Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

IV: Bittersweet symphony

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By LeoLunna


Había una tenue melodía viniendo desde algún rincón. Se escuchaba como algo que alguna vez conoció, pero Kouyou no podía recordar cómo se llamaba la canción o cuando fue la primera vez que lo escuchó.

Ah, no, no era una canción, notó, mientras caminaba de la mano de Kyoka y seguía a los otros tres hombres que iban frente a ellas. Era la risa de Chuuya. Sincera, tranquila, con el mismo tono y ritmo que recordaba de él a los catorce años antes de que saliera de Yokohama. Era su expresión relajada, aquella que le hacía ver más joven o de la verdadera edad que poseía, apenas veintitrés años cumplidos semanas atrás.

Pero lo más importante, lo que más le hacía ver la distancia tan literal como metafórica entre ella y su hermano pequeño, era que, alguna vez, esa risa fue para ella. Cuando solo eran ellos dos en una casa de la cual no sabían cómo salir, cuando ella era quien lo cuidaba por sobre su propio bienestar; negándose a pedir ayuda, aunque ambos lo necesitaban.

Si le hubiera dicho a Chuuya lo cansada que se sentía en ese tiempo, que ya no sabía qué más hacer para evitar los gritos y las peleas, y que los golpes que ella recibía por él y por su madre también le dolían, ¿la hubiese comprendido? ¿la hubiera ayudado a pensar en otra solución más que solo escapar? Tal vez, si hubiera pedido ayuda, si hubiera hecho cualquier otra cosa para sacarlos juntos de ese lugar, el camino los hubiese llevado hacia Paul antes de tiempo y tantas heridas no existirían en ese momento...

Si eso hubiera ocurrido, entonces Chuuya seguiría dirigiéndole esa sonrisa, pensó Kouyou, volviendo a mirar a quienes caminaban frente a ella. Esa sonrisa, esas palabras suaves, esas bromas que solo pocos entendían; esa plática sobre poesía, sobre los lugares que ambos conocían, sobre la gente que recordaban y sobre canciones a medio escribir y presentaciones que pronto estaban por llegar serían para ella. Otra vez para ella. Y también ese cariño.

Si nada de lo que ocurrió hubiese sucedido, entonces ese amor fraternal explícito en su mirada azulada seguiría siendo para ella, no para Arthur, y no sentiría ese infantil recelo hacia el pelinegro del cual no sabía cómo deshacerse. Tal vez, incluso hubiese llegado a apreciarlo tanto como Chuuya, y por un momento realmente deseó vivir en esa realidad que su inconsciencia estaba creando para torturarla. Realmente, a veces, quería regresar en el tiempo y hacer las cosas de otra manera...

Pero si ese pasado hubiera cambiado, si se quedaba con Chuuya y luego se marchaban junto a Paul a un lugar que ni siquiera soñaba con pisar, no tendría a Kyoka en ese momento, pensó Kouyou. Y apretó la pequeña mano que envolvía con sus dedos; obligándose a apartar la mirada de la familia que había decidido abandonar por aquella que caminaba a su lado.

―Estamos aquí ―dijo Paul, deteniéndose frente a un local cerrado y tomando de la mano al pelinegro antes de que éste siguiera caminando de largo―. Este es el lugar que Adam encontró, mon chéri.

―Se ve bien, ¿no? ―comentó Chuuya, deteniéndose al otro lado del pelinegro―. Es tal como lo pediste y lo encontró bastante rápido. Ahora, ¿puedes dejar de decirle a Adam que no le vas a pagar este mes?

―Él sabe que es una broma.

Chuuya soltó un quejido y un "tus bromas no se escuchan como bromas" al cual Arthur solo rio. Los tres hombres frente a ella se veían tan cómodos los unos con los otros, había una calidez tan familiar a su alrededor, que no quiso acercarse y prefirió mirar el local de amplias ventanas e interior vacío desde tres o cuatro pasos de distancia del grupo.

El exterior era simple, la fachada de color blanco puro, dispuesta para ser pintada de un color ocre como los locales a su alrededor o de otro tono que lo hiciera destacar más. Un tono pálido, un rosa o un azul pastel, o un lila tal vez. Y los bordes en dorado o plateado, tal vez con la silueta de un árbol de cerezo esquelético o con hojas en plena floración, pero, ah, ¿qué estaba pensando? Tal vez era una señal para que comenzara a incursionar en el diseño de interiores.

Al menos eso mantendría ocupada su cabeza.

Paul se giró hacia ella y le dijo algo, pero estaba tan distraída que, aunque lo escuchó, no acabó por entender qué estaba diciendo. Notó una llave en las manos del hijo mayor de su madre y luego Chuuya también miró hacia atrás, pero no le habló a ella, sino a Kyoka. Extendió su mano y su hija no dudó en soltar la suya para tomar aquella que su tío le ofrecía. Luego, Arthur también extendió la suya, y Kyoka utilizó su mano libre para también aferrarse a él y seguirlos al interior del local vacío.

Kouyou casi lo sintió como una traición, pero su hija se veía tan feliz junto a sus tíos, Chuuya sonreía tan sinceramente... Dolía, pero no podía molestarse con ellos.

―¿Kouyou? ―llamó Paul, esperándola junto a la puerta y manteniéndola abierta para ella―. ¿Qué haces ahí? Ven, entra. Después de todo, este será tú lugar.

Su lugar... No lo había pedido, ni siquiera quería aceptarlo, pero Kouyou se forzó a sonreír con un cordial agradecimiento, empujó hacia el fondo de su cabeza todas sus dudas y entró, siguiendo a Paul por el lugar y pensando que no debería estar ahí.

Dos semanas atrás, Paul la llamó. No solían hablar mucho entre ellos, ambos estaban bastante ocupados cada uno con su vida: él con sus asuntos en Francia, ella intentando mantener su boutique a flote, y aunque mantenían el contacto, Kouyou nunca logró sentir profundamente ese lazo familiar que Chuuya sí sentía con él.

Tal vez se debía a que, entre ella y Paul, había más diferencias que similitudes, mientras que Chuuya compartía características con ambos. Él y Paul se parecían mucho a su madre; ella y Chuuya heredaron el cabello rojizo de esa mujer, aunque Kouyou había pasado los últimos siete años oscureciendo el tono hasta un rojo cerezo para olvidarse de su parentesco con ella, pero más allá de eso, no había parecido.

Cualquiera podía notar que Chuuya era hermano de ambos, pero si solo miraban a Kouyou y Paul, nadie notaría que compartían la mitad de la sangre. Tal vez esa falta de similitudes impedía que se hicieran más cercanos, pensó la mujer. O tal vez era su idea del resentimiento que el hijo mayor de su madre guardaba por ella, por haber dejado al menor solo en Yokohama.

Está bien, "querido" hermano mayor, yo tampoco puedo perdonarme a mí misma por eso.

De todas formas, Paul la llamó y le habló sobre el viaje. Dijo que sería un regalo de cumpleaños atrasado para Chuuya, aunque el chico ya había recibido de ellos varios presentes el pasado veintinueve de abril, y uno de ellos podía verlo en forma del pendiente en su oreja izquierda; el cráneo de un carnero de plata que Arthur le envió desde Francia.

Kouyou también le envió su regalo desde Tokyo: una yukata que había confeccionado exclusivamente para él y con la cual esperaba verlo en algún momento, aunque solo recibió un gracias a través de un mensaje de texto. Intentó no decepcionarse, y cuando Paul le comentó que quería que ella y Kyoka los acompañaran a Kyoto para ver a Chuuya, aceptó sin pensarlo dos veces.

Quería poder hablar con su hermano pequeño cara a cara, tal vez disculparse por la última discusión que tuvieron, y darle la oportunidad a Kyoka de pasar tiempo con los tíos que no conocía. Cuando se lo comentó, la niña parecía bastante emocionado por ese viaje y no parecía muy molesta de ausentarse de clases por al menos una semana, así que pensó que todo iría bien.

Recogieron a Paul y Arthur cuando llegaron a Tokyo, y los alojaron en su hogar antes de que tuvieran que volar hacia Kyoto. Ese fin de semana fue bueno. Pudo hablar un poco más con el hijo mayor de su madre, pudo olvidarse de que Chuuya prefería más a aquel hombre de cabello negro que a ella, y Kyoka estaba feliz de tener mucha más familia, y ella también.

Por un momento, pensó que podría unir su familia a aquella que no conocía. Pensó que podría olvidarse de todo lo que sucedió mal en el pasado y formar ese lazo familiar que nunca sintió durante su niñez en Yokohama. Pensó que así, Chuuya volvería a llamarla "ane-san" y a escribir poemas para ella.

Pero estaba equivocada. Y no creyó que doliera tanto ver que su hermano pequeño corrió hacia los brazos de Paul y Arthur antes que hacia los suyos, pero esa era una espina que ella misma había clavado tanto en su pecho como en el del otro. Sin embargo, Chuuya parecía haberse quitado esa astilla, o tal vez simplemente aprendió a ignorar la molestia, al igual que ella.

Pero seguía ahí. Y cada vez que presenciaba esos momentos y esa lejanía, volvía a arder.

Forzó una sonrisa, dejó que Kyoka corriera a abrazar a Chuuya como siempre lo hacía cada vez que lo veía, y se mantuvo tranquila. No dolía la mirada apagada, casi indiferente, que Chuuya le dirigía. No, no dolía, se repitió, y se obligó a creer esa mentira.

Aquel empleado de Rimbaud, Adam, los guio fuera del aeropuerto y luego se llevó sus maletas y al perro hacia el hotel en el cual se hospedarían. Kouyou había querido buscar su propio alojamiento para ella y Kyoka, pero Rimbaud se lo impidió y, aunque no quería, tuvo que aceptar que el hombre pagara su estadía. Bien, al menos Kyoka parecía feliz de poder ver más seguido a sus tíos y ante la expectativa de pasear a aquel perro tal como Paul se lo prometió.

Luego de que Adam se marchara, Rimbaud mencionó que no habían almorzado y Chuuya, que no se había alejado ni un paso de él, los llevó hacia un restaurante que pensó que les gustaría. Y estaba en lo correcto. El local era agradable, la comida deliciosa y la vista hermosa, pero Kouyou no pudo disfrutarlo plenamente.

Incluso si estaban sentados en la misma mesa, Chuuya solo hablaba con Paul y Rimbaud, a veces en japonés, a veces en francés. Preguntaba sobre la salud del pelinegro, los vecinos que dejó atrás, los locales que extrañaba visitar, o sobre la última canción que escuchó en la radio o aquella en la cual estaba trabajando con su banda. Recordó un parque cerca de casa en el cual le gustaba pasear, y mencionó el tono marrón rojizo que las hojas adquirían al llegar el otoño.

Extrañaba ese color, mencionó, pero por alguna razón, ya no tanto. Tal vez se debía a que había otra cosa marrón rojizo que podía observar, y Kouyou pensó brevemente en aquel hombre con ojos de ese color, aquel que escuchó a Chuuya cantar en ese pasado concierto de Navidad.

Ese hombre... era él, ¿no? Esa otra persona que Chuuya sí aceptó volver a dejar entrar en su vida.

Qué suerte la suya. Qué agridulce sentimiento.

En algún momento, Chuuya dejó de distraerse con la plática de Rimbaud y Paul, y recordó que Kouyou también estaba ahí. Kouyou volvió a sonreír con esa falsa cordialidad e intentó no expresar lo excluida que se sentía. al menos, hacían partícipe a Kyoka de la conversación, y de todas formas no tenía ánimo para hablar, solo quería saber de una vez que más harían en Kyoto durante esa semana, pero si cada día sería de esa forma, entonces no quería quedarse por mucho tiempo más.

Sin embargo, esa visita no era solo para ver a la "familia", sino que había otras intenciones que le ocultaron tanto a ella como a Chuuya. A mitad de aquel incómodo almuerzo, Rimbaud sonrió, pero esta vez, esa sonrisa se dirigió a ella.

Kouyou no sabía cómo sentirse ante ese gesto. El recelo infantil que sentía hacia él seguía ahí, pero mientras más escuchaba sus intenciones, mientras extendía una mano que recibía demasiado tarde, no sabía qué pensar. Paul ya lo sabía, claramente. Chuuya estaba tan confundido como sorprendido, y Kyoka emocionada e ilusionada.

Kouyou se forzó a sonreír con cortesía.

―¿Te gusta? ―le preguntó Paul, deteniéndose junto a ella frente a las amplias mamparas del local.

Desde el segundo piso, podían escuchar los pasos de Rimbaud, Kyoka y Chuuya. El murmullo de su plática era audible desde donde estaban, también una que otra risa que soltaban. Era bueno escuchar a Kyoka reír, pensó Kouyou, también a Chuuya. Su hija solía ser tan estoica, y su hermano pequeño tan malhumorado, que le tranquilizaba escucharles tan amenos.

Aunque ella no podía decir lo mismo.

―Creo que es mucho ―respondió Kouyou, dando un paso hacia atrás, alejándose sin saber si lo hacía de las mamparas o de Paul―. Cuando me dijiste que querías que te acompañara a ver a Chuuya, pensé que solo sería eso, no que me estarían ofreciéndome abrir otra boutique en Kyoto.

―Eso fue idea de Arthur ―aclaró Paul, siguiéndola hasta el otro rincón de la tienda―. Además, creo que tiene razón.

―Por supuesto que estas de su parte, es tu esposo.

Kouyou suspiró. El interior del local estaba casi totalmente vacío, salvo por las repisas clavadas a la pared y una solitaria silla dispuesta detrás del mostrador de la tienda. Al igual que en su propio lugar en Tokyo, junto al mostrador estaba una puerta que los llevaba hacia la trastienda, la bodega y un baño.

Kouyou se sentó en aquella solitaria silla, sin importarle la tenue capa de polvo sobre esta. Ya había visto suficiente, y su respuesta seguía siendo la misma. No quería ese "regalo" o "ayuda". No quería tener que deberle nada a Paul, ni mucho menos a Rimbaud.

―Entiendo que quieran hacer cosas por Chuuya ―comenzó a decir, y con un movimiento de mano, señaló su alrededor―, pero no necesito esto. Mi boutique en Tokyo va bien y eso es suficiente para mí.

―Sabes que eso no es cierto, Kouyou. Revisé los números de los últimos tres meses y has estado batallando bastante para mantener la tienda abierta. ―Mantener el rostro neutro le tomó mucho esfuerzo, pero logró ser firme bajo esa profunda mirada azul que solo ella no heredó―. Sé que te va bien con los atuendos tradicionales, pero podrías hacer otros.

Kouyou desvió la mirada, negándose a responder o pensar en su sugerencia. Escuchó a Paul suspirar y murmurar por lo bajo un "tú y Chuuya son igual de tercos". Resistió el impulso de responderle que sí, que la terquedad era un rasgo que habían heredado de su madre. ¿Por qué otra razón su madre se quedó para siempre en esa casa si no fuese por terquedad? ¿Por qué ella seguía aferrada a diseñar solo ropa tradicional cuando quería hacer más si no fuese por un recuerdo? ¿Por qué Chuuya aceptó volver a tener en su vida a ese sujeto y a ella si no fuese por la necesidad de una respuesta?

Vaya familia, pensó, y al mirar de nuevo a Paul, se preguntó si es que él también se estaba aferrando tercamente a algo que no tenía solución ni un buen final.

―Ustedes dos quieren que me mude a Kyoto ―afirmó. Paul asintió―. ¿Por qué? Incluso si Chuuya está aquí, sabes que nuestra relación no es... no es buena. Kyoka tiene su escuela y sus amigas en Tokyo, mi boutique está allá, mi departamento...

Y todos mis recuerdos con ella también, agregó silenciosamente.

Ah, quería irse de ese lugar y alejarse de Paul. Pero cuando quiso levantarse de la silla y buscar una excusa, el mayor murmuró su nombre con suavidad y ya no pudo moverse.

―Kouyou.

Su tono de voz tranquilo le recordó a aquel que ella utilizó con Chuuya en el pasado. ¿Qué era eso? ¿Ese sentimiento de sentirse pequeña? ¿De poder sentirse pequeña como nunca lo fue?

―Verlaine ―respondió, empujando hacia el fondo la melancolía que sentía por la niña que nunca llegó a ser, e ignorando el amargo brillo que notó en los iris ajenos al llamarlo por su apellido.

―Tú misma lo dijiste, ¿qué tienes en Tokyo además de la boutique y un par de recuerdos? ―preguntó, y ante el silencio de la mujer, respondió por ella―. Nada. Kyoka irá a donde tú vayas. Hará más amigos aquí, te tendrá a ti, a Chuuya, a nosotros, y tú también nos tendrás.

Cómo añoraba haber escuchado esas mismas palabras años atrás, antes de que se escapara de casa durante una fría noche.

Pero era tarde y ese ofrecimiento agridulce. Ya no podía aceptarlo, no lo merecía, ni tampoco existía un verdadero espacio para ella en sus vidas.

―¿Qué quieres, Verlaine? ―inquirió con un tono cansado, y con un poco de sarcasmo, agregó―: ¿Quieres tenerme aquí también y jugar a la familia? Estamos un poco mayores para eso.

Era una provocación, pero sin dejarse afectar por sus palabras, Paul respondió con una sinceridad que ella no se esperaba.

―Me gustaría mucho tener a mis dos hermanos menores en el mismo lugar. A veces olvidas que tú también eres mi hermana menor, Kouyou.

Al encontrarse otra vez sin respuesta y solo con una expresión estoica que reflejaba la suya, Paul suspiró. Escuchó los pasos en el piso de arriba cada vez más cerca de ellos, también la plática; la voz animada de Chuuya, las respuestas entusiastas de Kyoka, y la respiración tranquila de Arthur.

―Aún no se lo decimos a Chuuya, pero este viaje no es solo para "vacacionar" y verlos, nos quedaremos aquí durante unos meses, este lugar sería bueno para Ar... para nosotros. Sería bueno para nosotros ―se corrigió Paul, atrayendo la atención de Kouyou otra vez―. Así que, si cambias de parecer, ya sea ahora o en un par de semanas, entonces...

―Lo entiendo ―respondió, y relajó su expresión cuando vio a Kyoka y a Chuuya descender al primer piso, aún tomados de las manos―. Lo entiendo, pero no creo que cambie de opinión.

Se levantó de la silla y salió de detrás del mostrador antes de escuchar una respuesta de Paul, u observar la decepción y cansancio en su rostro. Caminó directamente hacia Kyoka, intercambió una sonrisa incómoda y fría con Chuuya, y atrajo a la niña a su lado.

Cualquier otro día, se hubiese esforzado para que su hermano menor le sonriera con cariño, pero estaba cansada y quería tomar una taza de té y dormir. Tal vez leer algo, tal vez dibujar un diseño que nunca confeccionaría en la libreta que siempre traía en el bolso, o solo escuchar a Kyoka parlotear y no pensar en todo lo que estaba mal en su vida: la tienda, su relación con sus hermanos, la ausencia, su insuficiencia...

―Cariño, estoy un poco cansada, ¿te molesta que busquemos un lugar donde hospedarnos y descansar por lo que resta del día?

La chica quiso discutir, pero al mirar un poco más a su madre, notó sus ojos apagados, su tez pálida y las ojeras que no habían desaparecido en semanas. Sin embargo, antes de que pudiera decir cualquier cosa, o mirar a alguno de sus tíos buscando un poco de ayuda para ellas, Rimbaud habló e intentó acercarse a Kouyou, pero esta retrocedió.

―Ah, pero no necesitas buscar un lugar donde quedarte ―le recordó Arthur―. Ya reservamos una habitación para ustedes para el resto de la semana...

―Gracias, pero prefiero buscar uno por mi propia cuenta ―aclaró la mujer, sin saber cómo estaba logrando mantenerse tranquila―. No quiero abusar más de su buena... disposición.

La expresión del pelinegro se tornó confundida, miró a su esposo apoyado contra el mostrador a espaldas de su hermana, buscando una respuesta o algo que decir, pero solo recibió un suave movimiento de cabeza de un lado a otro.

―Insisto ―dijo el pelinegro―. Acepta la habitación, así podremos cenar todos juntos...

―Kouyou ―llamó Chuuya―. Acéptalo. Si estás cansada, puedo cuidar de Kyoka lo que reste del día.

―No, está bien ―respondió la niña, atrayendo la atención y la sorpresa de los adultos hacia ella―. Yo también... también estoy cansada, pero, mamá...

Kouyou la notó dudar. Tal vez su rostro se mantenía sereno, casi sin demostrar mucho, pero la pequeña mano que se aferraba a la suya, esa que cada vez crecía más y más, la sostuvo con fuerza.

―Al menos, ¿podemos quedarnos en el mismo hotel que ellos? ―preguntó―. Así sería más fácil reunirnos para cenar, y Chuuya sabría dónde estamos. Prometió que me llevaría a pasear mañana después de sus clases...

Tal vez Chuuya ya no la quería como antes, y nunca volvería a abrazarla o escribirle poemas como cuando tenía catorce años, y puede que nunca sea verdaderamente apreciada por Paul o Arthur como parte de su familia, pero mientras ellos incluyeran a Kyoka, mientras ella tuviera más personas en las cuales confiar, entonces...

Entonces esa pequeña astilla en su pecho no importaba. Esa soledad, ese vacío, esa necesidad y decepción de no tener a nadie con quien hablar sobre lo que le preocupaba, no importaba.

Estaría bien sola. Podía hacerlo, durante años dio cada paso sin ningún apoyo mientras se hacía cargo de la boutique y de criar a Kyoka.

Pero, de todas formas, le hubiese gustado tener un número al cual marcar ese lunes por la noche. Y sentada en el borde de la cama donde Kyoka dormía, en aquel cuarto de hotel que se vio obligada aceptar y después de la incómoda cena con sus hermanos y cuñado, extrañó hablar con cierta mujer.

Tal vez, Yosano tendría una respuesta para cada una de sus preguntas, pero ella misma se encargó de destruir cualquier relación, ya fuese amistad o más, que había entre ellas. Así que apagó el teléfono, se acostó junto a su hija y se obligó a dormir.


[•••]


Llegó el miércoles y apenas había visto a Chuuya por Kyodai. Sin embargo, las llamadas nocturnas continuaron.

Aquel lunes a las ocho de la tarde, cuando ya estaba en su departamento y encerrado en su habitación después de prepararse algo para comer y compartir una breve plática pasivo-agresiva con Fyodor, Dazai dudó en llamar a Chuuya. ¿Y si su insistencia por hablarle también alejaba al pelirrojo? ¿Y si ello también era motivo para que Chuuya no creyera en lo que sentía por él? Ah, tal vez se estaba sintiendo un poco paranoico, debería leer otra vez los efectos secundarios de sus antidepresivos.

De todas formas, cuando se sentó en el borde de su cama intentando leer y resistiendo el impulso por llamar a Chuuya, su teléfono sonó. La velocidad con la cual lanzó el libro al otro lado de su cama y tomó el aparato fue incluso preocupante para él, pero logró controlar su voz y ansiedad y responder como si fuese un día cualquiera.

Pero no lo era. No era un día como cualquier otro, al menos no para Chuuya. Ni siquiera pudo formular completamente un "hola" antes de que el pelirrojo comenzará hablar sin parar, dejándole escuchar claramente la emoción en su voz y esa felicidad explícita, casi infantil, que jamás había escuchado en él. No tuvo tiempo de preguntar qué tenía al pelirrojo tan feliz, la respuesta le fue dada entre maldiciones y palabras enredadas. Casi parecía como si Chuuya hubiese sufrido un subidón de azúcar, y esa idea vaga le hizo reír para sí mismo.

Pero tal vez lo que realmente provocó su risa, fue su corazón sintonizando la alegría de Chuuya y compartiéndola incluso si no la entendía.

Ah, qué dulce, que agrio, sentirse feliz solo por la felicidad de otro, sin saber si algún día sentiría está genuinamente en su piel. Pero, por ese momento, esa agridulce sensación era suficiente.

Dejó el libro olvidado a medio leer. Necesitaba terminarlo antes del viernes, pero podía esperar. Escuchar a Chuuya balbucear a través del teléfono, hablándole sobre su familia, la familia que realmente lo merecía, le distrajo de todo y todos. Se echó sobre la cama, con la cabeza apoyada contra la almohada, sosteniendo de cerca el teléfono contra su oreja derecha y mirando el simple techo. Si se concentraba en el silencio, podía escuchar los suaves pasos de sus vecinos del piso de arriba moviéndose de un lado a otro, y también podría escuchar a Fyodor teclear en su portátil desde su habitación, pero no podía centrarse en nada más que en Chuuya; en su relato, en lo que había ocurrido esa tarde, sus hermanos, su cuñado, su sobrina, un amigo que hace mucho no veía y un perro...

Ah, tal vez la mención de un perro era lo que más le incomodaba... No, no era cierto. La mención de ese amigo suyo le alertó más que cualquier otra cosa, pero solo eran ideas suyas, se recordó. Estaba siendo paranoico, Chuuya no iba a fijarse en ese hombre del cual ya había olvidado su nombre. Además, ese sujeto también tenía el cabello castaño, ¿no? Y Chuuya le había dicho tiempo atrás, después de una presentación de Black Ocean y medio borracho, que estaba harto de los hombres de cabello marrón.

Dazai pensó seriamente en oscurecerse el cabello cuando un Chuuya alcoholizado le dijo que iba a fijarse solo en hombres pelinegros desde ese momento en adelante, después de todo, el esposo de su hermano tenía el cabello oscuro, ¿no? Y ellos iban bien, balbuceo esa noche tan lejana y también ese lunes a las nueve y media.

Él también quería eso, le dijo Chuuya a través del teléfono. Quería ese tipo de amor. Esa complicidad, ese ropero y estantes compartidos, esos desayunos a las nueve de la mañana en la cama, las cena a las ocho en la sala y esa casa alejada del mundo, sin muchos vecinos con los cuales discutir por tonterías.

―Puedo darte una así, pero en Hokkaido ―le ofreció Dazai esa noche―. Sé que tal vez no sea lo mismo que tu pomposo pueblito en Francia, pero Hokkaido tampoco es tan malo...

Chuuya solo se rio, sin notar la seriedad detrás de sus palabras, o tal vez no queriendo hacerlo. Está bien, pensó Dazai esa noche, podía esperar.

Podía esperar. Podía quedarse ahí y seguir demostrándole a Chuuya que era sincero.

¿Qué obsesión tienes con Hokkaido últimamente?

Dazai se alzó de hombros a pesar de que Chuuya no podía verlo.

―Está lejos de todo y hace frío. Me encanta el frío, Chuuya. ―El pelirrojo dio un quejido de confirmación―. Además, es el lugar más parecido a lo que soñamos cuando éramos adolescentes, ¿no? Queríamos una casa, ¿recuerdas?

Lo recuerdo ―afirmó―. Queríamos un lugar tranquilo donde yo pudiera escribir poesía y tú ser ama de casa, aunque no sabías lavar bien un plato antes ni sabes hacerlo ahora. Eres una pésima ama de casa, Dazai.

―¡Oye! ¡Llevo tres años viviendo solo!

Tienes un compañero de piso, ¿lo recuerdas? Se llama Fyodor.

―Ojalá no lo recordara ―se quejó y subió el volumen de su voz―. Además, Fyodor no cuenta como un compañero de piso. Es más como esa rata que vive entre las paredes y que muerde los cables del internet cada vez que necesito enviar un trabajo de final de curso.

En ese momento, escuchó un golpe en su puerta cerrada, tal vez producido por una mano o un pie. Ah, seguramente Fyodor acababa de salir de su habitación y le escuchó insultarlo. Bueno, era su problema, no tenía por qué escuchar los insultos que Dazai le estaba lanzando a viva voz.

Chuuya también escuchó ese estruendo y se echó a reír al otro lado del teléfono. Estaba riendo mucho durante esa llamada, notó Dazai, y aunque aún odiaba tener que compartir la atención de Chuuya con otros, realmente agradeció que la presencia de esos familiares suyos le hicieran tan feliz.

Necesitas dejar de ser un imbécil con él, Dazai, o va a hackear tu cuenta bancaria otra vez.

―No si yo hackeo la suya primero ―bromeó―. No fue tan difícil de hacer la primera vez.

Sí, sí, para ti nada es difícil, señor genio.

Callaron al mismo tiempo, cada uno manteniendo una sonrisa tranquila en el rostro, y sabiendo que esta estaba posada en los labios ajenos a pesar de que no podían verse, solo escuchar su cómodo silencio.

Le gustaba esos momentos, cuando no sentía lo agridulce de su relación, cuando podía dejar de pensar en el pasado o en el futuro, y solo existir al mismo compás que Chuuya, sin preocuparse de nada más.

Pero no podía quedarse quieto por mucho tiempo. O avanzaba por su propia cuenta, o la vida lo empujaría a hacerlo.

―Entonces... ¿Quieres esa casita en Hokkaido?

¿No tienes que buscarte otro apartamento? ―preguntó de vuelta―. Empieza por eso, Dazai.

―Entonces no quieres la casita ―dijo decepcionado.

No lo sé ―respondió Chuuya―. Hay muchas cosas que antes quería, pero que ahora no. Como ser poeta, por ejemplo.

Eso era triste, pensó Dazai, pero Chuuya no se escuchaba deprimido ante ese sueño roto. Ya no.

―¿Qué quieres hacer ahora, Chuuya? ―inquirió con voz suave―. ¿Con qué estás soñando?

Chuuya no respondió. Dazai pudo escuchar su respiración y también su duda. Parecía como si el pelirrojo se hubiese hecho la misma pregunta cientos de veces, y al igual que en las ocasiones anteriores, seguía sin tener una respuesta.

¿Qué quería? ¿Qué soñaba? ¿A qué le temía y qué le impedía soñar?

Ahora quiero dormir, supongo ―dijo después de un largo silencio―. Fue un día agotador, y mañana también lo será.

―Vas a seguir pasando tiempo con tu familia, ¿no? —Chuuya soltó un quejido como confirmación―. Supongo que no te veré por un tiempo...

Ah, no seas un llorón, Dazai ―bromeó―. ¿Qué decías antes? Estamos otra vez en la misma ciudad y en la misma universidad, nos toparemos de todas formas, además, me llamarás mañana por la noche, ¿no?

―Si quieres eso.

¿Desde cuánto te importa tanto lo que yo quiera? ―bromeó―. Voy a colgar, Dazai, te veré por ahí.

―Te llamaré ―prometió antes de que el pelirrojo colgara―. Mañana a esta misma hora, te llamaré...

Y aunque no podía verlo, quiso creer que, al otro lado del teléfono, Chuuya estaba sonriendo.

Esperaré esa llamada.

Y marcó su número al día siguiente, sabiendo que Chuuya lo estaba esperando. La conversación siguió el mismo rumbo que aquella del lunes por la noche. Chuuya seguía escuchándose tan feliz. Le habló sobre su sobrina y sobre qué estaba sucediendo con su hermana mayor. Le cuestionó si es que debería decirle a Yosano que Kouyou estaba en Kyoto, pero Dazai le aconsejó que no.

Según lo que él sabía, gracias a Ranpo, el "asunto" entre Yosano y Kouyou ya había terminado. Chuuya sabía lo mismo, pero aun así acabó por enviarle un mensaje a la pelinegra e informarle para que no se sorprendiera si veía a su hermana mayor andar por ahí durante esa semana. De cualquier forma, Yosano solo le respondió con la imagen de un pulgar arriba y el texto de que estaba muy ocupada con su residencia en el hospital como para encontrarse con Kouyou por la ciudad, pero agradecía la información y decidiría si fingir que no la conocía o bien saludarla como a una conocida más.

El miércoles por la tarde, su familia dejó de acaparar a Chuuya, o eso le dijo a Dazai. Tenía que ensayar con la banda. Akutagawa parecía de muy buen ánimo esa mañana, le escribió Chuuya después del almuerzo. No tenía ni la más maldita idea de qué tenía a su guitarrista tan feliz, no quería decir nada, pero fuera lo que fuera le aseguraba un ensayo no tan agotador. Dazai le respondió que todos parecían de buen ánimo esa semana. Tal vez se estaban drogando en grupo y no le estaban compartiendo nada de eso.

"Estas tomando antidepresivos, no puedes ingerir nada más, idiota", le escribió Chuuya ese miércoles. Dazai rio para sí mismo al leer ese mensaje, y apoyando los codos sobre la mesa del restaurante al cual Kunikida lo había arrastrado ese día, le respondió sin prestarle atención a su nervioso amigo sentado a su lado.

―¿Quieres soltar el teléfono, por favor? ―le pidió―. Y quita los codos de la mesa, Dazai, sería de mala educación si llegaran y te vieran...

Dazai ignoró su pedido por tres mensajes más. Cuando Chuuya le escribió que estaba ocupado y que no tomaría el teléfono durante unas horas, el moreno suspiró y se resignó a volver a esa realidad que no le gustaba algunos días. Al mirar a su lado, Kunikida seguía observándole con los brazos cruzados y una expresión tensa. Si olisqueaba a su alrededor, podría fácilmente reconocer el aroma del nerviosismo.

Casi sintió compasión por él. Casi.

―Quita esa cara ―le aconsejó Dazai, y con un gesto despreocupado, le palmeó el hombro―. ¡Todo saldrá bien! Recuerda que yo fui arrastrado a una cita doble cuando sabes bien que me gusta Chuuya.

El rubio suspiró. Comenzaba a arrepentirse de haberle pedido a Dazai que lo acompañara a esa salida, pero ese lunes por la tarde, cuando su "interés amoroso" le había sugerido una cita doble, no tuvo otra opción que pedirle al moreno su ayuda. Ranpo tenía pareja, Yosano estaba ocupada y Atsushi... ¡Ni siquiera sabía qué estaba haciendo Atsushi durante ese último tiempo! Tenía otro amigo en la Facultad de Ciencias Informáticas, pero era demasiado raro, y no es que Dazai no fuese extraño también, pero entre él y Katai...

Dazai era la mejor opción. No la ideal, ni la más decente, pero la mejor en ese momento de crisis. E, incluso si al moreno le gustaría mucho revertir el estado de su vida amorosa, Chuuya no captaba las señales y su amigo estaba soltero, así que le servía para la ocasión.

Y tenía que admitir, contra su voluntad, que su amigo era atractivo y sabía cómo mantener entretenida a la gente cuando estaba de buen humor. Al menos con él ahí, la amiga de su cita no se sentiría tan incómoda...

Siempre y cuando Dazai no decidiera decir algo raro para avergonzarlo.

―Te agradezco que hayas aceptado... ―comenzó a decir el rubio, pero rápidamente fue interrumpido.

―No voy a coquetear con la amiga de tu cita.

―Y eso es lo más raro que te he escuchado decir. ―Sintió un escalofrío recorrer su cuerpo. Aún era raro ver a Dazai tan... comprometido con algo o alguien―. Pero está bien, no te estoy pidiendo eso. Solo que hables con ella y que esta reunión no sea incómoda.

―¿Y qué sucede si ella coquetea conmigo? ―inquirió el moreno, adoptando una postura malcriada―. Kunikida, soy una persona fiel...

―Mentira.

―Aunque no lo creas, ¡lo soy! ―rectificó―. Solo te pido una cosa a cambio de que me quede aquí y no te avergüence.

―Te estoy pagando la comida, Dazai, ¿lo recuerdas?

―¡Solo te pido dos cosas a cambio! Una, que pagues mi comida; y dos, si la amiga de tu cita comienza a coquetear conmigo, estoy en mi derecho de espantarla de la mejor forma que se me ocurra.

Eso era una trampa, ¿no? Se escuchaba como una, pero ¿qué podría decir Dazai para arruinar todo? No sería algo cruel, pensó Kunikida, utilizar esas tácticas no era propio de su amigo. Tal vez lanzaría una broma sobre sí mismo o sobre Kunikida, lo que podía manejar; cuatro años de lidiar con él le enseñaron un par de cosas. Tal vez solo sería sincero y le diría a la chica que ya estaba interesado en alguien y que solo estaba ahí para darle apoyo moral a su amigo; aunque más que apoyo, se sentía como una tortura.

Ah, eran tantas opciones y Dazai era tan impredecible. Tal vez solo debería confiar, pero la duda seguía en él. Sin embargo, no podía hacer más que aceptar. Su cita estaba por llegar, y necesitaba tener a un Dazai feliz y satisfecho si quería no ser avergonzado.

―Está bien ―respondió inseguro―. Puedes hacerlo, mientras que no sea con algo raro...

La sonrisa maliciosa, y algo perversa, que se formó en los labios del moreno le alertó inmediatamente.

―¡Ni algo vulgar!

Dazai se echó a reír, atrayendo un poco la atención de los otros comensales.

―¡Era broma, no le diré algo así! no me educaron de esa forma. Es más, ni siquiera me educaron, solo me condicionaron para actuar de cierta manera, pero te ves muy nervioso ahora mismo, así que guardaré eso para el terapeuta.

Kunikida tuvo unos cinco minutos de paz y tranquilidad antes de que su cita llegara. Dazai se había callado y volvió a jugar con su teléfono, esta vez intercambiando mensajes de texto con Oda.

Desde su visita a Osaka, y tras unas semanas de silencio, poco a poco la relación entre Dazai y Oda comenzó a mejorar. Volvieron a hablar como antes, a través de mensajes y llamadas un par de veces a la semana. El mayor continuó invitando al moreno a pasar algún fin de semana en su casa para que pudiera conocer en persona a la niña que había adoptado junto a su esposa. Ango ya la conocía, le había escrito Oda tiempo atrás, y tal como Dazai le había dicho en esa última reunión, Ango no era exactamente el tío divertido, pero si su hija no conocía pronto al menor, entonces el hombre de gafas se quedaría con ese título.

No podía dejar que eso sucediera. No dejaría que Ango tomara su lugar como el tío divertido, le respondió Dazai, pero no podía visitarlo en Osaka en ese momento. Estaba demasiado ocupado, ambos lo estaban, pero en cuanto tuviese un tiempo libre, viajaría a la otra región. Y tras prometerle otra vez que un día se reunirían, le mostró a Kunikida la fotografía de la niña que Oda le acababa de enviar y guardó su teléfono cuando notó a un par de mujeres acercarse a ellos.

Kunikida se levantó inmediatamente, casi demasiado rápido para ocultar su nerviosismo, pero logró controlarlo en poco tiempo. Se dirigió hacia ellas, primero saludando a la mujer de la izquierda; una joven de cabello largo negro azulado y luego saludando a quien la acompañaba: la otra mujer también tenía el cabello oscuro, recogido y con un flequillo recto que enmarcó su rostro a la perfección cuando le sonrió a su amigo. Dazai reconoció esa sonrisa, estaba seguro de que la había visto en algún lugar...

Ah, ¿no era la chica que suplió su puesto años atrás, cuando él dejó de trabajar en el local frente a la Facultad de Humanidades y se mudó del departamento de Oda? Ni siquiera recordaba su nombre, aunque no le sorprendía. Había estado tan centrado en sus propios problemas en esa época que mucha gente para él no era más que una sombra al costado de la calle.

―Dazai, esta es Sasaki ―le presentó Kunikida, señalando a la mujer de cabello negro azulado y su cita. Luego señaló a la mujer que la acompañaba―. Y su amiga, uhm...

―Tsuneko ―se presentó, y luego volvió su mirada a Dazai―. Creo que te he visto antes.

―Trabajamos en el mismo local tres años atrás ―respondió Dazai―. Te contrataron cuando yo me fui.

―¡Ah, sí! El jefe estaba muy decepcionado cuando te marchaste ―platicó, sentándose frente al moreno―. Dijo que cuando estabas tú sus ventas eran mejores, mucha gente solo iba al local a verte.

―No los culpo, no pueden evitar mirarme, ¡tengo ese efecto en la gente!

Kunikida creyó que la chica se molestaría de la actitud soberbia de Dazai, pero al escuchar su risa y que continuaba con la plática como si nada, soltó un largo suspiro y compartió una sonrisa con la mujer aún de pie a su lado. Tal vez todo saldría bien.

Sasaki se sentó junto a su amiga y Kunikida volvió al asiento junto a Dazai, quedando ambos hombres frente a las dos mujeres. Aunque la cita principal se mantuvo en silencio durante los primeros segundos, escuchando como los otros dos hablaban sobre el lugar en el cual la chica seguía trabajando, prontamente Dazai le preguntó a su amigo dónde y cuándo había conocido a Sasaki, y le señaló a la mujer que Kunikida había estado guardando celosamente el secreto de que estaba interesado en alguien.

Rápidamente, el rubio explicó que no quiso decir nada porque sabía el tipo de personas que eran sus amigos y lo mucho que lo molestarían hasta que les hablara o mostrara una foto de su interés amoroso. Sasaki solo asintió, comentando que, al conocer a Dazai, entendía por qué prefirió mantener el secreto y compartió una sonrisa con Kunikida. Ambos ignoraron el quejido ofendido que el moreno soltó.

Luego de ordenar su comida y mientras esperaban estas, Kunikida se cansó de sentir como Dazai le picaba el estómago con su codo cada cinco minutos, y de escucharle repetir la misma pregunta para que le contara cómo se conocieron. Necesitaba toda la historia, dijo, porque su trabajo sería decírselo a Ranpo y Yosano, y esos dos pedirán detalles.

El rubio le aclaró que Ranpo ya lo sabía, puesto que Sasaki estudiaba psicología, y para ese punto, su amigo ya casi era una eminencia en la especialidad de psicología y psiquiatría. Ella fue la primera en notarlo, dijo la mujer. A finales del semestre anterior, había visto a Kunikida alrededor de Ranpo en más de una ocasión, y quería hablar con el mayor para obtener un poco de información de las investigaciones en torno a la psicología criminalística que este estaba realizando. Tratar con Ranpo no era tan fácil, así que su mejor opción fue recurrir a un intermediario y así conoció al rubio.

Kunikida no dudó en ayudarla a obtener las investigaciones de Ranpo, aunque no fue fácil y necesitó más de una reunión para tener la información que requería. En cada reunión con el mayor, el rubio se aseguró de estar ahí para que Sasaki no se sintiera intimidada por su amigo, ni este se comportara como un idiota. Se hicieron cercanos con facilidad, intercambiaron números de teléfono y comenzaron a hablar fuera del horario de la universidad. Y aunque Sasaki ya tenía lo que necesitaba para redactar su trabajo, no quisieron dejar de verse.

Sabía que a Kunikida le tomaría un poco más de tiempo pedirle verse fuera de Kyodai, así que cuando llegaron las vacaciones y el rubio se recuperó mentalmente del estrés que significaba hablar con la gente, la mujer lo llamó y le pidió salir como amigos.

Continuaron conociéndose, platicando, enviando mensajes e intercambiando llamadas, y hace un par de semanas, después de reunirse nuevamente como "amigos", se dieron cuenta de que había mucho más entre ellos que solo amistad.

Aún no habían formalizado nada, ya que el rubio quería esperar a la quinta cita, pero se encaminaban hacia eso.

―En teoría, esta es nuestra segunda cita ―explicó la mujer a Dazai.

―¿Por qué una cita doble? ―cuestionó―. No es como si esta fuera la primera vez que se reúnen. Si fuese ese el caso, entendería el porqué.

―Pensé que sería interesante.

―Y me pareció apropiado ―dijo Kunikida―. Así podríamos conocer a una persona de confianza del otro.

―¡¿Soy tu persona de confianza?! ―preguntó Dazai con una exagerada ilusión.

Rápidamente, Kunikida se encargó de empujar hacia abajo su fingida emoción.

―Eras la única opción que me quedaba.

―¡Cruel! Y yo que vine aquí por ti.

―Viniste porque no tenías nada más que hacer.

Cierto, pensó Dazai. Aceptó por curiosidad y porque Chuuya estaba ocupado ese día, y el día anterior, y el día siguiente, y toda la semana.

Ah, tuvo que resistir su falta y decepción. Quería verlo. Tal vez debería hacer una videollamada esa noche.

―De todas formas, fue una buena idea, ¿no? ―comentó Sasaki, y luego señaló tanto a su amiga como a Dazai―. Ustedes dos se llevaron bien, temía que fuese incómodo.

Al mirar al frente, a la chica sentada al otro lado de la mesa, Dazai recibió una sonrisa tranquila.

Estaba seguro de que detrás de esa calma, se escondían otras cosas, pero no el tipo de cosas que Tomie o él ocultó alguna vez, sino que era simplemente estoicismo. Templanza, equilibrio, como si pudiera manejar con tranquilidad cualquier situación y conversación. Fue agradable, pensó. Hablar con Tsuneko fue fácil, más de lo que creyó, y aunque aún quería ver a Chuuya y escucharle cantar, ese momento sin él y con otras personas no fue tan malo.

―Tu amiga es muy agradable ―comentó Dazai.

―Y está soltera ―bromeó Sasaki, y antes de que la propia mujer o Kunikida pudieran evitarlo, agregó―: ¿No quisieras repetir la cita, Dazai? Sin nosotros, obviamente.

La chica se notó nerviosa ante aquella sugerencia, y sin demora, le pidió al moreno olvidar lo que su amiga dijo. Sin embargo, Dazai notó cómo lo miró de reojo; recuperando rápidamente su tranquilidad, pero junto a esta, casi siendo imperceptible, había un poco de ansiedad por una respuesta.

Dazai giró su cabeza hacia Kunikida y le envió un silencioso mensaje que el rubio comprendió en el acto. El de gafas movió la cabeza de un lado a otro, suavemente, esperando persuadir a su amigo de cualquier cosa que estuviera por decir, pero incluso antes de poder pedirle no decir una estupidez, Dazai volvió su atención a Tsuneko.

Con una sonrisa demasiado agradable para ser sincera, tomó una de las manos de la chica y suavemente la acarició.

―Me pregunto, bella dama ―comenzó, con un tono bajo e ignorando la mirada tensa que sentía a su lado―. ¿Aceptaría una segunda cita y luego saltar conmigo desde un puente?

El silencio que envolvió la mesa resaltó los sonidos a su alrededor, pero pareció que, al hacer aquella pregunta, todo el local se detuvo. Las miradas estaban fijas en ellos dos: en la sonrisa que Dazai mantuvo en alto; en la sorpresa que cubrió el rostro de la mujer. Sin embargo, tal como el moreno se lo esperaba, está recuperó la compostura y devolviéndole la sonrisa, respondió sin perder el ritmo de la conversación.

―Solo si pagas la comida y saltas primero.

Ah, era ingeniosa, notó Dazai, y dándole una sonrisa sincera, soltó su mano y se apoyó contra la silla otra vez, soltando un suspiro decepcionado.

―¡Ah, entonces no hay cita! ―se lamentó Dazai―. Soy una persona tan pobre y es aburrido si no saltamos al mismo tiempo.

Tsuneko solo rio, y prontamente inició con otro tema de conversación al cual el moreno se unió. La pareja a su lado compartió una mirada extrañada y se preguntó qué había sucedido. Sin embargo, al notar que los otros dos cambiaron de tema y olvidaron lo que acababa de ocurrir, decidieron hacer lo mismo.

Las próximas dos horas transcurrieron con calma y una constante conversación. Habían llegado al local a eso de las cinco de la tarde y ya iban a ser las siete. Por lo que restó de la reunión, Sasaki no volvió a sugerir que Dazai y Tsuneko tuvieran una cita. Su amiga no parecía interesada, y en un escondido mensaje de texto que el rubio le envió, le dijo que su amigo ya tenía su mirada puesta en alguien más. Escribió una disculpa al pensar demás, pero Kunikida solo le dio una sonrisa y sigilosamente estiró su mano hasta encontrar la de ella.

Pero cuando fue el momento de marcharse, y cuando los dos hombres se encontraron frente al mesón principal y las mujeres esperándolos fuera del local, Kunikida no pudo evitar golpearle el brazo a Dazai e ignorar su quejido de sorpresa e indignación.

―¡¿Qué demonios fue eso, Dazai...?! ―inquirió por lo bajo, mientras pagaban la cuenta―. ¿En serio? ¿Le ofreciste saltar de un puente?

―¡Tú dijiste que podía rechazar cualquier avance amoroso como yo quisiera! ―respondió de la misma forma, entre murmullos con un tono de indignación y agitación.

―¡Pero no con una insinuación de suicidio!

―¡No era una insinuación de suicidio! ¿No pensaste que, tal vez, me refería a saltar con una cuerda bungee? ―Kunikida no respondió. Dazai volvió a lamentarse―. ¡Qué poca fe tienes en mí! Me siento insultado, ultrajado, ofendido, agraviado...

―Sí, sí, ¡deja de mencionar sinónimos!

Al salir del local, la casi pareja les informó que tenían otros planes para la noche. Inteligentemente, Kunikida decidió ignorar el movimiento de cejas y la mirada sugestiva que Dazai le envió. Necesitaba resistir el impulso de golpearlo, necesitaba controlar su paciencia, rogar por templanza y contar hasta tres, porque si no lo lograba... De todas formas, logró distraer su cabeza de su deseo de estrangular a su amigo cuando Sasaki le preguntó a Dazai si podía acompañar a Tsuneko a la estación.

Si bien apenas eran las siete y media de la tarde y el día aún era claro, no se sentía bien dejando a su amiga volver sola a casa siendo que la acompañó hasta ese lugar. La mujer intentó negarse y decir que estaría bien, podía caminar sola a la estación, pero antes de que pudiera terminar de dar excusas, Dazai se alzó de hombros y aceptó. De todas formas, aunque volvería a pie hasta su departamento, la estación le quedaba de paso y podía asegurarse de que la mujer llegara bien.

Espantando a la pareja con un movimiento de mano, y resistiendo el impulso de recordarle a Kunikida "cuidarse" durante la noche, se despidieron y cada cual tomó su propio camino. Cuando los otros dos se alejaron lo suficiente, Dazai le compartió una sonrisa a Tsuneko y comenzaron a caminar.

Fue extraño que la chica no comenzara a hablar mientras se dirigían a la estación, pero el silencio también era cómodo. Aprovechó esa instancia para revisar su teléfono, lo había sentido vibrar en su bolsillo y no era su imaginación. Cuando la pantalla se encendió, notó el último mensaje que acababa de enviarle Chuuya.

Su ensayo había terminado media hora antes, le escribió. Akutagawa tenía algo que hacer en ese momento o algo así les dijo cuando terminó el ensayo y se marchó. Tecleando rápidamente, Dazai le preguntó si es que iba de camino a su departamento o hacia el hotel donde se estaban quedando sus hermanos, pero antes de que pudiera leer la respuesta, la mujer a su lado volvió a hablar.

―Me divertí hoy ―comentó, atrayendo la atención de Dazai―. Cuando Sasaki me dijo que quería organizar una cita doble, pensé que sería un desastre, pero fue divertido, incluso con esa propuesta tuya.

Aún con el teléfono en la mano, pero con la pantalla apagada otra vez, Dazai le dio una sonrisa de disculpa.

Fue lo primero que se le vino a la mente cuando Sasaki sugirió una cita entre él y Tsuneko. No creía que fuese una respuesta tan mala de su parte, pudo haber sido peor y mucho más extraña y preocupante, pero consiguió lo que quería: dejar en claro que no estaba disponible para citas, o eso esperaba.

―Lo fue, y la comida estuvo bien.

Sin embargo, esa salida no fue tan mala. Tsuneko era agradable, Kunikida pagó su comida y ahora tenía información que podría intercambiar con Yosano y Ranpo. Fue un buen día, pensó, un poco agridulce porque aún quería ver a Chuuya, pero obtuvo la distracción suficiente para no pensar tanto en el pelirrojo.

Al llegar frente a la estación, Dazai se quedó de pie junto a las escaleras, esperando a que la mujer las subiera y entrara. Tsuneko volvió a mencionar que fue agradable al fin hablar con él, ya que no tuvo la oportunidad cuando él renunció a su trabajo años atrás y ella lo reemplazó. Se veía diferente a lo que recordaba, comentó la mujer, pero era una diferencia buena. Dazai sonrió al escucharla. Tal vez no estaba avanzando tan mal como creía, tal vez sí había cambiado un poco.

Esperaba que Chuuya notara eso pronto.

―Llega bien a casa ―dijo Dazai, y cuando la mujer comenzó a subir los escalones de la estación, se dio la vuelta para marcharse.

―¿Dazai? ―llamó suavemente. El moreno se detuvo y ladeó el cuerpo, teniendo que levantar la cabeza para observarla. El cielo se había oscurecido un poco, así que comenzó a iluminarla la luz artificial―. Lo que dijiste en el local fue raro, pero entiendo por qué lo hiciste.

―¿Lo entiendes?

Tsuneko asintió.

―Entiendo que no quieres algo ahora mismo ―respondió, y luego, con el mismo semblante tranquilo y voz rítmica, tenuemente tímida, agregó―: Pero si cambias de opinión y quisieras salir otra vez, no me opondría a la idea...

Había escuchado ese tipo de propuestas muchas veces. Muchas veces dijo que sí, aunque realmente no estaba interesado, y también, en muchas oportunidades, se negó con las más crueles palabras. Pero Tsuneko dijo que se veía diferente a lo poco que recordaba de él, así que había logrado cambiar y no podía rechazarla cruelmente.

Sin embargo, por su cabeza pasó la imagen de cierta persona, y al mirar sus brazos, su piel escondida detrás de ese simple suéter que vestía ese día, recordó qué colores se escondían detrás de la tela y que estaban impresos en su piel.

Lamentablemente, la mujer frente a él no tenía esos colores, y ni siquiera se le parecía un poco. Así que, recordando que fue una tarde agradable, le sonrió, pero esa sonrisa cargó la disculpa que luego explicitó.

―Lo siento ―murmuró―. Eres agradable y bonita, y me encantaría seguir hablando contigo, pero ya estoy enamorado de alguien.

Ver la decepción en el rostro de otras personas, la amargura y como intentaban transformar esas situaciones en algo agridulce, le afectó como nunca antes lo hizo. Tal vez sí había cambiado un poco, pensó, tal vez era mejor de lo que alguna vez fue o intentó. Si no fuese así, no habría subido los escalones que lo separaban de la mujer, ni le hubiese palmeado suavemente el hombro para disculparse.

―Lo siento...

―Está bien ―murmuró―. Apenas nos conocemos y pudiste haber dicho cualquier otra cosa, pero fuiste sincero.

Lo fue, pensó. Estaba siendo sincero. ¿Por qué todos se daban cuenta de eso excepto...?

Suspiró. Volvió a disculparse y a murmurar que debía irse. Repitió que fue agradable conocerla y que esperaba que llegara bien a casa. Tsuneko le deseó lo mismo, y lo vio volver a bajar los escalones y marcharse sin mirar atrás, solo pensando en una persona y sintiendo una agridulce frustración.

De camino al departamento, le escribió a Kunikida un mensaje frustrado de que esperaba que estuviera disfrutando de la noche, y que no quería más sobrinos, tenía suficiente con la hija adoptiva de Odasaku. Luego de eso, le escribió a su roommate que sacara a su novio de su piso compartido si es que estaba ahí, pero el desgraciado solo recibió su mensaje y no le respondió. Volvió a enviar más mensajes solo para molestarlo, pero parecía que la paciencia de Fyodor ese día no se rompería con nada.

Cuando iba a mitad de camino y apresurando sus pasos, leyó el último mensaje de Chuuya. El pelirrojo le dijo que había cambiado de planes para esa noche, pero cuando Dazai le preguntó qué iba a hacer, no obtuvo una respuesta. ¿Se iría a casa? ¿Saldría con ese amigo suyo del cual no recordaba el nombre? ¿Saldría con otra persona? Ah, necesitaba dejar de pensar.

Pasaron diez minutos, y cuando llegó a su departamento, el pelirrojo seguía sin responderle. Buscando las llaves para abrir la puerta, reconoció la estruendosa risa del novio de Fyodor venir desde la sala, combinada con un poco de música de fondo y el sonido del televisor también. Ah, ya casi parecía que su casa era más de Nikolai que la suya. ¿Era una táctica de Fyodor para que se apresurara en buscar un lugar donde mudarse? ¡Aún no pasaban los seis meses de su acuerdo! No iba a darle el gusto de mudarse antes, aún necesitaba molestarlo más con sus quejas sobre el alza en las cuentas de luz y agua por culpa de su novio, aunque intencionadamente Dazai estaba tomando duchas más largas y dejando la luz encendida de su habitación durante el día para culpar al otro de algo.

Bien, de todas formas, Nikolai le agradaba más que Fyodor, se recordó a sí mismo. Solo entraría, lo saludaría, le diría a Fyodor que se fuera a la mierda y que bajara el volumen de la maldita radio, y se iría a su habitación. Aún tenía que terminar de leer una novela y escribir otras cosas.

Pero cuando abrió la puerta y pasó por la sala con la mirada fija en su habitación, por el rabillo del ojo notó la pantalla del televisor transmitiendo el final de una partida de Mario Kart, a Fyodor sentado a un lado, y a Nikolai perdiendo la carrera contra un pelirrojo que conocía demasiado bien.

―¿Chuuya...?

Su voz fue inmediatamente opacada por el grito triunfal del pelirrojo y el quejido de indignación que el novio de su compañero de piso soltó. En la pantalla del televisor, el personaje que había ganado la carrera se paseaba triunfal, mientras que Chuuya se burlaba a viva voz de Nikolai y este parecía a punto de destruir el mando de la consola contra el suelo. Ninguno de esos dos lo notaron entrar, o eso creía, ya que solo Fyodor le dirigió la más mínima atención antes de volver a mirar hacia otro lado.

―¡Esta es la quinta vez que ganas! ―se quejó el albino, y para alivió de Dazai, lanzó el mandó de vuelta al sofá antes de apuntar con indignación al pelirrojo―. ¡¿Cómo?! ¡¿Qué trucos sucios estás usando?!

―Todos los que aprendí de este idiota ―apuntó con su pulgar al sorprendido moreno a su espalda―. Pasé toda mi maldita adolescencia jugando, y perdiendo, contra él. ¡Aprendí los trucos necesarios para sobrevivir!

Nikolai volvió a quejarse. Sus reclamos sumados al sonido de la música y del televisor comenzó a darle un precoz dolor de cabeza, ¿cómo Fyodor podía estar tan tranquilo, bebiendo su tonto té entre tanto ruido? Tal vez solo era cosa suya y no era tanto el sonido a su alrededor. Tal vez solo estaba cansado, tal vez se estaba imaginando toda la situación.

No creía que el día pudiera terminar con una nota musical dulce.

―¿Chuuya? ―Volvió a llamar, casi pensando en abofetearse a sí mismo o al pelirrojo para asegurarse de que estaba ahí―. ¿Qué demonios...?

O ángeles, pensó Dazai para sí mismo cuando Chuuya ladeó el rostro y le sonrió por sobre el hombro. Se veía tan... feliz. Tan feliz de verlo, ¿o solo era parte del efecto prolongado de tener a su familia a su lado? ¿O Dazai se lo estaba imaginando? Fuera lo que fuera, no quería dejar de verlo.

―Hey, te demoraste ―saludó Chuuya―. ¿Dónde estabas? Sé que me dijiste que pasarías la tarde con Kunikida, pero a esta hora yo ya hacía a Kunikida durmiendo.

―Dormir es justo lo que no va a hacer ―murmuró Dazai, y antes de que Chuuya quisiera indagar sobre su insinuación, se adelantó y preguntó―: ¿Por qué estás aquí?

El pelirrojo fingió sentirse ofendido. Se cruzó de brazos y acercándose a Dazai con mala cara, chocó su hombro contra el cuerpo del moreno.

―¿Qué? ¿Te molesta?

―Yo lo dejé entrar ―comentó Fyodor, sentado desde el sillón individual y con la taza de té entre las manos―. Y Nikolai lo entretuvo mientras te esperaba. Tuviste que haberme avisado si tu amigo iba a visitarte.

―Tuviste que haberme dicho sí Nikolai iba estar aquí otra vez ―reclamó Dazai, fingiendo una sonrisa amistosa que el otro ignoró.

Fyodor se alzó de hombros, con la taza vacía entre las manos, se levantó del sillón y se marchó a la cocina.

La música seguía sonando desde la radio, el juego esperaba a ser reiniciado en el televisor. Compartió una silenciosa conversación con Chuuya, preguntando a través de solo su mirada si es que algo había sucedido para que el pelirrojo estuviera en su departamento, pero la respuesta de este solo fue una sonrisa y un implícito "estoy aquí porque quería", que Dazai se preguntó si es que había más de lo que esperaba en ese mudo mensaje.

Y antes de que pudiera tomar a Chuuya de la mano y llevarlo a su cuarto, Nikolai se le acercó y le tendió el mando que el pelirrojo había dejado a un lado.

―¡Oye, Dazai! ¿Quieres jugar una partida? ―preguntó.

Dazai miró del mando al albino, y copiando su sonrisa, inquirió de vuelta:

―Oye, Nikolai, ¿no tienes tu propia casa?

―La tengo ―respondió como si nada―, pero me gusta más esta. Aquí está Fedya.

―Te lo puedes llevar, es más, te lo regalo. ¿Lo quieres envuelto o te lo entrego así nada más?

―Depende del tipo de papel de regalo que vas a ocupar...

―Yo voy a jugar ―dijo Chuuya, empujando a Dazai hacia un lado y quitándole el mando a Nikolai de entre las manos―. Juguemos en equipo.

―¿Tú y yo contra Fyodor y Nikolai? ―preguntó Dazai.

―No, tú y Nikolai contra mí y Fyodor ―dijo Chuuya, y mirando hacia la cocina, se encontró con la mirada curiosa del compañero de piso de Dazai―. ¿Quieres participar o no?

El pelinegro se alzó de hombros, y con otra taza de té entre las manos volvió hacia el mismo sillón individual.

―Depende, ¿qué gano yo si...?

―Humillar a Dazai.

―Jugaré.

Dazai jamás había visto una mirada tan satisfecha en el rostro de su roommate como al momento de ganar la primera partida en Mario Kart. Ni siquiera estaban jugando los cuatro al mismo tiempo, simplemente Dazai y Fyodor le decían a Nikolai y Chuuya qué personaje escoger y qué hacer durante la carrera. Chuuya era rápido para entender y seguir las indicaciones del pelinegro, mientras que el albino discutía a cada momento con Dazai si es que lo que decía daría resultado o no, y terminaba perdiendo la oportunidad de tomar la delantera en la carrera.

Para la segunda partida, Dazai y Fyodor tomaron los mandos y compitieron entre sí. Se dedicaron más a hacer que los personajes se lanzaran objetos el uno al otro y a chocar entre ellos, que llegar primero a la meta, así que cuando la carrera terminó y llegaron últimos, Chuuya y Nikolai volvieron a quitarles los mandos.

Volvieron a jugar como antes, pero los equipos volvieron a formarse y gustosamente Dazai se sentó a la derecha de Chuuya,

Y así, en un momento de la noche estaban jugando videojuegos, y al siguiente el televisor estaba apagado y solo platicaban. Tal vez fue gracias a la insistencia de Nikolai para que Chuuya no se marchara ni Dazai se encerrara en su habitación como siempre lo hacía. Tal vez fue el hecho de que Chuuya parecía de tan buen humor, y tenerlo a su lado hacía sentir a Dazai tranquilo y seguro sin importar en qué lugar estuviera y con qué tipo de personas tuviera que tratar.

Tal vez, simplemente, era una noche agridulce y el destino decidió que debía quedarse un rato más en la sala; con esa agradable visita que no esperaba y que aún no le decía qué hacía ahí, después de jugar una última partida de Mario Kart con su compañero de piso y el novio de este. Con el televisor apagado, la radio reproduciendo canciones de finales de los 70' e inicios de los 80', y hablando de cosas que jamás creyó tratar con Fyodor o Nikolai.

Dazai estaba seguro de que esa fue la primera vez que habló con Fyodor sin frases pasivo-agresivas de por medio, aunque una que otra se escapó en algún momento, pero lo tomaron más como una broma que como un insulto.

Se sentía tranquilo sentado junto a Chuuya, escuchando al pelirrojo hablar con el novio de su compañero de piso sin perder el ritmo o hacer sentir el cuarto incómodo. Aprendió más sobre la vida de la pareja que durante esos dos años que llevaba viviendo bajo el mismo techo que Fyodor. Se enteró de cómo habían llegado a Japón, que Nikolai estaba en la Facultad de Arte y estudiaba actuación teatral. Al igual que Lippman, comentó Chuuya, y el peliblanco mencionó que lo conocía de una que otra obra en la cual habían colaborado los cursos superiores e inferiores.

Se enteró de que, al igual que él, Nikolai venía de una familia que podía considerarse "aristocrática" y que le daban gran importancia al apellido que el peliblanco sí recibió. Aunque había nacido en Ucrania, creció en Rusia, pero no fue ahí donde conoció a Fyodor. Eso sucedió cuando ya estaba en Japón, comentó.

De todas formas, aunque su familia lo "apoyaba" en todo, cuando se enteraron de que quería ser actor y que además se sentía atraído por los hombres, no dudaron en empujarlo hacia un lado y darle un pasaje de avión hacia cualquier destino que quisiera. Aún estaba en contacto con ellos, pero tanto él como su familia preferían que estuviera lejos.

Pensó en ir a Estados Unidos o alguna parte de Europa, pero sería casi una traición a su sangre acomodarse al estilo de vida norteamericano, bromeó. Ya conocía Italia y Alemania, y ningún otro país le llamaba la atención, así que decidió pegar un mapa gigante en la pared de su habitación de la infancia y luego le lanzó un cuchillo. El cuchillo cayó sobre Japón y al mes hizo sus maletas, se llevó el mapa con él y se marchó.

―Ahora tengo ese mapa en mi habitación, ¡y un día lo tendré en el cuarto de Fedya cuando Dazai se vaya de aquí!

―¡¿Me estás echando?! ―se indignó Dazai―. ¡Si quieres que me vaya pronto, entonces comienza tú a pagar la mitad de las cuentas!

―¿En serio te estás escandalizando por eso? ―cuestionó Chuuya―. De todo lo que dijo, ¿eso te impresiona y no el hecho de que vino aquí sin saber ni una mierda del idioma?

―Sabe hablar inglés ―señaló Fyodor, tranquilamente desde su lugar bajo el brazo de Nikolai―. Así sobrevivió los primeros meses.

―¿Y tú qué? ―preguntó Dazai mirando a su roommate―. No es que me importe la historia de tu vida, pero aun así...

―¿Qué quieres saber? Soy de Rusia, vengo de una familia extremadamente religiosa...

―Sí, creo que te he escuchado rogarle a Dios durante las noches que se queda Nikolai.

―Y vine aquí porque es uno de los países más desarrollados en temas de tecnología y computación ―respondió, ignorando las palabras del moreno―. Luego respondí a tu aviso de que buscabas compañero de piso y aquí estoy dos años después, soportándote.

―No entiendo ―dijo Chuuya ―. ¿Por qué siguen viviendo juntos si se llevan mal?

―La ubicación es buena ―respondió Fyodor.

―Y el alquiler es barato ―agregó Dazai―. En ese tiempo, era un ganar-ganar. ¿Qué iba a saber yo que cuando pusiera ese aviso, este engendro del demonio iba a responder?

―También esperaba un mejor compañero de piso, no esta abominación.

Antes de que pudieran iniciar su discusión con sonrisas y frases pasivo-agresivas, los otros dos los detuvieron. Chuuya lo golpeó en el brazo, exigiéndole que se comportara por una vez en su vida, mientras que, en el otro lado de la sala, ocupando la esquina izquierda del sofá, Nikolai atrajo al pelinegro más contra su cuerpo, tomando la taza de té que este tenía entre las manos y prometiendo que, en cuanto terminara esa taza, le prepararía otra. Esa promesa pareció ser suficiente para Fyodor, y se dejó abrazar sin importar la curiosa y ligeramente celosa mirada al otro lado.

Dazai sabía, por la forma en que miraba a los otros dos, que Chuuya quería eso. Esa cercanía, ese cariño, y él también.

También quería acurrucarse contra el pelirrojo de la misma forma en que Fyodor se acurrucó contra Nikolai; brazo contra brazo, casi dejando caer la cabeza sobre su hombro, con otra maldita taza de té entre las manos. ¿Cuántas iban ya? ¿Tres? ¿Cuatro? Con razón tenía anemia, pensó Dazai, e iba a comentarle a su roommate que dejase de beber tanto té, pero antes de que pudiera abrir la boca y sugerírselo dentro de una broma-insulto, inició una nueva canción en la radio que hizo saltar a Nikolai de su lugar y casi lograr que Fyodor soltara su taza.

―¡Fedya! ¡Nuestra canción!―exclamó, quitándole la taza de las manos para dejarla en la mesa de centro. Luego se levantó y le ofreció al pelinegro una de sus manos―. ¡Ven, baila conmigo!

Pocas veces vio a Fyodor demostrar alguna emoción, y en ese momento, Dazai saboreó notarlo tan incómodo con la simple propuesta de su novio.

―Sabes que no me gusta bailar, Koyla...

―¡Está bien! —aceptó con facilidad, y tomó el control remoto del televisor sobre la mesa de centro para ocuparlo como micrófono—. Entonces, déjame darte un espectáculo.

Fyodor parecía bastante avergonzado, Chuuya observó a Nikolai con curiosidad. Su mirada impasible cambió cuando reconoció la canción. Dazai notó como sus ojos brillaron un poco más, atraídos por la melodía y por la serenata que el peliblanco estaba por dar: usando el control remoto como micrófono, moviéndose por el pequeño espacio entre la radio y la mesa de centro. Bailando, ofreciendo un espectáculo sin vergüenza alguna, porque cuando la voz se hizo presente, no le importaba los otros dos oyentes.

"Show me, show me, show me how you do that trick

The one that makes me scream", she said

"The one that makes me laugh", she said

And threw her arms around my neck


Show me how you do it

And I promise you, I promise that

I'll run away with you

I'll run away with you

Dazai supuso que estudiar actuación le dio un gran control sobre su cuerpo y su voz, aunque por supuesto le faltaba esa potencia y presencia escénica que Chuuya tenía casi por propia naturaleza, pero estaba bien. Nikolai mantuvo la atención sobre él, especialmente la de Fyodor que, si bien aún quería buscar un lugar donde esconderse ya que no le gustaba esa excesiva atención, no dejaba de mirarle y prestarle atención.

Tampoco se alejó ni desvió la mirada cuando el peliblanco, aun ocupando el control remoto como un micrófono, se le acercó y le cantó directamente el siguiente estribillo.

Spinning on that dizzy edge

Kissed her face and kissed her head


Dreamed of all the different ways

I had to make her glow


"Why are you so far away?", she said

"Why won't you ever know that I'm in love with you

That I'm in love with you?"

Ver a Fyodor con esa expresión tan suave en su rostro le hizo sentir la necesidad de vomitar. Claramente, Chuuya no pensaba lo mismo. Casi parecía hipnotizado por ese espectáculo, secretamente deseando no ser el único que cantase para otras personas.

Y cuando Dazai no le estaba prestando atención, miró al moreno a su lado de reojo.

La canción acabó y Nikolai se inclinó frente a ellos como si le estuvieran aplaudiendo. De todas formas, las alabanzas y los aplausos no podían importarle menos, estaba bien con captar la mirada satisfecha de su novio y la tenue sonrisa que ocultó detrás de su taza de té.

―Gracias, gracias, son todos tan amables, ¡no se molesten en lanzarme flores! ―bromeó, dejándose caer otra vez en el espacio vacío junto a Fyodor.

―Me esperaba cualquier cosa, pero no que Just Like Heaven de The Cure―comentó Chuuya.

―Yo creí que su "canción" sería algo tétrico, o Rasputin de Boney M., ¿esa canción no es rusa? ―dijo Dazai.

Tanto Chuuya como Fyodor le dieron una expresión de desagrado, mucho más profunda y notable en uno que en el otro. Por otra parte, Nikolai ni siquiera se inmutó ante su tonta broma.

―Parte de la canción, fue lo primero que me dijo Fedya cuando lo conocí ―explicó Nikolai, y ante la curiosidad explícita en el rostro de Chuuya, prosiguió―. Ya sabes, usualmente los extranjeros en Japón suelen hacer fiestas de la nacionalidad y esas cosas para no sentirse solos ni deprimirse. Hace dos años, Kyodai organizó un evento para sus alumnos e hicieron un tonto concurso de talentos al cual me inscribí en un momento de impulso.

―Impulso de idiotez ―murmuró Dazai―. Lo entiendo, también me ha sucedido algunas veces.

―Demasiadas veces ―comentó Chuuya por lo bajo, y luego volvió su atención al peliblanco―. ¿Y qué? ¿Ambos se inscribieron al karaoke, los emparejaron al azar y les tocó cantar esa canción?

Nikolai negó con la cabeza, y envolviendo su brazo alrededor de Fyodor cuando este regresó al sofá con otra taza de té, continuó relatando.

―A Fedya no le gusta ser el centro de atención, solo yo participé con un tonto truco de magia. Se me ocurrió la brillante idea de combinar ese truco con un poco de humor, y bien ¡nadie se rio! Excepto una persona en el fondo.

Volteó su cabeza hacia el tranquilo pelinegro a su lado, que no le devolvía la mirada, pero que escuchaba cada una de sus palabras.

―Y cuando terminó el concurso, esa única persona que se rio, se me acercó y me dijo "muéstrame cómo haces ese truco".

Show me how you do that trick ―recitó Chuuya.

Nikolai asintió con demasiada emoción. Al igual que durante toda esa tranquila velada, acercó al pelinegro mucho más contra su cuerpo. Dazai notó a Chuuya poner atención en ese gesto, en esa simple cercanía que decía mucho y suficiente.

Era un equilibrio perfecto entre una persona demasiado expresiva y otra muy reservada. Ese contacto simple, común, nada fuera de lo normal, también lo quería.

Pero cuando pensó en ello, se forzó a no mirar otra vez al moreno a su lado.

―Realmente, no hay muchas cosas en este mundo que a Fedya le causen gracia ―comentó Nikolai, atrayendo su atención otra vez a sus palabras y al tranquilo jugueteo de sus dedos entre el cabello oscuro de la cabeza a su lado―. ¡Imagina lo especial que me sentí cuando mi tonto truco lo hizo reír!

―Porque fue ridículo ―argumentó Fyodor.

―¡Pero te hizo reír!

La pareja se enfrascó en una tranquila discusión sobre su primer encuentro. Parecía que ya habían hablado de eso cientos de veces, pero les gustaba repetirlo y recordarlo. En todo momento, Chuuya los observó. Había un pequeño anhelo cubriendo sus ojos, pero este rápidamente se resignaba y decidía pensar en otras cosas, en otros sueños y deseos.

Dazai quería tanto darle todo lo que deseaba. Quería darle una canción que fuese solo suya, que no describiera sus malos momentos o dolores. O tal vez una historia, una que ocultara entre metáforas todo lo que ambos eran tanto juntos como por separado. O simplemente cumplir la promesa que le había hecho tantos años atrás, ese beso que no volvieron conscientemente a compartir.

Pero cuando quiso buscar su mano y decirle silenciosamente que le daría todo lo que quisiera, Chuuya se levantó del sofá, se dirigió a la radio y la apagó.

―Dazai, me quedaré a dormir ―informó, sabiendo perfectamente que al moreno no le importaba que lo hiciera. Luego, dirigiendo una sonrisa agridulce a los otros dos, agregó―: Estoy cansado, fue agradable hablar con ustedes, pero creo que iré a robarle la cama a este idiota.

―¿Y dónde voy a dormir yo? ―inquirió el moreno.

―En el piso.

―¡Tan malo!

Ambos estaban conscientes que compartirían la cama y dormirían uno junto al otro como si fuese una noche de pijamada, pero los otros dos no lo sabían, y ante la expectativa de escuchar a Dazai quejarse del dolor de espalda a la mañana siguiente, Fyodor observó con simpatía al pelirrojo.

―Descansa bien ―le dijo a Chuuya, y luego miró a su roommate―. Tú no, Dazai.

―Vete a la mierda, Fedya.

―Tú primero, Osamu.

―¡Buenas noches a los dos! ―respondió Nikolai.

Chuuya se llevó al moreno a su habitación antes de que comenzara a discutir con sonrisas hipócritas con su compañero de piso.

No era la primera vez que el pelirrojo visitaba su departamento, pero nunca antes se había quedado a dormir. Por una parte, Dazai no quería que lo hiciera. No porque le molestara su presencia o porque no lo quisiera a su lado todo el tiempo que pudiera, sino porque se sentía raro que Chuuya durmiera tan pacíficamente en la misma cama en la cual Dazai había sufrido tantas noches de insomnio. Casi temía que el pelirrojo no pudiera descansar si se abrigaba bajo las mismas mantas y utilizaba su almohada. Pero, por otro lado, quería tenerlo ahí todas las noches si fuese posible. Verle dormitar, escucharle hablar entre sueños y observar la lentitud de su cuerpo cuando llegara la mañana.

Ah, no tenía solución. Lo que sentía por él se profundizaba con demasiada rapidez.

Al entrar a su habitación, Chuuya se apropió inmediatamente de su cama. Dazai tomó la silla del escritorio y se sentó, mirando de reojo la novela a medio terminar y su libreta que había dejado ahí esa mañana.

―Entonces, ¿qué te hizo venir a visitarme? ―inquirió Dazai cuando ya no pudieron escuchar nada más que sus propias voces y el silencio.

Chuuya se alzó de hombros.

―Solo quería venir ―respondió―. Hace días que no nos vemos.

―Hablamos por teléfono todas las noches, Chuuya.

―Sí, pero no es lo mismo ―argumentó―. Solo... quería venir. Mi hermano y cuñado decidieron tener una cita esta noche y recorrer la ciudad, obviamente no iba a interrumpirlos. Mi amigo, Adam, estaba ocupado, Arthur realmente le está dando mucho trabajo, tratándolo como si fuera una máquina que no necesita dormir. Me gustaría ver a Kyoka, pero no quería pasar un tiempo con Kouyou ahora mismo. Ya vi hoy a la banda, mis otros amigos están ocupados, así que...

―Entiendo ―le interrumpió Dazai, y sin verdadero dolor en su voz, agregó―: Yo era la última opción que te quedaba.

―No dije eso ―gruñó, y lanzándole una de las almohadas que Dazai atrapó con facilidad, sus siguientes palabras le hicieron dejarla caer―. No eres mi "última opción", imbécil. Dije que quería venir, que quería verte.

Si Chuuya supiera el efecto que tenía en él, todo lo que le hacía sentir y que no sabía cómo expresar, ¿qué diría? Ah, tal vez no diría nada, o tal vez pensaría que era una broma. No quería escucharle decir que creía que Dazai no era sincero, así que, para proteger su corazón al menos por esa noche, volvió su mirada al escritorio, abrió su libreta y le preguntó sobre su día.

Prefería escucharlo cantar o hablar sobre cualquier otra cosa. Sobre sus clases, sobre el idiota que le miró mal en la calle, sobre la banda o lo que quisiera, incluso divagar.

Le contó que ese día, la banda tuvo una "reunión administrativa" más que un ensayo, pero había cantado lo suficiente, así que se sentía satisfecho.

Tachihara había estado buscando lugares en los cuales tocar y otras opciones para aumentar el número de sus seguidores. Hasta ese momento, su mejor idea era tocar en la calle o participar en alguna noche de bandas temática: había algunos locales que conocía y que cada fin de mes organizaban una noche con solo música de una década en específico. Ya tenían experiencia con los covers, dijo su bajista; podrían presentarse con uno de esos o dejar que Akutagawa hiciera su magia de compositor.

Y hablando de Akutagawa, se estaba comportando raro, le dijo Chuuya. Parecía más... distraído de lo normal. Como si estuviera la mitad del tiempo soñando despierto o con la cabeza en otra cosa que no fuera la música o la literatura. Lo que decía mucho, puesto que más allá de eso o Gin, nada más le importaba, así que algo importante estaba ocultando.

Aquella tarde, tomó el teléfono unas diez veces. Tal vez en otra persona no era algo raro, pero Ryuu siempre apagaba el teléfono y se olvidaba de él durante los ensayos. No necesitaba mantenerlo encendido por una emergencia, ya que Gin estaba ahí con él y su otra persona de confianza, Chuuya, también. Sin embargo, ese día respondía mensajes y le sonreía al teléfono cada diez o quince minutos, ¡y aquella sonrisa era lo más raro!

—Ni siquiera se fijó en la doble intención de Tachihara cuando le entregó la correa para guitarra que le compró a Gin —reclamó Chuuya, echado sobre su cama, con la mirada puesta en el techo y la misma almohada que le había lanzado a Dazai ahora entre sus brazos—. Dijo: "Sí, sí, que bonita", volvió a tomar su teléfono y dijo que tenía algo que hacer en ese mismo momento, así que necesitaba irse, pero no quería que Gin volviera sola a casa.

—Supongo que ese bajista aprovechó la oportunidad para ofrecerse de escolta, ¿no? ―adivinó Dazai.

—Sí. Ryuu incluso se lo agradeció, ¡se lo agradeció! ¿Cuándo has escuchado que Ryuu agradece algo?

—Gin es muy importante para él, ¿no? —El pelirrojo volvió a asentir—. Supongo que solo por ella se vuelve más "amable".

No es que Ryuu fuese más "amable" cuando se trataba de Gin, simplemente era más receptivo a la ayuda si con eso su hermana estaba bien. Por supuesto, Gin podía cuidarse sola, y solo aceptó ser acompañada a casa por Tachihara para liberar un poco de la carga sobre los hombros de su hermano.

Tal vez debería hablar con ella, pensó Chuuya, y decirle que para Ryuu, ella no era una carga. Simplemente, el guitarrista estaba acostumbrado a esa dinámica en la cual él debía encargarse de todo, incluso de cuidarla a pesar de que ya ninguno de los dos eran unos niños.

Y tal vez, también debería recordarle a Ryuu que Gin ya no era una niña pequeña, y que, si necesitaba un hombro en el cual apoyarse, él estaba ahí.

—El punto es que está raro —dijo Chuuya, soltando un suspiro y dejando la almohada a un lado para meterse bajo las sábanas—. Y por lo que noté, ni siquiera Gin sabe en qué demonios está metido su hermano.

―Denle un poco de tiempo ―aconsejó Dazai―. Si no quiere decir nada, es porque aún no está seguro de lo que sea que esté haciendo.

―O simplemente está siendo un idiota que cree que no puede apoyarse en nosotros.

Dazai sonrió al escuchar ese tono de molestia en su voz, casi como si fuese un niño quejándose de los secretos que no le han contado. Lo observó acomodarse en su cama, cubriéndose con las mantas hasta la cabeza. Notó que se movía debajo de estas y después de unos segundos, lanzó sus pantalones negros a los pies de la cama. Dazai le ofreció una de sus playeras, sabía que eran suficientemente grandes para hacerle sentir cómodo, así que Chuuya aceptó, volvió a meterse bajo las sábanas y cuando sacó el torso, ya se había cambiado una prenda por otra.

Volvió a echarse sobre el colchón, con las mantas metidas debajo de la barbilla; recostado sobre su lado derecho, mirando hacia el otro hombre en el escritorio escribiendo algunas palabras o simplemente dibujando círculos.

Al sentir la atención sobre él, Dazai miró hacia la cama. Bien, no parecía que Chuuya tuviera problemas para dormir, el insomnio no era contagioso.

Los ojos azules seguían cada uno de sus movimientos, parpadeando lentamente, atacados por la tranquilidad que sentía cubierto por esas mantas impregnadas del olor del moreno, bajo la tenue luz de la lámpara sobre sus cabezas y el murmullo de la música que aún venía desde el salón. Ante ese ruido, Dazai tomó su teléfono y apretó la primera lista de reproducción que encontró. Podía concentrarse con el ruido y con la atención de Chuuya sobre él, pero sabía que la música ayudaría al pelirrojo a dormir.

―Ven a dormir conmigo―le exigió Chuuya. Pero por mucho que a Dazai le gustaba esa idea, se negó.

―Necesito estudiar un poco, Chuuya, tengo que terminar de leer una novela antes del viernes.

―No te veo leyendo ―señaló, y miró su mano de largos dedos pasar un lápiz por esa libreta que conocía bien―. ¿Qué estás escribiendo ahora?

―Algo malo ―respondió―. Algo lo suficientemente desastroso para que Fukuzawa-sensei deje de insistirme participar en ese tonto concurso literario.

―Deberías hacerlo ―murmuró Chuuya. Con cada segundo que pasaba, más se enterraba entre las mantas―. Al menos esta vez... Si pierdes o ganas da igual, eso no te quitará lo imbécil.

Dazai rio.

―No me des tanto ánimo, Chuuya, o pensaré que realmente puedo ganar.

El pelirrojo soltó un quejido somnoliento y no volvió a hablar. Dazai se concentró en lo que tenía sobre el escritorio, abriendo la novela que necesitaba terminar y leyendo las primeras líneas. Ese momento se sentía nostálgico, sus noches de adolescencia eran muy similares a esa, recordó, pero los papeles se habían invertido.

En sus memorias, él dormía en la cama de Chuuya, mientras este se tomaba su tiempo leyendo o escribiendo poesía con suave música de fondo. Hablaban un poco, se contaban sobre su día, murmuraban un par de insultos y luego Dazai se dormía, despertando brevemente cuando el pelirrojo terminaba de escribir y lo empujaba hacia la pared para acomodarse. Se abrazaban, a veces intercambiaban un beso y murmuraban un "buenas noches" antes de volverse a dormir, para a la mañana siguiente despertar entre los brazos del otro y quejarse sobre tener que levantarse para ir a la escuela.

Ahora, ya no había besos ni abrazos, tampoco alarmas a las seis de la mañana todos los días y ni su uniforme esperando colgado contra el respaldo de la silla, pero sí había música. Sí había literatura, camas hechas para solo una persona, la tenue lámpara sobre su cabeza y aquellos ojos que se negaban a cerrarse hasta que el cansancio ganara o bien el otro se acomodara a su lado.

―Duérmete ya, Chuuya, estás cansado ―dijo Dazai, y soltó un largo suspiro cuando el pelirrojo, tercamente, se negó―. Chuuya...

―Háblame sobre tu día, Dazai ―pidió―. ¿Qué hiciste con Kunikida?

―No quieres saber, no fue algo tan interesante...

―Quiero saber ―respondió, negándose a dejar que sus párpados medio cerrados cayeran por completo―. Vine aquí para ver a mi pez mascota y saber qué hizo mientras no lo vigilaba. ¿Hacia dónde nadaste con tu amigo, mascota?

―No sé nadar, Chuuya.

―Lo sé, yo tampoco ―rio, con un tono somnoliento―. Bastante estúpido siendo que venimos desde una ciudad portuaria.

―Tal vez deberíamos anotar eso en una lista de cosas que necesitamos aprender antes de que termine el año ―sugirió ―. Vamos a una piscina pública y aprendamos a nadar. Será divertido, conseguiré un flotador en forma de babosa.

―Ridículo ―insultó Chuuya, pero había una pequeña sonrisa en su rostro―, pero también quiero uno, tal vez en forma de sardina o caballa.

Tal vez nunca irían a una piscina ni aprenderían a nadar, pero por ese instante, les gustó soñar con planes poco probables. Volvieron a callar y Dazai lo notó cerrar los párpados, rindiéndose al sueño. Mantuvo su atención en su rostro por un poco más y luego volvió su mirada a su libreta, a la página en blanco y en el bolígrafo en su mano.

Antes de que pudiera escribir algo, la voz que provenía desde abajo de sus mantas, volvió a resurgir.

―Paul quiere que Kouyou se mude a Kyoto murmuró Chuuya―. No sé... no sé si la quiero aquí. Quiero decir, me gustaría, pero nos llevamos tan mal ahora mismo que no sé si sea una buena idea...

―Siempre quisiste a tu familia cerca, tal vez no sea tan malo ―respondió Dazai.

Bajo las sábanas, Chuuya se encogió de hombros y enterró el rostro más contra la almohada. Tomó una profunda respiración, sintiendo ese nostálgico olor que durante su adolescencia le ayudó a dormir.

Pero, ni siquiera ese aroma, seguía siendo el mismo que recordaba. Qué agridulce.

―No lo sé, lo pensaré mañana ―decidió. Y tan rápido como cerró los ojos, los volvió a abrir y toparse con la mirada marrón rojiza que no lo había abandonado esta vez―. Aún no me dices que hiciste con Kunikida...

―No mucho, lo hice pagar mi merienda ya que me llevó a conocer a su casi novia ―comentó―. Ambos llevaron a un amigo de confianza, ¿puedes creer que soy el "amigo de confianza" de Kunikida? Me sentí especial.

―De seguro no fue sincero con eso.

―No, no lo fue, ¡es tan malo! Pero bueno, la comida estuvo bien y aunque me hizo entretener a la amiga de su cita, la chica era agradable...

El silencio se sintió mucho más profundo cuando Chuuya no le respondió inmediatamente. Al mirar su rostro, Dazai lo encontró carente de expresión, salvo por ese toque somnoliento que no lo abandonaba y que cada vez ganaba más terreno. Sus ojos azules se habían entrecerrado un poco más, y brillaban con un poco de... ¿qué? ¿Conflicto? ¿Disgusto? No lo entendía. Ni tampoco la pregunta que Chuuya balbuceó por lo bajo.

―¿Era bonita...?

Tal vez se estaba imaginando cosas, pero Dazai creyó escuchar una tenue amargura en su voz...

Sí, seguramente era su imaginación.

―¿Importa que sea bonita?

―Te gusta la gente bonita ---murmuró, casi molesto.

―La belleza es subjetiva, Chuuya ―respondió, mirando la libreta entre sus manos, poniendo atención en la curvatura de su escritura que a algunos parecería bella y para otros no―. Y no lo sé, tal vez lo era, pero no me llamó la atención. Quiero decir, su cabello y ojos eran de colores muy similares a los míos, y personalmente prefiero el rojo y el azul...

Miró hacia la cama, hacia esos colores que eran los únicos que podían verse, mientras el resto estaban ocultos bajo las sábanas. Encontró el rojo, pero cuando quiso buscar el azul, este ya había sido escondido bajo los párpados. El entrecejo fruncido en el semblante de Chuuya no demoró en alisarse. Dazai se preguntó qué lo había molestado antes de quedarse dormido.

Le preguntaría mañana.

Su teléfono continuaba reproduciendo música, desde el salón ya no venía nada más. La respiración de Chuuya prontamente se volvió profunda y lenta, logrando dormirse por completo en poco tiempo. Se veía cómodo y tranquilo, a gusto dentro de sus sueños y cubierto por esas mantas impregnadas de su olor e insomnios.

Dazai se levantó de la silla, procurando no hacer demasiado ruido y apagó la música. Dejó la libreta abierta sobre su escritorio, el bolígrafo a un lado y la novela cerrada. Se sentó en el borde de la cama, pensando si debería empujar a Chuuya hacia el otro lado o el dormir contra la pared. Pero, incluso si estaba pensando en cómo acomodarse junto al pelirrojo en ese pequeño espacio, su cuerpo no se movió. Solo su mano se alzó, jugueteó con el cabello cobrizo esparcido sobre su almohada o aquellos mechones que perfilaban su bello rostro dormido.

Se veía tan tranquilo, también quería un poco de eso. También quería esa dulzura del sueño, pensó, mientras su mano se alejaba y se apoyaba a un lado de su cabeza, y su cuerpo se inclinaba hacia el pelirrojo, acercando su rostro al ajeno. ¿Podría tomar esa dulzura momentánea de sus labios entreabiertos? Pero si lo hacía, si lo besaba, entonces después no querría detenerse. Querría más, más de lo que podía o merecía tomar, y eso despertaría a Chuuya.

Y Chuuya no lo quería, ni a él, ni a sus besos, ni tampoco ser despierto. Así que Dazai solo podía quedarse con el agrio vacío de no obtener ni un poco de descanso, ni una canción solo para ellos dos, y dormirse mirando hacia la pared y sin mantas a su alrededor.

Pero había una tenue melodía viniendo desde algún rincón. Se escuchaba como algo que alguna vez conoció, pero Dazai no podía recordar cómo se llamaba la canción o cuando fue la primera vez que lo escuchó. Ah, no, no era una canción, notó, mientras volvía a inclinarse sobre Chuuya y besaba su frente, riendo por lo bajo cuando este se quejó entre sueños.

No era una melodía agridulce, era simplemente la respiración tranquila del pelirrojo. Profunda, suave y relajante. Tal como recordaba de esas noches a los quince años en su habitación en Yokohama.

Decidiendo que se mantendría despierto un poco más, Dazai volvió al escritorio. La novela la leería después, sabía que tenía un trágico final y no quería enfrentarlo en ese momento. En ese instante, necesitaba escribir. ¿Por qué? Tal vez para dejar ese sentimiento entre las páginas, o para ordenar sus propias ideas. O solo por gusto, solo porque así, pausando entre línea y línea, podría mirar a Chuuya dormir. Él podría pensar en la agridulce sensación que llevaba en su pecho, y aquella que el final de esa novela a un costado de su escritorio le haría sentir...

"Cuando el reloj dio las once de la noche, la puerta del bar se abrió y el mismo hombre de siempre entró.

Bajó los escalones de dos en dos, como si la pesada y oscura gabardina negra del trabajo sobre sus hombros no pesara. Parecía de buen humor, o simplemente lo fingía. Si era real o no, nadie podía decirlo, ni siquiera su amigo sentado frente a la barra; bebiendo el mismo whisky de siempre y que lo conocía hace tanto tiempo, podía decir qué era lo que estaba pasando por su cabeza.

De todas formas, si bien cada noche en el bar era igual que la anterior: los mismos clientes, el mismo bartender, la misma música y los mismos dos amigos bebiendo whisky; la conversación siempre cambiaba.

Esa madrugada, cuando el hombre que entró al bar se sentó junto a su amigo y pidió su propio vaso, comenzó a parlotear sobre el amor durante la muerte o el olvido..."






•••••••••••••• (N/A) ••••••••••••••• 

Tsuneko es el nombre de la camarera que aparece en la novela de "Indigno de ser Humano", con la cual el protagonista intentó suicidarse, pero solo ella murió. En apariencia, supongo que sería la camarera del local en el anime, ya que tengo entendido que agregaron esta en honor a la de la novela.

Por favor, comenta qué te pareció, me gustaría mucho saber lo que piensas de la historia <3

¡Gracias por leer!

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