Leave the kiss for later [SKK]

By LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... More

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XX: The night we met
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XXIII: I know now, this is who I really am

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By LeoLunna


Dazai estaba seguro de que él producía más malestar en la gente, que la gente en él. Sin embargo, existía un número selecto de personas que le hacían sentir ansioso con solo escuchar su apellido. Siempre fue así, se dijo a sí mismo, mientras cruzaba las largas calles y buscaba aquel restaurante que su tía le había señalado esa mañana. 

Desde pequeño, se le enseñó a anhelar el reconocimiento y la atención de aquella parte de su "familia", pero al no obtenerla ni nunca ser suficiente, no hizo más que dejarle con una ansiedad y decepción de la cual solo después de dejar Yokohama logró deshacerse.

Pero el malestar físico que sentía cada vez que escuchaba o nombraba el apellido Tsushima, seguía en él. Era más una respuesta involuntaria que nada, expresada a través de una sensación de náuseas acompañada con un tenue dolor estomacal.

¿Por qué seguía reaccionando así? Ya no era un maldito niño, ya había vivido cosas peores que solo ser renegado por esa familia que nunca le dio nada. Nada más que estrés y ansiedad, pensó, y tal vez se debía a que la situación implicaba directamente a su padre.

Y si Dazai le temía a algo, era a su padre. Incluso si solo mencionaban su nombre, con solo pensar en él, se estremecía de pies a cabeza.

Aunque la última vez que vio a esa mujer fue a los doce años, ella ciertamente no había cambiado. En aquella mesa en el exterior del restaurante donde pidió verlo, Tsushima Hana estaba sentada con ese mismo aire de elegancia y melancolía con el cual Dazai la recordaba. Diez años no hicieron un gran cambio en ella, notó el moreno mientras se acercaba. 

Su rostro seguía siendo el mismo, con unas arrugas más marcadas en el borde de sus labios nada más. El pelo oscuro, teñido para disimular las canas que comenzaron a brotar a los treinta y nueve años. Ella era la menor de los hermanos, siendo su padre el mayor, y este casi estaba bordeando los cincuenta, recordó Dazai. Aunque hace mucho que había olvidado cuál era la edad exacta de su padre, supuso que Hana debía tener más o menos cuarenta y cinco años, ya que la diferencia entre ella y sus hermanos mayores no era mucha.

De todas formas, se conservaba bien, y de entre todos sus familiares, ella siempre fue la que le agradó más. Nunca habló mal de su madre, aunque sabía que la odiaba, ni tampoco le recordaba a Dazai lo mucho que se parecía a ella. No era cariñosa ni atenta con él, pero le dejaba existir. Cuando era niño, a veces, lo miraba con lástima, como si supiera qué clase de atrocidades su hermano mayor era capaz de realizar con tal de aleccionar a su único hijo, pero nunca hizo nada para acercarse a él. No eran tía y sobrino, no había un lazo entre ellos en el cual confiar, solo estaban ligados por la sangre.

―¿Llevas esperando mucho tiempo? ―preguntó Dazai cuando se acercó a la mesa, hablando como si la mujer ahí no fuera nada más que una desconocida y esa fuese su primera reunión.

Bueno, ciertamente pensarse como desconocidos no estaba tan lejos de la realidad, pensó el moreno. Sería mucho más fantasioso considerarse "familia".

Mientras rodeaba la mesa y se acercaba a la silla vacía, por el rabillo del ojo notó que Hana lo observaba de pies a cabeza. Sabía que no todas las mujeres mayores que él le miraban como si fuese un pedazo de carne a degustar, y creyó que había superado esa repulsión cuando era observado, pero tal parece que aún conservaba un poco de eso. Al igual que la ansiedad que le producía esa parte de su sangre. Las náuseas aumentaban, su estómago se retorcía, pero estaba tan acostumbrado a fingir estar bien y mantener una máscara de tranquilidad frente a todos aquellos que podían hacerle daño, que logró evitar que el pánico se apoderara de su cuerpo.

―¿Por qué me observas tanto? ―preguntó con una felicidad y diversión fingida―. ¿Tanto cambié?

Su tía solo asintió. Sus ojos se detuvieron en su rostro, en el color de los iris que era la más clara señal de su herencia, y luego bajó la mirada, posándola en los platos perfectamente servidos frente a ella y su sobrino que no se veían apetitosos.

―Sí que creciste. Eres alto, más alto que tu padre ―aseguró, esforzándose por agarrar la copa de su lado y tomar un poco del suave vino―. Y siempre supe que tu rostro era muy parecido al de Tane, pero parece que estoy viendo su versión masculina...

―Realmente me quedaré sin apetito si sigues diciendo esas cosas horrorosas ―interrumpió Dazai, con una sonrisa tensa que logró pasar por una tranquila y despreocupada, sin tomar nada de lo dispuesto en la mesa.

Hana no lo obligó a comer. Bebió un poco más y preguntó lo obvio.

―¿Tanto detestas a tus padres?

Dazai no pudo contener una risa ácida y rota. ¿Detestar? No, no los detestaba. Detestar a alguien era muy simple, muy pequeño, algo que podía olvidar con un poco de alcohol y un par de libros filosóficos.

Les temía. Le repugnaban. Los odiaba. Y tal vez siempre lo hizo, pensó. Tal vez, desde que tuvo la capacidad para mirar más allá de la obligación de un "buen hijo", incluso si quería complacerlos, también los odiaba profundamente. ¿Por qué nunca pudo ser suficiente para ellos? ¿Por qué no solo pudieron deshacerse de él cuando tuvieron oportunidad y no obligarlo a vivir bajo insulsas expectativas y promesas? ¿Por qué decidieron romperlo en el momento en que pensaba que al fin había encontrado un poco de felicidad y un futuro al que aferrarse? ¿Por qué no solo podían aceptar, o bien ignorar, que se había enamorado de otro chico?

Porque vivían de una apariencia enfermiza, se recordó a sí mismo con ira. Apretando los puños bajo la mesa, ignoraba la mirada paciente y silenciosa de la mujer que había compartido, en muchos momentos, los mismos pensamientos que corrían por su cabeza.

Solo vivían por una imagen falsa. Solo para aparentar que aún conservaban un poco de la "gloria" que perdieron la noche que lo engendraron. Y todo era culpa de ellos, pensó Dazai, frustrado, dolido y desesperado. Su culpa, su culpa, su culpa. Desde su insomnio, hasta el "amor" que llegó a desarrollar por Odasaku. Era su culpa, su culpa que decidiera salir de Yokohama, dejando a Chuuya atrás. Era su culpa que llegara a Kyoto y cayera en la misma promesa de ser amado con la cual lo manipularon desde niño...

No, no. No podía quitarse la responsabilidad de sobre los hombros, reflexionó. Relajando los puños, sintiéndose resignado.

Ellos fueron el gatillante de muchas cosas, pero él también tomó malas e infantiles decisiones. Y si ahora tenía dos cicatrices verticales en ambos brazos, era nada más porque él mismo decidió tomar una navaja y trazarlas. Sí, lo rompieron, pero él terminó de destrozarse a sí mismo.

Pensar en ellos, en todo lo vivido, le hacía doler la cabeza. El olor de la comida que se elevaba desde el plato frente a él, aumentó sus náuseas. No podría manejarlas por mucho tiempo, casi sentía el vómito a mitad de la garganta; bloqueando su tráquea, impidiéndole respirar. Quería marcharse, olvidarse de ellos, de su tía, de la familia, y respirar un poco de aire fresco. Sentía que se estaba ahogando con el aroma de la comida que no se desvanecía ni siquiera al estar en el exterior. El perfume que sentía desde Hana era nauseabundo, creaba una mezcla asquerosa con el aroma de la comida y toda maldita esencia que sentía provenir de los comensales en las mesas aledañas.

Ah, quería a Chuuya. El olor de Chuuya era agradable, pensó. Simple, un poco dulce y a la vez ácido, pero sencillo, respirable; y no hacía, usualmente, preguntas estúpidas que lo empujaban a casi un ataque de pánico.

―Si estás aquí, supongo que sabes el tipo de trato que tengo hoy en día con mis padres ―comentó Dazai. Sin sonrisa, sin tener la energía para fingir estar bien. Ni siquiera estaba seguro de cómo logró recuperar la voz―. Y ese trato es inexistente. Así que, por favor, si estás aquí para decirme dónde y cuándo será el funeral de mi padre, ahórratelo. No iré, no me interesa.

El silencio de la mujer frente a él podía significar muchas cosas, pero en aquel momento, no era nada más que el vacío en el cual la confusión se desarrollaba hasta llegar a una explicación lógica y convincente.

―¿Funeral? ―balbuceó―. ¿Crees que algo le sucedió a Gen'emon?

―¿Por qué otra razón estarías aquí? ―inquirió Dazai con rabia, pero esta se deshizo y sus restos se hundieron en un charco de tanto decepción como temor cuando su confusión fue aclarada por sus propias conclusiones―. Él está bien...

―Lo está.

―Lástima―escupió.

A pesar del tono venenoso en su voz, Hana ni siquiera se inmutó. Esperaba ese tipo de reacción de su parte, aunque creyó que esta sería más disimulada.

―Veo que no hay ni un poco de amor filial en ti ―comentó.

Dazai resopló, burlándose de aquella simple afirmación. La mirada que le dirigió a la mujer fue una a la cual ella ya estaba acostumbrada, la veía siempre en cada hombre de la familia: ojos fríos, calculadores, que se creían superiores a todo y todos. Ni siquiera le sorprendía. Hace mucho que había dejado de sentirse afectada por ser mirada como nada más que basura por cada varón de aquella casa o con aquella sangre.

Apartó la ira reprimida que sentía, estando consciente que esta no fue producida por el joven frente a él, y prefirió ir directamente al grano. Solo querían terminar con esa reunión y olvidarse de la existencia del otro. Dazai volver a esa gris libertad, Hana a esa jaula de oro que nunca supo cómo abrir.

―Es tu abuelo quien está agonizando ―informó. Dazai volvió a burlarse de ella.

―¿Y? ¿Debería importarme?

―Es tu familia.

―¿Familia? ¿Cuál familia? Yo solo aparecí en esta tierra un día y nada más ―respondió con convicción―. Lo que le suceda a la familia Tsushima, no me interesa.

Incluso si renegaba de su herencia, estaba ahí, se dijo a sí misma la mujer. Ahí, en esos ojos que nacieron siendo dulces, pero que se tornaron oscuros en cada uno de ellos.

Hana se preguntó si es que, así como ella, mucho tiempo atrás, el chico frente a ella logró observar a alguien con dulzura alguna vez, o también fue un frío y vacío constante, casi genético.

―¿Tampoco te interesa el dinero? ―preguntó. Dazai asintió y negó.

―El dinero importa, sí, pero sé que no voy a obtener nada de eso, entonces ¿qué? ¿El viejo tuvo una epifanía y quiere verme? ―Soltó una risita ácida―. Puedes decirle que se olvide de mí, quiero decir, ya me ignoró por casi veintitrés años. No lo matará el no verme, porque ya se está muriendo, ¿no?

La mujer asintió. Incluso si no sentía el deseo, se obligó a terminar la copa de vino. Ya había escuchado lo suficiente, necesitaba finalizar esa indeseada reunión que incomodaba a ambos, y entregarle a Dazai lo que le encomendaron.

Por supuesto, siempre le dejaban a ella las tareas más difíciles, se quejó silenciosamente. Y no sabía cómo abordar el tema. ¿Cómo ser delicada, pero directa al mismo tiempo? Incluso si compartía el mismo apellido y fue educada casi con la misma frialdad y falta de amor, sentía un poco de compasión. Y no quería dañar más a ese hombre, a ese niño, que seguía envolviéndose los brazos, ocultando y gritándole al mundo su historia, dejando que cada uno de ellos interpretaran lo que quisieran.

―No vine para llevarte a Tokyo conmigo ni a ningún funeral ―señaló suavemente―. Vine a entregarte esto.

Tomó el bolso sobre sus piernas y bajo la desconfiada mirada del moreno, sacó un alargado papel. Lo deslizó hasta el centro de la mesa y Dazai hizo ademán de tomarlo.

―Ah, ¿entonces sí estaba en el testamento? ―inquirió con agria diversión, pero cuando Hana volvió a hablar, tanto sus dedos casi rozando el cheque, así como el resto de su cuerpo, se congeló.

―Nos enteramos de lo que sucedió, Osamu. Sabemos lo que Gen'emon le obligó a la sirvienta a hacerte...

Ignorando la palidez en el rostro ajeno, así también la tensión en sus músculos y su mirada en blanco, Hana explicó brevemente cómo se enteraron. En algún momento, su madre se había cansado de fingir que no sabía que su esposo se acostaba con la sirvienta casi desde el inicio de su matrimonio. Hubiera continuado callada, pero sus propias infidelidades salieron a la luz y después de muchas discusiones, solo llegaron a la conclusión de despedir a la sirvienta sin paga ni nada.

Obviamente, aquello no le agradó a la mujer, y tenía tantos secretos de ellos dos, tanto sobre el hijo mayor del patriarca de la casa Tsushima, que no dudó en intercambiar información con la prensa. Se hizo pasar como una víctima más, contó Hana. Mencionó a los periodistas que fue obligada a cometer tales aberraciones, ya que constantemente la amenazaban con despedirla e impedirle conseguir otro trabajo. Contó un poco de la relación de sus padres, también de su propia infancia, de sus tendencias homosexuales y como Gen'emon creyó que ese horripilante castigo era necesario para "arreglar" a su único hijo.

Incluso fingió llorar, relató Hana. Entre sollozos, le dijo a la prensa lo mal que se sentía de esa situación, ya que técnicamente había visto crecer a Dazai, pero que estuvo obligada a hacerlo.

―¿Obligada? Tal vez al inicio, pero luego ya no ―siseó el moreno.

Volvió a sentir la bilis a mitad de la garganta, el aire se tornaba denso, pesado, y quería irse a casa, pero no podía dejar de pensar en todo lo que había escuchado. Tal vez esa mujer si fue obligada al inicio, entendía el temor que producía su padre y como cualquier paso en falso podía producir el peor de los castigos, pero no podía justificarla. No podía. Aunque fue obligada, después de un rato y cuando estaba sobre él, olvidó que Dazai tenía diecisiete años y ella casi cuarenta.

Mierda, no tuvo que haberla llamado. Tuvo que haber quemado el papel y volver a olvidarse de todos ellos, pero ya estaba ahí, y se sentía tan débil que no estaba seguro de si podría ponerse de pie y alejarse con la nula dignidad que le quedaba. Ya no quería escuchar más, ni ver, ni oler, pero el cheque que Hana había dejado a mitad de la mesa seguía ahí. La blancura de este le irritaba los ojos, y mucho más cuando observó la firma de su abuelo en un costado.

―Mi padre tuvo que silenciar a la prensa y a esa sirvienta―comentó la mujer, y casi con desprecio, agregó―: Nada difícil para él, y nada difícil de aceptar para ellos.

―Por supuesto, ¿quién necesita revelar la verdad cuando se puede ahogar en billetes? ―ironizó, y luego señaló el cheque―. Y esto... Déjame adivinar, ¿es mi parte del "soborno"?

―Lo es―confirmó―, para que no digas nada de lo que te sucedió.

―Tiene que ser una maldita broma...

Aunque esa situación fue una de sus opciones cuando recibió el número de Hana, pensó que sería la menos probable. Qué idiota. No pensó que todo daría un giro tan grotesco en el cual el único humillado sería él. ¿Por qué incluso años después, cuando ya no tenía relación con ellos, sus padres seguían afectando su vida? Les interesaba tanto salvarse a sí mismos, mantener una imagen irreal, que ni siquiera les preocupaba las otras personas que caían por culpa de sus actos.

Pero ni siquiera estaba sorprendido. Él fue criado bajo la misma mentalidad, y en más de una ocasión, hizo lo mismo que ellos. Así como ellos dejaron que el abuelo limpiara su desastre, él hizo lo mismo. Dejó que Chuuya expresara a través de poemas lo que él no podía decir. Dejó que Odasaku le diera esa sensación de seguridad que no pudo generar por sí mismo. Dejó que Yosano limpiara sus heridas después de su intento de suicidio, y que Ranpo se hiciera cargo de vigilarlo cuando no podía ni siquiera mirarse al espejo.

No le sorprendía. Ni un poco. Pero sí hacía crecer sus náuseas.

Hana pareció notar su malestar, y aunque sabía que sus palabras, en ese punto, no servían de nada, las ofreció como un suave consuelo, inseguro e innecesario, que fue rechazado de un solo golpe.

―No creas que estoy de acuerdo con esto, Osamu.

―¿No? ―rio amargamente, con tanto desprecio que ella no se merecía, pero que no podía dirigir a nadie más―. No pareces muy molesta de que quieran sobornarme para que no diga nada sobre cómo me violaron.

La mujer calló. La mano que lentamente quiso ofrecer como apoyo, fue golpeada con dureza, dejando la piel rojiza y magullada, y cuando llegara la noche, aparecería un tono dolorosamente púrpura. Pero ella sabía que las marcas en su piel no podían compararse a las cicatrices que el moreno escondía bajo esas incómodas vendas, y no había nada que ni ella, ni su padre, ni nadie en ese lado de la familia, pudiera hacer para borrarlas.

Indirectamente, las provocaron. Tal vez no sostuvieron el cuchillo, pero durante años no les importó la forma en que Gen'emon estaba criando a su hijo, y de lo que era capaz de hacer con tal de recuperar la "gloria" que poseyó antes de conocer a Tane y del nacimiento de Osamu. Su padre siempre estuvo consciente de eso, pero odiaba tanto la mitad de la sangre que corría por las venas de su nieto que ignoró la capacidad que este siempre demostró.

Si tuviera que resumir cada acontecimiento con un solo concepto, Hana diría que no era nada más que un efecto mariposa. Un mal final en el cual ninguna de las partes obtendría lo que realmente quería.

―Esto es todo lo que puedes obtener de él, de ellos, Osamu ―murmuró la mujer―. Esto es todo... No justicia, no una disculpa, solo esto. Sé que no va a borrar nada, sé que prácticamente es como si te dieran un golpe en la cara y te obligaran a fingir que no duele, pero esto es todo lo que obtendrás.

Deslizó nuevamente el cheque hacia el moreno. Dazai retrocedió, pero ella insistió.

―Al menos tú, que estás lejos de ellos, de nosotros, podrías aprovecharlo.

Ella también hubiese deseado tener esa oportunidad, intuyó Dazai. Tal vez por eso, siempre pensó que ella no encajaba del todo con la familia Tsushima. Era demasiado inteligente, demasiado desinteresada por el renombre o cualquier otra cosa, pero su crianza, aquello que le dijeron que debía hacer como la única mujer e hija menor de la familia, le cortó las alas incluso antes de que tuviera una razón para volar.

Los grilletes imaginarios eran mucho más fuertes que los reales, mucho más difíciles de romper. Dazai se cuestionó si es que Hana intentó irse cuando se dio cuenta de que estaba encadenada, pero nunca lo sabría. Nunca sabría qué era aquello que la mantuvo en esa familia durante años y años. Tal vez el temor, tal vez la falta de una motivación. Mientras actuara como su padre esperaba, estaría bien, y ya que nunca tuvo hijos, no necesitó preocuparse por nada más que sus propias cadenas.

Por un momento, se preguntó si las cosas hubiesen sido diferentes para ambos si, en vez de ser hijo de Tane, ella hubiese sido su madre.

Pero el "hubiera" no existe. Ya no sucedió. No valía la pena pensar en una novela diferente.

La educación que habían recibido de la familia aún estaba en ambos a pesar de la distancia o el tiempo. Rápidamente, recuperaron la compostura, y aquella falsa y fría calma que ocultaba la resignación, volvió a posarse sobre sus rostros.

―Supongo que esto ―Dazai volvió a apuntar el cheque―, viene acompañado de un acuerdo que debo firmar.

Hana asintió.

―Puedes hacerlo ahora mismo si así lo quieres.

―Quiero leerlo ―informó―. Necesito evaluar si es conveniente para mí o no.

Inmediatamente, la mujer volvió a rebuscar en su bolso y deslizó una carpeta hacia él. El acuerdo debía tener más o menos unas treinta páginas, calculó Dazai al tomar el documento. Era pesado, pero no estaba seguro de si el peso era real o solo era la carga psicológica que le producía. En la primera página, había un sello con el nombre de la familia Tsushima y su abogado. Solo leer aquellos caracteres le hizo estremecer.

Y pensar que en algún momento deseó llevar esos ideogramas en su nombre...

―Quiero al menos una semana para revisarlo ―exigió Dazai, cerrando la carpeta tras solo leer el título―. Si no me dan una semana, no firmaré nada y creo que sabes bien que, a menos que me maten, no podrán hacer nada para evitar que hable.

La mujer suspiró, pero no se opuso a su pedido y asintió. Había imaginado que eso sucedería. Si algo les había enseñado la crianza que recibieron, era ser cuidadosos con todo tipo de acuerdo y llevar cada negociación hasta el punto que fuese conveniente para ellos.

―Déjame hacer una llamada ―dijo, y se levantó de la silla, alejándose un par de pasos con el teléfono en mano.

Mientras Hana llamaba a su padre, Dazai le envió un rápido mensaje a Kunikida. Le informó a su amigo que le haría una visita incluso si aún no se cumplían las dos semanas de su aislamiento autoimpuesto. Cuando el rubio le cuestionó por qué iba a interrumpir su paz, Dazai le dijo en pocos caracteres que necesitaba su ayuda para revisar un acuerdo con su familia y que luego le explicaría todos los detalles.

Por el rabillo del ojo, notó que Hana terminaba su llamada. En ese momento, recibió un mensaje de Yosano. Su amiga le decía en breves mensajes con exceso de símbolos de exclamación que había conocido a su familia sin querer, que su abuelo le parecía un completo idiota, y que necesitaba informarle que querían comprar su silencio. Dazai le escribió que ya lo sabía, y que estaba hablando con Kunikida al respecto. Después de ese último mensaje, guardó el teléfono y regresó su mirada a la mujer que volvía a sentarse en la otra silla.

―Una semana ―dijo Hana―. Tienes hasta el sábado por la mañana para darme una respuesta. Por ahora, eso es todo.

Dazai asintió. Se quedó con una de las copias del acuerdo y se dirigió hacia el departamento de Kunikida sin despedirse de la mujer que dejaba atrás.

De camino a la residencia universitaria, quiso llamar a Chuuya. No solo porque sabía que el pelirrojo quería el chisme de lo que ocurrió, sino también porque lo necesitaba. Aún sentía el malestar. La cabeza le dolía, el documento entre sus manos se sentía pesado y temía no ser lo suficientemente fuerte para cargarlo. Pero Chuuya si era fuerte, pensó. Podría cargar con eso, podría...

No, no. Ese era su problema. Solo suyo. No debía involucrar a nadie más, era suficiente con pedirle ayuda a Kunikida para revisar cada cláusula. Sí, era mejor así. Llamaría a Chuuya en la noche, cuando tuviera la cabeza más clara y una decisión tomada.

Ah, por eso odiaba a su familia. Odiaba que solo escuchar sobre ellos le hiciera sentir tan vulnerable. ¿De qué le servía cada mecanismo de defensa, cada máscara que construyó a lo largo de los años, si ellos sabían que las estaba utilizando? Esa tenía que ser la última vez que se topara con alguno de ellos, pensó, mientras entraba a la residencia universitaria y subía hasta el dormitorio de Kunikida. La última. Luego de esa semana, olvidaría que ellos existían, que tenía alguna relación con la familia, y continuaría con su vida tal y como lo estuvo haciendo esos casi cinco años.

Al menos había mejorado, ya había aceptado que nunca sería lo que otros querían, y eso estaba bien. Solo necesitaba deshacerse de esas pestes y lograr que Chuuya confiara en lo que sentía.

―No te ves muy feliz de verme ―comentó con diversión cuando Kunikida le abrió la puerta.

―No esperaba verte hasta la próxima semana, pero me pediste ayuda y no iba a negarme ―aclaró, pero se hizo a un lado y dejó que el moreno entrara―. Dime, ¿qué sucedió?

El cuarto de Kunikida era uno de los más grandes de aquella residencia, y ya que no tenía que compartirlo con nadie, el moreno se sintió con mucha más confianza para entrar y hablar de lo que tenía entre manos. Dazai se dirigió inmediatamente al sofá apoyado en un rincón donde debería estar otra cama, y desde ahí, observó esa habitación tan pulcramente ordenada y privada. Privilegios de uno de los mejores estudiantes de la Facultad de Derecho, pensó el moreno, abrazando aquel cojín que siempre tomaba cada vez que decidía por cuenta propia quedarse a dormir.

Cuando Kunikida se sentó a su lado, después de dejar sobre la pequeña mesa frente al sofá un par de botellas de agua que sacó de su frigobar en el otro extremo de la habitación, Dazai le tendió el documento que traía consigo. Mientras el rubio lo leía con el entrecejo fruncido y una expresión tan concentrada como confusa, el moreno le explicó a qué se refería cada uno de los puntos. Kunikida sintió que su cuerpo se helaba mientras más escuchaba parte de la historia de su amigo que no creyó posible, y sintió náuseas cuando leyó la frívola mención del acto en el documento como si fuese nada más que un raspón en la rodilla que pudieran cubrir con lo que ofrecían.

Retribución monetaria por su silencio. Jamás mencionar ante nadie el abuso, ni a otros familiares, ni amigos cercanos, ni mucho menos con un canal de información. Sería demandado incluso si se llegaba a descubrir que hizo cierta mención de aquel suceso, y la violación al acuerdo incluso podría empujarlo a la cárcel. Al leer aquella parte, Dazai solo rio. Ni siquiera le sorprendía ese tipo de amenazas, mencionó el moreno a Kunikida, que se veía bastante preocupado y horrorizado por ese tipo de acuerdo que leería más de una vez en su vida.

Ignorando el escalofrío que le recorrió de pies a cabeza, el rubio cambió la página hacia el ítem del contrato que exponía todo lo que le ofrecían a Dazai, y leyó en voz alta otra vez.

Si aceptaba los primeros términos, además del dinero, se le ofrecía al moreno el apellido Tsushima y el reconocimiento como parte de la familia, pero al ser reconocido, también tendría que cumplir con ciertas condiciones estipuladas por su abuelo antes de morir, y luego por su tío, quien heredaría la posición y deseos del anciano. Entre aquellas obligaciones, estaba cambiar su especialidad de estudio a una que se alineara con los intereses de la familia. Además, tendría que asistir a una terapia psicológica obligatoria para deshacerse de sus tendencias homosexuales (Dazai volvió a reír al escuchar eso), y comprometerse con una mujer que ellos creyeran conveniente.

―Sabía que ese anciano decrépito exigiría este tipo de cosas ―reclamó Dazai, quitándole al rubio el documento de entre las manos y revisándolo―. ¡Incluso puso el nombre de la chica que ya escogió para mí! ¿Quién demonios es Michiko? Ni siquiera adjuntó una foto de ella.

Dazai quiso seguir reclamando, pero esta vez zarandeando el hombro de Kunikida y exagerando más de la cuenta. Sin embargo, cuando miró al rubio a su lado, se encontró con una expresión tan sorprendida como preocupada, y esta estaba fija en él, en su semblante, en las ojeras de las cuales no lograría deshacerse en el corto plazo ―ya que solo esa noche con Chuuya logró dormir más de ocho horas―, y en las vendas que envolvían sus muñecas ya fuese invierno o verano.

―¿Estás bien? ―preguntó Dazai.

La mirada verdosa se tornó mucho más preocupada.

―¿ estás bien? ¿Cómo es que no estás tomando terapia después de todo esto, Dazai?

―Soy una persona pobre.

Pero tu familia no, pensó el rubio. Sin embargo, con solo leer ese acuerdo, comprendía el tipo de personas con las cuales su amigo compartía sangre. Ahora entendía porque el moreno nunca hablaba de sus padres, ni abuelos, ni nadie. Porque siempre se quedaba en Kyoto en cada festividad, solo, sin tener un hogar de la infancia al cual regresar. Porque las únicas felicitaciones o regalos que recibía para su cumpleaños, eran de parte de ellos. Porque no había nadie que viniera a visitarlo al hospital dos años atrás, cuando intentó suicidarse.

Cuando lo conoció, pensó que esa falta de parientes se debía a la propia actitud egoísta del moreno. Que no le interesaba pensar en la familia que tenía atrás y que seguramente lo extrañaría. Ahora sabía lo equivocado que estaba.

No es que Dazai los haya olvidado porque era un hijo malagradecido y poco filial, sino para protegerse a sí mismo de cada pesadilla y monstruo que produjeron en él.

―¿Seguro que no quieres denunciarlo...? ―inquirió con inseguridad―. Esto... Dazai, ¿en serio no pensaste en hacerlo?

Dazai le sonrió con resignación.

―Kunikida, lamento decirte esto, pero la ley no otorga ayuda, solo castiga, y muchas veces, a las víctimas.

El rubio quiso refutar, pero antes de que pudiera hacerlo, tanto su propia consciencia como las palabras de Dazai, le hicieron callar.

―Casi no toman en cuenta cuando abusan de una mujer, menos lo harán si se trata de un hombre ―comentó, y aunque dolía, el rubio tuvo que admitir que Dazai tenía razón.

Dazai sería más juzgado que ayudado, pensó, y aquellas personas que primero le apuntarían con el dedo, serían otros hombres. Burlándose, minimizando la situación, criticándolo cuando supieran que recibió ese "castigo" solo porque se enamoró de otro hombre.

Odiaba admitirlo, odiaba que lo que creía era algo necesario para la sociedad, solo fuese nada más que una correa. La ley solo castiga. No ayuda, ni salva, ni calma las pesadillas que ahogaban a tantas personas por la noche.

―¿Qué quieres que haga? ―preguntó el rubio. Dazai volvió a entregarle el documento.

―Solo dime si puedo agregar mis propias cláusulas a esto, y si es así, ayúdame a redactarlo.

Kunikida asintió. Se levantó del sofá y cruzó la habitación hasta el escritorio a un lado de su cama. La batería de su computadora portátil ya estaba cargada. La desconectó y volvió al sofá con el aparato entre las manos.

―Por lo que noté, ellos obtienen el mayor beneficio si firmas. Saben que, si te niegas a aceptar sus condiciones, ellos estarán en mayores dificultades, así que es la situación ideal para que ofrezcas tu propio trato ―explicó, abriendo una página en blanco y copiando los primeros párrafos del documento físico a un lado―. ¿Te interesa quedarte con el dinero?

―Realmente, su dinero me da igual ―aclaró―. Solo quiero que me dejen en paz, y almorzar, ya que no lo hice, así que redactemos esta mierda de una vez para que pueda comer.

Kunikida soltó un quejido ante la mala palabra.

―¿Desde cuándo insultas tanto?

―Es lo que sucede cuando pasas mucho tiempo con Chuuya, su sucio vocabulario se contagia ―respondió, distraídamente, leyendo lo que su amigo iba escribiendo―. No te recomiendo hacerlo, sé que odias los insultos, y yo soy una persona posesiva.

―Ni siquiera quiero saber por qué eres posesivo con él...

―Porque me gusta.

―Dije que no quería saber.

Un par de horas después, Kunikida guardó el nuevo acuerdo que habían redactado. Dazai se marchó a casa con la copia que Hana le entregó esa tarde entre los brazos, pensando en que bien podría tirarla a la basura y llamar a la mujer para plantearlo lo que quería.

Sin embargo, eso no sería divertido, pensó Dazai. Sabía que su abuelo estaba ansioso por conseguir su firma, así también su padre y toda esa maldita familia. Esperaría hasta el último día, dejándolos ahogarse en la incertidumbre cuando él ya había ganado esa partida de ajedrez.


[•••]


Ahora que sabía dónde encontrarla, Kouyou estuvo presente en su cabeza durante toda la semana.

Por suerte, su pasantía en el hospital y su calidad de asistente del Dr. Mori evitó que actuara precipitadamente. Después de ver a aquella niña ese lunes por la tarde, y preguntarle a su maestro si es que esta tenía alguna relación con la dueña del local, no sabía qué pensar o cómo sentirse cuando Mori le dijo que aquella pequeña de cabello oscuro era la hija de Kouyou.

¿Por qué no le dijo que tenía una hija? Llevaban meses hablando, meses en los que Yosano creyó demostrar que era de plena confianza, y una niña de por medio no cambiaba sus planes o lo que sentía, incluso si nunca imaginó que algo así le sucedería, pero tampoco se negaba a la idea de tener que ser otra figura maternal para esa niña. ¿Acaso Kouyou temía que la rechazara? ¿O bien temía que su hija rechazara a Yosano?

Cuando llamó a Chuuya ese lunes por la noche, después de escuchar de Dazai todo lo que estaba haciendo sobre el acuerdo que su abuelo le propuso, no recibió las respuestas que quería del pelirrojo que tanto le obsesionaba a su amigo.

No te diré nada.

―¡¿Por qué no?! ―reclamó―. ¡Al menos pudiste haberme dicho que tenías una sobrina!

Yosano, no tengo ni idea de por qué Kouyou no te dijo nada sobre Kyoka. ¡Incluso yo no me enteré de ella hasta hace un año atrás! Y ya no conozco a mi hermana como cuando tenía quince años, así que no sé lo que está pensando, ni por qué no quiere que conozcas a su hija.

―¿Crees que Kyoka me odiaría? ―preguntó indecisa, sintiendo el peso del nombre de la niña en su lengua―. ¿Por qué soy una mujer y no un hombre?

No creo que eso le importe ―respondió Chuuya―. Ni Kouyou, ni yo, ni nuestro hermano mayor ocultamos nuestra sexualidad, y para ella no es algo extraño o "malo".

Yosano suspiró y echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el respaldo de aquel sillón individual de la sala de descanso del hospital. Tenía un largo turno por delante, estaría ahí toda la noche, y la noche siguiente, y la siguiente y siguiente. Esa semana sería terrible, tanto que apenas tendría tiempo para nada más que sus turnos en el hospital y dormir.

Al menos eso mantendría a raya cada una de las impulsivas decisiones que tan desesperadamente quería tomar.

―¿Qué debería hacer...?

¿Por qué todos me están preguntando qué deberían hacer? ―reclamó el pelirrojo

―Increíblemente, eres una persona bastante racional... cuando se trata de lo que el resto debería hacer, porque si se trata de ti mismo, siempre haces lo más estúpido

¿Eso es un halago o un insulto? ―Yosano le escuchó soltar un suspiro―. Bien, a la mierda, sabes que Kouyou es la única que puede decirte lo que quieres, solo ve y habla con ella en persona ya que estás en Tokyo. ¿Es tan difícil o eres una inútil?

―¡Oye! Más respeto con tus mayores y futura cuñada.

Si sigues llamándome cada vez que entras en pánico sobre Kouyou, dudo que algún día logres ser mi "cuñada" ―se burló―. Pero si lo haces, exijo mínimo una botella de vino. Arthur me regaló casi todo un guardarropa cuando lo conocí.

―Privilegios de niños ricos franceses, yo solo soy una pobre estudiante de medicina―se lamentó, y al mirar el reloj de pared, agregó―: Una que debe volver a su turno. Tengo que irme.

Ah, olvidó contarle sobre Dazai, pensó Yosano al colgar, pero seguramente Chuuya ya estaba enterado de todo gracias al propio moreno.

Sus turnos de aquella semana prosiguieron tranquilamente, siempre de noche y a veces parte de la mañana cuando el Dr. Mori la necesitaba, pero el mayor también estaba trabajando en el mismo horario, así que pudo dormir más o menos bien. Además, tener tan poco tiempo para pensar en algo más que no fueran sus pacientes, le ayudó a sopesar mejor lo que quería hacer desde ese punto en adelante.

De una u otra forma, terminara bien o mal, necesitaba enfrentar a Kouyou de una vez. Escuchar su parte de la historia y por qué nunca le habló sobre esa niña, Kyoka. Al menos, ahora sabía qué era aquello que protegía tan celosamente, solo necesitaba el porqué.

Sabía que Kouyou mantenía la boutique abierta de lunes a sábado, atendiendo durante este último día solo hasta el mediodía y únicamente para entregar las prendas que le solicitaban durante el transcurso de la semana.

Yosano llegó frente a la elegante tienda a eso de las once y media. Un cliente iba saliendo en ese momento y dejó la puerta de cristal abierta para ella. Le agradeció y entró, notando que detrás del mostrador y dibujando un par de conejos, estaba aquella niña de cabello oscuro y ojos azules. Kouyou debía estar en el otro lado de la tienda, adivinó, tal vez empaquetando los kimonos que debían ser retirados aquel día u por cualquier otra razón. Fuera lo que fuera, no temía dejar a su hija en la parte frontal de la tienda, ya que esta parecía bastante acostumbrada al sistema de trabajo de su madre y al funcionamiento del negocio en general.

Había una campanilla en el mesón donde la niña estaba dibujando, pero Kyoka ni siquiera se apresuró a tocarlo para llamar a su madre. Prefirió ser ella quien saludara al cliente, demostrando madurez o bien sintiendo que toda esa transacción no era más que un juego al cual debía acostumbrarse.

―Hola, ¿qué número de encargo viene a recoger? ― preguntó la niña.

Yosano le sonrió con cordialidad y se acercó, manteniendo una distancia suficiente para no hacerla sentir incómoda.

―Ninguno ―confesó―. Pero soy amiga tanto de tu mamá como de tu tío Chuuya.

―¿Lo es? Nunca la había visto.

―No vivo en Tokyo ―aclaró Yosano―. Vivo en Kyoto, estudio en la misma universidad que tu tío. A tu madre... La conocí tiempo atrás, y quise pasar a saludarla.

Kyoka asintió. No parecía convencida de lo que le decía, y prefirió llamar a su madre. Pero antes de que su pequeña y pálida mano pudiera posarse sobre el botón de la campanilla, Kouyou dejó lo que estaba haciendo en la trastienda y se asomó al frente.

―Kyoka, ¿con quién estás hablando? ―inquirió distraídamente, pero cuando sus ojos captaron a la mujer al otro lado del mesón, su cuerpo se tensó―. Akiko...

―Hey, qué niña más adorable tienes aquí ―comentó Yosano, dándole una sonrisa sincera a Kyoka, pero al mirar a su madre, esta se tornó amarga―. Me hubiese encantado conocerla antes.

―¿La conoces? ―preguntó Kyoka, llamando la atención de su madre―. Dice que también conoce a Chuuya.

Con una expresión de sorpresa, Kouyou dirigió sus palabras a la otra adulta en la boutique.

―¿Lo haces...?

―Lo hago ―confirmó―. Soy amiga de Dazai. Sabes quién es, ¿no? ¿Su exnovio?

Lentamente, Kouyou asintió. Yosano creyó ver que sus ojos rojizos se tornaban fríos al recordar situaciones que, seguramente, esos otros dos ya habían dejado atrás.

―El chico con el que salió cuando estaba en Yokohama...

―Ajá. Conocí a Chuuya a través de Dazai hace tiempo atrás ―explicó.

Yosano la notó mordisquearse el labio inferior perfectamente cubierto por un labial rojo, así como apretar los puños y clavarse en la palma de las manos las uñas cubiertas de un suave esmalte azul con puntos en blanco. Al mirar un poco más, notó que aquellas zonas en blanco eran conejos, y pensó que, probablemente, su hija escogió ese diseño para ella.

Sin embargo, no pudo seguir observando sus manos. La tensión en estas se relajó, así también cada parte de su rostro y, con una sonrisa tan dulce y maternal, dirigió su atención a la niña que no notó en qué momento se había apegado a la pelirroja.

―Kyoka, ¿quieres ir a la trastienda mientras hablo con Akiko? ―pidió.

La niña miró entre ambas mujeres, insegura de si debía marcharse o no, pero a aquella edad la obediencia era más fuerte que la curiosidad, así que asintió, tomó el par de papeles en los que había estado dibujando del mesón, y se marchó a la trastienda.

En cuanto estuvieron solas, Yosano creyó que Kouyou dejaría caer esa actitud profesional y hablaría con soltura, pero en vez de ello, la pelirroja se acercó al mesón, se sentó en la elegante silla tras este y le habló como si fuese un cliente más.

―¿Qué necesitas? ¿Estás aquí para pedir un kimono a la medida? ―preguntó, con la mirada fija en el libro de cuentas en el mesón―. Lamento informarte que solo acepto encargos miércoles y jueves.

―Estoy segura de que me vería maravillosa con algo que tú confeccionarías, pero no estoy aquí por eso ―aclaró Yosano, acercándose a la otra mujer sin temor a esa pared que la otra intentaba alzar entre ellas―. ¿Por qué no me dijiste que tenías una hija?

Kouyou soltó un suspiro tembloroso, casi como si temiera a esa pregunta más que a nada. Sin embargo, si estaba nerviosa o no por la situación, no lo demostró. Mantuvo la mirada fija en el libro de cuentas y en los números que iba trazando con un bolígrafo azul.

―¿Qué hubieras hecho si te lo decía?

―No lo sé, tal vez no pensar en todas las estupideces que pensé mientras intentaba entenderte ―reclamó con voz agria y luego, con una más suave, preguntó―: ¿Creíste que porque tienes una hija y un pasado heterosexual ibas a gustarme menos...?

Al menos sus palabras la hicieron reír, pensó Yosano al escuchar la suave risita que la pelirroja dejó escapar. Kouyou movió la cabeza de izquierda a derecha rítmicamente mientras los restos de su risa desaparecían, y cuando lo hicieron, respondió.

―Esa era la menor de mis preocupaciones, créeme. No hay un hombre involucrado en esto.

―Entonces, ¿por qué? ―insistió Yosano, posando las manos sobre el mesón, buscando la mirada rojiza que se escabullía―. Kouyou, estoy bien con que tengas una hija, nunca pensé en ser madrastra, pero yo...

―¿No te parece extraño que Kyoka no se parezca a mí?―interrumpió Kouyou.

La confusión golpeó a Yosano lentamente, como si entrara dentro de un estanque de agua no tan fría; primero sumergiendo los pies, luego las piernas, el torso y, finalmente, la cabeza. Pero al llegar al fondo, donde esperaba encontrar un tesoro con todas las respuestas que necesitaba, se topaba con más preguntas y una historia.

―Pensé que podría parecerse a su padre...

―Sí, pero por mucho que un hijo se parezca más a uno de sus padres, también tiene características del otro, como Chuuya y yo ―comentó―. Ya que lo conociste, debiste notar que no nos parecemos mucho. Él se parece más a nuestra madre; yo a nuestro padre, pero tenemos características en común. En cambio, Kyoka no se parece en nada a mí.

Rápidamente, Yosano entendió hacía dónde se dirigían las palabras de la pelirroja. Quitando las manos de sobre el mesón, la pelinegra retrocedió un paso. Cuando lo hizo, Kouyou dejó de lado el libro de cuentas y miró a la otra mujer con un temple sereno y frío a la vez.

―¿La adoptaste...?

―Eso hubiese sido maravilloso ―murmuró Kouyou―. Absolutamente maravilloso...

Levantándose de la silla tras el mesón, Kouyou rodeó este y se detuvo frente a Yosano. Sin temor al rechazo, levantó su mano y acarició las puntas de aquel corto y suave cabello. Sintió que la otra mujer se tensaba ante su toque, pero era terca y no retrocedió: la dejó jugar tanto como quisiera con aquellos mechones que estaban creciendo demasiado y que pronto cortaría.

Se vería hermosa con una horquilla, pensó Kouyou, tal vez una con forma de flor o bien una mariposa... Sí, una mariposa. Para mí, una en forma de flor; para Kyoka, una en forma de conejo. Sí, sería perfecto. Sería tan perfecto, tanto, que sin duda solo podía existir como una simple ilusión.

Incluso si quería contarle todo a Yosano, incluso si quería intentarlo, el temor era mucho más fuerte. Sus propios sentimientos la atemorizaban. ¿Qué sucedería si se arriesgaba y, tal como la primera vez, tal como sucedió con la verdadera madre de Kyoka, también perdía a Yosano? No lo soportaría. ¿Y su hija adoptiva? Mucho menos.

No quería volver a enamorarse tan profundamente. No quería regresar un día a una casa compartida y encontrar una niña a mitad de la sala llorando porque, de un momento a otro, su madre se desmayó y ya no volvió a despertar. Muerte súbita, había dicho el informe forense. Justo aquello que tenía tan baja probabilidad en los adultos, tenía que ocurrirle a Suzu. ¿Fue su culpa? ¿Por los errores que cometió? ¿Por decepcionar a sus padres? ¿Por olvidarse del hermano menor que había dejado en Yokohama? ¿Por disfrutar de la familia que encontró en Tokyo con Suzu y Kyoka...? O solo fue mala suerte.

Tal vez una combinación de todo. Tal vez solo un cruel efecto mariposa. Tal vez así era la vida. Inesperada, más trágica que las historias escritas en los libros, donde la muerte no era tan dolorosa como el vacío que quedaba en los vivos. Lo que sucedía no tenía sentido, no había advertencia, no existía un verdadero motivo, simplemente... las personas se iban. Morían o se alejaban. Y sin importar cuál de las dos, un vacío siempre quedaba, y a veces, no se llenaba con nada.

Sabía que era poco probable que a Yosano le sucediera lo mismo, que era más seguro que se cansara de Kouyou antes de que le ocurriera cualquier accidente, pero Kyoka ya había perdido una madre, y tuvo que quedarse con su reemplazo. No quería que su hija se encariñara de Yosano y que esta un día las dejara. No quería que en ellas quedara un segundo vacío que ni siquiera con buenos recuerdos se llenaría.

―¿No te pareció extraño que mi apellido no fuera "Nakahara" como el de Chuuya? ―inquirió Kouyou. Bajó su mano y retrocedió nuevamente. Sintió el borde del mesón contra su espalda baja, pero la incomodidad de ello no la distrajo de la mujer frente a ella.

Aunque Yosano no parecía feliz con el cambio de tema tan abrupto, no dijo nada y solo respondió a la pregunta de la otra mujer.

―Sí, me pareció extraño, pero supuse que debía haber un motivo. Ustedes no hablan de sus padres, pero supongo que, de entre los dos, tú los desprecias más.

Kouyou asintió lentamente.

―Chuuya siempre va a esperar que nuestros padres se arrepientan de todo lo que nos hicieron, pero yo no soy tan ilusa. En cuanto tuve la oportunidad, tomé el apellido de la madre de Kyoka.

La relación entre Kouyou y esa otra mujer estaba implícita en cada una de sus palabras, y aunque Yosano quería saber todo a profundidad, su propia incomodidad y decepción amorosa la retuvo en claros límites emocionales.

―¿Dónde está ella ahora? ―preguntó dubitativamente.

―Simplemente ya no está ―respondió Kouyou, y por la sonrisa rota y agria que le dirigió a Yosano, esta entendió perfectamente que había ocurrido―. No haré cargar a nadie con una hija que no le corresponde, ni haré que Kyoka acepte a otra "figura materna". Conmigo es suficiente...

―No tiene que aceptarme como "madre" ―argumentó Yosano e insistió. ¿Por qué lo hacía? Ya ni siquiera estaba segura, pero lo hizo, incluso si lo lógico era hacer todo lo contrario―. No tiene que hacerlo, no soy un reemplazo ni lo seré, y ya que estamos lejos, podría acostumbrarse a la idea de que estoy contigo poco a poco...

―Eres demasiado buena para mí, y todo eso se escucha tan maravilloso... Pero tengo que negarme.

Kouyou se dio la vuelta. Miró el libro de cuentas otra vez, la puerta que daba a la trastienda donde Kyoka debía estar. Dio la espalda a Yosano, antes de que dejara tentarse por palabras tan idílicas y promesas hechizantes que podrían conducirlas a un mal final.

Yosano quiso alzar la mano, tomarla suavemente del hombro, o del brazo, o de la muñeca, y darle la vuelta. Pero entendía la inseguridad, entendía que, si bien para ella era fácil tomar una decisión y querer intentarlo sin importar el final, Kouyou no era igual. No era cobarde, no era malvada, ni indecisa, simplemente era... humana. Como cualquier otro, haciendo nudos y tropezando con piedras imaginarias en un camino perfectamente liso.

―¿Por qué decidiste seguir en contacto conmigo? ―preguntó Yosano.

―Me hizo feliz ―admitió Kouyou―. Muy, muy feliz. Eres interesante y disfruté cada plática, pero no pensé que llegaríamos hasta aquí...

―Y ahora estás huyendo ―acusó.

Sí, y no es la primera vez que lo hago, y tal vez tampoco la última, pensó Kouyou.

Escuchó a Yosano soltar un suspiro. Podía imaginar su expresión resignada, cansada de ella y de aquello que se desarrolló desde una simple plática a través de mensajes, luego llamadas, y luego nada. Escuchó su cuerpo darse la vuelta, sus pasos alejarse, y la campana de la boutique sonar cuando la puerta se abrió y la otra mujer salió; dejándola sola y atrás.

Bien podría llamarla. Podría decirle que el miedo e inseguridad era más grande que su propia voluntad, y que no sabía cómo sobrellevarlo, pero ya le había hecho perder demasiado tiempo a Akiko, y no se merecía ni un poco más de su atención.

Kouyou nunca iba a entender cómo fue que Yosano llegó a sentir algo por ella a través de solo mensajes, aunque a ella le sucedió lo mismo, era mejor que todo quedara hasta ahí. Fue divertido mientras duró, realmente se sintió un poco menos sola incluso si lo más que veía de la otra mujer eran solo palabras escritas.

Cuando Kyoka se asomó desde la puerta de la trastienda, Kouyou se esforzó por darle una sonrisa tranquila y decirle que su "amiga" tuvo que irse rápidamente. La niña aceptó aquella pobre excusa y acto de su parte, sin llegar a ver la ira que cubrió la mirada de Kouyou.

¿Por qué Chuuya no le dijo que conocía a Yosano? Ah, su hermanito... ¿Ocultarle cosas era una forma de vengarse de ella? Fuera lo que fuera, Chuuya tendría que escuchar su regaño quisiera o no.


[•••]


Odiaba profundamente a Albatross, pensó Chuuya por enésima vez en solo una hora. No solamente era un engendro que se comía todo lo que dejaba en la nevera, o porque su risa se escuchaba a un kilómetro y siempre decidía soltarla cuando intentaba dormir, o porque no le dejó probar esa motocicleta que había reparado como su examen final del semestre anterior, sino también porque lo obligó a levantarse temprano un sábado para acompañarlo a comprar un "no sé qué, pero lo sabré cuando lo vea", para alguien que comenzaba a gustarle.

Y no quería decirle quién era. Llevaba una hora, ¡una maldita hora!, dando nombres al azar de la pobre alma caída en desgracia que debía estar pagando el mayor karma de su vida al convertirse en el interés amoroso de Albatross. Y para empeorar su humor, ¡el idiota no le decía si estaba en lo correcto o no! Lo estaba obligando a tomar medidas desesperadas, lo estaba empujando a sobornar a Lippman ―a quien consideraba como el más cercano al de gafas de sol―, con su gorra baker que todos tanto querían. Y no. No quería vender su gorra por un poco de información, pero la curiosidad lo estaba matando, y Albatross le tenía caminando por todas partes, entrando a tiendas tras tiendas, para salir sin nada entre las manos, y no había desayunado.

Bien, tal vez eso último fue su propia culpa. Pianoman siempre despertaba antes que todos, y cada sábado, preparaba el desayuno. Pero, cuando Albatross irrumpió en su cuarto y solo le gritó que saldrían de casa en veinte minutos, invirtió ese tiempo en dormir y no en comer. Ahora se arrepentía de cada elección de su vida, y su malhumor no hacía más que crecer.

―¿Puedes escoger de una maldita vez? ―pidió Chuuya, siguiendo a Albatross a través de otra tienda de la cual nada le convencería―. ¡Necesito comer algo! Me reuniré con Dazai en la tarde y no voy a aguantarlo con el estómago vacío.

―Todo lo que escuché fue: "tengo una cita en la tarde y quiero estar de buen humor para él" ―se burló con una voz melosa y exageradamente aguda.

Albatross soltó una de esas irritantes carcajadas cuando sintió que el pelirrojo lo pateaba. Volvió a golpearlo solo porque su risa atrajo demasiada atención.

Para su suerte, aquella tienda fue del agrado de su roommate y compró algo que, según él, era "suficientemente digno de la persona y de la bolsa de regalo que escogió". Chuuya volvió a preguntar para quién era, pero Albatross insistió que era un secreto de Estado, aunque reveló que el pelirrojo ya conocía a la persona.

"Desgraciado", insultó Chuuya para sus adentros. Técnicamente, conocía a casi toda la gente con la cual Albatross se reunía, tanto porque saludaban al rubio cuando almorzaban juntos en la universidad, o porque cada sábado, a las cuatro de la mañana, dejaban a su roommate absolutamente borracho frente a su puerta; o bien porque conoció a algunos de ellos al encontrarlos durmiendo en su sofá un domingo por la mañana.

Su lista de sospechosos era demasiado larga, y si bien podría comenzar a descartar desde ese momento, tenía hambre y comenzaba a dolerle la cabeza. Al menos, Albatross se ofreció a pagarle el desayuno, aunque mientras se acercaban a la cafetería en la cual Atsushi trabajaba, saludaban a este que estaba realizando horas extras, y se acomodaban en una mesa, el rubio le echó en cara que no tendría que pagar nada si es que Chuuya se hubiese levantado a desayunar cuando Pianoman lo llamó. El pelirrojo le levantó el dedo medio, y cuando se acercó el albino, pidió lo más caro que tenían.

Atsushi se alejó riéndose del quejido molesto que Albatross soltó, ignorando la mirada azulada que siguió cada uno de sus movimientos y el ligero decaimiento en sus hombros.

―¿Qué hizo el chico para que lo mires así? ―cuestionó el rubio―. ¿Terminó con el emo-boy y quieres venganza?

―Para empezar, nunca estuvieron juntos ―aclaró Chuuya, y volvió a mirar al hombre frente a él―. Aunque si las cosas hubiesen sido diferentes, si hubiesen estado juntos, los habría apoyado.

―Sí, sí, ya sé que tienes un complejo de hermano mayor con ese chico.

Lo tenía, aceptó para sí mismo. Quería ser esa figura de apoyo para Ryuu y Gin que a él y a Kouyou les hizo falta cuando aún estaban en Yokohama.

Sabía que no era lo mismo, pero no podía evitar ver las similitudes entre el comportamiento de Ryuu con Gin, y la hermana mayor que él recordaba.

Ambos se hicieron cargo de sus hermanos pequeños desde muy temprana edad a causa de la negligencia o ausencia de sus padres. Siempre sobrepusieron su bienestar por encima del propio, y desde la primera vez que los vio, sabía que su guitarrista le daría cualquier cosa a su hermana menor si esta se lo pidiera, y en algún momento del pasado, Kouyou era igual.

Chuuya recordaba que, cada vez que quería comer algo en específico, o leer un poeta nuevo, o se quedaba sin hojas dónde escribir, Kouyou le conseguía todo lo que necesitaba sin importar si tenía que hacerlo a escondidas de sus padres. Siempre con una sonrisa, sin quejarse, sin decirle lo cansada que estaba y la ayuda que necesitaba. Y aunque sabía que seguramente Ryuu hubiese hecho todo con una expresión estoica y palabras ácidas, sin decirle a nadie lo agotado que se sentía, hacía hasta lo imposible para conseguir lo que Gin quisiera.

Así fue como empezó a tocar la guitarra, ¿no? Gin solo había querido una canción de cumpleaños cuando era pequeña, así que Ryuu aprendió a tocar la guitarra y escribió una para ella. Y siguió mejorando, encontrando una pasión en ello que solo creció cuando su hermana pequeña le dijo que quería seguir escuchando sus canciones y aprender de él.

Sí, podía ver las similitudes entre su guitarrista y Kouyou, pero también resaltaba la más grande diferencia.

Aunque Ryuu se marchó de Yokohama para estudiar en Kyoto, nunca se olvidó de Gin. Cuando tuvo las condiciones óptimas para volver por ella, lo hizo sin dudarlo ni por un momento. En cambio, Kouyou se olvidó de él. Y esa parte, aunque ya no le dolía, seguía provocando cierta incomodidad entre ellos.

Sabía que eso no hubiera sucedido si Kouyou no hubiera tenido que cargar sola con todo. Si hubieran tenido el apoyo y ayuda de Paul y Arthur desde un comienzo estarían bien. Si hubiera respondido a sus llamadas. Si le hubiera explicado lo que sucedía y dónde encontrarla. Si hubiera regresado por él. Si hubiera hecho el mínimo esfuerzo que Ryuu hizo por Gin, entonces él seguiría llamándola "Ane-san"...

―Qué curioso, justo estaba pensando en ti ―dijo Chuuya con una sonrisa cuando respondió a la llamada de Kouyou.

Albatross, al otro lado de la mesa y robándole la comida que se suponía era para él, le envió una mirada de curiosidad. Con solo los labios, Chuuya articuló el nombre de su hermana, y el rubio asintió y volvió a lo suyo.

¿Y qué estabas pensando exactamente? ―le preguntó Kouyou.

―Solo si volverás a visitar Kyoto antes de que inicie el semestre ―respondió, ocultando los verdaderos pensamientos que solo traerían de regreso la discordia entre ellos―. Creo que habrá un festival y pensé que a Kyoka le gustaría.

Escuchó a Kouyou solo soltar un "mh" seco y sin emoción. La suave sonrisa que había estado cubriendo sus labios hasta ese momento, desapareció cuando captó el tono neutral en la voz de su hermana mayor. Su falta de palabras, la monotonía con la cual hablaba, no era una buena señal. Y antes de que pudiera preguntarle qué estaba mal, Kouyou lo increpó.

No sabía que conocías a Yosano.

Chuuya se levantó de la silla, señaló el exterior del local a Albatross y su compañero de piso solo asintió. Mientras el pelirrojo salía, sin probar ni un solo bocado, contuvo a mitad de la garganta las palabras que quería soltarle a su hermana.

―Conozco a muchas personas, Kouyou ―comentó Chuuya―. Y sí, Yosano es una de ellas.

El silencio al otro lado del teléfono no lo sorprendió. Podía fácilmente imaginar la ira hirviendo a fuego lento en las venas de su hermana. Seguramente se estaba mordiendo el labio, o bien una de aquellas uñas que tanto se esforzaba por mantener siempre arregladas. Y años atrás, cuando aún era "Ane-san" para él y no solo "Kouyou", hubiese hecho de todo para apaciguar su enojo, porque su hermana favorita era aquella feliz y siempre conforme, pero ahora no podía importarle menos si se molestaba con él.

La escuchó tomar una profunda inhalación; calmándose a sí misma para que Kyoka, quien seguramente estaba a su alrededor, no se diera cuenta de su estado de ánimo.

Está en Tokyo, vino a la boutique hace una hora y conoció a Kyoka.

Ah, sabía que Kouyou iba a llamarlo tarde o temprano por ese tesoro que decidió ocultar tan celosamente de Yosano. Imaginó que su hermana, aunque se mostrarse serena por fuera, por dentro la embargaba un profundo pánico. Y aunque Chuuya quería calmarla, ya no sabía cómo. 

Ya no sabía si a su hermana, su Ane-san, la seguía calmando el mismo té y la misma música. Ya no sabía si le gustaba recibir abrazos cuando se sentía mal, o una compañía silenciosa. Así que, ante la ignorancia y la falta de palabras, Chuuya dijo lo más lógico y distante.

―Tarde o temprano iba a enterarse de Kyoka ―aseguró―. Aunque sé que, si fuese por ti, se la hubieras ocultado para siempre.

¿Me estás criticando? ―reclamó su hermana, y no le dio ni un momento a Chuuya para decirle que no era esa su intención―. Lo que suceda entre Yosano y yo no tiene por qué involucrar a Kyoka, quería dejarla fuera de esto.

―Sí, estoy de acuerdo con que ella no tiene por qué estar en medio de tu drama con Yosano, pero estas olvidando que es la niña de la cual decidiste hacerte cargo y si te interesas en alguien, entonces Kyoka tendrá que conocer a la persona en algún momento. Ojalá al inicio, y no llegado a este punto...

No voy a escuchar consejos de ti, Chuuya ―interrumpió Kouyou―. No cuando volviste a acercarte al mismo chico que te dejó atrás en Yokohama como si no valieras nada.

Aquel recordatorio, incluso si ya no dolía más, siempre sería la más fina y afilada astilla que no sabía cómo quitarse del pecho; enterrándose y presionando su inseguridad y duda, haciéndole tambalear. Kouyou conocía perfectamente de aquel temor a ser dejado atrás, y no dudó en utilizarlo para desviar la conversación de sus propios errores y miedos.

¿Qué derecho tenía a hacerle recordar esa debilidad? ¿Qué derecho tenía a hacerle sentir inseguro otra vez? Había estado tan bien. A pesar de que Dazai lo desestabilizó por un momento con todo lo que ocurrió después de Navidad, y lo empujó a ser otra vez el primero en dar un paso al costado antes de ser dejado atrás, ahora estaba bien. Ambos lo estaban. Pero eso a Kouyou no parecía importarle.

No le importaba recordarle lo que más le dolía. No le importaba culpar a otros de ese temor, cuando quien implantó esa idea en su cabeza y regó el árbol hasta hacerlo crecer; fue ella, no Dazai. Dazai solo derribó el árbol cuando se marchó, pero desde las raíces hasta las primeras hojas, todo era producto de Kouyou.

¿Dónde estaba la Ane-san que recordaba? ¿Dónde estaba esa chica que siempre le hablaba con ternura y calmaba sus temores? ¿Aquella que le conseguía poemarios a escondidas de sus padres y era para quién escribía sus propios poemas? No estaba, había muerto la misma noche en que salió de casa. Y ya no quería escucharla, no a ella, no a Kouyou.

Quería llamar a Paul. Quería hablar con Arthur. Quería escucharlos decir que no era culpa de él que otras personas decidieran marcharse, que nunca era su culpa, sino que eran cosas que simplemente sucedían.

Pero la llamada con Kouyou proseguía, y sentía que, si seguía escuchándola decir ese tipo de cosas, derramaría lágrimas de ira e impotencia.

―Eres tan hipócrita―siseó, con tanto veneno y dolor en su voz temblorosa que jamás creyó dirigir hacia ella―. Tan, tan jodidamente hipócrita...

Chuuya...

―¿Qué? ¿Qué vas a decir ahora? ¿Qué te arrepientes de lo que dijiste y que no era tu intención? ―interrumpió, y soltó una risita amarga―. No seas hipócrita, Kouyou, y no intentes desviar la conversación hacia mis asuntos. Ocúpate de tus propios problemas y deja de joderme.

Kouyou calló. Chuuya no sabía si su silencio se debía a la sorpresa que le produjo su respuesta, a una contemplación de sus propias palabras y la búsqueda de las adecuadas, o bien simplemente a un vacío que no hacía más que extenderse y que olvidó como llenar. Y cuando su hermana mayor recuperó la voz, el pelirrojo supo que esa pausa en la llamada se debía nada más que a la amarga resignación y la contemplación de aquel puente a medio destruir entre ambos.

Bien.

―Bien ―repitió Chuuya, empujando aquel nudo en su garganta hasta hacerlo desaparecer―. Si eso es todo, voy a colgar, estoy ocupado.

Chuuya.

―¿Mh?

Lo siento.

El pelirrojo sonrió para sí mismo con amargura.

―Adiós, Kouyou.

Colgó la llamada antes de poder escuchar una respuesta. Guardó el teléfono, volvió al interior del local y se sentó frente a Albatross otra vez, ignorando el vibrar constante del móvil en el bolsillo del pantalón mientras recibía mensajes tras mensajes, y la mirada preocupada que le dirigía tanto su compañero de piso como el albino detrás del mostrador.

Cuando Albatross le preguntó con una extraña calma y suavidad qué sucedía, Chuuya no respondió. Movió lentamente la cabeza en negación y tomó aquella dulce bebida que el otro había pedido para él mientras hablaba por teléfono. Por primera vez en mucho tiempo, el rubio no le insistió por una respuesta, aunque seguramente lo haría más tarde. Agradeció ese simple gesto e intentó distraerse. Pero cada vez que lo intentaba, solo recordaba aquel "lo siento" susurrado con un arrepentimiento que se escuchaba sincero, sin embargo, ¿cómo podía confiar en eso? Todos creían que una disculpa arreglaba todo, pero, así como le dijo a Dazai cuando regresaban a Kyoto desde Osaka, el perdón no era para su propia tranquilidad, sino para la de ellos.

Ah, Kouyou agrió su día. Ni siquiera la bebida dulce frente a él tenía ya buen sabor. Esperaba que con Dazai las cosas fueran mejor, pero la llamada le había afectado tanto que solo quería irse a casa.

―¿Quieres caminar un poco? ―sugirió Albatross, notando su estado de ánimo―. Creo que comí mucho y necesito moverme.

―Te comiste todo lo que se supone era para mí, animal ―reclamó, sin genuina ira en su voz y se levantó―. Ven, vamos.

Se despidieron de Atsushi con un simple movimiento de mano que el albino correspondió, y salieron del local sin un rumbo fijo. Albatross comenzó a parlotear sobre cualquier cosa excepto lo único que le importaba saber. Sin embargo, el rubio continuó ocultando la identidad de la persona para quien era lo que había comprado, aunque para ese punto solo lo estaba haciendo para enfurecer a Chuuya.

De cualquier forma, la estupidez de Albatross le ayudó a distraerse, pensó Chuuya. Su teléfono seguía vibrando con cada mensaje que recibía, pero ya fuese Kouyou o Dazai, no quería leer nada. Lo haría después, cuando estuviera más tranquilo. Además, el moreno ya le había enviado el lugar y la hora exacta donde se verían, podía ignorar su teléfono por un rato.

Sin embargo, lo que vio frente a esa pequeña tienda de antigüedades no podía ignorarlo. Al verlo, tanto él como Albatross se detuvieron, sus músculos congelados y sin reaccionar por un momento, pero en cuanto procesaron lo que estaba sucediendo, no dudaron en acercarse tanto sorprendidos como confundidos.

Al fin y al cabo, no todos los días veían a Ryuu patear a un desconocido en plena calle.






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