DIECIOCHO PUNTOS

NoelbyAp tarafından

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Brenda Vilento sólo quiere enamorarse. Perdió la mejor etapa de la adolescencia y ahora que empieza la univer... Daha Fazla

Aclaraciones
PROLOGO
CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
CAPITULO 5
CAPITULO 6
CAPITULO 7
CAPITULO 8
CAPITULO 9
CAPITULO 10

CAPITULO 11

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NoelbyAp tarafından

En la semana Brenda se la pasó practicando la nueva vía de escape que había descubierto gracias a su adorable e inocente hermanita, nótese el sarcasmo.

Leo y Sofía se descostillaban de risa al verla tan compenetrada entrando y saliendo por la ventana unas diez veces al día. Es que se había propuesto no depender de nadie para poder andar por ahí con plena libertad. A su hermana la necesitaría siempre por la habitación, al árbol no lo podía mover y cuando le pidió que cambiaran de cuarto se carcajeó en su cara.

Establecieron horarios para que la chica se colara por la ventana sin molestar, lo que menos quería era encontrarse a Sofia y a su novio en una situación comprometedora. Cada dos horas podía aparecer por ahí, siempre y cuando fuera un horario que terminara en número par y en punto. Es decir, a las ocho o a las diez, o a las doce. Ni a las doce y cinco, ni a la una de la mañana. No tenía una lógica, pero era fácil de recordar y muy difícil equivocarse. Realmente Sofía se estaba ganando el premio a la mejor hermana del mundo.

Para el jueves ya se había convertido en una experta en saltos. Luego de doblarse los tobillos, rodar por el césped, rasparse las piernas, lastimarse las manos, encontró la medida justa de cada movimiento y posicionamiento de sus extremidades para aterrizar sin un sólo rasguño. Parecía fácil pero tenía su ciencia, rodillas flexionadas, peso distribuido equitativamente en cada pierna, caer sobre los metatarsos...

Anhelaba la llegada del viernes para hacer algo, una fiesta, un bar, lo que fuera. Sería una hija fugitiva, una nueva Brenda, una Brenda rebelde. Hasta podía imaginarse con una campera de cuero negra entallada, jeans bien ajustados y botas altas, y para rematar un cigarrillo en la boca. Lo del cigarrillo lo tenía que omitir, era malo para su sensible salud, pero el resto podría adquirirlo sin problemas.

En el trabajo, definitivamente había perdido una bella visita diaria. Mateo Di Mesttio dejó de hacer las labores de "cadete" y fue suplantado por el mismísimo Gustavo Stovich, quien no se gastaba en disimular que lo hacía para ver e intercambiar unas palabras con Betty.

Y Betty... ¡Por Dios! Era un personaje. Todos los días aparecía vestida de forma impecable, ni una arruga en sus pantalones ni en las blusas. El maquillaje se transformó en su nuevo mejor amigo y sus característicos rulos eran lo único que permanecía indomable. Brenda la notaba feliz e ilusionada, aunque insistiera con que solamente eran amigos. Ya vería cuánto tiempo duraría esa amistad antes de transformarse en algo más profundo. Ambos estaban solos y hacían buena pareja.

-¿Te prestaron el coche? –Preguntó la joven en voz muy baja para que nadie más que Rosario la escuchara en la clase.

-Sí, señorita. Tenemos tarde de chicas.

-¡Bien! Mi mamá me dio permiso para salir y me prestó la Mastercard Gold. Del trabajo salgo antes, así que te espero tipo seis por casa.

-¿Lo vamos a invitar a Toby?

Brenda volteó para verlo. Desde la última vez que estuvieron solos en el coche y evitaron dirigirse la palabra, más precisamente tres días, él eligió dejar de sentarse con ellas para ubicarse cuatro filas más atrás al lado de la odiosa morena que no se le despegaba un segundo. Era una morena curvilínea, segura de sí misma, que caminaba como si fuera la reina de Inglaterra y daba la sensación de ser fuego puro en la cama.

Bufó celosa.

Era mejor que pusieran un poco de distancia. No hablaron más sobre el beso de la fiesta ni tuvieron ningún tipo de acercamiento que causara confusión. Compartían el viaje en auto y casi nada más. A la muchacha le apenaba la situación, tenían una linda amistad de años, esperaba que con el tiempo todo volviera a la normalidad. Se olvidaría de sus sentimientos románticos no correspondidos y volverían a ser ese trío inseparable. No estaban peleados ni nada por el estilo, sólo que naturalmente empezaron a despegarse un poco. Si no podían ser pareja tampoco continuarían pegados como chicle, eso a Brenda no le hacía bien.

La morenaza la vio mirándolos y arqueó las cejas con superioridad mientras jugueteaba con un bolígrafo entre los dedos. Sin quitarle los ojos de encima elevó las comisuras de sus labios en una sonrisa cien por ciento maligna y se acercó (demasiado) al oído de Tobías para decirle algo que por la cara que puso es obvio que lo excitó.

¡Maldita nalgona!

Brenda había descubierto que ese mamarracho tenía unas nalgas mantecosas, redondas y esponjosas que a ella le faltaban. ¿Era eso lo que atraía a los hombres? Pechos y culo generosos, vistosos, caderas anchas, cuerpo voluminoso... Forma de reloj arena, de araña pollito, de guitarra.

Ella era más parecida a un palito helado, delgada y todo pequeño, pechos y trasero. Proporcional pero sin gracia. Su cuerpo no destilaba el fuego erótico que atraía las miradas masculinas. Su rostro era de rasgos delicados y tonos apagados, y las pecas no la ayudaban a tener una imagen adulta y sensual sino que la asemejaban más a una Lindsay Lohan en la película "Juego de gemelas".

Eso tenía que cambiar.

-La detesto –farfulló entre dientes.

-¿A quién? –inquirió Rochi.

-A la nueva amiguita nalguda de Toby. Tiene una pinta de arrastrada...

-No le durará ni un mes, ya lo conoces, se aburre rápido.

-Prohibido invitarlo. Necesito esta tarde para mí sin ninguna distracción.

Sin percatarse de la fuerza que estaba haciendo, partió el lápiz que tenía en la mano y supuso que eso fue lo que llamó la atención de los profesores ya que inmediatamente requirieron su participación.

-Vilento, por favor ¿podría agregar algo más a la explicación del Profesor Stovich? –pidió Di Mesttio observándola con ese rostro de profesor serio y autoritario como si no lo hubiese tenido a dos centímetros de la cara, con esas manos grandes acariciando su mejilla y esa mirada llena de preocupación sobre ella.

A Brenda le pareció distinguir un tinte desafiante en su tono de voz y eso la motivó a dar lo mejor de sí. Mateo no conseguiría acobardarla por tener un rol educativo admirable para su corta edad (aunque no la supiera era imposible que superara los treinta).

Sus ojos absorbieron en tiempo récord todo lo que estaba escrito en el pizarrón y, gracias a que era una ñoña responsable, pudo demostrar su inteligencia frente a todos.

-Claro –respondió impostando la voz–. Lo que Kuhn plantea es que la ciencia avanza por ruptura o saltos de conocimiento o revoluciones, rompe con la forma de conocer anterior y consolida así un nuevo paradigma. Es un esquema circular donde el proceso recomienza una y otra vez: Ciencia Normal, Crisis, Revolución, Nueva Ciencia, Nueva Crisis y así sucesivamente.

-Muy bien, veo que estás al día con la lectura. ¿Nos puedes decir con tus palabras qué es un paradigma para Kuhn?

Brenda clavó sus pupilas en las de Di Mesttio y sonrió ante el reto explícito. Se la estaba haciendo difícil y ella no se daría por vencida.

-Un paradigma... -hizo una pausa para acomodar las ideas- Es un conjunto de conocimientos, técnicas y procedimientos adoptados y aceptados por una comunidad científica en determinado tiempo y contexto.

Alzó el mentón con un gesto airoso y esperó la próxima pregunta que Mateo estaba a punto de formular, lo notaba por la forma en que movía los labios, sabía que no pararía hasta dejarla expuesta frente a todos. ¿Le parecía a ella o estaba tratando de llamar su atención?

-Perfecto, espero que todos estén leyendo como su compañera –intervino el profesor Stovich al percatarse de la forma en que se miraban esos dos–. Explayémonos en el concepto que tan bien definió la señorita Vilento...

Y así prosiguió la clase, cada tanto la joven percibía la mirada de Mateo sobre ella, pero procuraba hacerse la tonta para que no se imaginara cosas que no eran.

Aunque... Pensándolo mejor, tal vez podría mostrar interés y ver qué onda. Mateo era mayor, inteligente y futuro médico. Atractivo como un cantante de una banda de rock, musculoso, grande, con ese andar seguro y con ese algo que le inspiraba confianza. La idea le gustó.

Al finalizar la clase, Brenda hizo tiempo guardando sus cosas en la mochila para intentar cruzar algunas palabras con Di Mesttio. La última vez que se vieron fue en la fiesta, y si no fuera por el profesor Stovich que estaba interesado en su jefa, pensaría que Mateo la estaba evitando.

-Adelántate –le dijo a su amiga y sonrió con intención.

No hizo falta explicarle nada, Rochi sacudió la cabeza complacida y salió del aula echándole un vistazo a semejante hombre.

Brenda se acercó lentamente al escritorio dispuesto frente a la clase. Stovich ya se había ido y Mateo seguía allí sentado con la vista puesta en un libro. Siempre se quedaba unos minutos después de clases por si algún alumno tenía alguna duda o pregunta sobre los temas tratados.

-Hola... -saludó aferrando las tiras de la mochila por esa imperiosa necesidad de tener algo entre las manos cada vez que se ponía nerviosa.

-Hola –asintió– Es medio extraño saludarse al final de la clase y más aún cuando entablamos una conversación frente a todos.

La joven se puso de todos colores al escucharlo tan distante, pero eso no la limitó.

-Bueno... Pero estabas en tu rol de profesor y ahora te estoy saludando como a un chico más –soltó sin vergüenza alguna.

-Como a un chico más... -repitió casi en un susurro entornando lo ojos– Bien, lo acepto. Acepto que me saludes como a un chico más. Me gusta que me trates como a un igual, a pesar de tener un cargo en la cátedra.

Una serpiente hambrienta se removió en el interior de la chica al descubrir algo que le gustaba en su forma de hablar, entre serio y juguetón y un atisbo de sonrisa que nunca terminaba de formarse. La sintió enroscarse alrededor de su estómago queriendo llegar a los pulmones para sustraerle todo el aire. Esa nueva sensación, tan arrolladora, la perturbó.

-Lo creas o no, te echo un poco de menos en mi ventanilla.

La expresión desconcertada de Mateo la confundió.

¿Te echo de menos en mi ventanilla?, las palabras se repitieron en su cabeza. A leguas se notaba que le faltaba experiencia para coquetear. El chico podría interpretar sus palabras de cualquier forma, por ejemplo, con doble sentido, llevándolo al plano sexual... O quizá Brenda se estaba preocupando demasiado.

-Quiero decir... -balbuceó apresurándose a explicar– Mi-i ventanilla-a-a... Que te extraña... Digo... –mordió su labio y cerró con fuerza los ojos- ¡Diablos!

Su risa varonil la salvó.

-Lo entiendo –dijo para tranquilizarla–. Que echas de menos que pase por tu trabajo en Bedelía, por la "ventanilla" de tu trabajo –subrayó en un tono bromista.

-Exacto –suspiró y dejó salir una risita tonta–. Es que eres el único de mi edad, o casi mi edad, que se acerca por allí.

-Me imagino... Tú de dieciocho y yo de veinticinco, se podría decir que somos de la misma generación. Y ahora que el profesor parece estar "cortejando" a Beatriz y ya no necesita que le haga los mandados, echas de menos nuestras charlas profundas –ironizó en eso último, ya que la única vez que hablaron como dos personas normales fue en la fiesta.

-Se podría decir que sí –la joven sonrió nuevamente y cepilló su cabello con las manos.

Mateo en ningún momento dejó de observarla, no quería perderse ningún gesto de ese ángel de fuego. Tenía una energía vibrante que le generaban unas tremendas ganas de sonreír y olvidarse de todo. Cuando la tenía cerca, todo eso que le oprimía el pecho desaparecía y sentía como el oxígeno viajaba por sus venas remendando todo lo roto que encontraba a su paso.

Él estaba roto y ella era la única persona que conseguía que se sintiera bien consigo mismo. Se supone que los ángeles son eso, seres especiales que te salvan de tu propia miseria. No conocía realmente a esa chica, sin embargo, gracias a ella podía sentir y eso demostraba claramente que Brenda Vilento era todo lo que estaba bien en ese mundo. ¿Qué tenía para provocarle esas sensaciones que le henchían el pecho?

La muchacha balanceó el peso del cuerpo de un lado a otro ante el silencio de Mateo y su asiduo escrutinio. Por un momento pensó que la detallaba con deseo, pero luego le pareció ver curiosidad y terminó con dureza enderezando el torso y cuadrando los hombros.

Brenda hizo lo mismo al sentir el porqué de su cambio corporal: la presencia de Tobías a su lado.

-Tsssss –siseó su amigo con la mirada fija en Di Mesttio- ¿Todo bien Sirena?

-Todo bien Tobíassssss –alargó la "s" demostrando fastidio. Ese chico era increíble, siempre estaba listo para meterse donde nadie lo llamaba. ¿No era que se estaban dando espacio?

Mateo se recargó en la silla cruzándose de brazos con una sonrisita de suficiencia. Le divertía la actitud de ese remilgado niñito de papá. Sí, era carilindo y de seguro le llovían las mujeres, no obstante, podía oler la falta de agallas. Por eso rondaba a su amiga como un perrito faldero y tenía la necesidad de marcar territorio todo el tiempo, porque era un cobarde incapaz de reconocer que esa chica lo tenía comiendo de la palma de la mano.

-¿Necesita algo... -tomó el listado de la clase y bajó la vista para buscar el apellido de ese chico–...señor Dessandro?

Brenda se mordió la lengua para no reír, Mateo lo estaba poniendo en el lugar de alumno marcando así la autoridad que tenía allí.

-Para nada ayudante –respondió Tobías con un tono despectivo que a la chica le avergonzó–. En todo caso, si necesitara algo, acudiría al verdadero profesor de la materia que es Gustavo Stovich. No necesito la opinión de segundones. ¿Vamos? –se dirigió a su amiga.

Brenda titubeó.

Si bien le molestaba el comportamiento de Toby, también quería evitar problemas. Tobías no era una persona agresiva, pero cada vez que la veía cerca de Di Mesttio emergía una faceta posesiva que desconocía. No quería que por su culpa perdiera la cabeza y se enraizara en una pelea que de seguro saldría perdiendo. Había que ver uno al lado del otro para darse cuenta que, en caso de irse a las manos, Mateo lo haría papilla.

Tobías estaba tenso, se le marcaban los músculos de la mandíbula producto de estar apretando los dientes y los ojos le chispeaban con odio. Resistía las ganas de estampar a ese ayudantucho contra el pizarrón para que entendiera que él no era nadie para estar cerca de su amiga.

La incertidumbre le comía la cabeza a Brenda. Toby podía estar celoso, pero si él quisiera sería suya, solamente suya. Y no era el caso, él se daba el lujo de alejarla al mismo tiempo que se crispaba por situaciones como esa. ¿Quién lo entendía? Era injusto para ella. Él no era su dueño y ella tenía derecho de hablar con quien quisiera.

¡Qué dilema! Si Hamlet se debatía entre ser o no ser, Brenda Vilento en ese instante no sabía qué hacer, ir con Tobías o quedarse conversando con Mateo. Tenía que elegir y a veces una decisión tiene tanto peso como para cambiarte la vida.

-Nos vemos –terminó despidiéndose de Di Mesttio quien se encogió de hombros un poco decepcionado.

Brenda despareció por la puerta sintiendo los pasos de su amigo por detrás. Caminó rápido por los pasillos de la universidad esquivando a los alumnos y tratando de perder a esa persona que se había convertido en una especie de sombra acosadora. Subió las escaleras dispuesta a esconderse en su sitio de trabajo, pero Toby la alcanzó y la detuvo antes de que se metiera en esa salita que les quitaría privacidad.

-¿Puedes caminar un poco más despacio? –Pidió molesto.

-¿Puedes dejar de meterte en mi vida? –Retrucó aún más molesta sintiendo su aliento mentolado contra la piel.

Fue ahí cuando se arrepintió. Se arrepintió de haber sido tan estúpida, tan arrastrada por hacer exactamente lo que Tobías quería que hiciera. Debió quedarse con Di Mesttio, no estaban haciendo nada malo y le parecía una persona agradable para conocer. Mateo la hacía sentir hermosa cuando la miraba, en cambio en Tobías solamente veía posesión, él quería cuidarla de todo y de todos.

Para reaccionar rápido y con inteligencia, era lenta, porque se dejaba llevar por los sentimientos y no por la razón. La ilusión de que Tobías le hiciera caso, le ganaba a cualquier pensamiento obvio, al menos en el cortísimo plazo, ya que enseguida su cerebro empezaba a cuestionar sus decisiones como en ese momento.

Toby daba vueltas y vueltas a su alrededor sin hacer nada, para mantenerla ahí, a sus pies. La veía con Mateo y salía al ataque, cuando ella no se metía con él y la morena nalguda. Ni siquiera se le ocurriría hacer una escenita fuera de lugar, pues cada uno tenía su vida.

-Estás enojada... –se mofó.

-¡Sí! Estoy furiosa. No puedes aparecerte así como el señor dueño de todo lo que se le antoja y meterte en mis asuntos –bramó y le dio un empujoncito con las dos manos para mostrarle que iba en serio, aunque la fuerza de plastilina que tenía ni siquiera lo movió.

-Ese chico no me gusta –proclamó.

Brenda soltó una risotada.

-A ti no te tiene que gustar querido amigo, con que me guste a mi es suficiente.

-¿Te gusta ese ayudantito de cuarta? –Preguntó acorralándola contra una de las paredes.

-¡Ya deja de hablar así! –Exclamó apartándose para no caer en su jueguito de manipulación, ese que consistía en aumentar los latidos de su corazón para que la mente la abandonara a su antojo- Ese ayudantito, como dices, con tan sólo veinticinco años es ayudante de unos de los profesores de mayor renombre de este país y ni hablar de su labor como cirujano –se humedeció los labios recordando lo que Betty le había contado y que la había dejado con la boca abierta–. Quiero ver cuando tengas su misma edad dónde estarás, seguramente que recién a mitad de carrera. Mateo Di Mesttio ya eligió especialización y comenzó con las prácticas, cuando nosotros con suerte las comenzaremos a los veintiocho años.

-Guauuu –hizo una mueca de desagrado y se rascó el cuello dejando una mancha colorada allí donde las uñas rasparon la piel– Te has convertido en una admiradora, una especie de groupie.

Lo dijo como un insulto, pero ¿cómo no admirar a un estudiante prodigio?

Cuando Betty le comentó acerca de la inteligencia de Mateo, sinceramente, no le prestó demasiada atención por el simple hecho de que ese chico no estaba en su radar. Ahora que analizaba todo lo que había logrado en tan poco tiempo le parecía impresionante. Ningún médico terminó la carrera de Medicina a tan temprana edad. Además, si Gustavo Stovich se ofreció a apadrinarlo en ese proyecto tan ambicioso de graduarse en tiempo récord tenía que ser por algo, seguramente detectó en él un futuro prometedor muy difícil de ver en otras personas.

¡Sí! Se podía decir que admiraba a Mateo. A pesar de no conocerlo mucho, se dio cuenta de que lo que había logrado era impensable para cualquier joven de la misma edad.

Brenda sonrió perdida en sus pensamientos.

Di Mesttio era una combinación perfecta de inteligencia, misterio y belleza.

En el imaginario social cuando te hablan de una persona brillante, se te viene a la cabeza un ñoño sin gracia, ermitaño y torpe para moverse. El inteligente casi nunca es el lindo en las películas hollywoodenses y, pese a las pocas probabilidades de la vida, ella se había topado con un atractivo chico prodigio que sabía moverse, tenía su encanto y además una pizca de maldad visible en esos tatuajes tan sexys que llevaba en los brazos.

-Te desconozco Brenda. Pareces idiotizada.

La ofensa la arrancó de un tirón del paraíso mental en el que estaba sumergida.

-¿Qué?

-Que pareces una ridícula con esa cara que pones cuando defiendes a un muerto de hambre.

-¡Ya deja de denigrarlo! Tú no eres así.

-Y tú tampoco eres así –reclamó impaciente.

-¿Así cómo?

-Así... -negó con la cabeza- No sé cómo explicarlo. Quiero que vuelva mi Brenda.

-Soy la misma Brenda de siempre, lo que pasa es que no toleras que quiera hacer nuevos amigos.

Tobías cerró los ojos y suspiró ruidosamente.

-No se trata de eso.

-¿Entonces de qué? –Brenda se puso en puntitas de pie y le sujetó el rostro para que la mirara directamente a los ojos y le dijera de una maldita vez de qué iba tanto jaleo- ¿Cuál es el problema Toby? Ya no entiendo nada.

Se miraron por un largo rato y cuando el muchacho se apartó dándole la espalda, Brenda se restregó la cara para ocultar el dolor que le producía nuevamente el rechazo. Se mordió fuerte el labio hasta que sintió el sabor amargo de la sangre.

-¡Ya deja de jugar conmigo Toby! –Vociferó siendo consciente de las miradas curiosas de los que pasaban cerca. Dio dos pasos y lo obligó a voltearse– Lo único que conseguirás con esta actitud es arruinar la amistad que tenemos desde hace tanto tiempo. Y lo lamento, de verdad que lo lamento.

Esperó que dijera algo, pero el joven permaneció en silencio con una expresión imperturbable, como si no le importara lo que ella dijera. El único signo de humanidad que Brenda alcanzaba a distinguir eran los manchones en el cuello, que cada vez se hacían más grandes.

-Quieres que vuelva a ser la pobre Brenda que vivía confinada en su casa, lamentándose por estar enferma, por ser discriminada. Quieres que sea esa persona dependiente tanto de los medicamentos diarios para sobrevivir como de tu presencia, de tu ayuda y de tu atención. Quieres que sea... -se detuvo para limpiar rápidamente una lágrima que cruzó su mejilla- Quieres que sea esa persona triste por no poder vivir plenamente, por escuchar sus historias divertidas sin poder experimentarlas por mí misma. Quieres tenerme controlada, quieres ser el centro de mi vida sin darme nada a cambio. Pides demasiado de mí...

-No quiero tenerte controlada –protestó con voz temblorosa–. Ni te quiero triste –agregó resistiendo las ganas de abrazarla para que dejara de llorar. Sentir su tristeza era una tortura. Ella era luz y merecía estar siempre bien, y él la estaba cagando–. Quiero estar para cuidarte y quiero que seas feliz. Y ese chico tiene algo que no me gusta, no me fio de él. No hay una explicación, pero lo intuyo Sirena. No te quiero cerca de él.

-Y yo no te quiero cerca de la nalgona arrastrada que me mira como si fuera poca cosa –exigió sin pensarlo y se lamentó por semejante impulso.

Era obvio que Tobías le gustaba y quería dejar de hacérselo saber con indirectas, eso sólo fortalecía su autoestima y lo alejaba de ella.

No recordaba el momento exacto en que comenzó su enamoramiento.

A los quince años ya fantaseaba con su mejor amigo. Los roces continuos, los abrazos, los juegos "inocentes" en los cuales aprovechaban para tocarse un poco de más, todo provocaba que sus hormonas reaccionaran con demasiado entusiasmo. En esa época aseguraba que su compañero, un tal Tomás Mendoza, le gustaba, hasta tonteaban un poco, pero se trataba de una muy mal actuada fachada para disimular que su corazón ya tenía dueño, Tobías. ¿Era amor? Quien sabe... Aunque era indiscutible la afinidad entre los dos.

Luego de su inesperada enfermedad, la dependencia y el encierro entre cuatro paredes, Tobías pasó a ser su única compañía masculina. Estuvo todo el tiempo que pudo con ella, se preocupaba y la cuidaba. Muchas veces en el hospital conseguía alargar el horario de visita utilizando su encanto con las enfermeras y aprovechaba para leerle algunos capítulos de las novelas románticas que tanto le gustaban. Era gracioso, porque no es que estaba ciega e incapacitada para leer, todo lo contrario, pero él insistía con recostarse a su lado, se palmeaba el pecho para que apoyara su cabeza allí, y le leía durante horas mientras le acariciaba el cabello. Brenda aún podía recordar la calidez de su cuerpo, un calor que la hacía sentir como en casa en medio de esa habitación blanca y fría. Su aroma cítrico se convirtió en algo familiar y esa sonrisa que traía tatuada en el rostro la llenaba de fuerzas para salir adelante.

Supuso que ahí terminó de afianzarse el cariño que sentía por Tobías.

No había un hecho puntual. Tobías era el chico que le gustaría tener al lado al final de sus días. Fueran diez o cien años más, le daba igual, siempre y cuando pudiera compartir nuevas experiencias junto a él, y no como amigos, sino como algo más.

Tobías era el chico para ella.

Lo dijo Betty y lo pensaba su familia.

-Lo siento, no puedo Brenda.

Y lo vio alejarse, lo vio bajar las escaleras dejándola con cara de fracasada allí arriba expuesta a las miraditas de esos estudiantes metiches que habían escuchado el intercambio entre ellos.

-¡Entonces vete al diablo y no me busques más! –Gritó en medio de un ataque de histeria.

Esperó que girara.

Esperó que volviera.

Esperó que por lo menos la mirara.

No ocurrió.

Se tomó unos minutos para recomponerse y en piloto automático se dirigió a su sitio de trabajo. Puso una sonrisa, charló con Betty como si nada e hizo sus labores diarias.

Mentiría si les dijera que no siguió esperando, un llamado, un mensaje, algo.

Nada llegó.

Instagram: noelbyap

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