta de par en par. Así, a simple vista, calculé que por lo menos tres o cuatro cosas se habían echado a perder. No me paré a ordenar la cocina; se me había pasado el hambre.

Abandoné, de nuevo, mi casa. Pasé del ascensor para encaminarme escaleras abajo hasta el sótano que hacía las veces de garaje. Nada más entrar los sensores de movimiento instalados por el lugar me detectaron y las luces se enchufaron automáticamente.

Cuando abrí la puerta del conductor de mi deportivo sin marca ni matrícula alguna ya deberían ser casi las cinco y media. Entre unas cosas y otras el tiempo había ido pasando más rápido de lo que creía. Como Aris vivía en la otra punta de la ciudad, en las afueras, me iba a llevar más o menos cuarenta y cinco minutos llegar hasta allí. Tenía casi el tiempo justo de pasar a por un paquete de tabaco y hablar un poco con el chico de cabellos oscuros que trabaja en el bar. Pronuncié, con un tono más firme de lo que esperaba, la palabra "arranca" y el coche arrancó. En seguida lo conduje hasta la puerta de acero que marcaba la salida del sótano, una rampa ascendente que daba a la parte delantera del Edificio Alfa.

En cuando la puerta estuvo abierta del todo pisé el acelerador como si la vida me fuese en ello. Mandé con un comando de voz que se atase el cinturón de seguridad y salí como una bala hacia el bosque negro.

Pegué un frenazo ante la inmensa puerta oscura hecha de titanio, como los barrotes que rodeaban la Urbanización, que se encargaba de marcar las distancias entre el mundo de los privilegiados y de los que no tenían tanta suerte.

Contesté al Custodio que se encargaba de regular el tráfico desde el interior de la Urbanización con un tono gélido, señalando que era el Capitán de la División Técnica, y éste en seguida se retiró a abrir la gran puerta de titanio. Los Custodios, sea cual sea el papel que estuviesen desempeñando, llevaban el mismo traje. Todos iguales. Unas botas negras hasta la rodilla, unos pantalones negros que en muchos casos les vienen grandes o pequeños y una chaqueta del mismo tono de negro que tenía el símbolo del Gobierno; aquel clavel envuelto en un aro de fuego.

Después de bastantes carreteras, semáforos, señales de tráfico y transeúntes que me asesinaban con la mirada, aparqué unos metros más allá de la puerta del bar.

Bajé del coche sin pararme a mirar a nada ni nadie en especial y el vehículo se apagó solo. Lo que tenía que ver yo allí lo tenía demasiado visto: gente tirada por el suelo, vagabundos y otras personas con pinta de todo menos de ser amigables, así como peleas, palizas, golpes y sangre sin control por parte de los Custodios; suciedad por las calles, fachadas y asfalto destrozado, completamente dejado; ausencia de parques y zonas verdes, completamente convertidas en ruinas y escombros. Así era el Gobierno fuera de las maravillas de la Urbanización Central. Era realmente lamentable. ¿Cómo había permitido el mundo, o por lo menos aquella parte del mundo, terminar de aquella forma?

Entré en el bar con la misma expresión hostil que tenía siempre, pero nadie, absolutamente nadie, me dirigió una mala mirada o hizo comentario ofensivo alguno hacia mi persona. En unos cuantos pasos llegué hasta la barra del bar. Crucé los brazos sobre esta y eché el cuerpo un poco hacia delante para ponerme cómodo. Observé la mirada ambarina de Klaine durante unos instantes y él se quedó quieto para que pudiese hacerlo. Después él sonrió y me hizo la misma pregunta de siempre.

- ¿Cuándo vas a dejar el tabaco?

- Cuando tú dejes de trabajar aquí.

Aquello era lo que le respondía siempre; cuando él dejase de trabajar allí ya no tendría un motivo en especial para ir a aquel local infesto. Además, sin las conversaciones con Klaine no es lo mismo por muy estúpido que suene.

Se rió; dos golpes de voz suave que resonaron en mi cabeza. Era un chico joven, quizás de no más de veinte años. Y, bueno, quien dice chico, dice demonio. Klaine tenía el cabello oscuro y casi tan largo como yo, con algún rizo u ondulación entre sus mechones negros. Sin duda no tenía el pelo tan brillante y cuidado como el de Aris, que era del mismo tono, pero seguía siendo muy bonito. Sus ojos eran de un inusual color ámbar y su piel tenía el tono pálido que tienen todos los demonios, o, por lo menos, los que yo conocía. Su rostro fino, atractivo y joven, le daban un aire de inocencia que lo volvía irresistible entre la clientela femenina del bar: casi siempre iba él a atender a las pocas mujeres que por allí aparecían.

Me contestó con aquel tono de voz dulce y tímido que le caracterizaba.

- ¿Aún sigues con esas? Si la cosa sigue así vas a seguir fumando durante mucho tiempo -aseguró.

- ¿Sigues sin encontrar nada? -Pregunté yo tratando de cambiar de tema.

- No, nada de nada. Parece que la suerte no está conmigo. O eso, o que estoy destinado a trabajar detrás de una barra el resto de mi vida.

- ¿Quieres que te intente buscar algo? Sabes que tengo contactos.

- Déjalo, Blake, seguro que ya tienes bastante con lo tuyo -se limitó a decir; por su expresión quizás no quería haber dicho eso.

- ¿A qué te refieres?

¿Qué se suponía que sabía Klaine de mí que yo no le había contado? Porque, aunque nos llevásemos bien, aún estaba el impedimento Empleado-ciudadano; no debíamos tener contacto más allá de lo laboral.

- El ascenso, Blake. Aquí las noticias vuelan, ya lo sabes -dijo él.

- ¿Te crees todo lo que dicen los borrachos?- Traté de bromear, alejando el tema de mi ascenso.

- Me fío más de ellos que de la programación del Gobierno - y yo compartía su opinión. Continuó-; de todas formas, lo vi en las noticias hace poco. Estarás contento, ¿no?

¿Han emitido un comunicado del ascenso tan pronto? -Pensé.

- Pues no. Yo no pedí esto -contesté inmediatamente.

- Sabía que dirías eso. Eres el único que piensa así.

- Entonces, ¿a ti te gustaría ser un Capitán, traicionar a los que te están apoyando y se consideran tus amigos?

- Vale, somos los únicos que pensamos así.

Sin que le dijese nada, con aquella pequeña sonrisilla que solía esbozar de vez en cuando, se giró hacia uno de los cajones que quedaban a su espalda. Sacó un paquete rectangular de cartón, adornado por alguna marca de tabaco, y me lo lanzó. Yo lo cogí al aire y, después de guardarlo en uno de los bolsillos de la cazadora, le pagué el precio habitual.

Él cogió el dinero y lo guardó en la caja, pasando después a apoyar los codos sobre la desgastada madera de la barra y la cabeza sobre las manos. Volvió a mirarme.

- ¿Adónde vas ahora? -Preguntó.

- A trabajar.

- Ah, pero... ¿Los Capitanes hacen trabajo de campo? -Bromeó.

- No, bueno, creo que no. Supongo que eso vendrá explicado en algún informe, ya que no tengo ni idea de qué es lo que se supone tiene que tengo que hacer ahora -comenté sin esperar que el chico lo comprendiese. Fueron, más bien, palabras hacia mi mismo-. Voy a una reunión importante.

- Antes no tenías reuniones importantes. Llevas a penas unos minutos siendo un Capitán y ya se te ha subido a la cabeza -continuó bromeando, quizás intentando aliviar la tensión que se palpaba a mi alrededor.

- Gajes del oficio, Klaine -seguí la broma.

- Sí...- Susurró él incorporándose de nuevo tras el mostrador. Luego, para mi sorpresa, extendió una de sus manos hacia mí. Yo no me moví; le dejé deslizar las yemas de sus dedos sobre el símbolo del Gobierno que tenía grabado en el cuello. Su mirada se tornó distante-. Aún así... - Prosiguió, retirando la mano- ¿a qué hora es esa reunión?

Miré el reloj que llevaba a la muñeca. Entre unas cosas y otras se habían hecho las seis y cuarto y aún me esperaban unos veinte o veinticinco minutos de camino a casa de Aris. Posé la mano sobre mi cuello distraídamente. A todos los Empelados nos grababan el símbolo del Gobierno. Era una forma de demostrar de quién éramos propiedad. Tras el proceso de alteración genética que había que pasar forzosamente te marcaban como ganado de matadero. Sólo éramos herramientas artificiales que habíamos sido transformadas en lo que éramos sin tener si quiera opción a elegir. Nadie elige ser un Empleado. A algunos les toca, a otros no. Y ya no sabía qué era mejor, si serlo o no serlo.

- Tranquilo, con salir de aquí dentro de unos minutos seguro que me da tiempo de sobra a llegar -aseguré.

- Espero que te vaya bien. ¿Sabes? Me gustaría que vinieses algún día a algo más que a por tabaco. Te invitaría a una copa - dijo de repente.

¿En serio? ¿A mí? -Pensé.

Era la primera vez que alguien que no eran ni Dylan ni Sheryl ni Kyle me invitaba a algo. Pero eso era lo que hacían los amigos, ¿no? Klaine se convirtió en una persona muy importante para mi. Quizás no fuese muy normal considerar al chico que te vende el tabaco un amigo, pero teníamos una buena relación; siempre conseguía relajarme y pasarlo bien con él. Si no hablábamos más era por nuestra posición social.

Al ver que no respondía insistió.

- ¿Qué me dices?

- Bueno, no creo que esté del todo mal. Cuando quieras, me paso -titubeé.

- Perfecto. ¿Qué te parece si me dejas tu número y ya te llamo cuando libre una noche?

- Eh... Sí, claro - sacudí un par de veces la cabeza sin saber muy bien qué estaba pasando.

A mí no me importaba en absoluto la clase social, pero no sabía qué podrían hacer los demás. Había muchas variables. De todas formas... ¿qué importaba? Sólo era una amistad como cualquier otra y, además, nadie, ni siquiera el Gobernador, tenía por qué meterse en mi vida privada.

Rápidamente le apunté mi número en una servilleta. Se lo di sin decir nada y él lo guardó en uno de los bolsillos de los pantalones vaqueros que llevaba, raídos y desgastados.

Él retomó la palabra al ver que yo no decía nada.

- Gracias. Te llamaré, lo prometo. Bueno... Siempre que no haya ningún problema - entonces fue consciente de que la situación no era la más corriente ni la más conveniente del mundo-. ¿Crees que pasará algo por esto?

-No - contesté sin más-. De todas formas, trata de que nadie se entere, ¿vale?

A parte de que era demasiado raro que un Empleado y un ciudadano tuviesen una relación cordial, cuando la cosa iba a más, como en nuestro caso, si esa relación de amistad, amorosa, o de cualquier tipo salía a la luz, se comenzaba a difamar sobre ella. Conspiraciones, grupos rebeldes... Habían ejecutado a mucha gente por aquel tipo de cosas, y no iba a permitir que le pasase lo mismo a Klaine.

Él asintió, sonriéndome de nuevo. De alguna forma, yo también sonreí.

Miré de nuevo mi reloj. Estaban a punto de ser las seis y media, por lo que tenía que irme inmediatamente. Aris había sido claro; si no estaba allí a la hora marcada, iba a tener problemas. Me despedí de Klaine deprisa y corriendo y salí del bar.

Me subí al coche y lo puse en marcha. Decidí no darle más vueltas al tema de Klaine. Era una estupidez pensar que podían castigarnos por llevarnos bien. Además, ya nos conocíamos desde hacía años; era algo normal que quisiéramos vernos más a menudo, como hacen las personas normales. Pisé de nuevo el acelerador y me adentré en el laberíntico circuito de calles de la ciudad. No tardé mucho en tomar la carretera que llevaba a las afueras de la ciudad, al barrio residencial dónde los que no eran Empleados pero se podían permitir un estilo de vida sobresaliente tenían plantadas sus imponentes mansiones. La mayoría de ellos eran o conocidos de Crawl, o familiares, o incluso algún que otro aprovechado corrupto.

A la derecha de la carretera se podía ver el gran edificio de color blanco, alejado de esta unos cuantos metros. Estaba rodeado por una verja de varios metros de altura, terminada en un alambre de espinos. Las ventanas tenían barrotes. Los exteriores eran, desde la base del edificio hasta la verja, una gran superficie de asfalto. Y nada más. Aquello era el Criadero, dónde los pocos seres humanos que quedaban en el Gobierno eran alimentados, cuidados y sacrificados como ganado con el objetivo de que las razas que se alimentan de ellos tuvieran una forma de sobrevivir. De ellos se aprovechaba todo, hasta el alma. Tras la caída de la raza humana en la Tercera Gran Guerra, los seres ocultos surgieron a la superficie y lucharon por los nuevos y libres territorios. Europa se la quedaron los demonios.

Dejé de mirarlo. Me centré de nuevo en la carretera y no tardé mucho más en entrar en el barrio residencial. No era un barrio especialmente grande. Más bien, era el más pequeño de la ciudad. Sólo constaba de unas diez manzanas de mansiones o de edificios increíbles de grandes dimensiones.

Aparqué delante de una casa de tres plantas. Era enorme. La fachada, sencilla, era de un color rojo demasiado chillón para mi gusto. Abandoné el coche y avancé hasta la puerta principal por un pequeño camino hecho de láminas negras. A parte de aquel camino, todo lo que rodeaba la casa era un inmenso jardín de césped bien cuidado, recién cortado, y bastantes plantas, sobre todo plantas aromáticas o de flores muy llamativas. Sin duda todo aquello, tan extravagante y excéntrico, no podía ser de nadie más a parte de Aris. Se notaba que le gustaba presumir. Su casa era la más grande del barrio.

Golpeé la puerta unas cuantas veces con los nudillos. Esperé. Nadie contestó. Luego probé con el timbre. Esta vez no tuve que volver a llamar. La persona que me había abierto la puerta, una mujer morena, algo más bajita que yo, se inclinó a modo de saludo. Luego me invitó a entrar. No la había visto antes. Bueno, es normal, nadie suele durar mucho junto a Aris. La mujer se retiró cuando llegamos al pie de las escaleras de caracol que ascendían hasta al segundo piso, y luego, hasta el tercero. La primera planta constaba de un recibidor, el salón principal y las habitaciones de los criados. La segunda planta, a la que acababa de llegar, tenía la habitación de Aris, su despacho, un par de baños y alguna que otra sala más a la que yo no había entrado. Supuse que la cocina y los baños de los criados se encontraban en la primera planta, al igual que el resto de salas necesarias en aquella mansión. O tal vez estuviesen repartidas entre las dos primeras plantas. Nunca pisé la tercera planta.

La decoración de la primera y la segunda planta seguía la misma línea: tonos oscuros y formas simples, sin mucha complicación en la disposición de los muebles, pero con buen gusto. Ni muy sobrecargado, ni opulento, pero tampoco dejado. Tenía el toque justo de todo, sin pasarse con nada. La verdad, me gustaba aquella casa. Lo que no me gustaba era el dueño.

Estaba a dos pasos de la puerta de su despacho cuando se abrió de par en par. Su figura esbelta apareció detrás de esta. Se sorprendió levemente. Quizás no esperaba verme allí plantado. Antes de que pudiese abrir la boca o hacer nada rió con suavidad. Llevaba uno de sus trajes negros, casi tan oscuros como su cabello; su afilada mirada roja; su rostro joven, afilado, inteligente y apuesto. Era, en pocas palabras, un demonio con el aspecto de un ángel.

- ¿Sabes? Tienes suerte. Ahora mismo iba a ordenar tu ejecución inmediata - dijo él con aquel retintín suyo que me sacaba de quicio.

- ¿Y eso por qué?

- Porque acaban de dar las siete en punto y tú no habías aparecido aún por aquí. ¡Pero veo que no es así, aquí estás! Vamos, pasa, no nos llevará mucho tiempo.

Y, sin más, se dio la vuelta y volvió al interior de su despacho, una sala pequeña repleta de estanterías, una mesa, sillas y algún que otro artefacto que no supe identificar. Yo, sin hacer comentario alguno, tragándome algún que otro insulto, le seguí. Me senté en la silla que quedaba enfrente de su mesa de trabajo, si es que aquel tipo realmente trabajaba, y él se sentó en la que quedaba enfrente de la mía. Posé las dos manos sobre mi regazo, observando sus ojos. No habían pasado ni cinco minutos y ya estaba harto de tenerlo delante de mí. Su afilado rostro permanecía impasible; no cambiaba su expresión de diversión.

- Tendré que preguntar, ¿no?

- Por supuesto. Aquellos que son inferiores tienen que rogarme antes de que yo les deje trabajar para mí - aseguró, muy convencido de sus palabras.

- No pienso rogarte -le desafié.

- Lo sé, y eso es lo que me gusta de ti -comentó, empleando un dejado tono amable-. Eres tan obstinado, tan cabezota, tan deliciosamente imbécil. Dan ganas de abrirte la cabeza y exprimirte el cerebro con tal de comprender tu forma de pensar y ver el mundo.

- ¿Se supone que tengo que contestarte a eso?

- ¿Ves? ¡Eres único, nadie más se habría atrevido a decirme algo así! -Y, en pleno ataque de euforia, se levantó de la silla, dando con las palmas de las manos sobre la mesa. Con una sonrisa de oreja a oreja se inclinó sobre mí-. Siempre que te veo siento unas ganas increíbles de matarte, de encerrarte en mi habitación para observar tus distintas expresiones de dolor, pero, si lo hiciese, no podría disfrutar más de mi queridísimo Blake, de su exquisito cinismo, su arrogancia y su rebeldía. Es mejor disfrutar de algo a largo plazo que darse un atracón de golpe, ¿no crees?

No contesté. No quería contestar a aquellas palabras. No podía. Simplemente apreté los dientes, impotente. Siempre era igual.

- De todas formas, no te he llamado para exponerte los diversos planes que tengo para ti en un plazo de unos cuantos añitos. Te he llamado por lo de siempre, ya sabes -comentó, sentándose de golpe en la silla.

- Lo de siempre son muchas cosas.

- En este caso se trata de un sencillo juego del escondite. Claro está que este es mucho más sangriento, violento y divertido. ¿Quieres saber los detalles?

- ¿Cuánto vas a pagarme? -Dije tratando de aligerar el proceso.

- Seis mil. Es una buena suma comparada con otras, ¿no crees?

- Hoy estás más generoso de lo normal.

- Para nada, sabes que a mí me da asco la generosidad. Simplemente, este trabajo vale esa suma -se encogió de hombros, perdiendo la imperturbable expresión de diversión.

- Dispara.

- Un grupo de demonios de los barrios bajos, siete en total. ¿Recuerdas los anuncios de hace unos días sobre la muerte de un grupo de Custodios cerca de la frontera este? Pues estos tipos fueron los culpables, y alguien, porque siempre es alguien que a ti no te importa, los vio. Y, créeme, podemos fiarnos de este alguien. Lo peor no es eso, sino que están modificando las armas que robaron a los custodios para hacerlas más letales. ¿Simple, no? Pues bien, tú tienes que quitarlos de en medio -concluyó chasqueando los dedos.

- ¿Y, si es algo ilegal, por qué no avisas a los Custodios?

- Blake, sabes que yo y lo legal no nos llevamos bien. Vas a matarlos y me vas a traer las armas modificadas para reproducirlas y mejorarlas en caso de que sea necesario -sentenció, golpeando con los dedos sobre la mesa.

- ¿Para qué quieres tú armas modificadas?

- Se paga bien por ellas en el mercado negro. De todas formas, ¿a ti que te importa? ¿Es que ahora que eres un Capitán reniegas de la ilegalidad? Que yo sepa, tú vives más de esto que de tu trabajo para mi hermano, ¿no es así?

- ¿Y qué si lo es? -Repliqué; estaba volviendo a enfadarme.

- Que, de esa forma, puedo acabar contigo cuando me de la gana -dijo de repente, adoptando una expresión más seria de lo normal-. No te plantees ni por un instante que puedes escapar de mí. Mis encargos no se aceptan o se rechazan, porque no son encargos. No te estoy pidiendo un favor, ni dándote un trabajo, te estoy dando una orden, y, cómo soy tan generoso, encima te recompenso si has cumplido bien con mi mandato. En cuanto mataste por primera vez para mí, Blake, te convertiste en una de mis fichas y, hasta que mueras o el juego acabe, te controlaré como quiera en mi propio beneficio, seas consciente de ello o no.

Se me heló la sangre. Sabía que aquel hombre, Aris, era horrible, la peor persona que había conocido, pero no sabía que podía llegar a aquellos extremos. Entonces, para él, todo el mundo es una ficha en su tablero, alguien a quien usar y luego tirar. Era la primera vez que me decía algo como aquello. También era verdad que aquella fue la primera vez en la que yo me opuse en cierta manera a él. Sea como fuere, me había dejado claro que, si quería seguir respirando, tenía que bailar en la palma de su mano. Y no sólo en la suya, si no en la de su hermano también.

Cerré las manos alrededor de los reposabrazos de la silla. Traté de no alterarme, de dejarlo pasar, de hacer como que no me había dicho nada o, en su defecto, tomarlo por una de aquellas locuras que solía soltar todo el tiempo. Aquel día ya me habían pasado bastantes cosas, por lo que lo mejor sería dejarlo correr, hacer como que no había oído nada. Y, para mi sorpresa, se me dio mejor de lo que pensaba.

- ¿Cuándo tengo que hacer el trabajo? - Me oí preguntarle.

- Esta misma noche. Tienes hasta las doce y un minuto de mañana. ¿Alguna duda más?

- ¿Dónde los encontraré?

- Últimamente se están reuniendo en una de las fábricas de la zona oeste de la cuidad. Tú ya te encargas de descubrir en cual. No es algo muy complicado para ti, ¿verdad?

- No, no lo es -aseguré.

- Mejor. Vete antes de que sucumba a la tentación de rajarte de arriba abajo -y sonrió tranquilamente.

Como un perrito sumiso y obediente, con la cabeza agachada, me levanté, me di la vuelta y salí del despacho. Lo primero que hice fue bajar las escaleras y salir de la mansión. Luego, cuando estuve fuera, le pegué un puñetazo a la fachada. Creo que agrieté la pared, pero me dio bastante igual. Lo mejor sería centrarme en lo que tenía entre manos. La mayoría de las veces no tenía que terminar un encargo el mismo día en el que me lo encomendaban. Quizás así fuera mejor, ya que cuanto antes lo terminase, antes me lo quitaría de encima. Analicé la situación sentado en el cómodo asiento de mi coche. Quería matar a Aris. Pero no podía matarlo. Tenía que matar a siete demonios antes de medianoche, porque sino sería yo el que acabaría muerto a manos de Aris. No tenía tiempo de prepararme, pero tampoco es que me hiciese falta mucha preparación. Si Aris me ha considerado capaz de ello, es porque realmente lo era. Aunque me costara admitirlo, Aris era muy inteligente; si él calculó que podía con ello, es que podía con ello. Respiré profundamente y arranqué el coche. Con un nudo en la garganta puse rumbo hacia el oeste de la Capital.

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