Leave the kiss for later [SKK]

由 LeoLunna

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Cuando Dazai se marchó de Yokohama, rompiendo su relación con Chuuya y dejando sin leer el poema que le escri... 更多

01. Dear first love...
I: Leave the kiss for later
II: But I wonder where were you?
III: Lonely street
IV: Contradictory words
V: Call me
VI: As it was
VII: Bad idea
VIII: Two fools
IX: Bother you
X: Step by step
XI: I wanna be yours
XII: Set fire to the rain
XIII: When the party's over
XIV: I can't handle change
XV: You're not sorry
XVI: Brotherhood
XVII: I'm a broken rose
XVIII: Stop, don't be so kind
XIX: Lost on you
XXI: Got the music in you
XXII: Close the book, turn on the music
XXIII: I know now, this is who I really am
XXIV: Autumn leaves on my skin
XXV: You were looking at me
02. I wrote this for you
I: You hear me?
II: Patience
III: Stop thinking
IV: Bittersweet symphony
V: Could it be easy this once?
VI: Tell me why
VII: Somebody that I used to know
VIII: All you had to do was stay
IX: The ending always stays the same
X: Turn around and make it alright
XI: Go that way
XII: The only exception
XIII: Sit down beside me
XIV: I'm never gonna leave you
XV: It doesn't hurt me
XVI: Another love
XVII: Hold On
XVIII: Are you ready to love?
XIX: The world keeps on turning
XX: You look perfect

XX: The night we met

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由 LeoLunna


Cuando Oda cerró la puerta, las tonadas de soul y blues que venían desde el exterior se convirtieron en nada más que un suave murmullo; un ruido de fondo que llenó el silencio y la incomodidad entre ambos. 

Había mucho que decir, pero ninguno se atrevió a romper esa endeble calma que los envolvía y destrozar el piso de cristal que sostenía sus pesos sobre ese vacío de lejanías y palabras omitidas.

Dazai se acercó a los altos estantes que envolvían casi toda la habitación, ignorando al otro hombre que solo miraba su espalda y esperaba con una intranquila paciencia las razones detrás de la respuesta que el moreno le dio en el salón. Sin embargo, el más joven dejó que la espera se extendiera un poco más. Sonrió cuando leyó los títulos que tan bien conocía y que recordaba de las largas conversaciones que alguna vez mantuvo con Oda. Rememorar esos momentos ya no lo embargaba de los mismos sentimientos que años atrás. Donde antes había melancolía y tristeza, una añoranza por algo que nunca pudo obtener, ahora lo llenaba una tranquila aceptación; la comprensión de lo que alguna vez sintió y la ansiedad por cerrar aquella novela en la cual se quedó atrapado por tanto tiempo.

―¿Has leído todos los libros que tienes aquí? ―preguntó Dazai, sin despegar su mirada de los volúmenes perfectamente ordenados en orden alfabético y temático.

Oda se sorprendió de que el menor fuese el primero en hablar. Era común para él que Dazai se negara a decir algo hasta que la otra persona lo hiciera, pero que diera el primer paso y ofreciera la frase inicial era algo que no creyó que alguna vez sucedería. Pensó que debería dejar de suponer que conocía bien a Dazai, puesto que podía observar que el adolescente que le siguió a Kyoto años atrás no era el mismo hombre que, en ese momento, pasaba sus dedos por el lomo de los libros.

―Hay muchos que no he tenido el tiempo de leer ―respondió Oda y se acercó.

Hombro a hombro, observaron los libros. Oda no pasó por alto el hecho de que sus alturas eran similares, distanciadas solo por tres o cuatro centímetros casi imperceptibles. Desde que lo conoció, sabía que Dazai sería casi tan alto como él, sin embargo, aquella era la primera vez que realmente se fijaba en ese detalle.

¿Qué más había cambiado sin que se diera cuenta? ¿Cuánto más ignoraba del otro? Dazai siempre le pareció pequeño a su lado, pero no porque lo fuera, sino porque en el pasado, el moreno se encorvaba. A propósito, se hacía más pequeño estando a su lado para sentir un poco de protección de su parte, pero ya no más. Ahora, mantenía la espalda recta, la barbilla en alto y su mirada ni siquiera se detenía en él como antes. Los libros eran más interesantes, las canciones, las personas que estaban esperándolo de regreso en Kyoto y aquella que lo acompañó a ese viaje.

―Sigo comprando más libros, aunque Kazue me dice que deje de hacerlo―comentó, alejando otros pensamientos y preocupaciones―. Espero leerlos pronto y escribir un par de críticas.

A su lado, el moreno solo dio un quejido para confirmar que le estaba escuchando

―¿Tienes tiempo para escribir críticas entre las clases que debes preparar?

―Bueno, ahora los niños están de vacaciones y aunque tengo que planificar para el nuevo año escolar, creo que encontraré algo de tiempo entre eso y cuidar de Sakura.

―¿Sakura?

Oda asintió. Buscó su teléfono en el bolsillo trasero de su pantalón y le enseñó la foto de una bebé de casi un año. Dazai observó su rostro con atención; se veía risueña, dulce y tranquila, podía imaginar la felicidad que envolvería aquel hogar una vez que estuviera entre los brazos de su padre y madre.

―Sakura, eh...―murmuró, y con una sonrisa burlona, observó al hombre a su lado―. Ni siquiera me sorprende que hayas escogido ese nombre.

Oda rio. Guardó el teléfono y sintió que parte de la tensión e incomodidad entre ellos se dispersó un poco.

―Es un nombre apropiado. Me casé con Kazue en primavera y rodeado de árboles de cerezo, era natural que nuestra primera hija llevara ese nombre.

―Sí, recuerdo ese día, fue una ceremonia muy... Novelesca.

―Queríamos que fuese mágico ―argumentó―, y un nuevo inicio. Eso es lo que significa la primavera, ¿no? Renacimiento.

―Supongo, no soy muy fanático de las temporadas de mucho calor.

―Lo sé ―señaló―, siempre preferiste el otoño e invierno.

―Tengo buenos recuerdos de esas temporadas. Cuando conocí a Chuuya, después de la escuela solíamos jugar con los montones de hojas que caían en otoño o estamparnos nieve durante el invierno. ―Dazai rio, perdido en aquellos recuerdos que hace mucho no empujaba al inicio de su consciencia ni revisaba como si fuesen un álbum de foto celosamente guardado―. Nunca pude divertirme así cuando era niño, ¿sabes? Mis padres preferían mantenerme dentro de casa, y cuando podía pasar tiempo con mis primos o con otros niños, ninguno se acercaba a mí porque era "raro", pero Chuuya... A Chuuya nunca le importó.

La sonrisa que las memorias le produjeron, delineó sus labios durante cada una de sus palabras. Oda no pudo hacer más que observar aquella expresión que jamás vio en él. Los ojos distantes, pero tranquilos. Nostalgia en su voz, pero no dolorosa, no melancólica y dañina; solo buenos recuerdos, cálidos y apreciados.

Sin embargo, el pesar y la culpa coloreó su sonrisa de un suave lamento.

―Nunca le importó que estuviera roto o fuese raro ―murmuró, bajando la mirada y sacando del estante aquel volumen de poesía escondido entre novelas y prosas―. Incluso ahora sigo sin ser "bueno", pero él está bien con eso.

La risita que dejó escapar Dazai sorprendió a Oda. Estuvo por preguntar qué era tan gracioso, pero prontamente se dio cuenta de que esa reacción provenía tanto de sus errores pasados como presentes.

―Chuuya solo me pide que deje de ser un idiota, y lo estoy intentando ―confesó y suspiró―, aunque es difícil.

Es difícil ser sincero todo el tiempo, pensó. Es agotador y no está acostumbrado. Es más fácil fingir y acallar cualquier dolor, cualquier molestia, sin enfrentarse a ser el tipo de persona que podría decepcionar al resto. Pero Chuuya estaba bien con quien es realmente. Ranpo, Yosano, Kunikida y Atsushi también. Lo que pensara Fyodor le importaba una mierda, aunque fue divertido ver su sorpresa cuando le dijo que cerrara la maldita boca en vez de responderle con el mismo sarcasmo de siempre, pero incluso eso, a pesar de ser liberador, fue difícil. Sin embargo, lo estaba intentando.

No lo hacía porque estaba esperando a que sus padres al fin lo reconocieran, ni tampoco por toda la familia en la cual intentó encajar. Tampoco para que Oda se quedara a su lado o lo amara a pesar de sus imperfecciones. Ni para merecer el cariño de cualquier persona, ni siquiera el de Chuuya, pero sí por su tranquilidad. Lo estaba intentando para sí mismo.

―Supongo que aún tengo mucho camino que recorrer ―suspiró, y abrió el poemario―. Tendré que escuchar por un tiempo más a Chuuya llamándome idiota, aunque no creo que alguna vez se detenga.

―Te importa mucho lo que Chuuya dice ―comentó Oda, sin apartar la mirada del hombre a su lado leyendo y prefiriendo los poemas a las decenas de novelas a su alrededor―. Debes quererlo mucho.

Con la mirada fija en el poema Dévotion, Dazai solo asintió. Brevemente, Oda recordó que alguna vez el moreno le comentó que ese era el poema favorito de Chuuya.

―Lo hago ―admitió, sin demora ni titubeos―. Aunque él no me quiere a mí, al menos no de la misma forma.

―Pero te acompañó hasta aquí, ¿no? No cualquiera haría eso, al menos eso significa que te quiere.

―Como amigo, o como enemigo, más bien ―corrigió. Oda escuchó sorprendido su tono de felicidad y al terminar de leer el poema, Dazai lo observó con ojos que ya no expresaban el anhelo y necesidad de antaño―. Realmente, Chuuya me acompañó más que nada porque quería saber cosas que nunca le dije. Es muy chismoso, aunque no lo parezca, pero está bien, le debía una explicación.

―¿De verdad? ―preguntó Oda. Dazai no pasó por alto el tono inseguro y preocupado que tomó su voz, como si temiera conocer más razones para decepcionarse de él―. Creí que durante todos estos años se mantuvieron en contacto... ¿Qué le ocultaste?

―Muchas cosas ―respondió. Su mirada se alejó una vez más. Cerró el libro, lo acomodó en su lugar original y el aire entre ambos volvió a tornarse tenso―. Después de dejar Yokohama, no volví a hablar con él durante cuatro años. Es más, ni siquiera me marché porque él me dejó. Yo lo dejé a él, y decidí seguirte a Kyoto.

La decepción que intentó mantener a raya se reflejó en el rostro del mayor sin que pudiera, o quisiera, evitarlo. La incomodidad y necesidad de hacer cualquier cosa para desaparecerla seguía ahí, pero la empujó hasta lo más hondo de su pecho, negándose a seguir intentando ser lo que el resto quería que fuera. Dazai no creyó que llegaría el día en que ver esa expresión en Oda le dolería tan poco, o simplemente no le importaría.

―Dazai...

―Sí, lo sé, es una mentira horrible ―interrumpió, casi con antipatía―, pero no soy el único que miente o decide ignorar detalles, Odasaku. ¿Por qué solo yo soy juzgado, cuando tú también lo haces?

La confusión se antepuso a la decepción, y prontamente, el sentimiento de sentirse atrapado. Ahora que Dazai volvía a posar su mirada en él, sin las mismas emociones de antaño, pero con esa desesperación que conocía, no hizo más que ladear su rostro y buscar una salida.

El silencio era mucho más fácil de sobrellevar que las palabras. La ignorancia es más dulce que el conocimiento; menos dolorosa e hiriente, mucho más mortal cuando se rompe.

―Sabías que estaba enamorado de ti ―señaló, con voz inestable, casi trémula, que se esforzaba por sostener y evitar la caída ante un charco de lluvia o bien de lava―. Lo sabías, pero nunca dijiste nada... ¿Fue divertido? ¿Fue divertido ver como quería tanto que me miraras, como me tenías besando el suelo que pisas, y fingir que no sabías nada?

Oda mantuvo la boca cerrada y los ojos distantes. En otro tiempo, aquella actitud le hubiese hecho llorar y fingir que todo estaba bien; habría puesto una sonrisa en sus labios que no llegaría a curvar la parte inferior de sus ojos y dejaría que el otro hombre lo mantuviera en el silencio, pero ya no podía obligarse a aceptar aquello. Sintiendo el cuerpo tenso, sin saber qué más hacer, cerró sus puños con fuerza e intentó mantener su rostro neutro, sin embargo, la desilusión que sentía se escapó, rozando la dolorosa decepción que no creyó que alguna vez sentiría por las acciones o decisiones del hombre frente a él.

―¿Por qué no me dijiste que estabas saliendo con Kazue desde el primer día? ―preguntó, casi una orden, casi un ruego, entremezclándose ambos sentimientos en una quimera que le carcomía el pecho―. ¿Por qué me dejaste quedarme en tu departamento cuando llegué a Kyoto? ¿Por qué me ayudaste esa noche y permitiste que entrara a tu vida?

La desesperación se movió de lugar, y Oda, al fin, volvió su mirada a Dazai y respondió.

―Lo necesitabas. Necesitabas que alguien te ayudara. Necesitabas a alguien en que pudieras confiar y apoyarte, no pensé que alguna vez me verías de esa forma cuando intenté ayudarte esa noche, no pensé que tú...

―¿Qué me enamoraría de ti?―completó, Oda asintió lentamente, intentando no observar la decepción en dos direcciones que sentía desde Dazai―. Entonces sí lo sabías, siempre lo supiste.

―Pensé... ―titubeó. Tragó saliva e intentó ordenar sus palabras―. Pensé que era lo mejor si no decía nada.

―¿Y mantenerme siempre esperanzado de que algún día me mirarías? ¿Era más fácil darme un poco de ilusión que decirme la verdad?

―No quería rechazarte y dañarte más...

―Nada me va a dañar más que las ilusiones―rectificó, sin darle tiempo al otro de decir más o insistir en sus razones―. El rechazo no me es desconocido, puedo lidiar con él, pero ¿con la ilusión de que algún día me amarías? ¿Con la esperanza de que solo debía seguir esforzándome por ser "bueno" para que me miraras? No puedo con eso, no puedo con la idea de que todo fue en vano y de todo lo que pude evitar si solo me decías "no"...

Sí, siempre supo que era más fácil rechazarlo y seguir con la amistad que formaron, pero no quiso enfrentarse a los sentimientos de Dazai. Sabía que estaban ahí, pero si no hablaba sobre ellos, si no los reconocía, entonces no serían reales y se ahorraría la incomodidad de la conversación. Creyó que, con el tiempo, Dazai olvidaría lo que sentía por él, pero estaba equivocado, y ahora quería tanto que el menor le restregara en la cara sus malas decisiones, pero no lo hizo. Ni siquiera alzó la voz mientras hablaban.

Sin importar lo enojado o dolido que se sintiera, Dazai nunca gritó. Oda deseó que lo hiciera. Deseó que dirigiera sus duras palabras hacia él, con la misma frialdad y desprecio que le vio dirigir a otros. Que le gritara y expresara todo el enojo que sentía por él. Pero no lo hizo.

No gritó, no vociferó duras y venenosas palabras hacia él. Solo le observó, en silencio y con decepción. Y aquella calma, aquella tranquilidad que Oda siempre amó, la odió por primera vez cuando se tornó helada y venía desde Dazai.

―Lo siento ―masculló―. Pensé que hacía lo mejor para ti...

―Ni siquiera yo sé que es bueno para mí, ¿cómo esperas tú saberlo? ―preguntó, casi con humor, casi queriendo aligerar la tensión y la grieta que crecía, pero esta era más fuerte que ellos―. No merezco que te disculpes, y de todas formas ya no tiene sentido. Solo quería... Solo quería quitarme esto de encima, incluso si ahora no estoy seguro de que eso haya sido realmente amor.

No romántico, reflexionó Dazai, no como el que sentía por Chuuya. Con Oda, sus sentimientos siempre estuvieron empañados por la necesidad surgida del peor momento de su vida; por la desesperación y la obsesión a esa calidez de protección que nunca sintió de sus padres ni de cualquier otro adulto. Era demasiado joven, un niño, y se supone que debía ser cuidado y protegido, pero nunca se sintió así. Entonces, Odasaku apareció. Le tendió la mano a pesar de que no lo conocía y que no era problema suyo lo que Dazai estuviera viviendo. Le dio esa tirita, le habló en la biblioteca, le regaló novelas y un espacio en el cual pudiera sentirse tranquilo, seguro y amado.

Odasaku no tenía más de 22 años durante su primer encuentro, la misma edad que Dazai tenía en el presente; aunque el moreno no se sentía como un verdadero adulto y, seguramente, Oda tampoco se sentía como uno la noche en que se conocieron. Sin embargo, cuando tenía 17 años, el mayor fue lo más cercano a la figura de apoyo y cuidado que siempre quiso y deseó. ¿Cómo no iba a aferrarse a él? ¿Cómo no iba a confundir su corazón? En ese tiempo, solo experimentó un tipo de amor: el que Chuuya le entregó, y creyó que era el único que existía y que podía sentir.

―No creo que eso haya sido amor ―dijo Oda y lo atrajo al presente. Su rostro se tornó amargo, se negó a mirarlo de frente, pero su cuerpo no retrocedió, no se alejó de su lado ni evitó sus palabras―. Amabas lo seguro que te sentías a mi lado, mi atención y mi tiempo, pero no a mí...

―No hables por mí ―espetó, y Oda esperó un regaño, gritos, recriminación, pero Dazai mantuvo la calma; ofendido, decepcionado, pero siempre con la voz estable y distante―. No estás en mi cabeza, no sabes cómo me siento, no sabes cómo me sentía en ese momento... Te amé, realmente lo hice, aún lo hago, pero yo...

No lo ama de esa forma. No es ese tipo de amor. Nunca lo fue, sin embargo, el sentimiento que se manifestaba en múltiples colores y formas seguía ahí con él, y se negaba a dejar pensar a Oda que no lo amaba.

Ah, todo hubiera sido más fácil, tal vez no diferente, si se hubiera dado cuenta desde un principio su confusión. Si es que alguien le hubiera dicho que el amor por Oda lo estaba confundiendo con el amor que sentía por Chuuya, cuando era más parecido a lo que sentía por Ranpo o Yosano.

Pero nadie le dijo, y tampoco los culpaba. Si él mismo logró engañarse, entonces no le sorprendía si el resto caía en la misma farsa.

―No creo que pueda quedarme todo el fin de semana aquí ―murmuró, alejándose de los estantes y del dueño de estos―. Yo... ya dije lo que necesitaba decirte, y creo que necesito estar lejos otra vez por un tiempo.

Oda lo dejó ir, sin oponerse, sin intentar detenerle. Dazai se esforzó por pensar en que esa falta de reacción no le dolía, pero tampoco esperaba otra acción de su parte.

―Cuando estés listo para hablar... llámame ―pidió―. Me encantaría que vinieras a conocer a Sakura algún día.

―Vendré ―prometió y aunque dolía, le dio una última sonrisa―. No tienes hermanos y ella necesitará tener un tío divertido que, obviamente, no será Ango.

Oda se permitió reír incluso si la grieta entre ambos se extendía más y más.

—Esperaremos que nos visites. También ven con Chuuya la próxima vez.

Esperaba que una vez que la grieta dejara de crecer, quedara un pequeño puente con el cual cruzar al otro lado después.

A su petición, Dazai asintió. No sabía si es que Chuuya estaría de acuerdo con acompañarle en un futuro a Osaka otra vez, así que solo podía prometer que, al menos, intentaría preguntarle al otro pelirrojo que más quería ver en ese momento.

Cuando salió del cuarto y cerró la puerta, la última imagen que sus ojos capturaron de Oda, fue su silueta de pie junto a los altos estantes repletos de novelas, cuentos y un par de poemas. Observó su rostro, mucho más sincero y transparente que aquel que vio años atrás. Parecía sentirse culpable por mantener el silencio y a Dazai en la ignorancia de lo que sabía, sin embargo, dormiría esa noche pacíficamente junto a su esposa, sin insomnio ni pensamientos que lo atormentaran hasta el amanecer. Y él también, pensó Dazai. Tal vez, aquella noche podría dormir en paz por primera vez en mucho tiempo, ya que Oda era feliz.

Se convirtió en profesor como soñaba. Entregó su amor sin obligaciones y a quien verdaderamente se lo merecía. Tenía decenas de novelas apiladas en cada rincón de su hogar, y sabía que, cuando tuviera a su hija a su lado, se pasaría las tardes hablándole de autores e historias de toda época. Y al imaginar esos momentos futuros de los cuales no sería parte, no pudo evitar pensar en las palabras que Ranpo le dijo aquella tarde durante el matrimonio de Oda.

"Hiciste lo correcto. Dejará de doler algún día."

Aún dolía. Menos que hace dos, cuatro, o seis meses. Casi nada en comparación a uno o dos años atrás. Pero eso ya no importaba. Oda era feliz, y tal vez él nunca lograría obtener la misma felicidad que todos ansiaban, pero podía intentarlo. Y el primer paso, era leer el último párrafo, cerrar el libro, dejarlo en aquel estante de historias de final abierto, y salir.

¿Por qué demonios llamas? ―respondió Chuuya cuando, desde la habitación que habían preparado para ellos, Dazai lo llamó―. Estamos en la misma maldita casa, ¿o te fuiste sin mí después de hablar con Oda? Ni siquiera me sorprendería que lo hicieras.

No se iría sin él, no otra vez. Sin embargo, antes de revelar aquello, Dazai soltó una risita suave, casi un susurro, o bien un sollozo.

―Oye, Chuuya... No me siento muy bien, ¿no quieres pasar la noche en un hostal? O en cualquier lugar, solo quiero salir de aquí...

Al otro lado, Chuuya calló. Podía imaginar fácilmente su rostro confundido, enojado por el repentino cambio de planes, intentando pensar en todos los posibles escenarios que habían producido aquella decisión, y cuando llegó a una conclusión que podría ser o no errada, su voz volvió a envolver ese tenue silencio que Dazai no quería soportar.

Iré por nuestras maletas, espérame en la entrada o donde sea. Ah, siempre tengo que hacer todo yo. ―El suspiro que soltó traspasó fácilmente de una línea a otra―. Bien, a la mierda. Le daré a Kazue una excusa y...

―Dile la verdad ―pidió―. Dile que no quiero quedarme aquí, que tuve una plática... difícil con Odasaku. Cualquier cosa, que le pregunte a él, solo quiero regresar a Kyoto.

Chuuya volvió a suspirar. Lo maldijo en voz baja, con los labios casi totalmente pegados a la bocina del teléfono. Dazai se permitió reír ante cada insulto, y le escuchó moverse de un lugar a otro, buscar a Kazue, repetir las mismas palabras que el moreno soltó tan solo diez segundos atrás, y pudo escuchar el tono decepcionado de la mujer que lamentó dejarlos ir sin más explicación, pero, al igual que su esposo, tampoco los detuvo.

Sabía que ella esperaba que la amistad entre Oda y él volviera a ser lo que era cuando los conoció, pero nunca comprendió que aquella relación era compleja y confusa, y se alejaba de la fraternidad que creía observar.

Tal vez pudo haberlo sido, pensó Dazai con amargura. Tal vez, pudo haber sido un lazo fraternal si solo Oda le hubiese dicho que sabía sobre sus ambiguos sentimientos y le hubiera rechazado. Pero ya no podía hacer nada para cambiar ese pasado, tan solo intentar no pensar hasta que estuviera lejos de ese lugar.

―¿Crees que podamos regresar a Kyoto esta misma noche? ―preguntó al teléfono, buscando un consuelo que llegó en forma de un bufido molesto.

Dudo de que haya trenes a esta hora hacia Kyoto, mucho menos en un fin de semana ―reclamó el pelirrojo. A través del teléfono, Dazai lo escuchó moverse por cada habitación, y antes de colgar, abrió la puerta y dejó que la luz del pasillo se posara sobre el cuerpo sentado en el borde de la cama―. Pero bien, vámonos.

Chuuya le tendió una mano, Dazai no dudó en tomarla.

En el salón, la celebración continuaba, poco a poco tornándose de un tono adulto y con un aumento de botellas de sake vacías en las mesas laterales. Oda seguía encerrado en su oficina, tal vez leyendo, tal vez reflexionando. Kazue los despidió en la puerta y prometió a Dazai que, sea lo que sea que hiciera su esposo, lo regañaría, así que esperaba que lo perdonara y que pudieran volver a visitarlos en el futuro. Dazai no respondió nada, asintió, le dio una sonrisa cansada, y dio el primer paso hacia el exterior.

El cielo de Osaka no era distinto al de Kyoto, tampoco al de Yokohama, pero cuando salió al exterior y levantó la cabeza, Dazai pensó que no se veía igual. Incluso si la luna y las estrellas eran las mismas que las de la noche en que conoció a Oda, en ese momento, sintió que eran diferentes. Y aunque aceptaba que estas eran nuevas y que nunca recuperaría las antiguas, eso no evitaba que doliera un poco. Y si Chuuya notó o no como las emociones volvían a caer hasta aquel estanque frío que reflejaba la luz plata de la noche, no lo señaló.

Se sentaron en los banquillos de una parada de autobuses diez minutos después de una caminata constante y silenciosa. Dazai continuó observando el firmamento, intentando ordenar una a una las emociones que no le abandonaban desde su plática con Oda, intentando reconocerlas y darles un sentido, pero al final era un trabajo inútil. No siempre podía darles una razón lógica, solo sentirlas, solo dejarlas fluir.

―Hay un hostal a unos quince minutos a pie de aquí ―dijo Chuuya. Dazai descendió su mirada y la posó en el pelirrojo. ¿Desde hace cuánto tenía el teléfono en la mano, buscando soluciones, mientras él solo se ahogaba? No pudo evitar envidiar y admirar la capacidad de Chuuya para mantenerse estable incluso en los peores momentos―. Deben tener al menos una habitación libre, aún no es la temporada más alta y solo la necesitamos para pasar la noche.

―Podemos dormir aquí ―sugirió Dazai―, o en las banquetas de un parque como vagabundos. No hace frío.

―Ya no tenemos quince años para hacer eso, Dazai ―le recordó, y antes de que el moreno pudiera negarse, tomó ambas maletas y comenzó a alejarse―. Ven, vamos, estás pagando el hostal.

Sin ya interesarle el cielo sobre su cabeza, siguió al otro por las calles poco concurridas y de locales desde donde se escuchaban pláticas sin sentido y música tranquila. Al poco tiempo, llegaron al hostal que Chuuya había encontrado en línea y, como predijo, tenían suficientes camas disponibles para esa noche. El pelirrojo estuvo por pedir dos habitaciones contiguas, pero al mirar al silencioso moreno a su lado, aquel que parecía querer hablar, pero sin saber por dónde comenzar, pidió solo una.

De cualquier forma, no sería la primera vez que dormía con Dazai en la misma cama, e ignoró la mirada confundida con la cual este le siguió hasta la habitación.

La luz de la calle entraba por la ventana y era suficiente luminosidad para saber por dónde moverse. No se interesaron por explorar el cuarto o conocer todo lo que tenía, tan solo lo utilizarían esa noche y saldrían a primera hora de la mañana, así que mantuvieron las luces apagadas.

Dejaron las maletas junto a la puerta. La cama era suficientemente amplia para acomodar a dos personas. Dazai sabía que Chuuya prefería el lado que daba a la ventana, así que, sin decir nada, se apropió del espacio contrario. Se acomodó sobre su costado, dándole la espalda al pelirrojo que se sentó en el otro extremo, con el teléfono en mano y revisando los trenes que salían a primera hora en dirección a Kyoto.

―Tomie tenía razón ―dijo Dazai con voz baja―. Odasaku sabía lo que sentía, pero decidió ignorarlo.

Una risita amarga se extendió por el oscuro silencio de la habitación. Chuuya miró al cuerpo recostado a su lado, pero Dazai siguió dándole la espalda, cada vez más y más encorvado en sí mismo, buscando hacerse pequeño, casi invisible.

―Es realmente molesto que ella tuviera razón y yo no ―murmuró.

―¿Estás molesto porque ella tenía razón o porque Oda no te dijo nada? ―preguntó Chuuya.

―No estoy seguro. Mi vida ha estado llena de vergüenza, así que hay muchas cosas por las cuales podría estar molesto.

―¿Vergüenza? Las únicas vergüenzas en tu vida son tus padres ―aclaró, y el moreno no pudo estar más de acuerdo.

Si lo pensaba con un poco de calma, por solo un segundo, no era difícil llegar a la conclusión de que pudo haber evitado mucho si es que sus padres fueran personas diferentes, o simplemente no estuvieran en su vida. Incluso si todo aquello comenzó con la llamada de aquel maestro cuando tenía diecisiete años, quienes realmente acabaron por empujarlo por ese precipicio fueron sus padres. La falta de amor y de misericordia de su madre, la violencia e imposición de su padre.

Pero si se quejara toda su vida por aquellos que lo engendraron, perdería de vista lo que tenía ahora. No podía hacer nada. Físicamente, era imposible volver al pasado, y ahora solo podía esperar a que las pocas heridas terminaran de cerrarse y observar las cicatrices.

Y no era el único que poseía lesiones. Tan solo debía girar la cabeza, cambiar de posición sobre la cama, para observar a la persona que, a pesar de ser la única que nunca le hirió, él sí dañó.

―Oye, Chuuya ―llamó, y escuchó un suave quejido en respuesta―. Creo que nunca te ofrecí una disculpa...

―No quiero tus disculpas ―cortó Chuuya, y la ira en su voz hizo a Dazai mantener la boca cerrada―. No quiero un: "Perdón por ser un idiota y no decirte por qué decidí huir". Una disculpa no cambiará el que sigas siendo un idiota, pero tengo la historia que quería y con eso me doy por pagado.

―¿No es un precio muy bajo?

―Solo un idiota pensaría que es un "precio bajo" ―espetó, hastiado de escuchar tanta lamentación y, según él, idioteces―. Saber las razones es lo que quería y lo obtuve. ¿Por qué debería seguir sintiéndome dolido por lo que ya no puedo arreglar? Te lo dije tiempo atrás, Dazai, ya no tengo 15 años, no soy el mismo adolescente que dejaste. Tuve suficiente tiempo para pensar y recuperarme, y aunque todavía hay cosas que me molestan o en las que estoy trabajando, no quiero una disculpa. La disculpa es para tu tranquilidad, no para la mía.

Y entendía por qué se aferró a Oda, reflexionó Chuuya. Lo más cercano que tenía a lo que Oda fue para Dazai, era Arthur. Si hubiese vivido lo mismo, si ese día, su padre hubiera estado en casa cuando aquel maestro llamó para informarles que los había visto besándose, el castigo que recibiría le hubiese impulsado a hacer lo mismo: huir y buscar consuelo en Dazai. Y si, de casualidad, se hubiese topado con Arthur esa noche, se hubiese aferrado a él tanto como Dazai se aferró al otro pelirrojo. Sin embargo, seguía siendo diferente, y jamás habría sentido el tipo de "amor" que creía Dazai sintió por Oda.

En su caso, y como sucedió, de una u otra forma, Arthur hubiera ocupado el espacio vacío que Kouyou dejó con su ausencia. Y ni siquiera podría atreverse a pensar en él de una forma romántica a pesar de que solía bromear con esa posibilidad. Paul lo hubiera desollado vivo y, además, sabía que ellos dos eran el uno para el otro. Estaba conforme con solo verlos felices y tener la oportunidad de ser parte de una familia que le hubiese gustado conocer mucho antes.

Sin embargo, Dazai no tenía hermanos. En aquel tiempo, no sabía que existían otros tipos de amor que no fuese el romántico, y solo conocía aquel porque Chuuya se lo entregó. No le parecía raro que ese fuese el único tipo de lazo que pensó que podría formar con Oda.

―¿Aún amas a Oda? ―preguntó tentativamente, sin saber por qué creía necesaria una respuesta, pero Dazai no entregó ni un sí ni un no.

Y aunque quería saber, Chuuya aceptó el silencio y pensó que la falta de palabras era una respuesta suficiente. Soltó un suspiro y volvió su atención al teléfono. Revisó una vez más los horarios de los trenes para el día siguiente y escuchó la lenta respiración de Dazai. Pensó que el moreno se había quedado dormido, pero su voz volvió a llenar el vacío con una confesión y petición.

―Estoy cansado ―murmuró, el agotamiento era fácilmente reconocible en su voz―. Oye, Chuuya, ¿cantarías para mí?

Ante la petición, Chuuya no supo qué responder. Había escuchado todo tipo de cosas de Dazai, todo tipo de favores que quería de él, pero nunca imaginó que pediría una canción. Si hubiese sido un poema, se lo hubiese dado, pero ¿cantar para él? Ni siquiera lo consideró alguna vez.

La música, su propia voz, se había convertido en un objeto que, a pesar de dejar que un público lo escuchara, protegía celosamente. Podía cantar ante una multitud, pero no para una persona. Solo para sí mismo, solo para calmar su propio dolor...

―Está bien ―escuchó musitar a Dazai; resignado, pero no enojado ni decepcionado―. Si no quieres, no tienes que hacerlo. Esperaré a una próxima presentación.

Chuuya siguió en silencio. La pantalla de su teléfono se había apagado y la luz artificial abandonó la habitación. El moreno pensó en que debería acomodarse bajo las sábanas e intentar dormir, pero estaba tan cansado que no quería moverse. Se encorvó un poco más en sí mismo, en una posición fetal que debería darle un poco de tranquilidad, pero sabía que el insomnio continuaría evitándole dormir junto a los pensamientos de aquel día invadiendo su cabeza. Podía lidiar con eso, pensó, solo una noche más, solo una...

If you dance I'll dance

And if you don't I'll dance anyway

Give peace a chance

Let the fear you have fall away

La voz dulce ocupó un pequeño espacio en la habitación, pero era suficiente para que solo Dazai pudiera escucharlo. Pensó en darse la vuelta y observar al hombre que, distraídamente y mirando por la ventana, cantaba a su lado. Sin embargo, temía que, si se giraba y lo enfrentaba, la canción se detuviera.

Escucharlo era suficiente. Escuchar su voz y lo que expresaba. Sentir que había alguien a su lado.

I've got my eye on you

I've got my eye on you

Say yes to heaven

Say yes to me

Say yes to heaven

Say yes to me

Si Chuuya escuchó o no a Dazai sollozar hasta quedarse dormido, no lo comentó a la mañana siguiente.



[•••]



Sentía el cuerpo pesado, pero no era aquel peso que le dejaban las largas noches de insomnio, sino aquel que hace mucho no había experimentado y creyó olvidar. ¿Cuánto había dormido? Se preguntó Dazai al abrir los ojos a la mañana siguiente. Seguía con la misma ropa del día anterior, sobre las sábanas y mantas de la cama, y aunque debió haber dormido con incomodidad, tan solo recordaba un vacío acompañándolo durante toda la noche.

Sin pesadillas que lo despertaban a mitad de la noche. Sin recuerdos en forma de sueños que solían volver y mantenerlo despierto durante horas. Solo un negro y profundo vacío que dejó su cuerpo pesado, pero tranquilo, a la mañana siguiente.

¿Qué hora era? Se preguntó, mirando el techo blanco del cuarto del hostal. Escuchaba una respiración tranquila a su lado, movimientos suaves, ¿era eso el raspado de la punta de un lápiz sobre el papel? ¿Chuuya estaba despierto? ¿Qué estaba haciendo?

Si no fuera por el cuerpo a su lado, ya despierto y sentado con la espalda apoyada contra el respaldo de la cama, la luz del sol que entraba por la ventana le daría directamente en el rostro. A pesar de la dicotomía entre las luces y sombras, se tomó un momento para observar al hombre a su lado. 

Tenía el cabello revuelto y los ojos azules brillaban con tanta pereza como consciencia; parecía que no había despertado hace mucho. Las sábanas de su lado estaban desordenadas, indicándole que, al menos el pelirrojo, se aseguró de dormir cubierto. Chuuya se veía tan centrado en lo que hacía, que ni siquiera notó que Dazai ya estaba despierto y observándole. Demasiado concentrado en aquello entre sus manos; trazando con aquel lápiz de tinta roja frases pequeñas y grandes, llenando las hojas de su cuaderno...

―¡¿Qué estás haciendo con eso?! ―exclamó, incorporándose de golpe.

―¡¿Qué mierda, Dazai?! ―gritó exaltado, pero no soltó ni el cuaderno ni el lápiz entre sus manos―. ¡¿Qué?! ¡Necesitaba escribir algo y esto fue lo único que encontré!

―¡Abriste mi maleta! ―acusó.

―¡He abierto más cosas tuyas que solo tu maleta! ¡¿Por qué te molesta tanto ahora?!

El intercambio de gritos fue interrumpido por el sonido de los golpes contra la pared y la exigencia de que cerraran la boca ya que estaban intentando dormir. Chuuya respondió de la misma forma, gritándole al hombre al otro lado de la muralla que se fuera a la mierda, ya que eran casi las diez de la mañana y produciría todo el escándalo que quisiera pasada las nueve y media. Mientras el pelirrojo se mantenía distraído discutiendo con la persona en la habitación contigua, Dazai intentó recuperar su cuaderno, pero cada vez que sus dedos rozaban el borde de las hojas, el otro hombre se movía y casi parecía dispuesto a levantarse e ir al otro cuarto a seguir la discusión.

―¡¿Quieres dejar de pelear con el tipo de la otra habitación?! ―exigió, logrando detener al pelirrojo antes de que saliera de la cama―. ¡¿Qué estás haciendo con mi cuaderno?!

―¡Ya te lo dije! ¡Necesitaba algo para escribir! Tengo una buena canción en mente que va a mitigar la ira de Ryuu, ¡Albatross ya le dijo dónde estoy!

El tipo al otro lado gritó que esperaba que, quien quiera que fuera "Ryuu", siguiera molesto con él. Chuuya estuvo dispuesto a seguir discutiendo con el desconocido, pero Dazai se le adelantó y le gritó al tercero que se fuese a la mierda y se metiera en sus propios asuntos. Eso pareció calmar al hombre de la otra habitación, pero al saber que fácilmente podía escucharlos, decidió bajar la voz.

―¿Lo leíste...?

―¿Qué tan metiche crees que soy? ―inquirió, ofendido por la acusación. Chuuya terminó de escribir, arrancó el par de hojas que utilizó y le devolvió el cuaderno a Dazai―. Por supuesto que lo leí.

―¡Chuuya!

―¡¿Qué?! ¡Estaba interesante! No pensé que tú, de todas las personas, le gustara escribir relatos.

¿Qué tiene de malo? Se preguntó, ¡¿y por qué se sentía avergonzado de que Chuuya lo supiera?!

―¡Bien! ¡Ríete! ―chilló, aferrándose al pequeño cuaderno entre sus manos―. ¡No me importa!

―¿Por qué estás haciendo un berrinche? ―inquirió, y se levantó, sin la intención de seguir discutiendo con Dazai o con el sujeto de la otra habitación―. Levántate, hay un tren que sale en una hora hacia Kyoto.

A regañadientes y evitando la mirada del pelirrojo, se alistó. Chuuya comentó que la estación no estaba lejos del hostal, solo a unos quince minutos a pie, así que tenían tiempo suficiente. Prontamente, se encontraron en el mesón devolviendo la llave de la habitación. La encargada los miró con curiosidad, como esperando ver señales de que algo ocurrió entre ellos durante la noche. Dazai quiso decirle que perdiera la esperanza, ya que todo lo que hizo fue lamentar su existencia y quedarse dormido. Al menos durmió sin interrupción por primera vez en mucho tiempo, pensó, y miró al pelirrojo a su lado que parecía intercambiar una discusión silenciosa con un sujeto que también devolvía su llave.

Compraron algunos bocadillos de camino a la estación. En su mayoría, caminaron en silencio y quejándose para sus adentros de que la temperatura comenzaba a aumentar. La primavera no tardaría en llegar junto al inicio de un nuevo semestre universitario. Dazai no pudo evitar pensar que, ese año, Ranpo y Yosano se graduarían al fin. Se preguntó si los compañeros de piso de Chuuya también lo harían, ya que sabía que la edad entre sus amigos y los del pelirrojo era bastante similar. Cuando quiso preguntarle al respecto y dignarse al fin a hablar, lo notó tomando fotografías de los mismos papeles que había arrancado de su cuaderno. No alcanzaba a ver qué había escrito, pero sabía que era una canción que tenía en mente y que aquella persona a la cual estaba enviándole mensajes, era Akutagawa.

La poesía y la música no estaban tan alejadas la una de la otra. Sabía que Chuuya ya no escribía poemas, pero, en el fondo, le alegraba saber que ahora podía escribir canciones. Aun así, seguía preguntándose por qué dejó de escribir poesía. Habían pasado meses, pero el pelirrojo aún no le daba una respuesta.

―¿No estás enojado de que yo esté estudiando literatura y tú no? ―preguntó Dazai cuando llegaron a la estación de trenes. Fue directamente a los asientos apegados a la pared, sin embargo, el pelirrojo se quedó de pie―. Era tu sueño, ¿no? Estudiar literatura y convertirte en poeta...

Chuuya, a mitad de una mordida a su dorayaki, solo le dirigió una mirada tan tranquila como dura, tomándose su tiempo para comer, sin apresurarse a responder.

―Los sueños cambian, Dazai ―dijo―. Me molestó que decidieras estudiar literatura, pero no porque tuviese envidia, sino porque nunca pude hacer que te gustara la poesía como Oda si logró que te gustaran las novelas.

―Aún no me gusta la poesía ―confesó―. Es compleja y no la entiendo, no logro sentir a la primera lectura lo que el hablante lírico quiere que sienta y eso me frustra...

―Esa es la idea con la literatura, ¿no? Complejizar el lenguaje y hacerte releer todo una segunda o tercera vez hasta hacerte pensar y encontrar un sentido. ―Terminando el bocadillo entre sus manos, vieron el tren llegar desde la distancia a la estación―. No tiene por qué ser el sentido que quiere el autor, y, siendo sincero, es más divertido ser quien escribe que ser quien lee.

Estaban solos al final del andén. Cuando el tren bala pasó frente a ellos, rompiendo el viento y produciendo una suave corriente de aire, Dazai miró a Chuuya. Tan tranquilo, sin preocuparse del polvo que se levantó a su alrededor o bien como su cabello se alborotó por la suave brisa. Estaba a su lado, a solo dos o tres pasos de distancia, pero el moreno sintió que era mucho más, que la voz que volvió a expresar sus pensamientos, estaba lejos y que tenía que correr para escucharlo.

―De todo lo que leí en tu cuaderno, solo entendí la mitad ―comentó. El tren se detuvo, tomaron sus maletas y entraron. La voz de Chuuya seguía escuchándose distante, pero cada vez se sentía más y más cerca―. Hay tantas cosas que expresaste en el relato, pero lo ocultaste, porque no quieres que nadie lo entienda tan fácilmente, y yo hice lo mismo con la poesía.

Nunca pudo decir directamente que extrañaba a Kouyou, no frente a sus padres, ni mucho menos lo mucho que los odiaba a ellos y a aquella casa. Todo lo que podía hacer, era escribir poesía, utilizar metáfora tras metáfora, esperando que alguien entendiera, pero, al mismo tiempo, sin querer ser descubierto tan fácilmente. Esa mañana, pudo leer en lo que escribió Dazai que él hizo lo mismo. Ocultando lo que pensaba, cambiando un significado por otro, dejando pequeñas pistas que solo leyendo una segunda vez llevarían a la respuesta correcta. Si no hubiese conocido toda la historia antes de leer esos relatos, seguramente habría llegado a otra conclusión, pero sabía de dónde venía todo y eso hizo de la lectura mucho más fácil.

Pensó en pedirle a Dazai otra vez el cuaderno para volver a releer lo que había escrito, pero conocía esa sensación primeriza de posesividad con las palabras que utilizaban para expresar y ocultar la vulnerabilidad. Tal vez podrían hacer un intercambio en el futuro, pensó, entrando al vagón con el moreno a su lado y ocupando el asiento junto a la ventana antes de que este se lo ganara.

Poca gente viajaba de Osaka a Kyoto a esa hora y mucho menos un domingo. El andén había estado prácticamente vacío, y aunque a su vagón entraron un par de personas más, estaban lo suficientemente alejados como para continuar hablando en voz baja y mirando el paisaje cambiar desde uno desconocido a uno conocido.

―¿Por qué dejaste de escribir? ―preguntó Dazai.

Chuuya pensó en su respuesta, pero no era tan fácil de explicar. Se alzó de hombros y volvió la mirada a la ventana.

―Son muchas cosas, pero creo que fue porque ya no lo necesitaba ―confesó―. Siempre me gustó la poesía y la utilicé para expresarme. Escribí sobre mi cariño por Kouyou, y luego cuánto la extrañaba. Escribí cuando estaba enojado o triste, o cuando me enamoré, e intenté escribir cuando me dejaron, pero me quedé vacío y ya no había nada que expresar.

No valía la pena escribir, reflexionó, y recordó aquella época. Kouyou y Dazai eran sus principales lectores y fuentes de inspiración cuando era un adolescente, pero sin ellos, dejó de esforzarse por ocultar lo que sentía a través de versos y, simplemente, ignoró el dolor y la soledad. Lo aceptó y continuó, esperando que el tiempo le devolviera un poco de felicidad y la inspiración para escribir. Pero cuando llegó a un lugar feliz, ya no necesitaba expresarse a través de las palabras escritas.

―Intenté volver a escribir cuando Paul me secuestró y me llevó con él. A Arthur también le gusta la poesía y cuando leyó lo que escribí, me impulsó a continuar, pero no pude. ―Recordó el rostro decepcionado de su cuñado cuando no pudo escribir ni un solo verso, y esa memoria le hizo tanto sonreír para sí mismo como recordarle que debía llamarle―. Escribir era una forma de expresarme cuando no podía decir abiertamente que estaba enojado o feliz, pero con ellos dos... No tenía que ocultar nada. Podía decirles que los quería o que se fueran a la mierda cuando me hacían enojar, podía decirles cualquier cosa. No tenía que ocultar detrás de metáforas lo que estaba sintiendo estando con ellos y simplemente... Ya no sentí la necesidad de escribir.

Al alejar el rostro del paisaje y mirar a su lado, pensó que no se encontraría con los ojos que siempre prefirieron otros iris azules a los suyos, pero estaban ahí, para él. Observando su imagen en contraposición con aquellas formas que pasaban a su lado a gran velocidad, atento a cada palabra y haciendo una promesa silenciosa y frágil de no volver a perderlo de vista.

Chuuya quiso creerle, y tal vez se arrepentiría de confiar, pero también podría lamentar no hacerlo. Estaban sobre vidrios rotos que apenas comenzaban a acomodar y arreglar hasta formar un camino transitable, pero no era él quien estaba pegando pieza por pieza; ya había hecho su parte y estaba sobre un terreno estable que no lo lastimaba mientras caminaba. Ahora, estaba quieto y esperando, y era Dazai quien avanzaba hacia él.

Y esa idea le entregó una tranquilidad que no sabía que necesitaba.

―Ahora no estoy con ellos y encontré consuelo en la música ―comentó, sin apartar la mirada del moreno a su lado―. No necesito ocultar nada cuando canto. Puedo decirles que se vayan a la mierda abiertamente y me aplauden por eso.

Dazai rio. Era la primera risa sincera y tranquila que escuchaba de su parte desde el día anterior.

―Sí, creo que escribiste una canción para mandarme a la mierda hace algún tiempo.

―Estaba enojado y salió una buena canción de eso ―dijo con orgullo, cruzándose de brazos con altivez y desviando la mirada. Una sonrisa se mantuvo en sus labios―. Así que, no. No te estoy juzgando por encontrar un gusto por la escritura, aunque no esperaba que lo hicieras. De todas formas, lo que leí fue interesante, y sé que la Facultad de Humanidades tiene una revista donde suelen publicar lo que escriben los alumnos de Kyodai, ¿no? Deberías intentar que ese maestro tuyo, Fukuzawa, lea algo y mueva los hilos.

―¿Y hacer que medio campus se deprima?

―Por favor, son universitarios, el estrés que cargan ya es suficiente para hacerles sentir deprimidos―se burló el pelirrojo. Dazai estuvo de acuerdo con eso.

Continuaron platicando de algunas cosas más que se distanciaron de la música, poesía o prosa. Dazai intentó que el pelirrojo le dejara leer la canción que había escrito esa mañana, pero Chuuya comentó que era material confidencial que, tal vez, escucharía en un futuro si es que lograba seducir a Ryuu con la idea de tener material nuevo para la banda, y sabía que lo lograría, así que el moreno tendría que esperar a la presentación de la canción en algún evento. Dazai pensó que, mientras pudiera algún día volver a escucharlo cantar, era suficiente, y tal vez podría intentar mostrarle a Fukuzawa-sensei los relatos que escribió, pero no estaba seguro. De cualquier forma, Chuuya no volvió a repetir aquella idea y volvió su atención al paisaje que rápidamente cambiaba de una ciudad a otra.

Cuando llegaron a Kyoto a eso del mediodía, pensaron en que todo estaría tranquilo, sin embargo, había un par de cosas que se pusieron de cabeza durante su corta ausencia.






••••••••••••• (N/A) •••••••••••••

Este capítulo es más corto que otros, pero con referencias. Una de ellas es el poema que menciono como favorito de Chuuya, que es Dévotion, escrito por Arthur Rimbaud y presente en la colección  Illuminations. Otra es  un dialogo de Dazai que tomé directamente de la traducción que poseo del libro "Indigno de ser humano". Y, por supuesto, las canciones que siempre acompañanan los capítulos: The night we met de Lord Huron, y Yes to Heaven de Lana del Rey.  

Y hablando de música, he creado una lista de reproducción en youtube (no en spotify ya que podrían haber canciones que no se encuentran en la plataformas), con todas las canciones que he utilizado en el fanfic. Iré agregando más mientras la historia avanza. Dejaré el link aquí , en las notas finales de este capítulo en AO3 y también en mi tablero de Wattpad <3

Link:  https://youtube.com/playlist?list=PL9MA-PHNRqisI2u6JbShIqWsM86SAs6oP

Por favor, comenta qué te pareció el capítulo, me gustaría mucho saber lo que piensas de la historia <3

¡Gracias por leer!

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