Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

III: Stop thinking

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By LeoLunna

Antes de que pudiera golpear la puerta del despacho de Fukuzawa, esta se abrió. Atsushi bajó el puño y retrocedió; con una sonrisa de disculpa y una frase a mitad de la garganta al pensar que su maestro iba saliendo en ese momento, pero al ver quien era, sus palabras desaparecieron. Sus labios se cerraron fuertemente, y se esforzó por no dejar que se reflejara en su expresión todas las emociones que explotaron en su pecho cuando reconoció el rostro pálido y los ojos grises de quién salía.

Al otro lado de la puerta, bloqueando con su cuerpo la figura del maestro que los observaba con extrañeza desde detrás del escritorio, Akutagawa se enfrentó a Atsushi, con una expresión impasible y la misma falta de palabras; solo miradas, solo el leve reconocimiento del grado de cercanía que alguna vez poseyeron. La tensión no demoró en envolverlos, y sabían que era bastante fácil romperla si es que tan solo se dijeran un par de cosas, pero el silencio era más fácil de manejar que las palabras.

Era más fácil envolverse en la falta que admitir en voz alta que no le gustaba ese silencio, pensó Atsushi. Era más fácil fingir que no extrañaba escuchar su voz o el sonido de la guitarra desde cerca, pero lo hacía. Lo extrañaba. Todo él. Y dolía.

Extrañaba hablar con Akutagawa. Extrañaba discutir con él sobre gramática, literatura o por sus ensayos. Extrañaba sus comentarios o bromas ácidas. Extrañaba su humor agrio, o su nula importancia sobre lo que el resto pensaba. Extrañaba como le sacaba de quicio tan rápidamente, como nadie más podía hacerlo, y como no le importaba que Atsushi no fuese ese chico siempre tranquilo y de palabras suaves con quien todos acostumbraban tratar.

Extrañaba la música. Extrañaba escucharlo ensayar o componer una canción entre los periodos libres. Extrañaba todo lo que no pensó que alguna vez serían, y odiaba tanto que estuviera de nuevo en el punto inicial: donde no eran más que desconocidos, estudiando la misma especialidad, utilizando los mismos salones y leyendo los mismos libros, pero sin poder hablar de ello o más.

Pero así estaba bien. Toda esa situación era su culpa. Si no hubiese sido tan codicioso, si no hubiese querido más de lo que podía tener, aquello que no podía llegar a ser "suyo", entonces para ese momento serían "amigos".

―Akutagawa, por favor, déjalo entrar ―pidió Fukuzawa desde el escritorio, sintiendo la tensión en el aire.

Atsushi miró hacia al frente, tentativamente e intentó mantener una expresión neutra, pero esta se tambaleó cuando se encontró con la figura inmóvil y estoica del pelinegro que ignoró a su maestro.

Casi parecía como si no quisiera quitarle la vista de encima a Atsushi, como si temiera que este desapareciera o siguiera escapándose si lo hacía.

―Akutagawa...

―Sí, ya me muevo ―respondió, y a regañadientes se apartó del camino.

Atsushi retrocedió para dejarle espacio, pero pareció que el pelinegro caminó hacia su dirección intencionalmente. Sus hombros se rozaron cuando uno salió de la oficina y el otro entró. Fue un toque ligero, pequeño y olvidable, pero aun así Atsushi sintió un escalofrío subirle desde los pies a la cabeza, y si no se hubiese esforzado por mantenerse como si no sintiera nada, el estremecimiento de su cuerpo hubiese sido obvio tanto para su maestro como para el guitarrista.

Reteniendo la respiración, se obligó a girarse y cerrar la puerta. Ni siquiera necesitaba cerrar de cara al pasillo, solo quería una excusa, susurró una parte de su consciencia. Solo quería tener la oportunidad de ver a Akutagawa un poco más, incluso si solo era su imagen de espalda; alejándose a paso seguro, sin mirar hacia atrás y cargando su guitarra como todos los días.

El aire que sus pulmones estaban guardando se escapó cuando escuchó el suave clic de la cerradura, pero su respiración no era lo que necesitaba calmar, sino su corazón. ¿Por qué seguía palpitando tanto cuando Akutagawa se le acercaba? ¿Realmente seguía tan enamorado de él?, ¿o solo era el temor de que alguien los viera juntos y volvieran a hablar a sus espaldas? Ah, quería regresar a una época donde todo era más fácil. Cuando podía simplemente suspirar por el chico del que estaba enamorado y mirarlo desde lejos, ya que este lo despreciaba y lo ignoraba.

Ahora no sabía si es que Akutagawa seguía despreciándolo o sentía algo más por él... Sí, tal vez lo había besado esa noche a finales de febrero, ¿y eso qué? No había significado algo...

"No creo que Akutagawa te haya besado solo porque sí. No lo conozco tanto, pero todos sabemos que ni siquiera le gusta la gente, y estoy seguro de que tú, al menos le gustas un poco."

Eso le había dicho Dazai, pero entonces...

"¿Y eso qué? Incluso si es así, yo no podría... Lo perjudicaría."

¿Y eso qué? Se repitió a sí mismo. De todas formas, Akutagawa no regresó por él esa noche, y entendía el porqué.

Él solo era... ¿qué? ¿El chico de primer año al cual "ayudaba" de vez en cuando con sus ensayos? ¿El chico con un oído absoluto que podía precisar cuándo una nota era discordante con el resto y que sabía dónde conseguir lo que la banda necesitaba? Sí, solo era eso, nada más. Y lo entendía, pero de todas formas dolió ver a Akutagawa seguir a su entonces novia y dejarlo atrás.

Fue cruel. Muy, muy cruel. Le rompió el corazón como no imaginó que alguna vez sucedería. Solo había experimentado ese dolor mientras leía alguna novela trágica. Fue como si le hubieran puesto sobre las manos todo lo que siempre quiso, y al segundo siguiente, se lo hubieran arrebatado y destruido. Pero se lo merecía, pensó. Fue codicioso, deseo algo que no podía ser "suyo".

―Atsushi, siéntate ―pidió Fukuzawa al notar que el chico no se movía de frente a la puerta.

Recuperando sus sentidos como si estos hubieran sido encendidos por un choque eléctrico, Atsushi empujó al fondo de su cabeza sus pensamientos sobre Akutagawa y se sentó, con la cabeza y mirada baja, intentando quitarse del recuerdo la mirada impasible que hace semanas no apreciaba tan de cerca.

―¿Pelearon otra vez? ―preguntó Fukuzawa.

Aturdido y sorprendido por la pregunta, Atsushi levantó la mirada.

―¿Eh? ¿Quiénes?

―Tú y Akutagawa ―precisó el maestro―. Creí que eso se había detenido tiempo atrás.

―No ―respondió, y como un recordatorio tardío, agregó rápidamente enredándose con sus propias palabras―: Q-quiero decir... Ni siquiera hablamos, así que, nosotros no...

Atsushi calló y volvió a bajar la cabeza, tal vez buscando un lugar dónde esconderse de la atención inamovible de su maestro. El semblante estoico de Fukuzawa le decía explícitamente que sabía que algo ocurrió entre ellos, pero no iba a preguntar si es que su alumno no quería hablar.

Había notado cierta tensión entre ellos en solo ese breve contacto que presenció, pero no sabía dónde o cómo clasificarlo, así que decidió no entrometerse. Ah, niños, pensó. El periodo entre los dieciocho y treinta años era tan complicado que ya ni quería escuchar más problemas amorosos de sus alumnos, tenía suficiente con su propia vida.

―Entiendo, ya no hablan―repitió el maestro, distraídamente mirando los papeles en su escritorio; ignorando el suspiro que soltó el albino y luego como se atragantó con su propia saliva cuando sus palabras prosiguieron―. De todas formas, fue extraño cuando el semestre comenzó y dejaste de pedirme que le exigiera a Akutagawa ayudarte con tus ensayos.

Ah, qué vergüenza sentía de su yo del año pasado, pensó Atsushi.

¿Por qué en su cabeza de alumno de primer año universitario, pensó que esa era una buena idea para estar más cerca del chico que le gustaba? Claro, esas "tutorías" con el pelinegro realmente le ayudaron a mejorar su redacción, mucho más de lo que imaginó, pero ni siquiera les sirvieron para acercarse o llevarse mejor. Al contrario, discutían tanto sobre la gramática y la literatura que más de una vez los echaron de la biblioteca.

Sin embargo, la música los hizo más cercanos, y luego fue esta la que los alejó. Que crueldad tan poética.

De todas formas, ya no tenía excusas para pedir a Akutagawa como su "corrector de estilo". Podía editar sus propios ensayos perfectamente y hasta estaba ayudando a Louisa con los suyos, ¡e incluso a Dazai! Aunque para ser sincero, solo corregía un poco de la ortografía y la gramática de los ensayos del moreno, ya que este era demasiado perezoso para hacerlo por sí mismo. Y ahora que tenía un poco de dinero, le pagaba por ello, pero de todas formas sus escritos continuaban siendo perfectos.

Bien, dinero era dinero. Además, tener ensayos o escritos que corregir realmente le ayudaba a no pensar tanto en Akutagawa... Y luego llegaba a su cabeza la maravillosa idea de hacer ese u otros trabajos con las canciones de Black Ocean de fondo. ¿Qué tan masoquista era? Mucho, decía Lucy.

Gracias al cielo la tenía a ella a su lado casi todos los días; ya sea dentro o fuera de Kyodai. Lucy había comenzado a trabajar en la misma cafetería desde inicios del semestre y realmente había aligerado su carga de trabajo. Su turno pasaba más rápido con ella, ya que su horario era casi el mismo, y ahora tenía alguien con quien platicar o con quién quejarse de los clientes que entraban y salían. Además, cada vez que una canción de Black Ocean aparecía en su reproductor, la chica se encargaba de cambiarla o bien escucharle parlotear sobre lo mucho que le gustaba la banda y lo mucho que le frustraba aún estar tan enamorado de Akutagawa.

Lucy odiaba esos momentos, pero aun así lo escuchaba. Además, hacerse amigo de ella también lo hizo más cercano a Louisa y John, que a veces se pasaban por la cafetería. Tal vez el único problema era Mark.

No importaba lo que dijera, Mark continuaba coqueteando con él; regalándole dulces palabras, tomándole de la mano o tocándole el cabello cuando lo atrapaba desprevenido. Le hacía sentir nervioso, y también comenzaba a sentirse como un villano al siempre rechazar cada uno de sus avances. Lucy decía que estaba bien. Si no quería nada con Mark, estaba bien rechazarlo. Pero cada vez que lo hacía, el chico se veía triste. Se disculpaba por su insistencia, aunque continuaba con lo mismo al día siguiente.

Cuando Atsushi le preguntó por qué lo hacía, Mark solo le dijo que él "valía la pena el intento", y cuando decía eso, realmente quería decirle que sí y darle una oportunidad, pero, bien, ¡no tenía experiencia en eso!

No sabía qué hacer. No quería darle una oportunidad a Mark cuando solo había una persona a quien quería "pertenecer". Además, nunca estuvo tan interesado románticamente en la gente. No sabía cómo coquetear. No sabía qué responder, y apenas había dado su primer beso unos meses atrás y aquel se lo había llevado Akutagawa...

Ah, y pensar que ese beso no fue nada más que una equivocación.

―¿Para qué me citó aquí? ―preguntó Atsushi, un tanto impaciente por salir pronto de ahí y llamar a Lucy para quejarse de su nula vida amorosa―. No creo que sea para hablar sobre Akutagawa...

―No, no, por supuesto que no, aunque espero te agrade la idea de verlo durante el curso de Literatura clásica china, lo tomé como mi ayudante.

Por supuesto que le agradaba esa idea. Incluso si iba a ser una tortura tener que fingir que no estaba enamorado de él, al menos podría verlo durante las clases.

―De todas formas, no te llamé para darte esa noticia, sino sobre esto. ―Le tendió un papel que el menor inmediatamente aceptó y comenzó a leer―. Este año, el concurso literario del primer semestre irá enfocado en los relatos y como ya sabes, preferimos que sean los alumnos los jueces del concurso, ya que los maestros tenemos un criterio más sesgado ya sea porque reconocemos fácilmente si algún concursante es uno de nuestros estudiantes o bien porque sigue una línea narrativa que nos agrada más que otra.

Ante toda la explicación, Atsushi solo asintió. Rápidamente entendió que el maestro quería que otra vez fuera parte del grupo de jueces, al igual que el año pasado. Bien, le gustaba leer y eso le daría algo más en lo que distraerse. No iba a negarse, pero quería saber si es que él estaría involucrado también...

―¿Akutagawa también será uno de los jueces? ―cuestionó.

―Se lo pedí, pero Akutagawa se negó, dijo que tenía otras cosas en las cuales ocuparse.

Ah, sí, debía estar ocupado con la banda, recordó Atsushi. Tenían más popularidad que tres meses atrás. Tenían más lugares en los cuales tocar, otros escenarios más grandes, con mucho más público.

Ya no eran solo una pequeña banda que recién iniciaba y que estaban en la categoría de principiantes en cada competencia y que solo dependían de la reputación de Akutagawa. Ya podían considerarse a mitad de camino y codearse con aquellos que tenían más experiencia.

Estaba tan feliz de poder presenciar cómo Black Ocean y el guitarrista que admiraba crecían con cada canción y presentación.

―¿Y Dazai? ¿También será uno de los jueces? ―preguntó, como una ocurrencia tardía.

Para su sorpresa, Fukuzawa negó. Y aquel desconcierto creció cuando el maestro explicó:

―Quiero que Dazai participe esta vez.

Fukuzawa sabía que a veces sus alumnos eran descuidados, pero no Dazai. Siempre supo que Dazai procuraba no descuidar la perfecta imagen que creó para que el resto del mundo no viera que había más allá en él, y en eso también incluía que nunca olvidaba nada incluso si a veces fingía que sí. Un papel, un cuaderno, su propio teléfono o cualquier pertenencia que pudiera decirle a otros un poco de su propia persona, jamás eran dejadas atrás. Pero dos semanas después de iniciado ese nuevo semestre, sucedió.

Dazai olvidó sus pertenencias en el salón, o tal vez no le importó dejarlas ahí ya que su próxima clase sería en el mismo lugar. Fue el primero en salir cuando la hora para el almuerzo inició, mascullando para sí mismo que si se retrasaba Chuuya se iba a enfadar o algo así Fukuzawa le escuchó decir.

Había notado que su alumno no parecía el mismo chico de antes de las vacaciones, mucho menos aquel que llegó tarde el primer día de clases durante su primer año en Kyodai; que tan descaradamente se sentó en el lugar frente a su escritorio, con una sonrisa falsa de alguien que realmente no sabía qué estaba haciendo. Pero ahora parecía que sí. Parecía que tenía un poco más de control en su vida, y Fukuzawa creyó que había olvidado sus cosas por accidente.

Decidió que guardaría su bolso en su oficina y que luego, antes de las clases, le diría que lo dejó ahí ya que él lo olvidó. Pero cuando la tomó, no notó que estaba abierta y un par de cosas se cayeron. Soltando un profundo y cansado suspiro, Fukuzawa se inclinó a recoger el par de lápices y la libreta en el piso. Cuando quiso asegurarse de que la libreta no se había ensuciado, ya que cayó abierta y con las páginas blancas contra el piso, logró leer un poco de lo escrito ahí.

Pensó que no eran más que apuntes de la clase, lo que le pareció extraño. Dazai casi nunca anotaba nada, simplemente guardaba todo en su cabeza y ya. Pero en una segunda lectura, notó lo que verdaderamente estaba leyendo.

―¿Un relato? ―murmuró Atsushi.

Fukuzawa asintió con tranquilidad, escondiendo detrás de su rostro estoico la emoción que recordaba haber sentido al leer aquello.

―Cuando le dije que llegué a leer un poco de eso, casi gritó y se escapó, y se sigue negando a concursar ―explicó el maestro―, pero tengo fe en que podré convencerlo.

―No sabía que escribía...

―Ni yo, pero no me sorprende. Muchos de los estudiantes y profesores escribimos algo de vez en cuando.

Atsushi asintió, y se guardó para sí mismo que no era su caso. Le gustaba más leer que escribir, pero ese tipo de cosas se notaban desde el inicio, ¿no? Cuando alguien tenía talento para algo, usualmente se desarrollaba desde que eran niños y continuaban perfeccionándose hasta convertirse en adultos, como era el caso de Akutagawa y la música. Pero, antes de ese relato, jamás había visto a Dazai escribir.

Claro, siempre estaba contando o inventando historias, especialmente cuando quería conseguir u ocultar algo, pero no creía que esa habilidad suya pudiera combinarse con la escritura, ¿o sí...?

Guardando el papel con la información que Fukuzawa le entregó, Atsushi salió de la oficina. Tendría que volver el miércoles para esclarecer algunos últimos detalles y ya luego necesitaría acomodar su horario de trabajo para eso. Por suerte, ya tener cierta "antigüedad" en la cafetería hacía que su jefe fuese mucho más flexible con sus turnos.

Tenía un periodo libre antes del almuerzo y de su siguiente clase. Atsushi decidió que iría a la biblioteca y leería un poco. De todas formas, tenía que escribir un resumen de los primeros tres capítulos y luego pensar en que analizar de esa primera parte, así que bien podría aprovechar esa hora y media y concentrarse en esas actividades antes que en cualquier otra.

Le envió un mensaje a Lucy sobre dónde encontrarlo cuando estuviera libre y se concentró en el teléfono mientras salía del edificio principal de la Facultad de Humanidades. Acomodó sobre sus orejas los audífonos que sus madres le enviaron durante el verano y buscó la última presentación de Black Ocean. Incluso si estuvo presente esa noche, quería volver a escuchar la canción. Todas y cada una de ellas, pensó, mientras bajaba los escalones distraídamente, sin pensar en nada más.

Pero al llegar al final, a ese largo camino de piedra que conectaba el edificio con todo lo demás, notó a Akutagawa sentado en una de las bancas en el costado con un libro entre las manos. Apenas se alejó del último escalón, los ojos grises se elevaron. Los grandes auriculares oscuros sobre su cabeza descendieron hasta posarse cómodamente alrededor de su pálido cuello, y la música que venía desde ellos se convirtió en un tranquilo ruido de fondo, sonando detrás de la voz del guitarrista.

―Nakajima, hablemos ―ordenó el pelinegro.

Atsushi no respondió. Miró a su alrededor, casi pensando que el pelinegro se dirigía a otra persona y no a él. Akutagawa resopló, burlándose de él y restándole importancia a la mirada preocupada y ofendida que el albino le dirigió.

―No hay nadie aquí, idiota, no tienes que mirar alrededor buscando ayuda como si fuese a cortarte una pierna.

―Te creo bastante capaz ―respondió Atsushi, y mantuvo la distancia―. ¿Qué haces aquí?

―También estudio en esta facultad, por si lo olvidaste.

―Sí, sí, lo sé ―respondió, con un tono exasperado que el otro lograba hacer brotar tan fácilmente de él―. Me refiero a que... ¿qué? ¿Qué quieres?

―Te lo dije: hablar.

El ruido que produjo el libro al cerrarse se sintió como una explosión entre el murmullo alrededor y el suave ruido que aún provenía desde los auriculares. Akutagawa se levantó, sosteniendo la correa de la funda de guitarra con una mano y con la otra la novela. Dio un paso hacia el frente, y fingió no notar como Atsushi intentó retroceder. ¿Lo hacía a propósito o solo era una reacción involuntaria? Bien, fuera lo que fuera, no iba a escapársele esta vez.

No había nadie a su alrededor, nadie que pudiera reconocerlos e inventar más historias innecesarias. Estaban solo ellos dos, y si Atsushi quería más "privacidad", ya tenía en mente un lugar dónde llevarlo.

Esta vez, no tenía una excusa para escaparse y no hablar. Pero, aun así, el idiota buscaba una forma de seguir evitando todo eso.

―¿No tienes clases o algo así? ―preguntó Atsushi, volviendo a mirar a su alrededor―. No creí que fueras del tipo que se salta una lección...

―Me viste salir de la oficina de Fukuzawa, si tuviera clases ahora mismo, no me hubiera importado dejarlo plantado.

Sí, lo sabía. Sabía que a Akutagawa le importaba una mierda si Fukuzawa era o no su maestro o el decano de la Facultad de Humanidades. Nunca faltaba a una clase a menos que fuese algo de vida o muerte, o bien que Gin lo necesitara.

Y él, o cualquier cosa que hubiese ocurrido entre ellos tiempo atrás, no era importante, pensó. Bajó la mirada y la posó en cualquier otro lugar; en el camino de piedra, en la banca, en el césped verde de mediados de primavera, en su sombra junto a la de Akutagawa; la cabeza de ambos cubiertos de oscuridad, tan cerca como si se estuvieran susurrando algo o besándose...

―Dijiste que cuando regresáramos a Kyodai, y después de que pasara un poco de tiempo, hablaríamos ―le recordó Akutagawa, y la cabeza de Atsushi volvió a subir; se posó en esa mirada impasible que decía algo más dentro de esa grisácea calma―. Ya regresamos a Kyodai y pasó suficiente tiempo, Nakajima, ya no puedes seguir evitando esto.

Esto, eh ―murmuró Atsushi por lo bajo―. Lo dices como si tú y yo fuéramos algo...

Cualquier cosa estaría bien, pensó, volviendo a dar un paso hacia atrás. Cualquier cosa, cualquier título o nombre estaría bien, pero ¿desear eso no era también ser demasiado codicioso? Ah, otra vez se estaba haciendo ilusiones...

―Podríamos serlo ―dijo Akutagawa. Por un momento, Atsushi creyó escuchar mal, pero el rostro frente a él y las palabras se mantuvieron firmes, como si no fuese difícil decirlas―. Podríamos, pero eres un maldito idiota abnegado y no quieres aceptar que sí podríamos ser algo.

Aquello se sintió como ser empapado por un balde de agua fría y un cálido abrazo. Le obligaba enfrentar y observar con atención la realidad, pero también le entregaba otra vez ese sueño que por tanto tiempo celosamente guardó. Lo dejaba sobre sus manos con cuidado, murmurando que ahora debía ser mucho más atento, porque ese sueño era más endeble que antes, más frágil, pero también más real.

Pero no podía aceptarlo. Si lo aceptaba y se rompía, ¿qué iba a hacer? Si caía, no solo él lo haría esta vez. ¿Akutagawa estaba consciente de eso? ¿Entendía todo lo que significaba? ¿Entendía sus propias palabras?

―Ni siquiera sabes qué estás diciendo ―murmuró Atsushi, buscando un poco de distancia―. ¿Te escuchas a ti mismo o solo escuchas lo que quieres?

―Eres tú quien solo escucha lo que quiere ―criticó, dando un paso hacia adelante cada vez que el menor daba uno hacia atrás―. Desde hace tiempo que te estoy pidiendo hablar, y ya perdí la paciencia.

―Ni siquiera estoy seguro de que hayas tenido paciencia alguna vez.

―¿Por qué estás intentando discutir conmigo?

―Bueno, te estoy hablando, ¿no? Eso era lo que querías.

Akutagawa se veía tan enojado con él, pero al mismo tiempo parecía que estaba disfrutando de esa tonta discusión. Y él también. Incluso si se sentía tan frustrado por toda esa situación, por ese sinsentido y omisión, había extrañado eso.

Extrañó discutir con él por cualquier tontería. Extrañó no tener que ser cuidadoso con su actitud o palabras, y simplemente decir el primer insulto que se le viniera a la cabeza sin preocuparse de lo que pudiera provocar, porque sabía que Akutagawa era rápido al responder y podrían seguir con esa infantil pelea para siempre. Y en el fondo, ambos estaban bien con eso.

Ambos lo disfrutaban.

―Eres tan raro. ―Y yo también, agregó silenciosamente y solo para sí mismo.

―Y tú desesperante ―le respondió Akutagawa, y antes de que Atsushi pudiera reaccionar, lo tomó de la mano y lo apartó del camino―. Y un completo imbécil que va a hablar quiera o no.

―¿Eh? E-espera, ¡Akutagawa...!

Atsushi intentó no moverse de su lugar, pero aun así Akutagawa se mantuvo firme y lo obligó a caminar. ¿De dónde sacó tanta fuerza? Estaba seguro que, de entre los dos, él era más fuerte, pero aun así su cuerpo cedió con tanta facilidad...

Tal vez se sintió débil porque el pelinegro lo tomó de la mano. No de su muñeca, no de su brazo. De su mano. Como si fueran algo, como si quisiera que fueran algo.

Perdió la fuerza. Tanto su corazón como su cuerpo lo traicionaron, demasiados emocionados al sentir en su piel directamente los dedos fríos y ligeramente callosos por los años de tocar la guitarra. Ese contacto le hizo estremecer de pies a cabeza, y no pudo ocultarlo. Akutagawa lo sintió y lo miró de reojo. Atsushi se esforzó por devolverle la atención con una expresión molesta, pero sabía que era ineficiente.

Sentía el rostro cálido. Demasiado cálido. Ah, qué vergüenza, ¿por qué su corazón no podía calmarse de una maldita vez? ¿Por qué sus piernas no se detenían? Ni siquiera sabía a dónde iban, pero había una cosa segura: Akutagawa no iba a dejar que se escapara. No esta vez. No sin hablar.

La mayoría de los alumnos seguían en clases, había solo unos pocos que estaban alrededor, pero no les interesaba lo que hacían otros. La música continuaba saliendo desde los auriculares del pelinegro, reproduciendo canción tras canción. Salieron del camino de piedra que conectaba la entrada principal del edificio de humanidades con el resto de la universidad. Caminaron por sobre el césped y rodearon la construcción, y cuando Atsushi volvió a preguntar, nervioso, confundido y un poco irritado hacia dónde Akutagawa lo estaba arrastrando, al menos el pelinegro se dignó a responder.

Aquella zona a la cual lo llevaba tan solo era conocida por los propios estudiantes de la Facultad de Literatura. Algún tiempo atrás, fue el área exterior principal de descanso, pero con los cambios de estructura y el crecimiento de la universidad, aquellas zonas cambiaron de ubicación.

Aunque se convirtió en un área abandonada, la administración dejó que los árboles y la vegetación crecieran, y a la vez mantuvieron las viejas bancas y pocas mesas que existían casi desde el propio nacimiento de Kyodai, ya que sabían que a muchos alumnos les gustaba esconderse ahí; ya sea para estudiar, tener un rato a solas para leer, dormir o simplemente buscar un poco de inspiración.

Él mismo había pasado mucho tiempo de su primer año ahí, le dijo el pelinegro cuando se detuvo. Y luego, sin la más mínima delicadeza, lo empujó contra el tronco de un árbol y cubrió cualquiera de sus posibles escapes. Dejó su guitarra a un lado, le quitó las pertenencias a Atsushi y las lanzó al césped, ignorando el reclamo del albino y volviendo a acorralarlo antes de que pudiera respirar o bien pensar en algo más que no fuese él y lo que debían hablar.

―Estás demasiado cerca... ―señaló Atsushi, intentando distanciarse, pero a su espalda estaba el árbol; y frente a él, Akutagawa.

―¿Te molesta? ―preguntó, y con una mirada maliciosa, se acercó más―. Espero esto te moleste más.

―Eres tan irritante.

―Tú lo eres más.

―No, tú ―insistió Atsushi, y pudo haber continuado con esa discusión sin sentido, pero ¿para qué? No iba a salir de ahí a menos que hablara, y ya no tenía suficiente energía para enfadarse o mantener en alto esa muralla entre ellos. Estaba cansado. y dejó que cada una de sus emociones se deshicieran en un suspiro, aceptando cualquier insatisfactorio final―. En serio, ¿qué quieres de mí, Akutagawa? Ya sabes por qué me alejé. Sabes que después de...

No podía decirlo, su garganta se tensó y cerró. No. Solo recordar ese beso le dolía, así que prefería olvidarlo. No sucedió. No fue una equivocación, ni un descuido, porque nunca sucedió.

―Sabes lo que estaban diciendo ―dijo, sin saber cómo recuperó la voz. Mantenerla estable era tan difícil―. Lo que decía la gente u otras bandas... Y es mi culpa que comenzaran a hablar mal de ti o de Black Ocean, ¿no?

―Siempre hablaron mal de mí ―le recordó. Atsushi asintió.

―Lo sé, pero esta vez fue diferente. Antes, te criticaban porque era todo lo que podían hacer, porque sabían que nada de lo que hicieran o dijeran haría que dejaras de ser un buen guitarrista, pero con lo que sucedió... ¿Alguna vez lo pensaste? ¿Pensaste en que sus palabras podrían ir más allá?

Sí, lo pensó. Pero no le molestaba que sus malos comentarios o amenazas fueran dirigidos hacia su persona; podía manejarlos o enfrentarlos. Le molestaba que involucraran a Atsushi. Le molestaba que todo se dirigiera solo hacia el albino cuando esa noche fueron los dos, cuando fue él quien...

―Es mi culpa ―murmuró Atsushi―. Que comenzaran a hablar, que la banda casi perdiera popularidad o lugares donde presentarse, es mi culpa...

Se sentía tan feliz de que nada de eso hubiese sucedido. Se sentía tan feliz de que Black Ocean no hubiese perdido reconocimiento y que dejaran de hablar a sus espaldas, pero eso se logró solo porque tomó una rápida decisión. Se empeñó por mantenerse lejos hasta que todo se calmara y no hubiera pruebas de que lo que decían era verdad.

Si bien los rumores se habían detenido, cubiertos por la música y las perfectas presentaciones de la banda, aún no sabía si Higuchi realmente fue la responsable de que todos supieran que Akutagawa la había dejado por un chico, y que ese chico era él, aunque parte de eso no era verdad.

Él no era nada para Akutagawa, no dejó a Higuchi por él. Si Atsushi hubiese sido la verdadera razón de su ruptura, Akutagawa habría regresado esa noche por él, ¿no? Ah, pero desear que eso hubiese ocurrido era demasiado codicioso de su parte. De solo pensarlo le hacía sentir culpable.

Quiso robar algo que no podía ser "suyo", y provocó ese desastre.

―Alejarme fue la mejor opción, ahora la banda va bien, ¿no? Y tú también, tu reputación es mejor que antes ―dijo con convicción, aunque cada palabra dolía―. Y ya dejaron de hablar, pero si me vieran alrededor de la banda otra vez, entonces...

―¿Fuiste tú quien comenzó a hablar mal de la banda o de mí? ―inquirió, y por un momento, logró desestabilizar a Atsushi.

―Bueno, no, pero...

―No, cállate de una maldita vez, estoy harto de escucharte y de tu cara de idiota abnegado ―gruñó y aunque Atsushi quiso discutir, Akutagawa no le dio oportunidad―. Tú no comenzaste a hablar mierda, entonces, ¿qué? ¿De verdad te estás llevando toda la responsabilidad de lo que sucedió?

Por supuesto que era su responsabilidad. Si no hubiese pensado por un momento en tomar lo que no le pertenecía, entonces eso no hubiera ocurrido. Y tal vez nunca tuvo la valentía para seguir el plan de Dazai e interponerse entre Akutagawa y Higuchi tal como el moreno se lo aconsejó, pero tampoco se alejó.

Se quedó ahí, mirando a Akutagawa de tan cerca como podía. Soñando con algo que no podía tener, y sin resistirse cuando pudo tenerlo al menos por un segundo entre sus manos.

―Higuchi siempre desconfió de mí ―murmuró, buscando excusa tras excusa―, y yo no hice nada para asegurarle que no tenía nada de qué preocuparse...

Akutagawa se burló de sus palabras, ignorando su expresión ofendida.

―Higuchi desconfiaba de todos, ¡incluso de Gin antes de saber que era mi hermana!

―¡El punto es que me quedé ahí sabiendo que mi presencia tensaba su relación! ―interpeló, con frustración y sin saber qué más decir para hacerle ver su punto a Akutagawa―. ¿Por qué no quieres aceptarlo? ¡También es mi culpa que ustedes terminaran y que tantos idiotas comenzaran a hablar! ¡Me quedé ahí, no hice ni dije nada para hacerle ver que no era una amenaza...!

―Y ella tenía razón, sí eras una amenaza y un problema para esa relación ―le interrumpió. Esas palabras se sintieron como un golpe. Dolía, pero Atsushi sabía que se lo merecía, así que solo pudo bajar la cabeza, aceptando la culpa, al mismo tiempo en que Akutagawa decidía compartirla―, pero te estás dando demasiado crédito, Nakajima.

Volvió a acercarse mucho más. Lo tomó desde el mentón, sin delicadeza, solo buscando que los ojos ámbar violetas lo enfrentaran. Ahí estaban. Un poco molestos, nerviosos e inseguros, pero sin retroceder ya sea de esa discusión o de sus propios pensamientos. Eso le gustaba.

―Te voy a recordar algo importante―dijo, sin soltarle ni dejarle escapar―. Yo fui quien te besó esa noche, no tú a mí.

Realmente le gustó ver cómo toda esa endeble muralla que intentaba levantar entre ambos se derrumbaba. Le gustó observar cómo cada una de las emociones abandonaba esos iris ámbar violetas, dejando tan solo la sorpresa y la comprensión. ¿No había pensado en que Akutagawa tenía tanta culpa como él? Que cada uno de los primeros pasos, los dio él, no Atsushi.

Pero en ese momento lo pensó. Lo pensó y recordó lo que sucedió después, y para su extrañeza, los iris de Atsushi volvieron a tomar una tenue oscuridad. El ámbar se volvió un poco más profundo, el violeta se inclinó hacia el azul. Con un movimiento brusco de cabeza, Atsushi se quitó la mano de sobre el mentón, y posando ambas manos sobre el pecho ajeno, lo alejó con toda intención.

Parecía en conflicto consigo mismo. Tan herido, culpable y también enfurecido.

―Sí, lo hiciste ―admitió, y luego con voz agria, como odiándose a sí mismo y a ese recuerdo, agregó―: y luego me dejaste atrás.

Lo hizo, recordó Akutagawa. Lo dejó atrás para seguir a Higuchi, porque en ese momento no pensó en nada más que terminar con un problema para luego enfrentar el otro. Pero cuando quiso enfrentarlo, Atsushi no respondió su llamada, y Akutagawa decidió que no iba a rogar.

Pero de todas formas lo hizo, ¿no? Por esa razón estaba ahí, obligándolo a hablar.

―¿Querías que regresara? ―preguntó como si no fuese obvio, y Atsushi resopló, molesto y a la vez burlándose de él.

―¿Acaso no te correspondí? ―inquirió, frustrado―. Esa noche, ¿no te correspondí?

¿Acaso no se alejó por él? Para que la banda siguiera creciendo, porque sabía lo mucho que a Akutagawa le importaba, lo mucho que disfrutaba la música y tocar la guitarra. ¿Acaso no seguía yendo a cada presentación de Black Ocean para poder verlo? Porque quería verlo, porque se había prometido con dieciséis años que nunca, nunca más, iba a perderse una presentación del guitarrista que admiraba, e incluso si estaba enamorado de él y quería que fuese "suyo", estaba bien con mirarlo desde lejos. Mientras pudiera escucharlo tocar la guitarra, mientras pudiera verlo sobre un escenario, no le importaba si era un simple conocido o un espectador más. Aunque dolía. Dolía saber que nunca iba a obtener lo que quería, estaba bien con eso.

Ya lo tuvo por un momento, pensó. Lo besó. Por un momento pudo fingir que eran algo más. Por un momento, pudieron discutir sobre literatura y compartir canciones. Era suficiente. Obtuvo más de lo que imaginó o que merecía. Podía vivir con eso. ¿Acaso no era obvio que podía soportarlo? ¿Acaso no era obvio lo mucho que le importaba? ¿Acaso no era obvio lo que sentía?

Ah, estaba cansado. Su corazón al fin había dejado de latir erráticamente, pero el dolor silencioso seguía ahí, intentando ser llenado por la música que continuaba sonando suavemente desde los auriculares alrededor del cuello del guitarrista.

―Ya no quiero hablar más de esto―murmuró, y aunque sentía la mirada grisácea fija en él, se negó a observarle otra vez―. ¿Qué más quieres de mí, Akutagawa? Ya te dije lo que querías escuchar...

―No es suficiente.

Atsushi suspiro, casi sintió el deseo de sonreír, pero esa mueca estaría cargada de confusión y resignación.

―No te entiendo. ¿Qué quieres? ¿Volver a besarme y luego regresar por tu exnovia? ¿Qué te siga ayudando con las canciones? ¿Qué? Porque no se me ocurre nada más. Realmente no sé qué más podrías querer de mi si ya sabes todo...

Todo. Lo sabía todo. Y al pensar en ello, su cuerpo se heló.

―Lo notaste, ¿no? ―preguntó con una voz trémula, preocupada y temerosa de la respuesta que pudiera recibir―. Tú notaste que yo... que yo estaba enamorado de ti desde el principio...

No. No lo había notado. Pero ahora lo sabía, y ahora la respuesta que pudiera obtener podía ser peor.

―¿"Desde el principio"? ―repitió Akutagawa, y por un momento, Atsushi creyó que escuchó un poco de decepción en su voz―. ¿Qué significa eso?

Atsushi se negó a responder. Apretó sus labios fuertemente, sabiendo que cualquier cosa que dijera no iba a salvarlo del rechazo ni del pánico que sentía al haberse expuesto sin darse cuenta.

Quería marcharse, quería alejarse. Quería olvidar esa conversación y cualquier otra cosa, ya fuesen sus sentimientos, o sus viejas discusiones con Akutagawa, o ese beso, pero no las canciones, nunca las canciones.

Si perdiera esas melodías, ¿qué iba a hacer...?

―Atsu... Nakajima―llamó, corrigiéndose a sí mismo en el último segundo, esperando que el otro no se hubiese dado cuenta de que casi lo llamaba por su nombre. No parecía haberlo notado, estaba demasiado enfrascado en su propio pánico―. ¿Te acercaste a la banda por eso? ¿Por qué estas...?

―¡No! ―exclamó, dejando que las emociones se apoderaran de él, ya fuese el miedo, el pánico o la desesperación. Levantó la cabeza, negando y observando el rostro confundido del pelinegro. Él se sentía igual. Sin saber que decir, sin saber a dónde lo llevaría todo esto, pero al menos, podía explicar que no fue solo eso―. No, no fue por eso. Yo... yo solo... No es lo mismo. Yo... Es tan ridículo, ¿sabes? Te admiro desde que tengo dieciséis años, desde que estabas en Yokohama como Hellhound, ¡y no me acerqué por eso! ¡No es lo mismo! Admiro al guitarrista, admiro a la banda; pero tú, como Akutagawa, como Ryuunosuke, yo estoy...

Enamorado de ti, agregó silenciosamente, y no necesitaba decirlo en voz alta.

Estaba enamorado de todo lo que era él. No solo del guitarrista, no solo del estudiante de literatura que lo torturó durante todo su primer año con sus ensayos. Estaba enamorado del guitarrista, del estudiante, del imbécil que tenía un sentido del humor ácido o casi nulo. Del chico que siempre le compraba dulces a su hermana menor, del que siempre se llevaba de la biblioteca los mismos libros que Atsushi necesitaba, y con el cual compartía gusto por las obras clásicas chinas. Del que siempre llevaba su guitarra a todas partes, y que trabajaba los fines de semana en una librería porque le gustaba que fuese un lugar tranquilo y donde no le miraran mal por leer durante su turno. Del chico que, de alguna forma, mantenía su vida en equilibrio sin descuidar ni una parte de ella: ni sus estudios, ni su banda, ni su familia.

Estaba tan enamorado de él que le dolía. Y saber que seguramente nunca iba a ser correspondido, dolía mucho más. Lo sabía, pero no quería escucharlo. No en ese momento, no lo soportaría.

―Por favor, déjame ir...

―Nakajima...

―Por favor ―repitió, con la cabeza baja y el cuerpo tenso. Si no se marchaba pronto, iba a perder la voz―. Yo no... No puedo con esto...

La música seguía reproduciéndose desde los auriculares del pelinegro. No se había detenido en ningún momento, y Akutagawa había olvidado que el reproductor seguía corriendo. Pero cuando Atsushi calló, cuando bajó la cabeza, con los hombros y la mandíbula tensa, sin saber si lo que estaba por recibir era desprecio u otra cosa, al fin el pelinegro escuchó la canción que llenó parte de ese silencio.

La reconocía, la había escuchado tiempo atrás.

Y sin saber cómo decir todo lo que quería, porque nunca fue bueno con ese tipo de palabras, solo con las agrias y ácidas, recurrió a la música una vez más para decir aquello que a él le dificultaba. Entendía ese lenguaje, y Atsushi también, así que tomó sus auriculares, se los quitó de alrededor del cuello y cubrió sus oídos con estos, dejando que la música prosiguiera.

La melodía envolvió cada uno de sus sentidos. Por un momento, Atsushi se sintió perdido, pero, así como la música lo dejaba en ese laberinto, también le entregaba el camino. Entendió la canción, entendió lo que Akutagawa intentaba decir.

Secrets I have held in my heart

Are harder to hide than I thought

Maybe I just wanna be yours

I wanna be yours

I wanna be yours

Wanna be yours

Wanna be yours

Al levantar la cabeza, buscando una respuesta clara, solo se encontró con un par de labios. Fue un beso inseguro, un poco desesperado, que deseaba que el mensaje llegara y fuera comprendido, que esperaba desaparecer cualquier duda entre ellos y en lo que quería de él. Atsushi se estremeció, sintiendo cada una de las emociones del pelinegro que reflejaban sus propios sentimientos; la misma inseguridad, nerviosismo y anhelo.

No sabía qué hacer. Sus manos se movieron, sin saber a qué aferrarse: si al tronco a su espalda o al chico que lo besaba. Solo había una respuesta para eso, y mientras la música seguía envolviendo sus oídos, sintió que, si no se aferraba a algo en ese momento, perdería la fuerza de sus piernas y caería. Era demasiado, así que se aferró a Akutagawa. Se sostuvieron mutuamente, y correspondió. Así como siempre soñó hacerlo, así como en ese primer beso, correspondió.

¿Podía disfrutar de eso por un momento? ¿De ese beso? ¿De esos sentimientos? Solo un poco más, pensó, mientras el beso se profundizaba y le faltaba la respiración. Solo un poco más. Tal vez no lo merecía, tal vez estaba siendo demasiado codicioso otra vez, pero solo un poco más.

Al mismo tiempo en que la canción terminó, Akutagawa le quitó los auriculares de la cabeza y los dejó envueltos alrededor de su cuello. Se separaron, recuperando el aliento y mirándose el uno al otro. Atsushi esperó a que el pelinegro volviera a marcharse, siguiendo a alguien que no era él, pero no sucedió.

Akutagawa se quedó ahí, cerca, con una mano sosteniéndolo desde el bíceps, con la otra cubriendo sus propios labios, pensando en qué deberían hacer ahora. Parecía debatirse entre volver a besarlo o darle más espacio. Atsushi no sabía cuál era mejor opción, tal vez ninguna.

―¿Qué significa esto? ―preguntó con voz baja―. La canción...

―Lo que dice la canción ―respondió Akutagawa, robándole las palabras―. Esto, y lo que sucedió antes, significa lo que dice la canción.

I wanna be yours

No debería sentirse tan feliz. No debería sentir que estaba soñando, ¿qué estaba sucediendo? ¿Era real? ¿Estaba bien?

―Tengo razones para pensar que esto es una mala idea ―dijo, al mismo tiempo que el pelinegro volvió a inclinarse hacia él otra vez, pero en vez de besarlo, juntó sus frentes.

―Tus razones son estúpidas, igual que tus ensayos.

―¿Qué tienen que ver mis ensayos en esto? ―inquirió, soltando una risita tranquila por primera vez en todo ese momento, pero, así como llegó, desapareció―. Akutagawa, ellos seguirán hablando...

―Que lo hagan, me importa una mierda.

―Pero a mí no ―le recordó―. A mí no me "importa una mierda".

"Y seguramente ella sabía qué a Atsushi no le daba igual. Sabía que él se mantendría lejos si lo amenazaba con hablar más de la cuenta, porque a él realmente le importas tú y la banda."

Lo veía. Todo lo que dijo Chuya de Atsushi tiempo atrás, lo veía. Y le gustaba.

Higuchi solo había querido una parte de él, y eso fue suficiente para acercarla a la banda. Quería esa parte de él que ella imaginaba podía cambiar, esa imagen del guitarrista solitario y arisco que cambiaría solo por "amor". Creyó que, involucrándose con la banda, compartiendo el mismo escenario y las mismas canciones, lograría alcanzar ese ideal de novio que creó en su cabeza. Esas expectativas desgastaron su relación, ese esperar que ambos fueran algo que no eran, los destruyó.

Por otra parte, Atsushi... Atsushi no esperaba nada. No esperaba nada de él, ni siquiera atención.

A pesar de que tenía un carácter de mierda, como Chuuya decía, o que era demasiado quisquilloso con la música y la literatura, o un idiota que despreciaba a casi todo el mundo, que siempre antepondría las necesidades de Gin antes que las suyas o las de cualquier otra persona, y aunque era horrible expresándose con las palabras, Atsushi se enamoró de él.

Y llevaba haciéndolo por más tiempo de lo que creía. Sin esperar que un día Akutagawa lo notara o le correspondiera. Estaba bien con solo escucharle tocar la guitarra y discutir con él sobre literatura. Y si dejaba que el albino se le escapara después de saber todo eso sería un verdadero imbécil.

―Quiero esto ―murmuró, y cuando la confundida mirada bicolor se posó en él, señaló primero a Atsushi, luego a sí mismo, y viceversa―. Esto.

Pudo ver la sorpresa y la felicidad explotar en los iris ámbar violetas. Los sentimientos se mezclaban, compartiendo el mismo lugar con la duda y la infantil esperanza. ¿Era real? ¿Estaba siendo sincero? ¿Estaba obteniendo lo que siempre deseó?

Debería negarse. Debería alejarse otra vez y aceptar su karma. Necesitaban más tiempo, un poco más de espacio, un poco más de silencio incluso si dolía y no era lo que realmente quería.

¿Y qué quería? Si se lo preguntaba sin anteponer esa estúpida abnegación como el guitarrista lo llamaba, ¿qué quería?

Quería eso. Quería a Akutagawa. Eso nunca había cambiado.

―Si la gente se entera de que estas con el mismo chico por el cual dejaste a tu exnovia, será terrible...

―Entonces que nadie se entere ―ofreció, buscando la misma mano que no pudo tomar tiempo atrás―. Al menos por un tiempo.

No le gustaba la idea de esconderse, pero si era necesario, si de esa forma Atsushi era "suyo", entonces...

―¿Por cuánto tiempo? —preguntó el albino.

―Uno o dos meses, tal vez. No me importa que la gente hable.

―Me importa.

―La banda estará bien, y esto no se trata sobre la banda ―le aclaró. Entrelazó sus dedos, buscó la mirada ajena y se reflejó en sus iris. Con su mano libre, Akutagawa volvió a señalarlos, primero a Atsushi, luego a sí mismo―. Se trata de si quieres esto.

Atsushi volvió a mirarle con esos ojos inseguros y esperanzados, observándose a sí mismo en el estanque plata frente a él.

Tal vez estaban cometiendo una equivocación. Tal vez era demasiado pronto o demasiado tarde para intentar algo así, y tal vez él era demasiado débil como para negarse a lo que quiso por tanto tiempo.

¿Podía permitírselo? ¿Al menos por un tiempo? Solo un poco, solo un poco más de ese sueño. Tal vez no se lo merecía. Tal vez estaba volviendo a ser demasiado codicioso, pero esta vez no era el único. No era el único que quería eso. No era el único que quería intentar ser el uno del otro.

I wanna be yours

Wanna be yours

Wanna be yours

I just wanna be yours

Sus dedos apretaron aquellos que los envolvían. Su diferencia de temperatura se sentía bien. Debía marcharse pronto, ambos tenían otras cosas que hacer, pero por ese momento, por solo un poco más, Atsushi dejó caer su cabeza contra el hombro ajeno y respiró con calma. Sintió a Akutagawa hacer lo mismo: apoyó la cabeza contra la suya, con su mano libre lo atrajo más hacia su cuerpo y exhaló con tranquilidad, como si todo el estrés y preocupaciones que sufrió hasta ese momento hubiesen valido la pena con tal de tenerlo ahora su lado. ¿Y todo lo demás? Ya no importaba darle vueltas.

No pensaría más. Solo quería quedarse ahí: debajo de la sombra de aquel árbol escondido detrás del edificio de la facultad, sintiendo a Akutagawa "suyo".



[•••]

La mañana había sido una absoluta tortura, especialmente por la mirada insistente de Fukuzawa sobre él durante el primer periodo.

No importaba que Dazai le dijera que no estaba interesado en participar, o que creía que esa era una idea absolutamente terrible, su maestro mantenía la esperanza de hacerle cambiar de opinión. Insistía en que leyó un "no sé qué" en eso que su alumno escribió y que valía la pena que otros lo leyeran también. El moreno lo dudaba.

Solo tenía esa libreta porque, bueno, era un buen complemento a la terapia. Le ayudaba tener un lugar donde intentar ordenar sus ideas. Muchas veces simplemente plasmaba lo que estaba pensando en los momentos en que sentía que no podía más, y eso era todo. No lo hacía por "amor al arte" o para que alguien más lo leyera, solo lo hacía porque lo necesitaba. Y si su maestro o Chuuya leyeron un poco de eso, fue solamente porque ambos eran unos metiches que no podían resistirse a no leer algo que, a todas luces, se notaba privado.

En fin, esperaba que Fukuzawa dejara de insistir y Chuuya le respondiera el mensaje que le mandó en la mañana. el pelirrojo parecía un poco... distraído desde el sábado. Sabía, gracias a Albatross, que jugó con él y sus otros amigos al billar esa noche y que, como dijo que lo haría, se emborrachó hasta sufrir una resaca terrible al día siguiente, pero según el rubio de gafas oscuras, Chuuya se veía feliz cuando se reunión con ellos en el bar e incluso a la mañana siguiente, cuando ni siquiera soportaba sus propios pensamientos.

No les quiso decir nada a ellos, pero solo confesó que se había encontrado con una persona de camino allí. No dio más información. Ni quien era, o qué relación tenía con él, y eso lo estaba volviendo loco.

Está bien, sí, no eran nada. No había relación de por medio y Chuuya en ese punto lo odiaba más que quererlo, ¡pero necesitaba saberlo! ¡Necesitaba saber quién era el desgraciado que hizo a Chuuya tan feliz con solo un encuentro! ¿El dinero que tenía sería suficiente para lograr sacarlo de la cárcel si lo hacía desaparecer? ¿O para sobornar a la policía, jueces y abogados para salir impune? No, por supuesto que no, no era tanto y la terapia seguía siendo costosa. Además, con todos esos pensamientos no parecía que la terapia estuviera dando resultados.

Tal vez debería aprovechar que Fyodor estaba siendo "bien atendido" por Nikolai para preguntarle si sabía dónde conseguir más dinero. Estaba seguro de que su compañero de piso conocía páginas ilegales de apuestas y esas cosas, pero no quería su ayuda. No, le cobraría demasiado caro, y aún no encontraba un nuevo departamento al cual mudarse.

Tal vez debería hacer desaparecer a Fyodor, así podría quedarse en el mismo lugar y ya después pensaría en qué historia contarle a Nikolai para justificar la ausencia de su anémico novio...

―¿Por qué parece que estás planeando un asesinato?

Al volver a la realidad, notó a Ranpo de pie junto a la mesa con su propia bandeja de comida.

―¿Cómo sabes que lo estoy planeando?

―Yo lo sé todo ―respondió Ranpo, y se sentó frente a él―. ¿Dónde está Kunikida? Es raro que llegue tarde, incluso para el almuerzo.

Dazai se alzó de hombros.

―Dijo que tenía otro compromiso ―comentó, y luego se inclinó sobre la mesa, más hacia el mayor―. Pero eso también ya lo sabías. ¿Qué sucede con Kunikida? ¿Sabes algo?

―He visto un par de cosas ―respondió, pero no dijo nada más.

Cuando estaba dispuesto a dar información, Ranpo le expresaba cuál era su precio y luego ellos decidían si podían conseguir lo que el mayor quería a cambio del chisme o no, pero en esa oportunidad, Dazai se dio cuenta de que no diría nada.

Tendría que esperar a que Kunikida decidiera contarles por su propia cuenta, pensó Dazai, y miró a su alrededor.

El rubio no estaba en ninguna de las otras mesas, así que Dazai supuso que, o bien estaba almorzando en los comedores de otras facultades, o bien en uno de los locales cercanos a la universidad. La última opción era la menos probable, Kunikida no se marchaba de Kyodai hasta que sus clases terminaran. Yosano estaba realizando sus pasantías en el hospital, así que no le verían por Kyodai hasta el jueves y no podían almorzar con ella hasta el viernes. Ranpo no parecía muy feliz de no tener a su mejor amiga durante los almuerzos, pero no había nada que pudieran hacer.

Ese era tanto su último año en Kyodai como el de Yosano. A él y a Kunikida aún les quedaban uno o dos años más para graduarse. Luego de eso, extrañaría esos almuerzos.

Al menos, cuando se graduaran, Atsushi no estaría solo, pensó Dazai y buscó al chico. Lo encontró en una mesa alejada, con esa chica pelirroja a la cual se había hecho bastante cercano, y aquella de cabello castaño y gafas que comenzó a estudiar literatura ese año. No parecía que su pequeño amigo estuviera muy interesado en la conversación. Se veía distraído, como si estuviera perdido dentro de un sueño que no creía que un día se volvería real. Entonces, cuando la pantalla de su teléfono se iluminaba con un nuevo mensaje, Atsushi salía de esa ensoñación.

Sonreía y su rostro reflejaba un manojo de emociones: felicidad, sorpresa, incredulidad, un poco de inseguridad y más. Dazai se preguntó qué pudo haber ocurrido para que el menor se viera tan asustado como feliz.

―¿Y bien? ―preguntó Ranpo, llamando su atención―. ¿A quién estabas planeando asesinar? ¿Fyodor te sigue dando dolores de cabeza?

―Siempre, pero no, no es él esta vez. ¡Y de todas formas da igual! No asesinaré a nadie. Es muy costoso salir de la cárcel, y aunque tendría techo y comida gratis, no vale la pena ―explicó, y soltó un largo suspiro―. Solo estoy cansado. Fukuzawa-sensei sigue insistiendo sobre el concurso literario de este semestre.

―Dijiste que quería que participaras, ¿no? ―Dazai asintió―. Sería una buena idea.

―No quiero que toda la universidad lea lo que escribí.

―Utiliza un seudónimo ―aconsejó, con un "qué idiota eres" implícito en su tono de voz.

Dazai decidió pasar por alto esa actitud altanera a la cual tan acostumbrado estaba. Tenía otras razones más importantes por las cuales refunfuñar, como el hecho de que su maestro estaba esperando a que cediera y su mensaje leído, pero no respondido, que le envió a Chuuya dos horas atrás.

¿Qué demonios estaba haciendo Chuuya? ¿Qué era más importante que responder sus mensajes? ¿Qué? Ah, sí continuaba pensando en eso y en los infructíferos consejos de Ranpo, iba a terminar con un dolor de cabeza.

―Utilizar o no un seudónimo no es el problema―señaló―. ¡Y ni siquiera existe un problema! Solo no quiero participar. No quiero ser un escritor o lo que sea, no tengo madera para eso.

Además, sería raro, se dijo Dazai a sí mismo. Fue Chuuya quien quería ser parte de algún círculo literario. Y si él lo intentaba, incluso si solo era por insistencia de su maestro o casualidad, sentiría que estaba robando el sueño que Chuuya aún podía alcanzar, incluso si la música ahora era más importante para él que la poesía.

Solo había comenzado a escribir esas cosas, esos pensamientos y breves relatos porque no era bueno expresando su dolor sin intentar minimizarlo. En uno de los momentos más bajos de su vida, no tenía a nadie ahí para escucharle, solo un pedazo de papel que no le importaba si lo arrugaba, rompía o escribía sobre él. Y la literatura le había enseñado a plasmar y ocultar todo entre frases metafóricas e imágenes sin relación, en personajes que no eran él, porque aún no estaba completamente bien para mirarse al espejo y reconocer cada herida. Darse cuenta de que podía escribir todo lo que le dolía, fue bastante terapéutico para él, y su propio terapeuta estaba de acuerdo en que era una buena idea continuar con eso.

Pero si iban a insistir por leer lo que escribía, entonces dejaría de hacerlo. Aunque esa idea no le agradaba.

Soltando un largo suspiro y sintiendo que perdía el apetito, Dazai se dedicó a jugar con su bandeja de comida; pinchando con los palillos todo lo que aún había dentro del plato e ignorando deliberadamente la mirada fija de Ranpo sobre él.

―No te voy a insistir ―dijo el mayor―, pero estoy de acuerdo con Fukuzawa-sensei. Si él dice que vale la pena, entonces lo hace.

―Siempre estás de su parte, y eso que tomaste, ¿cuánto? ¿Solo un curso con él durante el primer año?

―¡Su clase era genial! ―respondió, con un ligero tono de admiración plasmado por lo bajo―. Además, ¡me ayudó mucho durante mi primer año en Kyodai! Si él dice que deberías participar, entonces deberías hacerlo. Si no, ¿para qué escribes?

Porque solo el papel, o su cuerpo, podía aguantar una escritura ensombrecida de tinta negra o roja. Y ya que había prometido no volver a romper ese papel en sus muñecas ni derramar la tinta, era la única forma sana en la que encontraba un poco de alivio. Pero si le decía todo eso a Ranpo, tal vez no lo entendería, ni quería pensar más en ello o en otra cosa. Lo mejor, era resumir.

―Porque lo necesito ―confesó en voz baja―. No siempre me siento bien. Y si lo escribo, entonces nadie más tiene que lidiar con mis momentos depresivos.

Pero siempre olvidaba, o decidía ignorar, lo bien que Ranpo entendía el mundo a pesar de que parecía tan desinteresado de todos ellos. Siempre olvidaba que el mayor podía ver a través de él.

―Puedo escucharte cuando te sientas mal, Dazai ―le recordó, con esa voz y expresión suave que abandonaba el infantilismo y reconocía su papel como el mayor de entre los dos―. Pero supongo que los viejos hábitos tardan en morir, especialmente en alguien como tú.

―¿Alguien como yo? ―inquirió, y bromeando agregó―: ¿Un genio que es lo más sexy que ha pisado la tierra?

Ranpo resopló. Su expresión volvió a tornarse altanera y negó.

―No. Un idiota con mucho ego.

Dazai rio, guardando para sí mismo el "mira quien habla de ego" que quería soltar. Ranpo le devolvió la sonrisa y sin querer insistir más, comenzó a hablar de la tesis que estaba preparando para ese año. Será la mejor tesis de esta universidad, comentó, y mientras le escuchaba, Dazai sintió recuperar un poco de su apetito.

Recordaría que, si necesitaba hablar, Ranpo estaba ahí para escucharlo y darle el consejo más cruel, pero realista, que podía recibir. De todas formas, incluso con su consejo acabaría haciendo lo que quisiera, pero le gustaba saber que tenía alguien dispuesto a prestarle oído cuando el papel no era suficiente para quitarse de encima lo que sentía.

Mientras el mayor seguía parloteando, sintió que su mirada era atraída por la entrada del comedor. Y tal vez tenía un radar o algo que siempre le decía cuándo o dónde se encontraba Chuuya, porque en cuanto giró el rostro, notó al pelirrojo entrar junto a Albatross y Lippman.

No parecía que Chuuya se hubiese percatado de su presencia, lo que era raro, pensó Dazai. Siempre, a nada más estar en el mismo lugar, el pelirrojo lo encontraba entre la multitud con facilidad, pero ese día parecía un poco diferente. Seguía la plática que Albatross mantenía, se sentó en su lugar habitual y pidió la misma comida de todos los lunes. Pero se veía impaciente, un poco ansioso y emocionado. ¿Había sucedido algo bueno? Se preguntó Dazai, y decidió escribirle.

"Mira hacia la izquierda" escribió, y Chuuya tomó su teléfono inmediatamente. Parecía estar esperando un mensaje, aunque no era precisamente uno de Dazai. De todas formas, lo leyó e hizo lo que le dijeron, y cuando sus miradas se toparon desde la distancia, Dazai le sonrió. En primera instancia, Chuuya pareció sorprendido, pero luego le devolvió la sonrisa, y entonces, como una ocurrencia tardía de un gesto infantil y despreocupado, levantó el dedo medio en señal de saludo.

Se echaron a reír al mismo tiempo, atrayendo la atención a su alrededor, pero sin importarles esta. Solo importaba ese momento y esas miradas alejadas.

―Oh, por favor, deja de coquetear a la distancia o voy a vomitar ―advirtió Ranpo.

―Nadie te dice nada cuando coqueteas con tu novio con todos presentes ―contraatacó Dazai―. Además, déjame en paz, este es el único coqueteo que Chuuya me corresponde en este momento.

—Claro, porque antes estabas siendo tan pegajoso con él. Al menos ahora sabes disimular, aunque solo un poco.

Dazai soltó un quejido, pero no respondió. No valía la pena discutir con Ranpo cuando tenía razón.

El mayor le hizo una seña silenciosa para que terminara su almuerzo. A regañadientes lo hizo, aunque estaba más pendiente de lo que sucedía en otras mesas. Se preguntó qué tan buena fue la broma de Albatross que hizo reír a Chuuya con tanta fuerza mientras le golpeaba sin parar. O tal vez era simplemente el buen humor que le hacía más paciente a las estupideces. Sea lo que sea, quería saber.

Quería saber qué o quién hizo a Chuuya tan feliz...

Ah, necesitaba dejar de pensar tanto en Chuuya. ¿Si escribía sobre él en una de sus libretas lograría sacárselo de la cabeza? Tal vez sí, pero seguramente solo por un rato. Y, de todas formas, no quería dejar de pensar en él. Tenerlo siempre presente, incluso si algunas ideas a su alrededor le producían dolor, era mejor que estar consciente de todo lo demás. Del insomnio que poco a poco retrocedía, de la falta de brillo en sus ojos algunos días, de la cicatriz que aún sentía bajo la tinta de un arce pelirrojo.

Volvió la mirada al frente, a la comida a medio terminar y al hombre de casi veintisiete años que estaba hablando sobre la investigación que estaba llevando a cabo. Se escuchaba interesante, pero su concentración quería marcharse cada cinco minutos, así como el pelirrojo en una de las otras mesas que se levantó y se marchó antes que cualquiera.

―Oh, se te está escapando ―dijo Ranpo. Ante su mirada confusa, señaló hacia su espalda y le hizo notar como Chuuya salía del comedor―. ¿No irás tras él?

¿Debería? Tal vez no, pensó. Se recordó a sí mismo que había decidido darle más espacio al pelirrojo, ¡incluso la cantidad de mensajes que solía enviarle se redujo! Necesitaba entender su lugar y su existencia como un ente separado ya sea del recuerdo de Oda o bien de la presencia de Chuuya, pero era difícil.

Dazai se obligó a apartar la mirada y volver su atención a la bandeja de comida frente a él. Sus dedos apretaron con mayor fuerza los palillos que sostenía en su mano izquierda. ¿De dónde provenía ese sabor amargo que sentía en el paladar? ¿De la comida? ¿Estuvo en mal estado todo ese tiempo o bien eran sus sentimientos agriados? Ah, ni siquiera debería sentirse de esa forma. Chuuya tenía su propia vida y solía estar bastante ocupado. Que le respondiera o no un mensaje, que le dijera que haría o no entre clases, no era una obligación.

Pero quería saber. Quería saber qué sucedió durante el fin de semana y que lo hizo tan feliz; así como él nunca logró hacerlo.

―¿En serio no vas a seguirlo? ―preguntó Ranpo—. Eso es raro viniendo de ti.

Dazai levantó la cabeza y captó su expresión dividida entre la confusión y el asombro. Sí, él se sentía de la misma forma, pero lo único que podía hacer era quedarse ahí.

―No soy raro, bueno, sí, pero está bien, puedo hablar con él después ―dijo, sin saber si sus palabras eran más para calmar a Ranpo o para sí mismo―. Chuuya necesita su espacio, ¿no? No tiene por qué estar pegado a mi cadera a cada momento.

―Yo diría que es más al revés, tú te pegas a él ―aclaró el mayor―. Pero es cierto, puedes hablar con él después, así que ¿de qué te preocupas, Dazai?

Cierto, ¿de qué se preocupaba? No es como si Chuuya fuese a aparecer al día siguiente y decirle que ya tenía a alguien a quien llamar "suyo" como lo hizo Oda. No es como si él significara para Chuuya, lo mismo que Chuuya significaba para él otra vez. Solo eran amigos. Ambos necesitaban su espacio. Con solo las llamadas era suficiente, se dijo Dazai. Las llamadas a final de la tarde, las breves pláticas por la universidad y las presentaciones en las cuales podía escucharlo cantar.

Eso era suficiente. Aún tenía tiempo. Aún necesitaba encontrar el lenguaje o mensaje que le hiciera entender a Chuuya que estaba siendo sincero, pero ¿por qué no podía deshacerse de ese sentimiento? De esa preocupación, de esa idea de que, mientras más se demorara en encontrar un lenguaje o mensaje, este más se alejaría de él.

―Creo que esto estaba en mal estado ―dijo, tomando la bandeja y levantándose de la silla―. Iré a tomar aire.

―¿No tienes una clase después del almuerzo? ―preguntó Ranpo, sin darle la oportunidad de dar más de uno o dos pasos.

Dazai suspiró, e intentando actuar con desinterés, se alzó de hombros.

―Fukuzawa-sensei me perdonará por faltar.

―Solo si aceptas participar en el concurso literario ―le recordó Ranpo―. Sí le dices que faltaste a su clase por estar escribiendo algo y luego participas, lo olvidará.

¿Por qué siempre tenía razón? ¿Por qué insistían tanto con el concurso? Ya comenzaba a exasperarle toda esa situación, pero la tomó con calma, como si no fuese nada, y solo asintió.

―Lo pensaré.

―¡Genial! Asegúrate de buscarte un seudónimo bonito, ¿sí? Si escoges uno ridículo, le diré a Akiko que te patee.

Dazai solo murmuró un "sí, sí" casi sin emoción. No quería participar, no quería pensar en un seudónimo ni nada, pero tal vez sí escribiría algo. No para que su maestro le perdonara por saltarse la clase o para un tonto concurso universitario, sino porque lo necesitaba; porque sentía el pecho pesado y no estaba seguro de por qué.

Tal vez solo necesitaba caminar. De seguro el almuerzo estaba en mal estado. Sí, eso se escuchaba razonable. Pero después de darle una vuelta a casi todo el campus, seguía pensando en Chuuya y ya no solo sentía los hombros tensos, sino también las piernas.

Ah, no estaba hecho para el ejercicio. Tal vez tuvo que haberse tomado una siesta en una de las bancas de la Facultad de Humanidades. De todas formas, estaban a mediados de primavera, no hacía frío y a nadie le impresionaba ver a un estudiante universitario durmiendo entre clases. Era lo común y lo más sano que hacer, mucho más que inyectarse café directamente en las venas.

Cansado de caminar y sin un lugar donde realmente quisiera estar, se sentó en una de las bancas vacías en el sector de la Facultad de Economía. Esperó encontrar un punto rojizo entre tanto edificio blanco y gris, pero este no estaba en ningún rincón. Sentía su falta, tanto o más que los mensajes en blanco en su ventana de chat. ¿Qué estaba haciendo Chuuya? ¿Por qué no le respondía? ¿Debería enviarle otro mensaje?

No, no, debía esperar. No quería hacerlo, pero esperar era la mejor opción en ese momento. Chuuya necesitaba su espacio y Dazai... Bien, traía la libreta consigo, podría darle un poco de utilidad y así, cuando Fukuzawa lo interrogara por saltarse su clase, tendría una excusa que, si bien no le satisfacía, sí mantendría contento a su maestro.

—¿Qué haces aquí? ¿No tenías clases en este periodo? —Al subir la mirada de aquella página en blanco que aún no llenaba de tinta azul, se encontró con la expresión juiciosa de Kunikida—. ¿Estabas con Chuuya?

Me encantaría, pero o me está ignorando o realmente está ocupado, pensó Dazai. No dejó que el decaimiento que sentía se reflejara en su rostro. Aunque fue difícil, hizo que sus labios tomaran una sonrisa tranquila y su cuerpo una postura despreocupada.

Sí, podía manejar esa máscara, y Ranpo tenía razón: los viejos hábitos eran difíciles de desaparecer.

—Es un secreto ―respondió, con un ligero vibrato melódico en su voz―. Pero la verdadera pregunta es: ¿Dónde almorzaste, Kunikida? Es raro de tu parte no comer con nosotros, o bien no decirnos sí estás ocupado estudiando o en otra cosa que te haga saltarte la comida.

Acorralar a Kunikida era tan fácil y divertido. El otro hombre era tan sincero y transparente que Dazai realmente se sentía aliviado de poder tratar con alguien de acciones fáciles de comprender.

Notó que su amigo estaba avergonzado. Se veía igual de pulcro que cada día, pero parecía haber puesto un poco más de atención en su atuendo. No llevaba los libros bajo el brazo, pero estos iban dentro de su bolso; quería dar una imagen más relajada. Mh, interesante. Interesante, pero tan obvio al mismo tiempo.

―Ya entiendo, ya entiendo ―dijo Dazai, y sonrió maliciosamente―. ¿Tuviste una cita? Ah, ¡cómo has crecido! ¿Usaste protección?

—¡No es eso! ―respondió, y su rostro se tornó mucho más rojo cuando Dazai se echó a reír―. ¡Dazai!

―¡Lo siento, lo siento! Deberías ver tu cara, ¿por qué te avergüenzas tanto de esas cosas, Kunikida?

Ofendido y aún con el rostro sonrojado, el rubio se cruzó de brazos y desvió la mirada despectivamente.

―Tengo un poco de decencia.

―Sí, eso es lo que provoca tener una familia funcional ―bromeó, y tras calmar su risa, preguntó―: ¿No tienes que irte a clase?

―¿Y tú qué?

―Estaba planeando tomar una siesta aquí.

—No eres un vagabundo, Dazai ―regañó, pero después de mirar al moreno de pies a cabeza, agregó―: Todavía no. Pero bien, ya que estás aquí quiero pedirte un favor.

¿Se había distraído por un momento y había escuchado mal? Tal vez sí, pensó Dazai, cerrando la libreta vacía y enderezando la espalda.

—¿Tú? ¿Me quieres pedir un favor? ¿A mí? —preguntó, apuntándose y ahogando un sonido de sorpresa cuando Kunikida asintió; inseguro y sin saber si era buena idea involucrar a Dazai en lo que fuera que iba a pedir—. ¿Debo sentirme preocupado o asustado? ¿Mataste a alguien y quieres ayuda para esconder el cuerpo? Sé que parezco como si supiera de un buen lugar, pero no es así, Kunikida. Aunque puedo preguntarle a Fyodor, seguro que él...

—¡No es nada de eso! ―aclaró, y con un suspiro frustrado, dio un paso hacia atrás―. Olvídalo, es demasiado problema...

―¡No, no! ¡Ahora quiero saber, así que nada más de bromas! ―Rápidamente, se levantó de la banca y se aferró al rubio antes de que pudiera marcharse molesto y avergonzado―. ¡Dime! ¿Cómo puedo ayudarte si no es para esconder un cadáver?

Kunikida volvió a soltar otro suspiro exasperado. Se quitó a Dazai de encima, lo empujó de nuevo hacia la banca para que se sentara y se acomodó a su lado. Con la mirada curiosa del moreno sobre él, no tuvo otra opción que seguir con lo que había comenzado y explicar qué quería de Dazai.

Al menos, escuchar toda la historia de Kunikida y su pedido, hizo que dejara de pensar en Chuuya por un momento.



[•••]

¿Por qué el auto se movía con tanta lentitud? No, el auto estaba bien, Adam era el idiota que no apretaba el acelerador sin importar cuántas veces le dijera que lo hiciera.

"El aeropuerto no se va a mover de dónde está, Chuuya", le dijo, y luego agregó un "tengo una visa de trabajo, no quiero que me deporten a nada más llegar al país por exceder el límite de velocidad". Excusas, llanas y estúpidas excusas.

Pero tenía razón. El aeropuerto no iba a moverse de donde estaba y no quería tener que despedirse de Adam tan pronto como volvió a verlo.

Ese pasado sábado por la tarde, había olvidado rápidamente que casi chocó con ese tipo que Dazai conocía en cuanto vio a Adam. Tenía muchas preguntas, tantas que no podía ordenarlas una por una, pero se deshicieron en la sonrisa que no podía contener.

No era una ilusión, Adam realmente estaba ahí, en Japón.

Antes de que se diera cuenta, Adam avanzó hacia él y lo abrazó. Se aprovechó de su diferencia de altura para incluso levantarlo del suelo, como si fuese un niño, o bien fuese el niño que Adam estuvo obligado a cuidar durante su tiempo en Francia. Aquella idea era irritante, pero la alegría que sentía era mucho más, así que soltó suaves quejas entremezcladas con risas para que le dejara de una vez.

―¡No esperaba encontrarme contigo tan pronto!

―¿Pronto? ―preguntó Chuuya esa tarde―. ¿Sabías que estaba aquí?

Adam asintió.

―Monsieur Rimbaud me dijo que estabas estudiando en Kyoto ―respondió, y luego, con una expresión de absoluto orgullo, le palmeó los hombros―. Felicidades por ser aceptado en Kyodai, Chuuya.

Recibir esa simple felicitación fue mucho más importante que el e-mail de confirmación cuando fue aceptado en Kyodai. Valía mucho, mucho más. Tanto que sintió su garganta cerrarse por un momento ante la emoción, pero logró controlar el sentimiento y recuperar su voz.

―Gracias ―murmuró, devolviéndole la sonrisa―, pero ¿qué haces aquí? Nombraste a Arthur... ¿Estás trabajando otra vez para él? ¿Te están pagando esta vez?

―¡Lo hacen! ¿No es genial? Me están pagando y además pude volver a ver a mi amigo.

Cierto. No era su "niñera", ni el tutor o el empleado que trabajó para su hermano y cuñado. Era su amigo, el primer verdadero amigo que tuvo después de dejar Yokohama.

Esa idea le embargó de tanta calidez. Tanta que casi olvidó que había una tercera persona esa tarde con ellos, una que conocía solamente de mirada y que estaba esperando pacientemente que terminaran de hablar. Al recordarlo, Adam se giró hacia el hombre de gafas y bajó la cabeza en disculpa. Chuuya los observó, especialmente a aquel sujeto que Dazai conocía, preguntándose qué estaba sucediendo antes de que se encontraran.

―Lo siento, Mr. Sakaguchi. No esperaba encontrarme con mi amigo.

―Ni yo tenía idea de que conocías al amigo de Dazai ―respondió Ango de buen humor, y luego se dirigió al pelirrojo con una sonrisa y palabras tranquilas―. ¿Él está bien?

―¿Por qué me preguntas? ¿No hablas con Dazai?

―No somos tan cercanos como crees ―aclaró―, solo tenemos de amigo en común a Oda.

Raro, pero no le sorprendía. Aunque parecía sociable, sabía que Dazai no solía hacerse amigo de cualquier persona, y si conoció a Ango en esa época y ambos tenían la mirada puesta en Oda... Podía entender esa lejanía.

Al menos, Ango parecía ser suficientemente decente como para preguntar e interesarse sobre el bienestar de Dazai, incluso si no podían considerarse "amigos". Eso era suficiente para cambiar su opinión sobre Ango, aunque desde un inicio no poseía una, así que podría considerar ese momento como su "primera impresión" de él y pasaría por alto que casi le choca.

―De todas formas, si no hay nada más que discutir me marcharé ahora ―dijo Ango, mirando a Chuuya por última vez y luego dirigiendo su atención a Adam―. Me pondré en contacto cuando el señor Rimbaud aterrice en Tokyo...

Si hubiese sabido que sus palabras descuidadas casi le hicieron perder los tímpanos, mejor hubiese mantenido la boca cerrada, pero en el futuro recordaría ese momento y se reiría.

―¡¿Qué él qué?! ―inquirió Chuuya con voz estridente, empapada de sorpresa. Y antes de que cualquiera de los otros dos pudiera responder, tomó a Adam desde el cuello del traje y lo zarandeó―. ¿Escuché bien? ¡¿Dijo que Arthur y Paul vienen a Japón?!

Aunque estaba siendo zarandeado, Adam asintió con una sonrisa y apreció como la felicidad explotó en los iris azulados ajenos. Con la misma emoción con la cual Chuuya le tomó, le soltó y por un momento pareció tan enojado como dichoso.

―¡Por eso Paul no me estaba respondiendo las llamadas! ¡Ese bastardo!

―Pero es una buena noticia, ¿no?

¿Buena? ¿Solo buena? Era la mejor noticia que había recibido desde... ¡No podía recordar desde cuando! ¡Pero eso no importaba! La emoción que su rostro reflejó fue suficiente respuesta para Adam.

Durante su tiempo en Francia, nunca vio a Chuuya tan feliz. Nunca vio sus ojos brillar con tanta fuerza; el azul tan similar a un zafiro recién pulido, su rostro adquiriendo la apariencia de la verdadera edad que poseía. Sin el entrecejo fruncido, sin aquella melancolía que recordaba de él.

Esa expresión le sentaba bien. Y lo mismo pensó Ango, mirándolo desde el costado.

―No quiero entrometerme, pero ¿qué relación tienes con el señor Rimbaud? ―preguntó Ango.

―Es mi familia ―respondió el pelirrojo, sin ocultar el orgullo en su voz―. Paul Verlaine, su esposo, es mi hermano mayor.

―Y supongo que su viaje a Japón era una sorpresa para ti, ¿no? ―Adam y Chuuya asintieron al mismo tiempo, uno con tranquilidad, el otro aún intentando contener la emoción. El pelinegro suspiró y con una suave voz, agregó―: Lamento haberlo revelado.

―Descuida, esto mejoró mi semana ―dijo Chuuya.

Su sonrisa seguía ahí: clara, amplia, suave y curvando ligeramente sus ojos. Ango tuvo que obligarse a desviar la mirada.

―Bien, supongo que te veré después en este caso, ya que trabajaré con tu familia ―informó, carraspeando y decidiendo marcharse antes de observar más―. Estamos en contacto.

Se despidió de Adam con un apretón de mano y de Chuuya con solo un movimiento de cabeza.

Era tan extraño, pensó el pelirrojo, pero no tanto como otros sujetos que había conocido anteriormente. Tal vez le preguntaría un poco sobre él a Dazai. Si iba a verlo más a menudo sea en lo que sea que trabajaría con su hermano y cuñado, al menos debería ser capaz de mantener una plática con él.

―¿En qué trabaja él exactamente?

―Relaciones públicas con empresas y esas cosas, pero no te diré más, también es una sorpresa ―dijo Adam, y antes de que Chuuya pudiera reclamar, agregó―: Es más, tengo una idea. ¿Tienes tiempo para hablar? Te veo con muchas cosas.

Siguió la mirada de Adam y observó las bolsas que había dejado a sus pies. Tal vez si había exagerado comprando ropa y cosas innecesarias... Bien, cada cual con sus hobbies, se dijo Chuuya a sí mismo.

―¿Ya hiciste un poco de turismo? ―preguntó. Adam negó.

―Llegué hace dos días al país.

―Genial, te mostraré un poco de Kyoto, primero empecemos por mi departamento y ayúdame a cargar esto...

Estar y hablar con Adam era tan fácil como recordaba.

Ese sábado, mientras pasaba por su departamento con el mayor a dejar sus bolsas de compras y luego cuando lo acompañó hacia el bar, se olvidó de todo lo demás. Le ofreció quedarse a jugar con él y sus amigos, pero Adam declinó y le mencionó que tenía otras cosas que hacer en ese momento, pero que cualquier otro día aceptaría esa invitación si se repetía. Chuuya no se sintió conforme con esa respuesta, pero nada de lo que le dijeran esa noche opacaría la emoción que sentía. ¡Ni siquiera perder dos veces en el billar contra Albatross lo desanimó! Al contrario, le hizo beber mucho más.

La resaca era horrible a la mañana siguiente, pero aun así se sentía bien. Adam lo llamó al mediodía y le recordó qué harían el lunes después del almuerzo.

No quería saltarse las clases, ni dejar a Dazai con mensajes sin respuesta, pero ese momento era más importante que cualquier otro y ya en la noche hablaría con el moreno. Adam lo recogió frente a Kyodai en un automóvil alquilado que a Chuuya le recordaba mucho aquel que Paul tenía durante su primer año en Francia. Se sentía nostálgico, pero era un sentimiento agradable y que abrazó sin dudar.

Cuando el auto se detuvo frente al aeropuerto, Chuuya salió antes de que Adam pudiera apagar el motor y quitar las llaves. ¿No había hecho lo mismo durante su primer día en Francia? ¿No había corrido lejos de Paul y de aquel viejo vehículo en cuanto tuvo la oportunidad? Esa vez, había sido para escapar de sus propios pensamientos y sentimientos. Todo estaba mal, todo se sentía mal, así que lo único que pudo hacer fue correr.

Pero ahora estaba corriendo por otra razón. Una que no pensó que alguna vez poseería.

Escuchó la voz de Adam llamarle y pedirle que redujera la velocidad, pero no podía. Había esperado todo el fin de semana para verlos. Cuando Paul lo llamó durante el domingo por la tarde, tuvo que ocultar el hecho de que ya sabía que estaban en Tokyo y que el lunes durante el mediodía volarían a Kyoto. Fue difícil no decirles nada, pero ese había sido el plan con Adam. Originalmente, ellos querían darle una sorpresa con su visita, pero los papeles se habían invertido.

Había pasado un año, y tantos momentos en los que los necesitó a su lado, que no podía reducir la velocidad como Adam le pedía.

El automóvil se demoró en llegar al aeropuerto más de lo que había calculado y el vuelo ya había aterrizado. Adam logró igualar su velocidad y lo llevó hasta la zona en la cual se encontrarían con los pasajeros que descendían. Con una mano, guio a Chuuya desde el brazo, mientras que con la otra tecleaba en su teléfono y le informaba a su jefe que ya estaba ahí para recibirlos y llevarlos al lugar dónde se quedarían durante su estancia.

Y entre la multitud por la cual se abrían camino, Chuuya reconoció a aquel mismo hombre de cabello rubio que casi cinco años atrás había aparecido frente a su puerta en Yokohama cuando tenía dieciocho años. Y a su lado, el mismo hombre de larga cabellera oscura que le recibió con una sonrisa ese primer día y que aprendió japonés solo para hablar con él.

¿Qué era eso? ¿Por qué sentía que iba a llorar? Ah, no, no podía, que vergonzoso, pero a ellos no les importaría...

Se soltó del agarre de Adam y se alejó antes de que los otros dos se dieran cuenta de que estaba ahí. Corrió hacia ellos, y notó al tercer integrante de su familia que hace mucho no veía. Este lo reconoció y comenzó a ladrar, tirando de la correa para ir a su encuentro y alertando a sus dueños de su presencia. Antes de que Paul o Arthur pudieran mirar hacia su dirección, se abalanzó hacia ellos, abriendo los brazos hacia ambos, sorprendiéndolos y obligándolos a reaccionar en el último momento.

Entonces, cuando su cuerpo chocó contra los suyos, esperando caer, solo se topó con una firme y suave muralla, y brazos que se envolvieron a su alrededor inmediatamente.

Sabía que lo atraparían y que no lo dejarían caer.

Ahí con ellos, con el ladrido constante de Guivre que también quería de su atención, con las suaves preguntas de Arthur, con los comentarios de Paul sobre que se suponía que ellos le darían una sorpresa a él, y no al revés, y con la figura de Adam mirándolos abrazarse desde un costado, Chuuya sintió que al fin podía dejar de pensar. Aunque aún tenía muchas preguntas, quería que ese momento se alargara un poco más.

¿Cuándo fue la última vez que se sintió tan feliz? Ah, sí, cuando estaba sobre el escenario, con Ryuu, Gin, Tachihara y Kajii junto a él, y sabiendo que Dazai estaba escuchándole cantar entre la multitud. Pero incluso en ese recuerdo siempre faltaba algo.

Ellos faltaban. Ese calor, ese abrazo, esa familia.

―En serio, ¿incluso trajeron a Guivre? ―preguntó, con un tono sarcástico mientras se alejaba tan solo un poco para ver sus rostros―. Aunque es bueno poder verlo, a ti también, Arthur. A ti no, Paul, eres un idiota que apaga su teléfono.

―Qué desconsiderado hermanito menor, y eso que queríamos darte una sorpresa ―se quejó, pero la sonrisa en sus labios transmitía calma―. Supongo que los sorprendidos somos nosotros.

―Y eso fue culpa mía ―admitió Adam, acercándose un poco más hacia ellos y acariciando a Guivre en la cabeza―. La información se filtró.

―Y solo por eso no te pagaré este mes ―bromeó Arthur, pero ante la queja de Chuuya, corrigió sus palabras―. Y ahora sí te pagaré por traerlo aquí.

―Y no fue una mala sorpresa, para ninguno de nosotros ―comentó Paul, y entonces miró hacia atrás, a las otras dos personas que le acompañaban en ese momento―. ¿No es así, Kouyou? ¿Kyoka?

Al separarse del abrazo y mirar hacia las personas que se escondían detrás de sus espaldas, Chuuya se topó con la expresión tranquila que ocultaba la incomodidad de Kouyou. Se miraron el uno al otro, la mujer sin saber qué decir ante la clara confirmación de que realmente había perdido su lugar especial en el corazón de su hermano menor, y el pelirrojo sin saber cómo decirle que quería encajarla en su vida, solo que aún no sabía dónde.

Pero esa conversación sería para más tarde, pensaron al mismo tiempo, mientras Kyoka se alejaba del lado de su madre e iba a abrazar a Chuuya. Alrededor de la niña, actuaron con tranquilidad, pero en cuanto esta ocultó la cabeza contra el hombro de Chuuya, los tres hermanos intercambiaron una silenciosa plática a través de solo sus miradas.

Ah, bien, al menos esa inesperada reunión familiar llenaría su cabeza de preguntas y le evitaría pensar en algo más. 







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